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domingo, 11 de junio de 2017

TRASHCAN SINATRAS_WILD PENDULUM/2016_NO VES QUE ESTOY DESNUDO?



Wild Pendulum es ese tipo de disco que te llevarías de paseo en un día cualquiera por Central Park.
No importaría demasiado la estación del año, la hora del día o la compañía. Porque los hermanos Douglas crearon el pasado año una nebulosa melódica clásica, llevada a su vertiente más Pop. Justo cuando sabes que eso ahora no toca. Y solo por eso, tienes la seguridad de que es el camino, sin pestañear.


Direcciones contrarias a las corrientes, que nos desarrastran poniéndonos el corazón vuelto. Y que igual que en un acto de rebeldía inocente, por lo menos, nos legitiman para revolvernos contra lo establecido.
Los cuarenta pasados tienen eso: Te tiras media vida intentando establecer un orden y acomodándote. Para darte cuenta al cabo del tiempo, que al margen de la vida que se nos pierde sola, lo que nunca hemos de perder es la facultad de revelarnos contra el orden mercantil de nuestra existencia. Esa que nos cae como una losa desde arriba, sin saber bien o ignorando quien narices la envía y que de repente la tenemos atenazándonos como grilletes.
TRASHCAN SINATRAS nunca estuvieron de moda. Ni siquiera cuando debutaron con CAKE en 1990, y mucho menos con su espléndido I'VE SEE EVERYTHING/93. Cuando llegó a las estanterías de nuestras tiendas en el 96 HAPPY POCKET; el disco del canguro borroso. Medio mundo estaba ya colgado de las nubes con el BritPop y el Grunge.



Así que el empeño de volver diez años más tarde, y hacerlo aparcando su pop más punzante: Aztec Camera, Lloyd Cole & Commotions, Prefab Sprout...; y los inubicables. Para retornar más cerca de su ídolo de juventud Frank Sinatra, mirando de reojo a los 50 y al perfume melódico de los clásicos inundando sus composiciones. Por esa razón seguramente he tenido aparcado este disco desde el pasado año, temeroso por haber perdido aquello que más me gustaba de ellos: su pop inmediato, luminoso y quebradizo.
Por suerte cuanto más grande me hago, más me convenzo de la tiranía del tiempo y lo poco que creo ya en él. Algo que me reconforta, cuando olisqueando en todo lo que conservo como testimonio de un año aparece de repente de forma reveladora. Transformando el anonimato en algo realmente grande, lleno de texturas y sonoridades que te llevan a escenarios inéditos.

Ese efecto que produce saborear la música y tantos otros placeres desde el “momento”: Esa unidad de medida donde confluye tu estado de animo, la visión del paisaje y esa cosa que te brota de dentro. Dando con la clave mágica para disfrutar de algo, lo que sea, justo y en ese preciso instante, y que normalmente jamás vuelve a ocurrir de la misma manera.
Me da la sensación que entre los pleamares de sus primeros discos, sus armonías vocales. O los pasos entre sus discos más inocentes y la madurez de sus posteriores composiciones. Se haya WILD PENDULUM unificando ambas cosas, y transformándolas en algo que no es una, ni otra cosa. Tan solo un disco que fluye sin la presión ni el pulso por forcejear con el paso del tiempo y su batalla perdida para con ¿la fama? Tan solo “Best Days on Earth” conserva ese bago recuerdo al Pop evidente de los 90's.
El resto es un puro vals de abrazo partido y manos que agarran con fuerza al punto de la gangrena. Levitaciones que prenden en vuelo como torbellinos de psicodelia sixtie en “Ain't That Nothing”, con inédita luz. Y que se abalanzan sin miedo hacia terrenos desconocidos hasta hoy.
No es una evolución o trasformación, pues todo su santo y seña sigue ahí: Sus melodías vocales, sus envoltorios vaporosos y espaciosos. Esa especie de Pop con formas amables y cariñosas que confunde la ñoñería, con el romanticismo más sincero y real.
Y es cuando “I Want to Capture Your Heart”, “Neighbour's Place” o “The Family Way” rompen con una melancolía de pureza sin parangón, a lo noches blancas de Dostoyewsky. Cuando WILD PENDULUM aparece de sopetón, como una rara avis en su discografía. “I'm not the Fella” podría ser sin apelativos, esa canción que escenifica a un clásico del cine americano de los 50, con Cary Grant acariciando la tormenta infesta de nuestros días.
La Paz de los hermanos Wilson colgados de un cocotero apedreándote el corazón con capas, y más capas. Y no es otro que “What's Inside the Box” que ensalza aquello que apesta a pachuli y batido de fresa perfumada. Solo que entre lo hortera y lo delicioso dista un mundo. Posiblemente porque la cuestión de caer en la zalamería de nuestra ternura más vomitiva, es tan solo fachada y miedo a enamorarnos y ser niños otra vez.


Lo dice “Waves (Sleep Away My Melancholy)”. Esa canción de amor y cuna con perfume a Mustela, que nos vuelve de golpe en indefensos seres a la deriva.

Dejarte querer, necesitarlo, no es malo sino necesario. Las formas son indistintas tanto si son sucias como puras. La cuestión es amar sin condiciones ni ultimátum que hagan del cariño una moneda de cambio interesado. Y éste, seguramente, sea el disco elaborado con más cariño en muchos años.