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miércoles, 14 de octubre de 2015

TEARDROP EXPLODES_KILIMANJARO/1980: 35 AÑOS INCORRUPTIBLES DE MÁGICO OSTRACISMO.



Kilimanjaro es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne: A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina, entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente. Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este tiempo y al de otros pasados/futuros.


Cuando la aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en “Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección del fin de los tiempos.


Exagero con razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate, Wilder, y la disolución dos años más tarde.

Una historia veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos. Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el Kilimanjaro en la música de nuestros días.



Poner de vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar – cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te ves ahora.
No se trata de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso, Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de Liverpol.

Son seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia territorios más refinados y vanguardistas.

Llegados a este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada. 
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana, concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada por otros.

En sus doce cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave... etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres años con un catálogo tan hiperactivo como impío.


Aquel disco en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm Drownin”:
Las trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante durante todo el disco.

Julian Cope más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de rebelión a golpe de marcha militar.
Años más tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la época, en una perfecta línea de flotación panorámica.

Treason” mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con uno de los periodos más creativos de la escena alternativa Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
Suffocate” es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con claridad la situación de la Inglaterra de entonces.

Se publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de coleccionista extinguida y jamás reeditada.

Después vendría “Reward”; su single de éxito por antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde hallar resquicios de escape.
Un ritmo de Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el grande (Gong, Strontium 90, The Affair)

Kilimanjaro no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso quizás ese halo remembrante al What does anything Mean? Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer & Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue el detonante de semejante cónclave.
La cara A del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición original- después vendría cambios legales de portada, reediciones deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.

Volteando el engendro aparece “Went Crazy”; puro funky. Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
Brave Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de la esencia de la banda:
Trepidante. Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me puede lo sé, y me catapulta.

Sleeping Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral, es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada de su paso por Crucial Three.
También la grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor, martilleante e implacable.
Una “Thief of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes esteparios y yermos africanos.
Por eso, después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar la grandeza de su desenlace.

Debe ser que todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena campeón.
Calentón al margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo. El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo; así, en plan egoísta y Golum.

Poppies in the Field”; como decía al principio de la exposición. Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no quedaría bien?
De entre todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.

Me gusta especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk, pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la electrónica... y así hasta no acabar.
No me refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical, quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de verdad duren un instante.
En cualquier caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el conocimiento por encima del éxito.

Kilimanjaro eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas. Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este, son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado tarde para descubrirlos.