Un
gran sol circular de centelleante vinilo asoma por la montaña tras
tiempos de abundante lluvia.
Por
las laderas abiertas en canal los surcos lloran todavía agua. Y son
los latidos como gigantescas prensas industriales, los que a cada
golpe atronador resuenan sus tripas escupiendo verdor, flores. A la
familia invertebrada, y nemátodos en orgía copuladora.
Los
corzos y los ciervos se unen con cantos, equipados con auriculares
cuadrafónicos. Y de las entrañas del promontorio no solo es
naturaleza la que brota a cada contracción, también lo son almas
perdidas de un tiempo _aunque no tan pasado_ sí criaturas
pertrechadas en lo más profundo de las simas.
Cánticos
y plegarias rituales que fueron tragadas ya hace cinco años por la
belleza marchita. Y a los que un pastor dice haber visto merodear por
la noche, como el animal que canta a la luna con un aullido metálico,
cortante y planeador.
DEAD
MEADOW han vuelto para conmemorar su veinte aniversario como
mejor lo saben hacer: Publicando otro disco inmenso, como los nueve
que ya llevaban a cuestas. Con una mirada de corderitos melancólicos,
pero con la perspectiva estática que el tiempo a dado al Stoner
Rock, y otra forma de reinterpretarlo mirando a la luna hasta llorar
de deslumbre.
De
esos discos que dejan cualquier argumento teórico, en una alegoría
inútil. En una nimiedad e insignificancia propia de quien quiere
explicar la belleza, el nudo en la garganta y el vaciamiento
interior. Cuando las sensaciones se crearon para no explicarlas, y
experimentarlas sin el rigor de quien intenta estructurar y exponer
todo lo que se hace.
Esa
caída cuesta abajo entre las los surcos abiertos por las aguas. Los
accidentes que se crean y metamorfosean sin criterio ni deuda. Y que
suena al ritmo del martillazo que endereza o dobla el acorde acerado
de las cuerdas en flexión imposible. Hace que “Keep Your
Head” sea esa especie de procesión por el calvario, a
latigazos de palanca, pedal y fuzz. Tan distinto de aquel “September”
con el que finiquitaron el mastodóntico “Warble Womb/2013”, pero
a su vez concentrado:
Una
vuelta, capaz de comprimir en ocho temas. Una panorámica tan rica
sobre su carrera, como conciso y determinante es el mensaje sobre su
evolución.
La
banda de Washintong D.C liderada por Jason Simon y Steve Kille
regresa con una idea muy clara de su sonido. O por lo menos con la
capacidad no solo intacta, sino que renovada. De como reunir un
puñado de canciones directas al ipotálamo. De esas por las que un
álbum es capaz de trascender sobre un estilo, sus distintas
mutaciones, los derroteros de una banda, y chas!! De repente
reinventar una historia sin tener por ello que dilapidar lo que quedó
atrás.
En
THE NOTHING THEY NEED
hay mucho blues taciturno y oscuro, psicodelia a raudales sin abusos
ni demasiados estereotipos, caminares rotundos heredados del Stoner
Rock pero superponiendo armonías dignas del progresivo; he incluso
reflexivas en ocasiones. Y un halo incluso que sino se acerca, si que
se expande hacia el White Noise, el sinfonismo barroco y a la
práctica: siempre caminando en la cuerda floja de PostRock y géneros
hermanos; eso sí, con muchísimo matices, que es lo que hace tan
interesante e hipnótico.
Una
farfollada de palabrería que se podría resumir en dos adjetivos: Un
disco tremendamente orgánico con ocho cortes demoledores.
“Here
with the Hawk” comprime el riff roquero con acierto
quirúrgico. “I’m So Glad” es un blues árido y
apocalíptico capaz de ilustrar en cinco minutos esos sucesos
naturales del principio del texto. Las canciones pueden transportarte
a territorios salvajes o al salvajismo urbano. “Nobody Home”
exprime los wah wahs con una cadencia vacilona que roza incluso el
funk.
“This
Shaky Hand is not Mine” lo convierten en un réquiem camino
del ansiado y salvador monte Sinai: Cinco minutos de guitarras
moldeadoras y fustigantes que desembocan en una oda silenciosa, “Rest
Natural”. La megalítica “The Light”
emerge, es la montaña: Imponente, sinuosa y concluyente en ese tipo
de Rock plomizo con lirismos arrastrados o extasiados, hecho
expresivo y hasta poético como una bajada de tensión. Con un final
de una sensibilidad inaudita para una banda que sobre el papel, se
imagina abrasiva y caústica.
Sin
embargo “Unsettled Dust” emana una belleza digna de
ese horizonte paisajístico que el ojo humano, y menos una
fotografía, es incapaz de explicar. Dicen que una imagen vale más
que mil palabras? Cuando es la música y sus evocaciones
sensacionales, la única capaz de expandir la imaginación donde la
palabra es incapaz de llegar. El infinito
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