Hay
alguien allí en mitad que apela siempre al nubarrón; Que si por estos malabares
de papiroflexia que traen esa sombrita idónea en medio de la llanura de piedra
y hormigón que han tenido a bien diseñarnos los urbanistas. Yo, hasta estaría
dispuesto a aplaudir y jalear como un pastor a sus ovejas.
Pero
es que no.
Los que yo miento,
son los oradores del infortunio y la desdicha. Que hacen de la mierda, pan con
nocilla para desayunar cada mañana.
Los que se quejan
del calor, del frío, y del entretiempo por su ambigüedad. Los que dictan
sentencia vayas como vayas, y saludan con desconfianza.
Y es que yo. Solo
contemplo el horizonte desdibujado y velado de transparencias según la calima.
Y si se tercia.
De reluciente
cobalto si es que un chaparrón ha escampado.
Los aires
acondicionados me dan carraspera y telele. Y prefiero bajar la ventanilla del
coche para que la brisa me peine a lo Tom Waits. Subir el volumen bien fuerte,
y sacar el brazo como el de un timonel.
¿Qué toca hoy? Hoy
toca leer el surco del destino y el libre albedrío. En una ecuación sin
solución y a poder ser, siempre al capricho de la naturaleza.
Me agacho. Y con
los dedos sigo las grietas, surcos, y rugosidades del firme.
En la espalda
llevo una mochila con una botella y una copa. Y un cazamelodías raído y lleno
de agujeros por los que entran y salen a su antojo Bill Lennox y Bobby Colombo,
canturreando: “Que haya música, deja que
haya amor, que haya risas más que suficientes, y que haya tristeza; pero solo a
veces”
De fondo al trote,
las percusiones de Jake Kmiecik con su
enfermedad de Crohn enterrada en un agujero. Y los desastres de salud de
Colombo con su lesión cerebral por la enfermedad de Lyme lanzados en una
botella al fondo del mar.
Por eso, LET THERE BE MUSIC
(Anti-records); su tercer disco largo. Emana luz radiante y vitaminada, de la que
no abrasa sino aventa y eriza. Mientras que a algún crítico especializado. Le
parece que cantar al optimismo sin imposturas, quita mérito.
Y lo que fuera del
brillante folk alternativo y tornasol de hace seis años. Se haga de un pop de
aquellos de soltar los brazos, abandonar lastres, y recoger flores o paisajes.
Esos que subes a
media noche, cuando vuelves a casa en una noche de verano trémulo. Y te
encantas con las luces en la negrura, mientras “Naturally” vale tanto la
pena.
Digamos que su
disco, haría mi ramillete de viaje hasta Estremoz. Junto a RVG, COOL SOUNDS,
THE BUG CLUB, ROBERT FORSTER, y también los PIST IDIOTS; venga, que se unan a
la fiesta.. Así, sin dudarlo ni un instante.
La belleza
dylaniana de “Maybe Today” me colapsa hasta perder la vista, y ahora, ahora sí
que la abro; la botella de compañía digo. Sintiendo de veras si la compañía de
una copa de vino junto a mis canciones salvadoras, les pueda parecer más un
vicio que una necesidad (que también).
Aquella última
noche que perdí el sueño entre sorbo de islay y tabaco de turba, mientras David
y yo intentábamos recolocar el universo según la teoría de Eurípides. Y la
teoría dual de Pedro Parra; también llamado el señor del terruño. Trazando un
hilo invisible entre el Vallés y la Cerdanya.
Hasta entonces, la
consanguineidad carnal a semejante distancia, ni se conocía ni se vislumbraba.
Pero una Cinsault
voladora de Guarilihue, plantada entre estratos de granito ferroso y limo con
nombre de pianista Thelonius loco sin camisa que lo detuviese, lo hizo, y lo
hará nosecuando.
Disponiendo por
pura magia, que lo rústico se arremoline en esa elegancia que dista millas del
artificioso glamour de Paco Rabanne y Prada.
¡que entenderán
ellos!
El nuestro, baila
por el salón descalzos y en cueros de emperifollados ni perfumes. Solo olor a
piel y pétalos de rosa infusionados en polifenoles bien agarrados a “You
Can’t Stay The Same”
Cantando al dejar
atrás, olvidarse de los infortunios y condenas cotidianas para avanzar y abrazar
sin condescendencias. Un himno total a la libertad.
Por eso me gusta
tanto este disco. Ni una sola pose para no parecer lo que es: Un canto al
optimismo por el que brindo con este Cinsault de efímero licor y tan
indestructibles cimientos conectados a lo profundo de su suelo y paisaje.
Donde se huele la
tierra húmeda, el mineral, a las maderas chulas junto al cemento, y el sustrato
vegetal de la vegetación muerta en ofrenda a la identidad.
Y un paso por boca
en lo indómito que también puede y es delicado. Generoso en efluvios de
deliciosos arándanos maduros y zarzamora prohibida.
Con torrefactos,
lácticos de surf sin manual, y chasquidos de vegetales y hogos muy próximos a
los Pinot más juguetones y traicioneros.
Si la velocidad de
“Crooked
Creek” con esos pianos y órganos de dar palmas, no te arrastran hacia
el vórtice de la tan mal vista FELICIDAD. Quizás puedas o debas
cortar la cocción con el vacilón “Roxanne”, y guardarte un par o tres
de copas para el día siguiente.
Te garantizo otro
vino, más desnudo, generoso, y hasta zalamero.
Que debiera
elevarte ese palmo y medio desde donde se ven los abismos turbadores y los
vacíos de suspiro y repelús placenteros; los que molan.
Con las que molan
“Fine
Afternoon” & “Famous Piano”
Y todo el conjunto
de la discografía de este fantástico trío de Detroit apadrinado por la no menos
fabulosa Waxahatchee.
Lo del MONK de Pedro Parra es opcional; vale
otro cualquier otro al que le tengas cariño y lo hagan sobretodo. CON
CARIÑO.
La del
pasado Jueves, la noche, de bodas de reecuentros o como si la
quisiésemos bautizar LA DEL NUEVO CURSO. Ya sabéis lo que os digo.
Esos nudos en los estómagos que ni el Cola Cao apetece, ese extraño
tacto sobre la piel de nuestros brazos, tantos y tantos meses
desnuda. Cuando de repente nos echamos la rebequita,
El cuerpo en
Verano, no solo se dilata, sino que se expande como las galaxias en
busca de libertad. Los pies se liberan de esos calcetines de bellú,
cálidos y confortables. Se estiraza fuera de las lindes de los
zapataos, o haya su paraíso en sandalias, chanclas o descalzo. Al
cuerpo le pasa igual, ya no es por el sofoco del calor, sino por el
gustirrinín de la desnudez... y cuando llegan los primeros frescos
de Agosto o Septiemmbre, cuesta horrores echarse sobre las desnudas
extremidades algo. Dan repelús, tanto, que el cuerpo necesita
aclimatarse a la nueva situación. Ya no hablo del trauma asociativo
(fuera calores, terracitas y sol, con la vuelta al trabajo y a las
rutinas) ¿se le llama depresión? Sino del ser humano en si mismo,
como un organismo que va por libre al son que tocan los estímulos.
Los mismos
que nos damos en las catacumbas como bautismos regeneradores. Después
de las Vacaciones y dos meses sin atarnos los unos a los otros. La
vuelta, es como la redacción que nos pedía la profe de sociales
explicando nuestro VERANO. Son doce meses sí, pero los de verano
como vacacionales siempre son especiales, de chicos, grandes o
adolescentes enamoradizos. Historias de Verano, sí. Historias que
como las de una canción, imagen, paisaje o amor, siempre determinan
y clavan la bandera sobre la cumbre para que como las chinchetas
sobre el corcho, no extraviemos los recuerdos.
Llenamos las
sala de esporas contagiosas tan solo a falta de alguno, del que
exigiremos sin demora un justificante de sus tutores a la vuelta. Y
fueron los Valles Californianos de Santa Barbara los que nos
trasladaron por una hora a sus viñedos. Los de una pequeña Bodega
apartada de las rutas obligadas del Russian Valley o las
localizaciones de Entre Copas. VICENT ARROYO WINERY, en el Valle de
Napa. Cayó bajo los influjos de la Tortilla de Patatas de Montse
Solanet y Xavi.
De su labia
y de su pasión; doy fe igual que de los fuegos artificiales que
emanan sus miradas. Muchos otros hemos caído a lo largo del camino,
sino, probablemente ahora no estaría escribiendo esto así ni de
esta manera. De allí viajaron polizonas tres botellas acomodadas
entre ropa y sostenes. Y como un pasaje sensorial a otros territorios
desconocidos. De eso que creemos conocer como nuestros sentidos, como
algo familiar que nos guía por la oscuridad. Nos pusieron en
situación, tirando abajo barandas, luces de gálibo o escalones
iluminados. Es así cuando con el sentido que se exprime de la sesera
palatar, a uno lo dejan fueran de sus inmediaciones; las te dan
cierta seguridad.
Viajar y
salir lejos del territorio físico, espacial o sensitivo de uno tiene
esa función obligada. Descubrir que la tierra no acaba en un
acantilado, y que la razón de ser tiene otras formas distintas a las
que conocemos. En ese punto los sentidos y la facultad de adaptarnos
que tenemos los humanos alcanza su sino verdadero: la de regenerar,
exfoliar y expandirse desde dentro.
Por eso, el
vino, como un alimento social que intercede para que los humanos, nos
conozcamos, descubramos la química de los alimentos, lo asombroso e
ilimitado de nuestros sentidos, y las posibilidades que nos brinda;
valga la redundancia. Es el que dota de sentido existir para no
ponernos los límites en hábitos, costumbres. Y una cultura -la de
ahora- tan tendenciosa y domadora de imaginaciones autodidactas.
Volver a Italia a explorar zonas, variedades y subzonas me sorprende
y divierte. Descubrir que el Cava no es Champagne, ni un Moscato de
Asti el niño pavo de la familia. Y que no hay vida que se complete
con la sapiencia absoluta.
Oler hasta
saturar la pituitaria un Chardonnay Californiano intentando descifrar
el origen de su diferencia con Franceses o Catalanes. Esos efluvios a
campos recién regados, a heno, el toque marino a puerto que lo
emparenta con su tipicidad y su localización. Y ese paso fresco
exótico pero sin apenas desmesura, albaricoques y melocotones
olorosos, algo de salino al final... diferente al fin y al cabo.
Tienen una entrada ten seductora y desenfadada que los hacen únicos,
incluso por ese exceso de vainillas solo en ocasiones, que gustan
tanto de beber.
O probar por
primera vez un ZINFANDEL como una experiencia curiosísima. Su nariz
floral a fresas, extravagante para quien no lo conoce e incluso
desconcertante a la vez que adictivo. Ese enfrentarse a algo
desconocido, y serte familiar como la fisonomía de un anónimo, pese
a que el vago recuerdo te confunde. Y sin embargo, percibir algo que
te obliga a desentrañar el misterio de ese final en el paladar a
compota, a caja de puros, a mineral. Es un tinto con tres recorridos
muy marcados (el olfativo, el primer ataque y el final). En este
caso, el Vicent Arroyo es un vino fácil, vivaz y con unos toques de
fruta madura que combinan perfectamente con ese pellizco a piel de
bota, cuero y mineral justito.
El final en
vista de la afluencia, acorde con la gran familia que nos reunimos;
presentes y mujeres. El broche final con lazo y envoltorio
imaginario; el del buen ambiente que se respiraba después de los
meses de estío. Un PETITE SIRAH sí, ese mítico vino cien veces
referido por Paul Giamatti en el popularzado film de Alexander Payne;
ENTRE COPAS/2004.
Un vinazo
inversamente proporcional a la discreción de su etiquetado, que
vende las cosechas antes de embotellarlas. Y que sin embargo deja los
egos para quien arrastra problemas de autoestima, ellos son así. El
mundo del vino en su microcosmos minituarizado al margen de modas,
tendencias y listillos, es así. Saben del terruño y de la
identidad?; actitud vamos. Pues es eso. Medir la generosidad por ese
estímulo que da la gente de manera informal y natural que tienes a
tu lado. Y hacerlo además sin escala ni patrón de medida que
valga, solo por pura armonía.
Ese Petite
Sirah extraído directamente de la bota y vendido porque tercia, de
la nimia reserva para consumo particular de la familia. Era pura
bendición y nació de eso, de la conexión entre personas con el
tinto vino de intermediario. Dirán que es el alcohol el culpable de
la generosidad. Pero tal y como MisDesastresNaturales me puso en camino hace
unos días, ya lo decía Ch. Bodelaire en el 64: Hay
que estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es el único problema.
Para no sentir el horrible paso del Tiempo que quiebra vuestros
hombros y os curva hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin
tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como
gustéis. Pero embriagaos.Y si alguna vez, en las escalinatas de un
palacio, en la hierba verde de una cuneta, en la soledad sombría de
vuestra habitación, os despertáis, con la embriaguez disminuida ya
o desaparecida, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al
pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo
que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué
hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os
responderán: ¡Es la hora de embriagarse! Para no ser los esclavos
martirizados del Tiempo, ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía
o de virtud, como gustéis.
Ese pequeño
asesino de milenarias uvas Sirias, ancestral por naturaleza propia.
Ese Petite Sirah del Rancho de Greenwood nos conquistó. El rastro
que cerrando los ojos y poniéndome en manos de mi niñez, siempre me
recuerda a la casa de mis abuelos. Algo seguramente que se escapa de
cualquier descripción fiable con la que orientar a propios y
extraños, y que es 100% personal. Estancias de viejos muebles,
suelos de roble cuarteados y dominados por el paso del tiempo, las
vidas que acogió y los elementos. El cacao desde el núcleo de la
propia semilla, sin con lo que disfrazarlo; entre lo amargo,
balsámico y tostado. Perfecto, con la maduración idónea, cuatro
años de botella que como maná dieron en contrapunto a la velada.
Con la boca
se escapó cualquier paternalismo con los Sirah de aquí o del
Ródano, muchísimo más crepuscular y mimoso. La madera presente y
amable pero integrada con maestría, armonioso, con la fruta
apareciendo y desapareciendo, las pimientas, el bálsamo... todo ahí,
en su sitio.
Después
llegó la distensión, el afloje de de cuerpos, el no estar todavía
afectados por el canibalismo laboral y cotidiano de nuestro día a
día; yo no, desde luego, todavía me queda una semana Allelujah!!.
Parmesano Reggiano de 28 meses de Vaca Rossa, y un Pecorino Toscano
curado en paja para hacer pucheros como una criatura desconsolada.
Bachi
Giovanni tiene la culpa. Cierto como la tierra que piso descalzo:
Un abuelete
de setenta y pico años, con los mismos años que familiares junta
en celebraciones y fastos conmemorativos; como él mismo nos decía.
Y que hace de la simple venta de sus excelentes quesos, fiambres y
moscardas artesanales, algo tan divino y fraternal como el arrullo a
sus nietos (que tiene unos cuantos). Recorrer ciento y tantos
kilómetros desde Granarolo della Emilia para ir a buscar sus
pequeños tesoros gastronómicos, es algo que hago desde que hace
cinco años el trabajo me llevara e a tierras del Pádamo. Volver a
casa y compartirlo pues eso, la extensión del placer propio como
algo que igual que la felicidad, se ha de liberar; las amarguras no.
Allí no hay
simple queso no, hay amor, mucho amor. Y algo que no se encuentra en
cualquier lado de Italia, la Mostarda Mantovana. Una confitura de
frutas variadas (naranja, manzanas, frutas del bosque, fresas etc.)
que va desde el dulzor de la miel de Campanine, la mostaza de Dijon,
y el subidón del wasabi en la nariz. Una combinación explosiva que
como las montañas rusas extremas, te sube al cielo y te baja al
infierno con un chasquido de dedos. No es picor no, es contraste. Y
con los quesos curados amigos, es una pura delicia. Es la excusa
perfecta para empezar y no acabar.
Y el colofón a un Jueves
injertado y acuñado ahí, en medio de la semana. Como la bitácora
de un navegante con final feliz:
Levantarte
con las legañas a punto de vaciarte la cuenca de los ojos. Preparar
las lentejas a tu octogenaria madre y llevárselas a casa junto a una
buena botella de vino. Ver que la receta tan simple como inimitable,
la vas perfeccionando día a día con la ayuda de las materias primas
de calidad (lentejas secas del frutero, albóndigas de pollo y
costillas del Solanet, laurel fresco, reducción de sofrito, mucho
perejil y cariño claro). Sin cariño nada llega a buen puerto, por
muy típico que suene. Que tu madre, aunque solo sea por simple amor
de madre, te ponga en un altar.
Visitar a mi
peluquero después del café y hablar de moda, diseño, arte y vejez
de una sola vez (en un barrio del extraradio marginal tiene su qué).
Es mi barrio, siempre será “MI BARRIO”, por años que lleve en
mi actual residencia. Un sitio selvático y agreste que nos puso en
la lanzadera y nos disparó allí donde nos llevase nuestra
curiosidad.
Cuarenta y
cinco años más tarde aquí. Tirando cohetes de felicidad, con un
día con 25 horas, subidos a una barandilla de la mano de mi pareja,
y a punto de saltar al vacío. Con cena de final de fiesta solos,
como nos conocimos. Y con esto de fondo “Who's in Control” ¿Quien
tiene el control?