En los
primeros coletazos de este convulso 2017. Donde ya fueran unos
veteranos como The Bats los que sentaran cátedra. Abanderando el
regreso de algunas de las bandas más recónditas de éste, nuestro
universo sonoro con fecha de caducidad.
Es más que
evidente que a falta de revulsivos de buena y nueva savia amargante.
No es que las tortas sean suficientes. Pero seguramente serán las
que (por suerte), salven un año falto de discos donde mojar pan,
rebañar y chuparse los dedos.
Debería
quizás, haber arrancado el final del estío con un escrito
rememorando mis andaduras por las tierras Itálicas. De intensa
licenciatura en Grappas, posos de café y cremosas texturas de
helados.
Porque doy
fe, que en quince días, me he propuesto y aplicado en no dejar una
comida sin su correspondiente espresso, espirituoso y helado final;
como postre. Cuneo, Orbieto, Tarquinia, Roma, Montalcino,
Montefiascone, Bologna, Mantova y Ravenna, han sido las cómplices.
Pero sin más
rodeos que dar, que los 3600 Km aprox. recorridos. Es ahora y antes
de incorporarme a mi sustento laboral, cuando no quiero dejar pasar
un instante más para escribir sobre uno de esos regresos cosecha de
los 90 con nueva y reluciente añada, que más me ha emocionado en lo
que llevamos de 2017.
Los
veteranos Californianos The Blackwatch tienen nuevo disco; de los
veinte que ya llevan a sus espaldas desde el 88. Pese a esa longeva
trayectoria, la banda de John Andrew Fredrick; tras la huida de su
vocalista Steven Schayer a The Chills en el 2008. Sigue siendo uno de
los tesoros más injustamente escondidos de la escena Poprock
americana.
Es más que
probable que algún malpensado crea que su discografía no merece
mucho más que eso: La de la curiosidad por ser uno de esos productos
neutros, que no han sido lo bastante alternativos para llamar la
atención del moderneo, ni lo suficientemente solemnes y de culto
como para por lo menos ser parte de las citas recurrentes e
influyentes. De esos hay muchos: Habitantes del limbo musical poco
promocionable: The Church, Lloyd Cole, Dream Syndicate, Go Betweens,
Diesel Park West, The Clean o The Soft Boys.
Para beber
de estas anomalías ya estamos los bichos raros. Un poco hartos de
los gestos predecibles y del recurso fácil.
Pese a la
rareza de su abandono, y aunque admito que no había vuelto a
escribir una línea desde aquel LED ZEPPELIN FIVE del 2011, que me
los descubrió. Y no porque su posteriores tres discos hayan
desmerecido en absoluto. THE GOSPEL ACCORDING TO JOHN me parece de
una concreción tan absoluta y determinante, que puede que en él
esté la esencia de casi 30 años de su carrera.
Concentrado
y condensado de ese espíritu psicodélico discreto, y con todavía
el alma inicial Powerpopera que le viene de casta Californiana. Este
trabajo lleva con sigo una rabia dulce que hasta podría encamar a
The Church con los Chameleons más accesibles.
Porque no me
dirán que “Whence”; con quien despega este disco.
No atesora la misma bendita hermosura que aquel virginal OF SKINS AND
HEART del cuarteto de las antípodas.
Esos medios
tiempos abrasivos que no llegan a manosear la distorsión, sino que
la acarician. Que no plegan su guiño a la psicodelia en detrimento de
la melodía cristalina; incluso que equilibran con precisión
quirúrgica esa sensación de dulce amargura. Y que elevan “Way
Strange World” al súmmum frágil de unos Bunnymen
directos, y fieles a LA CANCIÓN.
En “The
All-right side of Just OK” reluce la afilada producción de
Rob Campanella (Brian Jonestown Massacre); quien los ha dotado en
esta ocasión de un sonido más contemporáneo y oscuro. Pero es en
“A Story” donde podemos ver a unos Black Watch más
reconocibles. Claramente alejados de sus anteriores trabajos de
sonido más marcadamente Powerpopero, pero igualmente fieles a su
idea de tejer armonías. Si bien es cierto que este trabajo las
guitarras destacan por sus rasgos cortantes y abruptos.
“Jealosy”
y “Oscillating Redux” retoman con clarividencia los
dejes característicos que tanto me recuerdan a Kilbey y sus
muchachos. Aunque seguramente la incorporación del nuevo guitarrista
Andy Craighton sean la razón más clara para que la banda de los
Angeles, suene esta vez tan contundente y demoledora.
“Orange
Kicks” ataca desde abajo, siendo uno de los cortes de altos
vuelos igual que su cierre con la mastodóntica “Satellite”.
Y sin dudarlo un instante, las pruebas más claras de que estamos
ante uno de los álbumes del año. Discos como este, que no se andan
con rodeos sino que exploran con intensidad inaudita las múltiples
vertientes de la Psicodelia, del Rock americano. Y el sinfín de
posibilidades dan los géneros, siempre y cuando sean las canciones
las jefas del asunto.
No es
cuestión ya de calidad, sino de sustancia. Y porque no, la excusa
perfecta para adentrarse en la amplia, rica, imperecedera y
maravillosamente prolífica discografía de esta estupenda banda.
Dirán que
la mayoría de criaturas, cuando se avecina lo inevitable: El primer
día de curso y ese insoportable olor a goma de borrar doblando la
esquina, o el hedor a madera de los lapiceros baratos; que se te
metía hasta el santo cerebro (esto igual ha cambiado la
informatización de las aulas, pero da igual).
Como decía:
Igual la mayoría no duerme esa noche, o se les sube el estómago
anudándoles la garganta. Probablemente muchos sean incapaces de
controlar su esfínter, y hasta se descompogan.
Pero luego
están los otros (que también son bastantes). Los que se despiertan
una hora antes; pero de pasión e impaciencia. Los que no esperan a
que el curso arranque, sino que dan por sentado el inicio pistola en
mano. De esos -aunque yo fuese de los cagaos que no comía dos días
antes del cole- Ahora que ya se lo que me gusta y tengo esa condición
por el poder que me otorga la madurez y el no dar explicaciones a
nadie. Me he dado el gusto de iniciar un excitante Otoño de
conciertos. Con uno de esos, que más que certificar mis gustos y
claras preferencias, escarba en mi innata curiosidad por no poner
límites a los puñeteros y esclavistas “hábitos”.
Ya saben.
Eso que cultivamos toda la puta vida pensando que nos proporciona esa
falsa sensación de seguridad, pero que al final se convierten en
rutina, y cárcel en vida.
El primer
disco que cayó en mis manos de esta menuda Angelina de origen
Mejicano: ONE SECOND OF LOVE, del 2012. Fue revelador, más
que por el sonido global del álbum, por una canción en concreto:
“No I Don't”.
Una señal
clara e inequívoca, de que tras su primera apariencia aterciopelada,
sensual y hasta cierto punto mainstrean. Se escondía un basto
territorio donde sumergirte, y no salir indemne.
En los
cuatro años siguientes que se dio, hasta la publicación de su
tercer disco. Hubo tiempo para pensar que en el camino se han quedado
esas aristas de electro negro, que salpicaban aquel disco. Que
irremediablemente se ha vuelto blanda, cómoda y algo autoindulgente.
Pero tras
verla sobre el escenario a pelo. En un concierto de tan Petit
comité. Que solo éramos una cincuentena en la ciudad de Barcelona,
con el misma curiosidad y valor para zambullirnos en su idealista
discurso. Solo me queda una respuesta por conclusión: Nos falta
arresto, y andamos sobrados de exceso de autoprotección.
Posiblemente por eso que decía antes: La seguridad y confort que te
dan tus gustos, o te convierten a la larga en un burgués de las
santas tradiciones, o en un ser superficial que va donde dijo
Vicente.
Es una
opinión, faltaría más. Pero siento que nos queda esa sorpresa
inesperada de mirarnos al espejo, y sentir la estupefacción de
perder las formas.
Ramona
Gonzalez en toda su pequeñez y aires de diva de periferia. Dio este
pasado Martes en un escueto set, más pruebas de versatibilidad y
creatividad funcional. Que cualquier experimento verbenero o pecado
de presuntuosidad; ya sea del material estándar que se cocina en la
actualidad, o del más sacrosanto de los músicos que nos empeñamos
en mitificar. Hecho fácil, al momento, instantáneo. Sin ni tan
siquiera obcecarse con presentarnos su último e interesante disco,
en una batalla teutónica y perdida de antemano.
Más que
nada, porque ella sabe mejor que nadie, que su material da para
infinidad de puestas en escena. No en vano, su poso callejero y
heredado del Hip Hop, retroalimenta y mucho su actitud sobre el
escenario. Solo que para su bien, sus canciones beben de muchísimas
cosas más: Un Funk vestido de Soul exquisito que campó sobretodo a
sus anchas. Pero también de la esencia electropopera de los 80 esa
que descubre que su música, no solo evidencia ese R&B que
siempre se cita, sino de una base electrónica orgánica capaz de
adaptarse a su voz igual que lo hicieran Massive Attack en los
mejores momentos del Blue Lines.
Y algo que
la hace única y creo que es lo más importante: Su virtud y talento
especial para normalizar estilos musicales que normalmente la escena
musical acaba estandarizando, incluso convirtiendo en una parodia sin
alma.
Una hora y
poco más que recorrió su principales temas yendo al grano; los
caprichos del PS como promotor así son, para bien o para mal.
Acompañada de su fiel escudero Damon Riddick: Un virtuoso de los
sintes multiplicado por si mismo. Y con ella combinando micro, un
pequeño teclado y sus dotes para ejercer de dulce portavoz.
Con un
entusiasmo propio de quien se siente cómoda en los espacios
reducidos, pese a que su música por expansión bien podría
convertirla en otra de tantas. Dicharachera, bromista y emocionada
por su primera visita a Barcelona. Nos dio una lección de
profesionalidad y pasión para tomar nota; teniendo en cuenta el
escaso público que vino a verla (cincuenta sin exagerar, más dos
turistas que por allí pasaban). Como lo cuento.
Por suerte,
los pocos que habíamos: O éramos ávidos y aventureros, o
incondicionales; 50, insisto. Tampoco creáis que para que la cosa
funcione se necesitan muchos más. Con salas repletas he visto más
vida en el museo de cera de la Rambla.
Sonó “In
the Nite”, el corte que abre con sensualidad su último
trabajo e inmediatamente “The Answer”: Una de las
joyas más orgánicas y flotantes, que a todos nos puso en unísono
balanceo. Dándose la mano con “Wo Ho” y entrando
directamente por faena en una juguetona pieza de esas que campan por
sus varios Ep's “Want you Back”: Un cambio de
registro en pleno éxtasis Funk que nos llevó de viaje a esos años
locos del Studio 54 y las diabluras de David Mancuso, con una cover
de Nite Funk en su estrecha colaboración con Dân Funk a ritmo de
“Let Me be Me”.
Volvimos a
levantar el vuelo con la íntima “Part of Me”,
basada en una de los primeros escritos de una Ramona adolescente.
Pero sin descanso ya y con la química hecha, era cuestión de tiempo
la vuelta a bailar. “I Don't Know” saltarina y la
maravillosa y escondida “Nowhere to Go”; un tema
perdido en los bits del Gran Theft Auto V. Luego “2 Good 2
be True” que abría aquel primer gran disco que nos la dio
a conocer. Y a vueltas con el sonido Mantronix de “I Confess”
de Omar-S y otra versión más, esta vez de Janet Jackson en una
emotiva “Let's Wait a While”.
Para acabar
recuperó el pulso con “What Did He Say” sin
renunciar a sus inicios de aquel desconocido debut del año 2009. Y
nos acabó poniendo en órbita con una espectacular versión de su
“Running out of Time”. Más propia de Future
Islands o de un clásico del Synthpop de los 80, que de su particular
forma de interpretar el R&B, el Funk fibroso y depurado con todas
sus negras y electrónicas referencias.
En realidad,
bien pensado, son más las analogías que la distancia que separa a
todos estos géneros. Porque hay más hilos conductores que los unen,
que los que los separan. Al final solo es cuestión de no huir
despavorido cuando es la sensibilidad por encima de los medios, la
que hace grande la música, la creatividad y la libertad para avanzar
y retroceder sin importar el tiempo.
Italia es nuestro territorio, y la música que nos acompañe sobre la marcha nuestra banda sonora. Porque mucho de lo que la retina ve y el corazón bombea, siempre, siempre, lo imprimen los textos.
Nos vemos!!
Pasa a veces con los regresos de aquellas bandas que se perdieron en un rincón de nuestra memoria; allí donde nunca jamás se vuelve a sacar el polvo. O donde ya casi ni recordamos salvo por hazañas de juventud, aquellos sonidos en forma de conversación que nos sintieron jóvenes y que eludimos mentar por miedo...
Uno: A parecer unos carcamales que se obcecan en contar batallas como si éstas fueran míticas o inigualables.
Y dos: Porque en ocasiones nos damos cuenta que aquella juventud efervescente los magnificaba sin igual, y ahora, lo que nos sorprende es que aquello nos gustase de igual forma.
Pero hay una tercera opción, y a pesar en cualquier caso, que dichas bandas regresen pareciendo una sombra desdibujada de lo que fueron; o no. Cabe la opción que por activa o por pasiva, nos empujen a rebobinar nuestra maltrecha memoria y volvamos sobre nuestros pasos a aquellos balbuceantes sonidos como si surfeásemos sobre una tabla de Ouija. Algo, dicho sea de paso, que considero saludable si se tiene una cierta edad (igual con 20 pues no sirve). Pero que de alguna forma nos reencuentra con nosotros mismos. Aunque solo sea para certificar que eso que vemos ante nuestros pies es un precipicio, sí.
Que no, que no voy a sacar el bastón y a profetizar. Pero, ni todo ahora es tan bonico como nuestro inocente pasado. Ni me vais a quitar las ganas de hablar de cosas muy pasadas y que me siguen pareciendo tan y taaaan actuales...
Es curioso como en este caso, tras escuchar el regreso de una banda como ELF POWER tras 15 años sin haberlos vuelto a escuchar; pese a haber seguido publicando trabajos, de manera intermitente eso sí. Uno haya sido capaz de alcanzar de nuevo a entender la particular mecánica de su sonido a base de involucionar dieciocho años atrás.
Admito que las primeras tres escuchas de TWITCHING IN TIME; su álbum más reciente. No fueran las que de golpe me trasladasen a esa brizna de recuerdo residual. Pasando a veces como suele: que uno distorsiona más de lo que quisiera, recuerdos de juventud aun moza.
Así que su último trabajo por mucha insistencia que le haya puesto en su momento, me ha acabado aburriendo y me duele decirlo. Ya que mi recuerdo más palpitante de la banda de Athems era de fuegos de artificio, quimicefas musicales y santería pagana puramente psicodélica tirando a marciana. Tanto, que incluso su evolución hacia THE WINTER IS COMING/2000 y CREATURES/2002 que se aposenta en un folk espiritual de reminiscencias orientales, siguiera pareciendo parte del camino lógico al que la banda ya te había empujado y que ahora al cabo de los años debes reaprender.
Dicho esto y por puro nihilismo vehemente. He pasado lo que me restaba hasta coger las vacaciones, volcado en un experimento puramente casual con los 4 discos que me sirvieron de iniciación bajo el brazo. O en este caso, en la guantera de la furgoneta del trabajo.
Viaje arriba y viaje abajo de Sabadell a Moià: Una ruta en solitario que recorrí en su día en bici (pero desde Badalona), con 16 años. Y que he repetido por estas fechas de Agosto en numerosas ocasiones y con un significado parecido: solo, con el paisaje, mi música y recuerdos de casi toda una vida.
Hacerlo con parte de la discografía de ELF POWER. Que ilustraron una época de mi vida tan curiosa y trascendental (independencia, paternidad y desapego con algunas músicas en boga). Es como volver a repasar una parte de tu vida, que ya con 47 años te hace adquirir conciencia del momento que te toca vivir ahora y como ha ido (o has ido) cambiado.
Incluso lo más importante: alcanzar a entender de nuevo el universo particularísimo de esta banda. Donde bien podría incluir a Pavement, Sparklehorse, Olivia Tremor Control e incluso a Gorkys Zigotic Mynci y Beulah. No solo por influencias musicales, sino conceptuales o por ser una base importante de mi alejamiento del britanismo superficial para mi en aquella época.
Hay capítulos del microcosmos musical que a día de hoy, justo cuando todo se cree ya sabido, explotado y voceado. Siguen perteneciendo a un universo inexplorado y poco dado a la revisión.
Hablar como comprenderéis, de la banda liderada por Andrew Rieger y su pareja Laura Carter allá por el 1994 con dieciséis trabajos bajo el brazo, sería tan absurdo como innecesario. Sobretodo intentar analizar disco por disco su carrera.
Básicamente porque como os he dicho. Es imposible caer en su mundo, entenderlo medianamente y engranar con su mecánica, sin escuchar la historia de boca del protagonista desde el principio.
Volví a introducir el CD en el reproductor después de 18 años acumulando polvo.
Con el polvo, el sedimento como las escamas de la piel que alimentan a los ácaros invisibles. Y que prácticamente te la mudan cada década, imposibilitando volver al pasado.
Aveces parece que nuestro camino no tiene marcha atrás. Vas dejando cosas, soltando lastre hasta que llega un momento de tu vida en el que te aferras al pasado por culpa del presente. Allí es cuando de verdad debes hacer un esfuerzo titánico y someterte a un intenso.
Pero con “Will my Feet Still Carry me Home” es fácil. Allí parecía que David Fridmann (Flaming Lips, Mercuri Rev), estaba tanteando lo que vendría a ser el mismo año Soft Bulletin; el disco que lanzó al estrellato masivo a Flaming Lips. Solo que en A DREAM ON SOUND todo parecía ser más libre, innato y natural.
ELF POWER siempre han tenido una cualidad y virtud imposible de emular por otros, su magia. Sus discos pueden ser más directos como este, o llenos de espesura como los siguientes. Pero siempre hay una explosión de luz, un destello. Un me importa un carajo ser, parecer o intentar cuando todo sale así, por combustión espontánea y fácil; sus canciones suenan fáciles.
“Will my Feet Still Carry me Home” es un susurro al júbilo con esa misma elasticidad que tenía Leandro, el niño de los del entresuelo. Que subía, caía y volvía a subir por aquel arco metálico lleno de barrotes del parque de la plaza. A ti se desollaban las rodillas cuesta abajo y jugando al pañuelo, pero a él todo le parecía resbalar y dar un plus de energía. Gimoteaba y trotaban los tambores de “High Atop the silver Branches” con un hilillo de voz inofensivo digno de quien solo parece querer ser un instrumento más de la fanfarria. Había otros que gritaban e intentaban ser elocuentes, pero aquí todo sucede por pura química; solo que sin fórmulas testeadas.
A DREAM IN SOUND como su propio nombre define: es un juego sin reglas, en manos de una criatura con mucha imaginación. Una orquesta de deshechos bien aprovechados, que generan una orgía en pleno juego de mamás y papás: Toco aquí, y que sientes? Te gusta?
Ella gemía de placer, se reía con una risa histérica y adictiva... y era tan excitante.
Pasaron los años creció y se fue con el hijo del carnicero alto y fuerte. Pero cada vez que sonaba “Jane” se emocionaba y rompía a llorar. Se consolaba en las fiestas del pueblo cuando era la orquesta la que tocaba “Olde Tyme Waves” a manos de un espigado arlequín con sombrero de copa. Pero al fin y al cabo solo eran los diminutos recuerdos del carrusel de canciones que nos ocupa, esa síntesis exacta y precisa de todo un largo discurso al que le sobran la mayoría de aclaraciones, asteriscos y metáforas.
Escuchas el tema que le da título al disco y ahí, prácticamente esta el retrato resolutorio. Tan solo un juego tan tontorrón y adictivo como dar vueltas en círculo en una piscina de plástico. Flaming Lips tuvo que montar una verbena sobre un escenario y Elf Power se consumieron en la íntima locura de cuatro inadaptados. Sin embargo su trayectoria por surrealista, absurda y a destiempo que parezca, es infinitamente más práctica.
Si eres capaz de ponerte “Wels” y no alcanzas un mínimo grado de empatía, posiblemente sea porque has perdido la vez.
Seguir hablando de cada una de sus canciones, saltando cual charranca de disco en disco una tarea inútil. Cuando al final, su exploración es un juego sin reglas o argumentos fijos. Pues en sucesivos álbumes hay una misma historia con distintos personajes.
Ni se sabe porque conforme avanzó el nuevo milenio, en un hipotético genocidio musical del pasado, infinidad de bandas se perdieron sin tan siquiera dejar huella. Cuesta entender porque a ti se te pasó por alto la maravillosa grandeza de WALKING WITH THE BEGGARS BOYS/2004, inundado de manglares de esperanzador Pop Folk luminiscente. “Evil Eye”, su título o “Invisible Men”.
Así, que ahora mismo intento averiguar que estaba yo escuchando aquellos años; maldito de mi. A donde fuimos aquel tiempo en el que uno no sabe si madurar enterrando la cabeza bajo un hoyo?. O dar por perdida la vida entre el amasijo de la noche; tampoco esto último te asegura la certeza de no perder por el camino los polvos mágicos.
Te vas dando cuenta eso sí, que tal como la idea de Andrew Rieger & Co. fue haciéndose más grande o igual madura. Perdiendo a lo mejor esa primera magia cínica y negra de nuestra existencia y avanzando por pasajes entre lo oscuro, reflexivo y espiritual. Su discografía empieza ya a coger forma de narración, que a lo mejor como digo (por separado) carece del sentido que le encuentro en conjunto o siguiendo el hilo. Tanto que tras echar a andar BACK TO DE WEB/2006 y darle fin, ni entiendo aunque admiro el revuelo que alcanzo THE DECEMBERISTS. Y porque ELF POWER con este disco por ejemplo, siguen siendo una banda ectoplasmática.
Canciones que parecen alargar el Folk doméstico con orígenes Balcánicos o de los Cárpatos, “Spider And the Fly”. Me encantan esas texturas de violines desafinados o Rabeles medievales, los fondos que parecen sacados de espléndidas Zanfonías y que dan a sus canciones vuelos míticos sin dejar de ser Pop. Y que sin embargo otras, tiendan a horadar tierra adentro igual que una lombriz tuneladora para que todo no sea tan fácil y cómodo.
Seguramente por esa serie de circunstancias que se cruzan en el firmamento, y que obedecen a destinos encontrados. Cuando normalmente, se escogen los caminos menos asfaltados y señalizados. Y son como decía mi padre “pastor”, las trochas que aprovechan el misterio de sus designios y el camino más accidentado para procrear en nuestra imaginación.
Un año antes de la muerte del grande Vic Chesnutt, la banda de Athems tuvo ese encuentro casi mágico. Una de esas cosas que pasan, y cuando escuchas el resultado no aciertas a entender porqué no pasó antes: Universos paralelos y conectados por hilos invisibles, o diría yo, la magia que ELF POWER ejerce sobre lo retorcido y complejo para traducirlo en un idioma universal.
DARK DEVELOPMENTS/2008 es mágico; así de simple y rotundo. Tienen ingredientes alejados de ambos artistas y que parecen suyos de toda la vida. El reggea trapecista de “Teddy Bear”, o la definitiva manera de empezar el disco con “Mysterio”. Desencanto, rabia y amargura con luz tornasol de aquellas que hacen llorar viendo el desenlace. Pero que sin embargo y pese a la rabia acumulada, emanan una cariño y luz tan enorme que su escucha produce felicidad. La pura fiesta celebrativa de “Bilocating Dog” o los pases de “And How” que parecen captar la misma felicidad luminiscente del último Robyn Hitchcock y los viejos Elfos.
Al cabo del año Vic Chesnutt se fue, sembrando más morbo indolente que interés por su legado; y ahí sigue.
Seguramente ya nada cambiará , y estás líneas entre lo farragoso y excelso no sirvan para avivar el interés por esta extraña banda; eso corre de cuenta vuestra. La posterior aparición en el 2010 del magnífico ELF POWER: Una puesta a cero con nombre propio, y un nuevo disco que horadaba entre la psicodelía subterránea y las miniaturas folkpop típicas del conjunto. Volvió a pasar inadvertido quizás, porque también es un trabajo desprovisto de los ganchos de sus primeros discos. Innecesario como ya deberíais saber, pues sus preciosos cortes como “Ghost of Johnn”, “Stranger on the Window” o la melancólica “The Taking Under” mantienen todavía el hilo de la conversación; que es lo importante.
Llegaría SUNLIGHT ON THE MOON/2013 y ahora, SWITCHING TIME; este mismo año. Dos discos tan intrascendentes que ni en los canales de descarga y difusión más IN aparecieron. No hay reproches, en absoluto. Cada día que pasa creo con más convicción que lo verdaderamente reseñable, atípico y por ello nutriente, debe costar y andar enterrado como las trufas.
No es que piense que hay un escalafón o una estirpe que hace que lo raro sea más bueno y lo “comercial” mierda. Pero no cabe duda que si todo fuera tan fácil de entender, asimilar o explicar, la vida sería taaaan aburrida y anodina.
Tras el intenso estudio, repaso o profanación de viejas cosas que andaban perdidas por casa. La de ELF POWER, no es que haya servido para que de repente SWITCHING ON THE MOON cotice al alza. Pero si para entenderlo infinitamente mejor o por lo menos, para confirmar que no existe el bueno o ni el mal disco. Solamente momentos y personas; todas diferentes por supuesto. A veces formas de afinar los sentidos cuando todo entra y filtros que distorsionan nuestro disfrute. En serio, hagan el experimento, verán que las cosas que nos pasan por delante pueden ser tan distintas como la luz del día.
Todo se
afloja y mis piernas; como si un bajón de tensión tras cuatro
caladas mal dadas se apoderase de mi. Hace la misma mella que la lupa
del malparido sobre mi cabeza.
Ya no hace
falta que sean esas doce del medio día en punto, para que el niño
cabrón del ático se dedique a prendernos fuego, como a hormigas;
¿le habremos hecho algo? Nosotros, correteando en busca de una
sombra, el atisbo de las vacaciones o un mal trago para condensar,
evaporar y... claro, para sudar.
Cuando miro
hacia arriba, mientras puedo, solo pienso en montarme en mi auto y
correr carretera abajo, serpenteando con los chichones de la montaña
de Montserrat de fondo. Lo fue cuando arremetía la primavera en
Marzo, y la lupa del bribón atacaba de costado; pero con la misma
intensidad.
Y ahora casi
cinco meses después, son las mismas canciones y melodías las que me
empujan a pisar fuerte el acelerador.
La misma
sensación, el mismo territorio y prácticamente las mismas
carreteras: Quiebra y esquiva bordeando La Rovirola fuerte como si
quisieras lanzarte desde el tobogán de un parque acuático. Silva a
la vez que observas los restos quemados de la carretera de Sant Feliu
Saserra hacia Avinyó, fuma sus restos incandescentes y el sabor de
tierra seca. No llueve desde hace días, y si lo hace, nos lanza
barro desde arriba.
Será para
apagarnos o para sofocarnos?
Y suena más
fuerte todavía “Mr. Wrong”.
Es gracioso.
Los autos de ahora traen un invento parte ingeniosa y cuarto
diabólica, que sube el volumen del reproductor según pisas el
acelerador y se eleva el rumor del motor. Sin tan siquiera calcular
que la urgencia por plegar y el disco acertado, puede producir una
combinación un tanto peligrosa.
De todas
formas, mi gusto por conducir y escuchar música, siempre me ha hecho
descubrir álbumes que de otra manera jamás me hubieran calado del
mismo modo.
Es esa
extraña alquimia que produce la música, la carretera y los
paisajes: Una fórmula sin matemática exacta. Y que hace que un
disco tan aparentemente inofensivo como el debut de LAS ROSAS, se
convierta en una medicina tonificante.
Un disco que
además contiene con garbo y soltura, las guitarras más divertidas
del otro lado del charco. Alimenticias en divertimento, y taaan poca
posición forzada, que los amo desde la primera escucha precisamente
por eso: Porque últimamente aunque agradezco enormemente el rescate
de aquellos sonidos de los 70's (garaje, psicodelia, psycho, R&B
etc). En ocasiones me dan la sensación de querer parecer algo, para
lo que a lo mejor no estaban predestinados en pleno dos mil y largos.
La banda de
Jose Boyer sin embargo y pese a su omnipresente guitarra surfera, dan
a cada canción lo que se merece: Un soplo de menta, playa y salitre
en plena urbe.
Del rock
psicodélico vacilón, hasta su cara más tierna y melancólica; que
es precisamente la más rica y suculenta. Saben, y eso me parece
quizás el recurso más entretenido del disco, proponer el énfasis
adecuado a cada una de sus canciones. Sin sacrificar el hipotético
gancho de una canción en detrimento de su personalidad.
“Bad
Universe”, “Mexi” o “Rose”
hacen puro caramelo de sus influencias ramplonas menos sangrantes
aunque perfectamente válidas a Stiv Bator y esa generación de punks
deudores del glamour más araposo. Esa forma ingeniosa y casi de
juguete de quitarle importancia a la inspiración a la hora de
confeccionar canciones eficaces. Y llevarse hacia un terreno en el
que The Growlers o Allah-las acaban fallando por quizás aparentar de
más. Convirtiendo canciones como “Red Zone” en
pequeños clásicos de blues tropical, o tibiezas como “Secret”
en juguetes que por su simpleza enaltecen el arte de crear música en
pos del entretenimiento.
LAS ROSAS me
gustan porque hacen fácil aquello que otros desdibujan a base de
manosear. Sus guitarras son puro arte aún temiendo excederme en
piropos.
Acaso se
necesita más para que un disco suene con la golosería que lo hace
“Moody”? Ese tipo de tonadillas donde la mala
sangre se apiada de ti y de repente, sale de tus espaldas el típico
fulgor áureo como aéreas alas.
Dicen que la
felicidad y el atontamiento se dan la mano y hacen volar, y es
cierto; el amor también, como la baba licorosa.
Apostar de
firme por un lenguaje tan obvio y juguetear igual que un niño con la
arena; predecible y pura. Para que toda esa broma resulte un trabajo
lleno de huecos donde olisquear, arquear las cejas o dejarte llevar
cuando te topas con “Boys” o “Ms America”.
Dos cortes que realzan la sencillez al trote de unas guitarras
elásticas donde se pespuntea el surf con el R&B y el Pop de
influjo psicowestern arrabalero. No tienen nada que envidiar a otros
que por trascendencia, envestida o fanfarria, vienen a llevarse el
vellocino de oro. Como si se necesitase un carnet de socio por
referencias para entrar en el olimpo; de echo creo que tampoco lo
pretenden.
Y descubrir
que hay mucho más a parte de tus prejuicios: Rock, Blues, Glam,
Garaje, Pop y chulería de esa en la que el tontorrón de la clase
acababa quedándose con el personal: Matones, guapos, listillos y esa
profesora que siempre te señalaba.
LAS ROSAS
son: Jose Boyer, Christopher Lauderdale y Jose Aybar. Originarios de
Brooklyn y con un disco la mar de chulo y jugoso bajo el brazo.