sábado, 14 de noviembre de 2020

THE ASTEROID No4_NORTHERN SONGS: DESPLEGAD VELAS QUE NOS VAMOS AL PARAISO

 


Se me perdió en el forro roto de mi viejo abrigo, uno de mis discos más esperados y necesitado. Y es en caliente y con apenas dos escuchas atentas y el posterior bucle. Cuando la necesidad de huir, mejor captura las reacciones que te produce la música:

Los evocadores recuerdos, la melancolía, y la sensación de sentir la amplitud del horizonte, como único antídoto.

 

The Asteroid No4 lo consiguen, o se acercan bastante a lo que para mí es: Un disco emocionalmente idóneo; sin acabar de averiguar si es mi carencia, o el corazón el que decide.  

 


 

 

Si el encarcelamiento fue el que te sustrajo ese don de abrazar, constreñir con la fuerza de un neonato a su mamá y sentir la calidez del contacto humano.
Que no sea esa desdicha la que te prive de buscar intencionadamente el apego al pasado.
Como una quimera fraternal en la que tus viejos amigos se vuelven a encontrar en aquel Pub del casco viejo. Tus difuntos resucitan para avalarte y explicarte aquella duda que te quedó por preguntar. O esa novia que conociste en aquel chiringuito de playa, con la luna reflejada y difuminada en el vaivén de las olas.
De la que no volviste a saber y te gustaría reencontrar 20 años después. Que viene a susurrarte al oído, cómo eran esos vértigos escalofriantes que te recorrían la columna. Y que ya ni recuerdas
¿verdad?

 


La sensación es así: querer y no tener, para desear.

La explosión de querer, no es otra que la del tiempo que se te escapa. Y la añoranza.

Sí señor!! Eso mismo.

Cuando de repente te nace de dentro, esa necesidad de escuchar melodías que dibujan tiempos mejores, tiempos pasados. Discos como los de estos Filadelfianos afincados en San Francisco con 10 Lp’s a sus espaldas y con casi un cuarto de siglo andorrenado. Son prácticamente la fórmula perfecta para levar anclas y echarse a la mar.

 

 

NORTHERN SOULS es otra prueba más de la regularidad de estas bandas como especímenes históricos híbridos. Difícilmente ubicables en las tendencias que auparon los estilos: de modas, sus camadas numerosas, y trascendencia en posteriores décadas.
Ahí estaban: Jazz Butcher, The Clean, The Church, Lloyd Cole y otras tantas que evitaron deliberadamente unirse a las modas imperantes. Y siempre quedaron ahí: en una especie de limbo estilístico que solo los más inconformistas valoraban.
No por calidad y recorrido. Sino porque como ya deberíamos saber: La industria musical, el mercantilismo y la rentabilidad. Nunca han sido muy amigos de los antihéroes de complicada promoción ¿para qué están sino las modas si no es para rentabilizar movidas?

 

 


Si Scott Vitt, Eric Harms, Adam Weaver y Matty Rhodes nacieron en 1998 como un evidente homenaje a los Spacemen 3. Su trayectoria, evolución e inquietudes los ha llevado por los caminos diversos del Krautrock pinkfloyesco, el folkrock, Shoegaze, e incluso el Countryrock; eso sí, siempre perfumado con la esencia psicodélica que a veces todo lo difumina.

Dos años y pico después del notable COLLIDE (13 O’Clock Records). La incorporación del multinstrumentista y Californiano Nick Castro, ha dotado de una inagotable frescura los diez cortes que forman este magnífico nuevo disco.

 


Una revisión en clave de Shoegaze espacial y Pop  hiperluminoso, que recoge la mayoría su vaivenes estilísticos. Pero con un marcado carácter guitarrero lleno de texturas y capas, y un ritmo imparable que no decae ni una sola vez.

Un disco, en definitiva, que se escucha como un tiro. Y que paradójicamente y por mucho que nos evoque. Suena necesario y extinto en estos últimos tiempos por más raro que parezca.

Lo de Asteroid N4 es algo parecido a lo que le pasa a la banda de John Andrew Fredrick, THE BLACK WATCH: Llevan 32 años cocinando discos de altos vuelos a base de un talento infalible para las armonías. Y sin embargo y pese a publicar de manera prolífica, no los conoce ni el Tato. ¡¡Que injusta es la vida joder!!



 

Esta vez no tienes excusa que te salve para fenecer ante semejante colección de temazos.

“All Mixed Up” surfea sobre un hammond que le da esa impronta sesentera de yeyismo bailongo y familiar; nada británico aprovecho a remarcar. Pero lo mejor viene después con “Hand Grenade”, donde se quedan en pelotas picadas y no esconden su querencia hacia los Spacemen 3 o si es el caso de tu juventud, por unos Spiritualized/The Warlocks en “No One Weeps”, vestidos de Blues oscuro y reptante.

Estratégicamente engarzada entre éstas, hay una de esas joyas magistrales que enaltece la sabiduría de los de Ian McCulloch y Steve Kilbey.

“Paint in Green” vuelve a intentarlo donde Toy fallaron con su disco de debut, o Ride perdieron el hilo. Y llevan la nebulosa del Dreampop preciosista acicalado con Shoegaze y atmósferas oscurillas. Al terreno donde la canción por si sola se viste de inmortalidad, como tantas que constantemente ofrendamos pasen los años que pasen.

En “I Don’t Care” lo vuelven a hacer subrayando el tino de estos tipos con las armonías, y hasta lo mejoran con falsetes o coros desde donde se divisa con claridad la inmensidad del Mar.


Northern Songs suena a viaje desde el primer momento. Es diáfano y de espacios abiertos. “Juniper” bebe de los mejores House of Love, recuperando ese tono susurrante con guitarras afiladas y atmósferas plenas.

Donde los primeros acordes de “Northern Song” ponen rumbo a las antípodas (The Bats, The Church…); una delicia de canción que inequívocamente reivindica aquella psicodelia edulcorada y soleada los 60’s. Convirtiendo la segunda parte del disco en una diablura de disfrute:

“Stardust” pellizca a lo Teenage Fanclub. Y aunque la parte final se adentre en los terrenos densos y excelsos de reverberaciones con “Swiss Mountain Myth” y “The After Glow”. No penaliza en absoluto el global de la obra, si os va el rollo de Ride, Slowdive, Chapterhouse, Sapacemen 3, o The Rain Parade.
Sin dejar por supuesto, de mirar con el rabillo del ojo a los orígenes a The Byrds, The Youngbloods, Moby Grape, o incluso los Love.

 

Creo…que aquí me voy a quedar ¿me acompañan?
 

domingo, 8 de noviembre de 2020

LUKE HAINES & PETER BUCK EN… BEAT POETRY FOR SURVIVALISTS_2020: DOS GENIOS DE VUELTA!!




A mediados de marzo, con la pandemia arañándonos los tobillos y mordisqueándonos las uñas de los pies. Se publicaba desde el anonimato de dos geniecillos, que operan desde ya hace bastante tiempo en su sótano. Y con la perspectiva desactualizada de la más rutilante de las actualidades, pero con la certeza de quien, abstraído de modas siempre sabe como sacudir y transgredir.

Un disco venido a postularse como una de las grandes cimas musicales de este 2020:

Profético, de psicodelia apocalíptica. Y con una puntería curativa en lo musical maravillosa.


 

 

Podría hablaros de la historia cien veces contada:

Tito Buck encuentra a un friki por puta casualidad que pinta retratos de Lou Reed por cada una de las veces que lo cita a en su canción – Luke Haines el mismo que viste y calza – Y son 71, mas un extra track; alucinante si?

Y decide que quiere comprarle un retrato por 99 libras, conociéndose ambos por reputa casualidad. Y surgiendo así, y de manera transatlántica, un interés paralelo tan casual como rocambolesca pudiera parecer la historia.

Pero yo. Prefiero evocar otra historia, me apuesto que imaginada:
Lo puedo ver sentado en una terraza del Prat del Llobregat ante una copa de vino barato, y su atuendo colonial de turista extraviado. Lo puedo ver también presidiendo el escenario de la sala Bikini en mayo del 96. Y nos puedo ver desde arriba de un foco estroboscópico: Absortos, encantados, y con la sensación de acontecer el último descenso tumba abierta, a las entrañas del Britpop y, por ende. A las del rock de bilis, digestión lenta, y síntesis esencial.

Allí bajó Luke Haines una vez concluidos los 9 intensos años de vida de la banda del exThe Servants, y sus posteriores escarceos con Baador Meinhof y Black Box Recorder.  

Donde lo pudimos ver por última vez en el 98, como una gárgola de la Plaça del Rei Barcelonesa en plena Mercé.

Y se nos perdió entre la constricción mínima del cantautor minimalista y francotirador que siempre fue; con apenas alguna colaboración esporádicamente brillante, como la de The North Sea Scrolls (Cathal Coughlan, Andrew Meuller). De la misma manera que apareció: De entre la bruma londinense a principios de los 90.

La escena musical siguió sacudiéndose y él. Él pasó a ese limbo invisible, donde tantas estrellas momentáneas hibernan y otean sin apenas trascender a la actualidad desde su programa de Radio (Righteous in the Afternoon). Maldiciendo nosotros entre dientes. La orfandad que tantos mitos nos han impuesto: descarriados, desorientados y abandonados a nuestro pasado juvenil más rutilante y de mudada piel.

 


 

Pero siempre hay un aterrizaje en el claro del bosque.

Una aparición sacrosanta si se quiere:

Como si los fieles faltos de credo nos autobendiciésemos, o el mesías volviera a santiguarnos diciéndonos en un idioma solo inteligible por los viejos: - Niños y no tan niños, ya estoy aquí. - ¿Veis como la mierda no es solo mierda, sino una especie de pasta trémula que regurgitada y vuelta a digerir, sabe a gloria y a Theobroma Cacao?

 

En este caso. Luke Haines vuelve con un Peter Buck fagotizado y representado en una especie de alíen, excelso en psicodelia y proféticos textos.

BEAT POETRY FOR SURVIVALIST es por así decirlo: Lo más próximo a New Wave/1993, After Murder Park/1996, y el Fables of Reconstruccion/1985. Todo ello metido en una trituradora, desfigurado, recompuesto, y con una impronta más que generosa de los pliegues testamentares de la Velvet Underground. A quien, dicho sea de paso, Luke Heines debe, venera, y con el paso de los años más ha derramado de bondades, en sus últimas composiciones.

 

Un disco sublime en su forma extraña y, sobre todo: En la manera resbalosa, siseante y aterciopelada con la que el amigo Luke dota a sus textos. Y rotundamente, cómo los canta.

Porque sí amig@s. Se puede recitar, cantar más o menos bien, con dotes extraordinarias o raquíticas, e incluso entonar con más fortuna o pena. Pero muy pocos, son los privilegiados que mastican, moldean y escupen la lírica con la musicalidad y sonoridad que lo han hecho Morrissey, Leonard Cohen, Cathal Coughlan, Lee Hazelwood, Scoot Walker o Lou Reed; por algún ejemplo aleatorio que me vine ahora mismo a la cabeza.

Otro igualmente contemporáneo, es sin duda Luke Haines.

Y aquí, sobresalen con un esplendor tan distinto a todo aquello que ahora se puede escuchar.

Estas canciones que vuelven en plena vorágine desequilibrada, parecen dispuestas a filetear nuestros peores presagios miedosos, de la misma manera que lo hiciera con su querida Inglaterra, 25 años atrás.

 

La compañía de lobos que lo secundan en la distancia y por obra y gracia del amigo Buck. Son ni más ni menos que: Scott McCauguey (Minus 5) y Linda Pitmon (Filthy Friends); ahí es nada

Y es con la lisercofábula de “Jack Parsons”, donde prácticamente empieza todo el meollo del asunto:


 

Una melodía que bien podría ser un boceto de REM, o esa invitación en clave de vals para invitarte a salir a bailar, en forma de caja de ritmos y de guitarra. Donde Luke Heines desarrolla gran parte de la idea musical por donde van a gravitar sus textos. Y que predominan en casi toda la obra:

Trampantojos de Theremines a modo de loco laboratorio, flautas desafinadas sacadas del doble fondo de John Cale, guitarras con forma de armonios y mellotrones. Y las voces de las apariciones de Enfield de fondo, para rematar.

Una maravilla que Luke hace suya. Pero donde la paranoia narrativa engrana como los dientes de un mecanismo tan perfecto como flexible. De la misma manera que un científico como Jack Parsons abrazara el ocultismo, como otro modo de imaginar quimeras ficticias que acabaran siendo paradojas de nuestro día a día. Y su propio lecho de muerte.

 

“Apocalypse Beach” conecta con Major Tom desde la almohada. Radiando bajo las estrellas a Donovan sin desaliento, una nana de planeta imaginario que anuncia el fin de nuestros tiempos

¿no es perfecto así?

“Last of the Legendary Bigfoot Hunters” juega con la idea de un presidente (Teddy Roosevelt) a la caza de un Bigfoot, como la parodia del ahora: Entre ritmos orientales, flautas hipnóticas y un caminar tribal que en cierto modo recuerda al Human Behaviour de Björk, pero ralentizado y con otras hechuras.

 

Y el gran hito: “Beat Poetry Fort he Survivalist” Un canto precioso y atemporal a la esperanza suicida de la generación Beat, en forma de hit. Y posiblemente la mejor canción que ha regado, y regalado mis oídos este 2020.

“Witch Tariff” es otra de esas canciones que sobresalen, de guitarras hirientes y voladoras. Donde se destripan los pactos diabólicos de la industria musical y de las que la alargada sombra de The Auteurs, sobrevuela instintivamente.

“Andy Warhol Was Not Kind” ataca desde el lado más rockero. Luke Haines arrastra los párrafos como mantras, y Peter Buck teje una alfombra de glan árido y baterías garajeras. 
Y puede que sea aquí y a estas alturas, donde resulte inimaginable que esta joya de disco, se haya elaborado a base cassettes, emails y corta/pega, sin apenas verse ambos en el proceso de creación y montaje. ¡¡Alucinante!!

“Ugly Dude Blues” es una de las pocas canciones 99% Peter Buck. Una alegoría a Mark E. Smith en toda regla donde Luke Haines se limita a representar un Blues Punk con reverberaciones Grindermaníacas.


 

La oscura y tremenda “Bobby’s Wild Years” de quien no se desvela la identidad del protagonista. ¿será Gillespie con esos fuzzs erosionantes propios de unos Jesus & M Chain?

Misterio sin desvelar, prudencia, e imaginación a raudales. Que se desbordan por cada beat, salmo y melodía a lo largo y ancho de este magnífico trabajo dual.

Tanto como que cada crónica leída en los extensos mares de la red, hablan de una canción sobre Pol Pot. Y el propio Luke Haines ha confesado que es una trola para atraer a la prensa a la madriguera. ¡¡Que guasón!! Y que pardillos nosotros.

Pero no sufráis y dejaros hacer, siempre ha sido así, de hecho.

Una especie de juego que bascula entre la imaginación, la onomatopeya musical, y el no saber bien hacia donde te lleva: Si a la mente enferma de un chamán, o a la de un genio que te demuestra que las realidades u obviedades de la vida, en verdad, solo están en nuestras propias limitaciones.

Así que… Imagina a Luke Heines y Peter Buck como a aquel Frank Pierce (Nicolas Cage) y su compañero Larry (John Goodman) en Al Límite de Scorsese. Dispuestos a exonerarnos con la medicinal “Rock’R’Roll Ambulance” que cierra el disco.

Esa medicina que a todos nos cura y apenas si nos deja tocados de malancolía, como bendito efecto secundario.

BEAT POETRY FOR THE SURVIVALIST es de esos raros engendros que dejan la futura transgresión en una puta broma de fogueo. O en un simulacro para arrejuntarnos en el Punto de Encuentro, y poco más: Todos juntitos, dóciles, mansos y… Un poco agilipollaos si me apuráis.

 https://www.cherryred.co.uk/luke-haines-peter-buck-stream-or-download-a-new-track-beat-poetry-for-the-survivalist-now/