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sábado, 5 de abril de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number cuatro)

 

04: ALAN BRAUFMAN_INFINITE LOVE INFINTE TEARS Vs. LE FLEQ!! 2023 Tinto o Blanco (Pinot Noir o Palomino Fino) Vinos de la Tierra de Cádiz by Flequi Berruti

 

 

La semana pasa.
A veces me atropella y me despide mes abajo a tropezones con los días, los desaires y el niño ese que estudia inglés en la academia del entresuelo y que no saluda en el umbral del portal; claro, está aprendiendo, inglés digo, y alguna cosa más, deduzco.
No importa.
Me he acostumbrado a saludar y que no me contesten. Me miren como si les acabara de recitar un verso Tristan Corbière, o me musiten como quien lanza un mal de ojo.
Pero yo erre que erre. Saludo para joder. Bien fuerte, mirándoles a la cara y con alegría.

 

Otras me pasan de largo y ni me entero; sin tiempo siquiera a ponerles la trabanqueta o espetarles un: - Espera, que voy.
Y puede que haya caído en la cuenta que la gente, o va muy deprisa, o muy despacio. No hay término medio.
Se ha perdido el dinamismo. y entre tanta especulación, la inercia se ha apoderado de la facultad de la improvisación como si nos la hubieran secuestrado por ser un súper poder.

 

Confieso eso sí, que en no pocas ocasiones he entrado en pánico.
He sentido como si me extrajeran el aire del cuerpo, sin suspiro hondo con el que aliviarme. Y he corrido a encerrarme en la cocina.
En ese escaso metro y medio cuadrado con sus dos palmos de lavadero, abierto de par en par al patio de luces. Y el murmullo del vecindario; 5 vecinos. El ronroneo de extractores, lavadoras, y los efluvios de las cocinas.
Mis hilos musicales de zurcir magulladuras de esas que no se ven, son como si Francesco Morosini le hubiera parado los pies al Gran Visir Köprülü.

 

Nada de aceite hirviendo, rocas, melaza fundente, estiércol o animales muertos, que no.
Los asedios se contrarrestan con sofritos de cebolla y jazz; a ser posible del que no tiene partitura, solo ritmo y notas de canturreos.

 


 

O por lo menos eso dicen de este saxofonista neoyorkino nacido hace 73 años: Alan Michael Brauffman.
Que me explican que no escribe música ni compone. Sino que anota todas aquellas melodías que le van viniendo a la cabeza mientras hace su día a día de lo más mundano, y las va anotando en un cuaderno de notas de composición cuando vuelve a casa.
Y en eso que un buen día, se decide a grabar; de esto, han pasado la friolera de 12 años entre disco y disco.
O 24 desde que en 2019 se decidiera a registrar esas notas, y publicar tras un concierto con su amigo pianista Cooper-Moore, con una asiduidad más o menos razonable.
Hasta el presente año, donde nos ha sorprendido con un camaleónico y poliédrico álbum de tintes psicodélicos INFINITE LOVE, INFINITE TEARS. Ole!!

 

Y es aquí donde entra en escena la cosa del ritmo, la agilidad y el instinto a la hora de improvisar en la cocina, igual que Alan lo hace con su saxofón y la maravillosa banda con la que se hecho acompañar.

Algo, que, dicho sea de paso. Es imprescindible para que cualquier elaboración no solo esté rica, sino que vibre mientras la cocinas para después compartirla con la familia. Luego claro, viene ese secretillo que no se explica en los libros de recetas ni en los cursos de cocina igual que tampoco se hace con el enigma del FREE JAZZ.
Una disciplina, en la que no cabe ni el estudio, ni la ficha de elaboración donde: Si te saltas un paso… ¡Zas!, la has cagado y todo se va al garete.

 

Porque amigos, el ritmo o el sentido del mismo. A lo primero, hay que sentirlo. Ponerse la palma de la mano sobre el ombligo. Coger aire hasta que te rebose por las orejas.

Y soltarlo lentamente, hasta notar que ese zarandeo instintivo de brazos, piernas y tronco, pronto se conviertan en una especie de danza tribal donde el cuerpo solo es un músculo que se mueve, baila e interpreta las melodías igual que una sábana tendida, a los caprichos del viento.

 

Pones a calentar el aceite, suena esa anunciación verbenera con forma de “Chasing a Melody” que a mí tanto me recuerda a la LIBERATION MUSIC ORCHESTRA de Charlie Haden. Y Patricia Brennan al vibráfono, James Brandon Lewis al tenor, Ken Filiano al bajo, Chad Taylor a la batería, y Michael Wimberly a la percusión junto al maestro Braufman. Nos llevan de viaje por una infecciosa sinfonía de sonidos de aproximación muy mucho, al jolgorio de plazas, mercados, callejuelas y saraos de barrio. Por ejemplo.
 


 

 

Infinite Love Infinite Tears es uno de esos discos que emanan a borbotones, cotidianidad. Mezcla de cultura primaria, folklore y mestizaje. Olores que recuerdan a casa, a madres y abuelas, incluso a las historias que nos contaban ciertas o ficticias, teñidas de una elegancia nada sofisticada pero enormemente estilizada.
Por momentos se invoca a Mulat Astatke, y el vibráfono se desliza sinuoso ligando la salsa con los líquidos de la cocción. Otras, los metales entran afilados y cortantes desbaratando la armonía del vibráfono, para que no te acomodes con los patrones y el encorsetado de lo convencional. Y que Fred Astaire y Gene Kelly salgan a agitar sus pies con el título homónimo de esta joya “Infinite Love Infite Tears”. O “Spirits” nos vuelva a imprimir swim y vitamina con la que no detenerse ni un clic en pensar o calibrar, toda la inercia.
Hasta que aparece “Edge of Time”. Una joya de dimensiones cósmicas, que me agarró por las partes tiernas, hasta hacer harapos mi sentido de la compostura.

 

Brooklyn” despliega la calidez de cafeteros, caipiriñas, mojitos y micheladas para paliar la resaca y el éxtasis.
Y no es por casualidad que “Liberation” cierre el disco, para conmemorar la década de la pérdida de Charlie Haden con 76 años de edad.

 


 

 

Y es entonces cuando pienso en un líquido para acompañar este magnífico ejercicio de cotidianidad. Y me viene a la cabeza Flequi Berruti.
Un gaditano madrileño de adopción que, tras estar andorreando en un sinfín de proyectos vinícolas con compadres de la talla de Raúl Pérez, César Ruiz, Telmo Rodríguez, o Nacho Jiménez. Lleva cinco años tras el proyecto propio Le Fleq en su natal Jerez elaborando un blanco de Palomino con 10 meses en velo flor que quita el sentío, y una Pinot Noir en el Pago del Carrascal que volaría la cabeza a cualquier borgoñés.
Ahora bien, entrando en materia del gustirrinín proporcionado por sendos líquidos elementos. La verdadera magia de estos dos vinos de 18 euretes, es la sencillez de su elaboración y la inverosímil personalidad de ambos.
La Palomino por su sapidez y volumen sin abusar apenas de la madera, y como conecta de manera mágica con algunos de los blancos más icónicos de Francia simplemente con la composición de sus suelos; teniendo en cuenta que es una zona mucho más cálida que de sus cuñados franceses.
Lo de una Pinot Noir famosa por ser una uva fría que se da muy malamente cuando se intenta implantar en zonas cálidas, y lo que ha hecho este caballero. No tiene apelativo, discusión que valga, o apuesta a los dados con cualquier fanático de los Pinots de la Borgoña; pierde a ciegas fijo (el franchute).

 


Fresco, fragante, eléctrico, de frutillos rojos y negros crocantes pero bien complejo en general. De vendimia temprana en Julio y con una crianza en barricas usadas de roble francés con parte de raspón y leve extracción.
Da tanto gusto que parece mentira que nazca de una finca, la de Almocabén, cerca de Jerez; por lo fresco y elegante. Sin aristas, sin verdeos, ni peso que valga. Y con esa mosca detrás de la oreja, de si es el alto contenido de carbonato cálcico de sus suelos de Barajuela y Tosca media, los que le dan esa frescura bien apuntalada por su parte mineral y salina, que tan bien va con comidas grasas o guisos de la mama.

 

Vinos y disco son a una, la medianía que equilibra lo exquisito y exclusivo con la equidad del placer:
Esa cosa prohibida que como decía Machado, muchos confunden lo del valor con el precio, y que últimamente parece habernos descarrilado hacia la mezquindad.
Pero no os desaniméis. Hacen mucho ruido, pero no por mayoría sino por bravuconería.
Salud, música y manduca.
 

miércoles, 22 de enero de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number ocho)

 


 

08: HOT GARBAGE_PRECIOUS DREAM Vs. UBE DE UBÉRRIMA 2019, BODEGAS COTA 45, El Carrascal_(UVT Cádiz)

En la vida y en el mecanismo del día a día, por más que uno se empeñe, se consagre, y persiga con obstinación ese precioso arco iris de osos amorosos y little ponys de colorines al recogerse en casa, cual línea de meta triunfal.

Sabemos de por sí y por más que te encomiendes en la fortuna del kiriki. Que en dos de cada tres intentos a diario por sortear infortunios, señores Murphy a la vuelta de la esquina, o alineaciones astrales para que te parta un rayo. Con total probabilidad, esos mismos, serán los que te devuelvan a casa de un pescozón, y hala, hasta mañana.

 

Y qué duda cabe que puedes maldecir, recontracagar y jurar venganza por la madre que te trajo al mundo; no digo que no.

Pero oye, yo opto por la opción de colgarme los cascos, o darle  dinamo al volumen del reproductor al subirme al coche de vuelta a casa con mierda de la buena. O en este caso, basura calentita.
HOT GARBAGE y su Precious Dream sarcasmo aparte, te lo dan concentrado, compactado y crocante como una granada de mano  garrapiñada.
Que mira tú. Donde esté conchabarse y arrimarse a lo oscuro, críptico y tenebroso, que se quite ponerle velas a Santa Rita de Casia.

 


 

No sé qué pasa en Toronto, pero la actividad musical de calidad procrea, fecunda y pare más bandas suculentas por metro cuadrado que un pez luna (Mola Mola en término científico) ¿mola, o no mola?

Gelipolladas aparte y ahora sí, en serio.
Hacía bastante tiempo que no me topaba con un disco de semejante solidez así, en toda su amplitud y conjunto.
Y no es que la banda de los hermanos Juliana y Alessandro Carlevaris inventen nada sobrenatural y novedoso: Que es como si metieras en una coctelera a Black Angels, Clinic!, y The Cramps pasados de fuzz, reverberaciones y ritmos apocalípticos.
Pero cuanto menos, es inquietante la manera como cuatro personas proyectaron es aislamiento post covid; momento en el que se escribieron estas canciones que escuchamos ahora, cuatro años después. Y lo vigentes que siguen siendo pese a que la humanidad, así, en general, haya estado todo este tiempo por borrar de su memoria semejante trauma colectivo. Más que por reaccionar ante la que se nos está viniendo encima en cuanto a libertades, violaciones de derechos y extremismos se refiere.

 

Lo cual, advierto y recomiendo efusivamente si pese al bloqueo de la mala baba. Por lo menos, quieres poner banda sonora a un decorado más propio de Utopia (la película de animación, aunque también valdría la serie Británica), que de una manifestación artística revolucionaria se tratase.

Garaje tenebroso, tensión ambiental, guitarras que chirrían y gimen, bogaloo maquiavélico, contundencia rítmica la de Mark Henein con una batería diabólica, y los órganos y reverbs de Dylan Gemble, que parecen sacados de una misa de psicodelia vudú.
En conjunto y resumiendo: Rock de alto voltaje para todo aquel que ame a Jesus & Mary Chain, Flaming Stars, y Loop a partes iguales, de refilón, o por separado. Y con el aval de la producción del zurdo Grahan Walsh (Metz, VietCong, Alvvays, Preoccupations)

 

Si la tensión es el atributo más significativo de este disco, a la par de la oscuridad. Vamos a ir por un vino, donde la tensión y pulso también es una de sus credenciales de presentación.

Entiéndase en el mundillo de los locos del vino como tensión: Esa peculiaridad que hace, sobre todo en los vinos blancos, que un vino ayudado por su mineralidad, acidez y salinidad, tenga un rasgo de viveza tensa y firme en su gusto final. La oscuridad la vamos a declinar hacia la música porque esta joya de vino de Cádiz, tiene luz y claridad como pocos.
Y la mano rota de Ramiro Ibáñez (Sanlúcar de Barrameda), un inconformista que ha elegido hacer la revolución desde atrás, o sea: Volviendo a los orígenes casi siempre enterrados en un desván, pero que bien enfocados y meditados son casi siempre el meollo del asunto.



 

Vinificaciones con fermentaciones espontáneas, crianzas biológicas sin extraordinarias oxidaciones con velo flor, y sobretodo definiendo pagos para vininificar por separado. Que es lo que en su origen debió de ser Jerez sin la oligarquía del mercado de exportaciones británicas, que acabó asfixiando un poco la identidad de la zona y devaluando en muchos casos esa extraordinaria personalidad única en el mundo.

 


En el caso particular de UBE El Carrascal (Las Vegas), tenemos un vino blanco de razas primigenias de Palomino y Listán de más de 100 años en el estrecho pago del Carrascal; el más próximo y alto al mar. En suelos de tosca cerrada y una leve crianza biólogica bajo velo flor y sin encabezar (fortificar)
Por lo tanto, no tenemos una manzanilla al uso, sino un vino blanco de mosto flor con perfume limpio y radial, que expresa como nadie su situación alta a merced de las brisas atlánticas. Con muy buen volumen en su nariz a membrillos, hierbas, laurel, y a playa. Su entrada en boca es una gozada, amplia y sápida al final pero con una expresividad de su varietal mineral, magistral.
Un vino blanco que demuestra una magnífica evolución y elegancia tras cinco años. De estupendo gramaje en boca que aprieta y acaricia a la vez. Y una longitud sostenida y levemente tensionada desde el principio a fin, que en pocos blancos he experimentado. Determinada sobre todo, por la privilegiada zona y donde se elabora:

Un antiguo taller de barcos junto a la desembocadura del Guadalquivir.

domingo, 19 de junio de 2022

EL PLANTARIO: GOOD LOOKS_BLUMMER YEAR_2022, Y UN SORBO DE MATAPALOS MARENAS

 


 

No es casualidad que el verde sea mi color preferido con diferencia:

Me asomo a mi ventana, y los verdes luminosos bajo los rayos del sol primaveral, invitan a recoger y guardar esas semillitas que la pasada playlist nos trajo como vientos de abril. Esperando que echen raíces en nuestro interior de manera espontánea los próximos años.

 

 

Variedades raras y familiares a la vez, que brotan en los márgenes. Y que vienen de un universo sacudido de pasados amasando estiércol; ahora devorados por las petroquímicas en Austin/Texas.
Y donde la banda de Tyler Jordan, solo ha necesitado siete pedazos musicados. Para que la melancolía acuda salvadora como arma arrojadiza, contra el devenir de nuestro planeta y sus malhechores.
Allí, Jake Arnes teje con el tremolo bigsby de su Gibson un manto de armónicos y volutas, como si de una hibridación de Felt y Drive-by Truckers ocasional se tratase; con Robert Cherry y Phillip Dune marcando el paso rítmico.

 

BLUMMER YEAR es un observatorio doméstico y extremadamente cotidiano. Donde los textos de Tyler Jordan intentan buscar respuesta a la debacle social de las polarizaciones, con una militancia melómana maravillosamente cercana:
Siete canciones tan sólo, para dejar una fuerte impronta. De esas que te hacen llegar al mes de Abril, ondeando la bandera de los 52 con fuerza y vigor.

 


 

Pero mucho antes de que todo despegase el día que “Vision Boards” sacudió el tapizado de mi coche, en un caluroso viernes de primavera.

Tuvimos que esperar pacientemente la publicación de la colección. Y arrancar el paseo, como se ha de hacer: Con temple, soltura y predisposición al amor.
Almost Automatic” no empequeñece la inmediatez de su adelanto; es cierto. Pero si que lo convierte en algo tibiamente anecdótico. Porque esa cotidiana historia de amor/encuentro/dilema/lugar; engarzando con la preciosa “Balmoreha”. Es lo que hace de este puñado de canciones, algo realmente grande por su alto grado de sinceridad y naturalidad.
Hasta llegar a “Bummer Year”, claro.
Ahí Taylor Jordan aparta de un plumazo toda sensiblería y nostalgia, y arremete sin pudor sobre el Trumpismo tejano, en clave de reprimenda: Todos mis amigos de secundaria, todos compraron motocicletas. Se apuntaron a un club de bicicletas, en apoyo a Donald Trump.
No creo que sean malvados, incluso cuando son horribles.
Porque son el tipo de personas que te gustaría tener contigo en una pelea de bar.

 

Puntillitas que te recorren como un calambre los brazos, buscando asir un mástil y chasquido de cuerdas.

Esas canciones que se devoran en un banco, igual que una bolsa de pipas francaris: “First Crossing”, “21”, “Walker Lake”… Es fácil hablar de ellas, son siete. Ni hace falta recurrir al índice de personajes, ni mentar a fulano para que te las recuerde. De la misma manera que el mismísmo 12; día de la capitulación primaveral. Me han cambiado los verdes por el dorado, y los vientos de abril por la calima manchega de 41 grados a la sombra.

 


 

Lo que no ha cambiado desde luego, en este mes de fermentación y crianza del texto.

Es el resorte musical, y la compañía de baile líquida para tan festejada secuencia armoniosa de distintos sonidos en ordenada (o no) combinación: Música vamos!!

 

Música que retumba abovedada dentro de una copa, a la que dándole vueltas y vueltas hasta enloquecer. Ahora, en este preciso instante y tras subir a las 20:30 hora zulú de buscar el pendrive de la furgoneta. Donde conviven música y textos viajeros con 12% de humedad relativa y 37 grados de una tarde nublada.
Creo.
Que tengo ya decidido el vino de compañía con el que hacer un trío bajo la esquiva luna llena caramelo, y salvador aire acondicionado.

 

Bajaré un poquito más si es menester, hasta llegar a la sierra cordobesa; para eso de contrastar calores infernales.
Pero también para salvarme en el recuerdo de una rareza (como el que suscribe). De Pedro Ximenez indómito y salvaje con cicatrices de clones antiguos.
Entre el Guadalquivir y las montañas subbéticas (Montilla), José Miguel Márquez y su hermano, llevan 25 años auscultando tierra y paisaje. Para recuperar la memoria perdida de los vinos de antaño.

 



 

Matapalos es un Pedro Ximenez de viñas jóvenes de 15 años, injertadas de clones antiguos de esta uva; usada tradicionalmente para vinos dulces y fortificados.
Lo cual y extrañamente comparado con las viñas actuales de Pedro Ximenez. Conservan al final de la fermentación una parte considerable del azúcar residual (+- 10g/L) y lo convierten en un híbrido entre: Vino dulce/seco, con atributos aromáticos tan complejos como francos.
Un blanco sabroso que de ninguna manera hace de su dulzor algo voluptuoso y condicionante. Perfumes de retama, flor blanca y fruta de hueso (melocotón, ciruelas claudias). Alto grado de volátil con restos de resinas y balsámicos que se recuestan sobre ese toque de dulzor delicado. Y un final con demoledora acidez para resetearte la expresión de: Ein!?
Y volver a beber para deshacer el criptograma.


 

 

El hecho de que no haya rastro de los prejuicios que guardas en la memoria sobre los vinos dulces de Pedro Ximenez, es uno de esos puntos fuertes que hace que sea un vino donde se muestra a la Pedro Ximenez como la uva que es y sus posibilidades. No en lo que la hemos convertido (mismo caso que la moscatel).
Admito que eso desconcierta, porque no sabrías definir si es un vino dulce, o un blanco generoso de corazón graaaande.
Y yo…
Yo creo que es un vino que captura paisaje y sensaciones de puro campo.
Entre su nariz y su final:
Sol en boca, matojos de hierba de monte, licor de resina, flores y fruta jugosa reconstituyente en un día de canícula mortífera.
Me recuerda, me acerca, me sugiere… Las mismas sensaciones del Grans-Fasian Apotheke Auslese 98 que me dejó grogui aquel noviembre del 2004.
Amor puro de uvas licuadas siendo elixir, pero sin querer pretenderlo. Igual que el glamour de la ordeñadora y el encanto protocolario del pastor(sic*).
Todo olores y sabores de verdad, de los que ya ni extrañamos por la pérdida de nuestra esencia primigenia. Y que siempre hay que acoger como tu cerebro estragado tras días de ayuno.
Mi hijo de 20 dice: - Es un vino para emborracharte; y eso que él no lo ha hecho jamás.
Hay que fomentar la autopedagogía y estimular la ajena. Para volverte niño hueco y permeable, a ser posible, y por siempre.

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