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lunes, 16 de abril de 2018

JONATHAN WILSON_EL PLACER DE LO INESPERADO_09/04/18_ Sala Razzmatazz 3



Lunes mansos de primaveras impredecibles y traicioneras. Nubarrones intimidantes que a cualquiera arrinconarían tras la batamanta o harían la coartada de perezosos, más creíble y absolutoria. Y de peregrinos que a falta de santos a los que venerar, presagiarse o encomendarse si se tercia, nos damos por bendecidos con una buena Voll Damn, un concierto con chicha y su consiguiente debate a las puertas.

Jonathan, ese chico que asomó tímidamente la cabeza hace 11 años con su psicodélica visión del ISLA BONITA de Madonna, nos tenía preparada una sorpresa. Tan sorpresa y ocurrencia, como aprovechar su estancia en Barcelona con Roger Waters; quien actuó este pasado fin de semana. Y aprovechando sus largos ensayos, se presentase en la sala Razzmatazz (las 3, la pequeñaja). Y nos ofreciera, otra perspectiva bien distinta de su temario. Más lejos de sus influencias Dylanianas y de fluido rosa. Para llevárselas al terreno de lo barroco y de la música de cámara.

Una visión, sin embargo, invasora, poseedora, y tan íntima. Que hasta el más esquivo y refunfuñoso de los presentes por no acompañarse por la banda, se postró en reverencia proverbial.
 



Una sesión que empezó solo acompañado con su guitarra y deshuesando con acordes firmes y contorsionistas su “Valley of the Silver Moon”: Una canción de su disco de debut; quien sería tan protagonista como omnipresente.

Algunos presagiaron lo peor; igual sin la preparación para creer. Que un concierto acústico, distinto y algo suicida. Tiene la misma aventura que no exigir que el guión suceda según tus gustos. Sino que sean las canciones y el artista, las que nos lleven como gallinita ciega, a otros territorios a menudo más dilucidadores y excitantes.

Hubo una aparición también. La del guitarrista clásico residente en Barcelona, JAVIER MAS: Aquel que de sopetón apareció del ostracismo a la realidad, tras su sorpresiva participación el la gira de Leonard Coen del 2009 al 2014. Pese a llevar toda una vida componiendo y tocando folklore aragonés, o como músico de sesión junto a Raimundo Amador, Agapito Marazuela, Maria del Mar Bonet o Carlos Cano entre otros muchos.

Un señor de 66 años con un exquisito bagaje musical a sus espaldas, y una no menos riqueza musical en sus manos con la guitarra de doce cuerdas, la badurria, el archilaúd y el laúd; que es con lo que apareció esta misma noche.




Con los dos sobre el escenario el repertorio levantó el vuelo en lo expresivo y sensorial, en una especie de sinfonía psicodélica que recordaba a Vini Reilly o a músicas venidas de oriente. Pero sin lugar a dudas, como una sesión casi casual, donde las canciones del músico de Carolina del Norte se descubren de verdad como lienzos donde cabe cualquier experimento.

En realidad creo que ese es el verdadero valor de la música de Jonathan Wilson: Que su mentalidad y manera de expresarse, no están sujetas a limitaciones. Y por eso sus disco pueden irse de un lado a otro a su antojo: Al del Folk, a la psicodelia, al funk, al progresivo o al que le venga en gana. Pero siempre sonando a él, y no a un intento fatuo por imitar a sus influencias.



Rare Bird” a cuatro manos y cuerdas ilimitadas sonó majestuosa. “Over the Midnight” mejoró y arrasó con el más mínimo recuerdo a War on Drugs: Si a ellos les sobran minutos, a este tipo le faltan. Para rematar con un mano a mano con “Moses Pain”quebrando el más mínimo atisbo de sopor.

Algunos prefirieron debatir sobre los índices bursátiles, la cruz de carabaca y la heroicidad de plasmar una instantánea en su smartphone a costa de robarle el alma a los chamanes del escenario: allá ellos.

Otros nos ahogábamos en cerveza de rubios cabellos y los acordes que la peinaban. Nos tumbamos y dejámonos hacer sobre la botonera del control de sonido. Era un masaje, lo juro. Cerramos los ojos, pues todo lo que hay que ver se ve con el corazón y son los poros los que como pústulas sienten la magnitud que el oído es incapaz. Y viajamos flotando, vaya si volamos.

Hubo algún chiquillo al que hubo que hacer callar. Pero en líneas generales mucho respeto y silencio. Los violines, violas y violonchelos de la sección que se hizo presente lo exigieron; cuatro para ser más exacto, creo, desde mi posición retrasada.



Desert Raven” de su incunable primera época, “Sunset Bulevard” al piano y con su vocoder, “Me”, “There’s a Light” que fue la única que rompería por un momento el clímax íntimo, pero como gran temazo que es, merecía su aparición a lomos de los violines. Y “Gentle Spirit” que volvió a poner las cosas en sus sitio con Javier Mas y el equipo al completo sobre el escenario, junto a “All the Way Down” y “Can We Really Party Today” para poner fin a la noche.

Dejándonos con esa clara sensación que se da tan pocas veces en la vida. Y que sabes a ciencia cierta que no se volverá a repetir jamás, ni de la misma manera.

Esas cosas que hacen de la música en vivo y a flor de piel, algo especial: La certeza de que la música, el momento, el sitio, y lo voluble que es la interpretación de nuestros sentidos junto a nuestra memoria, convierta en únicos e indescriptibles los asuntos de la emoción y el amor.