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miércoles, 24 de junio de 2020

LOLAS_BULLETPROOF_2019: HIMNOS BALÍSTICOS

 



Cuando me monto en el coche esos viernes de Verano – incluso cualquier otro día que el lodo te llega a las corvas – sin ni siquiera quitarme el buzo de trabajo o las opresoras botas.
Solo hay una necesidad más fuerte que la de asir el preciado vidrio de dorado condensado y espumoso líquido:
Subir fuerte la rueda del volumen cuando suenan cosas como el “Deestroy” de LOLAS. Y prender la mecha de la azufrosa pólvora, válgame satanás!!
No se si también en un siempre necesario brindis por Dee Dee Ramone o por mera asociación mía.
En cualquier caso aprovecho: Salud amigo!! allá donde estés.



El mismo quitapenas que golpeaba los ejes encallados de las hélices o el refilador de mi padre al embutir los aros en los toneles con sus manos, igual que el guante de Carlton Fisk. Es el efecto que me viene provocando este disco en lo que llevamos de 2020.
Sí, así, sencillo, sin más mecanismo que el del brazo de las sierras UNIZ o SABI: Tenaz, constante y sin apenas atención, para cortar sin descanso la gangrena de las pendencieras obligaciones.



Desde la emergente Birmingham del Alabamero estado; no del de los Peaking Blinders ¿estamos?
De allí, pertrechado, sin más herramientas que las de mano y el corazón más negro que el tizón. Tim Boykim lleva lo menos diez años (o los que constata su Bandcamp), bordando maravillas de pase corto y juego vertical sin paragón. Sin contar su paso por los Shame Idols y los casi diez en barbecho sin saber de él.
O lo que para mi sería ese Powerpop que por definición, otorga cualquier cosa de efervescencia inmediata y fuegos artificiales que quiere llegar a lo esencial de la melodía sin paseos panorámicos, disertaciones, ínfulas o pavoneos inútiles.
Ahí entra aquello que nos enseñó Buddy Holly, Chuck Berry, Beach Boys, Ramones, The Kinks, Phil Seymur o Television Personalities.
Y no se trata de estilos, géneros o tendencias, teniendo en cuenta su querencia por el Death Metal etc. (lo cual aún le da más mérito); no amiguitos y amiguitas. Es más bien de base, o idea de elegir el camino más corto para el destino. Y sabes?, no nos queda mucho tiempo ya, verdad?


BULLETPROOF llegó de improviso a finales del pasado año. Con una colección de Powerpop con ramalazos punkrockers tan urgente, que parecía divisar lo que se nos venía encima en el 2020.
Ese tipo de discos que parecen venidos a salvarte de algo que ni tú sabes. Pero que indudablemente siempre acaba por paliar y de paso, invita a abrir ventanas y subir el volumen como si de una prescripción se tratase. Como ya rezaba inscrito en algunas fundas interiores de vinilos de antaño
Oceans of the Moon”, por poner un ejemplo: Es de esas cosas que no concibo arropado con la manta, con una infusión y a volumen bajito, no. Como su himno anticapitalista Deestroyer, que es para escuchar a toda castaña y disfrutar del empaque que le da el bajo de su socio Jacob Walcher, o la martilleante batería de Valis Procházka; que no es otro que el alter ego activista del propio Tim Boykim.
Un verdadero hacedor de melodías compulsivo, capaz de compactar auténticos pildorazos sin necesidad de control de calidad, ISO, y con una productividad envidiable:
La ambidiestra “Toynbee”, que se desmarca del Pop luminoso. La adrenalínica y combativa “Stop The War”, que nos hace albergar la esperanza de no echar de menos al Mike Cronin que dimos por perdido. Para luego, regalarnos esa oda hardrockera ramoniana propia del Brain Drain, que es la bomba “Storm of Silence”.



En todo el BULLETPROOF hay latente esa urgencia que os comentaba y que mete la directa desde el minuto 0.
Pero sin embargo, en todas sus composiciones hay una intención más que evidente. Un sentido como el receso baladista, que en “When the Cold Winds Blood” disipa la idea de que éste, es un disco más de tantos.

Tim Boykim no hace solo mucha música, fácil, sencilla, y sin adornos vacuos. Hace temazos, que sencillamente no necesitan mas que la jodida melodía, el click idóneo, la puntería.
Tim, es el puto francotirador.
Te sacude de revés cuando menos te lo esperas con… “She Will Shake The World” si viene al caso:
Afilada, desafiante y despiadada. Una maravilla de tres minutos y medios de pura voracidad.
Pero es que jamás imaginarías que sus ases de amague y calcetín, son tan infinitos como la dulce “Gunshot Holes”. Esperáis a Chuck Prophet acaso? Sin acritud.



Una pena que igual algunos le penalicen la practicidad y el poco de más que se hacen en su promoción otros. Otorgando el cetro por pura inercia.
Porque… Es que el 2019 no solo fue BULLETPROOF.
Sino que en plena conmemoración de mis 49 años (a finales de Abril). Ya avisó con A DOZEN OR SEVEN TAPESTRIES:
Diez cortes de Powerpop de patilla larga, pantalón pitillo y sol a raudales. Más aires sixties, beatlemaníaco, y de mod más vacilón que nunca. Pero con ese chic especial que lo hace plenamente refrescante y mentolado. Auténtico. Y de la misma liga que Robert Pollard, Doug Gillard o unos Small Faces electrificados, por buscarle camada y eso.

Wish you Were Loud Enough”, “Bon Voyage”, Ligthning Mountaim”, o la canción que da título al cuarto de los cinco discos que Tim a recogido hasta la fecha. Además del alegato venenoso de Bulletproof, que para mi, es su mejor y más honesta entrega hasta la fecha. O los dos temarrales que se ha marcado en la presente añada.



Sin duda, uno de los mejores ex aequo del pasado 2019. Y todo un regalo para oídos y alma en este temible verano del 2020.
Ya estás tardando...


domingo, 20 de enero de 2019

DENTELLADAS ILEGALES EN TIEMPOS SUMISOS: LUJURIA Y CORAZÓN, o REBELIÓN; TU ELIGES.

 



Es solo a mi al que los arranques de año le son de blanco nácar, igual las carreteras amanecen de escarcha por la mañanas de Enero?
Esas que congelan ideas, blanquean neuronas y bajan al mínimo las revoluciones del motor . Y que con las mismas te pillan casi siempre perdido en la nada más absoluta en un hotelucho de carretera.
Sitios de paso hacia ningún sitio; o a ninguno que tu conozcas.


Es sacarnos de la fortaleza de nuestro hogar y perder la brújula de nuestros pensamientos: Casi siempre dedicados a unos quehaceres, que más o menos como raíles, nos hacen sentir reyes de nuestra despreocupada cotidianidad. Tan solo alterados por la actualidad; maldita actualidad.

El día que me planteé cambiar mi aislamiento de padre por una de mis grandes aficiones, escribir. Me perjuré no hacerlo desde lo personal y dar rienda suelta a mi imaginación, ensoñación y ficción creativa: La música, el estímulo de los sentidos y todo lo que procrea esa interacción nutritiva para el alma.
Pero pasa que se se acaban las lindes del año, y los tontos siguen: Cuanta más información y sensación de que la sociedad se ha vuelto más espabilada y didacta. Es cuando de verdad te das cuenta de que este dictatorial y dominante sistema, ha pasado del sometimiento de los hábitos, directamente a normalizar una serie de actitudes realmente perniciosas, enfermizas y antinaturales.
El odio, la intolerancia, el egoísmo, la represión de las libertades personales y comunes por obra y gracia de leyes; sin ni siquiera evaluar si son justas o no. El maniatamiento de la revolución como cambio lógico; como avance intelectual. Y la vuelta del fascismo y la ultraderecha ideológica o testosterónica como algo cotidiano, me da directamente nauseas. Sobretodo cuando veo que valores antaño transgresores y libertadores, ahora resulta que son delito, se censuran, critican o demonizan. Y hay como una espada de Damocles dogmática que se empeña en acunarnos por obra y gracia de FMI y el bienestar inmoral.


Por eso, no hay nada mejor que despertar una mañana para recapitular y darte una buena ducha caliente con un guante de esparto. Y mandar por el desagüe las pieles muertas y la contaminación anímica que cuatro gilipollas se empeñan en colgarte como un lastre.
La vuelta al estudio de ILEGALES, después de grabar un irregular LUJURIA Y CORAZÓN datado en este pasado 2018. Ni que sea para coger carrerilla tras un resucitador biopic (MI VIDA ENTRE LAS HORMIGAS) y dar una redentora dentellada, que en tiempos de mierda se precisa más fuerte y fiera.
Nos ha cogido a contrapié, cuando su tremebundo REBELIÓN nos has espoleado en plena contemplación y estupefacción sin primperan que te cure.


Cuando justo antes de publicarse el estupendo documental sobre el malditismo de la banda de Gijón y su controvertido líder Jorge Ilegal. Nos llegaba la triste noticia de la muerte de su último bajista, Alejandro Espina; el cuarto de la banda desde 1982.
En plena gira de reunión tras su aventura en Jorge y los Magníficos. Era de justicia, que una de las bandas menos valoradas por su innegable trascendencia fuera de los rediles de La Movida y posterior auge del Rock en nuestro país. Dijera la última palabra, justo cuando no quedan apenas, ni las cenizas de aquella parte menos amable de nuestra historia musical; por lo menos en lo mediático. Rescatando por ejemplo, a su bajista más esencial (Willy Vijande), para volver a la carretera.

Es ahora, justo cuando más suavizados y estilizados están los sonidos y la estética. Cuando la verdadera contracultura, solo sucede bajo nuestros pies; en el subsuelo. Y el rebaño solo le seduce la comodidad ergonómica y las interfaces atontadoras que no le hagan pensar en exceso para cultivar las apariencias más que la actitudes. El nuevo disco de ILEGALES, además de ser una puta maravilla, es directamente LA ACCIÓN:
Ese mazo pilón que todo lo remedia, cuando ni el seis en uno, la técnica o la diplomacia pueden con la corrosión y el engarrote.
Un dejarse caer por la sima de los 80, hacia su sonido más cáustico y rockero. Con una lírica esta vez, más adulta y consecuente, con la privilegiada posición de espectador que da observar como el Rock&roll patrio se va un poco al carajo.
 


Lo mejor de Rebelión es que es un disco espontáneo, inédito en la carrera de Ilegales y sin apenas compromiso con cualquier cosa que hayan publicado hasta la fecha.
Una sincera proclama contra la hipocresía de lírica sin filtros; santo y seña de Jorge Ilegal. Y un trasfondo rockero que desgraciadamente está extinto en nuestro panorama, ya sea por lo mal que llevamos ser consecuentes con nuestro pasado rockero, o sencillamente porque está mal visto y es poco comercial llamar a las cosas por su nombre.

Si no luchas te matas” recupera con destreza el mejor sonido del cuarteto de Gijón, permitiéndose incluso homenajear a la Polla Records. La frenética velocidad de “Mi Amigo Omar”, rascando en la llaga del paripé reinante, o sacudiendo el enjambre de aquellos Siniestro Total con un “No tanta Tonto” que afila las guitarras aplazando para otros menesteres las filigranas guitarrísticas de las que Jorge hizo gala en su época más poética.
En ese sentido ILEGALES involucionan hacia un TODOS ESTÁN MUERTOS/1985, pero infinitamente más ácido y corrosivo.
Tatuaje Invisible” alcanza la exquisitez sonora y escrita emulando impertérritos el Steady Skatalítico tan personal que los hizo únicos entre el 83 y el 86; toda una gema. El Blues macarra de “Suicida” apocalíptico y decadente; como es de esperar. O la magnífica “Mi Copa y Yo”, donde Jorge Ilegal vuelve a golpear como uno de los letristas más lúcidos de nuestro panorama junto a Josele Santiago. Con la diferencia de que él, es incapaz de renunciar a esa prosa ilustrada de macarra vengador. Antiheéroe sin ánimo de hacer amigos, caer bien o se políticamente correcto cuando se trata de ilustrar los bajos fondos dignos de cine negro.
Remata con “El Bosque Fragante y Sombrío”, donde demuestra que Jorge Ilegal podría haber sido infinidad de cosas:
Desde un Germán Coppini mordaz, hasta un Bumbury agradecido a la fama. Sin embargo es lo que es: Posiblemente el único espécimen digno de mitificación o leyenda, capaz de operar al margen de las directrices de la industria con una miscelánea que va desde el pasodoble, reggae, rock’roll, blues, pop, boleros, rocksteady, psychobilly o algo parecido al New Wave ochentero, sin ser nada de eso concretamente y todo a la vez.
En realidad son tan solo ILEGALES, una de las pocas bandas sin deudas musicales. Con un sonido y un directo tan sólido como inigualables son sus letras.
Una rara avis cotidiana y de casa, pero a la vez aun por descubrir cuando muchos todavía la buscan al otro lado del charco, en reductos o altares de Nueva Orleans.