miércoles, 7 de marzo de 2018

BELLE AND SEBASTIAN_If You're Feeling Sinister/1996 y... ESOS DISCOS QUE SONABAN TAN POP





Para que estos inviernos no sean tan inviernos, hacen falta canciones tan candentes como las ascuas de la chimenea de la casa vieja de la abuela. Que como miradas penetrantes, te hipnotizaban iluminando los días grises y oscuros. Pelando castañas con las piernas ancladas a una vieja mesa redonda cubierta de una recia tela, y un brasero debajo que te coja bien los pies.

Pero para el caso, me es suficiente con ese puñado de canciones del If You're Feeling Sinister y el Tiger Milk; ambos del 96.
Con ellos viajo en coche cada cuatro días (y un Sábado) a casa de mi madre para cuidarla cada noche y de rebote al pasado, pasando lista de mis viejos discos. Un propósito que se me lanza encima desde atrás, cada inicio de año:
Una sensación liberadora de tener algún tipo de compromiso con el recuerdo, el pasado, o el sentirse igual un año más viejo. Y tener la obligación (o necesidad) de cumplirlo a toda costa.
Esta vez he tenido un ataque de Pop mayúsculo. Más del que jamás imaginara; teniendo en cuenta lo poco que echo mano de él últimamente. Pero fue una noche de finales de verano. Un Septiembre de 1997 acampados en la Plaça del Rei bajo la luna melosa del final del verano; donde tan bien se acomodaban las pequeñas bandas hiperdesconocidas para la gran masa que todavía se aferraba al BritPop. Un sitio tan único, intimo y egoistamente hablando: NUESTRO. Que jamás a vuelto a ser lo que fue en aquellos dos/tres años (1996,97 y 98 a lo sumo). De echo, creo que todos sabíamos por entonces que aquellas noches atentas de acústicas perfectas y familiares, iban a ser fugaces inauditas y hasta legendarias.

Le hablas a cualquiera de una banda escocesa llamada BELLE & SEBASTIAN que apenas si reunía a 100 personas el día que tímidamente asaltaban territorios de imperios coloridos, pistas de baile y dilemas entre guitarras o electrónica. Y a día de hoy resultaría inverosímil imaginar la posibilidad de volverlas a ver allí. Es más, ahora la casi desconocida Plaça del Rei ya dejó de ser aquel reducto selecto y minoritario, a cambio de espacios amplios y vacíos de caliu.
La banda escocesa tomó otro camino, el lógico supongo. Que era hacer que aquellas sonatas autobiográficas para quien los escuchaba. Fueran ecuánimes y escaparan del reducto estrictamente popero, para conquistar los grandes escenarios; coto del indie, del rock y de la electrónica visual. Se publicó The Boy with the Arab Strab/1998, y para cuando quisimos acordar... Belle & Sebastian actuaban en el escenario principal del FIB, poniendo purpurina y baile a más o menos esas primeras canciones de ralentí acústico. Aunque carentes del intimismo y la pureza de esas primeras ejecuciones. Tanto, que incluso el disco que los catapultó también ha sido un damnificado para con el tiempo y la modernidad:
Hace escasas semanas la afamada e influyente Pitchfork, corregía el 0’8 que le otorgaron, por un 8’5. Evidenciando el quid de la cuestión de estos párrafos (sus dos primeros discos ni siquiera merecen una nota): ¿es acaso el tiempo el verdadero juez de nuestros maleables hábitos?


Hoy la mañana ha amanecido gélida. Tanto que el reflejo de los árboles se ha cuarteado en el charco junto a mi portal. Y ya no solo patinan mis neuronas y la pareja campeona de Pyeongchang. También lo hacen la abuelas madrugadoras sobre los pasos de cebra, los niños cuesta abajo, y hasta las urracas sobre las tejas del vecino. Y es aquí donde vuelve a entrar como por un mecanismo aquel disco. En la sinfonola que tenemos por cabeza, los que medimos e ilustramos el tiempo en forma de canciones.

Hablar justo ahora de If You're Feeling Sinister, cuando su último disco ha borrado todo rastro de aquel día; incluso de si mismos. No es revancha sino al contrario.
Es alabanza para aquellas tantas bandas que a fuerza de torcer su trayectoria, la sentencia es tan firme, que se empeña en dilapidar de un plumazo su existencia y hasta su importancia vital en un momento dado; el mío más íntimo.
La medida del tiempo es fulminante. Y aunque la dictatorial hegemonía de la actualidad y la novedad no deje más escapatoria que la de un “clear cmos” espiritual; para mirar atrás y así intentar entender el presente. Al final, la retórica de la música son aquellos discos que se convierten por mérito propio en unidad de medida de un tiempo, o de tu misma vida.
Por eso, no es ensalzar por pasión, devoción o trascendencia un puñado de canciones. Sino relatar el significado de las mismas, igual que un negativo tu recuerdo, aun especulando con la distorsión de tu melancolía.


The Stars of Track & Field:
Comienza a girar como un susurro. La apariencia quebradiza y casi desvitaminizada de Stuart Murdoch con su camisa blanca y pantalones de estudiante de privada. Y sin embargo son sus crescendos que nunca acaban de explotar, los que dotaron de una marca a este combo numeroso con apariencia de tímidos insufribles.
Esa idea de banda pop atípica que parece por primera vez, mostrar con orgullo el origen musical de los institutos, las corales y la idea de una banda como algo más colectivo y verdaderamente grupal. Y que en
Seeling Other People
Otorga el protagonismo a un piano, el de Chris Geddes. En una canción que empieza a no disimular su adoración a Love, y esa especie de northernsoul que se arrima más al folk de cámara que al pop estrictamente. Esa concordia en la que cada instrumento suma y no se inmiscuye, de manera totalmente intencionada. Y que rige prácticamente solo a este disco; por lo menos de la manera y la naturalidad con el que lo consiguieron.

Me and the Major fue el single por antonomasia y unanimidad. Sin embargo no sería esa canción que te pondrían en plena noche, en el local más popular de la ciudad para llenar la pista.
El indie, el grunge y el triunfal britpop de masas ya, hacían de Oasis y Blur, dos objetos mediáticos al nivel de Nirvana y Rage Against the Machine.
Radiohead estaban cocinando su disco más universal y el que los convertiría en intocables. Dos facetas: la tumultuosa, y la más introspectiva y espiritual. Y Belle and Sebastian tan solo era esa banda pop que hacía gala justo de lo opuesto. Igual que les pasara a Housemartins, de la que se alimenta sin disimulo esta canción y a los que todos consideraban divertidos y simpáticos, pero jamás tomados en serio por el ingenio de su innata “sencillez”.
Una canción que además de tremenda. Tiene esos finales de armónica que van tomando el timón del canal. Sobresaliendo del plano natural del conjunto a ritmo de chucuchú de Barrio Sésasmo. Y haciendo que sean pocas en el contexto del Pop hiperbtitish, las que brillen de esa desenfadada forma.
Like Dylan in The Movies parece esa tontería de canción, una más de tantas. Ellos no eran esa banda que viniera a dotar de solemnidad y protagonismo el Pop. De echo, si por algo brilla con tal diferencia el Pop, es por la sencillez.
Pero la sensibilidad amigos… La manera de hacer sonar a ocho músicos como una orquesta de plena discreción, como una caricia que conjunta todo y de la que puedes diferenciar cada instrumento, cada detalle, los crujidos de las cuerdas, y el susurro? En serio, solo este disco; absolutamente.
Pocos Lp’s tan disfrutables de principio a fin, sin estridencias. Homenajes perfectos a los guisos y platos cocinados con calma y eternidad. Con canciones de práctico casi acapella como la mullida Fox in The Snow de la que hay mucho tirón del brazo por la que hallar una excusa y hablar no ya de Belle and Sebastian, sino de un disco que resume un momento de la vida que se crisalizó. Y del que basta con darle al Play, para que se reproduzca fotograma a fotograma ese momento exacto, milimétrico e instantáneo.
Ataques de pop veinteañero con los que cambiar un pasodoble de fiesta de pueblo, por los de un agarrado con Get Me Away from Here, I’m Dying sonando. Esa especie de Blues colegial, la omnipresencia de Isobell Campbell y Sarah Martin, ambas celestiales e imprescindibles para conseguir en el silencio sepulcral, que aquel disco sonara tal y como se desliza por tus pabellones auditivos hasta tu ánima vibráfono: Delicado, detallado, endeble pero tremendamente sensual, y sensorial.

El acaparador murmullo de la calle a caballo de la guitarra, que alza el telón titulando If You’re Feeling Sinister:
Casi puedes revivir tu infancia de nocilla de cola cao con aceite. El vive calle y come tierra con pedradas. El salvajismo innato de tu barrio de periferia y descampados. La fauna terrorífica del trauma sibilino, deslizante y cotidiano de tu futura fortaleza. Y el despegue aereotransportado de tu imaginación tal y como suenan los teclados finales de Mayfly.
Esas pocas y aisladas veces por las que la música habla de ti con tu misma convicción. Y que aunque se crea que es algo generalizado, uno sabe que no siempre. Que solo son las que te acurrucan cada noche a oscuras y abrazado a la almohada, sintiendo que The Boy Done Wrong Again se concibió exactamente para ese fin.

Sinceramente creo que pasados esos largos veintidós años, que bien podrían ser otra juventud nueva. Y que el fondo son ya tu madurez adulta de padre, hijo miseriAcorde y reflexivo oteador. Solo puede acudir a ese tipo de discos, con las distancias y la prudencia de quien vuelve a visitar ese lugar que provocó ese antes y después letal.
No fue un día de revelación o de experiencia inolvidable, no. Fue tan solo una definición un tanto etérea y prácticamente inaudible. Que hace que pasados los años, sepas que sucedió así seguramente porque la arbitrariedad tiene eso: Que se mezclan, cruzan y coinciden reacciones más propias de las lunas, que de cualquier explicación teórica o química; benditas anomalías. Y si fue Judy and the Dream of Horses la última que sonó, seguramente no fue porque iba a ser esa la elegida; el amor de tu días. Tan solo porque los recuerdos casi siempre tienen una instantánea, que difícilmente pueda ser igualada a la hora de describir una noche con sus sonidos, conversaciones, miradas y olores con la misma exactitud, lujo de detalles… Y con muchas menos palabras.
Con tan solo diez canciones y cuarenta y pocos minutos. Que resumen una noche de final de verano en la que Belle and Sebastian sonaron como jamás lo volverían a hacer.
LIVE 1998

domingo, 25 de febrero de 2018

23è MINIFESTIVAL DE MÚSICA INDEPENDENT DE BARCELONA_17/02/2018





No hay mejor manera de acabar la semana y mes, que con la palpitante sensación de haber vivido un momento que desde ya se presiente inolvidable. Y cuando es la medida de una semana a... Parece ser el final de unos cien metros lisos hechos 1500.
Una nueva edición de uno de los pocos sino el único, evento de Barcelona, que mantiene intacto el espíritu de los 80/90's de “indie” con pedigrí: Cuando con poco se hacia tanto; supliendo los pocos recursos por pasión. Y comprobar sobre el terreno, que pese a tener unos carteles de lujo y sufrir la ausencia de público estas dos anteriores ediciones en su peregrinación a la magnífica Capsa del Prat. Su regreso tirando de malabares económicos sin cubrir gastos, ha supuesto un éxito rotundo de talento programador, de público apasionado y de músicos emocionados.


Y es que tiene mucho mérito seguir al pie del cañón, sin más recursos que la imaginación de un grupo de apasionados. Y conservar cada año su filosofía ecléctica intacta, y además reforzada. Reuniendo a un puñado de músicos entre lo prometedor, lo icónico y lo atrevido; si tenemos en cuenta lo económico “de tot plegat”. Y la calidad de sus directos, cuando no es el entertainment el que dirime en el dilema del resultado final, y lo más importante: La capacidad para sorprendernos y enseñarnos, sin caer en lo pretencioso.
Porque tampoco es necesario graduarse en el rock alternativo de los 90, para dejar escapar la oportunidad de ilustrarse sobre el mismo; pues a todo no se debería llegar. O como es mi caso: Esperar que tengan la ocasión para destapar ese baúl de las esencias, y dejarnos llevar prácticamente a tientas para no generarnos expectativas; que al final vienen a ser prejuicios.
COLLEEN GREEN fue la que me dio la bienvenida. Pues he de admitir que me perdí a Edurne Vega, Mareta Bufona y Marta Knight por problemas de logística. Pero que ya desde el momento de formar parte del cartel merecen toda mi atención; nada es porque sí.

A la joven Californiana tenía muchas ganas de verla. Teniendo en precedentes las propuestas de anteriores ediciones en el mimo orden de sintonía (False Advertising por ejemplo). Y un repertorio inquieto y autodidacta, que la avala en calidad e imaginación.
No inventa nada, por supuesto. Pues los bits minimalistas que acompañan su funcional guitarra, tiran de la fórmula Ramones, unos Primitives a la americana y parte de la escuela Throwings, pasada por un discurso sencillo, directo y magnético. Pero hay una magia inherente en cada una de sus canciones: La fórmula magistral para urdir con bien poco, lo que otros desperdician en recursos y ya quisieran para si. Canciones que hacen de puente entre el Twee Pop y el Indie Rock de padre Punk.

Monologuista con la sola compañía de una bajista, de la que he intentado averiguar su nombre; fracasando en el intento. Y las bases que hacen de único vehículo para su guitarra la preciosa voz que tiene. Se bastó para desgranar el amplio repertorio que tiene, más alguna nueva. En un set pecado de algo de frialdad y falta de sintonía con el público, pero que por suerte fue ganando en intensidad según fue avanzando. Con algunos de los temas más emblemáticos de su último y más sensual disco “I Want to Grow Up/2015”, y a pellas con su otro lado más PunkPop del refrescante “Sock It to Me/2013”: Sonando Grind my Teeth, Wathever I Want, Tv. You're so Cold, o Only One.
Con el Espai Social de las Bassas prácticamente lleno desde las 21:00, y por fin rememorando su principal aliciente: No solo el fin lúdico de disfrutar de aquello que ya nadie se atreve a programar o reunir. Sino el el nexo cultural que solo la música es capaz de generar, cuando se huye de la arrolladora masificación en pos del reverso más rico, transparente y desetiquetado.
A fin de cuentas, el clímax que aparece así sin más, cuando público y artistas tienen ganas de dialogar sin intermediarios.

Y tuvo que ser el de Nashville, EZZ BARZELAY (Clen Snide). El que pusiera patas arriba la sala, con su particular manera de exponer su extenso legado musical, como quien de repente al salir al escenario y sentarse con su guitarra fuese poseído por el demonio de Screamin' Jay Hawkins.
Un concentrado acústico que invocó tanto a su carrera en solitario como a la de su apadrinada banda. Citó ya incluso y aun no siendo explícito, al sustrato musical de su ciudad. Donde ya desde pequeño se nace con el compás aprendido antes que el gateo, el balbuceo y hasta el papá/mamá. Nashville mama y da de mamar música desde pequeños y hasta en la escuela es materia imprescindible. Y Ezz podría e incluso debería, ser declarado patrimonio inmortal de esa tradición y sobretodo, el mejor portavoz para hacer que las canciones en su concepto más expresivo y viral lleguen como llegaron esa noche: Con un folk de expansión polinizadora hacia el bossanova, el trovador, el pop... O el simple cuenta historias, que es capaz de representar con tan poco, una obra de marionetas, mimo y mucha alma; demasiada.

Dejó ese halo de felicidad que inunda. Que provoca oleajes de interior e incluso te moja los tobillos mientras sonríes, das un trago a la cerveza y miras alrededor. No es nada excepcional: Un decorado simple, unas gradas recogidas, tenderetes y el latido.
El latido es constante, bombea. Y no se da en todos los sitios por muy espectacular y mediático que se quiera hacer. Eso lo suele provocar la gente, cuando el artista sabe trastear el borne adecuado.
Supongo que también lo hace la gente que allí asiste. Es en realidad como esa mezcla perfecta de sabores, o la piel que hace que el perfume huela así; distinto en cada cuerpo.
Por eso, cuando THE WAVE PICTURES subieron al escenario para poner el broche a la velada, lo hicieron con una sonrisa que parecía crear esa aureola digna de la aparición de la santa. Felices como nunca los había visto en otras dos ocasiones, y creo que con esa condición indispensable que hace que uno sepa que la noche va a ser grande; nada puede fallar ya.

El trío de Londres, trotadores de clubs, garitos y mil rincones. Son de esas bandas que se han ganado las habichuelas por mérito propio, mucho trabajo, y por hacedores incansables de canciones. Lo que se dice cocina de aprovechamiento donde nada se tira, e incluso con lo que para otros serían sobras, para ellos son himnos.
Desde que los descubriera con su Beer In the Breaker del 2011 y ese contagioso discurso tan de Modern Lovers & Jonathan Richman. La idea de su música ha ido cambiando hacia terrenos más bluseros, oscuros e incluso psicodélicos; todo sin perder su idea directa de como deben sonar las canciones.
Si hace 6 años era David Tattersall el que llevaba el peso de las canciones, con su malabarista guitarra. Ahora la banda funciona a relevos, con un protagonismo mucho más repartido; la experiencia, ese intercambio jazzístico sobre el escenario... Y supongo la magia del momento cuando las sonrisas y miradas son cómplices: Prueba clara de que la cosa está funcionando y las canciones se solapan desde un repertorio muy distinto entre si. Que se complementan, que ya se están convirtiendo en pequeños clásicos, y se pueden hasta permitir el lujo de reinventarlos sobre el escenario.
Jonny Helm toca los tambores como un diablo, y el bonachón y tímido de Franic Rozycki se suelta y se pega unos solos de bajo, que bien parecieran los saltos sobre la cuerda tensa de un acróbata funamblista. Afinados los tres como ese vino de taninos imperfectos y acidez desbocada que pasados los años, se ha vuelto complejo y sedoso.

Nos/me ofrecieron ese concierto siempre deseado, donde un grupo viene a tirar por tierra tus sospechas. Primero porque su último álbum de entrada me dejó un poco descolocado, y sobretodo supongo, porque su última visita careció de la chispa que a este le sobró.
Y mira que aquel Great Big Flamingo de hace cuatro años, me pareció seguramente su mejor y más arriesgado disco. Pero una cosa son las sensaciones que te produzca un Lp e imaginártelo. Y otra bien distinta es imaginártelo en demasía y distorsionar tu criterio. BAMBOO DINER IN THE RAIN/2017 pese a no destacar precisamente por prácticamente ningún llamativo tema, tiene esas gemas que dan lugar a seguir picando sobre el escenario. Y al final conseguir que su repertorio gane enormemente en matices y posibilidades ilimitadas.
Llama la atención la cantidad de adeptos incondicionales que arrastran ya a estas alturas, pese a tal y como recordaban hacia el final del concierto. Hace doce años en su primera visita, apenas si reunieron a cuatro descarriados.
Hace dos sábados, hicieron vibrar Les Basses con gran parte de su último y más laberíntico disco, sin apenas resentirse la ausencia de algunas de sus mejores y más clásicas bazas. Y con el valor añadido de centrar su directo en un último trabajo, que obliga a picar piedra sobre el escenario, y a creérselo para defenderlo.
Tremendas “Now I want To Hoover my Brain Clean” o “Panama Heat”. Pero sobretodo llamativo, porque vimos a unos The Wave Pictures distintos y con una coartada mucho más creíble, para acabar por convencernos que aquello que sentimos al escuchar sus discos, se traduce en su directos: Tensión, emoción, improvisación y felicidad. Alguien da más?

lunes, 29 de enero de 2018

BLACK ISLANDS_DISCO NUEVO_2018: EL LATIR DE LOS TIEMPOS




Los tiempos cambian y nosotros con ellos. O somos nosotros los que nos empeñamos en cambiar el curso del tiempo?
Notaste que ya no te despierta por la mañana el cantar de los gorriones y sí el berrido de las cotorras? Que las gastroenteritis se solapan con la gripe, o el moquillo mañanero. Y que no es resaca sino achaque. Tu madre no te daba Quina San Clemente con una yema de huevo?
A mi la mía me llevaba a ver a la Virgen Cochita en busca del remedio contra la querencia de mil males y recaídas. Era un niño enfermizo; todo un hecho. Y pese a nacer rechoncho y con cinco quilos ochocientos, era asiduo al practicante y sus inyecciones: Catarros, bronquitis, ataques de crecimiento y hasta unas fiebres tifoideas; que lo no me mate, me haga inmortal digo yo.
Y que pena que en vez de someterme a las ventosas de yogures, mientras veía inválidas caminar mientras lloraban y se orinaban, madres en llanto, y vivas!! en forma de oda gospel. No existieran por entonces semejante medicina de Popunk centrifugado, como el que BLACK ISLANDS me sacude estos días de propósito mental de 2018.

Miro al cielo con los ojos en blanco, la mente negra y el corazón podrido. No me pongo en manos de la providencia, aunque según tomo conciencia de lo que me acorrala la vida y sus esbirros, igual es la única posibilidad; el sentido de la coherencia no, desde luego. Y estos, los retumbes y redobles que sacuden conciencias a base de dejarse caer cuerda abajo a las catacumbas y caminar por las grietas:
Canciones que piden volumen alto, acompañan el grito a la salida del trabajo; si lo tienes. Y que por pura inercia son y deben, su naturaleza al tiempo que les toca vivir.


Black Islands han vuelto tras casi cuatro años de su increíble debut con Burguer Records. Y lo han hecho con la determinación intacta e incluso reforzada, de quien convierte las trampas, zanjas y obstáculos, en pura energía. Un regreso musculoso y fibrado que lee el presente sin renunciar al cáustico Rock de los 80 “Made in”. Para que de ahí salga algo que conecta de manera inherente nuestro pasado rockero con más solera, la travesía hereditaria de los noventa y... lo más importante: La feroz personalidad de quien lo toca, cuando lo toca y cómo lo hace sonar. Haciendo que esa indeterminada frontera entre el pasado, el presente y el futuro sea tan solo una mera interpretación, con el único objetivo de ser uno mismo.
Diez canciones imparables donde la inocencia juvenil da tantos hachazos como besos. Y que no desfallecen, y deslumbran por la intención de no andarse por las ramas cuando la inmediatez es su mejor valor.

En la escena actual nacional hay dos maneras de hacer las cosas o de bregar con el momento, que también podría valer para la internacional supongo. De echo creo incluso que es válido para todo en la vida:
Seguir el curso y la inercia de las tendencias, mayoritariamente puestas en manos de los lumbreras: Tipos que dedican su vida a convertir la nuestra en una interfaz cómoda o en una smart live no táctil, sino tan integrada en nuestros hábitos como la repetición de las cosas. Y nuestro clientelismo claro: Gente que con tal de no calentarse la cabeza y hacer de su vida un sino lúdico, se ponen en manos de los primeros.
Es cómodo, es una inercia e incluso un viaje de no retorno. Cuanta más gente hay así, y es un hecho no confirmado pero real, más raros somos los que pensamos distinto. Te llamarán vejestorio y no adaptado al futuro; estás caduco. Vives anclado en el pasado, cuando el pasado ahora, solo es un icono para molar y poco más.

Bueno, pues tras este sermón reflexivo, ya que cuando escucho un disco, no solo lo disfruto, sino lo interpreto e intento buscarle una causa/efecto a lo que me genera.

DISCO NUEVO de BLACK ISLANDS contiene esos efectos secundarios de toda medicina que no solo pretende que bailes como un cabrón. Sino que además es una piel nueva que sigue la marcha de bandas como Las Ruinas, Tigres Leones, Pablo under Destruktion, Cuello, y bueno... Un montón más que al margen de conexiones estilísticas, creo que se caracterizan y complementan por una actitud común a la hora de proyectar influencias, pasado, e identidad propia.
No solo hay una novedad más que evidente, grabando el disco íntegramente en castellano. También tenemos un empuje rotor que mueve todos los engranajes, aprieta ajustando cada clavija o resorte, y engrasa cada nota a una sola. Black Islands es una banda que funciona sincronizada como pocas y que en este disco ha dejado constancia. Sus canciones claro está, lo transmiten. Y si bien es cierto que lo principal, en un disco, es que entre por las orejas directo al corazón. También hay un latido invisible, que a ciertos especímenes nos lo facilita. ¿se acuerdan de Ramones, Motorhead o los Pixies también, por ejemplo?
Pues supongo que sabrán de que les hablo cuando escuchen “Juventud Perdida”, “Reino Animal” o “Transfobia”: Tres canciones que nos levantan un palmo del suelo tras la hedonista “Playa Interior”. Y que hacen que una curiosa especie de belleza optimista manchada de oscuridad y agitación, se revuelva entre la ambivalencia y la contradicción.
La métrica exquisita de “Exilio de Amor”, que convierte la amargura en un pequeño himno de bolsillo. Su Pop de tonos grises con reflejos soleados que juega con el paso cambiado, la parada en seco o los textos que se cantan sin seguir ese estribillo predecible en “King Kong, el último abrazo”; cuando cierran el disco y se declaran inmortales por propia decisión, en un surf caústico sobre olas de afiladas rocas. Dan vida a un disco que rezuma la frescura de una banda que ha hecho de cada canción, un grito puro y libre. El homenaje a Wedding Preset de “Chaqueta de entre tiempo”, ya no por influencia, sino por la paleta de colores que se utiliza en este disco (Parálisis Permanente, Lagartija Nick, Surfin' Bichos, Jesus & Mary Chain, The Cure e incluso los Burning).
Creo sinceramente que una de las cosas más chulas que transpira todo el disco en cada una de sus canciones; por la forma, la intensidad, sinceridad y poesía juvenil. Es ese nexo entre toda una generación de bandas que nos quedan muy lejos, pero que son parte innegable de nuestra cultura musical; sobretodo la de aquí. Y que hacen que la música pueda ser única e inmortal.
El compromiso con los textos y la rítmica de “Reino Animal”, que perforan las tripas. La belleza magnífica de “Hospital” que catapulta al cielo, con la perspectiva que da la altura sobre lo que hemos sido o lo que queremos ser. O el “Ora Pro Nobis” que clama al cielo los problemas de la conciencia, la fe y signo de la vida.
DISCO NUEVO tiene bastante más mensaje y mala baba del que se aprecia a primera vista. Y sin lugar a dudas, uno de los trabajos más fieros, directos y prometedores del panorama nacional, en el presente año. Con una manera tan fácil y a la vez efectiva, de conjugar tantas señales que nos proporcionado numerosas décadas. Como de convertirlas en canciones imperecederas y tonificantes.
Una cita ineludible, obligada e ilustradora de nuestra música. En la CAPSA del Prat, donde su magnífica acústica dará cuenta de dos bandas imprescindibles para entender la escena alternativa con pasado, presente y futuro.

LAGARTIJA NICK & BLACK ISLNADS, el 3 de Marzo.