Abrí
los ojos entre la nebulosa de cables, ventosas y pinzas de la UCI. La
cama se movía; doy fe. Y entre morfina, pitidos y los vaivenes del
colchón, yo, soñaba con universos que se construían con piezas de
colores y plástico blando: Unos con las manos, y otros con manuales
como los de IKEA.
No
era ni el fin ni el objetivo del dilema, sino el dilema en si mismo.
Un bucle sin veredicto que me empujaba a pedir agua a todo aquel que
se cruzaba ante el quicio de la puerta del box -Una
mica d'agua si us plau?
Pensando que así me harían más caso.
Pero a veces
la ignorancia es el más cruel de los castigos. De labios cuarteados
y paladar pegajoso como cola de impacto. Recobrado diez días más
tarde mi pleno juicio. Solo me consolaban las canciones de mis
queridos THE SMITHS, y el murmullo del último concierto horas antes
de caer en coma. Regreso trece años más tarde a mi exigua memoria
de directos premonitorios de CHUCHO; en año trece. Y cuatro desde
que Lázaro salió andando renqueando.
Cuando
desperté apenas sin fuerza y con la antepierna cuarteada. Y no podía
más que repetir sin apenas fuerza los textos de Fernando en ese CD
de Hermanos Carnales comprado en Músicas de Régimen y su debut 78,
igual que un autómata . Como si esos días de lapsus reanimador solo
hubiesen sido un tiempo muerto más largo de lo normal.
Melodías
que en pleno estado catársico volvieron a entrar licuadas vía
parental, directamente a mi corazón. De atrás hacia delante. De la
explosión de júbilo pedregoso, metálico y saturado de sus
guitarras como “Gente Abollada”y “Rifle de
repetición”.
Se apareció
también como una perfecta ilustración de mis noches discontinuas
bañadas en morfina, nolotil y sedación reseca, cuando de repente.
La noche nos caló hasta los huesos: cuando son los míos para ti,
en perfecta declaración de amor animal.
Mirábamos
hacia el cielo cuando retumbó “¿que
clase de animal?”, cantábamos: Carne
dura como un hueso, como hueso negro, ya no quepo en mi cuerpo, el
traje me está pequeño. “La
oración del desierto” sonó a salmo
tenebroso, porque los textos cantados de Fernando y con un
inconmensurable Carlos Cuevas a la batería, así se deben tomar:
Como salmos excomulgantes para los no creyentes del gominoso rock. Y
sí del Rock de catacumbas; de donde volvieron a salir los
Albaceteños.
Pudo ser más
alegre, sin acabar de saber si es el excremento que planea por
nuestra vida diaria el rey de la depresión, la vuelta al cole sin
drogas, o esas tareas de la casa que mamá y la mierda que te come te
obligan a cumplir.
Pero en
cualquier caso, hay una cosa clara que no se puede parar: El hambre
público para celebrar el bautizo de uno mismo (y su banda fetiche).
Como el reflejo de uno mismo y su juventud en el espejo de la noche.
Esa especie
de inventario que inevitablemente le viene a uno a la cabeza cuando
son esas canciones tan básicas como la cartilla de leer de primaria,
las que nos repescan. Y comprobar que éstas a su vez, han conectado
generaciones: Las Post todo, las pre indie, y las de ahora. Aunque
fuera para esperar impacientes hacia el final, y escuchar “Hermanos
Carnales” y “Fuerte”;
que hacen eterno a éste, su trabajo con más difusión de
aniversario.
Casi una
hora antes con un puñado de testimoniales incondicionales, Ángel
Valiente aka. KAREN KOLTRANE. Convirtió el eco de sala semi vacía,
en un denso y voluptuoso manto sonoro.
Él, además
de diseñador de interiores. Se las apaña para pasar del
plano/lienzo digital (pulcro, minimalista y funcional) al directo,
toda una idea que sobre el papel, y valga la redundancia. Es capaz de
trascender con la misma claridad, y además crecer tornándose
muchísimo más real. Un discurso de Postrock sintetizado y
atmósferas entre el dreampop y el Shoegaze, que bien podría
diluirse o ser uno más.
Pues la
sorpresa es que fue la perfecta antesala con la que elevar la sala, a
eso que se llama clímax ideal. Lo fue “Permafrost”,
“Cansancio Mental” o el cierre de “Ondas
Gravitacionales”; con la hija de Joaquin Pascual a los
coros. Corrigiendo la poca afluencia de público a su apertura del
bolo aniversario de los Albaceteños. Y combinando de alguna manera
la escuela Joaquín Pascual de reconocible influencia, con aquel
proyecto del Penélope Trip Tito Pintado (Telefilme/Anti). Eso sí,
mucho más amplificado y musculado.
Un paso de
gigante que todo sea dicho, a transfigurado los proyectos
doméstico/electrónicos, en algo con la misma magnitud que un
concierto tradicional de rock. Y una de sorpresas más gratas de la
noche.
Volviendo al
punto de partida y por si alguien se ha perdido en la ida, y la
venida. Sería “Viaje de Redención” la que nos
chutaría antes de entrar a quirófano: El frío todavía de la
gente, los instrumentos y el sonido por ajustar y modular.
Fue el
comienzo como el de las viejas camillas a las que las ruedas se le
desmandan, y chillan como la Acherontia Atropos cuando la cazan.
Hasta que exhalamos “Humo Azul” entrando en
sedación, con la mirada perdida al techo viendo desvanecerse las
luminarias quirúrgicas. Fue lento, suave, dulce y de continuado
éxtasis hasta “Lázaro”; mi favorita. Tras
“Efervescencia” (donde está Rosa??!!), y
continuando con orden casi militar “Angel Transparente”
que tanto recuerda a otras composiciones de Chucho. Pero reservando
estratégicamente las bazas de “Mis Huesos son para Ti”
o “Abrazo en un Terremoto” para equilibrar el set
con sus más esperados hits.
Me
sorprendió tremendamente “El Final de una Quimera”
y “ElCrujido del Cangrejo”, las que
más de largo, y más tarde que nunca el bajo de José Manuel Mora
por fin vibrándonos. Pero también como aquellas inesperadas que
renacen en directo “La Estación de las Lluvias” o
“En Otoño”.
Así nos
volvió a destripar el 25 aniversario de un disco mítico.
Posiblemente con el que delimitar ese antes y después mediático, de
una escena alternativa pujante desde las profundidades periféricas.
Pero aunque el más recordado por “Fuerte” y el tema que le da
título, no necesariamente el de mejores canciones.
Eso sí,
creo que pese al frío del tiempo pasado y las posibles diferencias
de concepto que puedan tener ahora los miembros. Creo que de obligada
celebración para reivindicar un temario digno de remasterización
como se debe. Y una deuda que todavía tiene la escena actual con
esas bandas que existieron invisibles en tierra de nadie, y que nos
forjaron el camino.
Escucho en
una mañana clareada de sol en sábado el “I've Changed My
Plea to Guilty” de un viejo concierto del 2007 de un
todavía reluciente Morrissey.
Una vieja
cara B del 91 en su época más mullidita que ha envejecido
fabulosamente; veintiséis años y ahí es nada la pedrada.
Veintiséis
años que podrían ser perfectamente otra vida nueva más por vivir.
Que me parece una eternidad por ridículo que eso parezca para
alguien mucho mayor que yo; mi madre por ejemplo.
Sin embargo,
hay momentos en la vida. Más cuando todo corre cuesta abajo sin
frenos y con las manos atadas a la espalda. Que, uno -en la más
inocente de sus treguas- intenta aplazar, ni que sea por unas horas
el desagüe del tiempo. E incluso deshacer la madeja de la vida que
tanto nos ha costado hilvanar, desviviéndola hacia atrás.
Había quien
atribuía poderes espirituales al Pulque, la Ambrosía,
el láudano de Sydeham, el Soma o la Absenta,
para emprender un viaje sugestivo al pasado o alcanzar la
inmortalidad. Nosotros sin embargo, solo necesitemos cerrar los ojos
y viajar a tiempos remotos y no tanto, a lomos del perfume licoroso y
almizclado de unas cariñenas de Porrera.
Hubo un
timonel (Albert Costa Miralbell), hijo y relevo del inmortal
Albert Costa, e ideólogo junto a Lluis Llach del CELLER VALL LLACH;
proyecto vinícola y renacentista del Priorat esencial: El Priorat
austero, social y heróico, espectador del más mediático de
Gratallops; con sus cinco “pioneros”. Pero seguramente el Priorat
igualmente real y salvaje que hizo de la filoxera, la penuria y la
decadencia, una razón de ser, de existir y de revolucionar lo que
ahora es el Priorat. Al margen de internacionalización de algunos de
sus vinos más preciados en los mercados que colocan el origen en lo
más alto de la cima.
También
unos grumetes con horas de navegación, pero más ganas de reaprender
por la mera cuestión de viajar a pie sobre las aguas; igual que los
Basiliscus. Que de doctorarse en algo que solo entiende el límite de
la sabiduría si se está en estado ya de putrefacción, o al borde
de la muerte; así por lo menos lo entiendo yo.
Como nos
decía él en una charla sobre las historias que hay detrás de un
vino. Y que realmente deberían ser las que nos capten en esta
adictiva cofradía: No solo por el valor estrictamente de calidad de
un vino, sus variedades y la capacidad de éstas para sorprendernos y
embelesarnos. Sino en otra virtud infinitamente más cautivadora: El
territorio donde se produce la sincronía entre TIERRA (como
lugar donde habitan gentes), TERRITORIO (donde la naturaleza,
el clima y el pasado ancestral geológico hace único lo que allí
nace), y LAS PERSONAS (que de alguna manera, por la tiranía
de las dos anteriores y por su capacidad de supervivencia) No luchan
por imponer su hegemonía, sino que conviven y se ponen al mismo
nivel de las primeras.
Aunque sin
duda, el valor diferencial y particular más emocionante de VALL
LLACH, sea por si solo el fin del mismo:
Un proyecto
entre dos amigos de la infancia y el pueblo de la madre de Lluis
Llach (Porrera); teniendo en cuenta su abstinencia alcohólica y la
obstinación de introducirse en un mundo, el del vino, desconocido
para ambos. Y el fin de volver a Porrera con el objetivo de intentar
dar a Porrera, todo el esplendor vivido hace 100 años tras la
despoblación que sufrió el pueblo de 1000 a 300 personas escasas.
PORRERA
tiene la particularidad de encontrarse bajo mayor influencia
mediterránea. Que hace que el vino que allí se produce tenga el
carácter único por sus terrenos de inclinaciones imposibles, pobre
de tierra y rica en pizarra (licorella) y las viñas postfiloxéricas
que se replantaron hace más de cien años: Garnacha , y Cariñena (en
el caso de Porrera) principalmente. Pero también Cabernet Sauvignon,
Merlot, algo de Syrah, o incluso la Cariñena blanca que ahora se
está recuperando.
Pero
sobretodo el paisaje que a mi, por ejemplo, ya que me ensartó hace
cuatro años. Cuando tras un 2014 titánico en la recuperación de
una grave enfermedad que padecí. Me enseñó la luz de las
misteriosas tierras de Prades, Montsant, Siurana y mi descubrimiento
final de Porrera, con su silencio, vinos y gentes.
Así pues.
Esta interacción en el marco extraordinario de Padró i Solanet;
donde se cimentó la idea del Tast Team. Tiene tanto de viaje
sonámbulo a momentos que se estiman ya a estas alturas claves, para
uno mismo. Como de sesión espiritista para los que formamos este
grupo, donde la amistad ya supera con creces al colectivismo en pos
del vino: Pegamento invisible que nos unió y une, y que bien podría
asociarse al volátil hipnótico que emanó de las copas la noche en
cuestión.
Siete vinos
y una esencia con la cronología que dan las distintas añadas de
Vall Llach (99, 05 y el Mas de la Rosa 2015). La medida del paso del
tiempo en la primera añada del Embruix 1998. El nuevo Vi de la Vila
2014 de apabullante franqueza. Y dos de los tres vinos que elabora el
anfitrión Albert Costa, con su espontánea juventud al tiempo que
homenajea a la parte inolvidable de la historia:
Las mujeres
ahora abuelas octogenarias o centenarias como La Catalina, que
llevaron el peso de la vendimia en su origen. Esas infatigables
personas poseedoras del incalificable poder de la austeridad, la
inclemencia y la verdad más absoluta y natural del Priorat. La
Joaquina, un blanco elaborado con escanya-vellas (uva que se plantaba
delimitando las hileras para que las mujeres que vendimiaban pudieran
comer durante la jornada). Y La Catalina, una tinta joven sin crianza
de Garnacha del Montsant. Que junto al rosado La Matilda componen esa
pequeña concesión que se dan a la locura y como no, al compromiso
con estas tres ancianas que incluso decidieron el detalle de las
etiquetas.
Los tres
vinos por cierto, vinificados en ánfora y con el precioso final
benéfico de destinar su recaudación a proyectos para la gente mayor
del pueblo.
Ahora bien.
Para entender el alma que atesoran los vinos del Priorat; y en
concreto los de Vall Lach. Es primordial saber que estas plantas de
Cariñena centenarias, por edad, climatología, composición
geológica y el esfuerzo que esto supone para las viñas ahondar
varios metros para encontrar el sustrato. Necesitan hasta cuatro
plantas para producir una botella de vino, ojo.
Después
está la idea clara, lógica y generosa que tuvo la bodega a la hora
de impulsar de nuevo esta zona del interior de Tarragona. Que no era
otra que pagar el Kgr. de uva acorde al trabajo que supone las
exigencias del terreno y de la viña: 3eu/kg, cuando en el Penedés
por ejemplo, se paga del orden de 30/35 céntimos.
Si tenemos
en cuenta que en la Champaña se paga a 3'80eu/kg, cuando es una
producción más intensa y fácil. Y en Vall Lach el arado es con
mulos, la recolección de alto riesgo con desniveles del 80%,
totalmente natural, su poca producción, y el objetivo de elaborar
vinos de alta calidad dispuestos a competir con Burdeos, Borgoñas o
Brunellos. Con un cuidado casi de jardinería. Entenderemos que no
solo los vinos del Priorat no están sobrevalorados, sino que dan la
importancia que se merece a algo tan subestimado como la agricultura
con conciencia. Por lo tanto, cada sorbo de estos impresionantes
vinos, tienen tanto de justicia económica, como de entender todo lo
que hay detrás de cada botella: Historia, paisaje, trabajo,
sacrificios, heroicidad y sobretodo, compromiso con una filosofía
forjada a mano.
Todo esto no
tendría sentido claro está, y se convertiría tan solo en un
imaginario bonito. Sin el significado que tienen su principales
emisarios; los vinos.
El desnudo
de sus vinos sin crianza ilustrando el carácter rudo pero generoso
de la zona: Los anisados y hierbas de montaña mentoladas, la pizarra
mineral de su fondo, o la fruta oscura y fresca de sus garnachas.
El cara a
cara con el EMBRUIX del 98 aterciopelado en toda su longitud.
Esa sensación de entrar en la alcoba después de tantos años
creyendo que su concentración y sobremaduración (hace dos días que
se vendimió, la más tardía de la zona). Se ha convertido en talco
de rosas rojas y nácar pétreo.
Que el suave
deslizar descubre cristales de licor de cerezas, bayas y fresones de
Sant Pol licuados. La licorella está omnipresente, pero con los años
de botella estos vinos evolucionan fabulosamente. Todo un lujo tener
a disposición estas botellas del cementerio, que el padre de Albert
como buen notario que era, documentó para que no se comercializaran
y se bebieran solo en pos del placer (300 de cada cosecha).
Antes del
Embruix, el vino que a mi más me cautivó por melancolía emocional.
Probamos un vertical y puntiagudo VI DE VILA 2014 con un
pequeño porcentaje de Garnatxa. De esos vinos transmisores de una
zona en toda su franqueza: Directo, equilibrando el clasicismo
característico de los vinos de Vall Llach hacia una arrogancia
agreste natural de la tierra que lo cría.
Sería como
aquel viejo loco que corre montaña abajo, poseedor del instinto
adolescente. Se bebe muy bien pese a los pocos años de botella.
Diría que es la perfecta piedra de toque para entender a sus
hermanos mayores, y con muchas menos condiciones para consumirlo: Se
nota esa proporción de garnacha asomando la fruta, pero impone la
Cariñena con su complejidad, estructura e intuitiva longitud.
Taninos muy pulidos pero presentes, con todo en su sitio y por lo
tanto puro caramelo.
La evolución
de su magníficos VALL LLACH; su vino insignia recordado en
una antigua cata como un brandy que detiene el tiempo. Es curiosa su
conversión hacia el MAS DE LA ROSA 2015, donde la Cariñena
al 100% lo convierte en un vino muy distinto a las de anteriores
cosechas, donde había proporciones de otras variedades.
Un
concentrado de Licorella complejo de claro reflejo de la zona.
Longitud e impresionante estructura son sus principales virtudes, que
lo hacen un estupendo vino de guarda. Ha desaparecido en gran parte
esa presencia imponente que lo hacía un vino más licoroso y
profundo, siendo ahora incluso más salvaje y excitante.
La necesidad
de aire en parte por la Cariñena lo hace sinuoso, espectacular en
posibilidades pero todavía exigente por su juventud: Con bosque de
otoño, mucha fruta negra y mineral (grafito, pizarra, pedernal).
Necesita tiempo para que el volátil de paso a los cacaos, la trufa y
la fruta. En boca es contundente, aunque también es verdad que en la
cata no se decantó y soy de la creencia de que a estos vinos les
sienta divinamente la calma y el reposo; que sí aparecieron al final
de la noche.
Así claro,
al llegar al VALL LLACH 2005, un vino ya con 12 años y en
pleno esplendor. Con un carácter radicalmente distinto a los nuevos
Mas de la Rosa; es cuestión ya de gustos.
Sería del
todo injusto compararlos, puesto que los vinos del Priorat según
pienso yo, brillan en cada una de sus facetas (juventud y guarda).
Influye y mucho la forma de vinificación, y por su puesto la zona
(nada que ver Gratallops, Porrera o Falset). Porrera por así
decirlo, es más rural, explosiva y primaria, si bien es cierto que
Vall Llach tiene una vendimia muy tardía esperando que la Cariñena
esté muy madura y sea toda elegancia montaraz. De esto se encarga
Lluis Llach, que pese a ser abstemio, es un perfecto catador de uvas
y el momento idóneo de su recolección.
Un vino de
rasgos de auténtico Priorat en sus variadas pequeñas proporciones
de Cabernet, Merlot y syrah, que acompañan a la Cariñena. Los años
de botella le han dado una elegancia y afinamiento impresionante; un
orgasmo embotellado. Aunque algunos diferían en las virtudes tan
distintas de cada añada; mola.
Mola la
sensación armónica que nos da el tiempo y el entrar a descubrir
vinos exigentes y tan profundos. La manera como cambian y evolucionan
en botella y en copa, por que odian las prisas; como yo.
Es
impresionante ver que todavía tiene un recorrido tan grande,
conservando una deliciosa acidez que se funde con distintiva
mineralidad. Increíble la manera de abrirse tras dejar atrás el
volátil resinoso que los conserva impertérritos. Y como aflora el
soto bosque, la esencia de monte que le dan las hierbas aromáticas
infusionadas en frutas rojas y negras, en brasa y en pizarra
descompuesta. Un pulso al paladar y al olfato en forma de abrazo
cariñoso y fraternal. Un corredor de fondo de elegancia indomable y
corpulencia culturista; bello sin más.
Hablábamos
del tiempo, de la evolución y el cambio hacia una tipicidad
monovarietal muy presente en los vinos de riesgo de hoy.
Por eso es
tan hermoso como interesante ver hacia donde caminan los Priorats de
hoy día. Cuando nos enfrentamos a un VALL LLACH del 99;
dieciocho años que podrían ser toda una vida, y lo son.
El Cabernet
Sauvignon y el Merlot en cantidades más grandes, intentaban domar a
una Cariñena por entonces más indómita. Así dieron después de
todos esos años de guarda con un vino inigualable, aunque claramente
más afrancesado. Que no es un defecto en absoluto en tanto que es
una pura delicia, pero se aleja de lo que busca ahora Priorat:
identidad. A mi sin embargo me encantó después del batallón de
vinos, en un Jueves noche repleto de emociones y toboganes
sensitivos. Y en el cara a cara con el ágape final, ya aposentados,
nos dio un poemario de caras y muecas digno de Delicatessen; la peli.
Cabe
imaginar en que se puede convertir un Mas de la Rosa 2015 observando
la armonía que fluye del 99?
Pues
imaginen hasta donde podría llegar una Cariñena vinificada ahora
sin los volúmenes del Merlot. Con el vigor y el camino recorrido
hasta hora en cuanto a aprendizaje, técnica y agricultura sostenida.
Dicen los entendidos que es imposible hacer un vino malo en el
Priorat, y me lo creo. Igual que también creo que nuestra forma de
beber vino, el interés creciente por la cultura del vino y la
racionalidad del campo, a cambiado y nos debería llevar a una
sostenibilidad acorde con nuestra historia y nuestro pasado. Tanto si
hablamos de vinos Top, como si lo hacemos de las pequeñas bodegas
con productos excepcionales a precios asequibles también.
Hoy por
ejemplo he descubierto un Cal Pla increíble, por poco más de 12
euros. También hay que valorarlos en la medida del camino que nos
enseña a disfrutar de los grandes vinos, sin prescindir de los
pequeños e indefensos productores.
Pitu Roca
decía que la esencia del VI RANCI MARÍA DE CAL VALL con la
que puso el lazo Albert: Una barrica de Garnatxa descubierta en casa
de la madre de Lluis, datado del 1927. Y que se vinifica por
el sistema de soleras en escasísima producción. Que se debería
usar de perfume a pequeñas y delicadas gotitas.
Un vino muy
cercano a un Oloroso Viejo VORS, pero con la personalidad inigualable
de su procedencia tinta. Que te derretía la boca y pese a todo, ahí,
la acidez que rompe con el hipotético empalague. Y en definitiva,
una síntesis fiel de esa historia que abría la noche como conexión
a unos vinos, una tierra y unas personas. Sin olvidar el conjunto
llano y emocional de la historia por la que transitan, llena de
anécdotas, obstáculos, y siempre premios como este, de su boca y
manos.
Yo que
quieren que les diga, aun entendiendo a la perfección el símil de
Pitu, cuando bendice lo milagroso estos elixires inmortales; como los
vinos del marco de Jerez o Montilla/Moriles.
Prefiero
olerlo sentado esperando el día del juicio final, y en última
instancia beberlo como si no hubiera un mañana, hallelujah!!
No se si
sería tan frívolo para usarlo como perfume. Pero en todo caso, si
lo hubiese, me haría cofrade de esta bendita hermandad:
La que nos
hace tesoreros en infinita memoria y devotos por tan desinteresada
generosidad; la de Albert. También es cierto, de decirlo bien alto y
con la copa en la mano. Que la vida toda entera y a tropezones se
ordena de manera cronológica, no por las tragedias, sino por LOS
MOMENTOS:
Esas
circunstancias temporales y compañías de viaje, que igual que NEO,
en Matrix. Son capaces de detener las agujas del reloj, atraparlas a
brazos llenos, y confitarlas ahí. En el corazón, en el alma si la
tenemos, o en el córtex inferior en forma de muesca.
Es curioso,
porque uno sabe que de eso no se va a olvidar. Que el entreno de los
sentidos que potencian las catas tienen la magia de convertir una
experiencia, un aroma o una sensación al saborear, en un recuerdo
imborrable. Y doy fe que este a sido uno, y no será el último. Lo
sabéis todos los que tenéis que saberlo sin nombraros, verdad?
*FOTOS & CONEXIÓN DE HUESO: Amadeu Gabaldà/Carlos Gonzalez *OTRAS FOTOS: un servidor *LOGÍSTICA: Solanet Family *FLUIDO SANGUINEO: Celler Vall Llach
A vuelto a
pasar a un mes aproximadamente del 20th Aniversario de mi
primer avistamiento.
Un catorce
de Noviembre de 1997 en esta misma sala; la bikini de su afamada
acústica. De aquellos tiempos en los que las entradas eran eso:
pequeñas obras de arte para conservar, coleccionar e incluso
reverenciar como las medallas de los santos que nuestras madres
guardaban celosamente. LUNA mientras tanto, orbitaba sin apenas
llamar la atención, cuando eran Britpop y Grunge los que pulsaban
las constantes de la “música moderna”.
Una historia
contada infinidad de veces y recalcada hasta la saciedad. Cuando al
mirar en panorámica a lontananza la sala. Uno, cae en la cuenta de
que ya no hay rastro de aquellos veinteañeros que huían un poco de
lo común. O por lo menos de esa parte de juventud, que uno supone
interesada en subrayar el contorno de Lou Reed, Television o incluso
de imaginar porqué Galaxie 500 dio paso a LUNA.
De todas
maneras y aunque de la sensación, como es. Que para mi recuperar un
poco mis enseñanzas de juventud me haga parecer más viejo todavía;
que lo soy. Quiero caer a posta en eso que tan pocas bandas hoy en
día son capaces de proporcionarme: Un buen chute, o viaje mental de
mi vida. ¿me lo he ganado, no?
A LUNA los
podría ver cada poco tiempo (dos, tres años), igual que a New Model
Army en las distancias. Como un remedio termal a los ataques típicos
de los melómanos; esa raza a la que supongo ya pertenezco, sin
acritud. Sobretodo porque a estas alturas son pocas las bandas que
nos/me llevan a esos territorios, donde sus influencias han dado paso
ya a un estilo, forma de exponer o atmósfera propia.
Decir a
estas alturas que su procedencia del sonido de Nueva York de los 70,
o la herencia de la anterior banda de Wareham es la clave de su
atractivo. Me parece insignificante, comparado con la evolución de
su sonido desde sus dos y más esenciales discos. Su etapa más
popular con PUP TENT o THE DAY OF OUR NIGHTS. E incluso esa serie de
discos que se tiene por menor, del 2001 hasta nuestro días. Y que
pasados ya casi la veintena de años, han conseguido renacer y
legitimar: no sé si por la falta de pulso de la actual escena, o
porque LUNA sí son capaces de hacerte creer esa evolución del
sonido Neoyorkino, hacia un preciosismo Popero elegante como es el
suyo.
En cualquier
caso y llegados a este punto. Es verdad que cada repertorio que nos
han tocado en estas últimas dos visitas; es tan diferente. Como
educativo es que te lleven a mirar su sonido o temario desde
distintos ángulos y perspectivas.
A mi me
gustan todas, e incluso me encanta que me arrastren a esos lugares.
Me gusta que me enseñen a amar su música sin condiciones. E incluso
que me lleven a reflexionar como he llegado a este veintena de años:
El camino, la manera de saborear los placeres de la vida y la curiosa
manera de habernos visto crecer; y crecer nuestra forma de escuchar
música.
Un
repertorio más distinto puede, por la forma de ejecutarlo respecto a
su anterior visita. Esta vez más rocoso, afilado y puede incluso que
despojado de más exceso de preciosismo, que el puramente formal:
Desde el
aporte de Sean Eden y su tendencia a estirar notas. Y con una Britta
Phillips muchísimo más implicada que otras ocasiones; rotunda en el
vibratorio de su bajo. El casi invisible Lee Wall tras los tambores,
y Dean Wareham todavía más metido si cabe en su papel de distraído
taciturno; con esa dosis de humor negro bien dosificado.
Sonaron
hasta seis versiones la noche de autos; bastantes más que en otros
bolos de esta gira: El “Fire in Cairo” de los Cure
de rigor, la Dylaniana “Most of the Time”, “Let
me Dream if I Want To”, “Car Wash Air” de
Mercury Rev como propia, “One Fine Summer Morning”
de Evile Sands. Y un glorioso premio extra de cierre con su clásica
versión de Fred Neil, “Everybody's Talkin'”: esa
maravillosa versión que nos teletransportó a aquel 1997, donde la
escuchamos por primera vez. Y que recordó de forma alegórica con el
texto de Most of the Time.
El homenaje
resucitador de “Malibu Love Nest” a Lou Reed, sin
renunciar la inmenso legado que dejo éste. Y que Dean Wareham &
Co. ha guarnido con psicodelia Pop aterciopelada.
Imprescindibles
como “Sideshow by the Seashore” con un pletórico
Sean Eden; como siempre, e animador de la velada. “Friendly
Advice” con esta vez, una Britta Phillips dispuesta a que
olvidásemos del todo a Justin Harwood. O “Chinatown”,
“Tracy I Love You”, “23 Minutes in
Brussels”; siendo los momentos más infalibles de la noche.
Y aunque
creo con sinceridad y amplitud de miras pese a que algunos se
quejasen de la falta de un tentador “Greatest Hits”. Cuando todos
sabemos que Luna no lo fueron, por más que el oportunismo de para
quererlos convertir esa banda de cabecera; cuando en su día casi
nadie los escuchaba.
Si hay algo
que valorar de una banda que regresa al cabo de los diez años; y
teniendo en cuenta que transitaron a la sombra de otras mucho más
exitosas (Mercury Rev, Flaming Lips...). Es esa manera de no
prescindir de su temario menos conocido, y precisamente el que más
enteros ha ganado con el paso de los años: “Still At Home”,
joyas como “Freakin' and Peakin'” que los hicieron
ser una banda para la intimidad, o una de mis preferidas: la delicada
y tremendamente melancólica “I Want Everything”;
deliciosa.
Sólo ellos,
capaces de marcarse un apéndice de instrumentales. Y demostrarnos en
directo, que hacerlo alzando el telón con la levitante “GTX3”,
es de militantes dispuestos a llevarte de la mano a otros sitios.