Maceración y fermentación
en Inox. durante 20 días. Fermentación melolactica y crianza en
barricas de roble francés durante 12 meses.
Hoy he
vuelto a subirme a mi atalaya. En busca de un mirador donde avistar
conatos de incendio con los que arder. Ese visor imaginario al que
trepo, cuando a tientas y de noche, deambulo perdido por el bosque.
Alta y destartalada como un sindiós. Con forma de fortaleza,
erguida entremedio de zarzas. Y custodiada por avisperos y telarañas.
He trepado
por su escalinata oxidada y llena de líquenes hasta allí arriba,
para volverme a estirar en esa vieja hamaca raída de poliéster
calado: Recostando mi espalda en la escalera de gato, tomando aire a
medio camino, y sin necesidad de mirar hacia abajo por si los
vértigos de la duda.
Hay que
subir bien alto para ponerse a salvo de las fieras. Esas que con
forma de interrogante te hacen vacilar, e incluso aturdirte con la
velocidad de los días, los gritos y las amenazas; hasta acorralarte.
Allí en lo alto, no solo está uno a salvo de las corrientes
fuertes que todo lo arrasan. Sino que se ven además, las cosas con
más perspectiva, se perfilan los horizontes e incluso detener el
tiempo para testear la maquinaria que nos mueve. Mirar a contraluz
las lágrimas que se deslizan por el cáliz, que se adhieren
resistiendo la gravedad, construyendo formas caprichosas que emulan
las primeras lluvias del otoño. Y disfrutar con parsimonia, del
alivio que supone contemplar el transcurso de las cosas desde la
altura.
ATALAYA a
sido el primer trofeo de este fin de estío. Un concentrado tan hondo
y profundo como los agujeros de gusano cósmicos, que nos tragan y
fagocitan. Un tinto de Almansa venido al pelo, cuando nos llega el
agua el cuello y buscamos lo imposible al borde del fin vacacional.
Ese elixir concentrado de viñas centenarias, que convierte la
robustez de los torreznos Manchegos en savia, su oscuridad en luz, y
su grano grueso en munición para resistir encaramados en la Atalaya.
ATALAYA es
un tinto elaborado por el grupo Gil Family Estates. Un
importador formado por ocho bodegas, que desde hace unos años y con
el auge de la distribución en nuestro país de origen, ha crecido
exponencialmente. Mi primer encuentro con esta familia fue con
VOLVER. Un Tempranillo Manchego de esos que tira por tierra cualquier
idea preconcebida sobre una de las uvas reinas en nuestro país; por
lo menos la mía en los tiempos que lo probé y en mi escaso bagaje.
Después vinieron otros (Atteca, Atteca Armas, algún vino de Juan
Gil... Vinos tintos, que están unidos en su mayor parte por la edad
de sus viñas y lo que esto conlleva: Mineralidad, complejidad,
reducción, y la peculiaridad propia de cada vino según zona y uva.
Aunque en las fichas no se dan muchos detalles de la edad de las
viñas en cuestión; lo cual no estaría de más.
La
climatología de esta zona y de otras como las de Atteca en
Calatayud, Juan Gil y el Nido en Jumilla o Volver, de la zona de
Toledo, son de muy bajo rendimiento. Con lo cual, y unido a sus pocas
lluvias, contrastes térmicos típicos del clima Continental: grandes
insolaciones y tipos de tierra; en este caso calizos. Nos dan unos
vinos de elevadas graduaciones y gran concentración. En fin, no sé,
puede que para según quien esta potencia sea un inconveniente; no
son vinos para el verano eso ya lo digo.
Pero lo que
para algunos puede suponer un justificado canguelo, para mi, es un
puro disfrute amigos. Que queréis que os diga, me tira la piedra, y
sobretodo la mutación (finamente evolución) que tienen estos
bichos. Debe ser quizás, la misma devoción que les tengo a los
tintos Italianos: robustos, ariscos y a veces salvajes, pero que
cambian con el tiempo y el aire cosa fina. Como yo digo, vinos
tridimensionales #muchos en uno.
Puede que
este tinto -al que accedí una noche de picoteo en el Celler Cal Marino del Poble Sec- sea de los que mejor impresión me hayan
causado. Quizás el momento, quien sabe... Las experiencias casi
siempre van sujetas a momentos únicos e irrepetibles; como nosotros.
Que cambiamos y nos modulamos sin tan siquiera saberlo como los
camaleones; según el entorno y si las serotinas o dopaminas están
bulliciosas. No temáis, no son drogas, son totalmente naturales.
Aquella
noche debían estarlo, o si no, igual era yo que rodeado de botellas,
toneles y viandas de trinchera perdí el juicio. Fue aprox. hace casi
dos años; por eso lo de la añada, 2011. Ahora seguramente en las
tiendas encontréis las del 2013 y puede que esté un poco más
verde. Así lo recuerdo yo de aquella noche. No se si por fallo de
temperatura; algo que me jode bastante de algunos sitios: Tener los
tintos a temperatura ambiente, cuando a lo mejor estamos en
Primavera/Otoño/Verano a 22/25 grados, si no a treinta y pico. O
porque con dos años menos de botella, los taninos estaban mucho más
presentes. Misterios de las dopaminas, o no...
El caso es
que de allí me llevé dos botellas, eso lo recuerdo a la perfección:
Un Pedro Ximenez de Spínola y La Atalaya. La segunda para guardarla
durante un tiempo, la primera no duró ni una semana.
De este
trago hondo de principio de curso. De semana panza arriba esperando
la sentencia al trabajo – Tres hurras por los vagos!!
La cuestión
es que cayó como aquel café que le llovió Juan Luis: En su
momento, delicioso, cálido justo el día que apareció el Otoño,
(después solo fue un amago), pero yo lo gocé, vaaaaamos!!
Uno de esos
Domingos que yo siempre visualizo soleados y silenciosos; aunque
Morrissey se empeñe en que sean grises. Pelando a mis hijos como un rito fraternal de Domingo desértico. Acondicionarlos justo cuando todo huele a lapicero y a goma de
borrar, en cuerpo; y en alma sobre mi Atalaya. Todos a la mesa, un plato de lentejas de un día para otro, y la
grandeza de ese modesto líquido, oscuro, sedoso.
La Atalaya
condensa su profunda longitud en un carmesí intenso. Al abrirlo
explotan mezclados con esos 16 grados de volátil, las especias:
pimientas negras, clavo, cardamomo, el aceite de bergamota del Earl
Grey. Cuando el oxígeno se lleva esas primeras resinas y epoxi, van
apareciendo progresiva y lentamente los frutos negros: moras,
arándanos, algo de regaliz. Se vuelve más frutal y láctico,
quedando al final un ligero atisbo al cuero que los taninos otorgan;
puede que una sutil oxidación al final.
Es un vino
que evoluciona amablemente y se hace más dócil, acaramelado. Igual
que esos Priorats o viejos Montsants de Cariñenas y garnachas
centenarias. Comprime estóicamente todas sus esencias por largo
tiempo, y explota transformándose como una crisálida cuando se
acomoda en la copa. Su boca al principio es química como el
alquitrán caliente recién prensado. Su tanino es inciso entre ese
efluvio de monte bajo, de madera descompuesta, de hojarasca y de
setas. Cuando respira o lo gorgojeas en la punta de tu boca resaltan
los mentolados, el cacao negro con el especiado que predomina; una de
sus características más indomables.
Acaba siendo
un vino bastante más afable, los taninos y la acidez integradas
fantásticamente. Eso sí, no pierde esa personalidad mineral, su
longitud, y ese carácter de antaño donde el tiempo para el
minutero, y la paciencia se convierte en una virtud extinta.
Sobre la
ATALAYA todo se ve de forma distinta: La extensión de campos
amurallada por árboles, coníferas, y el silencio que solo se
atreven a quebrar pinzanes y caderneras. Los latidos bajan las
revoluciones al mínimo. Solo los hondos suspiros, y ese llenarte
como las pieles de las botas de aire hasta el éxtasis.
Desde arriba
se ven las cosas mejor, desde la Atalaya.
Es noche
cerrada y tras diez largas horas al volante, la mirada hipnótica se
pierde diluyéndose con las infinitas líneas de la carretera. Se
funde con las luces que se descomponen en incontables colores: El
silencio del habitáculo, la soledad de la noche, los indicadores del
salpicadero y el lento goteo de los kilómetros en el gps.
Con el
quejido del violoncelo de Dan Berglund de fondo, se corta como un
aullido la noche al dar alcance a “The Unstable Table & The
Infamous Fable”. Que quiebra como el lamento de la huida, la
serena templanza de Viaticum.
De vuelta a
casa tras unas necesarias vacaciones en la Italia, que de norte a
centro se pespuntea con diminutas excursiones: De Cuneo en el
Piamonte hasta Turín, pasando por Asti. Ese perderse entre hileras
de viñas de Nebbiolos y Barberas, alcanzando un flujo constante de
paz interior quasi religioso. Dejarse caer rodando por los
Apeninos sin rumbo fijo hasta Cinque Terre, para acabar estupefacto
ante la desmesura humana de La Spezia.
Volver tras
un tris tras de tres años a los aledaños de Bolognia, para
comprobar que el inmenso Sauce llorón de la entrada sigue ahí; ante
la casona rodeada de Sorgo y Remolachas. Y darse al abandono de la
contemplación, del cacareo de los Faisanes, y el planeo rasante de
insectos, que cada noche cenan con nosotros. No es por arrogancia
sino por costumbre, que entran como Pedro por su casa y se llenan la
copa, pica que te pica.
La historia
que se cuenta por el final, porque cuando uno deja atrás añoranzas,
casi siempre es el último aliento el que perdura. El que se queda
grabado como un fotograma, y el que sin saber cómo, acaba siendo el
icono de aquel año, la melodía, la imagen, el momento imborrable.
Y no es el
cansancio de un trayecto que se estira como un chicle. Cuando el
peregrinaje incalculable de cientos de viajeros tapona la sangrante
herida de Ventimiglia. Ese que tras dos largas horas de procesión
-en el que se te repenchan los mil kilómetros de trayecto- haciendo
la huida más suicida y autómata aun.
Sino una
especie de concentración de la que no eres más dueño que la
sinuosa carretera: La piernas están extraordinariamente frescas pese
a la distrofia de la que adolezco. Los brazos y las manos en una
postura de insólita comodidad. Y dejar atrás la A54, para
deslizarse por la autovía que pasa por Arles hasta remontar el
Ródano, cuando de repente suena “Tide of Trepidation”:
Una especie de sonata melancólica que me conecta directamente con
Astor Piazzola y su difuminado Buenos Aires. Tan insoportable la
melancolía, el abandono y la impenetrable noche, que ni la luna
llena que pende del cielo estrellado logra iluminarte.
Viaticum
tiene ese extraño poder: Nos atrae como las polillas a la luz
cuando es la negritud de sus compases la que nos empuja a una sima
sin fondo. Haciéndose dueño de antiguos actos de recelo y
suspicacias. Y Dando sentido a toda la obra, llevándose de un soplo
tantos miedos por cruzar el umbral.
Allí dentro
hay otro mundo, que poco o nada tiene que ver con aquel JAZZ, y el
terror infundado a verse aplastado por los años. No hay paciencia
sino serenidad, ni delicadeza, solo acierto instintivo y natural. Un
organismo vivo que se rige como las mareas por la luna y las
estrellas, por los ciclos naturales y por los impulsos animales.
Tide of
Trepidation es de un gancho amable que te acuna, cierto. Una
prueba iniciática necesaria, para abrirnos paso hasta los arrabales
de “Eighty-eight Days in my Veins”: Un paseo por patios
andaluces de pámpanos colgantes, viñas que se retuercen por los
alambres y se contorsionan como bailarinas, estrechádose hasta
llegar al pozo cercado de claveles rojos. La Escandinavia cálida que
Esböjrn tejió tres años antes de su muerte, atizando la llama de
sus dos consortes. Algo tan aparentemente natural, que emociona.
No hay sueño
capaz de doblegar tus párpados, cuando tu anhelo por cruzar la
frontera es tan intenso como lo que se va quedando atrás. Te vuelves
hacia dentro como el corazón de un pulpo agónico, y tus ojos con él
te ven en el borde de la piscina. Allí, mirando despreocupado el
tiempo que se detiene; un amaro agridulce en una mano, y un cigarro
en la otra. “The Well-wisher” suena a inciso tropical;
diabólicamente corta. Aflojas los brazos y te dejas llevar por el
ritmo del agua, de la respiración #expulsas por la nariz, dos
brazadas, las piernas tan ligeras y ágiles como en el pasado, y no
hay cansancio...
Sin
alcanzarlo a explicar con una lógica teórica, podrías estar en dos
sitios a la vez; conduciendo camino a casa, y tumbado en una hamaca
esperando a cuartearte bajo el sol. De echo lo estás. Puedo sentir
la música de la Pompa Magna, y la delicia de ese Marchesi di Gressy
erosionar mi paladar con guindas, bayas y los pétalos revolotear en
mi boca como mariposas. Esa misma sensación equívoca de “The
Unstable Table & The Infamous Fable” que arranca floreada
hasta postrarse en pleno quejío flamenco; hondo, extasiante,
en pleno equilibrio con el PostRock más pétreo y el Jazz
multicolor. Se siente a cada corte el hilo de un viaje que te
recorre, Viaticum no se entiende si no se cae de lleno en él. Solo
así, uno puede hacerse a la idea de lo que supone la obra en toda su
extensión.
Cuando
alcanzas “Viaticum” en pleno ecuador, se entiende el
mismo, como la poesía que alberga paso a paso. Una rendición,
redención. Una derrota en toda ley, que extenuada se despliega con
su piano arropado por la caricia de las escobillas, que se
arremolinean como alados bombeando con el contrabajo.
La noche se
sostiene por un hilo de piano que se afloja y tensa por cada golpe de
acelerador. La luna inmensa y resplandeciente rebota sobre las aguas,
y el camino se congela por un segundo interminable. - Es ese el
poder secreto del Jazz? La digestión tranquila que uno necesita
con los años de atracones, de velocidad adolescente, de tragar y
regurgitar para seguir comiendo. La que hace que esas mismas
filigranas que lo alejan del Jazz catedrático, lo enraícen también
en los posos que dejaron tantas horas de músicas polifónicas
pasadas.
“Letter
for the Leviathan” tiene ese mismo don contorsionista para
mecerse según sopla la ventisca. Enderezarse flamenco en un último
baile a la muerte. Y disiparse como las columnas de mosquitos sobre
los árboles, para volverse a colocar en perfecta y armónica
formación. Cuando llega “A Picture of Doris Travelling with
Boris”, los dedos de Esbjörn ya vuelan sobre el piano
mostrando porqué el Jazz puede ser tan maleable como anquilosados
los términos que lo intentan acorralar.
La música
como las vivencias y los instantes que las ilustran, nos han llevado
por caminos inverosímiles: Las que hemos aceptado como propias y de
las que hemos renegado como niños malcriados. De malas y buenas
experiencias hemos aprendido a improvisar rectificando la
trayectoria, tapando zanjas y tendiendo puentes sobre abismos. La
música, sobretodo, me ha enseñado a darle forma e incluso con
herramientas tan etéreas como los sentimientos y la pasión. A algo
tan intangible y variable como la misma presión atmosférica o los
elementos.
Quizás por
eso no sabría explicar tal o cual melodía con un simple adjetivo,
exclamación o teoría. Si todo fuera tan fácil en la vida, sería
tan y tan aburrida como los patrones. Pasaríamos por este mundo como
quien ojea en el estante de unos almacenes buscando su talla
#L,M,XL,XLL. Y así sigo, a la deriva de las nebulosas que pasan y se
van dejando heridas; y nosotros todavía sin saberlo. Pensando en el
mañana, cuando el presente se nos cuela por entre los dedos y el
aire agujerea nuestro torso.
VIATICUN
apareció como un fantasma en pleno viaje, se agarró a las ruedas
del coche y se subió en marcha. Desde entonces no vuelve a sonar
igual, y no porque fuera el primero, el determinante ni mucho menos.
De pequeñas apariciones está poblado el camino del caminante. Solo
hay que caminarlo, hacerlo y deshacerlo, aprender y desaprender para
medianamente entenderlo.
No hay que
obsesionarse si no se comprende. Podría volver sobre mis pasos y
desde el principio, narrar de nuevo el instante, la aparición; y
nunca sería igual. Citar todo a lo que me recuerda y que se me viene
encima como un Tsunami, y ser incapaz de cazarlo al vuelo, acotarlo,
enjaularlo y resumir en un: - Esto es Jazz, y a otra cosa mariposa.
ESBJÖRN SVENSSON TRIO hicieron de ese término, la misma libertad
que lo define. El siguiente paso, el ramificarse y sembrar nuevos
objetivos; la libertad y la inspiración del instante. El chispazo y
la pólvora que corría sin temor a la deflagración.
Como el Kind
of Blue de Miles Dives, el A Love Supreme de John Coltrane, el Waltz
for Debbie de Bill Evans & Co., o el popular Time Out de The Dave
Brubeck Quartet. El trío Sueco debería entrar a formar parte del
abecedario Jazzístico, por lo menos de aquel que nos abre las
puertas, a temerosos y afectados por la modernidad. Ellos hicieron
suyo, un sonido tan propio, como evocador el perfume que flota tras
su escucha: Rock, electrónica, folklore, experimentación... música
universal y punto.
La del
pasado Jueves, la noche, de bodas de reecuentros o como si la
quisiésemos bautizar LA DEL NUEVO CURSO. Ya sabéis lo que os digo.
Esos nudos en los estómagos que ni el Cola Cao apetece, ese extraño
tacto sobre la piel de nuestros brazos, tantos y tantos meses
desnuda. Cuando de repente nos echamos la rebequita,
El cuerpo en
Verano, no solo se dilata, sino que se expande como las galaxias en
busca de libertad. Los pies se liberan de esos calcetines de bellú,
cálidos y confortables. Se estiraza fuera de las lindes de los
zapataos, o haya su paraíso en sandalias, chanclas o descalzo. Al
cuerpo le pasa igual, ya no es por el sofoco del calor, sino por el
gustirrinín de la desnudez... y cuando llegan los primeros frescos
de Agosto o Septiemmbre, cuesta horrores echarse sobre las desnudas
extremidades algo. Dan repelús, tanto, que el cuerpo necesita
aclimatarse a la nueva situación. Ya no hablo del trauma asociativo
(fuera calores, terracitas y sol, con la vuelta al trabajo y a las
rutinas) ¿se le llama depresión? Sino del ser humano en si mismo,
como un organismo que va por libre al son que tocan los estímulos.
Los mismos
que nos damos en las catacumbas como bautismos regeneradores. Después
de las Vacaciones y dos meses sin atarnos los unos a los otros. La
vuelta, es como la redacción que nos pedía la profe de sociales
explicando nuestro VERANO. Son doce meses sí, pero los de verano
como vacacionales siempre son especiales, de chicos, grandes o
adolescentes enamoradizos. Historias de Verano, sí. Historias que
como las de una canción, imagen, paisaje o amor, siempre determinan
y clavan la bandera sobre la cumbre para que como las chinchetas
sobre el corcho, no extraviemos los recuerdos.
Llenamos las
sala de esporas contagiosas tan solo a falta de alguno, del que
exigiremos sin demora un justificante de sus tutores a la vuelta. Y
fueron los Valles Californianos de Santa Barbara los que nos
trasladaron por una hora a sus viñedos. Los de una pequeña Bodega
apartada de las rutas obligadas del Russian Valley o las
localizaciones de Entre Copas. VICENT ARROYO WINERY, en el Valle de
Napa. Cayó bajo los influjos de la Tortilla de Patatas de Montse
Solanet y Xavi.
De su labia
y de su pasión; doy fe igual que de los fuegos artificiales que
emanan sus miradas. Muchos otros hemos caído a lo largo del camino,
sino, probablemente ahora no estaría escribiendo esto así ni de
esta manera. De allí viajaron polizonas tres botellas acomodadas
entre ropa y sostenes. Y como un pasaje sensorial a otros territorios
desconocidos. De eso que creemos conocer como nuestros sentidos, como
algo familiar que nos guía por la oscuridad. Nos pusieron en
situación, tirando abajo barandas, luces de gálibo o escalones
iluminados. Es así cuando con el sentido que se exprime de la sesera
palatar, a uno lo dejan fueran de sus inmediaciones; las te dan
cierta seguridad.
Viajar y
salir lejos del territorio físico, espacial o sensitivo de uno tiene
esa función obligada. Descubrir que la tierra no acaba en un
acantilado, y que la razón de ser tiene otras formas distintas a las
que conocemos. En ese punto los sentidos y la facultad de adaptarnos
que tenemos los humanos alcanza su sino verdadero: la de regenerar,
exfoliar y expandirse desde dentro.
Por eso, el
vino, como un alimento social que intercede para que los humanos, nos
conozcamos, descubramos la química de los alimentos, lo asombroso e
ilimitado de nuestros sentidos, y las posibilidades que nos brinda;
valga la redundancia. Es el que dota de sentido existir para no
ponernos los límites en hábitos, costumbres. Y una cultura -la de
ahora- tan tendenciosa y domadora de imaginaciones autodidactas.
Volver a Italia a explorar zonas, variedades y subzonas me sorprende
y divierte. Descubrir que el Cava no es Champagne, ni un Moscato de
Asti el niño pavo de la familia. Y que no hay vida que se complete
con la sapiencia absoluta.
Oler hasta
saturar la pituitaria un Chardonnay Californiano intentando descifrar
el origen de su diferencia con Franceses o Catalanes. Esos efluvios a
campos recién regados, a heno, el toque marino a puerto que lo
emparenta con su tipicidad y su localización. Y ese paso fresco
exótico pero sin apenas desmesura, albaricoques y melocotones
olorosos, algo de salino al final... diferente al fin y al cabo.
Tienen una entrada ten seductora y desenfadada que los hacen únicos,
incluso por ese exceso de vainillas solo en ocasiones, que gustan
tanto de beber.
O probar por
primera vez un ZINFANDEL como una experiencia curiosísima. Su nariz
floral a fresas, extravagante para quien no lo conoce e incluso
desconcertante a la vez que adictivo. Ese enfrentarse a algo
desconocido, y serte familiar como la fisonomía de un anónimo, pese
a que el vago recuerdo te confunde. Y sin embargo, percibir algo que
te obliga a desentrañar el misterio de ese final en el paladar a
compota, a caja de puros, a mineral. Es un tinto con tres recorridos
muy marcados (el olfativo, el primer ataque y el final). En este
caso, el Vicent Arroyo es un vino fácil, vivaz y con unos toques de
fruta madura que combinan perfectamente con ese pellizco a piel de
bota, cuero y mineral justito.
El final en
vista de la afluencia, acorde con la gran familia que nos reunimos;
presentes y mujeres. El broche final con lazo y envoltorio
imaginario; el del buen ambiente que se respiraba después de los
meses de estío. Un PETITE SIRAH sí, ese mítico vino cien veces
referido por Paul Giamatti en el popularzado film de Alexander Payne;
ENTRE COPAS/2004.
Un vinazo
inversamente proporcional a la discreción de su etiquetado, que
vende las cosechas antes de embotellarlas. Y que sin embargo deja los
egos para quien arrastra problemas de autoestima, ellos son así. El
mundo del vino en su microcosmos minituarizado al margen de modas,
tendencias y listillos, es así. Saben del terruño y de la
identidad?; actitud vamos. Pues es eso. Medir la generosidad por ese
estímulo que da la gente de manera informal y natural que tienes a
tu lado. Y hacerlo además sin escala ni patrón de medida que
valga, solo por pura armonía.
Ese Petite
Sirah extraído directamente de la bota y vendido porque tercia, de
la nimia reserva para consumo particular de la familia. Era pura
bendición y nació de eso, de la conexión entre personas con el
tinto vino de intermediario. Dirán que es el alcohol el culpable de
la generosidad. Pero tal y como MisDesastresNaturales me puso en camino hace
unos días, ya lo decía Ch. Bodelaire en el 64: Hay
que estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es el único problema.
Para no sentir el horrible paso del Tiempo que quiebra vuestros
hombros y os curva hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin
tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como
gustéis. Pero embriagaos.Y si alguna vez, en las escalinatas de un
palacio, en la hierba verde de una cuneta, en la soledad sombría de
vuestra habitación, os despertáis, con la embriaguez disminuida ya
o desaparecida, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al
pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo
que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué
hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os
responderán: ¡Es la hora de embriagarse! Para no ser los esclavos
martirizados del Tiempo, ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía
o de virtud, como gustéis.
Ese pequeño
asesino de milenarias uvas Sirias, ancestral por naturaleza propia.
Ese Petite Sirah del Rancho de Greenwood nos conquistó. El rastro
que cerrando los ojos y poniéndome en manos de mi niñez, siempre me
recuerda a la casa de mis abuelos. Algo seguramente que se escapa de
cualquier descripción fiable con la que orientar a propios y
extraños, y que es 100% personal. Estancias de viejos muebles,
suelos de roble cuarteados y dominados por el paso del tiempo, las
vidas que acogió y los elementos. El cacao desde el núcleo de la
propia semilla, sin con lo que disfrazarlo; entre lo amargo,
balsámico y tostado. Perfecto, con la maduración idónea, cuatro
años de botella que como maná dieron en contrapunto a la velada.
Con la boca
se escapó cualquier paternalismo con los Sirah de aquí o del
Ródano, muchísimo más crepuscular y mimoso. La madera presente y
amable pero integrada con maestría, armonioso, con la fruta
apareciendo y desapareciendo, las pimientas, el bálsamo... todo ahí,
en su sitio.
Después
llegó la distensión, el afloje de de cuerpos, el no estar todavía
afectados por el canibalismo laboral y cotidiano de nuestro día a
día; yo no, desde luego, todavía me queda una semana Allelujah!!.
Parmesano Reggiano de 28 meses de Vaca Rossa, y un Pecorino Toscano
curado en paja para hacer pucheros como una criatura desconsolada.
Bachi
Giovanni tiene la culpa. Cierto como la tierra que piso descalzo:
Un abuelete
de setenta y pico años, con los mismos años que familiares junta
en celebraciones y fastos conmemorativos; como él mismo nos decía.
Y que hace de la simple venta de sus excelentes quesos, fiambres y
moscardas artesanales, algo tan divino y fraternal como el arrullo a
sus nietos (que tiene unos cuantos). Recorrer ciento y tantos
kilómetros desde Granarolo della Emilia para ir a buscar sus
pequeños tesoros gastronómicos, es algo que hago desde que hace
cinco años el trabajo me llevara e a tierras del Pádamo. Volver a
casa y compartirlo pues eso, la extensión del placer propio como
algo que igual que la felicidad, se ha de liberar; las amarguras no.
Allí no hay
simple queso no, hay amor, mucho amor. Y algo que no se encuentra en
cualquier lado de Italia, la Mostarda Mantovana. Una confitura de
frutas variadas (naranja, manzanas, frutas del bosque, fresas etc.)
que va desde el dulzor de la miel de Campanine, la mostaza de Dijon,
y el subidón del wasabi en la nariz. Una combinación explosiva que
como las montañas rusas extremas, te sube al cielo y te baja al
infierno con un chasquido de dedos. No es picor no, es contraste. Y
con los quesos curados amigos, es una pura delicia. Es la excusa
perfecta para empezar y no acabar.
Y el colofón a un Jueves
injertado y acuñado ahí, en medio de la semana. Como la bitácora
de un navegante con final feliz:
Levantarte
con las legañas a punto de vaciarte la cuenca de los ojos. Preparar
las lentejas a tu octogenaria madre y llevárselas a casa junto a una
buena botella de vino. Ver que la receta tan simple como inimitable,
la vas perfeccionando día a día con la ayuda de las materias primas
de calidad (lentejas secas del frutero, albóndigas de pollo y
costillas del Solanet, laurel fresco, reducción de sofrito, mucho
perejil y cariño claro). Sin cariño nada llega a buen puerto, por
muy típico que suene. Que tu madre, aunque solo sea por simple amor
de madre, te ponga en un altar.
Visitar a mi
peluquero después del café y hablar de moda, diseño, arte y vejez
de una sola vez (en un barrio del extraradio marginal tiene su qué).
Es mi barrio, siempre será “MI BARRIO”, por años que lleve en
mi actual residencia. Un sitio selvático y agreste que nos puso en
la lanzadera y nos disparó allí donde nos llevase nuestra
curiosidad.
Cuarenta y
cinco años más tarde aquí. Tirando cohetes de felicidad, con un
día con 25 horas, subidos a una barandilla de la mano de mi pareja,
y a punto de saltar al vacío. Con cena de final de fiesta solos,
como nos conocimos. Y con esto de fondo “Who's in Control” ¿Quien
tiene el control?
Ayer subí a
la azotea, a tender la última colada antes de cargar bártulos a
partir hacia tierras Trasalpinas. Me acosté anoche cegado por un
flash de memorias dominantes, y llené compulsivamente de sábanas
la lavadora: Metí una postura de jabón puro con flores blancas
secas, romero fresco, albahaca y espliego. Un mejunje que se me
antojó, macerado durante todo el día en agua de rocío. La que se
condensaba en la claraboya del patio de luces.
Fue una
mañana diáfana. Corría una estupenda brisa, y el gorgojeo de los
gorriones en celo era la mejor ofrenda posible al osario de Cuqui
Savigné: Allí, extendida en las losas teja del terrado, como
una santa y casta. Cerré los ojos por un instante e inspiré
controlando el caudal, el volumen y hasta rumor del torax. Era
diferente, la mañana olía diferente, el silencio sonaba diferente y
su presencia allí. Como esos pasos que desde entonces, me despiertan
por la noche deambulando piso arriba piso abajo. Inundando cada
rincón con el humo de su alma.
A cambio,
para inmortalizar su perpetuo hito -la devuelta de las canciones a
esa, mi azotea tórrida-, los rechonchos gorriones, habían
anidado en las cuencas de su calavera. Otros, aleteando con fuerza,
espantaron sus cenizas y las suplieron por el ondear de las sábanas
y el frescor de la pócima. Yo, en cambio, con el pasar de los días
y la consumación de la semana. Estoy ya a Martes y me cuesta
horrores escribir algo con sustancia. Siguen pasando los días. Solo
cuento cada día que pasa y casi que me importa un rábano en qué
invertirlo: Tareas de trabajo, me da igual si duras o maduras,
mosquitos que te despiertan de un mal sueño, más horas, sueño que
te oxida las pupilas y cuartea el ceño, madrugones con la ciudad ya
por fin desierta y deshabitada.
Repasar el
itinerario y poner al día el GPS, escribir un poco más... ah!!
alimentarme y beber (vino a poder ser). Así, puedo llegar sin estar,
al día de la partida: Cinco de la mañana, café cargado, maletas y
noche cerrada... mil y pico kilómetros por delante.
En casa
poco: Tres cactus que piden poco para subsistir y otra Playlist más
para poner música al viaje, y a quien quiera hincarle el diente. Ahí
va, entre tanta canción claro, se me olvidaba. También obras donde
depositar las horas muertas de este verano agónico. Curar
articulaciones y mis huesos que como los de Cuqui Savignè, se
resienten de las obligaciones. Esto no, esto es puro placer... placer
carnal.
El rastro
que dejan como el expolio de parajes, las canciones... Unas notas de
piano que gotean sobre la conciencia cuando ALEX BUREY lo
acaricia. Es todo ello como una invitación con forma de despedida;
así empieza esta compilación. Con la premeditación y la alevosía
de un joven Londinense, que a lo largo de este año nos ha ido
desangrando melancólicas monodosis de plasma. Gota a gota
cruelmente, hasta dar de bruces con “Come Over”: Una
invitación tentadora hasta el día que se decida a regalarnos un
manojo; un gran disco.
De mientras
me consuelo en mi trasiego diario hacia el trabajo, desmigajando lo
que para mi, y hasta el momento, es el disco más balsámico de este
año, el:
PRIMROSE
GREEN de RYLEY WALKER
Un conjunto
de canciones frondosas y ramificadas que ahora ya, al cabo de
sucesivas e interminables audiciones, parecen estar destinadas a
acompañarme por la sinuosas carreteras del Piamonte la próxima
semana. Las escucho y entornando los ojos puedo incluso confundir mi
trayecto laboral, en perdidas y sonámbulas escapadas nocturnas por
entre las viñas trepadoras de Monferrato.
De entre sus
tallos verdes brotan y florecen yemas nuevas que se confunden con lo
antiguo de su esencia: Folkrock de raíces profundas que quiebran las
losas lapidarias para que corra el aire fresco, y con mucha elegancia
se apareen con el Jazz, el Rock ácido y psicodélico, o incluso el
Soul más taciturno. Todo bien ensortijado como una madeja donde las
cuerdas de su guitarra llevan la batuta. Puede en un primer momento
dar la sensación de que solo es el Folk Barroco de Bert Jansch el
que marca el tempo del disco; el sonido acústico del trabajo así lo
sugiere. Pero allí en lo hondo, de dentro hacia fuera, poco a poco
se va deshilachando y a uno le pueden venir tranquilamente infinidad
de referencias: Los malogrados Days of the New al escuchar “Sweet
Satisfaction”. Tan lícito como volver la cabeza hacia el
pasado porque claro, es evidente que todo vino de mucho antes.
En cualquier
caso lo que Ryley Walker hace en este disco, es coger el soporte del
Folk y trabajarlo de infinidad de maneras y formas, sin complejos y
con una sensibilidad infinita brutal.
Por eso, ya
es fácil empezar con “Primrose Rose” a modo de aperitivo
para abrir boca, y alucinar con esa sensación de polvo, tejidos y
paja en suspensión. Pensar de inmediato en Nick Drake y a otra cosa
mariposa cuando le sucede “Summer Dress” y piensas en Ray
Mazarek o es “Same Minds” la que te lleva estados más
negros. Todo se conecta increíblemente por las cuerdas de nylon y
alambre, incluso cuando la instrumental “Griffih Buck's Blues”
nos lleva más hacia al folklore. O sencillamente flipar con el modo
con el que combina multitud de paisajes sonoros (jazz, oriental,
progresiva, folk...) y pare “Love Can be Cruel”; otra
genialidad más de este disco.
Pasada la
mitad del disco, todo fluye como el curso de un arroyo de montaña:
Caprichoso, entre juncos que se flexionan como los quiebros y
desniveles del terreno. Inmensa y tan grande como la naturalidad de
su ejecución “On the Banks of the Old Kishwaukee”; que
crece al unísono. Y que junto a “The High Road” y “All
Kinds of You”, son algunas de las piezas menos obvias y que más
detalles esconden tras su aparente normalidad. Un disco éste de
mimbres y bordados, para enredarse por sus entretelas y acariciar su
tacto rugoso. De esos que curiosamente habitan y sobrevivirán sin
duda, en estos inhóspitos y yermos tiempos en los que la abundancia,
no siempre es síntoma de riqueza.
Hay otros en
cambio, que hacen de su música, algo tan expansivo como los campos
de verde trigo. Como es el caso de nuestro amigo:
MIKAL
CRONIN y su MCIII
Una
continuación con tintes de historia, que avanza imparable sin el
remordimiento de quien debiera rendir cuentas a lo pasado. Datado en
2013, cuando con aquel primer tomo de sus muchas aventuras musicales;
incluida la de su compinche Ty Segall. Me agarró desde abajo con su
PowerPop colorido y radiante, para enmarcar y colocar en el pasillo
de los inmortales discos de aquel año.
Su disco,
este MCIII -segundo tomo y tercero en su carrera, de lo que por ley
debería ser el pop bien parido- es de aquellos para salir en cueros
vivos corriendo campo a través; sí, yo así lo siento. Darle cuerda
al viejo y betusto Garrard y sentir cuando suena “Turn Around”,
el cosquilleo de las espigas en tus nalgas: Esos violines que se han
incorporado a las inquietas guitarras de Mikal, le sientan mejor que
una cerveza a un sediento; cosquillas y algún picotazo necesario.
“Say”,
“Gold” o “Ready” beben mucho de sus andanzas en
el bajo con su amigo Ty; sobretodo para con el último trabajo del
rubio Californiano. Otras tantas explosiones carbónicas, que como
esas botellas agitadas hasta hacer de aspersor, no difieren en
absoluto de su anterior y menos conocido disco. En realidad no es que
los dos sean muy distintos en sonido ni en calidad. Pero si que es
verdad que MCIII tiene un nosequé que lo hace más delicioso. Luego
tiene esos temas intermedios que modulan la velocidad de crucero del
disco: “I've been Loved” o “Alone” saltan con
los ojos cerrados y el pecho abierto en canal al acantilado. Una
caída libre desde las alturas de Siurana, que le dan a este
imprescindible trabajo un preciosismo tan natural y Folky, como
eléctrico. Ahí van “Gold” que anuda como nadie lo
electrificado con distorsiones, que se cosen con las maderas nobles
de su acústica cuando despega “Control”, como un masaje
en las parietales. O “Different” con la que puedo ver en
la templanza de la noche y las luces difuminadas por la humedad, a
Cuqui Savigné vestida de blanco virginal hacia el altar. Un adiós
de tristeza placentera para escuchar “Circle” con su
pianola mítica y contemplar, ya está.
Y estas
cosas son las que ahora en presente con la ropa de trabajo apestando
a hierros y taladrinas en la lavadora, despojado del peso de las
responsabilidades. Hacen que quien escribe hasta cansar, tenga la
mente ya puesta en este tipo de discos. Que como los vinos cargados
de taninos fenólicos y metabolitos fotosintéticos, me nutran el
interior.
Me parece de
bárbaros hablar de algo que me gusta como de un expendedor de
barbitúricos en lata. Los sentimientos son algo más, diantres!! Son
como cosas vivas que te dan vida; aunque sea a plazos y sin
vencimiento. El otro día le contaba a un vecino sordo y ciego la
hermosura de THERE'S NO UNDERGROUND de PAPERNUT
UNDERGROUND. Un disco de finales del pasado año, que me
apareció sin esperarlo tras el fondo de un cajón. Se había colado
sí, por el fondo despegado del armario y una noche cantó a grito
pelado eso de: “When She Said What She Said”. Algo así
como un susurro de Cuqui al oído que te transporta a la suciedad
atractiva del garaje despechado de los 70. Ese Pop desordenado hecho
a pelo y por el caprichoso antojo de Iam Button (Death in Vegas) y
Robert Halcrow (Picturebox). Un disco para enterrarse en él hasta
que nos salgan setas de las orejas.
Mi vecino
solo me puso cara de Bacalao; entre estupefacción y embobamiento. Le
cogí las manos y se las metí entre mis orejas y los auriculares
cuando sonaba SOUND & COLOUR de ALABAMA SHAKES, entonces ya lo
entendió y sonrió: Brasas que cocinan sin quemar aquello que hace
unos años ya nos cebaba como a polluelos. Este año con más mano
izquierda, lo hacen igualmente pero con más sustancia.
Me lo llevé
cogido del brazo. Subimos donde la sala de máquinas ronronea a
ratos, y me puse a bailar en un anclaje como el de las bobadillas.
Creo que gimió algo y comenzó a balancearse con el Surf bacilón de
BABEWATCH; que bien lo llevan cuando tocan “Atlas Shroome”.
Con THE SUICIDE WESTERN CULTURE recuperó el oído y ya no paró de
bailar toda la noche. Se sujetó a la baranda de la terraza para
recuperar la vista con el POISON SEASON de DESTROYER, y se sentó a
traducir el majestuoso ejercicio de Pop quebradizo: Imposible no
entender la grandeza de la música al escuchar este disco, y ver como
un disco tan grande como Kaputt/2011, se queda chico al lado de este
Poison Season.
Aquí Dan
Bejar sabe como nadie separar sus colaboraciones con New
Pornographers y seguir construyendo como una hormigita, discos que se
presienten inmortales. Aterciopelados, confortables y llenos de
pequeñas e inesperadas simas que te llevan a otros tiempos: Aquellos
en los que la palabra Pop significaba algo más que un estribillo
resultón. Y que Blue Nile convirtieron en corriente artística, en
poesía musicada y en literatura bestida de glamuroso chaqué.
A mi vecino
Jacinto lo dejé allí, recostado y abrazado al esqueleto de Cuqui
Savigné. Besaba su cadáver reluciente cuando la Luna nueva se
puso sus gafas de sol, contemplando la tormenta de Perseidas. No solo
habla, sino canta. La banda sonora perpetua de este mes de Agosto,
deja pistas y salvas casi invisibles sobre un fondo celeste donde
rascar con las uñas, descubrir, encantarse... Joan Shelley, Wolf
Alice, Calvin Love, Amason, Menace Beach son solo algunos nombres.
El Lunes
parto más tranquilo. A mi vecino le he dejado las llaves de casa
para que me riegue la Albahaca; más indefensa y escuálida. Que se
atiborre de música, el tiempo no es perdido sino pospuesto.
Saludos y no
vemos a la vuelta, enjoy!
01 - ALEX BUREY_Come over 02_RYLEY WALKER_Love can be cruel 03_JOAN SHELLEY_First of august 04_PAPERNUT CAMBRIDGE_Rock'roll sunday afternoon city lights 05_JIM O'ROURKE_Half life crisis 06_BABEWATCH_Atlas shroomed 07_CALVIN LOVE_Automaton 08_THE SUICIDE WESTERN CULTURE_Still brething but already dead 09_KNOX HAMILTON_Work it out 10_THEE OH SEES_Turned out light 11_MENACE BEACH_Infinite donut 12_WOLF LIFE_Giant peach 13_AMASON_Algen 14_HOUNDMOUTH_Sedoma 15_FERNANDO ALFARO_La luna aplastada 16_ALABAMA SHAKES_Ginme all your love 17_DESTROYER_Times Squuare 18_MIKAL CRONIN_ii) Gold 19_SWERVEDRIVER_Lone star 20_CROCODILES_The boy is a tramp 21_SUNNY SWEENEY_Second guessing
Cuqui
Savigné tardó demasiado tiempo en salir de su agujero. Y lo
hizo de noche, justo cuando el sol irradiado fuese tan potente, y el
contraste térmico con la profundidades tan brutal, que hiciera
estallar los acuíferos como géiseres en aspersión. Escarbó con
uñas y dientes los terrones resecos. Empujó con el anverso de su
alma, hacha o azadón. Y trepó por acometidas, bajantes y
tendederos llenos a rebosar de impolutas prendas perfumadas de
higiene. Ni rastro de menstruaciones carmesí ni rodales de salitre
sudorosos estampados como síndomes.
Se agarró
al alfeizar y trepó hasta la azotea buscando un espacio despejado.
La luna ahí arriba colgada de un fondo estelar. Y abajo los aullidos
de quienes en el silencio de la noche, demandan palabra para cuando
el tronío del día los ignora -despedidas a pie de portal, tocan las
palmas contenedores de metal, rugen camiones al cargar- Y allí
arriba, en el terrado, Cuqui Savigné tapiza de aluminio todo
el terrado: Busca señales arriba, en el cielo oscuro o en la
claridad de la mañana. Mensajes errantes que desatasquen meses de
sordera, años de letargo, días de sueño profundo y mortificados
entierros. Baños de luna cerrando los ojos, y esperando otra vez que
el incandescente astro vuelva a catalizar los arrullos de las
Tórtolas, el trinar de los gorriones o el chirrío de Urracas
traviesas, reclamando melodías de soda.
A la mañana
siguiente, despuntando la claridad yacía dormida bajo la sombra de
cien alambres. Las sábanas del terrado se mecían con esa brisa que
solo tu sabes lo poco que duran. Y sobre esos cien alambres, se
habían posado de alas negras y picos anaranjados, miles de
Estorninos que no traían hambre solo de sesos, sino de música.
Canciones aladas de mil razas y especies que atraídas por la
radiación del argentado metal, se la comieron viva mientras
tarareaba, y ellos, trinaban.
Ahora mismo
se han hecho dueñas de la azotea y desde aquí abajo, desde el patio
de luces y su acústica cacofónica, se oye el festín allí arriba.
Es música celestial. Y aunque lo trágico de la fábula y el
chascar de los huesos os erice el bello, a mi, se me antojan marimbas
vespertinas.
Aullaba a la
luna, a los escotes, y el vacío de mis tripas era el que despertaba
cada mañana. Un sometimiento a la abstracción musical fruto del
ayuno cognitivo sin remedio a corto plazo #seis meses. Que me ha
tenido tan en otro mundo, como al de un seso sorbido y laminado en
una bandeja de plata. Hasta que una heroína diera su vida por un
montón de salvadoras canciones.
Dicen que
después de una experiencia traumática, muchos meses después, el
orden de prioridades varía como las estancias de Cube; y quizá sea
cierto. Por más que a punto de arrojar la toalla; un poco
desesperanzado por la falta de sustancia, de tuétano con la que
armar el corazón. Cuqui Savigné se ha encaramado para
sacarme de la ciénaga haciendo reclamo de canciones#con sus discos.
Cuarenta lo menos, que publicaré a lo largo de estas semanas, antes
de que haga las maletas en veinte días en busca de fondos de
escritorio con los que expandirme.
En ellas
además de buenas canciones, que es un poco de lo que se trata, habrá
también miguitas de pan de esas para seguirlas y ahogarse en
frondosos discos. No creáis que el ahogo por así decirlo, es de los
que sofoca y angustia, no. Dan placer y mucho, aunque sea poco y
tarde. Dan para sonorizar un viaje, la asquerosa realidad de nuestro
día a día o como yo, para tirarme al monte y soñar.
Que soy muy
mucho de sueños, sesteos que no sextetos, y de contemplar panza
arriba.
Tomen papel
y lápiz...
EZRA
FURMAN_PERPETUAL MOTION PEOPLE
A este
pendón desorejao le debo parte de mi existencia bloguera. Con su
disco de debut junto a The Harpoons “Inside The Human Body”,
di mis primeros gateos hace seis años casi en este muro de las
lamentaciones. Eran tiempos en los que mi única intención era
hablar de música; que cosas ¿no? con lo que se me ha llegado a ir
de las manos.
Su cabecera
no es casual no, y un detalle superfluo éste, que se resume en tres
aspectos vitales: Es el disco que mejor ilustra mi estado de ánimo
actual, y por otra... Me encanta retomarlo tras unos cuantos años de
olvido, porque es un poco la idea que tengo de la música que acaba
calándome (imaginación, desparrame y sustancia con la que
deleitarme con el paso de los años). Algo que además comparten
ambos discos por muy distintos que sean;y no voy a entrar en
pormenorizar del porqué he pasado por alto el resto de su
discografía.
Escucho
música a borbotones, pero poca es la que aguanta el paso del tiempo.
En el caso de Ezra Furman al igual que sería el disco de debut de
Violent Femmes, el señero de LA's y otros tantos, su forma
inigualable de escupir canciones como gestos naturales, solo se da un
ocasiones. Algo que no es ni bueno ni malo, es así, mágico.
Trece
canciones malditas como su numero, que coquetean con el Vodevil, el
glam y hasta con ciertas reminiscencias del R&B de Nueva Orleans
más callejero. Todo ello sazonado con el estilo inconfundible del
señor Ezra, donde todo parece improvisado, compulsivo y poco hecho.
Imposible no
escuchar “Haunted Head”, y no imaginarse a David Bowie
desplegando turbantes en un club nocturno de un crucero de lujo.
Recostarse en “Hour of Deepest Need” y no visualizar a un
Beck lampiño sobrado de talento. Saltar y volver a saltar en la cama
elástica de sus composiciones sin nadar antes en un océano de
bolas, de toboganes inflables, y querer repetir hasta vomitar.
Perpetual Motion People es un poco así. Como un juego de niños
engachoso y viciante: Arranca cacharreando con las pianolas hawaianas
de “Restless Year”, y todo parece querer girar entorno a
una broma de mal gusto hasta que suena el bajo distorsionado. Pero
para cuando se llega al corte 9 -“Body Was Made”-, la
sensación de que tras ese torbellino de matasuegras, confeti y
collares hawaianos surge algo bastante más serio y salvaje, es
evidente.
Como bufan
los saxofones madre!! Por el camino fakires e ilusionistas nos
atraviesan con espadas y puñales: “Wobbly” tiene ese nudo
herbáceo a modo bisagra, donde brotan tanto Punk como Folkrock de
raíz. Más de un sesudo se ha quebrado intentando situar a Ezra en
un contexto estilístico concreto; recurrir a Gordon Gano es de lo
más socorrido. Pero la verdad es que el muchacho, para sus 28
añitos, goza más de la libertad de crear, que de estar por
monsergas con las que acuñarse y cercarse.
“Tip of
a Match” tira campo a través, recurre al Rock cuando le place.
O se alimenta de los vientos para crear un ambiente cabaretero o de
Mardi Gras, para que exploten de colores “Lousy Connection”
o “Can I Sleep in Your Brain”. Cantos a la libertad
expresiva totales, capaces de amancillarse con “One Day I will
Sin no More” o la preciosa “Watch you go By”, y no
sonrojarse con las citas a Bob Dylan, Jonathan Richman o Lou Reed
cuando es la idea más que la etiqueta, lo que les conecta. A Ezra
Furman desde luego, la sin vergüenza de mostrarse tal y como uno
entiende la música y lo teatral; todo junto y sin visillos.
Discos estos
como los de Courtney Barnett,
Joanna Gruesome, Speedy Ortiz o Rolo
Tomassi, encabezados por féminas ellos cuatro. Y que
desde primeros de este año, han sido los que han agitado mis días.
Son algunos pocos que crujen la monotonía de escuchar cosas que me
parecen -y perdonen mi arrogancia- aburridos, estandarizados, y tan
bonitos, guapos e indefensos ellos, que me mortifican; sin citar
necesariamente.
Que a veces
no se trata de estilos, géneros musicales o movidas de actualidad.
Solo es que todo parece tan pulido y diseñado para contentar a todo
el mundo, que yo, que me considero pelín raro, me aburro como un
preadolescente en una reunión familiar y sin móvil.
Cierto es
que estos cuatro están conectados por una querencia a la guitarra
emborronada, caustica y desaliñada. Aunque a mi sin embargo, me
parecen cánticos de avanzadilla, angelicales y hasta de pura
ambrosía. Ni tampoco es que se trate de ser un melomaníaco de los
90; como si esto fuera ahora una nueva estirpe. Solo pienso yo, que
entre tanto bombardeo y corre que te pillo para no perder la vez.
¿porque no un chup chup a fuego lento y un buen potaje? Con
guitarras, con botones o con bemoles.
Bocados a
manzanas verdes como los de la banda Galesa Joanna
Gruesome. Que se andan descalzos por la inocencia vocal del
Pop, y chapotean sin complejos en los cuatro buenos consejos que los
viejos nos daban sobre el Punk y el Power Pop. Por allí arriba
siempre fueron un poco sinvergüenzas, algo asilvestraos y hechaos
pa'lante.
Con una
nueva solista (Alanna Mcardle), este quinteto de Cardiff se ponen por
montera diez concisas y precisas mojadas. De no más de dos minutos
escasos, ahí cumplen con creces con el tiempo necesario de una
perfecta melodía de PopPunk, que entre veloz, y duela. No hace falta
más, para qué. Es así, ni alargar, experimentar con polvos ni
envoltorios de deslumbrante celofán. Que además dan pie a indagar
en su anterior disco (Weird Sister/2013); toda una ricura. A mi lo
que más me gusta de ellos es ese envoltorio poppy tan frágil y a la
vez rasposo que tanto me recuerda a los Boyracer de Sarah Records.
Pop a fin de cuentas, con mucho espíritu Punk pero sin esconder su
ternura y militancia.
De COURNEY
BARNETT se ha escrito largo y tendido; yo no. Pero sí lo hizo
mi amigo Johnny, y la verdad es que lo resumió a la perfección aquí. Un disco de una madurez y desparpajo que alivia cualquier
congestión de estilos que se repiten, sin aportar mucho más que un
tono de móvil. Ella no necesita inventar nada, porque no se trata de
eso. Pero sí relee algunos pasajes gloriosos del rock de guitarras
americano, para darle otros enfoques y enriquecerlo. Vamos, lo que se
debería hacer con cualquier estilo posible, en vez de publicar sin
ton ni son para alimentar el hambre consumista de festivales, medios
y niños caprichosos.
De todas
formas, si me dan a elegir sobre esta hornada de nuevas agitadoras.
Yo, que tengo una extraña querencia por las disonancias sonoras; ya
saben: Aquellos surrealismos musicales que algunos llaman
experimentación, y que para mi son tan solo notas desordenadas que
cada uno teje a su manera y en su cabeza, a su antojo. De eso SPEEDY
ORTIZ sabe lo suyo, o por lo menos lo lleva a buen puerto en
su tercer álbum, “Foil Deer”. Sonoridades que hacen de
puente entre el grunge más conceptual y bandas como las Throwing
Muses de House Tornado/1988 o los primeros Bettie Serveert. O un
paseo equilibrista por un alambre de espino, donde la que abre
“Raising State” seduce, a la vez que ya avisa con su
aperitivo “Good Neck”. El Lp se retuerce, contorsiona y se
oscurece como una amenazante tempestad a medida que avanza. Despuntan
a veces refulgentes rayos de luz que se abren paso como “The
Graduates” o “My Dead Girl”, entre relampagueantes
“Homonovus” o “Swell Content”. U otras más
oscuras como “Puffer”; negra y penetrante como los sonidos
de Bristol, pero más chirriante e inquietante incluso que sus
anteriores trabajos.
Es un disco
astilloso hasta herirte ¿difícil de escuchar? En absoluto, si te
amamantaste con Sonic Youth, o esos primeros y malavaristas
Pavement.
Eso sí, para cosas pétreas como el calicanto, los
Británicos ROLO TOMASSI.
De Shefield concretamente, como Pulp ahora... bastante más fieros y
Hardcore: This is Hardcore, de verdad de la buena.
El tema
escogido para esta compilación es un poco trampantojo; suave parece,
duro no es; lo que le acompaña mucho más.
Un disco
-Grievances- tremebundo como un megalítico infierno de
afonías llevadas al extremo. Y de sangrante noise vocal en dosis
pautadas para resistir el envite. Pero sin embargo, con una melodía
ciertamente épica que amansa; sí, curioso y extraño. De esas cosas
que dan canguelo hasta que asomas la nariz y abres las orejas. Todos
esos detalles son los que me han llamado la atención hasta
engancharme a su propuesta. Y los que hacen que después de cuatro
Lp's hayan alcanzado cierto equilibrio en su sonido: más profundo y
calculado. Además tienen una vocalista que tira por tierra cualquier
estereotipo del gremio de los compañeros del metal, o de aquellos
que se prostituyen con Evanescence #risas(jajaja).
Si esto no
va con vosotros también hay curas onirísticas con la vuelta de
Carlos Foster (For Stars)
tras 11 años de silencio. Un segundo trabajo -Disasters- tejido
entre colaboraciones con M. Ward, She & Him o Cake, que roza la
divinidad. Referencias al Folk ambiental o espacial de auténtica
banda sonora donde Grandaddy, Dakota Suite o Sigur Ros, podrían
repartir cartas en el asunto y quedarse tan anchos. Discos como digo
yo, que más que un adjetivo estilístico o referencial podrían
catalogarse como un estado propiamente dicho.
Para acabar
el subrayado de esta primera tangada del verano. No pienso largarme,
sin detenerme en los dos últimos discos recomendados en el tablón
de destacados del blog. El primero, el de viejos conocidos de la
escena de Seattle, reunidos entorno al recurrente nombre de: UNLIKELY
FRIENDS (amigos inverosímiles)
Fue a
principios de Marzo cuando cayó en mis manos “Golden
Telephone”: Una resplandeciente pieza de PowerPop de toda la
vida, de aquellas que no tienen fecha. Un mes después publicaban en
Jigsaw records, SOLID GOLD COWBOYS; un esperado disco de debut, sin
más pretensión que el divertimento.
Desde
entonces no he dejado de alucinar con este disco, in crescendo. Desde
la primera escucha y ese aire neófito que le dan a sus canciones de
exoesqueleto tradicional (estrofa, riff, estribillo, coros). Hasta la
mecánica inmediatez con la que dan cuerda a esta especie de juguete,
que tanto me recuerda al diabólico tambor electrónico que le
regalaron a mi hijo de dos años: Un engendro del diablo al que jamás
se le acabaron las pilas ni la energía para escupir melodías
infecciosas y pegadizas, a cada golpe nervioso del pequeñajo.
Unlikely
Friends son algo así: Básicos, parcos y con un sentido de la
practicidad tan estupendamente profano, que ruboriza. Pero
sobradamente iluminados para confeccionar en escasos dos minutos, Pop
infalible de aquel que todo el mundo cree saber la fórmula pero
pocos los sembrados que la llevan a buen puerto. Todos hablan del
PowerPop como el remedio a la incapacidad de quien no da más de si.
Nadie capaz de admitir la dependencia a los cuatro acordes perfectos
de Woody Holly, Ramones en la alta alcurnia de la filigrana. Pero...
aunque todo se engalane y se travista con el relevo generacional y el
paso de las décadas; hay algo que nunca cambiará: El Pop, no
cualquiera, el que brilla como metal precioso. Ese nunca nos dejará
en la estacada.
Pegar la
oreja a las vías y escuchar el columpiarse, el balanceo de las
cuerdas en “Satellite Station”. Uff, me vienen tantas
cosas a la cabeza... The Smiths, Teenage Fanclub, They Might be
Giants. Tienen esa impronta de Daniel Johnston, por lo menos su idea
de cantar lo que sienten de verdad. “Please Lorraine” te
echa a volar, las guitarras marchan en escuadra, del brazo. Sucede
que cuando hincan estandarte en lo alto de la loma con “Soft
Reputation” se encienden las bombillas de la noria, huele a
algodón de azúcar, a manzana de caramelo y a sirope. Es tan
alarmantemente optimista, que podría ser el starter de todos mis
madrugones y el telón de cualquier fin de función.
Para eso
“Sunken Eyes” o “Gold Coat Marauders”, en estas
todo acaba bien y te besa siempre la chica.
DICK
DIVER_ MELBOURNE FLORIDA
Tirando del
hilo de la inocencia aquella, donde primaba la idea y no los medios.
El mensaje sin distorsiones que lo ahogaran o cambiaran la impresión
primera; la que vale.
Eras
verdaderas a fin de cuentas, de Pop arponero, desarrapado, de jersey
de pico y de fenefa. Si hombre!! donde habitaban enjundiosos más
bien tímidos como Go Betweens, The Church o The Bats.
Allí abajo
en el pretextato, donde yacientes los recuerdos se entierran en
salmuera. Solo se desperezan cuando la edad en un alarde de azar,
acude al rescate y se juega a los chinos los mejores y más
memorables. Los que van adjuntos a años benditos, noches
inolvidables, incluso los que se preservan de manera egoísta por
concubinato puro y duro.
Es así la
memoria del melómano: interesada y autocomplaciente. Acudir a la
trastienda de nuestro cerebro, es como voltear el globo terráqueo y
huir despavorido a mundos donde los mandamientos del mercado se los
llevó el oleaje. Territorios soñados, inventados e incluso
cartografiados a capricho. En los que el paganismo musical rige el
día a día de sus pobladores. Hablar de las antípodas es ponerle
nombre al exotismo arcano y a la distancia que no se mide, se
imagina.
Allí
meciéndose en una hamaca que cuelga de dos Nuytsias, se las apañan
los Australianos Dick Diver para marcarse un tanto con Melbourne
Florida; su tercer disco hasta la fecha. Ni mejor ni peor que los
anteriores (Calendar Days ya era la rehostia), pero sí donde afinan
mejor la puntería.
Y si lo que
antes parecía un Pop escuálido donde se marcaban huesos, vasos
sanguíneos y vértebras. Ahora, sin por ello tener que engordar sus
castizas cinturas, parecen haber desplegado su colorido collar como
los Lagartos King, y ampliado dominios. Eso, o es mi nostalgia la que
juega al escondite con sus cadencias tan familiares. La asociación
con The Go Betweens no es casual. Ellos elevaron la inferioridad de
condiciones a algo brillante, sin tener que vender su alma al orden
pretoriano de las tendencias; Dick Diver tampoco.
Si tiramos
unas líneas y conectamos algunas de las bandas llegadas de allí, de
Australia. Las que en los últimos años me han renovado la sabia:
Twerps, Lower Plenty, Popstrangers, The
Drones... la mayoría comparten unas ideas
que se escapan del mero estilo. Refugios subterráneos que recorren
la misma ciudad pero desde otra perspectiva. Pop que busca los
pliegues que no el terso bronceado de mantequilla, las cabañas de la
playa en vez de las terrazas, y que huye de los paseos comerciales
como alma que el diablo lleva a perderse por callejuelas. Una simple
presión en el Play y suena “Wastle de
Alphabet”, me encanta esta estrofa -
When we
makeup, in your makeup
I start
to laugh, I'm mister natural
I fluff
your TV at night,
You got a
hard, hard bed,
say their
names, say their names,
waste the
alphabet
Un despegue
que juega al despiste, a maquillaje y rimel corrido. Melbourne
Florida tiene trucos por doquier, fruto de los años de aprendizaje.
Filtran por las rendijas del Dunedin ochentero, un temario Pop
accidentado. Cuando alcanzas “Year in
Pictures”, te derrites: Aquí, igual que
con “Blue Time” y
“Private Number” no son
casuales las remembranzas a la banda de Robert Foster y Grant
McLennan. No se trata de parecidos razonables, solo de pulso.
Se pasea por
salón, fantasmal, translúcido, el tío Lou. Suena “Boomer
Class”, rebobinas y vuelves a deleitarte
con esa guitarra cristalina de “Private”, las notas como gotas
del piano y el rugoso saxo tapizando el fondo.
En primeras
escuchas puede parecer terriblemente Pop, en ocasiones frágil; esa
voz de Stephanie lo consigue. Los sintes de corte retro de
“Competition”, o
ese caminar patoso y en ocasiones tranquilo, dan una impresión que
no luce los atractivos de las top model. Insistiendo crece, se
ramifica.
El último
disco de este cuarteto de Victoria se brota peligrosamente según se
riega; le pasa algo parecido como al de Happyness: No es cuestión de
dificultad, sino de dejar que vaya creciendo, es peligroso, lo
aseguro. Pequeños himnos como “Tearing the
Posters Down” lo son, porque como esos
minúsculos pioneros de la New Wave: La melodía, armonías y las
cadencias se esconden y aparecen de repente sin forzarlas. Naturales
como el viento que baja de la montaña y se empapa con el sudor de
los árboles.
BUEN VERANO,
MEJOR MÚSICA.
A lot of
movies, and television
Changing
the life, things at a time
More than
the haircuts, more than the style
Hey empty
wet streets, hey all that stuff
Eleanor
walks across the set
Says why
this part, why this part, why this part of anywhere?
Blue time
If I was
China, if I was Spain
All their
monuments, and slang that's not slang
All of
the weather, all of the time
Cars in
the rivers, and the rivers in the cars
Waiting
at the lights, I'm laughing in my head
You can
go your own way, they never did
Why this
body, why this time?
Why this
part, why this part, why this part
2008,
with what's her name
Keys
forgotten in the lock
We become
our fans, ruined to it
You
become your voicemail voice
Blue time
You're
fucked probably
Now we're
totally zone or no zone
Go or
don't go
Take it
from me, take it from me
Zone or
no zone
Blue Time
01_CARLOS FOSTER_Outdoor Miner 02_TORUL_All 03_DRESSMAKER_Love 04_JOANNA GRUESSOME_Last Year 05_SHEER MAG_What You Want 06_ALPHATRA_La Fuite 07_Mc McCAUGHAN_Barely There 08_PORCELAIN RAFT_All in my Head 09_WILD PARTY_Outright 10_SPEEDY ORTIZ_Raising the Skate 11_OWN BOO_Without A trace 12_UNLIKELY FRIENDS_Satellite Station 13_SHINES_Spent Youth 14_GIRL BAND_Lawman 15_BRONCHO_I Don't really want to be soccial 16_DICK DIVER_Tearing the posters down 17_PINKSHINYULTRABLAST_Metamorphosis 18_DRESSMAKER_Another Love 19_ROLO TOMASSI_Opalescent 20_EZRA FURMAN_Hour of deepest need