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viernes, 23 de octubre de 2015

EL AZUL ES MI COLOR: BLUES Y SUS XXVI VECES EN CERDANYOLA. THE SUITCASE BROTHERS, JOHN NEMETH y LOS DELTONOS.





Dando un paseo por sus calles y plazas redescubro, es curioso. Tuve que pasar un año de exilio lejos de casa, para saber lo que se siente añorar; el mar, la playa, el brisa marina de fuera adentro. Pasar casi veinte años de tu vida en un sitio y ser casi un desconocido que habita, pero no existe: Un muerto en vida que solo para por casa para dormir de día y encerrarse en su ataúd, tanto, que hasta los vecinos al cruzarse le preguntan el santo y seña.

En mi pueblo de ahora me pasa lo mismo, aquí no hay mar, cierto, pero lo tengo a mano. Tampoco tanta gente, aunque en un año de convalecencia he sido capaz de saludar a más, que los 3 amigos de infancia que tuve en un periodo de 12 años #en el otro pueblo. Y de la misma manera, han tenido que pasar hasta 15 años para sentirme nativo, e incluso un poquito parte de aquí.
Y la verdad es que solo he necesitado 45 años para llegar solito a esta reflexión: No sé si por extraviado, descastado o simplemente porque siempre me he movido en un mundo paralelo en el que, sinceramente, no he sido mucho de intimar salvo lo justo e imprescindible: Cortés, educado y cordial eso sí; la educación como dice mi madre, siempre. Pero no mucho más que el automatismo justo de resultar agradable a tus convecinos, sin llegar a ser dicharachero ni huraño.

Lo que me lleva a una segunda conclusión/duda: Será que estoy ante un nuevo cambio de ciclo? Fue la transfusión de sangre o los mundos paralelos que plegué y desplegué estando en coma?: Uno era el de la práctica (con colores vivos, apetecibles, multifuncionales...). Otro el de la lógica (funcional pero útil, tradicional y mucho más humano)
Un dilema en bucle angustiante y que nunca te llevaba ni a destino, ni a conclusión alguna. O... fue la sangre del tío Calambre la que me ha hecho cogerle cariño a las malas hierbas, que años atrás arrancaba de mi jardín.

Desde entonces -puesto el reloj a cero- todo ha cambiado mucho. No solo conozco a un sinfín de personas, muchas mayores que yo, sino que soy capaz de hablar horas muertas sobre un mismo tema sin apenas aportar un giro o una resolución. Me sé el nombre de las calles, el microcosmos del ambulatorio, las bondades del comercio de proximidad y..... #redoble y platillos: QUE VAN POR LA XVI EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE BLUES DE MI ACTUAL PUEBLO #CERDANYOLA DEL VALLÉS... Y yo sin enterarme, o enterándome de las virtudes de semejante evento, casi como quien paseando se tropezó.
Y entendedme, no es que ignorara su existencia; es de tontos vivir en un ciudad como Cerdanyola y no inhalar el perfume de música callejera que se respira durante estas dos semanas, y el resto del año. Pero uno, por miedo, pudor o pereza siempre lo vivió desde el burladero; salvando aquella ocasión en la que se “IndiePendizaron” y trajeron a Hefner y Mojave 3 (también lo digo, un lujo). Años de vacas gordas y orondas supongo, cuando la absorbida Caixa de Sabadell era el máximo patrocinador del festival. En esos 21 años por estos humildes lares pasaron bestias de pelaje tales como: Dr. John, Tete Montoliu, US3, Savoy Brown, Ronnie Earl & The Broadcasters, Los Enemigos, Lucky Peterson y un sinfín más.
Con la deserción en la galaxia financiera y trilera de esas malqueridas cajas de ahorros, que por lo menos, arrimaban el hombro en eventos culturales, fiestas y celebraciones de pequeños municipios. Ahora, la situación del prestigioso Festival de Blues de Cerdanyola vuelve a surgir de sus cenizas como el Ave Fenix; con el contador a cero -igual que un servidor-, y la imaginación colectiva como principal ayuda.

El Miércoles de esta pasada semana no había mucho que hacer, salvo maldecir La Gran Caída de Roma que me propiné a las puertas de la misma #semana. Ver el esplendor cromático y toda la escala de violáceos verduzcos en mi cardenalicia nalga, y dejarme de monsergas para acudir al remedio que todo lo cura: La Música.
Volvían por sus fueros aquellos que tres años atrás descubrí por pura casualidad, un domingo tarde que bajaba a por pan. Y allí ellos, a la fresca del Blues Veraniego de la Tía Felipa llenando la calurosa tarde de Blues primigenio; THE SUITCASE BROTHERS.
No era una grabación ni el Delorean de Doc, que nos había teletransportado a Texas, Tucson o al mismísimo Missisipi. Era pasear con el pan bajo el brazo y acabar punteando sobre los surcos la barra de cuarto.

Desde aquel día y tras ver a Victor Puertas sacar más jugo a su harmónica, que a un chancho en San Martín. No iban a pasar más de tres años para poder verlos con tranquilidad, y en un meridiano miércoles de los que ilustran las anodinas semanas otoñales.
Se pueden escuchar discos, ver vídeos por youtube o cualquier expresión cibernética con la que intentar acomodar nuestros oídos a su música. Pero nunca jamás por los jamases será lo mismo que ir a echar un rato de miércoles al Motor Music Records de Cerdayola; una nueva escuela de música que echa a andar. Y volver hacia casa canturreando con una sonrisa de oreja a oreja, fruto del buen rollo que provocan sus directos.

Sus representaciones en vivo tienen ese don especial de los buhoneros de elixires milagrosos que paseaban en sus carrozas por los pueblos; por estética, locuacidad y sobretodo por su sonido de raíces hondas. Desde su inicio, todo el temario que se esparce por su hora y media aproximada de vivo directo, tiene una justa lógica y estructura; la de un viaje desde lo más profundo, hasta el Blues más contemporáneo.
Por ese camino es por el que discurre el repertorio, repartido por sus cuatro discos hasta la presente; siempre bien ilustrado por su guitarra y voz más cuarteada, Santos Puertas (guitarras y voz). Se puede sentir el aire en la cara entrando por el ventanal escacharrado del viejo expreso Danford Falcon 4_4_0. Masticar el polvo e incluso oler ese intenso fragor de carbón saturando tus fosas nasales.
Composiciones propias y revisiones de viejos temas, que arrojan luz sobre algunas de las piezas más olvidadas del género, poniéndoles nombre y apellidos. Con el respeto primitivo de su Blues acústico y ese tono al que se remontan cuando interpretan: La guitarra de Santos en cualquiera de sus formas, y el virtuosismo de su hermano. Que extrae sonoridades inverosímiles a un instrumento tan aparentemente básico como lo es la armónica, sin amplificación ni electrificación que valga. No en vano, son uno de los dúos nacionales que más respeto profesan en la escena de raíz Americana. La que les ha valido numerosos premios, y el sinfín de colaboraciones de lujo en sus discos.
El del pasado año todavía humeante “A LONG WAY FROM HOME”, que fue el eje central de esa velada a la que asistí el Miércoles de hace siete días, y con el que me acercan inevitablemente a un Blues que por cierto, no domino en absoluto.
Esa es una de sus grandes virtudes, conseguir que el blues purista y hermético Americano más enraizado, se convierta en lo que fue verdaderamente: Un género nacido en los círculos rurales y más íntimos de la América nómada y melancólica.

Aquí han conseguido sumar a su tono primitivo rugiente, la de dos monstruos en vida: Jerry Portnoy y Paul Oscher, además de Dave Biller y Eric Przygocki. Uno de sus discos más ambiciosos y ¿maduros se dice?, hasta la fecha: volviendo sobre sus pasos a versiones legendarias, que sirven de perfectos paréntesis entre su nuevas composiciones.
Un espectáculo ante un puñado -el suficiente- de público con un tono familiar envidiable, rodeados de esa gente que los vio empezar hace ya casi diez años.

Hubieron montaditos, picoteos, bocatas y cervezas así, entre amigos; como mejor suena esta pareja. Arrancaron con “You'd Better Mind”, un tema de los 60 de Sonny Terry y Brownie McGhee que representa en esencia, parte de sus raíces. El legendario “One Dime Blues” de Blind Lemon Jefferson del 1927; que ahí es poco.
Sonó el “Honest I Do” también incluida en su último álbum con el que me hice al acabar la noche, y me dio un vuelco el corazón. Ese tema en boca de Jimmy Reed -al que llegué curiosamente por David Gedge de los Wedding- puede que sea de los primeros bluses a los que caí rendido, antes de enfermar sin remedio con el resto del repertorio de este bluesman universal.
Sonaron muchos más, fue una noche en progresión y entre tema y tema, interesantes anécdotas del anonimato más ancestral. La fragilidad y ternura por su sencillez del “Freight Train”, que una jovencísima Elisabeth Cotten compuso con tan solo 13 años. Una autora de principios del siglo pasado totalmente autodidacta, zurda y que tocaba la guitarra al revés sin cambiar el orden de las cuerdas. Se permitieron la “frivolidad” de llevar a su terreno el “Can't Help Falling in Love” sin apenas desentonar y mecernos, para luego subirnos en marcha a la locomotora de la Central Pacific; solo que en un contexto bastante más doméstico, en “Midnight Train to Canfranc”: 
 
Un Victor Puertas desmelenado dando rienda suelta a su repertorio más salvaje, mientras nos agarrábamos los presentes a los asideros del tren. Por un momento creí ver Ian Anderson en versión armonizada. Sonaron sendos temazos de su tercer y el más secular de sus trabajos; todas composiciones propias, viajes río abajo y remontando el Missisipi. Desde Nueva Orleans hasta Menphis, efluvios de mardi gras, Rock&roll sureño y Blues Made in Aquí, cuando Artur Regada todavía conspiraba con su contrabajo. Otro disco para enmarcar.
Hubo bises para amigos, compañeros de batallas y viejos heridos de guerra que se echaban a andar buscando la bendición. Salimos un poco flotando, con un buen humor de los que la sonrisa se eleva hasta a las orejas. Lo cual todo sea dicho, en un entre semana de lo más normal, nos dio el último respingo de luz. Justo cuando la oscuridad tenebrosa se nos va a tragar de aquí a unos días.


La cosa no quedó en eso; que yo pensaba que sí. Pero sin demasiado tiempo para atar cabos, con la quilla casi amarrada, fue JOHN NEMETH el que vino en nuestra ayuda el Sábado; que en realidad sería el vigía Xavi Corral el que me pondría en buena dirección: Sabias indicaciones para ponernos rumbo al Parc del Turonet y ayustar la braza mayor, para celebrar esos pequeños accidentes que se nos cruzan en el camino.
Un menú para resarcir ediciones fallidas, presupuestos escamoteados y reunir no solo a los amantes del Blues de Cerdanyola; que son muchos, sino a cualquiera que se de a escuchar buena música: Indigos, Carvin Jones Band, Miles Sanko, John Nemeth y Deltonos. Así, por la patilla rockera.
Como allí donde indicase Xavi C., voy a ciegas y sin pensármelo. Poca excusa iba a poner estando el sarao a 10 minutos de casa.
JOHN NEMETH nos dejó el tiempo justo para tomar un tentempíe y acercarnos con la tripa llena a la plaza de la C (de Companys). Darnos de bruces con un suculento puestecillo de vinilos -el de Josep Mª Cámara- y salivar oliendo ese cartonaje antiguo fragante que tanta chicha se apretaba en sus cajones: joyas en perfecto estado y embalaje a su precio, no el que marcan algunas tiendas oportunistas de ahora. Cayeron tres en la saca, como de otra manera no podía ser.
Tomarnos una cervecita al relente, y alucinar con esta bestia parda de Idaho sobre el escenario, y el tremendo trío que lo secunda. Un solo adjetivo para un formato básico sin órgano ni metales: ELECTRIFICANTE. Se bastaron y se sobraron para llenar de calor, contoneos de caderas, aullidos y mucha mucha felicidad, a los discípulos que allí nos congregamos.

Una especie de posesión infernal parece adueñarse de este menudo cuarentón. A sus espaldas seis discos de estudio versátiles y contorsionistas que a ratos levantan pesos pesados del Soul sangriento como el de James Brown o al más enternecedor Salomon Burke. Tiene momentos en los que le guiña el ojo al León de Belfast, pero lo suyo, en realidad es bastante más eléctrico e instintivo; mucho más bestia. Por eso agarrarse solamente a “Blue Broadway” o “Sooner or Later” -su tema más popular del pasado curso- que sonaron en los primeros compases, uno puede quedarse un poco como lamer el envoltorio.

Rythm & Blues que transige sin muchos problemas con otras bestias del Sur Salvaje, sin apenas perder su esencia. A veces se trata simplemente de eludir trompetas y trombones para electrificar, dando una sensación de Blues Garajero o de Funky de tacto grueso y contorneado. Sus discos suenan mucho más estilizados como el “Name of the Day/2010” y “Love Me Today/2009”, pero inteligentemente y acorde con lo que se celebraba en la población del Valles, lo que prevaleció por encima de todo fue el R&B y el Blues mestizo: “Just Like You”, “Country Boy” y piezas del que fuera su disco de debut y el más terroso, “The Jack of Harps/2002”.
Con “Mother in Laws Blues” salía humo de la electrificada armónica de Nemeth, primero con una sobria chaqueta de cuero y después a pelo sobre su gato canalla. Sobre su último “Menphis Grease/2014” giró gran parte de su repertorio; es un disco que conjuga a la perfección cada una de sus épocas con su tono de groove adictivo. “Three Times a Fool” y "Keep your Elbows on the Wheels", un r&b que conecta bajo tierra al funk, al blues y al Soul de forma casi imperceptible pero bien reconocible. Su voz puede, es un portento. 

La armónica entra a latigazos con una energía tan rockera e incendiaria, que puede confundirte; pero es Blues en esencia. Aunque “Bad Luck is my Name” o “Keep the Love a Comin'” expriman las dotes de su bajo y guitarra, que son bárbaros. Es el poder iridiscente que emana en forma de voz al límite del gospel, negra como una Mamba. Y la extensión hacia su armónica, la que lo convierte en una bestia ilimitada sobre el escenario

Sus numerosas nominaciones y premios a los awards son un mero detalle, insignificante si se compara con su talento. O con todos mis respetos, un portento natural que deja en simples aprendices de brujo a bandas como Alabama Shakes, Nick Waterhouse o JD McPherson; insisto, desde el respeto. Y tan solo a niveles de Sharon Jones o Gregory Porter; me inclino.
Lo de este hombre es pura radiación. Bajo su sombrero ese tipo tan normal y pasional conjuga Rock&roll/Blues/Soul sin acabar de prevalecer ninguno. Solo pura energía sinérgica de la que no te puedes bajar hasta el fin del show, y se hizo corta si señor. Su voz da para tanto; de dulce, abrasivo y elegante, que podríamos ver salir el sol con él. No hay más que echarle un vistazo a su última versión del “Crying” de Roy Orbison, que canta en su último y altamente recomendable “Menphis Grease”; una dulzura que mide su amplio registro y cualidades: Versatilidad, energía inagotable, y mucho swing con el que adaptarse cual hiperactivado Rhanpholeon, a lo que se tercie; siempre desde el rigor.

Al filo de las doce subieron al escenario los Cántabros DELTONOS. Curtidos en mil batallas por lo legal y judicial, venían a presentar su nuevo y aún caliente Salud!!; la que gozan después de 25 años de carretera y manta.
Una propuesta ideal para cerrar la noche y meter al personal en calor, que la fresca ya arreciaba. Blues rockero, callejero y subterráneo de letras que a todos nos hacen el más común de los denominadores, y que nos trasladan a épocas de tasca y garito. De echo, de las pocas que en la actualidad pueden traducir en la lengua universal de la música; junto a Josele Santiago, las realidad más cruda de nuestros días. De esas que unen generaciones y te enseñan a amar paisajes de extraradio, descampados y suburbios; más maquillados, pero igual de supervivientes.

Yo me recogí más contento que antes de que acabaran con tres buenos vinilos bajo el brazo: el Out of Blue de la ELO, una joya atemporal del ExGong Tim Blake; el New Jerusalem. Y los restos del naufragio de la Alemania Comunista de los 70, en forma de doble vinilo de unos visionarios KEINE MACHT FÜR NIEMAND; primeros atrevidos en ejecutar PunkRock y garaje cuando nadie asomaba la nariz. Todo a unos precios reales, no lo que se pide por ahí aprovechando el ataque vintage que tienen algunos.
Mientras me iba alejando apurando un pitillo hacia casa: los ecos rockeros y sacrosantos a las espaldas inundaban la noche. Se diluían entre la humedad y el silencio de las calles conforme dejaba atrás el Turonet; a una distancia prudencial de casa, la justa para tener la sensación de que allí no ocurría nada. Era una sensación rara, de melancolía, esas que recuerdan a las fiestas del pueblo de tu infancia... Y yo, no puedo remediarlo. Esa descomposición del jolgorio y la música en vivo, deshaciéndose progresivamente con el silencio y la circulación, me pone triste, nostálgico y me encanta; no lo puedo evitar. Llamadme bicho raro, pero son todas esas pequeñeces que se ilustran en momentos muy exactos, que no tienen definición ni adjetivo.
Al girar la calle me topé con un Talbot Horizon igual que mi primer coche, y casi me hecho a llorar.
SALUTE!!