Caer en la
crucifixión de nuestros días, es como recorrer los pasillos de una
mastodóntica superficie, y no poder resistir la tentación de
abalanzarse sobre ese producto radiante de guiños a lo frívolo, a
la mecánica tendenciosa y al orden pretoriano del consumo.
Sí
hermanos, hay voces ahí que nos llaman. Ya se han convertido en no
solo alucinaciones, porque las oímos a todas horas: En los silencios
de retreta, cuando nos desvelamos a las cuatro de la mañana para
orinar, e incluso en el minuto de silencio por la enésima muerte en
el campo de refugiados. Las desgracias y dramas de nuestros días se
revuelven tanto en pases de modas, como en ese instante de pena y
compasión... Para que la rueda siga triturando.
Y si me
dicen si es posible seguir tocando con firmeza en el suelo. Asquearse
por las mismas miserias; las nuestras y las de los demás. Confieso
que la barbarie apenas se asoma en la tristeza como en la euforia.
Ponerse la
palma de la mano para mirar al horizonte y no deslumbrarse, cuesta lo
mismo que usarlas para apretarse el ceño de agotamiento. Acercarse y
mirar indistinto con condescendencia como quien se apena por los
pobres y se tapa la nariz. Es la misma fórmula que aferrarse al
conflicto constante, en vez de regalar a los intransigentes un baile
a lo Gloria Gaynor o de Womack Womack.
Por eso
sentí pena y miedo cuando los primeros acordes de “Ubu”
sonaron. El recuerdo de Jack Webb sobre el escenario semivacío del
Addidas Club, donde se van los asqueados de la multitud cuando el PS
devora a sus fieles. Esos pantalones tobilleros araposos y
desaliñados haciendo malabares con las cuerdas, la voz y el eco
presente. Los de Perth; los hermanos tontos de Perth. Nos regalaban
esa primera sensación certera de rebobinar hacia Cocteau Twins y
Echo & the Bunnymen, los dos juntitos amancillados para enaltecer
su selo 4AD.
Lo de ahora
no, parece un espejismo o un mal sueño. Suenan tan radiantes y
desparpajados, que me cuesta creer lo que vi hace un año en el Parc
del Fórum. Me asusté lo admito, no solo por miedo real sino por esa
alegoría de desconfiar de aquello que va en contra de nuestros
¿principios?; como si los tuviésemos.
EVERYTHING
FORGOTTEN no solo tiene once hachazos a la altura de espinillas. Sí
sí, de aquellos que te dejan clavado en el fango gritando como un
bendito. También un disco imbatible que hace gala de una ligereza
melodramática deslumbrante.
De principio
ese asco por el Mousse empalagoso igual que el de una Copa Dalky sin
atenuante. “Drink Wine” por más que comulgue con
el lema, tiene ese tono de Funk electro para remontarnos a los
Associates o a la Human League de ascazo molón. Porque sí, porque
todos sabemos que en nuestros más oscuros deseos, hay una escena de
baile que vive de la luz igual que de un momento de arrebato
redentor. No porque intentemos emular una felicidad absolutista por
más mierdas de perro que pisamos; y las bailemos a lo Fred Astaire y
yastá. “Ubu” la tiene ahí: infecciosa, taladrante
y perpetua.
La banda de
Perth se ha vestido de traje de pata ancha y lentejuelas brillantes.
A encendido la bola de neón a toda mecha y les ha quedado
infinitamente mejor que a Arcade Fire cuando lo intentaron.
Quizás
porque METHYL ETHEL pese al cambio radical, no han perdido su fulgor
Pop. Cuando da un poco lo mismo si lo vistes de ensoñaciones o lo
subes a una carroza de tules vaporosos. Y es la prueba indiscutible
que no es cuestión de sonar más o menos comerciales, enrocarse o
atrincherarse, cuando de resultas las canciones son buenas porque si;
como es el caso del segundo disco de los Australianos.
Ese
compendio trotón que gemas tintineantes que como “Femme
Maison/One Man House”, consiguen elevar a genialidad
atemporal eso que suena tan brillante como clásico. Esa especie de
felicidad marchita que te puede hacer llorar de felicidad, o de pena.
Como por ejemplo “L'Heure des Sorcières”, ese otro
castañazo sintetizado de drama a lo Future Bible Heroes, o según su
día a Eyeless In Gaza.
Atesoran
también esa capacidad para cambiar el paso y revalorizar el Pop a
golpe de acierto. “No 28” es así la canción que
desarma por su sencillez, porque el Pop ha de ser así por fuerza y
no por el mismo ímpetu ceder en pos del sucedáneo. Como si la
funcionalidad de un sacacorchos o un chupete debiera perder su
esencia por cuestiones estéticas. O bajarse al mundo para desnudarse
como los trajo su madre al mundo al dejar de la mano de las cuerdas a
la angelical “Act of Contrition”
El disco les
ha salido redondo amigos; valga la redundancia. “Groundswell”
podría incluso acercarlos a los teoremas de Woods, pero sinceramente
sería una pena quitarles mérito por agravio comparativo. Más que
nada porque creo de verdad, que hasta la fecha es el único disco
capaz de aunar divertimento, complejidad bien encauzada y baile a
raudales sin apenas resentirse ni pedir cuentas a sus anteriores
creaciones.
La
serpenteante y cóncavo/convexa “Weeds Through the Rind”
es una jodida genialidad. Se contrae y expande, es oscura e
inquietante pero tan enfermizamente hipnótica, que hace de lo
experimental un chascarrillo de Chiquito. Y con la sensación de
acabar el jolgorio de una manera tan turbadora como inflexiva cuando
siguen con “Summer Moon”, y la decapitan a golpe de
destral.
Sin duda lo
mejor de su último trabajo: La manera de jugar con la electrónica
sin vender el alma. Resultar coloridos e inquietantes a la vez que
luminosos y amargos. Conseguir sin bajar el ritmo ni un segundo, que
un disco sea igual de entretenido que interesante por la mera belleza
de sus canciones. Chapeau!!