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miércoles, 7 de marzo de 2018

BELLE AND SEBASTIAN_If You're Feeling Sinister/1996 y... ESOS DISCOS QUE SONABAN TAN POP





Para que estos inviernos no sean tan inviernos, hacen falta canciones tan candentes como las ascuas de la chimenea de la casa vieja de la abuela. Que como miradas penetrantes, te hipnotizaban iluminando los días grises y oscuros. Pelando castañas con las piernas ancladas a una vieja mesa redonda cubierta de una recia tela, y un brasero debajo que te coja bien los pies.

Pero para el caso, me es suficiente con ese puñado de canciones del If You're Feeling Sinister y el Tiger Milk; ambos del 96.
Con ellos viajo en coche cada cuatro días (y un Sábado) a casa de mi madre para cuidarla cada noche y de rebote al pasado, pasando lista de mis viejos discos. Un propósito que se me lanza encima desde atrás, cada inicio de año:
Una sensación liberadora de tener algún tipo de compromiso con el recuerdo, el pasado, o el sentirse igual un año más viejo. Y tener la obligación (o necesidad) de cumplirlo a toda costa.
Esta vez he tenido un ataque de Pop mayúsculo. Más del que jamás imaginara; teniendo en cuenta lo poco que echo mano de él últimamente. Pero fue una noche de finales de verano. Un Septiembre de 1997 acampados en la Plaça del Rei bajo la luna melosa del final del verano; donde tan bien se acomodaban las pequeñas bandas hiperdesconocidas para la gran masa que todavía se aferraba al BritPop. Un sitio tan único, intimo y egoistamente hablando: NUESTRO. Que jamás a vuelto a ser lo que fue en aquellos dos/tres años (1996,97 y 98 a lo sumo). De echo, creo que todos sabíamos por entonces que aquellas noches atentas de acústicas perfectas y familiares, iban a ser fugaces inauditas y hasta legendarias.

Le hablas a cualquiera de una banda escocesa llamada BELLE & SEBASTIAN que apenas si reunía a 100 personas el día que tímidamente asaltaban territorios de imperios coloridos, pistas de baile y dilemas entre guitarras o electrónica. Y a día de hoy resultaría inverosímil imaginar la posibilidad de volverlas a ver allí. Es más, ahora la casi desconocida Plaça del Rei ya dejó de ser aquel reducto selecto y minoritario, a cambio de espacios amplios y vacíos de caliu.
La banda escocesa tomó otro camino, el lógico supongo. Que era hacer que aquellas sonatas autobiográficas para quien los escuchaba. Fueran ecuánimes y escaparan del reducto estrictamente popero, para conquistar los grandes escenarios; coto del indie, del rock y de la electrónica visual. Se publicó The Boy with the Arab Strab/1998, y para cuando quisimos acordar... Belle & Sebastian actuaban en el escenario principal del FIB, poniendo purpurina y baile a más o menos esas primeras canciones de ralentí acústico. Aunque carentes del intimismo y la pureza de esas primeras ejecuciones. Tanto, que incluso el disco que los catapultó también ha sido un damnificado para con el tiempo y la modernidad:
Hace escasas semanas la afamada e influyente Pitchfork, corregía el 0’8 que le otorgaron, por un 8’5. Evidenciando el quid de la cuestión de estos párrafos (sus dos primeros discos ni siquiera merecen una nota): ¿es acaso el tiempo el verdadero juez de nuestros maleables hábitos?


Hoy la mañana ha amanecido gélida. Tanto que el reflejo de los árboles se ha cuarteado en el charco junto a mi portal. Y ya no solo patinan mis neuronas y la pareja campeona de Pyeongchang. También lo hacen la abuelas madrugadoras sobre los pasos de cebra, los niños cuesta abajo, y hasta las urracas sobre las tejas del vecino. Y es aquí donde vuelve a entrar como por un mecanismo aquel disco. En la sinfonola que tenemos por cabeza, los que medimos e ilustramos el tiempo en forma de canciones.

Hablar justo ahora de If You're Feeling Sinister, cuando su último disco ha borrado todo rastro de aquel día; incluso de si mismos. No es revancha sino al contrario.
Es alabanza para aquellas tantas bandas que a fuerza de torcer su trayectoria, la sentencia es tan firme, que se empeña en dilapidar de un plumazo su existencia y hasta su importancia vital en un momento dado; el mío más íntimo.
La medida del tiempo es fulminante. Y aunque la dictatorial hegemonía de la actualidad y la novedad no deje más escapatoria que la de un “clear cmos” espiritual; para mirar atrás y así intentar entender el presente. Al final, la retórica de la música son aquellos discos que se convierten por mérito propio en unidad de medida de un tiempo, o de tu misma vida.
Por eso, no es ensalzar por pasión, devoción o trascendencia un puñado de canciones. Sino relatar el significado de las mismas, igual que un negativo tu recuerdo, aun especulando con la distorsión de tu melancolía.


The Stars of Track & Field:
Comienza a girar como un susurro. La apariencia quebradiza y casi desvitaminizada de Stuart Murdoch con su camisa blanca y pantalones de estudiante de privada. Y sin embargo son sus crescendos que nunca acaban de explotar, los que dotaron de una marca a este combo numeroso con apariencia de tímidos insufribles.
Esa idea de banda pop atípica que parece por primera vez, mostrar con orgullo el origen musical de los institutos, las corales y la idea de una banda como algo más colectivo y verdaderamente grupal. Y que en
Seeling Other People
Otorga el protagonismo a un piano, el de Chris Geddes. En una canción que empieza a no disimular su adoración a Love, y esa especie de northernsoul que se arrima más al folk de cámara que al pop estrictamente. Esa concordia en la que cada instrumento suma y no se inmiscuye, de manera totalmente intencionada. Y que rige prácticamente solo a este disco; por lo menos de la manera y la naturalidad con el que lo consiguieron.

Me and the Major fue el single por antonomasia y unanimidad. Sin embargo no sería esa canción que te pondrían en plena noche, en el local más popular de la ciudad para llenar la pista.
El indie, el grunge y el triunfal britpop de masas ya, hacían de Oasis y Blur, dos objetos mediáticos al nivel de Nirvana y Rage Against the Machine.
Radiohead estaban cocinando su disco más universal y el que los convertiría en intocables. Dos facetas: la tumultuosa, y la más introspectiva y espiritual. Y Belle and Sebastian tan solo era esa banda pop que hacía gala justo de lo opuesto. Igual que les pasara a Housemartins, de la que se alimenta sin disimulo esta canción y a los que todos consideraban divertidos y simpáticos, pero jamás tomados en serio por el ingenio de su innata “sencillez”.
Una canción que además de tremenda. Tiene esos finales de armónica que van tomando el timón del canal. Sobresaliendo del plano natural del conjunto a ritmo de chucuchú de Barrio Sésasmo. Y haciendo que sean pocas en el contexto del Pop hiperbtitish, las que brillen de esa desenfadada forma.
Like Dylan in The Movies parece esa tontería de canción, una más de tantas. Ellos no eran esa banda que viniera a dotar de solemnidad y protagonismo el Pop. De echo, si por algo brilla con tal diferencia el Pop, es por la sencillez.
Pero la sensibilidad amigos… La manera de hacer sonar a ocho músicos como una orquesta de plena discreción, como una caricia que conjunta todo y de la que puedes diferenciar cada instrumento, cada detalle, los crujidos de las cuerdas, y el susurro? En serio, solo este disco; absolutamente.
Pocos Lp’s tan disfrutables de principio a fin, sin estridencias. Homenajes perfectos a los guisos y platos cocinados con calma y eternidad. Con canciones de práctico casi acapella como la mullida Fox in The Snow de la que hay mucho tirón del brazo por la que hallar una excusa y hablar no ya de Belle and Sebastian, sino de un disco que resume un momento de la vida que se crisalizó. Y del que basta con darle al Play, para que se reproduzca fotograma a fotograma ese momento exacto, milimétrico e instantáneo.
Ataques de pop veinteañero con los que cambiar un pasodoble de fiesta de pueblo, por los de un agarrado con Get Me Away from Here, I’m Dying sonando. Esa especie de Blues colegial, la omnipresencia de Isobell Campbell y Sarah Martin, ambas celestiales e imprescindibles para conseguir en el silencio sepulcral, que aquel disco sonara tal y como se desliza por tus pabellones auditivos hasta tu ánima vibráfono: Delicado, detallado, endeble pero tremendamente sensual, y sensorial.

El acaparador murmullo de la calle a caballo de la guitarra, que alza el telón titulando If You’re Feeling Sinister:
Casi puedes revivir tu infancia de nocilla de cola cao con aceite. El vive calle y come tierra con pedradas. El salvajismo innato de tu barrio de periferia y descampados. La fauna terrorífica del trauma sibilino, deslizante y cotidiano de tu futura fortaleza. Y el despegue aereotransportado de tu imaginación tal y como suenan los teclados finales de Mayfly.
Esas pocas y aisladas veces por las que la música habla de ti con tu misma convicción. Y que aunque se crea que es algo generalizado, uno sabe que no siempre. Que solo son las que te acurrucan cada noche a oscuras y abrazado a la almohada, sintiendo que The Boy Done Wrong Again se concibió exactamente para ese fin.

Sinceramente creo que pasados esos largos veintidós años, que bien podrían ser otra juventud nueva. Y que el fondo son ya tu madurez adulta de padre, hijo miseriAcorde y reflexivo oteador. Solo puede acudir a ese tipo de discos, con las distancias y la prudencia de quien vuelve a visitar ese lugar que provocó ese antes y después letal.
No fue un día de revelación o de experiencia inolvidable, no. Fue tan solo una definición un tanto etérea y prácticamente inaudible. Que hace que pasados los años, sepas que sucedió así seguramente porque la arbitrariedad tiene eso: Que se mezclan, cruzan y coinciden reacciones más propias de las lunas, que de cualquier explicación teórica o química; benditas anomalías. Y si fue Judy and the Dream of Horses la última que sonó, seguramente no fue porque iba a ser esa la elegida; el amor de tu días. Tan solo porque los recuerdos casi siempre tienen una instantánea, que difícilmente pueda ser igualada a la hora de describir una noche con sus sonidos, conversaciones, miradas y olores con la misma exactitud, lujo de detalles… Y con muchas menos palabras.
Con tan solo diez canciones y cuarenta y pocos minutos. Que resumen una noche de final de verano en la que Belle and Sebastian sonaron como jamás lo volverían a hacer.
LIVE 1998