lunes, 21 de marzo de 2016

21 EDICIÓN DEL MINIFESTIVAL DE MÚSICA INDEPENDIENTE DE BARCELONA... ESAS ALMAS DESCARRIADAS QUE BUSCAMOS CONSUELO




Cruzar la ciudad de Barcelona en una fría noche de Marzo tiene su encanto. Inconcebible para los que solo se mueven con tacatá y de la mano, a aquellos actos multitudinarios fardones y catedralicios. Los que nos desplazamos por vocación emocional y nostálgica, nos pasa al contrario; un poco como los pioneros del lejano oeste:
Las travesías tienen de inconvenientes, lo que de particulares e indistintas, las motivaciones personales de cada individuo allí presente.
Son esas irregularidades que escapan del control de calidad de la cadena de montaje, y que te enamoran: esa falange más larga y desproporcionada, esa naturalidad para llevar la vida, y esa pasión desatada que siempre escondes en el doble fondo, para compartir sólo para los comunes; que no son muchos... y nos llaman raros.
El Minifestival de Música Independiente de Barcelona, al igual que IndiePopFest de Madrid. Recogen cada año con esmero, dedicación y buen gusto, aquello que algunos despreciaron por minoritario y escuálido. Y podrán creer que cada año nos sorprenden? Para que algunos crean que la exquisitez no esta en las manos de los damnificados.


En una tarde/noche longitudinal de Sábado dicharachero. Me dejé caer desde el Vallés Occidental hasta el Llobregat circunvalado entre luces de posición, zizagueos y peregrinajes a la gran urbe. Nosotros nos íbamos más lejos: allí donde se pierden de vista las vallas.
No es que este muy lejos, si tenemos en cuenta que Barcelona se cruza en media hora. Pero para los que nos hemos criado en la periferia, tiene parte de encanto escapar de lo de siempre; no todo tiene porque suceder en la capital. De echo, los de entonces ya crecimos con esa idea de que lo verdaderamente merecedor ha de costar. En los 80/90, gustarte el indiepop era sinónimo de no existir, de ser transparente, y demasiado ambiguos para ser catalogados ¿era eso ser “indie” acaso?


Eso sí, en un Sábado atareado al segundo. La satisfacción de emplearlos en cosas realmente gratificantes: Cocinar para mi señora madre octogenaria larga, bebernos mano a mano una copichuela de vino ante un plato de lentejas. O echar un café en el bar de enfrente en mi viejo barrio Badalonés para chafar luego la oreja en mi habitación de soltero. Son ese tipo de cosas que hago cada sábado y que me teletransportan a años luz de juventudes lampiñas. Y salidas en busca antros perdidos donde escuchar buena música.
Así que trashumar hasta el Prat del Llobregat, para escuchar aquello mismo que buscaba con 19 años. Es como volver a rememorar décadas aventureras, en las que éramos pocos los que clamábamos en el desierto algo, entre lo exclusivo y personal. Esas canciones que parecían haber sido compuestas para nosotros, nuestra intimidad y nuestra atormentada o incomprendida fragilidad: POP de hilado fino, melodías quebradizas y factura tan simple como efectiva.
Por mucho que me pese haberme perdido a Kinsale, Ex-Cèntric, Her Little Donkey, Die Katapult, Alexandre Lacaze, o los Suecos Star Horse. Cuando los quehaceres han sido empleados en tan reconfortante empresa; incluido el bocata de pollo con queso que atendí en el bar del otro lado de la calle. Pues que queréis que os diga, benditos sean; con todos mis respetos. Que uno llega donde llega.


De todos modos, visto lo sucedido en la flamante como coqueta sala LA CAPSA (recién remodelada). Solo puedo postrarme ante semejante alarde de imaginación, buen gusto y como decía mi madre: Saber darle tres bocados a un cañamón. O lo que es lo mismo. Gestionar tan nimios recursos, y poner cada año el listón entre lo inigualable y selecto.
Por desgracia, pocos son los que se atreven a montar un festival de género, y superarse cada año.
Y es una pena, vamos, que los 13 euros que costaba la entrada atraiga a bandas de tanta calidad con los tiempos que corren, y el público siga siendo tan llorón y caprichoso. Ni imaginarme quiero, el caché que cobran estos artistas, cuando otros se dejan una semanada en un macrofestival.



Los franceses AUTOUR DE LUCIE, la joven y desenfadada banda Londinense DESPERATE JOURNALIST con su flamante debut. Y dos pesos pesados de los que has pasado vidas enteras, esperando verlos por estos lares: La escocesa EMMA POLLOCK (líder de THE DELGADOS), y THE POPGUNS. Estos últimos, como una de esas bandas fetiche, que mantuvieron viva la llama del tweepop trotón durante la década de los 90.
Dieciocho años más tarde han regresado con un disco bajo el brazo. De aquellos que rubrican su accidentada carrera, en una especie de doctorado, que recoge la culminación del Pop casi perfecto. Evidentemente la escena más multitudinaria ya no está por valorar lo que significa hacer melodías redondas y sencillas. Pero sí, los que andamos huérfanos de algo que no sea lo típicamente impuesto por modas y tendencias.
El Pop nunca pasará de moda por más que se le reste importancia, básicamente por que igual que el Rock&roll, son parte esencial de la música.


AUTOUR DE LUCIE se difuminaron igual que lo hicieron tantas bandas delicadas, emocionales y silenciosas a principios del 2000. Diez años más tarde, el dúo formado por Valérie Leulliot y el guitarra Olivier Durand han vuelto a grabar ese mismo pop; ahora vestido de electrónica hedonista.
Un disco del que dieron cuenta con la preciosa “Détache” y la noctámbula “Cheval étincelle”. Y que completaron con un fondo de armario repleto de temazos, que ahora, años más tarde. Suenan como salvadoras balizas, cuando se ha perdido el gusto por lo sencillo y delicado. Será por eso que “Je Reviens” me sonó como los ángeles, “OK Caos” pespunteó ese pasado más desnudo, con el actual. Y “Qu'avons-nous fait” casi veinte años después, volvió a sonar tremenda. Un set que se hizo breve por lo ajustado de la oferta, pero suficiente para certificar el buen estado de la banda y su repertorio.




Perfecto anticipo para dar cuenta de DESPERATE JOURNALIST. Un cuarteto mixto que vino el pasado año a recuperar, ese medio tiempo entre Savages y el Pop guitarrero heredero de aquel buscado Stellar de Smitten, The Organ, e incluso de los primeros U2. Eso que hizo que muchos confundieran antaño, donde acaba el pop y empezaba el rock o el postpunk.
La joven e impetuosa Jo Bevan, al igual que lo hicieran otras carismáticas féminas, es el pilar de la banda; además de un Rob Hardy a la guitarra multifuncional soberbio. Su repertorio los avala, plagado de posibles singles igual que aquel pop glaMuroso del debut de Suede. Principalmente porque la chica tiene una facilidad pasmosa igual que lo hiciera Brett Anderson, para hacer del falsete, lirismo, y de su cristalina voz, el contrapunto ideal a las guitarras arañantes.

Sonaron cojonudos, intensos y tan o más efectivos que su homónimo disco. Despertaron los primeros bailoteos de un público mandroso, que solo lograron levantar una buena tropa de curtidos británicos que allí se dieron también cita. Y la atención hipnótica hacia una preciosa joven, que atesora esa emocional rabia que solo se da en las bandas pequeñas que suben desde abajo sin el aval de los grandes medios.
El repertorio se basta para funcionar engrasado y perfectamente conectado con el aquel pasado de Pop cristalino de guitarras. Suena tal y como lo hacían Echobelly, e incluso inspirador por esas innegables influencias de The Smiths. Y sencillamente lo es porque no está contaminado por tendencias, y abarca una parcela que ahora no toca... cosa de las modas supongo.
Con lo poco que me gusta achacar a modas, las enfermizas tendencias.




Mereció la pena la espera y un cartel final sin desperdicio alguno. Repasando los discos en solitario de la escocesa EMMA POLLOCK, se me abrió un apetito voraz que pedía café a garrafas.
La estratégica situación de LA CAPSA, con su bar restaurante y todo; hasta la parada del metro justo enfrente. Lo que digo yo ser más “apañao” que una maleta grande. Hizo por mi, más que la humanidad por el fin del mundo. Era como un cargar las pilas esperando la presencia de la ex líder de THE DELGADOS: Aquella banda que como tantas que pasan y han pasado por este particular festival, cuesta ubicar en un contexto exacto. Bandas que cimentaron su grandeza en ese limbo musical difícil de etiquetar, que las hace con los años, el mejor vocabulario para entender el verdadero significado de la independencia.
Desde su omnipresente “Coming in from the Cold” hasta nuestros días. Una carrera en solitario surtida de un sinfín de colaboraciones. Con tantas ramificaciones, como pausada es su producción musical repleta de surcos profundos y laberínticas influencias.

Hace unos años volví a coger su estela con un proyecto benéfico para psiquiátricos llamado THE FRUIT TREE FOUNDATION, con miembros de la escena alternativa escocesa (twilight sad, idewild, the birthday suite y frightened rabbit entre otros). Un trabajo de los pocos que acaban siendo disco de cabecera con el tiempo; y que aprovecho para recomendar encarecidamente. Me apetecía mucho verla, aun a sabiendas de que seguramente vendría armada solamente con su guitarra, y su voz; más que suficientes.
Tras el impulso anímico de Desperate Journalist, algunos podrían no entender la función de Emma, bajando el pulso a constantes de hibernación.
Pues amigos míos, fue uno de los instantes más mágicos de la noche.

Hecho el silencio, los teclados y bajo de David Mcaulay, y la presencia bajo el cenital de Emma Pollock. Consiguió detenerme la respiración y hacerme flotar sobre su voz de cristal líquido. De esos directos desnudos como los contados de Kirsteen Hersch, Lloyd Cole o Robert Forster.
Esa forma de ver las canciones tal y como vinieron al mundo: Sin colonias con las que hacerlas fáciles y dóciles, sin maquillaje ni vestidos para disimular sus curvas, defectos o virtudes.

Su último disco IN SEARCH OF HARPERFIELD, junto al primero y más enervado WATCH THE FIREWORKS/2007: Dos discos que completan una trilogía musical tranquila, digna de escudriñar en horizontal. Centraron un set breve por la intensidad emocional desplegada, dando una sonoridad particular a su temario. Confiriendo a su última entrega -marcada por la reciente muerte de su madre- una dulzura llena de aristas, rugosidades y formas increíblemente panorámicas. In Search Of Harperfield es un disco muy muy grande, que probablemente pasará en silencio y de puntillas por los medios y crítica especializada. Pero desde ya, y después de hacerme con él en el mercha del festival. Puedo asegurar que será uno de mis discos de este año. De los que se intuyen desde el primer acorde y pasaje, como esas obras que crecen y ganan en detalles y rincones escondidos por cada escucha que se les concede.
Son de los que se merecen una entrada completa, y una disección pormenorizada de cada canción. Sus ingredientes, como las de la artista, tienen una belleza rara que te atrapa tanto por sus rasgos marcados, como por su convincente sencillez.
Se codearon y se entremezclaron entre algunas gemas de su primer disco en solitario. “If Silence Means That much To You” o “The Optimist”, nos desplegaron un tono tan confortable como melancólico. Sonó al final, intercambiando acústica por bajo, “Old Ghost”: Vivo ejemplo del preciosismo de esta última entrega, junto a otras como “Clemency”, “Intermission” o “Dark Skies”. Esas canciones que dan a toda la obra un halo de Pop-folk de cámara tan agradable de escuchar.
Y me dejó al final una curiosa sensación de desahogo, como las que afloran cuando te hartas de sollozar como un desconsolado.

Al acabar nos dejó tiempo para consumir en el portal el último pitillo, mientras charlaba con unos igualmente apasionados asistentes. Esas pausas entre set y set, con tiempo para compartir vía público/músicos, todo el peso de sensaciones que uno necesita vomitar. No recuerdo los nombres -lo siento- me sucede lo mismo siempre: retengo tan poco en nombres, como guardo para el recuerdo (si pasaran por aquí, lo cual dudo, me encantaría que levantaran la mano).
Así que ya consumiéndose la noche hacia la una pasada de la madrugada. El plato fuerte para quienes nos sentimos tan solos en los 90, cuando intentábamos explicar a alguien las virtudes de esta grande, como insignificante banda de Brighton. 
 

THE POPGUNS tendrían el honor de echar el telón a tan increíble cartel, y trasladarnos por un instante a aquellos tiempos de Sarah Records, Creation, Cherry Red, de TweeKitty; de eso que ahora llaman C-86, y no es más que Pop orfebre de periferia. Ese que se hacía por el mero impulso de los 60 o por conservar esa inocencia maldita de adolescencia.

Wendy Morgan -su cantante- salió radiante de felicidad; sonrisa impertérrita. Y no es para menos. Con semejante disco bajo el brazo recién publicado, después de 18 años de silencio. Y blandiendo una forma tan envidiable sobre el escenario, como a la hora de componer Pop sin fecha de caducidad. Daba un poco lo mismo que nos deleitara con algunos clásicos como su cierre “Waiting for the Winter” o con la que abrieron, “Stay Alive”.
Tiraron de garra y un punto de Pop más rockero que saltarín; esa parte que siempre los unió con un pasado más caústico. “We Don't go Round there Anymore” es un claro ejemplo de atemporalidad y sonido americano.

Un tema inédito que sonó glorioso junto a “Because He Wanted To” de su primer Lp. Consiguiendo un punto álgido de la noche junto a “Still a World Away”. Entre fans de la banda venidos del reino unido que rebasaban la cincuentena, con mucha ganas de bailar. Y atónitos del lugar, que no están acostumbrados a estas expresiones tan naturales de fervor popero. Todo eso, dio a la noche esa magia sin límites de edad ni caducidad, que solo el IndiePop es capaz de mantener.
Las canciones de Popguns ejercieron de resorte, claro está. Su repertorio siempre incontestable: “Lovejunkye” que nos adelantaba hace dos años su regreso a los estudios. “Landslide” y esa conexión perfecta con los Wedding Present de George Best de los primeros 90. El gesto pese a tener un arsenal de temazos y el poco tiempo del set, para marcarse más inéditas como “Beaten Up Guitar”. Lo cual da idea de el momento creativo en el que están; más que nada porque las dos sonaron sobresalientes.
Sonaría hacia el final esa oda Poppunk llamada “Bye bye baby” de su SNOG del 91. Y se nos hizo tremendamente corto esas escasas nueve canciones, para los 25 años de espera; como es natural.


Pero al final, incluso puesto a quejarme por la ausencia de una de mis favoritas: “Second Time Around”. La sensación pletórica de volver a revivir tiempos veinteañeros, cuando no había “escena” tal (aunque en realidad nunca la haya habido propiamente dicha). Ni un público más o menos masivo para dedicarle ni radios, revistas, y mucho menos clubs.
De todas maneras -y alargando hasta el final esa nebulosa memorabílica- los que habíamos, removíamos cielo y tierra en busca de esos sonidos minoritarios. Era la unión que da la fuerza, y el poder de hacer las cosas con pocos medios. Más o menos como este meritorio Minifestival IndiePop de Barcelona: 21 ediciones picando piedra y haciendo... que no todo sea siempre igual. Larga vida!!



PD. La noche, de las pocas que son en Sábado, acabaría rindiendo homenaje a esas LAS NOCHES #cualquiera, que suelen ser las mejores y a celebrar. Con mi buen amigo y compañero de trincheras #Luis Le Nuit en Kotton Club. No pudo venir por asunto de sesiones, pero volvimos a casa juntos; como antaño.
Ni que sea para compartir detalles, pormenores de la noche y sus bestias, de lo que cuesta tirar para adelante, y que sea cerrando con un ilustrador MY WAY de FRANK SINATRA.
Hasta se me escapa la lagrimilla... tantas y pequeñas cosas que hacían grandes las noches y la amistad.
@SALUTE!!


sábado, 12 de marzo de 2016

MILES KUROSKY ECHÓ A VOLAR..... COMETAS (THE DESERT OF SHALLOW EFFECTS_2010)



Dicen que lo vieron volar por última vez cometas en las playas de Acapulco. Otros que se lo cruzaron en una avenida concurrida de Monterrey, vendiendo imágenes de la Virgen del Roble.
El caso es que fruto de mi osada imaginación o rebotando contra la cruda realidad, soy de los que prefiero dar aire a esas mismas fábulas que se alimentaban de Beulah; su antigua banda. Para trazar líneas más gruesas y visibles si se puede, en lo que hace de los recuerdos; vapores condensados y difusos.

Desde el júbilo de esas cosas buenas que se hacían esperar en “Emma Blowgun's Last Stand”. A la melancólica “Wipe Those Prints and Run” que cerraba su último álbum. Si tuviese que enumerar diez o veinte discos a los que he recurrido a lo largo de mi vida, para confirmar su grandeza y empacharme de la misma; uno sería The Coast is Never Clear. Y entendedme, no me refiero ni a obras maestras ni a discos ejemplares, sólo a aquellos que tú y yo sabemos: Obras con sus imperfecciones/virtudes, nacidas para dar eso que uno les pide y cuando/como lo necesita. Discos en definitiva, para que dan placer cuando más nos duelen.


Quince años son ya los que se cumplen de aquel THE COAST IS NEVER CLEAR/2001 con el que se me aparecieron: Un disco que debería ser de obligada escucha. Aunque solo sea para volver a meter la cabeza en ese Popfolk psicodélico que campó por los pliegues del nuevo milenio.
Jóvenes como éramos a la treintena tempranera, de planes, proyectos y bocetos. Los noventa habían quedado atrás y con ellos, esa sensación plomiza de que algo había cambiado. Y fíjate tú, que han tenido que pasar quince años para certificar la muerte de algo: un espíritu, el pulso de la espontaneidad o vete tú a a saber qué. YOKO/2003 ya nos contaba esa sensación de crecer, envejecer y hacer de la sabiduría una pócima que te marchita. Mirar al horizonte con la expresión fruncida creyendo que es el sol que te deslumbra, y que sea en verdad la solemnidad de la perspectiva la que nos ahueca las entrañas.


Volver a colgar las coloridas y floreadas cortinas, con las que nos vestimos en aquellos primeros negros años del nuevo milenio. No tiene mayor fin, que el de aquel viejo amigo que se cruza en tu camino pasados los años para tomar unas pintas y reordenar el pasado.
Pues es así -casi de carambola- cuando recurro a ese disco del 2001 para pintar la cara a las tristezas. Y descubro con morriña unas tomas en directo de su gira del 2003 extraídas de su póstumo documental “A Good Band Is Easy To Kill”. Digamos que esa sin apenas dudar, es la mejor manera de alcanzar a entender, aislar el alma de la banda, y servirla en el desayuno. Si claro, eres de aquellos a los que nunca les acabó de cautivar la plurimultibanda de San Francisco.
Si al contrario, caíste con los ojos en blanco y la pechera abierta a los encantos de Gorkys Zigotic Mynci, Neutral Milk Hotel, Elf Power. E incluso a deudores de los omnipresentes Big Star. Volverlos a recuperar como yo, años más tarde, es lo más parecido a abonar y regar el corazón para que florezca de nuevo.

Ver lo increíblemente bien que sonaban esas canciones. Escarbar en el pasado hasta el presente. Y acudir estupefacto al eslabón perdido de aquella fugaz banda:
Miles Kurosky (su líder) publicó un último aliento siete años después de su disolución, y nadie se percató de su grandeza.
Por eso dicen (y lo creo a pies juntillas), que el tiempo pone a cada uno en su lugar. El caso de Miles Kurosky no es uno aislado de tantos que sucedieron en un plano tan secundario como invisible: Cadáveres que se resucitan con poco arreglo ya, para resarcirlos y reparar el abandono de uno mismo, y de su legado musical.
Discos que aparecen como un despertar tardío, desperezándose cuando la fiesta ya ha acabado, amanece y no ha quedado un alma para recoger el desconcierto. Que a lo mejor solo sirven para refrescarnos la memoria resacosa, y a inspirar ese pasaje glorioso de nuestro pasado; no lo dudo. Pero que queréis que os diga... Vale la pena imaginarse doce años atrás inmerso en la vorágine, cumpliendo el deseo palpitante de escuchar por primera y última vez los acordes perpetuos de “Don't forget to Breath” en directo. Solo por eso, ya compensa sestear en la nostalgia e indagar por las redes para darse de bruces con THE DESERT OF SHALLOW EFFECTS_2010. Desnudarlo, y descubrir que allí está gran parte de la esencia de esta efímera banda.


BEULAH




La banda de de San Francisco #combo si se quiere, con infinidad de sensibilidades. Acabó separándose tras YOKO: Un disco introspectivo, en el que un poco se disolvían los coloridos de sus impulsivos inicios. Como las acuarelas se corren, entremezclan y emborronan sobre una lámina satinada.
THE DESERT OF SHALLOW EFFECTS, pese a lo que muchos piensen de si Beulah debería haber dado un golpe de efecto, para ser dignos de mención y recuerdo. Igual es que solo fue una consecuencia prácticamente arbitraria del cruce entre Miles Kurowsky y Bill Swam. Esas cosas que pasan de casualidad, y que une a dos geniecillos por incompatibles y porosas que sean sus personalidades. Para que acabaran proyectándose como un conjunto de todas sus virtudes, la esencia y en definitiva...
La idea de aglutinar en un pensamiento entre lo bipolar, surrealista e idealista de Miles por pura magia; culpa o no de sus desajustes mentales:
Un universo curioso, tan cerca de la lucidez como de la locura. Capaz de traducir Pop, Folk, Psicodelía hasta algo de la lisergia de los 60/70 y convertirlo en pura armonía. Entre todo ese batiburrillo él, y la misma visionaria perfección del caos que tenía Brian Wilson.


Es fácil que pongamos el reproductor en marcha. Y al escuchar “Notes from the Polish Underground”, nos vengan de golpe esa vaga idea del Folk fabulador entre lo de Jethro Tull y los Beatles. O cuando Gorkys Zigotic rubricaban “Bwyd Time” en el 95.
Y perdonad mi obsesión enfermiza. Pero entre el Folclore propio de la zona de origen (Gales, Escocia o California). Y lo que buenamente proyecte en su ejecución el artista en concreto. Hay un pequeño misterio que va más allá del rock que me fascina y obsesiona en lo particular.
Es un poco el contexto cultural que reclama protagonismo en algo tan banal y libertino como el Rock.
Beulah lo hacían, y Miles Kuroski lo acabó plasmando en este álbum. Esa obsesión enfermiza por la que cada crujido, cuerda, viento o ruidito, cuadrara como en un puzzle caleidoscópico. De echo, The Desert of Shallow Effect es como un parque de atracciones en el que cada canción es una excursión: Ni se ajusta a los patrones tal y como empieza, acaba o discurre, ni todo sucede según lo cabalmente previsible.


Mantiene la esencia de su antigua banda, puesto que en el disco como en una especie de reconciliación familiar, colaboran muchos de los miembros de Beulah. Se respira y transpira en “An Apple for an Apple” y “Dead Lenguage Blues” esa felicidad expansiva que tanto bebía de Beach Boys y el sonido Californiano por antonomasia. Pero con ellos todo ocurre de algún modo diferente, mantienen esa especie de libertad salvaje de fanfarria callejera, sin ataduras. Todo suena por la inspiración divina del momento; o así lo parece.
Es “I Can't Swim”... y pongamos que ese frescor mentolado del Pop de los 60. Se pusiera al servicio de alguien que sobre la marcha, es capaz de vertebrar el crisol de influencias de cada uno de los músicos; que eran muchas. Y traducirlo en un estilo propio e inconfundible de mil lenguas muertas y viperinas.

Escuchar “She Was my Dresden” tan delicada y dulce: oboes, trombones, tubas, armonios, los slides que se estiran como la melaza en un caluroso atardecer de Julio. Es lo más. Rugir de placer, igual que aquella gata que te ronroneaba cuando sesteabas en el camastro de casa vieja.
Con “West Memphis Skyline” ocurre lo mismo. Solo que igual que pasara con “Emma Blowgun's Last Stand”, desemboca en un festival luminiscente e infeccioso en ese momento que uno lo da todo ya por perdido y cree que lo han vuelto a dejar en la estacada: Melodías pluscuamperfectas que se recargolan y encajan al vuelo, estirándote hacia arriba.
A medio camino de nuestro bacheado comienzo, “Pink Lips, Black Lungs” marca el despegue: Violines, trompetas puestas al servicio de un Pop radiante. Que deja a la altura del betún, tantos experimentos que se hicieron en el reino unido, deudores de los 60/70 en los revivalistas dosmiles. Hasta la más desquiciada “The World won't Last the night”, sabe capturar la esencia del transformismo sin dejar margen al aliento con esos bongos velociraptors de fondo panorámico. Una canción que muta conforme avanza, igual que una muñeca rusa que se abre y cierra desperdigando

Si creíste en los primeros compases, que el trabajo en cuestión es un experimento sin rumbo. La segunda mitad es una prueba efervescente del universo raro y adictivo que lo compone; de largo mi parte preferida.
Sumergido de nuevo en campos de trigo altos como el cielo, si es “Housewives and Their Knives” la encargada de ejercer de refrigerio. Y rubricar con sus dos últimos cortes; a mi gusto los mejores y más desencorsetados. “Dog in the Burning Building” me parece una puta delicia sin pudor que valga. Un tema que recuerda a esa forma de entender rock&roll, blues y folk para traducirlo en un lenguaje puramente teatral que tenían Violent Fenmes o Madness, por ejemplo.

The Desert of Shallow Effect en definitiva, es un disco que merece la pena escucharlo sin ataduras pero a conciencia. Que hace grande la ya de por si creativa y hermosa como fugaz trayectoria de BEULAH. Una banda breve como aquellas cosas que suceden intensamente, reduciendo el tiempo en un momento.
Ese reducido set en directo que congregó a los pocos fieles que los seguían en su gira de 2003, titulado A GOOD BAND IS EASY TO KILL. Y que hace referencia a una de las canciones de la banda, y al juego de palabras para con la escritora Flannery O'Connor. Es como podéis imaginar, el culpable de este texto, el gratificante encuentro con el amigo recuerdo y su maldita manía por remontar para que todo coja aire. Y sobretodo, lo que hace que este disco brote como un último y agónico estertor. Simplemente para escucharlo, disfrutar de la excursión y la idea de ver a la banda en directo; a 13 años de su separación.
Aunque solo sea con esta entretenida selección de las tomas en directo, que gustosamente han subido los usuarios a Youtube. Y que he compilado en esta emocional playlist.
BEULAH en acción, con un sonido maravilloso y una ejecución para el recuerdo. SALUT!!
 BEULAH_LIVE 2003 and The End:

domingo, 28 de febrero de 2016

YO, ÉL Y RAQUEL/2015_ AQUELLAS TEMPESTADES QUE NOS HICIERON ¿ADULTOS?




Año 2015
Director: Alfonso Gómez-Rejón
Duración: 105 minutos
Nacionalidad: EEUU
Guión: Jesse Andrews (basada en su novela)
Música: Brian Eno y Nico Muhly
Fotografía: Chung-hoon Chung
Género: Tragicomedia
Reparto: Thomas Mann, Olivia Cooke, R J Cyler, Nick Offerman, Connie Britton, Molly Shannon, Jon Bernthal, Katherine C. Hugues, Matt Benett....


Que enero/febrero más difícil amigos!! Ya sabéis lo típico que es del sufrido juntaletras: trasladaros sus penurias y buscar mil motivos para justificar la semana larga sin ducharse, la barba enredada y la dejadez más absoluta. Ese cumplir con no sabes quien, con el vacío y el remordimiento de conciencia por no publicar (cuando en teoría toca). Un asco vamos.
La otra opción claro, está en refirmase con eso de: publico cuando me sale de los entrecejos; que esto es mu trascendental e íntimo!!

La cosa es que después de andar vagando como el que sale a comprar y pierde la lista de la compra. Sí, la lista, e incluso la intención de hacerlo verdaderamente. O simplemente que la verdadera razón para salir es que a uno le de el aire sin destino alguno, y no parecer que es un atracador esquizofrénico a ojos de la gente.
Por fin he encontrado ese momento de esbarjo e introspección para repanchingarme en el sofá y ver cine; que ya tocaba. Esos Domingos en los que se suele/intenta aprovechar minuto a minuto el último suspiro del finde: madrugar e ir al gym... no, mejor!! dormir y montarse un vermuth del copón al sol... ay!! bueno... hacer la comida tarde porque sí, y acabar viendo una peli mientras se pone el sol y nos dejamos ir. En fin, supongo cual es la opción final, la previsible, la cantada y la que hasta tu mismo sabías: Ver una película con el pijama de la mañana, la llave echada de anoche y llorar como un magdaleno en pos de los mortificadores Lunes, mientras la lluvia disuelve cualquier atisbo brillantez.


Eso sí, siempre te quedará ese fragante recuerdo si la elección ha sido buena; en este caso así lo ha sido.
Se agradece acertar con el cine, teniendo en cuenta la cantidad de placebos que corren por la cartelera. Pero la vida es así: como una pista americana o una gymkana en la que cada cual debe buscar su “qué”. No esperéis a que os lo pongan en la bandeja del escritorio peladito y troceado. Nuestro sino y de alguna manera, la gracia de vivir, es buscarse cada uno su propia decoración existencial. Esa especie de planetario muy muy personal que casi nadie entiende, y que cuelga del techo de tu habitación como una pequeña galaxia en movimiento; queda chulo ¿verdad?

Alfonso-Gómez Rejón -un director novel venido de las series televisivas y algún pequeño escarceo en el cine- ha tenido el gran acierto de vestir una típica tragicomedia adolescente alternativa, como una historia preciosa e imaginativa.
Y no importa que de por medio tengamos una enfermedad terminal; con lo que suele condicionarme eso a la hora de inclinarme por una peli. No me malinterpretéis, no son prejuicios o desconfianza por esas fórmulas fáciles a la hora de salpimentar una tragicomedia romántica: Amor a raudales, relaciones difíciles y la muerte ahí, siempre omnipresente. Pero que queréis que os diga, me condiciona y me vuelve asquerosamente exigente y poco condescendiente; viejo que se hace uno.

Greg es el protagonista de esta historia: Un adolescente de instituto taciturno y pudorosamente rebelde, que se ve empujado por su madre a entablar amistad con Raquel. Una compañera de clase ignorada por ese desdén que los bichos raros con los que tanto nos identificamos, tenemos por la gente teóricamente “normal”.
De esta especie de relación entre lo compasivo, moral y cortés, nace algo que normalmente suele estar por encima de clichés, y esos prejuicios que nos hacen medir nuestras relaciones; LA AMISTAD. Sí amigos, ese ente inmaterial que da al traste con toda esa serie de tonterías que tenemos los seres humanos cuando nos queremos rodear de lo que nos conviene: ni el amor, ni los ideales, ni esa imagen que nos hacemos de los demás... La AMISTAD por encima de todo.

Y lo cierto es que en los primeros compases. El cinismo del protagonista y toda esa serie de clichés, nos puede hacer pensar que estamos ante esa típica película premiada en Sundance. Que hace que lo alternativo sulfure, por ese tópico narrativo casi siempre adolescente en lo que concierne a la vida, las relaciones y la realidad algo convexa de los sucesos. Solo que Alfonso Gómez-Rejón esta vez, sí sabe exponer los defectos y corregirlos con una aplastante realidad teñida de magia.
Su manera de estructurar una historia adolescente bastante voluble de antemano. Y como moldea a lo largo del metraje, la sibilina metamorfosis que cambian al protagonista, al amigo y a la compañera. Nos acaban regalando un final bello con moraleja incluida, no falto de cierta épica y emotividad lacrimógena.

Resulta que la enfermedad no es la que acaba condicionando el guión; algo que se agradece. Ni siquiera el desenlace más o menos previsible tiene cierta relevancia. Tampoco esa manera cómica y frívola de definir a los personajes, o la ligereza con la que se cuenta la historia.
Lo verdaderamente plausible de esta película, es como se plantean una serie de realidades a menudo crueles y terribles. Y que es lo que queda en la superficie al final; satisfacción. Ese acierto del que hablaba al principio y que al final define una película sea cual sea el género: Saber dar equilibrio, divertimento y credibilidad, y conseguir que lo trágico, lo cómico y los que se ven involucrados en esta puesta en escena, queden salomónicamente al mismo nivel de brillantez interpretativa.
Más aun cuando se exponen términos tan complejos como la amistad, el amor y el drama. Y el resultado son sonrisas y lágrimas, sin tropezar con los errores típicos de estas películas. Lp dicho, una sobremesa de domingo confortable de buen cine, sencillo y emotivo.

domingo, 21 de febrero de 2016

FARGO, LA SERIE, Y DOS.




Decía Morrissey en “The Last of the Famous Internacional Playboys” así:
I never wanted to kill
i am not naturally evil
such things I do
just to make myself
more attractive to you
have I failed
Algo como: Nunca quise matar; realmente no soy mala persona. Lo que hago tan solo es para mostrarme más atractivo ante ti.
Me parece desde tiempo, una de las mejores estrofas de su carrera en solitario. Un especie de inflexión vocal por la cual nos expone la violencia y el amor, como el reverso de la misma moneda. Una visión algo poética sobre el crimen despiadado y la violencia reinante de los 50/60; no mucha más que la que se vivía en la sociedad misma, de esos años. Y que ejerce un hipnotismo sobre la visión en la distancia del espectador, posesivo, morboso y excitante.

KRAY TWINS & MOTHER
Dos aspectos aparentemente opuestos, pero estrechamente ligados desde tiempos inmemoriales que se cogen de la mano aun a regañadientes. Y que desde luego, alcanza su grado más expresivo en la tarantinesca segunda temporada de esta fascinante serie.
Una precuela de su primera sesión, donde Noah Hawley nos vuelve a poner sobre la pista de la magna obra de los Hnos. Coen. Quienes supieron como nadie, concentrar ese visión protagonista del paria, como digno merecedor de una oda: Atontaos, inocentes lugareños, la inocencia como máxime, ingenuos y soñadores, brutos y salvajes, matones de barrio, tiranos paternales, buenas personas vestidas de heroicos justicieros, deformados, tullidos y el Sr. Murphy haciendo de su ley, la espada de Democles.


Sería muy simplista decir que la serie en cuestión; producida por los mismos Coen. Es un acto de pura egolatría, o un homenaje a ese universo personal que se concentra prácticamente en su filmografía del 1985 al 2000; la más imaginaria y talentosa. Pero no, la oscarizada película llevada a la pantalla chica, tiene mucho más que eso: Una sucesión de guiños a esa filosofía, donde el amor fraternal hace de la cruel y violenta vida algo entrañable.
Pasar por el filtro televisivo uno de mis iconos cinéfilos más potentes, de entrada con rechazo y desconfianza absoluta, fue revelador. Pero tener un sobrino con el comparto fobias y filias tiene estas cosas: que a uno lo tienten con el caramelo, y la acabe viendo.

De la primera temporada, debo admitir que su nueva puesta en escena: Aparte de esos dichosos guiños donde se calcan algunos momentos memorables del film y una recreación casi exacta de los echos. Claro está, incidiendo en el entorno, los personajes y la rocambolesca situación desde un prisma y enfoque distinto; más retorcido si cabe. No encontramos, con una insólita visión en modo historia bastante rica en matices e incluso en aspectos que se habían pasado por alto en la película.
Digamos que se ha ahondado más en el concepto de hacer un thriller intenso, bizarro y paradigma del absurdo, sin que por ello parezca una comedia; que sería lo fácil. Fargo puede parecer una mofa sobre lo rural, apartado o ingenuo. Pero es un canto increíble a la sencillez que nos ocupa el día a día, las casulidades e impredicible de la raza humana: no hay épicas ni el glamour de Chicago. Hay un zoom dilapidador sobre conciencia humana, la angustia, y como lo bueno y lo malo se encuentran en el camino sin apenas discernir.
Billy Bob Thorton puede despertar simpatías y cariño; pero es un hijoputa despiadado. Marin Freeman empatía y algo de piedad, pero acaba siendo un cabroncete vanidoso. Y Allison Tollman la perfecta Frances McDormand con corazón de muffin, tierno y mullido.

Dicho esto y teniendo en cuenta lo bien llevado que está el guión. Ni que pensar tiene, lo que llegaría a dar de si la idea original, en desarrollo e imaginativa recomposición de los echos. Alguno se preguntará - ¿era necesario hacer una segunda temporada?- vamos, que era una simple película.
Puesssssí!! no solo necesaria, obligatoria, medicinal y agitadora sin más. O sea, que al margen de cualquier pega que uno le pueda poner. La segunda temporada de Fargo es puro entretenimiento, con un plus de muy buena dirección, narrativa y fotografía. Todo un lujo para exprimir la alta definición de la tele.

Verdad es que el trazado de la historia y el guión flaquea en lo que respecta a la original, o la primera temporada: con mucha más sustancia -no lo iba a ser, tratándose de una reconstrucción- pero lo suple con una , magistral estética visual, paisajística, y malrollismo. Focalizada sobretodo en los personajes y en el entorno.
Patrick Wilson, Kirsten Dust, Ted Danson, Jean Smart, Jesse Plemons, o Jeffrey Donovan se prestan a ello. Y recostados sobre un fondo musical de lujo: El “Oh Well” de Fletwood Mac; pedigrí. Y no solo eso: Alix Dobkin, Bobby Womack y su increíble cover del California Dreamin', Jeannie C. Riley, Black Sabbath, Cymande, Heinz Jahr, White Denim, Jethro Tull, José Feliciano, The Dramatics, Devo, Wayne Chance, Yamasuki, Fats Domino... y un montón más. Ya no solo por la selección de dichos temas, sino por la importancia que le dan a cada escena.

Un viaje al pasado que nos vuelve a situar en la encrucijada de Kansas, Missouri y Oklahoma. Violencia que se ejecuta y sucede con un fondo de paz idílica que sacude desde dentro. Noah Hawley recalca inteligentemente esta pequeña obsesión que perseguía a los hermanos Coen desde sangre fácil: La violencia no solo como un echo tangible, sino como estado latente que rompe resquebrajando esa dualidad entre lo fiero y tierno.
Como un cuadro colgado en el lecho del salón. El mundo parece devorase igual que Saturno lo hacía con su hijo, mientras los dramas ajenos se descomponen en un degradado atardecer. La visión de unos echos que rozan lo estrambótico y salvaje, contrastan con una cotidianidad de absoluta normalidad. Es como un retrato en realidad, de nuestros días: el caos y las penurias anónimas de los espectadores indefensos.

La trama esta vez de Fargo, nos muestra el poder patriarcal de una familia podrida y su lucha de poderes. Tras el inesperado ictus que afecta al cabeza de familia, y un triple asesinato que conmueve a un pequeño pueblo de Missouri. Desde un punto de vista, eso sí, indolente y derrotado. Espontáneos que aparecen escena con cierta altivez, exigiendo cetro y aplausos. Perdedores también, que buscan su plano entre una jauría y la condición humana como eje transversal. 
Sí, en el fondo lo que los hermanos Coen han hecho durante toda su carrera, es escarbar en la condición vanidosa, cruel, egoísta y contrapuesta entre lo bueno y lo malo, del género humano. Y amigos, ahí en realidad y al margen de géneros, hay mucho donde prospectar.
Todo parece suceder en escenarios paralelos, pero con un vínculo poderoso. Y la velocidad con la que desarrollan los echos que aturde a instantes al espectador, tiene eso que se le exige a una serie televisiva: pura adicción por ver hacia donde nos conducen los protagonistas, sin pensar siquiera las consecuencias.
De echo, aunque la serie negra de fondo nevado hasta los tuétanos. Tiene tanto de humor negro, como de aquel cine en blanco y negro que nos crió en los 80 con los ciclos de la segunda.

Desconcertante por el giro que toman las circunstancias. Suicida cuando todo parece conducir al acabóse, y de repente la nada.
La desolación en modo remanso de paz. La ternura expansiva como el suspiro largo después del relámpago. Y la paz interior que nos explota, se quiera ver como se quiera: Desde el placer del lecho familiar que todo lo puede. Desde el amor todopoderoso, o simplemente o independientemente de que sean los buenos, los que ganen ... y fueron felices y comieron perdices.

Se pueden ver del derecho o del revés, pues aun teniendo las dos un vínculo hereditario, no dejan de ser dos historias paralelas. Ahora bien, yo recomendaría verlas por orden; vale la pena. Y si eres de aquellos que sufriste los escalofrío al ver tu sancta sanctorum del cine con mayúsculas, mancillado por tragabolas televisivo. No me seas pejiguera y por una vez en la vida déjate hacer. Que no se diga que en el sexo o el amor, nunca fuiste lo suficientemente sumiso.
Lo agradecerás...

lunes, 15 de febrero de 2016

MARC ALMOND EN LA 2 DE RAZZMATAZZ y... esa otra manera de perderse en la memorabilia.




Algunos piensan que en el espacio temporal que separa la preadolescencia y la madurez. Hay un lugar tan muerto como esos mil metros que separan un municipio de otro. Donde los baches ya se han convertido con el tiempo en simas, lagunas itinerantes y grietas espacio/tiempo ilustradoras de LA NADA más absoluta.
Allí es donde conviven mudas, aquellas cosas que a veces nos avergüenzan o nos enorgullecen, según crecemos, menguamos, medimos lo moderno con lo pasado de moda, lo molón y lo petardo. Una zona muerta que se modula con los años, sin apenas darnos cuenta.
Marc Almond y Soft Cell podrían perfectamente ser uno de ellos. Junto a Yazoo, The Human League, OMD; su vertiente más comercialmente explotada. Otra suerte correrían Depeche Mode, Kraftwerk, Devo, John Foxx o Gary Numan; paradigmas de la modernidad.


De repente un día, aquello que nos parecía pasado de moda y que disfrutábamos en la intimidad, nos brota como una fuente en aspersión ¿Nos hacemos viejos, perdimos los prejuicios? ¿O es que solo fue una conspiración entre el Rock y la electrónica para dinamitar el TecnoPop?
La sencillez y funcionalidad del TecnoPop (SynthPop, electropop... etc etc). Nos devuelve -por suerte- la vigencia de una parte muy importante de la música. Y Marc Almond amigos, puede, o es, de los pocos que ha sabido aglutinar bajo los patrones del Pop Electrónico: Soul, Rock, Dance, Baladista, burlesque y teatralidad como nadie... y hasta experimentación. Sin caer en la banalidad y conservando como icónicos, gran parte de sus hits.

Entienden porqué no deberían perder más de dos segundos en someter a juicio sus preferencias? Sino, me explican si después de escuchar este tema. No se sienten tentados a recuperar su adolescencia.
Al fin y al cabo fueron junto a Yazoo y OMD, los que me hicieron tal y como soy. Sin prejuicios al escuchar tal o cual estilo. De comida como en música, cuanto más variada y enriquecedora mejor.




Hacía una eternidad que no acudía a un concierto en sábado. Por otra parte, lo necesitaba. Era mirar el cielo por la tarde volviendo de Badalona, y asomaban tras la silueta de Collserola los cielos que parecían la anunciación, en todas sus escalas posibles de grises.
Se cernían sobre toda la extensión de la gran ciudad, como las siete plagas de satanás. Tierra que quiere agua, agua que quiere tierra. Tres meses sin caer una gota y el sábado a la noche viento y lluvia nos ponía el corazón del revés como los paraguas de a euro.
Lo siento si algunos se empeñan en crearse un perfil de oyente de Marc Almond. En la sala mediana de Razzmatazz, había de lo más variopinto que uno se pueda imaginar. Y es que este currante de los escenarios, por pasión y buen humor, es incapaz de dejar indiferentes. Un radar de largo alcance devuelto a la vida tras un accidente letal, y con una capacidad de irradiar vitalidad inigualable.
ARTISTAS con mayúsculas en vida sobre el escenario quedan pocos, y Marc Almond es uno.

Lleno cómodo para escuchar sobre las tablas su último álbum “The Velvet Trail/2015”, con un puñado de temas destinados a convertirse en clásicos. Y para que engañar, un repertorio que destaca sobretodo por la cantidad de hits inmortales, con los que crecimos la mayoría de los allí presentes.
Acompañado por dos coristas, el teclado de rigor, una batería de toda la vida, y el guitarra de Sigue Sigue Sputnik Neal X. Sorprendió por el dinamismo del repertorio, estructurado con inteligencia en cada una de sus vertientes: la más rockera, bailable, y la romántica; donde esconde algunos sus ases más sorprendentes. Prescindo el recalcar la energía sobre el escenario, porque todos deberíamos saber a estas altura que el de Southport seguramente sea de los pocos que vive el directo como un puro acto de felicidad y generosidad para con sus seguidores.
Veinte temas que sonaron como un ciclón, haciendo de su directo algo que sabe a poco. Sobretodo porque conforme avanza el set, su magnífica voz para los 58 años que calza, es cuando mejor se estira y modula; muchas tablas y escuela.

Así que el cierre con los bis de “Tainted Love” y la más que previsible “Say Hello, wave Goodbye”, sonaron para llorar pulmón en mano. Coreadas hasta la eternidad. De las que te revolotean dos semanas después ¿será por eso que soportan décadas, modas y vidas enteras?
Pero antes de todo eso, hubieron momentos muy muy grandes. Yo por ejemplo, me quedo con ese interludio tras unos momentos muy teatrales al compás de “Jackie”, “Champagne” y los arabescos de “Black Heart”. Probablemente porque sean estas, las culpables de verme el sábado allí: “Scar” y “Zipped Black Leather Jacket”. Dos temas sencillamente bestiales de su último disco, que en directo dan el máximo exponencial emocional de este artista: Sin apenas instrumentación, y con su voz como instrumento solista. En eso os puedo asegurar, no tiene rival, os guste más o menos.



Pero que la emoción nos conserve la vista y el criterio. Rebobinando hasta el principio, cuando sonó “Minotaur”; otra joyita que esconde su último disco. Y que por desgracia sonó por debajo de su valía, con la voz todavía un poco fría. Tardó poco en corregir ese pequeño inconveniente con “Tear Run Rings”; ese clásico del 88.
Su single de adelanto “Bad to Me”, de una ligereza Eurodisco acabó de darle impulso al inicio. Se sucedieron temas menores, pero todos sabemos porqué Marc Almond pese no haber facturado discos históricos, sigue estando ahí. Su cover de Gene Pitney en dueto es un ejemplo claro. “Something's Gotten Hold on my heart” al igual que Tainted Love, son clásicos de los que se ha encargado de inmortalizar. Con esa forma tan personal y única de aglutinar bajo el pop electrónico y cabaretero, estilos aparentemente antagónicos y ser el amo. Llegaron “Variety”, “The Dancing Marquis”, “Darker Times” hasta “Jacky”; melodrama al puro estilo Jacques Brel: Cuatro temas encadenados entre varietés, rozando el petardeo y la autoparodia a ritmo disco; que curiosamente despojó esta última, de eso precisamente #genio y figura hasta la sepultura. Pero que Marc sabe gestionar con algo que supongo muchos desconocerán todavía a día de hoy.

Marc Almond es esa especie única de artistas que con un lirismo interpretativo tan suyo, ha construido un universo inquebrantable pero siempre moldeable e inimitable. En lo plástico, es capaz de convertir lo hortera en pura magia. Llevarte a su terreno y arrastrarte como un vórtice, para hacerte comprender de que va lo suyo. Y siempre gana, sí, es así de fácil por inexplicable que resulte.

Jacky y esa otra vuelta hacia el fulgurante drama que le imprimía Jaques o Scott Walker, marcaría el punto de inflexíon de la noche. Fuera bases y dancing, Marc Almond tenía a toda la platea rendida a sus pies por mucho que la mayoría ya fuéramos predispuestos.
Champagne, Black Heart, Scar, Zipped Black Leather Jacket, Demon Lover y ríete de Pulp o cualquier banda intentando emular ese Britishdrama. La sucesión más irresistible posible en una noche redonda, para los que crean en las casualidades y supersticiones de un Viernes 13 pletórico.
Treinta y cinco años cantándonos los demonios y las luces de la vida. Y todavía sabe sobreponer a un repertorio demoledor, un último disco magistral; otra piedra preciosa que se nos escapó el pasado año a los insuficientes. Aunque eso sí, puestos a estar de antojos, se echo de menos “Pleasure's Wherever You Are” o “Earthy” de su último disco, que no sonaron.



Llovía a cántaros sobre la ciudad; las once y pico contadas. El Bar Pepe nos llenaba el estómago con un Lomo con pimientos y queso +la birra de rigor; el alma ya lo estaba desde las nueve largas. Y la noche no podía acabarse ahí, debatiendo con propios extraños las teorías de la noche:
Lo grande que es regresar sobre los pasos, para bailar y emocionarse con lo que te amamantó a los 12 años ¿se puede pedir más a un concierto? Hablando de Allison Moyet, de Andy McCluskey... Porqué nos hacemos tan viejos, la dioptrías, y tan dulcemente canallas. La madurez es hermosa y la pena, es que hay que llegar para relamerse.
El Raval y Sidecar como destino, pondrían el broche ¿Y acaso no hay mejor forma que hacerlo con el Gloria de Patti Smith y L.A Woman de los Doors? Aunque la pista esté desierta y las carcajadas de dos locas reboten en las paredes. O te figures desenlaces extraños entre los viandantes chapoteando en charcos.