domingo, 20 de noviembre de 2016

NEW MODEL ARMY en SALAMANDRA 28/10/2016... CALLA Y DAME OTRA CERVEZA QUEMELANTIRÁO!!




El mes pasado volvieron a salir de sus moradas los angelitos negros. No los del glorioso Machín, sino los irreductibles y fieles seguidores de la banda de Bradford: NEW MODEL ARMY.
Para certificar la existencia del otro frente desintoxicado de pasarelas de chorreras, crepados y maquillaje. Hay que exhumar de tarde en tanto -casi como los viajes del cometa halley- ese frente combativo que diluía esa efímera frontera entre el Punk, lo oscuro y el gusto por aquellas bandas militantes de los 80.

Pasados los años, cuando poco queda ya de aquella escena olvidada y desligada de todo secularismo. Cuando los años te hacen dudar de si había en realidad un frente común gótico, o era el simple amor por aquellos sonidos apartados de la modé. Los que unían a distintas razas alrededor de la fogata en pos de lo atípico: The Chameleons, The Cult, los mismísimos New Model Army, o un montón de bandas más que se la traía bastante floja las sectas, los bandos o agrupaciones generacionales.
Está claro que los New Model Army han sobrevivido a todo eso. Y quizás sea esa la razón por la cual, cada vez que se pegan una gira infernal por toda europa. Hay unos cientos de incondicionales; empezando por los Followers, y acabando por ese desarraigado seguidor entre lo siniestro, lo rockero, y lo indeterminado. Que se acaban reuniendo como una gran familia bien unida, amante de los románticos mensajes de Justin Sullivan. Esas cosas de las que ya no está de moda hablar en una sociedad materialista y terrenal. Pero que unos tantos no siguen erizando el bello a grito pelado y brazos alzados.
Este tenaz veterano de 60 años ya, sigue como tal cosa sobre el escenario. No solo son creíbles sus mensajes, sino que las canciones recobran una extraña vida tan brutal e incendiaria sobre un escenario, que solo queda la reverencia final.

Los hay que dicen que se repiten. Que quieren encontrar a un mesías nuevo que les devuelva la juventud. O que esperan que el himno sea el que los teletransporte a su revolucionaria adolescencia. Pero hay algo más importante que todo eso. Y es que cuando los clásicos se solapan con sus nuevas composiciones y no baja ni un ápice la intensidad. Tan solo, creo yo en mi más sincera ignorancia, que hay que mirar siempre hacia adelante y avanzar.
Los he visto ya con esta cinco veces, y siempre me han dado razones de peso para creer en sus nuevas canciones. Por mucho que las antiguas vayan de la mano de alguno de mis más emotivos recuerdos de juventud; que ya son 26 años joder.


El del pasado mes de Octubre en la inóspita periferia de Hospitalet me pareció arriesgado y valiente. Teniendo en cuenta las carencias de la sala, creo que fue el más bestia desde la gira del 93.
Han pasado 23 años y se dice rápido. Si en aquellos años éramos cuatro gatos los que los seguíamos; tan pocos como para llenar la sala 2 de Zeleste. Ahora, cada salida a la palestra con un nuevo puñado de composiciones me parece hasta heróico. Seguramente sea la única banda que persevera en ideario, y correspondidos plenamente por sus seguidores en una militancia inquebrantable.
Vienen de toda europa, del este y del oeste, de fuera y de dentro. Las grietas que surcan sus caras y los torsos desnudos que se sacuden en diabólicos pogos como las vibrantes colmenas, no pierden la intensidad con los años. Han conseguido algo realmente difícil: hacer que lo nuevo y lo viejo se haga todo en uno. Sin dudar ni un instante en despegar con “Burn the Castle”, el tema que dispara directo a la cabeza tras la apertura de “Beginning”, mucho más épica y que no sonó; yendo directos al grano.
Su nuevo trabajo WINTER, tiene un buen puñado de razones para reivindicarlo como uno de sus discos más arriesgados en bastantes años. No es ese típico disco que tira de piedra y roca, o de esas percusiones que ahogaron la intensidad de antaño. En cambio, son los pequeños detalles el que lo hacen grande en cada escucha sin abusar de ningún tema insignia, salvo el que le da nombre. Diría que en estructura e idea me recuerda al Thunder and Consolation o el The Love of Hopeless Causes; que ya es mucho decir y alguno me quemará en la hoguera, cierto!!.
De ahí que sonara prácticamente en su integridad, sobretodo la de su primera parte que es la más intensa de largo: “Part the Waters”, “Eyes get used to the Darkness”, “Devil”, “Winter”, “Born Feral”... y así hasta 8 de sus 13. Esta última tremenda y a la altura de alguno de sus clásicos, se ensartó con una versión sosegada de “Purity” que la hace más eterna si cabe que su otrora machacada Vagabons. Una de mis preferidas “Fate”, que junto a “White Light” dirigieron el repertorio hacia canciones más melódicas.
Hubo como es habitual algunos sectores que se quejaron de la falta de algunos clásicos simbólicos, que por tener tienen muchos. Basta con repasar la quincena de discos que tiene entre oficiales y caras B.

Yo nunca he esperado y ahora menos, que cualquier banda me toque aquello que quiero oír. Y prefiero que me sorprendan con una idea global de aquellas que te hacen amar canciones que ni te esperabas. Que convierten en grande la interpretación absoluta del instante defendiendo lo imposible. Y que en definitiva arriesgan con una propuesta que recorre un aspecto concreto de su discografía; en este caso no fue la más fácil.
Sonaron en un impresionante acústico “White Coats”; una de las para mi, mejores canciones de su extensa carrera. “Poison Street” arreció meteórica: aquella primera canción de ellos que escuché en una cinta perdida de Chocolate. “51 State” cumplió con un solitario y mítico tema; que podrían haber sido otros: Un Get me Out, Family, Young Gifted and Skint, un Prison... o que se yo.
Escogieron una línea más lógica por como suena su último trabajo, y menos visceral. Cómoda si se quiere, pero intensa porque es al final el público, el que la convierte en inolvidable sea cual sea el repertorio. Es así, los sets en directo de la banda de Bradford que ahora parece tener una alineación fija desde hace cinco años, no nos hace añorar la más Punk de principio de los 80. Ni tampoco su discreta reconversión hacia sonoridades de épica excelsa, cuando alcanzaron el status de banda futurible con IMPURITY.
Tenemos a unos New Model Army en ruta, han parido un disco ambicioso y que rompe con ciertas ataduras, y que nos sigue arrastrando al mismísimo infierno. Dudaba del lleno en Hospitalet fíjate. Pero esta claro que la hermandad de los eslabones perdidos, todavía sigue testimoniando esa imprecisión a la hora de separar churras de merinas.
Al fin y al cabo la mayoría ya somos cabrones que peinan canas como escarpias.

lunes, 17 de octubre de 2016

DE UN VIAJE A CÁDIZ Y SU JEREZ



Cuando la lluvia arrecia y son los pleamares los que dejan a su paso -todavía- del rastro de lo que quedó atrás. Tardes, que ya son noches de lluvia. Son las que empujan como el oleaje, la constancia de escribir lo que no queremos olvidar.
Debe ser que el paso inminente del otoño, el racionamiento del sol y las horas de luz, hacen que uno se deje el cuscurro de pan para entre horas. Y sea ahora, cuando todavía resuenan los ecos de Alaska con sus difuntos Pegamoides/Dinarama y demás; que uno amortizó en las fiestas patronales. Momento idóneo para hablar -por fin- de vino, en estos lares que tan al abandono se dan.


Mis últimas vacaciones ya casi suspendidas de la añoranza, han sido por fuerza provechosas: Nos hemos traído en la saca del 2016 un buen puñado de testimonios de la esencia salvaje de Cádiz.
No solo ese espíritu de supervivencia a la inventiva, que se dan en cada esquina de sus poblados. Que en definitiva, es la clave para que una tierra como la Gaditana, perdida de la mano de dios, mantenga intacto y casi primitivo su carácter primordial. Sino lo que la diferencia prácticamente de cualquier parte de Andalucía: La ingente variedad de materias primeras que dan de comer y beber a propios y extraños.

El botín en líquido elemento a sido extenso como nunca llegara a imaginar. Pues cuando uno está allí. Lo primero que descubre, es que como casi siempre, la belleza y los tesoros no están en la superficie. Sino en esas callejuelas escondidas del gentío y el retumbe, donde ni siquiera los propios nativos son suficientemente conscientes. Es la grandeza -con un poco de pena- de percibir más de lo que uno deseara, la escasa conciencia que tenemos en nuestro país del verdadero valor las cosas.
No siempre, pero la mayoría de las veces, nos quedamos con lo superficial, inmediato y saciante. Y nos olvidamos de la excepcionalidad de las cosas, de los matices, e incluso de la maravillosa tentación de esculpirnos desde dentro a golpe de escoplo. Que uno/a jamás se quede en la comodidad de la simpleza, atracado de por vida en los tres metros cuadrados del conformismo.

Para esos otros que nos gusta -que disfrutamos, excitamos y hasta eyaculamos por sorpresa- Están las fisuras por las que adentrarse con emoción para descubrir estupefactos cuan cambiantes, permeables e indefinidos que somos hasta el día de nuestra muerte. Vivos; como digo yo.
El curso ya empezado. Se huelen los lapiceros, las batas almidonadas y hasta las partículas de tiza suspendidas en el sol menguante de la mañana. Se hacen esos nudos en el estómago que a uno le suben hasta la garganta, creándole ese mismo efecto placentero del amor impúber. Y es cierto!! Somos como niños curiosos que se descuelgan cuerda abajo hasta las profundidades.
Las Catas a las que sometemos nuestra pericia sensorial, son como minúsculos sortilegios en clave por las que descifrarnos. A veces nos vienen recuerdos de infancia, inclasificables por estar sujetas a la parte trasera de nuestra memoria. Otras son emanaciones que como las feromonas, nos excitan sin más.

Arrancar de pleno: trabajo y catas al unísono. La mejor fórmula para lamerse las heridas del mecanismo oxidado; después de los cuatro primeros días de trabajo.
Una primera cata con la que íbamos a adentrarnos en los VINOS DE LA TIERRA DE CÁDIZ. Esa D.O todavía por descubrir a la sombra del triángulo mágico de Jerez: Sanlucar, Puerto Santa María, Jerez. Y que en estos últimos años esta reinventando la Tintilla de Rota, como aquel mosto olvidado que se utilizaba para hacer vinos dulces. Junto a variedades tan curiosas como el Petit Verdot, Syrah, Tempranillo, y Cabernet Sauvignon. E incluso proyectos incapaces de ubicarse en ningún consejo, como el de la joven Bodega Forlong; e incluso el ilusionante de Sancha Pérez.

Pero por aquello de que principalmente, nos lanzamos a catar, a buscar rarezas, a descubrirnos, y... sobretodo, a DISFRUTAR.
La razón principal de nuestro viaje, que no era otra que los vinos del marco de Jerez. Y todo sea dicho, nos/me tienen loco por su desconcertante idiosincrasia casi casi ancestral y espiritual. Al final, por imposición tentadora y de disfrute al reencontrarnos después de largos meses. Era la que tocaba sí, o sí.
Fueron cuatro vinos en esta ocasión, de entre una cuarentena de botellas que han viajado en el maletero de mi coche. Y en la que había que darle el obligado protagonismo a un blanco de la bodega Forlong. Un blanco de Palomino (la uva que se utiliza para finos, manzanillas, amontillados, olorosos y palos cortado). Pero que esa joven pareja vinifica desde hace unos años junto a una parte de Pedro Ximenez, de manera ecológica. Creando un vino blanco increíblemente curioso, que rompe de pleno con los vinos del marco de Jerez e incluso con los de la tierra de Cádiz. Y que emergió sorprendente junto a un Fino en rama de Cruz Vieja de 5 a 7 años, un Amontillado del padre de Armando Guerra sin embotellar, y el elegante Amontillado Antique Fernando de Castilla de soleras viejas y excepcionales.



FORLONG BLANCO 80/20 2014


 

Blanco de aspecto ligeramente turbio por naturalidad que es tratado. Compuesto por un 20 de Pedro Ximenez y el resto de Palomino de vendimia tempranera, fermentado en ánforas de barro sin tratar y por separado.
Por su situación entre Puerto San Fernando y Sanlucar, y su cercanía a ese paisaje infinito como es el del Atlántico, tiene un alto contenido en sal; la que impregnan las partículas que arrastra el poniente. Esa salinidad marina y mineral está impresa como es lógico de fondo, en su entrada en boca.
La primera impresión olfativa es muy curiosa, con reminiscencias achampanadas de bollería y manzanas. De lejos los cítricos a raspadura de limón, la ligereza del azahar matinal que te sitúa en su lugar de nacimiento; junto al mar. Es de esos vinos que hablan por si solos de la zona que los parió y amantó, y que además es efervescente en arrogancia, frescura y jovialidad. Tiene sin embargo un ataque en boca glicérico y ligeramente balsámico, rompiendo al final como las rocas en el rompeolas, con la playa, y el mar. Turbador como las ventiscas que enfrentan Levante y Poniente en la costa gaditana. Un postgusto final largo ligeramente amargante y cítrico, que embelesa y se funde con toques florales, a peras, y a mineral tizoso.

Este vino que elaboran Rocío Áspera y Alejandro Narváez, siendo como es de sus últimas elaboraciones; junto a los Petits Forlong, y el tinto de Tintilla. Es sobretodo honesto, de esos pocos que se desmarcan no solo por su calidad y personalidad, sino porque saben hablar de su tierra vía sensorial. Podrías cerrar los ojos, y verte bajo un Ficus gigante admirando el perfil lineal del horizonte Atlántico. O plegándote al capricho del aire cual palmera bailarina.
Crea sobretodo otro ámbito con el que descubrir otra forma distinta de hacer vinos en zonas cálidas. El desarrollo de uvas diseñadas para otros asuntos, abriendo caminos nuevos; aventuras.


Ese primer tentempié puso sobre la mesa una Mojama Barbateña de Gadira, y un queso curado Andazul de Cabra Payoya de San José del Valle.
Dos pequeños portables de entre la infinidad de productos que sólo allí se pueden degustar en condiciones. Pero que bien iban a hacer en acompañar al cortante fino viejo de Cruz Vieja, que es donde mejor se desenvuelve y aprecian: comiendo.



FINO EN RAMA CRUZ VIEJA
 





Este Fino Jerezano, sin olvidar la diferencia con la Manzanilla de Sanlucar y sus controvertidas; diferencias? De la bodega de Faustino González y el pago de Montealegre. Con una vejez superior de 5 a 7 años, cuando el mínimo exigido para ser fino o Manzanilla son de 3 a 5.
De nariz exuberante, este fino en rama directo de bota y sin clarificaciones ni estabilizaciones. Un fino directo, fresco y transparente en cuanto a su generosidad salvaje; para mi los mejores a la hora de mostrar sus virtudes. Es al fin y al cabo, la esencia de todo el repertorio posterior de vinificaciones en el marco de Jerez.

Éste, es un fino rotundo que por evocaciones y perfumes dulces de maderas y procesos antiguos. Tiene ese concentrado de barnices, estancia antigua, de sal cristalizada que se mezcla con el caramelo, de frutos secos (avellana, nuez) tan característica en su camino hacia el Amontillado, y que lo hace transmisor e idóneo a la hora de entender el proceso de envejecimiento de los vinos de Jerez.
En boca sin embargo, desconcierta algo al tener un ataque directo y duro, muy mineral y seco. Es una bestia parda que nos da una visión menos amable de los finos y en consonancia con las mismas sensaciones al probar La Guita. Un vino que a mi personalmente me gustó por el contraste, y porque entiendo que en la labor de intentar descifrar estos vinos tan únicos, hay que estar a las duras y las maduras. Hay que enfrentarse a la pureza de un fino y una Manzanilla, si se quiere entender un Palo Cortado. De que manera se pulen, se transforman y mutan hacia aromas y acidezas salivantes según se trabajan.
Su 15% de graduación asoma con fiereza los cítricos de las raspaduras, que se amalgaman con un paso ligeramente glicérico que estalla en el retrogusto. Quizás se le echa en falta el equilibrio y una acidez más golosa por su precio de 23 euros si se compara con el Solear de la saca del 2016; mucho más estructurado. Pero el dilema de qué vinos llevar a la cata siempre acaba cediendo a la incógnita.




AMONTILLADO VIEJO DE ER GUERRITA

Con el queso y la mojama untada en aceite de San Juan volando ya, cual querubines; que había hambre. Le tocó el turno al Amontillado que el padre de Armando Guerra (Er Guerrita), elabora y sirve directo de bota en su taberna de Sanlucar.
Aquí si que entra en acción eso que yo llamo la esencia y el terruño de Cádiz. Esas cosas que no se encuentran en las tiendas, en las bodegas, ni siquiera en las calles más concurridas de cualquier callejón de Cádiz y sus inmediaciones. Son esas que se encuentran escondidas, y como decía Daniel Martínez; de bodegas Tradición:
Las percibes un medio día cualquiera, cuando sale a tu paso ese perfume a Amontillado bautismal que la señora madre vierte consagrando el guiso. Y da a la vianda toda su alma; el hambre y el saciar como perfecto maridaje.

En la Calle Rubiños de Sanlucar, alejado del tumulto del mercado y la zona vieja de bodegas, se encuentra una taberna típica con los característicos bancos de piedra a la entrada. Allí donde los abuelos disertan copa en mano sobre los asuntos más mundanos e intrascendentes del día a día. Donde se arreglan países y se discute sobre fútbol, toros o campo; por echarle imaginación. Allí mismo lleva Armando Guerra -valga la redundancia- armándola desde 1978.
Una Sacristía como él bien dice. Donde entre atún de almadraba en escabeche, croquetas caseras, jamoncito der güeno, guisado de toro, butifarra de Banaoján y demás artilugios alimenticios. Circulan de tanto en tanto, la mayor cantidad de “locos” del vino en sus catas patafísicas (Juancho Asenjo, Jordi Melendo, Victor de la Serna, Quin Vila, Jose Ferrer y un motón más). Gente que entiende el vino y las sensaciones como una conexión inalámbrica emocional más allá de la pasarela. Y sobretodo, donde se manda al carajo el disfraz y prevalece la persona; porque es lo que tiene el vino, una barra, y la amistad.

Este Amontillado, como uno pueda imaginar, no se embotella; como mucho te lo puedes llevar a granel. Los probé todos (manzanilla, amontillado, oloroso y Palo Cortado). No hubo necesidad de adentrarse a su sacristía a echar mano de una de las tantas botellas únicas que atesora; salvo para llevarnos al final parte de esta cata, y algo más.
Lo mejor el recuerdo. Que con la acidez punzante de este Amontillado sin envoltorios, persiste como las nueces, avellanas y el clavo, que se agarran al retrogusto como animal indómito.
Seguramente sean los Amontillados los vinos que más vengo disfrutando estos últimos meses. Me encanta la salinidad, longitud y perfume hacia el Palo Cortado que desprenden. Esa vitalidad intacta que funde con la salinidad acaramelada y su magnífica acidez fundente de grasas alimenticias. Son pura gastronomía en general, pero en concreto el Amontillado el que más juego da de todos.
El que sirve Armando en su sacrosanto rincón, mantiene todo el nervio todavía sin domar de estos vinos. Eso que te enseña de verdad a reconocerlos desde sus primeros pasos, hasta la categoría del último: Una pequeña botella de elixir...


FERNANDO DE CASTILLA AMONTILLADO ANTIQUE

De entrada esquivo, hermético y queriente de paciencia.
Para entonces y con el peso alcohólico de estos vinos (de 15 a 19 grados) nos vino bien la espera. Alguno llegó a pensar que la botella había salido rana. Pero es que unos buenos vinos de Jerez deben exigir ante todo alguna norma para entenderlos.
Personalmente pienso que donde mejor muestran sus virtudes es como eje vertebrador de la comida. Tanto si es como aperitivo, para maridar igual con pescado, salazones, como con carnes melosas como la de toro, o un arroz, y sobretodo con jamón. Básicamente por su acidez y la reacción química espectacular que produce al entrar en contacto con la comida grasa (atún, salmón, jamón, queso, o un arroz de rabo de toro como el que nos pusieron en el Trafalgar deVejer...). A mi por ejemplo las Manzanillas y Finos me encantan con Sushi y comida Japonesa. Los Amontillados y Olorosos con Jamón, queso, con rabo de toro estofado, o con cualquier carne de caza; con los arroces están tremendos. El Palo Cortado es más caprichoso pero esta igual de bueno solo, con unas avellanas y nueces mientras se abre el apetito, o incluso con queso curado.

En el caso de este Fernando de Castilla. Para cuando habíamos atado casi todos los cabos del nuevo curso de catas, y los ilusionantes proyectos que tenemos de aquí en adelante. Este pequeño tesoro se iba abriendo progresivamente, como si se tratase de un Brandy Reserva. En primeras instancias, ni perfume, ni volátiles uhmm... que miedo.
Sin embargo y para toda sorpresa, porque yo y mi ignorancia pensaban que el tema del vino cerrado y la oxigenación, no eran tan evidentes en los vinos de Jerez. Se acomodó en la copa y atemperó; seguramente más cómodo alejado del recio frío. Y fueron pareciendo como las licorosas gotas de resina que lloran las coníferas, esas notas amieladas a almendras garrapiñadas, a bizcocho emborrachado y a vainilla. Con una vejez excelsa, este amontillado es bastante más voluptuoso que sus congéneres de soleras más jóvenes y salvajes. Tiene un paso bastante más sedoso que el anterior y da más protagonismo a la robustez de su adherente retrogusto.
No marca tanto la acidez salina y cítrica, dando más empaque a la longitud. Para disfrutarlo más como una copa a solas, sin las interferencias de la comida. Pero sin dudarlo, fue el más elegante de largo.

Un vino profundo y generoso en aromas, reminiscencias y notas para reflexionar. Slow Wines que alargan el tiempo o lo detienen de manera infinita. De echo, todavía no está registrado el fondo kilométrico que un buen jerez viejo es capaz de soportar.
Esas oxidaciones caprichosas y secretas que... -me atrevo a afirmar- Ni ellos conocen con total certeza. Por eso, cuando se habla de Jerez de calidad, de soleras centenarias, y de procesos alquimistas, el tiempo no existe. Tan solo los débiles y frágiles humanos en nuestro miedo por el paso del mismo, intentamos acotar, delimitar y definir. Pero sabemos que lo mágico no obedece a nuestras sintaxis; está, o no está.
SALUD!!

viernes, 16 de septiembre de 2016

KEVIN MORBY & CASS MCCOMBS_ DOS PATAS, Y UN BANCO...





Años ha, se creía, se afirmaba y defendía la incontestable necesidad de las cuatro patas para sostener la base horizontal de un banco. Tuvo que venir Walter Gropius a principios del siglo pasado con la Staatliche Bauhaus. Para demostrar que la inventiva y el equilibrio natural de las cosas, hace más por la funcionalidad, que el exceso.
Eso mismo pasa con esta pareja dual: Uno de Texas, y el otro desde California respectivamente.
Dos elementos dispares con diez años de diferencia, que operan de Oeste a Este separados por las planicies de Tucson. Y que este 2016 han vuelto para propalar el remedio que todo me cura.


Como la cama que mitiga el cansancio, el agua que sacia la sed o el estado reververado de los paisajes que da esa paz desde la vista, hasta lo ramificado de los sentidos. Al volante y con ese desperezar de las luces a las cinco de la mañana. Cuando solo se oyen llamarse a las tórtolas y al aliento fétido de la noche.
Conducir mientras suena SIGNING SAW y te traquetea ese chucuchup de “Cut Me Dow”; como la máquina de vapor que arranca poco a poco. Da el mismo placer, que una taza de café disolvente de legañas y huesos entumecidos.



El niño Kevin ya no es tal, no es ya el ex bajista de Woods, sino KEVIN MORBY: Arquitecto de su propio universo desde cero, cuando aprendió a tocar la guitarra con diez años. Tres discos son ya suficientes, creo, para asegurar que él es su sonido mismo: La cadencia cacofónica de su voz, las texturas y recovecos de su sonido, y esa atmósfera sonora que produce ese paso constante que hace de su folk blusero con guiños jazzísticos, un rito equilibrista.
No es preciso abrazarse desesperadamente ya a las liguerezas más rockeras de “I Have Been to the Mountain” o “Dorothy”; por engatusadoras que sean, cuando “Singing Saw” te sumerge en una catarsis honda y magnética como un vórtice. No es necesario ni obligado. Pues el extraño efecto que produce su despreocupada voz, cabalga con tal soltura y seguridad sobre esa montura de Folk misterioso, balsámico y delicioso, que basta con aflojar los brazos y dejarse llevar.
Fue este disco el que dio el pistoletazo de salida a mi último viaje por tierras gaditanas. El que puso el punto de partida y concluyó con una hermosa oda de ocho minutos al quejumbroso country de “Water”. Esa misma que refresca e hidrata las bolsas oculares resquebrajadas por las escasas horas de sueño. Y que ahora, semanas después, se fusiona con otro. El de CASS MCCOMBS.
Un viejo conocido por estas lindes, que ha regañadientes, y tras posponerlo en pos del disfrute a riendas del Levante Atlántico. Ahora, y solo ahora, recobra en toda su extensión, cuando espera uno en el cadalso, la vuelta al trabajo.


Es justo pensar que esta innopia creativa que ha secado la tinta de este blog durante este largo periodo, sea producto de esta falta de silencio. Asomarse al balcón a liarnos un pitillo, contemplar el barrunteo de la calle y sus quehaceres, y dejar correr MANGY LOVE. Esa novena prueba de fuego que supone enfrentarse a un nuevo disco del de Concord, y no dejar de pensar que algún día dejaremos de amarlo. 
Lo cierto es que eso no ha ocurrido. Y me lleva también a pensar, si será amor o la simple familiaridad de levantarnos cada mañana a su lado.

El impasse productivo desde el taciturno Big Wheel and Others del 2013. Me ha llevado a aferrarme a la colección de rarezas que publicó el pasado año; donde por cierto, hay verdaderas joyas. Con la evidencia de que este hombre es un compulsivo hacedor de tesorillos enterrados.
La puesta en marcha prácticamente distendida de “Bum bum bum” puede llevarnos a caer en el error del aburrimiento. Caer en el crepitar de los goznes y socavones de su lado morboso que tanto les/nos pone en “Rancid Girl”. Ese que nos remite a su anterior e indómito trabajo.



Pero siempre siempre hay una canción; la arribada. La Manchuria deseada que se desliza pusilánime ante tus ojos y oídos. “Low Flyin' Bird” es esa especie de embrujo de Soul vegetal, que te hace rebobinar hasta el principio y comenzar de nuevo. Le sucede “Cry” y ya puestos, pides la muerte por amor sin compasión. Dos joyas de terciopelo deslizante, eróticas y tan tremendamente sensuales que crees ver en el umbral, la figura de Curtis Mayfield o Marvin Gaye.
De ahí en adelante el disco alcanza un estado precioso, y no es que lo primeros compases desmerezcan. Cass ya nos tiene acostumbrados a sus caprichos moduladores, o a esa cantidad de texturas que es capaz de explorar. Desde los ritmos skatalíticos de “Run Sister Run” que mutan hacia el pop. O esa especie rara de elegancia noctámbula que homenajea a Brian Ferry cuando le toca el turno a “In a Chinese Alley” o “Switch”, y que esta tan presente en todo el disco.

De hecho “Loughter is the Best Medicine”, “Medusa's Outhouse” y sobretodo “Opposite House”, ya logran desde el principio ese efecto paradisíaco. Esas cadencias en clave de Softfunk de la primera que se apoyan en sus preciosos vientos. Y que nos sumergen con constancia en un permanente estado de estío, por más que el réquiem final de “I'm a Shoe” nos anude el estómago.
Por más que la climatología se empeñe en plagar de nubes alisias el cielo. Que las centellas y la piel destemplada nos anuncie el Otoño inminente. Y la mente te teletransporte con estas canciones a las salvajes y atlánticas costas de Atlanterra: Con sus caídas de sol, con esas flores raras blancas que miran a la playa, y sus peces besándote los tobillos en sus cristalinas aguas. El Verano se va, y con él, el rubor de nuestras mejillas por el amor incondicional al sol y los paisajes infinitos.
Pero no desfallezcan, los estados cambian y nosotros con ellos...

Kevin Morby estará en la sala Apolo el 22 de Noviembre y si te animas, Cass McComs el 3 de Noviembre en Lisboa, hasta que algún lumbreras se le ecurra acercarlo a nuestro país aprovechando la coyuntura.

lunes, 12 de septiembre de 2016

THE MONOCHROME SET_ COSMONAUT/2016: DAME MANTEQUILLA!!




Tenía que ser el treceavo -y va de retro- disco de esta extraña e incalificable banda de Londres, la que me sacara de mi vomitivo letargo? Noo..... han pasado suficientes cosas en estos últimos tres meses dignas de mención?; si cuento desde mi última entrada, claro.
O fue ese agujero oscuro y ponzoñoso que me tragó, y ni siquiera tuvo el valor de escupirme. Será esta retahila de sinsentidos que nos/me abruma, y viene aconteciendo en este basto planeta que nos contiene. O es otro ataque más de inconstancia de esos que me sobreviene de tanto en tanto.

El caso es que como no acostumbro a preguntarme el porqué y no acostumbro a buscar culpables; por aquello de no cederles ni el más mínimo protagonismo. Aquí esta la excusa perfecta para no tirarme baranda abajo en uno de mis desvaríos. Sin que sirva de precedente, una novedad rutilante. Tanto, que una sola escucha -algo tan anómalo en mi, como extraviado- ha sido suficiente para certificar la grandeza de COSMONAUTS. El cuarto disco tras la reunión, de la banda de Bid, y el ex Adan and the Ants Andy Warren; esta vez sin Lester Square.


Desde aquellos deslumbrantes por extraños e inclasificables discos, que nos abrieron una grieta de luz. A esas cándidas almas perdidas tan desubicadas a finales de los 80; en las que me incluyo sin la más mínima arrogancia. A costado horrores volver a cogerles el hilo que se deshilvanó con los memorables: “Apocalypso”, “Heine Symphonie des Grauens”, “He's Franck”, o “B.I.D spells Bid”.
Ese compilado de marcianas canciones que ya un loco mecenas sirvió en cassette en Ceuta por el 89, a unos amigos. Y que éstos, como mandaban las buenas prácticas, se encargaron de enaltecer el bello arte del correveidile.
Así es como ocurrían las cosas por aquellos años de desinformación ilustrada. Ni revistas, ni emisoras, ni modas, ni tendencias o mala internet que lo desvirtuara. Y algo así como los secretos que se pasan de padres a hijos, y que en ese caso era de mayores a pequeños. No vaya a ser que alguien se crea que alguien invento lo raro, exclusivo o novedoso.
Existe desde que la música es música!!

Ubicados en el departamento del New Wave; donde se metía todo aquello que echaba a perder las cuatro reglas de la música de siempre. Monochrome Set se confeccionaron a medida un extraño y desvariante universo, donde todo tenía cabida; desde lo oscuro a lo luminoso a su curiosa forma de vestir. Pasando por lo hortera, la pachanga o el glamour más vicioso por desenterrar ritmos pasajeros.
Los estilos pasaron, hasta de moda, pero la banda de Bid tanto si le daba por su segundo proyecto de SCARLET WELLS, o por volver a resucitar esos ahora todavía incomprendidos MONOCHROME SET. Nunca pasaron de moda, básicamente porque jamás lo estuvieron. Nunca tuvieron nada que perder, porque hay sonidos y actitudes que están por encima de modas regladas, o por eso de parecer correcto ante los ojos inquisidores de la norma.


Su carrera ha sido irregular como la que más. O eso, o desconcertante por su más absoluto nihilismo estilístico.
Pero el caso es, que cuando se ponen, se ponen. A mi parecer, hacedores de hits inmortales aunque a veces pierdan la brújula. En COSMONAUT no hay un solo pero. O eso, o Bid (Ganesh Senshadri) se ha empollado los mejores secretos del  estirado de Lester Square. Sacado punta a su eléctrica TMS de toda la vida, cual alumno avezado preparado para iniciar el nuevo curso y recobrar el riveteado y florido ritmo que siempre nos perdió.
Probablemente esa dupla que desproveía su anterior disco, o regreso resucitado en regla, de su anterior disco. El cual carecía de esa inmediatez, salvo en algún tema contado. Tiene ahora un músculo capaz de humedecernos la mejilla, con esa lagrimilla de adolescente melancolía.



No hay más que perder la vista en un punto infinito, y ver como su carta de presentación -Cosmonaut- crece como la rociada espuma de puliuretano en el transcurso de sus cuatro minutos cuarenta y uno. Cambiante y metamórfica justo cuando a los dos minutos y quince, Lester frunce el ceño y la pone patas arriba.
Suddely, Last Autumn” ensalzan esas tonadillas fronterizas que cruzan y mestizan las mil culturas coloniales, a un paso elevado donde el Rock&roll se encama con el Pop, las raíces orientales de su líder, y algo que ya inventaron ellos hace muchos años y nadie alcanza a definir con soltura. Lo funambulista del viejo órgano del transformista y escuálido John Paul Moran entra en escena en “Squirrel in a Hat” dando con el ingrediente sagrado que engrandece este fantástico postulado de acetato. Y acaba de producir ese curioso efecto cuando uno cae rendido ante un gran disco, y lo sabe.

Crees y esperas temeroso que el efecto se diluirá o todo es fruto de la ilusión ópticoemocional; nada más lejano. “Put in On the Altar” es la confirmación.
Un temazo expansivo de Pop elegante que... -y no lo vais a creer- es capaz de adrezar con ese Soulreggea que a mi, me es tremendamente familiar, y me recuerda a nosequé canción del del desaparecido Marley. Y quedarse intacta como una auténtica obra maestra de Pop de blanco satén engarzada en el disco. La mejor sin duda y una de mis preferidas por los recovecos de sus textos y su estructura en si.
Tigress” coge aire en ese tono reflexivo que más que por estado de ánimo, transmite en sus cadencia la descarga de los años y esa vuelta a casa meditabunda. “Stick your Hand Up if you're Louche” podría ser un tema de Scarlet's Well, o una de aquel Dante?s Inferno del 90, pero mucho más creíble.
Félé” otra de las grandes, recobra de nuevo esa soltura arty festiva, y es la que mejor ilustra el tono colectivo del disco. Donde letras, coros, cuerdas y teclados están tan en su sitio, que abruman.
Kigfisher Blue” ajusta los bornes de ese western trepador que parecía marchitarse en anteriores entregas. Lo hace poético y hasta paradisíaco.

Con “Monkey Suitcase” vuelven a la carga con una bofetada carrillera de esas que suenan a oquedad. Y de la cual, uno es incorregible dejar escapar una mueca y tomar como un mal chiste a los The Last Shadow Puppets. Más todavía al echar atrás la memoria y recordar su farándula del último PS_2016.
El cierre y hasta pronto a cargo de “Lost in my Own Roon, Dreaming”. Ese tipo de canciones que los hace únicos, y capaces de engrandecer su alargada silueta con un estilo aún por descifrar. Seguramente porque independientemente de su estado de inspiración, The Monochrome Set se hicieron a si mismos en un puro estado de psicodelia inventiva, fuera de toda moda.

viernes, 22 de julio de 2016

NATHANIEL RATELIFF & THE NIGHT SWEETS... Esto era en la BARTS de Barcelona 06/07/2016




Ni muerto, ni de parranda, ni de cañas; chévere cochévere. Chevere!! Pero cierto amigos es, que si alguien debía patearnos el trasero y sacarnos de nuestro agujero de muerto en vida, ese era Nathaniel y su banda.

Un mes después de nuestra última publicación. Y cuando un servidor mismo, ya se daba por ahogado en la zozobra de la pereza, el ungüento sudoroso y esa mirada al infinito de cánula veraniega. Ha tenido que venir este tipo mitad personaje de dibujos animados y dispensador de abrazos, a resucitarnos por pura descarga a pelo. Esas cosas que uno hace sin saber muy bien porqué, pero que visualiza en su imaginario fantabuloso como un puro acto de instinto salvador.
Ya hace tiempo que mis actos no los mueve la lógica, lo racional y seguro. Porque dios!! Si a estas alturas de la película, uno debe guiarse por los laberintos de la música cogido de la baranda o con andador ¿de que íbamos a vivir si no es de abrirnos paso a hachazos entre la maleza? No puedo jactarme de ser fiel seguidor de este personaje de Missouri. Pero la escucha de su último y remozado nuevo disco en un día de trabajo abrasador, es suficiente sinrazón para acudir en la busca de su SoulRock de cítrico granizado.

De esto ya han pasado días; muchos y hasta demasiados. Pero ya sabréis que de un tiempo para acá ya no hay método ni lógica que maneje a este blog tan difuso como inconstante. Tantos, que he tenido que tirarme al monte de Amorebieta para recuperar la cosa esta de escribir sin razón aparente; o sí.
Razón si la hay, como la de hacer un crónica de mi último Primavera Sound, de lo que escuché allí, y de lo revelador del reencuentro: Ver y oír aquello que uno no predestina y ni siquiera acabas obedeciendo.
Como veis no ha habido tal crónica. Se empezó, y de la misma manera que la inicié se pudrió como un plátano al sol. Y es que son la ganas de disfrutar de los momentos instantáneos las que se anteponen a la estrategia de urdir un plan; no lo hay.
De esa misma manera se gestó la idea de ir a ver a Nathaniel Rateliff. ¿Motivos? Pues no, simple impulso veraniego.



Uno de esos conciertos tan chulo y guapo como el curioso público de la sala BARTS. Ya sin el ánimo crítico que me caracteriza con lo que uno “en teoría”, debería encontrarse en un concierto de esta índole. El flujo de las modas que lo llaman y que lleva de la mano a la gente supongo. Yo. Yo soy de ambientes más cutres, temerarios y de monstruo de feria.
Pero vamos que aun mascullando, lo hago más por puro “voyeur” que por importarme; que es poco o nada. La facultad de las especies para sobrevivir, mimetizarse y adaptarse a ojos de los demás es más divertido que enrocarse.


Arranque trepidante como el de las pole de las motos el que imprimió Nathaniel con “I Need Never get Old” y “Look It Here”, quemando goma de salida. Dos canciones que ilustran a la perfección de lo que va este larga duración con vuelta de tuerca incluida, donde el amigo aparca su folk rocoso para que sea el Soul, el Rhythm&blues, y esa base de rock impulsivo la que se sume a su particular forma de entender la raíz, y escupirla.
Se puede teorizar sobre la autoría, lo que uno puede creer que es más auténtico según su bagaje en cuanto a los clásicos. O si me apuran, qué mide lo comercial, popular o sucedáneo. Pero lo que es incontestable, es que este invento con los The Night Sweats entra como un tiro. Tanto en esa fórmula fácil de temas trotones como los anteriormente citados, o el “Trying so Hard Not to Know”; que sonó hacia el final. Y claro, su parte más de arrumaco con ronroneo que tanto recuerda al Van Morrison más accesible con “Wasting Time” a la cabeza; por ejemplo. Junto a “I've Been Failing” fundiendo en blanco y negro.
En cualquiera de sus formas: el gradual vozarrón que sale desde sus pies puede con todo. Tiene ese brillo que te atrapa, y la banda: Sobretodo en su parte rítmica. La misma compresión que un motor bien ajustado.

Su último disco se basta y se sobra para incendiar cualquier sala (una más reducida hasta mejor).
Pero quedan bastantes joyas en su discografía para dar pie a la investigación, como la descomunal “Out On The Weekend”; con golpe de efecto incluido. Esa “Parlour” que engarza a la perfección con la balsámica “Mellow Out”... tutututútu... Predecesoras en tiempo como “I Did It”, o el detalle final con la versión del “The Shape I'm in” de The Band.

Se permitió hasta la licencia de silenciar del batiburrillo, el deslizar James Browniano, y el jolgorio que hace de sus conciertos. Para enmudecernos y elevarnos con sólo su voz y el escurrir de sus cuerdas, en esa versión a pelo del “I'd be Waiting
Ese tipo de cosas que suceden en mitad del tumulto, y te bajan bajo tierra. Allí todo suena más acallado, ciego, y en esa ceguera la desnudez casi siempre más preciosa.