miércoles, 31 de octubre de 2018

FUEGO REAL: THE LIMIÑANAS EN LA [2] DE APOLO_BARCELONA_18/10/2018




Han pasado ya la semana y largo, seeeeeeee. Tantos, que a las puertas del homenaje a los difuntos con el olor a castañas y los generosos ya en la pituitaria. Todavía cavilo si colgarlo, o colgarme.
Y si es verdad que el desdén reinante en mis días de aquí pa’llá hacen que esto parezca de todo menos un blog bitacoriano ágil, audaz y puntual como un clavo. Es sencillamente… por pereza sí, lo confieso.

No una pereza de esas de dejadez y pasotismo, no. La mía es una pereza o mejor dicho, un piano pianissimo más parecido al del yayo del bar de Can Valls de Sant Martí Sapresa. Que nos servía los cafés a su ritmo: Sin la prisa que llevamos siempre a cuestas los de ciudad.
Toda una lección de bioritmo cotidiano magistral, que ahora, 15 años después, la elogio y valoro de manera cuasi dogmática.

Por eso, y pese a que ya han pasado más días de los que la rigurosidad internética exigen. Tampoco voy a dejar que el fantabuloso recuerdo de uno de mis mejores directos en años, se desvanezca en la nebulosa de mi… “espera que ahora voy, y nunca vengo”, de mi adorable hijo de 16 años.
No, si algo hay claro de este blog al margen de recomendaciones espaciaaaaaadas, top lists del año, compilaciones musiqueras y alguna que otra cosilla más mía que de interés público. Es el diario más o menos vivencial de este periodo de mi vida (mu chulo), y a sabiendas de que con los años la vagancia se me acentúe, no sea que no tenga donde mirar para contárselo a mis criaturas.


Y así fue, y no exagero lo más mínimo. De tantos conciertos memorables e inolvidables a mis espaldas: Siniestro Total’85, Ramones’90, Morrissey’99, Jesus & Mary Chain’90, Pavement por tres veces, James 2001 y montón más que me sería imposible enumerar. El que nos regalaron el dúo de Perpignan con Marie y Lionel a la cabeza junto al séquito que lo convierten en ocho (bailarín vacilón incluido ¿el del video de Dimanche? Pues sí). Será el mejor de este 2018 seguro. Y sin dudarlo ni un segundo, uno de los diez mejores de mi vida.
Que igual me excedo y entra en escena sin reflexionarlo sensatamente, eso de la sugestión del momento. Y las muchas ganas que tiene uno de que de una maldita vez, todo suceda como antaño: Con actitud, como si no hubiese un mañana y… Sobretodo, y pese a que sobre el papel, THE LIMIÑANAS pueda parecer más una banda de atmósferas y estética sonora. Sonaron sobre las tablas con el rigor contundente y pasional que se le presupone a quien venera a bandas como The Cramps, Velvet Underground, Lords of New Church, The Brian Jonestown Masacre, Joy Division & derivados, Jesus & Mary Chain... Y en definitiva, todo ese rollo alternativo que bebe de la vertiente arrastrada del rock americano y puramente oscura o enfermiza, que de la estéticamente tradicional y bonica. No se si me explico.
Resumiendo y abreviando: demenciales, hipnóticos y glamurosos. Pero glamurosos con vicio, sabéis? Que igual debe ser una enfermedad no diagnosticada, pero a ver, ¿creéis que Nick Cave mola solo por sus canciones? Y una mierda!!
A eso me refiero.


El repertorio que desplegaron, ya con las intenciones claras tras telonear a ALLAH-LAS y casi reventarles el concierto a los pipiolos, o tomar contacto en las fiestas de Sant Boi junto a FLAMIN’ GROOVIES. Era el mismo capaz de generar la energía suficiente que eleva aparatos del demonio, y a ti mismo dos palmos del suelo. El que se basta de la sinergia instrumental de siete músicos en el escenario sobre un público, que bien pudieran ser bielas en baile. O el que agitan a la platea como átomos en fricción. Es el Rock amigos!! Sí, así, en genérico.
Porque a THE LIMIÑANAS les queda muy chico y ajustado el tirar de etiquetas. Y pasando por el reputado filtro sesentero francés marca Serge Gainsburg, todas y cada una de las etiquetas, géneros o bandas a las que te puedan recordar. Se quedan en un mero Loop de aires Krautroqueros de lo más kisch y sucio, con una personalidad tan de ellos. Que al instante, dejas de pensar en esas mierdas y las aceptas como benditos atributos bien llevados.

Seguramente porque desde el minuto cero y las casi dos horas de concierto, tiran sobretodo de artillería rockera; esa que nunca falla.
Que sí, que aparecen de aquí y de allá los fantasmas del sacrosanto olimpo.
Pero es ese tul de Pop psicotrópico a veces tan de Stereolab bien empapado de Garage azabache, el que acaba haciendo que no sea nada exactamente y sí lo mejor de cada uno. El argumento perfecto que debería hacernos olvidar con nostalgia las bondades de Black Rebel Motorcycle Club, o en lo que deberían haber sido ser los Black Angels.
No le des más vueltas y vive ahora y ya lo que toca, que nada dura para siempre!!

La pseudosurfera y road negroide movie “Overture”; instrumental con la que han abierto todos sus sets. Y que nos encomienda de inmediato a aquellos rare grooves anónimos de las series Blow Up 1 y 2, o de los artefactos de Keb Darge en el Legendary Wild Rockers. O la “Melamore” de su anterior disco, convertida en una andanada de rock caústico casi apocalíptica. Dan buena cuenta de que su formato/aspiraciones sobre el escenario, va más allá de mero ejercicio psicodélico tan manido ahora, como falto de texturas.
Aunque siga pensando que canciones como “Down Underground”, “I’m Dead” o “Stella Star” de épocas pretéritas, con Iván Telefunken a las distorsiones y órganos, ejerciendo bien en el centro de la escena de chamán poseído, no tenga precio ni competencia. La riqueza musical que han ido adquiriendo a lo largo de sus casi diez años de carrera, junto a toda la tropa que se les ha ido uniendo (Pascal Comelade, Peter Hook, Bertrand Belin, Anton Newcombe, Emmanuelle Seigner) o el susodicho. Hacen que la experiencia musical de un simple dúo, se convierta en un cajón de sastre sin limitaciones sonoras ni condiciones creativas.
En parte me recuerda al invento de Ian Button (Death in Vegas), y ese concepto sonoro sin limites llamado Papernut Cambridge. E inmediatamente entiendes esa especie de conexión atada a la batería mantra de Marie. Por donde todo fluye como un estado de pura hipnosis y en directo amigos, en directos crece como un suflé bien proporcionado.
The Gift”, “Dimanche”, “Istambul Sleepy” son así, consecuencia y una parte ínfima de la punta de lanza de un repertorio extrañamente todavía por descubrir. Y la aparente sencillez con la que muestran su manera de confluir y hacer suyas versiones como la demencial “Gloria” de THEN, o la “Mother Sky” de CAN. Entre otras regeneradoras de los Bunnymen, Beach Bitches o Lords of New Church.
Mientras, hay fenómenos que llenan salas y en tres discos rinden más pleitesía a las apariencias y al porte que a la efectividad. THE LIMIÑANAS son apenas unos desconocidos para aventureros sin miedo a mancharse. Y que entienden el directo como parte vital de expresión artística y contagiosa de esta enfermedad nuestra.
Posiblemente sea esa desde siempre, la diferencia entre el riesgo y la comodidad. Lo alternativo o lo aburrido.

martes, 16 de octubre de 2018

PLANETES DE NIN 2012 (Partida “Les Planetes”) VI DE LA VILA_ DEUDAS EMOCIONALES





D.O: Priorat (Porrera)
Elaborador: Familia Nin-Ortiz
Uvas: Garnacha 60% y Cariñena 40% de 16 años.
Orientación: Nordeste/Noroeste y Sudeste/Sudoeste respetivamente.
Altitud: 350/500 mts
Suelo: Pissarra Pigallada y Ferrall (pizarra con cuarzo)
Vendimia: 27 agosto Cariñena/ 14 septiembre Garnachas
Graduación: 14’5%
Producción: 8hl/Ha (8900 botellas)
Conceptos de agricultura biodinámica sin apenas sulfitos y las levaduras indígenas de la propia uva.

Llámalo pálpito, intuición, instinto, corazonada o señal: Esa especie de misterioso designio que no obedece a ningún mandamiento, sino a una curiosa necesidad casi animal.
El aviso desde cientos de kilómetros que te produce el esplendor instantáneo del acarreo de la vendimia, como postales sin remitente enviadas por Carles Ortiz. El brillo de los últimos latigazos del sol sobre el verde de las viñas. O quizás el ocaso del estío encuadrado en un mes de Septiembre que tocaba a su fin y que te humedece los ojos y anuda el estómago. Llámalo nostalgia, melancolía. Llámalo, recuerdos?

Porque si es verdad que con la edad nos volvemos más crípticos y espirituales de lo estrictamente necesario; que igual es cierto, pero nos da igual. También buscamos las divinidades esas que nos cogen por el hombro y nos dicen: - Sí, chuiquillo. Ahora es el momento, salta!! En altares más mundanos, sencillos y hermosos. En bancales por ejemplo. O en chasquidos de dedos sin más.
Como esta botella de Planetes 2012, junto a una de Nit de Nin 2009 que me llevé aquel 2014 de un retiro estival sanador cuando intentaba apuntalarme de fuera adentro, y a la inversa. De una infección bacteriana que casi me lleva al mundo de los que se instalan de verdad, con las piernas colgando del alfeizar, y definitivamente contemplan desde el precipicio.
Y entonces, tal día como el 16 de Septiembre Domingo en flor. La descorché cuatro años más tarde, celebrando y arrastrado por las maravillosas imágenes y generosas lecciones que cada día comparte Carles desde la tierra, la elaboración o el autoaprendizaje. Y que en la discreción y silencio más natural, confecciona su pareja Ester Nin como lo hace con el laureado Clos Erasmus. Para disfrutarlas por que sí; ¿hace falta más conmemoración?
Sabía que era ese día y no otro. Un broche que podían ser muchos otros; infinitos. A un 2018 marcado por el Priorat en nuestro particular y alumbrador viaje de 16 catas con el TAST TEAM de ensueño. Una especie de catalejo invisible en el corazón, por donde miras y puedes ver el Pas de L’Ase, la serra de Montsat, Llabería, o els cents i mare de cims.

Desde aquel 2014 en el que bebí mi primera botella en La Cooperativa de Litus & Co. Solo puedo afirmar con la más absoluta certeza; la mía claro:
Que los vinos de Nin-Ortiz son con diferencia (aunque no los únicos) que he bebido. que mejor saben traducir el paisaje. Pero sobretodo, la viña y sus bayas a lo que es un vino en copa. Sin que el territorio se diluya o sea demasiado intrusivo. Una definición que muchos creerán nada determinante pues se repite hasta la saciedad y es bandera de muchas renacidas D.O de nuestro país. Pero que yo solo he encontrado, o por lo menos, con tal naturalidad, armonía y lenguaje inteligible en los vinos que elabora esta pareja.
No es una casualidad claro, como podréis imaginar, sino toda una declaración de intenciones: Con fermentaciones alcohólicas espontáneas sin despalillados y una uva seleccionada 100% sana, que le da en mano el salvoconducto del clima, la tierra, las hiervas convecinas y hasta la fauna. Su mes de maceración y estabilización. Y el definitivo y merecido descanso de dieciocho meses en Fudres de 30 Hl y Ánforas de 750 Ltrs respectivamente, que acabarán de otorgar esa transparencia y franqueza de la que hablamos hasta que se vistiese de esa oscura botella borgoña el Marzo del 2014; el mes que empecé mi rehabilitación.


Han pasado cuatro años y medio desde la compra, dudando constantemente, qué día sería el oportuno. En todo este tiempo y a la par, los dos hemos cambiado; hemos evolucionado sería lo más correcto.
Yo por un lado, ya puedo hacer no sin voluntad y cabezonería, lo que hacía antes de mi coma inducido:
Una necesita reposar sin estridencias ni vaivenes de temperatura; en la vinoteca que me regalaron al salir del hospital. Y yo, al contrario. Me doy vida con la constancia, y esa otra cosa igual de importante, que son los estímulos sensitivos y emocionales: El vino, la música, lo inesperado, el instinto, el impulso… Que se yo.
Por eso, no son tanto los socavones que nos presenta la vida sino la capacidad para sortearlos y positivarlos. Y seguramente, estos textos que deberían ser didáctica y prácticamente más escuetos para este medio cibernético. Sean lo que son: Cuentas pendientes y diarios de abordo, que egoístamente me satisfacen a mi. En lo demás, la puerta siempre entornada para que la oscuridad no sea absoluta.


No esta de más decantarlo para que el vino se abra; aunque este vino la verdad, no es un vino que sea excesivamente hermético en pleno día flor.
Al servilo se exhalan los típicos pegamentos y resinas tan propios de la zona del Priorat, tremendamente cargados de volátiles. Volátiles que con paciencia y la propia copa, serán las únicas ganzúas con las que descifrar estos vinos tan auténticos. Yo no creo mucho en eso de abrir la botella una hora antes, o decantarlos; aunque no digo que algo ayuda. Lo importante es llenar la copa los dos dedos justos, e ir tanteándolo mientras se mueve la copa y azúcar, alcohol y elixir se van acomodando.
De repente y por arte de magia, todo ese volátil que satura nuestra pituitaria se convertirá en puro caramelo. En este caso en fruta roja de textura mineral, como si fuesen polvos de tocador caseros, pero de grosellas y fresitas silvestres.
Hay otra parte de verdor y humedad boscosa (líquenes, musgo, madera en descomposición…), y aparece la fruta esta vez negra (moras, arándanos,algo de café sin su tostado). Uhmmm, de toda esta fruta negra no se aprecia en nariz acidez alguna tan característica, sino suavidad y sutilidad.
Al cabo del rato y muy de fondo, si sube la temperatura o lo bebéis como yo a veintipico grados, hay recuerdos a brócoli, col, o apio no sé si braseado o guisado porque esa parte de mineral que tienen estos vinos del Priorat deja ver siempre la pizarra y el grafito. Pero lo bueno es que este tipo de agricultura da ese plus de baya y fruta que otras disfrazan con la crianza. Aquí no pasa. La protagonista es la fruta, el entorno y en última instancia la tierra que lo amamanta.

En boca es todo delicadeza, se notan esos cuatro años de botella que lo han afinado y educado. Taninos aterciopelados y acidez impactante que envuelve la boca en fruta escarchada, frescor y mentolados. Una maravilla de vino para maridar con cualquier cosa, y que se bebe como un sirope de rusticidad juvenil y desenfado.
Pero sobretodo e importante, es su capacidad e idoneidad para activar mi memoria emocional. Que es la que nos convierte en SERES VIVOS de verdad.

 Did you have a thing to write
When there last was latent light
Sinking past coral flights
A bottle there, it breathed the air

Release the diving bell

Did you have a thing to eat
Fish are bland and few so deep
In the sand it saw a creek of heavy brine
Salt like mine

viernes, 14 de septiembre de 2018

ALABANDO ÁLAVA, Y LA SINTONÍA GALÁCTICA DE STEPHEN MALKMUS & THE JICKS EN: SPARKLE HARD_2018





Nos prometieron el oro y el moro, y sin embargo:

Solo silencio noctámbulo apenas roto por las hojas que se lleva el aire, la graba, los ojos de ese gato moteado adoptado; casi de la familia. Y los ladridos de ese perro sheriff de Narvaiza que retaba en duelo al forastero, lo mismo que a las cabras de su dueño.

La mirada penetrante y condescendiente del semental macho cabrío. Patxi con sus hortalizas a ritmo de rock y su berenjena sustraída/extraviada, el tractor y sus supuestos 109 habitantes censados y milagrosamente invisibles.



El pueblo de Narvaiza (Narvaja), destino de nuestros sueños estrellados en azul cobalto de este verano. Han sido cuanto menos por más de las advertencias del despoblamiento de Álava, (la provincia menos conocida de Euskadi), reveladora y apaciguadora sobretodo, cuando el silencio y el paisaje horizontal o vertical cabe en tu encuadre personal.

Otras veces pasa que hay que hacer mosaicos mentales para recomponer y poder admirar. Pero allí no. Todo cabe en tus inmediaciones, en tu dominio minúsculo y en tu radio; el que puedes y de echo necesitas controlar. Y alcanza más magnitud emocional, sobretodo, cuando no hay ni un plan urdido o tan siquiera una esperanza de que todo ocurra tal y como programaras.




Ya han pasado dos semanas por lo menos desde que regresáramos. Y es ahora cuando el aparato digestivo de tu recuerdo, expulsa la constatación en forma de texto/narración, con su banda sonora; faltaría más. Apunto como estoy de volver al curro.

Casual, inconexo y un poco arbitrario pues seguramente la experiencias viajeras se podrían resumir tan solo como el cruce de un umbral: Esa imaginaria estancia a la que te adentras por primera vez o incluso a la que vuelves después de diez años:

Urbasa y Andia a la izquierda, Aralar a la derecha, y Aizkorri-Arantz de frente presidido por el embalse de Ullibarri-Gamboa. El espacio inmenso y nuestra diminutez igual que una circunstancia en el tiempo. Con ese recuerdo impreciso que al pasar los años con sus lluvias, al volver, siempre es distinto como lo recordabas y todavía más impactante.

Un efecto que casi siempre (y será por la edad); truco al que echar mano. Tu expectación, la mayoría de veces se ve superada en ese efecto déjà vu del constante tránsito de la madurez/juventud que bombea tu imaginación más grandilocuente, por la deslumbrante llegada al paisaje perdido de tu escasa memoria.







Con la música a veces, o muchas, pasa igual: Es superior el efecto que produce la materialización a golpe de nota musical en esos años dulces de tu añorada juventud. Que el verdadero renombre que alcanza en el presente más absoluto e inmóvil; justo ahí.

La música sublima sobre épocas, géneros, tendencias y modas. Más aun cuando el tránsito temporal a rebasado las novedades, como su autor: Stephen Malkmus (exPavement). Y aparece de golpe empujando mi mantra vivido en su más reciente exposición del último directo en KEXP (la gloriosa emisora de Seattle), como una aparición mariana en una tienda de discos de Bilbao. Las miniaturas gastronómicas de euskadi entonces, se texturizan con momentos tan eléctricos como el REdisfrute de este elemento diluyente.

Vino, comida y música son la ambrosía. La felicidad hecha ente inmaterial con la compañía; claro está. El sitio. Y los interlocutores de tu salva.

Y un disco que argumenta. O por lo menos, sirve de excusa para dar forma al recuerdo que te va a quedar de tu paso por Toloño, la calle de la cuchillería, los enormes plataneros de Fray Francisco de Vitoria, el banco de Wynton Marsalis, los bosques de Velate, los campos de girasoles, el ajetreo del Gaucho en la Travesía Espoz, esa botella de Viña Ardanza que ruge desde tu juventud noviazga, la abuela que sale a tu paso para ayudarte, la maravilla sensorial del Guggenheim y su contenido, el paso por San Felices hacia Eskuernaga o las vistas de la Sierra Cantabria desde el castillo de San Vicente de Sonsierra.

  
Todo eso se podría resumir en una canción: “Solid Silk”. Que como una fina brisa acaricia la guitarra como el junco se flexiona, y unos arreglos de cuerda balsámicos que buscan registros antes desconocidos.
Una reinterpretación del san benito de su antigua banda, a la que solo el tiempo es capaz de diseccionar todas sus capas freáticas en forma de melodías inconexas e inaudibles. Y que brotan solo si la agudeza es tal para no quedarse con el ruido, la distorsión y su abstracta y bendita asimetría.

Vale la pena volver a revisar toda la discografía de aquel mágico combo con Malkmus a la cabeza. Y cerciorarse de que, una vez amansada nuestra efervescencia guitarrera noventera. Hay todo un universo inescrutable, con una riqueza muy superior a la que históricamente se les atribuye.



Dirías en un principio, que la perezosa “Cast Off” retoma la anterior discografía de Malkmus en solitario. Cuando perdimos toda esperanza de que esa espinosa banda con forma de chumbera volviera a resucitar el raído y desgarbado espíritu inconformista noventero. Pero tienes que esperar al aullido de las guitarras para arquear las cejas. Cambiar el modo postgrunge y pensar que tu evolución no es tal sin la polinización creativa. “Future Suite” prácticamente comienza donde terminó “...And Carrot Rope” allá por el final de siglo. Cuando en plena resistencia a madurar con treinta años, todos nos sentimos traicionados por su disolución y viraje hacia hacia cadencias más meditabundas.

Recuerdo su último concierto de despedida en la sala dos de Zeleste con un puñado de feligreses. Y palpar la verdadera traición de su inmaduro público, que ahora se daría de hostias por volverlos a ver.



Casi veinte años después, y aunque al sonar “Shiggy” todos pensásemos (incluído yo). Que ese amago 100% Pavement fuese por fin ese elixir definitivo hacia la eterna juventud.

Rebusquemos desesperados como la madre que pierde a la criatura en la feria, pero ni rastro.

En cambio fue ver sobre un escenario a Stephen Malkmus con sus engrasados Jicks. Y aparecérsenos Nuestra Señora de Fátima con los tres niños y la santísima trinidad.

Si esa estertórica canción ya transmite vibraciones exfoliantes. En directo es una gozada ver a Malkmus hilvanar esas aparentes melodías inconexas como puro exorcismo. Eso, y observar como la banda tras unos cuantos discos, parece escupir lo que la endiablada mente de Stephen maquina con una sonrisa de oreja a oreja. Parece fácil, pero creo que es parte de la magia que atesoraban Pavement como banda y sus adoradas imperfecciones. Y este nuevo disco. Sabe plasmar a la perfección en toda su extensión y como conjunto de canciones, una química parecida.

Stephen Malkmus al igual que J Mascis, es un puto genio haciendo lo que otros convertirían en mediocridad.

Es fácil y no han inventado nada que no se hiciera en mil ocasiones (solos y distorsiones). Pero sin el enfoque melódico y tierno de ambos, sería la historia que se vuelve a repetir. Y todos sabemos que no ¿verdad?



Solo así, da sentido la química de “Difficultes/Let Them Eat Wowels”: Dos canciones en forma de una, que podría ser esa chaqueta reversible de colores vivos que bien hace de anorak, de chaleco y de elegante impermeable.

Una psicodelia sacando punta al Vocoder, como Toloño a algo tan tradicional como el Xangurro. Donde el de Santa Mónica se siente tan cómodo como un gorrino en un lodazal. La miniatura de “Future Suite” es el contrapunto en su diminutez y el vacile de sus guitarras no hace más que certificar la síntesis como fórmula magistral.

Su camino hasta llegar aquí, no nos equivoquemos, no ha sido fallido. Sino incompleto sin la esencia que todo artista que emprende carrera en solitario se empeña en aparcar. Y la prueba está en “Middle America”. Una pieza soberbia que no sabría decirte ahora mismo si la prefiero en acústico, en directo o tal y como se ha publicado en el disco. Es mágica de cualquiera de las maneras y conjunta con maestría su época en Pavement: Canciones que por aquella época ya se adentraron en paisajes más tiernos y acústicos.

Todo lo que ha sucedido en los siete discos con The Jicks plagado de joyas y con una sustancia todavía por escudriñar. E incluso su participación en Silver Jews dan sentido al sonido de este disco.



SPARKLE HARD es un entretenido paseo de toboganes, desniveles, caídas al vacío y momentáneos remansos cargaditos de alucinógenos. Un disco como decía mi compi de Mad Robot M. Grau: “un disco que no está de moda”. Pues no sigue las directrices del punteado coloreable/recortable típico de los precocinados de ahora.

Su gracia es más la aventura de lo imprevisible o de las conexiones invisibles en sus armonías; si mamaste Pavement, pues ayuda. Aunque a algunos se les haya olvidado ya, que era salirse (o por lo menos dejarse arrastrar) por algo distinto al típico estribillo/estrofa/estribillo/solo de guitarra/teclado, y vuelta a empezar. Fíjate que canciones como “Rattler”, a mi me encomiendan al rock progresivo de los 70 (Jethro Tull, Frank Zappa y otras lindeces con menos relación)

¿que hacen falta drogas para zambullirse y no ahogarse? Quizás.

Pero que se lo pregunten quienes como yo, al ver tocar la perturbadora “Bike Lane” han visualizado la puta canción del verano sin apelación alguna.

No esos “que si mi cintura necesita tu ayuda, el sácala a bailar, o si así se vive mejor” que podrían arder en el infierno hasta el fin de sus días. Sino ese fuzz de bajo/guitarra abejorro que taladra los sentidos como lo hicieran los Sonic en el “Youth Against the Fascism”; tan adecuado ahora. El swim sorpresa de ese piano que rompe por completo la armonía. O esa joya de letra engarzada en mímesis/parábola, entre el asesinato a manos de la policía de Freddie Gray y los controvertidos carriles bici en las ciudades.

Textos que afianzan al Californiano dentro de esa paranoia que es inspirarse en la realidad más, o menos metafórica. Y que son otro atractivo más; aunque a mi de siempre me ha parecido un letrista más profundo de lo que se le suponía por su música casi siempre felizmente destartalada.

Los dilemas existenciales de “Kite”, envasados en casi siete minutos de genialidad, que deambula medio mimetizado entre el krautrock, la psicodelia, el funk incluso, y muchos muchos ramalazos que encuentran su origen en un pasado bastante más lejano que el de su banda embrionaria.



Se erige como un guitarrista ya sabio, y un hacedor de atmósferas en donde retozar, digno de análisis profundo. Estas canciones sin duda lo necesitan y lo agradecen.

Brethen” refuerza la idea de que no es posible mucho sin poco. Y si la asimilación de este disco como una obra de infinitas escuchas y detalles aparentemente difusos parece una empresa perezosa. Lo extraño es que con canciones como esta, que son todo un prodigio de arreglos casi transparentes de apenas dos minutos. Se puede entender a la perfección entre ese binomio de excesos, sencillez y practicidad a la hora de cocinar canciones.

Teniendo como clarividente prueba de ese viaje laaargo laaargo de Stephen hasta llegar a esta exposición maestra. La maravillosa cauntry ballad slide de “Refute”; totalmente entroncado a mi favoritísima “Range Life”. Y con Kim Gordon(Sonic Youth) a las dobles voces en pleno idilio/guinda musical ¿se lo imaginan?. Pues es una de las canciones y lírica más preciosas de este 2018.



Háganse un favor y escúchenlo sin prisas