sábado, 26 de marzo de 2022

BOTELLAS CON MENSAJES A NEUMAS: O el último brindis ipsoefecto de Pat Fish y sus Jazz Butcher con Pietro Junior 70/30 2013

 

Hay botellas, de vino; digo. Que son alivios socorridos y urgentes para ahogar penas y sinsabores. Vinos de salvadora embriaguez, mirada miope, y pisotón de cucaracha para corregir el equilibrio antes de caer de bruces.

Otros ya conocidos, como amigos que siempre están ahí, que no te fallan y disponen el hombro para que te recuestes. Con la sonrisa siempre apunto de licor y miel de romero. Los que no dan consejos, sino que asienten.
Botellas otras, que son misteriosas cajas de sorpresas esperando ese arresto vehemente de lanzarse al negro fondo. Las que solo esperan la valentía de desnudarte sin pudor alguno, para abrirte de par en par y dejarte tomar. Y que hacen que los ojos miren desde el fondo, sin cataratas que las velen, sino ventanas abiertas y entrañas listas para la autopsia; la tuya, la del alma.

 


 

Pero realmente, las mejores. Las que llevan esperándote en el nicho de la vinoteca, o en ese armario de los deseos desvanecidos. Que son como un pedazo de una historia conservada y concentrada en líquido elixir.
Esas que, pasado el tiempo sin saber bien porque las guardas ni el motivo real que hará que decidas cualquier insospechado día.
Te llaman en silencio como en un sortilegio, tan íntimo y personal, que no hay texto capaz de explicarlo ni razonarlo.

 

PIETRO ZARDINI y sus vinos, son para mí, algo más que un gusto por los vinos italianos. Fue el inicio de todo; o casi todo. Y seguramente no de los mejores.
Mi primer viaje a Italia por trabajo en 2011. Mi primer festival íntegro desde mi desconexión paternal en diez años en el Primavera Sound, con la fabulosa y ferviente troupe bloguera (Atticus, Txarls, Lapor, Paloma, Viola, Fermím, Raul, y Genís & Co.)
Allí, entre la primavera y el inicio del verano. Nació una especie de amor iniciático que te regresaba por pura hipérbole a tus 20 años. Sin el más mínimo menoscabo hacia lo que deseas, disfrutas y por ende, acabas adorando.
Con Pietro Zardini y su Amarone Riserva, encontré el motivo por el cual podía visualizar en la pituitaria los extensos campos de viñas de Bardolino y la Valpollicella. Sin ni tan siquiera estar allí.
Me enamoré perdidamente, doy fe.
Seguro como estoy de que la bodega de Pietro Zardini no es la más significativa ni importante de la zona. En su discreta diminutez, es para mí, la familia putativa que todo huérfano desea.

 

A partir de ahí; en sucesivos e innumerables viajes transalpinos. Son muchas las sorpresas y descubrimientos con forma de vino, las que me han ilustrado e instruido sobre el país con más variedades de uva del mundo: 500 ni más ni menos.

Con lo inabarcable de tal empresa: La de probar o llegar a entender mínimamente la compleja idiosincrasia dentro del diverso mundo del vino italiano. Yo, que me conformo con lo justito. Alucino simplemente con el carácter de sus vinos y esa personalidad agreste, rotunda, y diferente si se la compara con cualquier otro país. Y ese carisma mutante que tienen cuando los abres, y van cambiado conforme pasan las horas o los días.

 

Pero sin desviarme del tema que aquí me trae: Que es la simple experiencia de abrir una botella y ponerle música al asunto. Nos vamos a mi última botella que conservaba de Pietro Zardini desde hace tres años: Un 2013 de uno de los nuevos experimentos del señor Zardini.
Y esos encuentros casualísticos que se dan la mano apenas a tientas. Juntando a ese plato de pasta que cocinas un sábado, buscando sin querer la idea -la tuya propia-  de en lo que consiste cocinar pasta:
Los cuatro elementos básicos, el protagonismo tenor de cada uno, el elemento emulsionante del agua de cocción, el conjunto inigualable que como los músicos: Las circunstancias los unieron y grabaron ese disco de la hostia, que nadie sabe el cómo y el porqué. Pero, ¡joder si lo bordaron!

-        Papá ¿sabes cuál fue mi comida más buena de la vida en Italia?

Tú lo sabes, pero dejas que te lo explique. Te gusta oírlo porque también fue la tuya. La más sencilla, la de pim pam, la de quedarte allí a vivir; con Renato.

Y es entonces cuando justo antes de emplatar y rallarle ese parmesano con el perejil fresco picado.

El primer giro de volante de sevillana a la copa, y asomarte con la nariz a ese precipicio: Insuflas, y bebes el primer sorbo, y ya estás ahí; como los trasladores Harry Potter.

 


Es cuando entonces, un ángel sobrevuela el salón. Y todo encaja; como los dedos que se capicúan igual que las piezas de un puzzle cuando das la mano por amor.

Y pienso que no debe ser casualidad cuando seis meses después el batir de las alas te trae de nuevo al bueno de Pat, susurrándote: “Never Give Up” (no rendirse); la canción de amor más sincera de la vida.
Ahora que su ausencia se supera con más tristeza todavía, cuando escuchas estás últimas canciones en plena conciencia de su desenlace.
Suenan a la despedida, de alguien que cada semana se reunía con su discreta pero fiel audiencia, para tocarnos y cantarnos poesías mundanas. Y que el 3 de octubre lo hizo para despedirse del todo.

 


Así que ahora, cuando hago vapores de especias a clavo, canela y orégano para curar mi mal de pena. Salto sin coger aire, a mi copa de tinto de Corvina y Cabernet.

Huelo a la mioglobina de la carne cuando se churrasca en la sartén. A las violetas en flor y las frutillas rojas silvestres en un poderoso volátil. Y aunque “Amalfi Coast May 1963” me meza asomado al Tirreno con una de Falanghina de Marisa Cuomo; también. Yo, en realidad, estoy allí arriba en una terraza entre viñas de La Antica Osteria Paverno. Sintiendo que la bohemia doblega mi cordura volviendo a empezar:
Crepita la aguja, azuzas la llama extinta con las escobillas de la batería, asiente Pat:  Ella fue la primera chica a la que besó. Era un chico verdaderamente afortunado
Contando a ritmo de swing, las penúltimas historias de amores que jamás volverán. En el arranque  de “Melanie Hargreaves’ father’s Jaguar” a golpe de cinismo y sordina.

 

Cuando el verano de 2021 se publicó “Time”; tras diez años desde su último Lp. Y abrazados como estábamos a las exquisiteces de “Dr Cholmondley Repents”.

Nadie supuso que ese texto despojado de remordimiento alguno. Llevaría impresa una demoledora y conciliadora despedida de semejante sinceridad:
Mi pelo está todo mal. Mi tiempo no es largo. Fishy ve al cielo, llévate bien, llévate bien. Me estoy divirtiendo demasiado para hacer algo. Déjame ser. No estoy lastimando a nadie. Tomé un fin de semana largo en la choza psicodélica Y cuando cruces ese puente nunca volverás.

 


Y ahora… Ahora solo toca atizar las ascuas.

Hay quien todavía analiza este disco de manera frívola, comparándolo con ese paisaje que dejó Pat con sus carniceros del jazz.

Allí donde otros ven un estudio científico de la música, y la conciencia egoísta de las faltas personales. Yo solo veo la oportunidad de brindar una última copa, con quien no pidió nada a cambio de una canción.

 

Han pasado los meses y sigo notando su presencia cuando escucho “Sea Madness”. Con esos recuerdos poéticos de la Estambul bohemia y fugaz.

Nadando torpemente en ese Mar de Mármara dentro de mi copa, paladeo la cremosidad de piel tostada almendrada de la Corvina. Su caramelo tostado de tanino rugoso. Ese fondo de boca inmenso láctico que se infusiona con hierbas de monte, con regaliz, paloduz, eneldo, estragón, y la pimienta blanca final que sacude mi caja torácica.
Me siento un dios misericordioso derrotado, comiendo higos secos. Indefenso. Vulnerable.
A merced de las corrientes marinas de la melancolía.

 

Sube aquí Pat. Dame la mano. Brindemos por última vez.

Por las vidas sencillas y translúcidas, las que no esconden defectos ni aletean virtudes. Las que nos dan bocanadas de verdades incómodas, con la misma que arremetes contra la hipocresía de endiosados gobernantes en “The Highest in the Land”.

Con un Blues elegante y exquisito. Refinado, pero certero: - Black Raoul Black Raoul!!

 

Con el impertérrito y orfebre Max Eider, su confesor y multinstrumentista Lee Russell a la producción, Simon Taylor a la trompeta, Tim Harries al contrabajo y teclados, Dave Morgan (Weather Prophets) a la batería. En las guitaras junto a Max, Joe Woolley, Peter Crouch, Stevie Gordon, y Joel Harries a los coros.

Entre amigos.

Tres meses de trabajo. Su despedida “Goodnight Sweetheart”. Un saludo y el inminente consabido desenlace.

 

En un otoño nefasto, de pérdidas personales que el dolor convierte en reflejos encontrados, y paz.

Las canciones que Fish nos ha dejado. A mí, solo me sirven como mantras purificadores.
Los mismos que nos elevan hasta lo más alto para coger aire, suspirar, y hacer una vista panorámica de nuestra propia existencia.
El tiempo es letal, y la vida demasiado corta para maldecir.

Salud Pat!!

 

sábado, 22 de enero de 2022

VINOMIOS#3: GRANA by JOSEPH PUIG 2013 y MUZZ_MUZZ 2019… SE QUIEREN

 


Estaba yo esta mañana buscando una manera imaginativa poética y romántica de arrancar el 2022. Con un texto donde asociar ese hallazgo entre esos bajos de la vida, que el día que creces te preparas a desdoblar; aún con el riesgo de que queden las marcas desteñidas a la altura de los tobillos:

Historias de amor entre botellas de carmín vidrioso, y discos díscolos que te rodean con el brazo y te acompañan en el baile fin de curso de la vida.

 

Escondida allí abajo. Pedía auxilio, solitaria la botella, como único vestigio que el trajinero, viajante y escritor Joseph Puig dejó en Cerdanyola hace diez años.

Posiblemente no fuesen diez años, acaso alguno menos. Pero mi memoria parpadeante e intermitente, solo sabe ya asociar la longitud del tiempo con la sensación de velocidad con la que se pasa. Así que… y pese a que… La vida del cincuentón sea tan emocionante como esas giras conmemorativas de tu banda fetiche; donde el repertorio cambiaba a cada concierto. La de los jesusitos, es igual, solo que con las dolencias, achaques y nuevas realidades:

Primero fue la colesterolemia y la presbicia. Después las apneas nocturnas. Irritaciones anales, cervicales, desvelos, y… esa molestia que cambia de lugar como la mosca cojonera lo hace de cetro.

Emocionante a más no poder por no saber si ese día bailarás rock&roll o una balada arrambado.
Y a mí, para vuestro interés, me ha tocado ahora prescindir de toda sustancia alcohólica entre semana para ver si la tensión arterial me devuelve a mi hipotensión habitual. Y aquí me veis, igualito que los masocas, escribiendo sobre vino y música para generar melalcolemia sana.

 

Así nace esta historia [como la mayoría] por asociaciones espontáneas que acaban en texto. Dependiendo de mis ganas de constatarlas, el tiempo apremiante, o lo poco emocionante que acabe siendo mi vida.

 


Conducir sorteando el tráfico humeante de Sabadell, mientras buscas de forma premeditada la serenidad que fuera de tu habitáculo brilla por su ausencia. Es un experimento curioso y super gratificante; aunque sea para que ese cóctel donde tu tensión sanguínea, la ansiedad o incertidumbre te sepa razonablemente rica y plácida.
Sonando Billy Bragg y ese mágico elixir capaz de detener el tiempo a la vez que tu pulso y que ha publicado el cadáver aún cálido del 2021.Y después MUZZZZZ
Fluyen las emociones los recuerdos, y tu inconsciente es capaz de viajar:
 
 
Me acordé de esa forma e intento de comprender algo que bebiste hace muchos años. Y que ahora lo adquieres como algo más íntimo y tuyo. Del disco que Paul Banks (Interpol), su amigo de secundaria el multi-instrumentista Josh Kauffman, y el bataca de Walkmen, Matt Barrick. Que bajo el nombre de MUZZ, sonorizaron uno de mis últimos viajes para ver a mamá con mis hermanas:
Como ese silencio que se produce cuando una canción es magnífica. Y esa intrínseca conectividad que va desde el oído, pasando del olfato hacia el paladar. Y lacrando un recuerdo con varias cosas a la vez, para que acabe siendo solo UNA, y distinta.

 

Joseph Puig es ese tipo de personas inéditas y particulares que da la vida en cualquiera de sus disciplinas; en este caso en el de la venta de vino, el credo por lo tuyo, y la aventura trashumante:

Quinta generación de viticultores, encargado de operaciones en Chile para la Familia Torres, fundador de Augvustus, elaborador en Priorat junto a su hija Silvia Puig (ahora en En Numeros Vermells) con su bodega Ithaca que vendió a unos rusos, y vendedor de vinos propios y ajenos en más de 20 países. Además de escritor de unos cuantos ensayos y novelas sobre el vino.


 

Entre la infinidad de cosas que le han dado sus 50 años en el sector antes de jubilarse y volver a la escritura y la familia. Todavía tuvo tiempo de elaborar por cuenta propia y fuera de D.O’s, varios vinos monovarietales de Tempranillo (Rioja), Garnacha (Terra Ata y Montsant), Cariñena (Priorat), y este Sumoll de Tarragona.

Con el denominador común de una cierta autenticidad rústica, alejada de su cosmopolita vida. Pero de alguna manera, conectados por esa visión global de relaciones personales y conocimientos que le otorgaron sus innumerables viajes.

Este SUMOLL es como una pequeña crisálida dispuesta ya de alzar el vuelo. De maravillosos colores y reflejos luminiscentes. Conjuga la armonía de su larga estancia en la botella y esa veteranía capaz de explicarte con precisión lo que en realidad es capaz de ser un gran Sumoll.

 

Uva catalogada por algunos como: “la Pinot Noir catalana”; por su acidez, fluidez, y determinante capacidad para concentrar los suelos y ubicación en su buqué final.
Este 2013 ha acabado acomodando toda esa fruta crocante y verticalidad. En un licuado de fruta madura, tierra húmeda de potente terroir y pasmosa redondez.
Circunscritos en aromas de grosellas y fresones maduros, sobre un fondo ligero de terciarios de crianza. Asoman también los tostados y la pimienta negra con algo que me recuerda a la manzana licuada. Haciéndolo realmente agradable, porque no resalta nada de eso en concreto, sino que hay que buscarlo con curiosidad.

 

Igual que las ricas armonías en las que se sustenta la voz Paul Banks. Que parecen estar filtradas por un fino velo semitranslúcido y que se resumen en el nombre de la banda: MUZZ.

Bad Feeling” debería ser esa melodía despertadora; cuando ocho años más tarde se descorcha una botella cómplice de la aventura: Y los susurrantes saxofones intentan elevarte torpemente.
La elipse que forma el líquido dentro de la copa de manera hipnótica al moverla. Te asomas. Te vuelves a asomar como un chiquillo curioso que cerrando los ojos intenta convertir las evocaciones en recuerdos, y los recuerdos en pistas para hallar el camino de vuelta.
Evergreen” dobla los bajos, estira los slides y crea el mantra replicante.
Red Western Sky” consigue que asocie su melodía con los OTHER LIVES de Tamer Animals/2011, casi lo consigue; las evocaciones amigos. Doy un sorbo decidido y me zambullo gorgojando, volteando en el paladar, enjuagando.
Tanino superfluido y pulido pese a su rusticidad y de agilidad felina; me recuerda a mi padre de alma de pastor y luego tonelero, vestido de punta en blanco para la boda de mis hermanas.
Súbele el volumen a “Patchouli” y si quieres, acompáñala con un quejío flamenco.
¡Qué bien se deja y te hace esta colección de canciones!
¡Que acidez más rica y buena compañera para las comidas!
Toda ella magistralmente integrada en la fruta madura; esta vez más negra que roja. Recuerdos de paseo por el bosque húmedo de mañana, de terrones de tierra y piedra que desmigajas con las uñas. De mineralidad y de pinaza.


 

El romancero “Everything Like it Used to Be” que te saca a bailar, tú, te dejas. Te lleva, te vas. Y el adagio de “Broken Tambourine” vuelve a recordarte a Jesse Tabish.
Los dos me gustan.
Y éste, es uno de esos trabajos que orbitan guiados por las casualidades. Que hizo que dos amigos de secundaria se encontrasen años más tarde con un tercero en discordia que los unió, y surgió la magia.
MUZZ es una de esas cosas que busca escapar del lastre de lo impuesto por la intención. Y como antídoto, para que sea la comunión la que haga de motor extractor de sentimientos ocultos. Y que solo se dan cuando por casualidad también, se dan las condiciones.

 


Por eso supongo, todo encaja. Y sin la premura ni la exigencia de hacer algo suscrito a una banda; con su sonido, sus seguidores, y su compromiso. Todo fluye natural, apacible. Contigo, conecta también por la inercia de tu falta y las ganas; que algo significará, supongo.

Que aquel quien te las encomendó; como todo lo que te encomiendan con los que empatizas. Sea Mr. Antonio Luque (Chinarro) tras 25 años siguiendo sus devenires. Será por algo, supongo.

Todo lo supongo.

Supongo que canciones como “Chubby Checker” son de las que me sumen, y tirándome de los pies, me llevan a ver lucecitas de colores.

Otras que son viajeras, como “How Many Days”. Mestizas de piel cobriza y claros ojos que te miran fijamente.

O diapasones con los que no sé si regularé mi tensión arterial, como “Summer Love”.

En cualquier caso, nos encomendaremos a la santísima “Trinidad”: Esa tonadilla final que tanto me gusta y que bien podría haber sido firmada por los hermanos Kadane.

Por cierto…
¿alguien los ha visto?