Tenía que ser el treceavo -y va de retro- disco de esta extraña e incalificable banda de Londres, la que me sacara de mi vomitivo letargo? Noo..... han pasado suficientes cosas en estos últimos tres meses dignas de mención?; si cuento desde mi última entrada, claro.
O fue ese agujero oscuro y ponzoñoso que me tragó, y ni siquiera tuvo el valor de escupirme. Será esta retahila de sinsentidos que nos/me abruma, y viene aconteciendo en este basto planeta que nos contiene. O es otro ataque más de inconstancia de esos que me sobreviene de tanto en tanto.
El caso es que como no acostumbro a preguntarme el porqué y no acostumbro a buscar culpables; por aquello de no cederles ni el más mínimo protagonismo. Aquí esta la excusa perfecta para no tirarme baranda abajo en uno de mis desvaríos. Sin que sirva de precedente, una novedad rutilante. Tanto, que una sola escucha -algo tan anómalo en mi, como extraviado- ha sido suficiente para certificar la grandeza de COSMONAUTS. El cuarto disco tras la reunión, de la banda de Bid, y el ex Adan and the Ants Andy Warren; esta vez sin Lester Square.
Desde aquellos deslumbrantes por extraños e inclasificables discos, que nos abrieron una grieta de luz. A esas cándidas almas perdidas tan desubicadas a finales de los 80; en las que me incluyo sin la más mínima arrogancia. A costado horrores volver a cogerles el hilo que se deshilvanó con los memorables: “Apocalypso”, “Heine Symphonie des Grauens”, “He's Franck”, o “B.I.D spells Bid”.
Ese compilado de marcianas canciones que ya un loco mecenas sirvió en cassette en Ceuta por el 89, a unos amigos. Y que éstos, como mandaban las buenas prácticas, se encargaron de enaltecer el bello arte del correveidile.
Así es como ocurrían las cosas por aquellos años de desinformación ilustrada. Ni revistas, ni emisoras, ni modas, ni tendencias o mala internet que lo desvirtuara. Y algo así como los secretos que se pasan de padres a hijos, y que en ese caso era de mayores a pequeños. No vaya a ser que alguien se crea que alguien invento lo raro, exclusivo o novedoso.
Existe desde que la música es música!!
Ubicados en el departamento del New Wave; donde se metía todo aquello que echaba a perder las cuatro reglas de la música de siempre. Monochrome Set se confeccionaron a medida un extraño y desvariante universo, donde todo tenía cabida; desde lo oscuro a lo luminoso a su curiosa forma de vestir. Pasando por lo hortera, la pachanga o el glamour más vicioso por desenterrar ritmos pasajeros.
Los estilos pasaron, hasta de moda, pero la banda de Bid tanto si le daba por su segundo proyecto de SCARLET WELLS, o por volver a resucitar esos ahora todavía incomprendidos MONOCHROME SET. Nunca pasaron de moda, básicamente porque jamás lo estuvieron. Nunca tuvieron nada que perder, porque hay sonidos y actitudes que están por encima de modas regladas, o por eso de parecer correcto ante los ojos inquisidores de la norma.
Su carrera ha sido irregular como la que más. O eso, o desconcertante por su más absoluto nihilismo estilístico.
Pero el caso es, que cuando se ponen, se ponen. A mi parecer, hacedores de hits inmortales aunque a veces pierdan la brújula. En COSMONAUT no hay un solo pero. O eso, o Bid (Ganesh Senshadri) se ha empollado los mejores secretos del estirado de Lester Square. Sacado punta a su eléctrica TMS de toda la vida, cual alumno avezado preparado para iniciar el nuevo curso y recobrar el riveteado y florido ritmo que siempre nos perdió.
Probablemente esa dupla que desproveía su anterior disco, o regreso resucitado en regla, de su anterior disco. El cual carecía de esa inmediatez, salvo en algún tema contado. Tiene ahora un músculo capaz de humedecernos la mejilla, con esa lagrimilla de adolescente melancolía.
No hay más que perder la vista en un punto infinito, y ver como su carta de presentación -Cosmonaut- crece como la rociada espuma de puliuretano en el transcurso de sus cuatro minutos cuarenta y uno. Cambiante y metamórfica justo cuando a los dos minutos y quince, Lester frunce el ceño y la pone patas arriba.
“Suddely, Last Autumn” ensalzan esas tonadillas fronterizas que cruzan y mestizan las mil culturas coloniales, a un paso elevado donde el Rock&roll se encama con el Pop, las raíces orientales de su líder, y algo que ya inventaron ellos hace muchos años y nadie alcanza a definir con soltura. Lo funambulista del viejo órgano del transformista y escuálido John Paul Moran entra en escena en “Squirrel in a Hat” dando con el ingrediente sagrado que engrandece este fantástico postulado de acetato. Y acaba de producir ese curioso efecto cuando uno cae rendido ante un gran disco, y lo sabe.
Crees y esperas temeroso que el efecto se diluirá o todo es fruto de la ilusión ópticoemocional; nada más lejano. “Put in On the Altar” es la confirmación.
Un temazo expansivo de Pop elegante que... -y no lo vais a creer- es capaz de adrezar con ese Soulreggea que a mi, me es tremendamente familiar, y me recuerda a nosequé canción del del desaparecido Marley. Y quedarse intacta como una auténtica obra maestra de Pop de blanco satén engarzada en el disco. La mejor sin duda y una de mis preferidas por los recovecos de sus textos y su estructura en si.
“Tigress” coge aire en ese tono reflexivo que más que por estado de ánimo, transmite en sus cadencia la descarga de los años y esa vuelta a casa meditabunda. “Stick your Hand Up if you're Louche” podría ser un tema de Scarlet's Well, o una de aquel Dante?s Inferno del 90, pero mucho más creíble.
“Félé” otra de las grandes, recobra de nuevo esa soltura arty festiva, y es la que mejor ilustra el tono colectivo del disco. Donde letras, coros, cuerdas y teclados están tan en su sitio, que abruman.
“Kigfisher Blue” ajusta los bornes de ese western trepador que parecía marchitarse en anteriores entregas. Lo hace poético y hasta paradisíaco.
Con “Monkey Suitcase” vuelven a la carga con una bofetada carrillera de esas que suenan a oquedad. Y de la cual, uno es incorregible dejar escapar una mueca y tomar como un mal chiste a los The Last Shadow Puppets. Más todavía al echar atrás la memoria y recordar su farándula del último PS_2016.
El cierre y hasta pronto a cargo de “Lost in my Own Roon, Dreaming”. Ese tipo de canciones que los hace únicos, y capaces de engrandecer su alargada silueta con un estilo aún por descifrar. Seguramente porque independientemente de su estado de inspiración, The Monochrome Set se hicieron a si mismos en un puro estado de psicodelia inventiva, fuera de toda moda.
Kilimanjaro
es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar
caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber
qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne:
A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina,
entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando
los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato
terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente.
Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este
tiempo y al de otros pasados/futuros.
Cuando la
aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en
“Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección
del fin de los tiempos.
Exagero con
razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de
Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian
Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary
Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el
artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la
época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono
perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos
de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él
era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate,
Wilder, y la disolución dos años más tarde.
Una historia
veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien
fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado
athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos.
Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan
desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus
primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador
en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas
más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las
mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk
rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es
ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir
y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el
Kilimanjaro en la música de nuestros días.
Poner de
vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo
menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar
– cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo
de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de
veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con
amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo
día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea
de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te
ves ahora.
No se trata
de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han
marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando
no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga
refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es
cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la
música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle
en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso,
Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de
Liverpol.
Son
seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o
cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me
suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y
dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla
etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la
eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia
territorios más refinados y vanguardistas.
Llegados a
este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor
y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos
por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde
Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron
una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada.
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana,
concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una
perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta
trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada
por otros.
En sus doce
cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias
como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave...
etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no
sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk
taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un
concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la
música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no
había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de
dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres
años con un catálogo tan hiperactivo como impío.
Aquel disco
en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana
africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche
Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm
Drownin”:
Las
trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray
Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que
estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción
tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados
moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante
durante todo el disco.
Julian Cope
más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en
todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de
rebelión a golpe de marcha militar.
Años más
tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso
Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de
narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials
y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la
decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la
época, en una perfecta línea de flotación panorámica.
“Treason”
mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente
feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más
angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con
uno de los periodos más creativos de la escena alternativa
Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación
artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
“Suffocate”
es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su
propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema
igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con
claridad la situación de la Inglaterra de entonces.
Se
publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta
vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la
casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de
coleccionista extinguida y jamás reeditada.
Después
vendría “Reward”; su single de éxito por
antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar
los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del
oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora
personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde
hallar resquicios de escape.
Un ritmo de
Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul
psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo
siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el
grande (Gong, Strontium 90, The Affair)
Kilimanjaro
no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la
cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage
de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de
control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica
casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso
quizás ese halo remembrante al What does anything Mean?Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer &
Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey
primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue
el detonante de semejante cónclave.
La cara A
del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición
original- después vendría cambios legales de portada, reediciones
deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que
no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.
Volteando el
engendro aparece “Went Crazy”; puro funky.
Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan
Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera
la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de
Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
“Brave
Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por
antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis
preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de
la esencia de la banda:
Trepidante.
Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No
sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan
poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan
poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz
magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he
tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me
puede lo sé, y me catapulta.
“Sleeping
Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con
analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a
fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral,
es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente
con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope
parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada
de su paso por Crucial Three.
También la
grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my
Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete
de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor,
martilleante e implacable.
Una “Thief
of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo
hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más
trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David
Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes
esteparios y yermos africanos.
Por eso,
después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y
posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una
aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en
la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido
tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto
que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar
la grandeza de su desenlace.
Debe ser que
todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas
historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su
esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de
bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después
quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena
campeón.
Calentón al
margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles
de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo
donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más
grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo.
El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo;
así, en plan egoísta y Golum.
“Poppies
in the Field”; como decía al principio de la exposición.
Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar
en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su
publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen
motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por
decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no
quedaría bien?
De entre
todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar
sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e
inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a
escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede
percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del
monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente
balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años
más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría
publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida
buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están
sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.
Me gusta
especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar
esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera
casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk,
pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la
electrónica... y así hasta no acabar.
No me
refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y
razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje
casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró
perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no
acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical,
quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y
curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop
Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás
poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión
autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la
industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el
canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres
románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de
verdad duren un instante.
En cualquier
caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido
ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales
y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos
casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el
conocimiento por encima del éxito.
Kilimanjaro
eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas.
Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y
que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el
disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad
los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se
aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia
donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero
no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante
de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el
pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este,
son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros
que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado
tarde para descubrirlos.
De mi última
peregrinación el pasado Viernes 10 a los Jardines de Can Sumarro, a
raíz de la 13ª edición del Petit Format que organiza el mítico
Depo Club de L'Hospitalet. Debería, #en condicional, pues como
sabéis los que os pasáis por aquí, la premura y la puntualidad nos
son ninguna de mis virtudes. Haber publicado hace ya unos días, algo
parecido a una crónica ágil, detallada e incluso breve.
La
propagación sin embargo, de eso que por aquí llaman xafogor
y sus consecuencias #ese líquido untuoso y pegajoso que nos adhiere
al sofá, como los mocos a los dedos. Ha hecho que aquí, el menda
lerenda. Dedicase todo el fin de semana a ver pasar el minutero, como
quien se encanta con esa mosca circundando alrededor de la lámpara.
No me justifico no, si acaso me proclamo con orgullo y vehemencia,
poco dado a las obligaciones. E incluso aplicado en eso de gestionar
la energía; la que dicen provoca el sudor y el calentamiento global,
esa.
En
contrapartida os compensaré. Y aprovecharé para explayarme con uno
de los discos que mejor ilustra y justifica mi tan constante decúbito
supino: La vuelta a casa de Fernando Alfaro y su humeante SAINT-MALO.
Se que suena
a excusa, de verdad. Pero sospecho que la dichosa crónica con tintes
en un telegrama -stop- donde las inclemencias climatológicas,
el gentío y mis manías -stop- acabarán llevándose un
protagonismo que no se merecen -stop-.
Y no es que
la distancia de mi casa al sarao sea el primer de los escollos; con
tal de escaparme de este agujero que es mi pueblo, lo que sea: Tener
que ponerme en manos de un artilugio para que me guíe, pues si me
llevan de la mano jamás memorizo el camino. Comerme un tentempié
mientras manejo para no caer en desmallo. Y llegar a las nueve
tocadas, para comprobar que los horarios de la web se los han pasado
por los webs. (Constatar que el motivo principal de mi peregrinación
está empezado o casi concluso) #eso, lo dejo entre paréntesis para
dar constancia de mi berrinche sin necesidad de montar un numerito. Y
bueno qué, los momentos son por así decirlo: como trozos que de
prestado nos da la vida, se comen o se dejan; como las lentejas. Así
que sin más, sorteando con movimientos camaleónicos al personal y
dando fe del popular dicho: “tienes más peligro que un escalón
de Can Sumarro”. Me acerqué para devorar los cuatro últimos
temas de Fernando.
Visto con
los verdes focos que lo iluminaban mientras tocaba un tema de su
último trabajo, guitarra al ristre. Pensé por un momento que se
había aparecido allí, todo pintado de verde: cara, brazos,
camisa... Sonó Fuerte y cualquier disgusto se disipó, así
es, era el Increíble Hulk; más domado, pero igual de lúcido
que siempre. Un bocado de esos que te dejan con la miel en los
labios; que se le va a hacer.
La suerte es
que salir y despejarse no solo vive de conciertos, también de ver,
charlar y conocer gente; una cuenta pendiente que tengo desde chico y
mi insufrible autismo infantil. Volver a ver a la autora perdida de
Music Rules Our World, Marta, y saber de su vida. Cosas que
uno hace cada vez más de tarde en tarde, que te conectan y
desconectan, y que como pasajeros de un tren nos hace variar de
itinerarios.
En cualquier
caso la vida pasa a toda velocidad, y no es cuestión querer detener
el tiempo por más que nos aferramos.
Nos hacemos
grandes como Fernando Alfaro y sus canciones. Al fin y al cabo hemos
envejecido con ellas, y eso mola. Sí mola. Justo el adjetivo que
merece.
Empezaron al
rato LA BIEN QUERIDA; otra artista que me tiene robado el corazón. Y
yo, más pendiente de Fernando recogiendo sus bártulos, que de Ana
Fernández (la Bilbaina) y David Rodrigez (el catalán) de Beef y La
Estrella de David. Un set semiacústico por así decirlo, donde la
voz Ana fue la dominante por encima de cualquier instrumentación
posible. Va sobrada, y aunque sus canciones de despecho no nos dejen
bien parados, nos atraen como la mantis al lecho conyugal: Un
masoquismo visceral que nos atrapa en una tela de araña con aires de
andamiaje funcional y práctico. Lo justo para armar una estructura
musical por donde se filtran corrientes que beben del romancero más
folklórico, como del pop sesentero a lo Jane Birkin o el de
Jeanette. Un disco, el de “Premeditación, alevosía y
Nocturnidad/2015” que aún perdiendo ese punto más bailable y
arrabalero de “Ceremonia/2011”, parece haber sido
confeccionado para escucharlo con más atención y profundidad.
En clave
acústica la verdad es que funcionó bastante bien, pues la carcasa
al desnudo de sus canciones en realidad son puro Pop de autor. Luego
están las bases electrónicas tan bien gestionadas por David, que
aunque en directo le jugasen alguna mala pasada, lo solventaron con
bastante honor.
Son
canciones que pueden enfocarse de mil maneras y eso pasa
principalmente porque Ana domina su medio -la voz- de manera
impecable; algo siesa, pero siempre con el tono adecuado.
Muchos descarriados por allí que preguntaban de quien se trataba. Y
es que canciones como “De momento Abril”. “9.6”, “Luna
Nueva” o “Muero de Amor” son de aquellas que
irradian un tono electropop naiff que bien podrían beber del
folklore más tradicional de nuestro país.
Acabado el
set de La Bien Querida, y con el manto casi bucólico de su
tonadillas más acústicas flotando todavía en el atardecer.
Cuando la
luz se echaba ya a dormir. Y las criaturas de la noche (mosquitos,
moscones y moscardones) zumban que te zumban hasta adherirse a la
peguntosa piel. Para qué maldecir el clima, si ahí están los
saciantes mojitos del Depo -eso si les hizo ganar puntos- hay que
reconocerlo. Tanto, que junto a las deliciosas viandas que preparaban
en una rulotte próxima, vimos con más lucidez que el cambio de
programación, tenía hasta su lógica.
Saltaron
sobre el escenario AMATRIA, y pese a no ser santos de mi devoción en
momentos puntuales. Cuando despliegan ese sonidero de ritmos Funk,
Eurodisco y zangolotinos. A uno no le queda más remedio que bailar.
Tengo que
admitir que una banda puede no gustarte desde la perspectiva
estilística, prensada y editada. Pero pueden tener mucha actitud
sobre el escenario, saber venderse, dar una vuelta más de tuerca a
su sonido, y acabar rendido a sus pies; da igual si son las
situaciones las que lo precisan.
Pues eso,
que a mi plim. Si me hacen bailar y disfrutar, lo demás son neuras
para guardar las formas, y que hablen...
SAINT-MALO
de ALFARO FERNANDO
Quince días
más tarde, ahí queda ya a lo lejos ese vano recuerdo de ahogarte en
tu propio sudor. De ver a la chiquellería corretear y hacer el pino
a medias mientras te ahogas en tu humo. De calarte los dientes con el
hielo picado y la menta, y de ver a Fernando hacer la fila para
cenar, como los demás.
Ese recuerdo
brumoso y neblinoso como esa humedad que emerge junto a la costa cada
mañana, es ahora hasta más intenso incluso. Fue esa misma sensación
de la eyaculación precoz #sentir el subidón a la vez que la
frustración.
Una rara
disonancia entre el deseo y el guarda para mañana. Con la única
esperanza de que en Octubre pasee con banda este esperado trabajo y
yo tenga mejor suerte; no queda otra. De mientras... las escuchas se
suceden. No he necesitado muchas la verdad. La primera fue vía
streaming y fue un pálpito, aunque no suelo dejarme llevar demasiado
por las primeras impresiones; prefiero echar pulsos con sucesivas
audiciones.
Pero sería
de tontos, no admitir que tras aquel último concierto/regreso de
Chucho; ese mismo que hace más de año y medio me giró del revés,
me rajó, me cosió, me pespunteó y me sumió en un largo sueño de
12 días. La idea de volver a ver entrar en el estudio a la banda, no
se nos pasó a más de uno por la cabeza. Fue un poco de todo: El
tema nuevo al cabo de nueve años “Motor de Perro Negro”,
ver sobre un escenario a la banda al completo, el cincelado rudo y
amable a la vez de todo el temario... Como un aliento de sepulcro
casi fantasmal. Y verlos ahí, mejor incluso que las cuatro veces
anteriores.
Son ese tipo
de bendiciones a las que uno se agarra cuando nada te compensa.
Egoísta puede... mejor así.
Digerir las
distintas transfiguraciones de Fernando and Co. Como justas
evoluciones naturales de la vida y de uno mismo, o las zanjas que
vamos tapando por el camino. Quizás sea lo más justo, sin entrar
por supuesto en detalles y análisis de forense musical.
La cosa es
que después de aceptar “La Vida es Extraña y Rara/2011”,
como un disco despellejado, desnudo y cuarteado #Un disco donde las
metáforas empíricas que con Surfin' Bichos y Chucho nos alucinaron,
parece que se van un poco al garete.
Aquí todo
es realidad. De la que se toca, incluso diría más. De la que tal y
como hemos madurado con la edad, nos hace más cómplices y hasta
protagonistas - Que ya no semos unos niños!!Saint-Malo es
como una necesaria resurrección tras unos años de
autoenjuiciamiento. Algo así como someterse a un jurado; el de uno
propio, que es el más chungo, y superar un mar de dudas a nado y sin
bombona de oxígeno.
El caso es
que Fernando Alfaro ha salido reforzado. Y me atrevería a decir sin
excederme, que es uno de sus mejores trabajos en años; sin
subestimar en absoluto el resto. Y en esto no me voy a andar por las
ramas y voy a ser franco:
Me parecen
por encima de estilos, sonido o texturas las suyas. Unas de las
letras más ágiles, directas sin por ello andar escasas de poesía;
y refrescantes sobretodo. No las voy a comparar con nada de lo
anterior. Si acaso voy a pensar que coge lo mejor de cada época: Lo
periférico y subterráneo de Surfin' Bichos, lo sugerente e
imaginario de Chucho, y lo autobiográfico de su última etapa. Un
disco rebosante de Pop inocentemente feliz, donde lo trágico,
melancólico y contemplativo se entrelaza. Dando algo que sin saber
bien que es, te acaba dejando un muy buen cuerpo.
Sin
estridencias ni las aristas de otros trabajos. Aquí cada cosa suena
en su sitio, y con una mesura que hasta diría yo que reconforta y
estimula. Lo cual no significa que al escucharlo uno no intente
buscar conexiones con el pasado; que las hay.
Pero lo
cierto y más agradecido, es que tampoco lo necesita; si lo que
queremos es disfrutar de él. No sé, es como el hermano mayor que se
fue de casa bien joven, y regresa al cabo de los años con un
semblante que se te antoja rejuvenecido pese haber envejecido; ¿me
explico?
SAINT_MALO
llega en un momento idóneo. Salvador de estos calores que te hunden
hasta el fondo de la tierra, buscando humedad, como las raíces. Y
nos muestra a un Fernando plácido, contemplativo y aliviado.
Son puede,
esas instrumentaciones y voces que se mecen como una vela latina en
las corrientes de la costa. Tiene ese aire mediterráneo en cada
nota, en las sensaciones que transpira y en el lenguaje de Fernando,
mucho más natural y palpable. Se escucha como una travesía
cotidiana empujada por la brisa y la marejadilla en plácidos
subeybaja. Y desde el primer segundo, cuando echa a rodar “Velero”,
sale a flote un efecto liberador que nos acompaña en todo el
trayecto.
“Saariselká
Stroll” con constantes viajes a la infancia palpitante de quien
no arrastra demasiado equipaje, o “Tempus Fugit”:
Trabalenguas de automatismos que no se explican ni se entienden, pero
que a los seguidores de Fernando nos hacen ya de criptogramas que se
resuelven al vuelo. La verdad es que con los años, los textos del
Albaceteño son cada vez más translúcidos.
Esos tempos
contemplativos a los que me refiero, cuando la escucha bien vale
salivar, amasar y deglutir. Un arranque donde el balcón marino de
Barcelona; su actual residencia. Parece haberle aportado un sentido
más diáfano de la vida que se pasa. El Pop omnipresente en esas
canciones o en otras como “Bonita fiesta”, se torna
crepuscular cuando llega “Me hiere, no me hiere”. Y es
verdad, tiene un ritmo parecido al de una historia o incluso al de
una vida con sus fases lunares definidas y otras con degradados.
Las
intersecciones se suceden, veloces. Suenan pequeños himnos de
bolsillo como “Arrancando las vías” para que a nadie se
nos olvide que la prosa de Surfin' Bichos sigue indemne. Con “El
Ascensor de Herodes” los claros de pop juguetón se alternan
con las sombras del arbolado. Aquí vuelve de nuevo esa métrica tan
familiar a golpe de impulso ventricular. Letras de una agilidad y
brillantez onomatopéyica tan musical, que en verdad, la música tan
permeable a las últimas colaboraciones con Joe Crepúsculo, acaba
sonando prácticamente testimonial. De echo, es una de los grandes
aciertos de este disco.
“Pijama
de Fantasma” y “La Luna Aplastada” son dos de las
gemas de este trabajo; mis preferidas sin duda. Ese tipo de canciones
que definen un día cualquiera, y que nos rememoran épocas donde la
música salvaba vidas a la deriva. “La Edad Media” apuntilla el
oscurantismo que sin embargo a todos nos da luz; toda una autopsia
confesional que asusta.
Y que bueno
el susto, nos revive y sobrecarga. Un poco cruel, porque no decirlo.
Saint-Malo asciende a los cielos lentamente con pequeñas monodosis,
nos alza y nos lanza al vacío siempre con bastante delicadeza; como
para no hacernos daño. Pero las despedidas ya se sabe, son crueles y
por lentas no menos dolorosas. “La Eternidad” la define
así: hasta que la muerte nos separe. De novios con actos y
entreactos que dosifican esta relación que nos une por las tripas,
pero también por el corazón.
“Eso
fue todo” suena a luces encendidas y a shock de despedida.
Acaba la orquesta con un redoble, aplausos y el batiburrillo de
público y camareros blandiendo retirada vasos, botellas y
cigarrillos.
Y cuando te
vas a casa, solo normalmente. Por el camino rememoras y ordenas,
nunca lo suficientemente. Para eso está la certeza de que nunca será
igual, y también la magia del asunto.
El hombre de
los dedos largos esta sentado en el sofá. Frente a él, una gran
pantalla apagada. Se levanta de tanto en tanto, pero casi siempre
sin apenas susurrar, no se le siente, solo hay que escuchar. La
enciende puntualmente bien temprano solo para oír el parte del
tiempo: Tempestades en el Pacífico, vientos alisios en los
archipiélagos, calima en las planicies... O ver las incidencias del
tráfico en las avenidas y circunvalaciones de la gran ciudad. El
agitador estruendo del colapso, y el desfile de sus conciudadanos por
las líneas de producción con nombre de celebridades.
Desde su
bunker de Tokio, todo lo maneja desde su atril sin tener que
socializar demasiado. Son dedos largos, ágiles y ociosos solo cuando
lo precisa; esta vez desde hacía seis años. Jim O Rourke,
convirtiendo a ese joven Irlandés de vivos ojos claros, en un tipo
esquivo tras su poblada barba y su gorro de Rey Pescador: Graba, y
desaparece tal como vino; sin demasiado ruido. Sus discos no aparecen
en las aplicaciones streaming más populares, y su discografía tan
variopinta y “difícil”, como inabarcable.
Son pocas
las veces que escribo, sobre un disco todavía humeante en la bandeja
de recomendaciones mensuales del blog. Pero esta vez, y aun con la
certeza de ser poco docto en la carrera de este inquieto alquimista
musical. Su último trabajo de una serie bien larga de formulaciones,
quimicefas y experimentos sonoros varios -SIMPLE SONGS- Me
ha entrado en vena fulminando cualquier atisbo de escapatoria. Una
emboscada en toda regla como diríamos.
Un disco
largamente meditado tras un dilatado silencio. Lo suficiente para
que, si había alguien que lo esperase en el chaflán de al lado,
haya marchado por impaciencia. Y que sin embargo, ejerce de un
magnético reclamo caleidoscópico, sobre los que como yo, poco o
nada han profundizado en las diabluras de este atípico ex Sonic
Youth.
Su título
suena a chiste fácil, o no. Si lo comparamos de una banda, con su
faceta más experimental, cinéfila o corporativa. O si por el
contrario, nos invita a husmear en otros más accesibles como:
Eureka/1999, o Insignificance/2001; (o todo lo que ha
publicado bajo el paraguas de Drag City, su faceta más pop). Pues
bien, Simple Songs no es exactamente ni una cosa ni otra. Dedos
largos Jimmy se ha rodeado de músicos locales -en este caso
Japoneses- con la serie de prejuicios y sospechas que esto pueda
acarrear. Y nos ha dejado de nuevas ahí, perdidos entre la espesura
selvática de sus composiciones.
Habrá quien
considere lícito armarse con un machete bien afilado, para
adentrarse entre madreselvas, lianas y Marapuamas. Sin embargo, entre
bocado y bocado de revitalizante afrodisíaco. Son batería y piano
quien como tambores parlantes, marcaran de ahora en adelante el
compás de casi todo el disco. Aquí es donde Yamamoto Tatsuhisa
a la batería y Ishibashi Eiko al piano, se convierten en el
eje argumental de la obra; hasta nueve músicos acompañan a Rourke.
Y no crean que es un mero ejercicio de autocomplacencia donde músico,
productor y titiritero, mueven los hilos a su antojo y chim púm, no.
Aquí, aun sabiendo del exhausto control que ejerce el autor sobre
la idea de su obra y como tiene que sonar. Es dejar girar el disco, y
desde el primer acorde empezar a transpirar efluvios con mucha mucha
alma.
Discos como
este, que como un ente orgánico parecen estar dotados de vida
propia; al margen de la que el artista le da. De esos a los que uno
le puede pegar la oreja cientos de veces, y cada escucha sentirlos
mutar y tomar su propio camino; como la yedra remontando las tapias.
Simple Songs
tiene mucho de eso. Sobretodo porque emana una impronta Jazzística
de ultramar por los cuatro costados; aunque de manera totalmente
libre. En “Friends for Benefits” se nota claramente o en
“That Weekend” también, incluso cuando de repente parece
virar hacia el progresivo de los 70. Después están los arreglos
instrumentales que son una delicia, tan exóticos como exquisitos.
Puede ser
tan raro como excitante para algunos. Para mi lo segundo. Porque me
encanta no seguir un camino previsible en los discos que escucho. Me
vienen así de repente a la cabeza Jethro Tull, esa parte de varieté
que nos dieron en sus momentos más memorables los Beatles cuando
suena luminosa “Half Life Crisis”, Blue Nile y si se
quiere es destello de cantautor a lo Randy Newman. Son muchas cosas
las que se me viene a la cabeza, pero simplificando y buscando un
claro entre tanta parábola, a mi me suena a Art Rock. Entendiendo el
Art Rock como algo que abarca muchos estilos, pero que yo entiendo
como una filosofía.
Algo que me
llama especialmente la atención. Y que quizás resida tan solo, en
esa magistral forma de orquestar tantas capas sonoras sin que ninguna
quede pisoteada o se sofoquen las unas a las otras.
Así sucede
por pura magia. O simplemente, porque Jim O'Rourke es un genio capaz
de dominar el tiempo, el mensaje de sus obras como capítulos, o
pequeñas sinfonías de bolsillo. La épica comedida de “Hotel
Blue” por ejemplo, que ejerce un efecto de largo suspiro tan
terriblemente melancólica. O cuando se detiene a desentrañar sus
propios misterios; en la bucólica “These Hands” habla de
cosas muy reales.
Vuelve a
levantar el vuelo con “Last Year” de Jazz voluble y
contorsionista. Las cuerdas de los violines suenan y se retuercen con
los platillos, el piano entra en el momento preciso... y revienta;
genial. Suena “End of the Road” como un pequeño ocaso y
su tarde en deceso, para que suenen los arreglos de cuerdas más
sublimes que he escuchado en largo tiempo. Para acabar con júbilo
“All Your Love” y maldecir lo corto e infeccioso que se
hacen los ocho cortes de este disco.
Una obra
mayúscula para saborear a pequeños sorbos, dejarse llevar por las
mareas cambiantes, que desde la penumbra maneja este hombre. Y
zambullirse de cabeza en los remolinos que cual Nereidas, tejen de
manera tan reconfortante el elenco de músicos que acompañan a este
Irlandés errante. Un disco imprescindible e irrepetible.
He decidido
reducir mi expresión al mínimo gesto: arquear las cejas cuando
debería saludar efusivamente, y respirar bien hondo cuando intentan
adelantarme por la derecha. Por más que avive la marcha, siempre hay
alguien que quiere ir más deprisa. Y yo, yo he echado el ancla por
siempre. No creáis que de forma premeditada, más diría yo como una
consecuencia, que como un propósito.
Al principio
me preocupé. Desde que por Marzo me puse a mis labores -que no son
otras que sudar y flexionar las piernas más de lo que mi rodillas me
permiten- no he logrado hilvanar un solo texto sin caer en la
cabezada sempiterna. Veo como me rebasan esas novedades con forma de
vehículos, y ya ni acelero el paso, para qué. Algunas me las
encuentro en mi camino mientras miro las balconadas repletas de
claveles en flor, y las piso como excrementos de chucho.
Encantado
ando sometiendo mi cuerpo a continuos análisis hasta que algo me
llama la atención; hay por suerte mierdas que huelen, bien a rosas o
a wisteria. Destellos de luz a media tarde que salen a tu paso, y
ahí está: la canción, el momento, la neuronas que se interconectan
haciendo nudos marineros con la melodía y mis epiteliales
revoltosas, bulliciosas ellas juntas y en melé.
Es como un
estado, si señor. Ni es por estilo, cadencia o simpatía. Sino como
un vaivén que te lleva un poco en volandas hacia donde solo sepa
dios. Por supuesto siempre hay un culpable, nada es casual. No se te
aparece la virgen a los pies de tu cama para anunciarte la llegada
del mesías musical, o por inspiración divina. Las canciones como
esporas volanderas en primavera, también tienen sus mensajeros,
nuncios o trajineros. Y para el caso, el trabajo de debut de KEVIN
MORBY (Harlen River/2013), y más concretamente “Wild Side (On
the Places you'll Go)” hizo lo propio.
La
circunstancia de que esta pasada semana se estableciese la Primavera
Musical en mi capitalina colindante. Que el ex y fundador de WOODS
tocara ahí. Y que claro, quien aquí firma se haya quedado sin
probar bocado de tan suculenta propuesta. Puede, que no digo es, uno,
agudizando lo que es el oído y gusto medio a regañadientes, se tire
como un bicho de presa sobre la primera tonadilla que le parta el
corazón. Y fue así, como os lo cuento: El que intercedió entre la
mirada perdida de borrego que se le queda a uno, cuando el blanco, es
el que tinta neuronas y reflejos. Las bolsas, sí, las de los ojos.
Esas que tanto pesan en horas de sueño perdidas, como en un lastre
descomunal que doblega párpados, y un nombre/hombre #Genís
(bloguero perdido en el tiempo).
Sí joder,
hay que dar nombres leche!! bien sea porque aun despotricando, el
Primavera Sound, casi siempre nos recurre a nombres con los que
decorar balcones. Justo ahora que el sol ha establecido residencia.
Kevin se mete en mi cerebro
El de Kevin
Morby me poseyó de camino a casa una de esas noches de Jueves, donde
alcohol, tanino y magia nocturna hacen de las suyas.
De esos
viajes hacia casa de no más de 20 minutos, nacen grandes discos. A
partir de ahí, nunca vuelven a sonar lo mismo; y espero no sea este
un efecto del alcohol. Pero lo siento, me puede el efecto de la
noche, la ciudad con sus luces y el volante, a la hora de sumergirme
hasta las orejas en un nuevo disco. No necesariamente de este año.
En lo que
llevamos del mismo, todavía no hay novedad que me haya despertado la
más mínima pasión desatada. Si que los hay para subsistir
musicalmente hablando. Cosas que me permiten no desnutrirme de música
y mantener las constantes en vilo. Pero solo eso, entretenimientos
para matar el gusanillo. Mientras, todavía me dejo sorprender por
trabajos pasados, como el de este joven Tejano afincado en Nueva
York; la ciudad que nunca duerme.
Su trabajo
de debut, datado en el 2013, es de aquellos que destacan entre tanta
medianía, por su sinceridad ingénita.
Un debut el
suyo, que reunía en un manojo, todas las vivencias de un paisano en
la gran ciudad: Con toda esa melancolía que empapa cada una de las
canciones/boceto de este escueto trabajo (8 canciones como 8 soles).
Y que por raro que parezca. Tiene de manera fortuita y sintomática,
más conexiones con su ciudad natal que con cualquier decorado de la
gran metrópolis.
Salvo en la
oscura, críptica e hipnótica “Harlen River”; tercer
corte del disco. El resto de las composiciones se debaten entre la
añoranza y la ruptura con un pasado no muy lejano. Si nos ceñimos a
su despegue, “Miles, Miles, Miles”, seguramente y cerrando
los ojos podamos trasladarnos a los sesenta, con su amargura y
felicidad impostada. Algunos verán a Leonard Cohen ahí detrás.
Pero es evidente que tras esos ocho cortes hay algo mucho más
potente que una mera fachada. Esos rasgos que solo ocurren en
aquellos discos que se generan de manera espontánea, y como
consecuencia de una acción puramente redentora.
Con WOODS,
Kevin Morby llegó a publicar acompañando con su bajo cuatro
trabajos hasta el 2012. Los más desnudos, primitivos y seguramente
los más auténticos de su estirada carrera. Tienen más por
sintonía o filosofía, retirada con lo que hizo en este primer
trabajo en solitario; creo.
De aquellos
discos posiblemente ahora, no encontremos ni su sombra. Como tampoco
la encontraremos en la última entrega de Kevin. Donde ambición y
objetivos, pierden con ligereza, ese ingrediente secreto -llamémosle
X- Que hace que esas primeras ejecuciones nacieran verdaderas,
honestas, naturales y salvajes.
Si tuviera
que elegir. En ese proceso de mutación hacia el cantautor
contemporáneo solitario que se nos antoja ahora. Me quedaría sin
duda con los dos discos de The Babies: Ese puente colgante y
desvencijado con el divertimento como consigna, que le supuso conocer
a Justin Sullivan, Cassie Ramone (Vivian Girls) y su productor Rob
Barbato, en su inventiva vida. Y que así, de un plumazo, parieron
dos discos muy grandes entre el PopPunk y el PowerPop de aftersun.
A pesar de
caminos paralelos que se entrecruzan en cambios de vía, rotondas y
bulevares, Harlen River sabe como detener el tiempo. Pongamos por
caso Nueva York, o cualquier lugar recóndito donde se desangren
nuestros recuerdos. La perspectiva, el desenfoque o la lejanía está
ahí; miopía memorabílica en constante fluctuación.
Sabe poner
soles en lo alto del mirador cuando lo precisa, con la juguetona
““Wild Side (On the Places you'll Go)”; tan luminiscente
ella. Recostarse y coser pasado con presnte, en “If You Leave
and If You Marry” rodeando con halos iridiscentes el altivo
astro.
Y pellizcar
de parentescos nuestro recuerdo a veces pasajero, en ocasiones
placentero. Tremenda “Slow Train”, Nico, Lou, Dean...
Nombres que gustan por acento y rasgos marcados. Porque nos empujan a
estados de azules, como también lo hace “Sucker in the Void
(The Lone Mile)”. Una especie de tristeza masoquista que se
acentúa y cronifica con el paso de los años. Y que a los que
gustamos de esos estados de vejez marchita. Nos obliga a revivir y a
deshacer una y otra vez caminos, camas y oportunidades a menudo
perdidas.
Harlen River
es un disco que se disfruta a gusto, entornando los ojos quizás. Y
las canciones que lo componen, por supuesto, hacen bien de somier, de
muelle y de resorte. Todo, como un viaje temporal confortable y
evocador. Sus referencias musicales... (Lou Reed, Jonathan Richman,
Mountain Goats, Michael Hurley, Neil Young o Dylan, suficientes para
dedicarle un minuto.
Aquí tocan:
Kevin
Morby a las voces y las guitarras
Justin
Sullivan con las baquetas
Dan Lead
guitarras y slide
Will
Canzoneri bajo, órgano y xilófono
Tin
Presley con el bajo el Miles Miles y la armónica
Lo daban ya
por muerto. Y aunque sus constantes se hallaban intactas fruto del
incansable trabajo de máquinas, bombas y válvulas. En la habitación
se había hecho el silencio desde hace semanas, tan solo quebrado por
rumor acompasado y rítmico de los bombeos: Aire, plasma y goteos que
como la gota malaya, marcaban el minutero tortuoso de la
descomposición anual. Ya nadie venía por allí, salvo los
enfermeros para cambiarlo de posición, airear y perfumar la
habitación.
Al 2014 el
páter le estaba dando la extremaunción, cuando él -igual que una
bella durmiente- seguía sin dejar de tener esos mismos sueños
pálidos que lo desperezaron a principios de Enero. Ni tratamiento
alguno que funcionase, reanimaciones o inyecciones de naxolona que
provocaran el milagroso alzamiento al tercer día. Por muchas
invocaciones en el velatorio; de aquellos que se aferraban con
insistencia al filo del cambio anual. Los médicos y expertos ya
habían firmado la defunción, e nventariado su historial de éxitos y
fracasos, certificando su muerte.
Solo fue
cuando de camino a la morgue por largos, angostos y fríos pasillos,
el chirriar de las ruedas de la camilla produjo el sortilegio:
ñiiiiic, ñaaaac, ñiiiiic, ñaaaac... sonaba, se repetía, y
rebotaba contra las paredes metálicas y las pantallas de
fluorescentes que se sucedían una tras otra.
Una
evocación sonora electrificante, la que le recorrió el yaciente
cuerpo, y se le movió un dedo gordo del pie. Sí, fue primero el
dedo, después un músculo simpático del isquiotidial, los glúteos
se apretaron tersos y firmes... Y justo cuando el celador se disponía
a introducirlo en el nicho del depósito. Se incorporó como un
vendaval, y ni el porrazo que se infringió en la cabeza con el
soporte de acero de la deslizante camilla, le impidió saltar como u
resorte y ponerse a bailar.
Sí amigos,
el 2014 está vivito y coleando. Salió aquella mañana corriendo
pasillo abajo en pelotas picadas, como alma que lleva el diablo. Y
todavía lo siguen buscando sin poder archivar su historial ni
hacerle una mala misa con la que ventilarlo. Dicen los enfermos y el
turno de noche, que cuando se hace el silencio en las plantas y
suenan los timbres de las habitaciones. Se oye un redoble de batería,
dos guitarrazos y un alarido -yiaaaayo!!- más propio del
Higway to Hell que de cualquier otro lamento imaginable.
Me quedan horas para volver al tajo y estoy en pleno subidón de
endorfinas: No sé si por el canguelo y la incertidumbre de volver a
hacer “vida normal”. O porque son tantos y tan vigorosos
los estímulos musicales de estos días, que no puedo por más que
seguir soltando lastre. Sí, es así, igual para más adelante daré
cuenta de lo que se ha publicado este 2015. Pero mientras tanto, hay
tanta chicha que desmigar del pasado año, que no me puedo resistir a
compartirla.
Puede que
dejado llevar por la euforia, quien sabe. O porque la mayoría viene
dada por ese ojo escrutador que tengo de: amigos, conocidos, o
cualquier resquicio de infecciosa melodía con la que expandir la
pandemia. Pero como la música es una de las mejores putas
divinidades que nos ha dado el género humano. Y por más que todos
queramos atribuirnos su patria potestad, su custodia o su jugosa
herencia. Ella es libre, libre como lo es el boca/oreja, el
correveidile, o las melodías que permanecen en suspensión.
La cosa está
en que desde que diera inicio este escueto mes de Febrero, no hay un
solo día que no me administre mi medicina. Apañao como una maleta grande y obediente como
soy, cuando no son los LVL UP y su desaliñado trote socarrón, son
los arañazos guitarreros de DESESPERATE JOURNALIST los que me
provocan escalofríos en la espalda. Y cuando la duda me ataca, pues
THE DELPHINES: Sus cosquilleantes guitarras , las cacofonías vocales
que giran orbitando sobre la mia testa, o sus combulsos rítmos que me zarandean sin piedad.
LVL
UP/HOODWIK'D (dbldblwhmmy records)_2014
A esta joven
banda de Nueva York a la que llegué gracias a Marc Grau. Le debo el
primer empujón con el que desempolvar algunas de mis más devotas
aficiones musicales: aquellas que por determinados estados de ánimo,
se acaban olvidando bajo el inevitable peso del estado letárgico
invernal.
El suyo es
un disco rebosante de esa misma idiosincrasia juvenil que se masca en
las quince canciones de su primer largo: Un trabajo espontáneo,
despreocupado en raros inventos con los que enmascarar su esencia
natural, y con esa guasa de quien solo ejerce de mero vehículo
emocional. Canciones que suenan tal y como deben; sin artificios ni
disfraces. Además saben sin proponérselo (o así lo parece),
bascular entre lo más inmediato del pop: el acaramelado, el
pedregoso o el más profundo; sin parecer nada pretenciosos. Siempre
con ese candor despreocupado de baja fidelidad y acuestas de esos
bajos distorsionados o guitarras equilibristas que nos enseñaron
Superchunk, Dinosaur Jr, Pavement o los Guided by Voices. Eso sí, pero con un
brillo más popero y menos abigarrado.
Escuchando
“I feel Ok”, “Ski Vacation” o “If Leave”
se desprende ese evocador perfume setentero de las melodías poco
cocinadas, frágiles... Rebobinamos hasta el inicio, y son “Angel
from Space” o “Annie's a Witch” como pequeños
extractos de no más de dos minutos, que nos inoculan la dosis
adecuada; precisa, sintetizada y de rápida absorción. Pequeños
aguijonazos que juguetean por nuestro flujo sanguíneo. Subidas y
bajadas de presión, toboganes, montañas rusas... Hoodwink'd no
aburre pese a la monotonal voz de Dave Benton. Y su historias de
desengaños, perdedores y dilemas emocionales que tanto nos recuerdan
a Wedding Present, y que emergen en “Total Loss” como
caricias a contrapelo. O cuando despegando en perfectos hits “Soft
Power”, vuelven a descender para recostarse perezosos en “I
Feel Extra-natural”. Para volver a ascender con “Primordial
Heat”; bocado en la yugular y desangre.
LVL UP
carecen de la presión argumental con la que justificar ciertas
actitudes ninguneadas por las tendencias, y se nota. Sus canciones
ganan peso a cada escucha, avivan la llaman incandescente del Pop de
guitarras: inmortal, desaliñado, rejuvenecedor, y primordial.
DESPERATE
JOURNALIST/ÍDEM (Fierce Panda)
Alabado sea
Pentecostés!! Con la de años que he pasado en ayuno de Pop
guitarrero sustancioso!!.
No seré yo
quien deje de reconocer, que a veces uno se deja llevar por esa
búsqueda inconsciente de viejos ídolos: sonidos que te seducen por
cierta familiaridad, porque te recuerdan a... o por aquello de no
renunciar a pasados veinteañeros. Con lo pejiguera que llego a ser
con los años, me jode tanto escuchar bandas que intentan emular
malamente y sin personalidad, a sonidos enaltecidos de tu pasado.
Como aquellas que lo esquivan o lo hacen, pero no lo admiten, e
incluso lo quieren adulterar con experimentos gaseosos.
Pues mira tu
por donde y tras tantos años de travesía por el desierto; salvo
algún pequeño oasis en forma de Popguns, Allo Darlin', Eternal
Summers... etc. Y algún que otro desengaño diluido. A tenido que
ser en brazos de un viejo amigo, al que he maltratado y criticado con
recomendaciones miles. Quien me ha recetado semejante banda
Londinense.
Y mira que
no hay peor afrenta que la de caer bajo los influjos de cómplices y
colegas. Sobretodo para el que ejerce por tradición de buhonero
musical; aunque nos cueste admitirlo #modo sarcasmo. Pero que
narices!! -Pues no esta uno poco a gusto ahí retrepado observando
con desconfianza, para que zas!! se acabe hipnotizado por efluvios
tantas veces desdeñados.
A Desperate
Journalist hay que escucharlos en la distancia de su impetuoso y
estridente arranque: “Control” ya de entrada nos descubre
unas guitarras contorsionadas de brillante factura. Su parada al
rescoldo de los primeros U2 de Boy/October o porque no, al de los
Diesel Park West en su segundo corte “O”. Hasta llegar a
“Cristina”, uno de sus primeros avales que admito, pueden
tener alguna sintonía y ciertos parentescos vocales con Morrissey y
Savages; no lo niego. Aunque yo tenga más en mente a Gene o a The
Organ cuando los escucho. De cualquier forma benditas sean todas esas
referencias.
En cualquier
caso no es hasta llegar a “Hesitate”, cuando al perder
pistonada suenan mucho más orgánicos, líricos y si se quiere
afables. Hablamos de Pop de guitarras energizantes. Latigazos que nos
trasladan a un pasado de arreglos barrocos no exentos de oscuridad, y
tan resplandecientes a la vez. Desesperate Journalist tienen ese algo
que echo de menos en otras tantas bandas ahora.
Y es que
que siendo discípulas de ese mismo sonido entre el Postpunk y el Pop
chirriante. La mayoría inciden en los mismos referentes, olvidándose
a veces de las canciones, del descaro a sonar sin miedo; y la cosa a
veces cansa. Por dios, que no sé yo ese empeño de las corrientes
modernas, de darle vueltas al tornillo en la misma dirección hasta
pasarlo de rosca. ¿Tan difícil y pecaminoso es sacarle punta a las
guitarras y hacer melodías de siempre? “Remainder”,
“Heartbeats”, “Nothing” o “Happening”
así lo acreditan. Quizás no hayan inventado nada, como se suele
decir.
Pero ese
saber estar con un pie en cada sitio: en el Poprock crudo de siempre,
y en aquel Pop bien cincelado de románticos lirismos. Los enaltece y
mucho.
Al final
solo se trata de eso: de hacer buenas canciones que agiten y pongan
en marcha los mecanismos adecuados para comenzar a moverse. Desperate
Journalist lo tienen ¿y no me van a negar que además el nombre
tiene su qué?
Y ya para
finalizar, que se nos echa el tiempo encima. Me gustaría acabar
recomendando en esta especie de tratamiento reconstituyente, para
darme/daros esa dosis necesaria con la que soportar el devenir. A
esta otra joven banda; esta vez desde Wisconsin (Milwakee).
The
Delphines aterrizaron en mi reproductor hace ya casi un mes. Justo
cuando al arrancar el año, un poco harto de las derivas malsanas con
las que había acontecido mi 2014. Y necesitado de exprimir un año,
que en mi sensación personal me ha parecido incompleto, cojo si se
quiere... Cosas mías propias de los acontecimientos que me han
marcado.
Algo
supongo, que ha vosotros os trae un poco al pario. Pero como la
inspiración, cuando no la hay, tiene ese mal vicio de asociar y
disociar pajas personales. Y los vejestorios tenemos muchas y
diversas, cambios de humor y claro, hipocondrías propias de la edad.
Pues a mi, que me puede dar por cosas tan diversas, incompatibles
entre si o a enfatizar ciertas manías persecutorias, me ha dado por
el Pop. La filias de pajillero no se pueden remediar hijos míos.
Al lío!!
Hala, que con estas tres propuestas ya podemos planificar una
posología febril o febreril. The Delphines tienen tres cosas que para
lo que a mi respecta, resultan esenciales para disfrutar del buen Pop:
Ese tufillo a Twee Pop (Talulah Gosh, Television Personalities,
Aislers Sets... y un largo etcétera de bandas de esas que pican los
dientes), lo mismo se manejan con las tonadillas saltarinas y
garajeras que con las atmósferas ciertamente abrasivas. Y además
tienen en su debut, diez cortes con los que difícilmente uno pueda
aburrirse. ¿se puede pedir mucho más?
Nada de
malabarismos, piruetas, trascendencias sin sentido o nada que no vaya
encaminado a sacudir las células adormecidas del organismo. Todo
velocidad, inmediatez y pura generación espontánea.
Desde el
primer segundo de Hush se apuntan a letanías de conjura al New Wave.
Es con “Carelless” o “Eat you Alive” donde más
se presiente esa querencia hacia lo oscurillo. Pero lo más curioso
es que cuando más y más velocidad van cogiendo cuesta abajo, venga
a subir, plegar en las curvas y navegar por toda esa reverberación
cacofónica que acompaña todo el disco. Más gusto le van cogiendo a
los ritmos de reprís (Punk, garaje, surf), o en definitiva, a ese
tono de acidez clohorídrica que acompaña -junto al Pop como
bandera- todo el disco.
“Hush”,
el corte que da nombre al disco, es su muestra más plausible: todo
él pura candela a lo Wedding Present. Con “Kentucky”,
“Notches” o “Wasted Love”, le dan cera al Surf
garajero más salvaje. Tienen hasta momentos en los que nos evocan a
ese lado americano de carretera que ejecutaban Jesus & Mary
Chain, en aquel Barded Wire Kisses o Darkland, con “Little
Viking”. Y algunos que me tiene robado el corazón, tal cual "Pura ambrosía vamos. Un disco de aquellos que levanta
el espíritu al más ofuscado, o así es en mi caso.
Música que
impulsa, que te iza y despabila. La que hace de mis días grises
otros luminosos y soleados. Y aunque odie ponerme ñoño y
filosófico, reconozco que la música es la que modula mis estados de
ánimo; tan variables como entretenidos cuando siempre siempre, te
llevan a algo. Que igual peco de disparatado. Pero aunque
incomparables en tiempo y envergadura, los podría poner desde ya en
el mismo orden de necesidad, de sensaciones y de placer al
escucharlos que aquellos amados acetatos de Frank and Walters, The
Smiths, McCarthy, Primitives, Power of Dreams o Spearmint... y alguno
más que se escapa. Siempre disfrutables y crocantes.