Magnífica
manera de resarcirse, la de este joven director estadounidense de origen
nigeriano. Con el inteligente enfoque que le ha dado, a un tema tan delicado
como es: El de los dramas familiares y sociales en el ámbito de la educación. Y
la manera que tiene la sociedad actual, de diseñar lo -en teoría- correctamente
y moralmente aceptable.
No
solo por la riqueza de variantes. Sino por el grado de suspense que rodea a
esta fabulosa adaptación a la gran pantalla.
Chapeau!!
A
Julius Onah lo conoceréis por The Cloverfield Paradox: Un encargo de Netflix
para perpetuar aquella idea que se gestó en 2008 con Monstruoso (bastante prescindible,
por cierto). Y que tras la que para mí es, la mejor idea con Calle Cloverfield
en 2016: Un ingenioso y minimalista scifi de bajo presupuesto, y excelente
potencial de intriga con apenas John Goodman y Mary Elizabeth sobre un decorado.
No
es que le vayamos a tener en cuenta el nefasto resultado al pobre Julius. Pero
la última, de esta especie de franquicia mal llevada; pues la relación entre
cada película no hay por donde cogerla. Es el peor lastre que puede arrastrar
un joven director; si es que sois de los que os veis las pelis siguiendo el
legado de los mismos.
Que
no es mi caso, pues yo me vi Calle Cloverfield sin tener ni idea de la relación
con Monstruoso; ya os lo advierto. Aunque admito sí haber tenido la mala idea
de ver Cloverfield Paradox a sabiendas que sería un mojón. Pero con ese punto
de masoquismo de que: - Sabes que no es buena idea hacer una continuación de
una genialidad como Calle Cloverfield 10; más que nada porque la propia
genialidad es desligarse de la franquicia.
-
¿Qué coño tendrá que ver Paradox con la anterior? nada.
Además,
es muy muy mala y ya lo intuía, joder.
Pero
vaya, no sé porque narices os cuento esto ya que como os decía: Yo no soy de
los que veo las pelis por sus directores y antecedentes. Y es justamente lo que
me ha pasado con Luce.
Que
os lo cuento, pero a modo informativo y ya está, ¡¡hala!!
A
lo que iba:
Luce
no tiene absolutamente nada que ver con lo anteriormente citado.
Aquí,
es como si Julius Onah hubiera vuelto a nacer.
Y
en un mano a mano con J.C Lee (autor de la obra de teatro), han tenido a bien
proporcionarnos una película de aquellas que disfrutas plenamente, sin pararte
a pensar en lo esquelético de las sinopsis o etiquetas de género; que la
verdad, lastran la verdadera grandeza de la cinta.
Con
lo cual, también os digo que ese cúmulo de circunstancias no ayuda demasiado
para animarse a verla, y es casi un milagro de espeleólogo dar con ella. Salvo
el premio en Sundance que le dieron en 2019.
Se
describe como un drama social y de adolescencia. Pero en realidad, lo
fantástico de Luce es que se destapa como un universo poliédrico de matices,
ambiguas personalidades, enigmas existenciales, aristas a doquier, y un montón
de dudas sin contestar. Que el propio espectador se encargará de experimentar. Y
que desvelará prejuicios propios y ajenos, conforme avanza la cinta.
Luce
es aquel hijo modélico que toda madre querría tener: Estudiante brillante, compañero
modélico, excelente deportista, sociable y simpático, y con una oratoria y
desparpajo acojonante. Vamos una prenda de chaval, para unos padres (Naomi Watts
y Tim Roth) de carácter progre y culto que lo adoptaron con 7 años, de
Eritrea (véase guerra civil y niños soldado etc).
Hasta
ahí, todo perfecto; incluso tan sospechosamente perfecto, que uno podría
suponer una desgracia al caer.
Pero
tranquilos los tiros no van por ahí. Pese a que a los 15 minutos la historia da
un giro, cuando su profesora (Octavia Spencer) se preocupa por el cariz
de un trabajo sobre Frantz Fanon (un líder de guerrillas apólogo de la
violencia), y la coincidencia del hallazgo de unos fuegos artificiales
prohibidos en su taquilla.
Algo
aparentemente sin importancia y puramente fortuito, que nos podría hacer pensar
que es otra película de tantas sobre problemas con adolescentes, y de mimbres
raciales.
El
giro de la historia en realidad no es tal. Sólo que los primeros 15 minutos son
un preámbulo, y lo que sigue: El incidente que permite al director y guionista desarrollar
un laberíntico juego de dualidades. Y una serie de incógnitas sin ánimo de ser
despejadas, sino de generar un debate bastante controvertido a la par que
complejo.
Digamos,
que Luce es en realidad un thriller psicológico que escapa de la temática de un
thriller tradicional.
No
pretende asustar ni esperar un desenlace con culpables, víctimas, o juicios
morales. Pero pone en tela de juicio, muchas de las lagunas de nuestra sociedad
actual y lo inesperado que es el ser humano cuando se le somete a
condicionantes.
Todo
ello apoyado en una banda sonora a cargo de Geoff Barrow (Portishead), y
Ben Salisbury (exMachina, Aniquilación, Fuego Cruzado, La Licencia para
Matar de Black Mirror). De una tensión y oscuridad ideal en el desarrollo
de la historia.
Una
película que de cualquier otra manera, debería haber sido un fracaso por lo
ambicioso del tema que toca. Pero que es resuelto con un tacto exquisito y
maquiavélico por parte de Julius Onah y J.C Lee. Además de disfrutar de un
Kelvin Harrison Jr. (Monsters and Men, Llega la noche, Personal Assintant)
pletórico en la interpretación. Un reparto magníficamente explotado con ágiles
diálogos. Y hora cuarenta de película, repleta de infinidad de variables con
las que platearse serias y desquiciantes dudas.
Una
maravilla vamos. Relativamente fácil de visualizar en versión original
decentemente subtitulada, y en los canales habituales. Que gustosamente os
facilitaré si tenéis algún problema.
Siendo
testigos de cera de todo lo acontecido este 2020:
Con
el elemento pasional y liberador de acudir a teatros, cines,
exposiciones, conciertos… y en general. A todo medicinal acto de
presenciar el arte desde primera línea de fuego.
Bajo
el mínimo de la hibernación más extrema y desnutrida.
Posiblemente
estemos asistiendo sin apenas ser conscientes.
A
la conquista definitiva de las televisiones de pago. Como un troyano
parásito, que acabará convirtiendo los escasos brillos creativos y
plastificados; entre un sinfín de productos intrascendentes y de
entretenimiento inmediato. En el placebo perfecto, para que nuestra
reclusión y falta de emociones acabe siendo la medicina paliativa
idónea.
Por
suerte. Y rebuscando con ahínco, y la perseverancia del explorador
empírico. Todavía se puede uno sorprender de la capacidad de
supervivencia que tiene el cine español, y lo inspiradora que puede
llegar a ser la falta de autoestima latente del ser humano.
Porque
si bien la ciencia ficción parece ser el único camino para
extrapolar nuestras desdichas, y no caer en la reflexión profunda.
Yo
me quedo con la maravillosa y laberíntica complejidad humana. A la
hora de abordar las infinitas texturas y el cromatismo multicolor que
dan las existencias más comunes, intrascendentes, y anónimas. Para
desarrollar tramas, y luego, recrearnos en nuestra complejidad.
Entiendo
que muchos prefieran imaginar mundos imposibles y heróicos, menos
traumáticos (teniendo en cuenta que la comedia ni está, ni se la
espera). Pero… ahora que la realidad supera a toda ficción. ¿que
hay de sentir como propias las miserias ajenas? Así, en la distancia
y como espectador. Como si de una experiencia terapéutica se tratara
y sin el resquemor de sentir como “demasiado” propias, las
miserias ajenas.
EL
PLAN de Polo Menárguez y basada en la obra de Ignasi Vidal. Traslada
la puesta en escena mínima del teatro de guerrilla a la pantalla.
Sin el más mínimo intento de convertir una obra, en un producto
visual artificioso o consumible de multisalas; algunos se lo
reprochan para penalizarla, ay la virgen!!.
Y
a mi, esa hora y cuarto escasa. Me resulta lo más parecido a un día
en mi parque temático preferido, sin colas, bullicios, ni ahijados
cojoneros pidiendo más que la boca un fraile. El sumun vamos!!
Antonio
de la Torre, Raúl Arévalo y Chema del Barco, nos deleitan con la
esencia de la interpretación para regocijo del guionista. En una
trama tan ambigua como la misma palabra - EL PLAN - puede sugerir.
Lo
que para los adolescentes de hoy sería, EN PLAN… Thriller? Drama?
Comedia? Enredo absurdo?
En
plan, déjate llevar, aflójate el cinturón, y disfruta.
Tres
vigilantes de seguridad (seguretas), en paro, desarmados por la vida
y… expuestos como lo somos todo hijo/a de nuestra madre.
El
destino del corto viaje está condicionado por la intriga del título;
es cierto. Pero conforme avanza la película, acaba por ser meramente
circunstancial y delega cualquier premisa en las angustias de cada
uno de los protagonistas.
Todas
ellas interconectadas y con detalles surrealistas que viran
constantemente con sopapos de realidad. Pero que dan para escudriñar
en aspectos muy distintos, y géneros que se entrelazan. Haciendo de
la misma, una de las cintas más disfrutables que he visionado el
presente año.
Ese
tipo de películas de “segunda división”, donde la historia
extrae lo mejor de los actores. Posiblemente, porque no se ciñe a
las condiciones que el negocio del cine impone para que las películas
de hoy no tengan término medio: O pretenciosas en exceso y forma. O
más simples y prescindibles que el mecanismo de un botijo y la
utilidad de un lápiz blanco.
Este
pasado Domingo disfruté como un chuiquillo del último sainete de Álex
Montoya; no desde el sentido peyorativo ni mucho menos, sino desde la
concentración y levedad de los alumbres teatrales.
Una
hora y cuarto, donde el modus operandi asambleario -tan arraigado a
nuestra cultura colectiva- nos da para el muestreo de nuestras
glorias y miserias, con forma de fauna humana. Y también de rebote,
para hallar el qué de nuestra deriva más contemporánea.
Este
director de guerrilla Valenciano bregado en par y mil de miles de
cortos, a estirado la zancada hasta lo que se conoce como película,
ensayo u ópera prima. Para llevar a la pantalla la obra teatral LA
GENT; de Juli Disla y Jaume Pérez. Y hacer del inconveniente,
imprevisto o desastre, una oportunidad para lidiar el cierre de salas
y la pobreza del microcine, convirtiéndola en una oportunidad;
magnifique!!
Basta
ver su gran acogida de público en la plataforma FILMIN, además de
sus premios en los festivales de Málaga, Rizoma y Alicante.
Pero
digamos que la realidad de esta pequeña joya; premios, crítica y
arribismos varios al margen. Es su ingenio para trasladar a la
pantalla semejante y utópica idea, haciendo equilibrismo entre la
comedia, lo abstracto y nuestro autoretrato social. Y a la vez,
dejando tanto margen para que el espectador se genere su propio
psique; tanto si es de manera autocrítica, como si en realidad somos
de los que pensamos que: “Eso solo les pasa a los demás”.
En
cualquier caso, ASAMBLEA, gravita magistralmente sobre unos actores
en estado de gracia, disfrute y naturalidad del excelente guion de
esta maravillosa obra. Y ese es su mayor logro sin duda, además de su vehículo mixto linguístico en catalán/castellano/valenciano, como verdadero hito de la pluralidad real.
Francesc
Garrido, Cristina Plazas, Nacho Fresneda y Greta Fernández llevan el
peso de la trama, y un objetivo que no halla jamás destino alguno.
Con la magistral colaboración de Jordi Aguilar, Irene Anula, Lorena
López, Marta Belenguer, Sergio Caballero, María Juan, Abdelatif
Hwidar, Juan Mandli y Jorge Silvestre; por orden de protagonismo.
Aunque sinceramente, la melé dialéctica del reparto roza por
unanimidad la magia instantánea. O dicho de otra forma: La esencia
más pura de la interpretación como eje del séptimo arte.
Tanto
es así. Que poco importa el quiz de la cuestión o el misterio
latente que consiguen, pese a que todo gira sobre un acuerdo
colectivo inexistente. Que no hace más que sacudir el polvo del
laberíntico ecosistema que representa el ser humano y… ¿su
incapacidad de ponerse de acuerdo?
Ya
digo. Al final, poco importa para que se reune esa gente, si se
pondrán de acuerdo, si hay algo más que una pura relación
interesada de los participantes, o si hay una subtrama apunto de
estallar.
Porque
la auténtica virtud de esta instalación, es la infinidad de vías
para construir nuestro propio microcosmos que se desperdigan en una
sola hora de cinta: Ágil, cambiante, absurda, y a la vez, de lógica
académica. Y de improvisación maquiavélica, cuando se buscan los
tres pies al gato sino es que los tiene, y todos vivimos en un engaño.
Cuando la participación como paradigma, nos da vía libre.
Esas
pequeñeces que todavía me hacen creer en el cine, como estímulo
para la creatividad, el ingenio, y el divertimento.
Ha
amanecido un día radiante; como anunciando las borrascas de la
semana viniente. Sin embargo, todo encajaba en un estado natural de
felicidad exultante y necesario.
He
bajado a por mis hiervas que cada noche me infusionan como una tisana
de adormidera. He charlado con la tendera a quien siempre se las
compro, y ha acudido a mi, una repentina reflexión. De cómo las
patologías cognitivas que ya arrastrábamos. Aparecen en estos
momentos extraños de reclusión.
Unos
– como es mi caso – observando (nos) y desempolvando ese curioso
estado de paz que no nos invita - como dicen muchos -: Ha hacer todo
aquello que habíamos aparcado por la cosa de la ansiedad cotidiana,
las obligaciones y tareas del sistema.
Sino
a recuperar un montón de detalles de nuestro pasado, olvidos o
pequeñas cimas ilustradas y culturales que nos han formado tal y
como ahora somos.
Otros
parecen estar a merced del vaivén de la ansiendad que ya
arrastraban, y que ponían a disposición del entretenimiento
sedante: Ese que no estimula la reflexión, el debate o la
perspectiva, y que te deja al ralentí sin más emoción que la queja
constante, el no argumento y el confrontamiento con esos elementos a
los que siempre les echas la culpa de tus desgracias. O el
entrenimiento sin fin, por el mero hecho de desconectar de la
realidad.
Se
asoman al balcón y hacen de policía política. Salen a la calle
engarrotados por sus mismas carencias de siempre, solo que ahora las
ilustran en un virus, en la gente como dicen irresponsable y en sus
miedos; de siempre.
Se
ha confundido la prudencia y la templanza, con la psicosis y el
terror que arrastramos a reinventarnos y fortalecernos. Porque si es
verdad que la economía se va a la mierda o nuestra normalidad se
tambalea. Nuestro reto real es saber extraer el humanismo que hemos
ido perdiendo por el camino y sobretodo, la creatividad y la
generosidad. Pero la de verdad eh?
Esta
sobremesa le he quitado el polvo a ese dvd perdido de Memories of
Murder del 2003. Y les he recordado ha mis hijos, que mucho antes
que Parásitos nos recordara el Cine de riesgo. Bong Joon-Ho nos
descubría esa otra Corea que tan poco tenía que ver con Oldboy y
nuestras realidades occidentales.
También
me ha recordado Oscar Avedaño (bajista de Siniestro Total) con esta
misma reflexión, una de las escasas exquisiteces que pueblan ahora
mismo Netflix: Más extraño que la Ficción. Reseñada por
aquí hace ya diez años y que ha envejecido maravillosamente.
Y
si ciertamente cuesta horrores encontrar películas con guiones
arriesgados, o por lo menos creativos a la hora de construir
historias. Tampoco son muchas las que le den ese sentido de antaño.
Que dotaba al cine de la liturgia teatral, interpretativa o
sensibilidad despojada de artilugios ficticios, efectos o frenetismo
poco exigente.
Me
refiero a esas otras películas de casi siempre factura europea,
donde las historias son las verdaderas dueñas del ritmo. Y sumergen
en el clímax al espectador, con todos aquellos elementos que el cine
actual elude presuntamente, porque nos supone escasos de
concentración, sensibilidad o atención. Impacientes por naturaleza;
digo yo.
Es
el caso de LA SOMBRA DEL
PASADO; una de las cintas que más he disfrutado estos
días de reclusión. Y que seguramente no tengáis mejor ocasión en
la vida ni dispongáis de este preciado tiempo, para meteros entre
pecho y espalda 3 horas de filme.
Dato
éste, que ha hecho que la tuviera aparcada en el trastero más de
seis meses. Y que ahora, conociéndome, no entiendo de la
desconfianza cuando tantas satisfacciones me ha dado aquello que ha
maltratado la crítica así, en general.
Supongo,
y creo no equivocarme, porque la mayoría se centran en aspectos
técnicos y teóricos. Y se olvidan totalmente que el cine es mucho
más que un producto que pasa por un control de calidad, para valorar
esas primeras y superfluas impresiones fallidas.
Si
crees que el director de LA VIDA DE LOS OTROS, pretende aquí abordar
otro aspecto histórico e ideológico de Alemania. Te encontrarás
con una película superflua, poco exigente en lo elemental e incluso
ñoña.
Donde
se narra la historia del pintor alemán Gerhard Richter a caballo
entre su infancia y la trágica vida de su librepensadora tía, el
nazismo, la Alemania Comunista y la actualidad. Pero donde ni tan
siquiera es la propia vida del pintor la que modula el mensaje real
de la cinta; que creo que elude cualquier juicio ideológico o moral
a posta. Y donde realmente sí se quiere transmitir todo lo
que significa, o debiera ser el arte en general como una filosofía
intangible sin pautas ni retóricas.
Y
admito hay cierto desequilibrio en las interpretaciones; de
brillantes y también de tan pulcras que rozan lo mediocre. Que
algunos saltos argumentales no tiene explicación ni criterio.
Incluso que… se potencian momentos dramáticos o de pseudothriller
sin demasiado acierto. Ahora:
Yo
no soy de los que cuando se dispone a disfrutar de cualquier
disciplina creativa (cine, música, literatura o artes plásticas
etc). Se arremanga y saca la lupa y el látigo de fustigar, no. Si
abro los poros y azuzo las zooxantelas, es para que los sentidos
hagan su trabajo y la mente… La mente ya sacará sus propias
conclusiones; o no: Que a veces y por lo general, lo que cuenta es el
placer o la emoción que te provocan las cosas y chimpún!! Que no se
pierda el instinto.
Y
que luego surge un debate? Como aquí, que os lo explico y tal. Pues
muy bien. Al fin y al cabo habrá que explicarlo para incentivar y
esas cosas, aunque la mejor opción siempre es atreverse para sacar
cada uno sus propias conclusiones.
Lo
que si puedo garantizar es que LA SOMBRA DEL PASADO es una película
que pese a su longitud, es realmente accesible. Muy disfrutable –
incluso más de lo que uno puede sospechar – pese a que la
temática/sinópsis puede parecer poco atractiva.
Y
lo es, no porque como dicen las críticas oficiales sea: Superficial,
cargada de clichés, sentimentalista y ramplona con personajes
unidimensionales. Si no porque como ven, hay cine que se hace para el
espectador, y otro que es la coartada perfecta para desacreditar la
sensibilidad de los mismos.
Seguramente
no sea ésta, una película para todos los públicos; o por lo menos
para los que atiborren inmensas salas multicines. Pero es un mísero
oasis en un secarral de exceso de efectivismo y nulo estímulo. Que
arriesga en la forma poliédrica de exonerar al espectador
discurriendo como un rio. Sin apenas alterar la opinión de quien la
ve, con una sutilidad a mi entender maravillosa y poética. Es
también un ensayo fantástico sobre el arte, la libertad y la
naturaleza altamente inspirador. Me encanta esa manera poco
convencional en la que los personajes no se pronuncian ni desvelan
con claridad los sentimientos, todo tan teutón. Y a la vez con
evocaciones al romanticismo gótico de James Yvori, y esas películas
donde es más relevante lo que callan los personajes, que lo que nos
muestran.
En
fin… Creo que es una película que merece un visionado y que es un
estimulante ejercicio de libertad personal. Ahora que los dilemas
existenciales y sociales ponen a prueba nuestra sensibilidad y
nuestra creatividad.
Háganse
un favor y suerte lastre. Solo necesitan tres horas para si mismos
¿me van a poner excusas?
Hay
penículas
para reír con
contagiosa e hilarante melodía,
para desangrarse llorando e incluso para poner el piloto automático
y desconectar en pos de abrumadores efectos visuales e imágenes a
toda velocidad.
Hay
gustos, tantos como colores y tonalidades en la paleta; gustos para
todo y tutti.
Y
de eso, la industria del entretenimiento sabe
un montón y nos tiene
desde hace un montón,
un plan preparado para
alabar el: “una
imagen vale más que mil palabras”;
cierto?…. O no…
También
hay placeres solitarios -además de la masturbación-
para construir nuestro propio imaginario a capricho personal: Sin
entrometidos, influencias externas o condiciones.
Para
quienes matamos el tiempo juntando letras y soltando lastre; nuestra
mejor aliada. LA SOLEDAD
La
misma que te empuja en una hipotética hipérbole. Y adentrarte remo
en mano al infinito mar, con una caña de sedal laaargo laaargo.
Buscando en el lecho marino, todo aquello que otros extraviaron,
ignoraron o no quisieron por desprecio.
Estas
dos cintas en efecto, no son en absoluto de rutilante actualidad.
La
primera: la Francesa LA TORTUGA
ROJA.
Ya
cuenta con tres años, y sinceramente. Me
extraña una barbaridad que no se le haya hecho apenas mención en
éste, nuestro mundo blogeril de formato casero; por lo menos que yo
sepa.
Y
la segunda: Coreana CASTAWAY IN THE MOON. Incluso
con unos cuantos años más; diez, en concreto.
La
primera la vi hace dos años y sinceramente ya sea por pereza. O
porque cada vez me cuesta más ponerme a escribir sobre cine sin caer
en las típicas exposiciones, tecnicismos o coletillas. Para acabar
convirtiendo esto del placer cinéfago, en una materia con prospecto
y bondades paliativas; que en serio, me aburre soberanamente.
Pero
fue recuperar este último filme del Coreano Lee Hey-jun en una tarde
modorrosa de invierno, alabada como comedia y mis ganas por poner el
piloto automático… Que mi sorpresa por su inflexión a la hora de
tratar la opresora
debacle actual (esa que ya nos metieron con vaselina hace años y
a la que ya estamos sojuzgadamente acostumbrados).
Y ese punto de bizarrismo Coreano, tan omnipresente
en sus maravillosas
películas. Para
exponer en clave de “comedia”, la desesperación humana, la
soledad y una
poesía de júbilo
final.
Me
ha hecho reconsiderar la conexión – aunque aparentemente
antagónica en cuanto a estilos – perfectamente
compatibles en alegatos humanistas, liberadores y reflexivos. De dos
de las películas, que más me han emocionado últimamente.
Así
que digo yo… Sería una injusticia que entre tanta serie y falta de
chicha cinéfila; por lo menos a grandes rasgos. Que el avance del
tiempo pierda en el olvido a semejantes joyas.
LA
TORTUGA ROJA: Es para quienes
crecimos enterrados entre pilas de cómics, tebeos e imaginativas
ilustraciones. Lo más cercano
a imaginar o visualizar en la gran pantalla, una historia de Frederik
Peeters o Jean Giraud.
No
solo porque sus ilustraciones en movimiento se apoyan en las
texturas del lápiz y la tinta coloreada. O porque las mismas
exploten la sensibilidad y la extraordinaria belleza de su
paisajística y desoladora fotografía. Sino porque todo ese
minimalismo gráfico, conecta
con intrínseca naturalidad la tradición ilustradora francesa con
los estudios Ghibili. Quienes
la auspician, cuando se temía por su continuidad tras la muerte de
su fundador Hayao Miyazaki.
Pero
al margen de ese invisible tapiz visual que entreteje a clásicos
como: La Tumba de las Luciérnagas, Mi Vecino Totoro o el Viaje de
Chihiro. En el respeto originario de la animación hacia el papel.
Es, la historia:
Que
emerge como la verdadera y más mágica de las narrativas, donde la
desolación, la fábula mágica, la
naturaleza, el amor, y
los ciclos de la vida. Se
despliegan
con una armonía casi Zen sobre una preciosa banda sonora y sin ni un
solo diálogo.
Como
una alegoría entre la ausencia de textos y las imágenes, y donde
sin embargo. Esa misma historia es capaz de dar la plenitud que otras
producciones animadas han sido incapaces de lograr sin un aparatoso
despliegue de medios. Y que la historia gráfica tampoco es capaz de
conseguir sin la complicidad del lector.
Aquí
pues, es un todo. Un regalo para grandes y pequeños por su mensaje
poético, por la
libertad sin condiciones a la hora de que el espectador construya su
propia moraleja o lección de vida. E ilimitada a la hora generar
sensaciones, sí, sin un solo diálogo.
¿no
es mágico?
Y
en la que un náufrago a su suerte en una remota isla desierta.
Descubre en el abandono más absoluto, su insignificancia y el
abrumador susurro de la naturaleza. De su instinto superviviente, a
la desesperación. De sus miedos, la resignación, la rabia, el
consuelo… Y la exuberante poesía del silencio, cuando solo la
música y las imágenes son capaces de transmitir tanto como la
danza y la expresión de dos cuerpos.
En
realidad esta película animada es como un viaje por la vida. Un
alegato a la existencia, y la poca trascendencia del ser humano en el
universo si se es engranaje y no conductor.
Las
dos cintas se dan la mano cuando nos presentan a dos seres humanos
desprovistos, desesperados y solitarios. El siguiente sin la
sensibilidad y aflicción del protagonista de La Tortuga Roja desde
luego.
Pero
con la misma ternura y piadosa empatía para con el espectador, lo
juro.
CASTAWAY
IN THE MOON nos presenta al
típico inútil milenial, ahogado en la propia mierda del sistema:
Endeudado, arruinado y dependiente de la tecnología al borde del
suicidio (tan
inútil que ni suicidarse sabe)
. De una manera grotesca y esperpéntica, según los cánones
culturales del cine coreano y asiático, así a lo bruto.
Pero
no tan lejos del náufrago de La Tortuga Roja, por inverosímil que
nos parezca. No amigos, no.
Uno
podrá ser todo lo melodramático y poético que se quiera. Pero Kin
Seong-Geun también tiene su drama personal, por muy materialista que
nos parezca y carente
de misericordia. Y
poca broma con el suicidio en Corea, donde las tasas de suicidio de
estudiantes y ejecutivos por las exigencias sociales son alarmantes.
Que
la alegoría a la madre naturaleza de la gran tortuga es
infinitamente más emotiva, que el anhelado
sobre de Fideos
Instantáneos con salsa de Judías de Kin; puede ser, no lo dudo.
Pero
a la práctica, el ejercicio de crítica existencialista a la
sociedad actual donde se dota al individuo de un poder infinito;
siempre y cuando le sigas el rollo al sistema. Y la verdadera
insignificancia del mismo ante la madre naturaleza y nuestro origen
primitivo. Es exactamente igual, y nos lleva más o menos a las
mismas conclusiones.
Pero
al lío que me desvío.
Kin
Seong-Geun no logra
suicidarse y va a parar a un islote colindante a Seúl y sobre el río
Han, a escasos metros de la ciudad. Pero ah problema!! el personaje
en cuestión no tiene ni pajolera idea de nadar. Igual que yo hace
escasos seis años; con lo que supondréis mi empatía y comprensión
con el susodicho.
Así
que el largometraje narra las peripecias de dicho lerdo en su afán
por por escapar y/o sobrevivir rodeado de inmundicias y mierda varia
que la corriente arrastra al islote desde la gran urbe. A
lomos de un ritmo narrativo y odisea algo ridícula muy cercana a los
Hnos Coen. Lo que de principio parece una chorrada de dimensiones
simplonas, se acaba convirtiendo en una oda a la soledad y a nuestra
propia realidad, por absurda
que parezca.
Por
el camino da tiempo a sentirnos identificados; tan poderosos y
capaces como nos creemos. Pero a reconocernos
ya, como víctimas reales de los prácticos interfaces amigables y
apps que tan fácil nos hacen la vida. Donde es visible a diario,
como la gente se va olvidando ya de hacer cosas con las manos y a
usar su instinto para sobrevivir al día a día.
Aquí
a risas a costa del inútil, condescendencia y al final cariño. Hay
espejos en los que mirarnos y también un idilio amoroso invisible y
en la distancia, con una Hikikomori.
Que acaba siendo un alegato a la libertad y una reflexión al fin y
al cabo, sobre la levedad del ser. O si se quiere, el verdadero
origen de la felicidad lejos de muchos bienes materiales.
Suena
utópico y superidealista, pero en el fondo es la única culminación
hacia lo más parecido a la tan manoseada felicidad.
Que
supongo que cada uno a lo suyo con SU felicidad; dios me libre. Pero
que queréis que os diga.
Yo
que crecí sin apenas lujos ni caprichos, de
familia de campesinos y pastores. Cuando mi padre dejó las ovejas y
se vino a Barcelona con sus 5 hijos sin saber leer ni escribir, para
acabar dedicándose a hacer Barricas y criar Canarios. Lo poco y
escaso es lo que más nos ha unido como hermanos. Buscar nuestra
armonía con curiosidad infantil y sin ningún tipo de complejo ni
vergüenza por ser ignorantes luego, curiosos.
Lo
que más me place en la vida es darle la vuelta a las piedras que
pisamos para ver que sucede ahí debajo. A aprovechar los sentidos de
la naturaleza: Oler e interpretar, observar lo insignificante más
que lo deslumbrante, escuchar el
murmullo y no los gritos, tocar y herirte un poco si hace falta
porque en la cura está la superación. Y absorber cual esponja
marina para liberar y oxigenar.