Wild Pendulum es ese tipo
de disco que te llevarías de paseo en un día cualquiera por Central
Park.
No
importaría demasiado la estación del año, la hora del día o la
compañía. Porque los hermanos Douglas crearon el pasado año una
nebulosa melódica clásica, llevada a su vertiente más Pop. Justo
cuando sabes que eso ahora no toca. Y solo por eso, tienes la
seguridad de que es el camino, sin pestañear.
Direcciones
contrarias a las corrientes, que nos desarrastran poniéndonos el
corazón vuelto. Y que igual que en un acto de rebeldía inocente,
por lo menos, nos legitiman para revolvernos contra lo establecido.
Los cuarenta
pasados tienen eso: Te tiras media vida intentando establecer un
orden y acomodándote. Para darte cuenta al cabo del tiempo, que al
margen de la vida que se nos pierde sola, lo que nunca hemos de
perder es la facultad de revelarnos contra el orden mercantil de
nuestra existencia. Esa que nos cae como una losa desde arriba, sin
saber bien o ignorando quien narices la envía y que de repente la
tenemos atenazándonos como grilletes.
TRASHCAN
SINATRAS nunca estuvieron de moda. Ni siquiera cuando debutaron con
CAKE en 1990, y mucho menos con su espléndido I'VE SEE
EVERYTHING/93. Cuando llegó a las estanterías de nuestras tiendas
en el 96 HAPPY POCKET; el disco del canguro borroso. Medio mundo
estaba ya colgado de las nubes con el BritPop y el Grunge.
Así que el
empeño de volver diez años más tarde, y hacerlo aparcando su pop
más punzante: Aztec Camera, Lloyd Cole & Commotions, Prefab
Sprout...; y los inubicables. Para retornar más cerca de su ídolo
de juventud Frank Sinatra, mirando de reojo a los 50 y al perfume
melódico de los clásicos inundando sus composiciones. Por esa razón
seguramente he tenido aparcado este disco desde el pasado año,
temeroso por haber perdido aquello que más me gustaba de ellos: su
pop inmediato, luminoso y quebradizo.
Por suerte
cuanto más grande me hago, más me convenzo de la tiranía del
tiempo y lo poco que creo ya en él. Algo que me reconforta, cuando
olisqueando en todo lo que conservo como testimonio de un año
aparece de repente de forma reveladora. Transformando el anonimato en
algo realmente grande, lleno de texturas y sonoridades que te llevan
a escenarios inéditos.
Ese efecto
que produce saborear la música y tantos otros placeres desde el
“momento”: Esa unidad de medida donde confluye tu estado
de animo, la visión del paisaje y esa cosa que te brota de dentro.
Dando con la clave mágica para disfrutar de algo, lo que sea, justo
y en ese preciso instante, y que normalmente jamás vuelve a ocurrir
de la misma manera.
Me da la
sensación que entre los pleamares de sus primeros discos, sus
armonías vocales. O los pasos entre sus discos más inocentes y la
madurez de sus posteriores composiciones. Se haya WILD PENDULUM
unificando ambas cosas, y transformándolas en algo que no es una, ni
otra cosa. Tan solo un disco que fluye sin la presión ni el pulso
por forcejear con el paso del tiempo y su batalla perdida para con
¿la fama? Tan solo “Best Days on Earth” conserva
ese bago recuerdo al Pop evidente de los 90's.
El resto es
un puro vals de abrazo partido y manos que agarran con fuerza al
punto de la gangrena. Levitaciones que prenden en vuelo como
torbellinos de psicodelia sixtie en “Ain't That Nothing”,
con inédita luz. Y que se abalanzan sin miedo hacia terrenos
desconocidos hasta hoy.
No es una
evolución o trasformación, pues todo su santo y seña sigue ahí:
Sus melodías vocales, sus envoltorios vaporosos y espaciosos. Esa
especie de Pop con formas amables y cariñosas que confunde la
ñoñería, con el romanticismo más sincero y real.
Y es cuando
“I Want to Capture Your Heart”, “Neighbour's
Place” o “The Family Way” rompen con una
melancolía de pureza sin parangón, a lo noches blancas de
Dostoyewsky. Cuando WILD PENDULUM aparece de sopetón, como una rara
avis en su discografía. “I'm not the Fella” podría
ser sin apelativos, esa canción que escenifica a un clásico del
cine americano de los 50, con Cary Grant acariciando la tormenta
infesta de nuestros días.
La Paz de
los hermanos Wilson colgados de un cocotero apedreándote el corazón
con capas, y más capas. Y no es otro que “What's Inside the
Box” que ensalza aquello que apesta a pachuli y batido de
fresa perfumada. Solo que entre lo hortera y lo delicioso dista un
mundo. Posiblemente porque la cuestión de caer en la zalamería de
nuestra ternura más vomitiva, es tan solo fachada y miedo a
enamorarnos y ser niños otra vez.
Lo dice
“Waves (Sleep Away My Melancholy)”. Esa canción de
amor y cuna con perfume a Mustela, que nos vuelve de golpe en
indefensos seres a la deriva.
Dejarte
querer, necesitarlo, no es malo sino necesario. Las formas son
indistintas tanto si son sucias como puras. La cuestión es amar sin
condiciones ni ultimátum que hagan del cariño una moneda de cambio
interesado. Y éste, seguramente, sea el disco elaborado con más
cariño en muchos años.