Una semana
tiene la culpa del reposo y el barbecho al que se han de someter esas
cosas grandes que deslían más tripas que neuronas. Igual que el
buen tinto del que uno se ha de olvidar para que retoce y se
estirace en la copa. Cuando la razón no atiende, mejor esperar.
A veces es
peor, porque yo mismo no acabé de confiar demasiado en “The Far
Field/2017/4AD”: Como si hubiera perdido ya la fe en los salmos
de Samuel, ahora que “la fama” los obliga a firmar más o menos
temas resolutivos o lo que se viene a llamar “hits”. Que también
digo una cosa: Si el temario de hace cuatro años bien hubiese
funcionado en una sala 2 de Apolo o Sidecar, en Razzmatazz ya no.
Seamos consecuentes, hay dos Future Islands para bien o mal: los de
antes de Seasons, y los de ahora. Lo que aguantaran la presión de la
fama ya no lo sé, pero mientras tanto aprovechémoslo.
A su favor
tienen que han necesitado seis años para asomar la cabeza por
circunstancias meramente caprichosas. Por otra, lo que significa
utilizar un discurso literal y al dedillo del TecnoPop más funcional
y ortodoxo. Teniendo en cuenta claro, que en primera línea de fuego
tienen un frontman que vive y muere para la interpretación. Todo lo
desmesurada que se quiera, es cierto. Pero no lo es también la falta
acusada que hay hoy en día de eso?: De verdaderos artistas?
Sí,
aquellos que entienden las canciones y la música de la misma manera
que la interpretación: Una fiera desbocada de tics gorilescos y
animales, que hace que el rock sea un chiste cuando hay sustancia y
poca actitud. Y en este caso, que convierta el tradicionalmente
insulso pop sintentizado en una ceremonia de ofrenda en vida,
salvaje.
Cierto es
que tras verlos por fin sobre un escenario, con la curiosidad de
saber de qué forma exprimen lo limitado de su guión. Uno se quede a
cuadros, y acabe sepultado por el natural magnetismo de Samuel T.
Herring y la necesidad de artistas creíbles, totales y honestos como
lo es él.
Ayuda mucho
a cogerle la verdad que atesora The Far Field, y comprobar que no es
“otro disco más de synthpop del montón”. Es entonces cuando
sinceramente y sin acritud, Hurts, The XX, Twin Shadow o Holy Ghost!,
lo siento, pero me parecen una broma. Temazos superefectivos, no lo
niego, pero golosinas a fin de cuentas que al cabo de media hora no
recuperan el sabor ni metiéndolos en la nevera.
La banda de
Baltimore en cambio, han sabido como nadie agarrarse a las crines de
la ferviente y desmesurada fama como quien practica sexo en un lavabo
de carretera. Es así, y por más fortuito que pueda parecer su éxito
en un mundo donde se quiere todo y ya. Su último trabajo tras varias
escuchas y su defensa pretoriana sobre el escenario, no ofrece dudas:
Es uno de sus trabajos con más equilibrio y tiento a la hora de dar
la importancia que se merece a “la canción” propiamente dicha.
Singles/2014
subrayó su capacidad de elaborar temas tan bailables como sus
desgarradoras odas de antaño. Y en su nueva entrega aun pareciendo
más de lo mismo para detractores del culto a un sonido. Afina en la
capacidad de Samuel para cantar y conseguir que cada canción tenga
su particular universillo.
Más cerca
del Pop de despecho y romanticismo de nuevo cuño. Nos hace olvidar
de alguna manera sus parentescos más obvios con Yazoo, OMD o la
Human League. Y hace que su nuevo repertorio equilibre su trayectoria
con puro Rock, o por lo menos sean consecuentes con cada una de sus
etapas y como tratarlas para que en directo TODOS, acaben siendo ya
clásicos.
Ejemplo
claro está en tres de los temas que en mi caso, me parecieron
sublimes por encima de toda su setlist: Su primer single más o menos
bailable “Vireo's Eyes”, que sin duda fue la
canción grande de la noche. “Spirit” que tan
claramente nos trasladó por un instante al universo de Gary Numan. O
tener la santa grandeza de cerrar un concierto de más de dos horas
con “Little Dreamer”, el tema de cierre de su
primer y más desconocido álbum. La prueba de que Future Islands en
su primer y más literal método de composición y ahora, siguen
siendo fieles a su idea inicial: Pop de alto grado emocional real y
proletario.
Hubiera sido
fácil hacerlo con “Seasons (waiting on you)”,
“Ran” o “Cave”. Dos temas que se
han convertido casi al instante en dos clásicos del ya
presente/pasado. Pocas canciones tan calentitas son capaces de
trasladarte al pasado con tanta fuerza y melancolía sana.
Pero Samuel
T. Harring parece no dejarse llevar por la proeza de agotar entradas
y llenar salas de bastante más formato.
Sus
escuderos a los que tanto se les ha achacado su presencia puramente
de atrezzo, se ganan las habichuelas como el que más. Y el frontman
o jefe de equipo suda y hace sudar el lubricante que la mueve como
una máquina, tan jodidamente bien engrasada. Que desde el minuto
cero de su directo todas ellas podrían ser ya canciones de toda la
vida. Básicamente porque sobre el escenario son arrolladores, por lo
menos ahora que creo que son conscientes del recorrido que tienen sus
temas. Y que en directo logran ese imposible de volar sobre el
escenario entre tanta mediocridad, a veces, contaminada por el exceso
de producción. Es ese el poder, supongo, de la canción y la
credibilidad de un tipo que muere en cada registro vocal. Y la
plasticidad bizarra de quien sobre el escenario es la auténtica
Little Miss Sunshine de la desvergüenza ajena: Aquella que se cree
estrella entre tanto capullo de manual. Pura pasión vamos, de las
que te hostian vivo.
“Doves”
ya ha hecho de sus sensuales movimientos espartanos, el triunfo del
amor a la música y el espectáculo. La sala al unísono votó como
posesos. Mi hijo de 14 años al que arrastré in extremis entre cara
de “y a mi qué”, coreó y movió las caderas como una diva.
Imposible no dejarte llevar por la pasión de este tipo.
Reventó los
pantalones y camiseta a ritmo de Kasachof de “Walking Through
That Door”. Brilló como una bola de neón “Ancient
Water”, estalló en gloria divina la sucesión de “Ran”
y “Balance”. Y la verdad es que nos hizo a todos
mágicos, pues por muy desmedido e infantil que parezca a mi edad: su
repertorio es lo más parecido al polvo de estrellas; puro
sentimiento.
“Cave”;
una de las joyas oscuras mejor escondidas de su último trabajo. Se
dio la mano con “A Song for a Grandfathers”, otra
canción enorme; más si cabe que sus singles más afamados. Porque
Future Islands tienen esa capacidad innata de haber crecido entre
canciones aparentemente inofensivas que llegan sin avisar. Esas
canciones que poblaban el lado menos conocido de Yazzo, y que en
cierta manera tienen conexiones filamentosas con el romanticismo
clásico de... Roy Orbison; por ejemplo. O con otros que cantaron al
amor y desamor con el mismo lenguaje en clave; el sentimiento puede.
La recta
final nos llevó a “Lighthouse”, “Seasons”,
“Tin Man” o “Spirit” mezclando
argumentos. Y cerrando en tres bis con mucho mensaje “Inch of
Dust”, “Vireo's Song” y “Little
Dreamer”.
Y es:
defender a capa y espada sus primeras canciones, las que pasaron de
puntillas convirtiéndolas en triunfadoras. Justo cuando tienen dos
discos con hits infalibles, y a gruppies, histéricos y glotones a
los que se les ha nublado la vista sin posibilidad de masticar antes
de tragar.
Future
Islands es una banda grande, una rara avis que proclama y defiende la
esencia de la música. Ya sea con un AKAI, un bajo y una batería
mecánica. Pero en definitiva, la música sin artificios ni dobles
mensajes pretenciosos. Simple y natural como tu vecina del quinto que
baja a comprar el pan con los rulos y la bata.
De estos
sobre el escenario y con el mismo lenguaje, solo recuerdo a Jarvis
Cocker; que yo sepa.
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