08: HOT GARBAGE_PRECIOUS DREAM Vs. UBE DE UBÉRRIMA 2019,
BODEGAS COTA 45, El Carrascal_(UVT Cádiz)
En la vida y en el mecanismo del día a día, por más
que uno se empeñe, se consagre, y persiga con obstinación ese precioso arco
iris de osos amorosos y little ponys
de colorines al recogerse en casa, cual línea de meta triunfal.
Sabemos de por sí y por más que te encomiendes en la
fortuna del kiriki. Que en dos de
cada tres intentos a diario por sortear infortunios, señores Murphy a la vuelta
de la esquina, o alineaciones astrales para que te parta un rayo. Con total
probabilidad, esos mismos, serán los que te devuelvan a casa de un pescozón, y
hala, hasta mañana.
Y qué duda cabe que puedes maldecir, recontracagar y
jurar venganza por la madre que te trajo al mundo; no digo que no.
Pero oye, yo opto por la opción de colgarme los
cascos, o darledinamo al volumen del
reproductor al subirme al coche de vuelta a casa con mierda de la buena. O en
este caso, basura calentita.
HOT GARBAGE y su Precious Dream sarcasmo aparte, te lo
dan concentrado, compactado y crocante como una granada de manogarrapiñada.
Que mira tú. Donde esté conchabarse y arrimarse a lo
oscuro, críptico y tenebroso, que se quite ponerle velas a Santa Rita de Casia.
No sé qué pasa en Toronto, pero la actividad musical
de calidad procrea, fecunda y pare más bandas suculentas por metro cuadrado que
un pez luna (Mola Mola en término
científico) ¿mola, o no mola?
Gelipolladas aparte y ahora
sí, en serio.
Hacía bastante tiempo que no me topaba con un disco
de semejante solidez así, en toda su amplitud y conjunto.
Y no es que la banda de los hermanos Juliana
y Alessandro
Carlevaris inventen nada sobrenatural y novedoso: Que es como si
metieras en una coctelera a Black Angels,
Clinic!, y The Cramps pasados de fuzz, reverberaciones y ritmos apocalípticos.
Pero cuanto menos, es inquietante la manera como
cuatro personas proyectaron es aislamiento post covid; momento en el que se
escribieron estas canciones que escuchamos ahora, cuatro años después. Y lo
vigentes que siguen siendo pese a que la humanidad, así, en general, haya
estado todo este tiempo por borrar de su memoria semejante trauma colectivo.
Más que por reaccionar ante la que se nos está viniendo encima en cuanto a
libertades, violaciones de derechos y extremismos se refiere.
Lo cual, advierto y recomiendo efusivamente si pese
al bloqueo de la mala baba. Por lo menos, quieres poner banda sonora a un
decorado más propio de Utopia (la película de animación, aunque también valdría
la serie Británica), que de una manifestación artística revolucionaria se
tratase.
Garaje tenebroso, tensión ambiental, guitarras que
chirrían y gimen, bogaloo maquiavélico, contundencia rítmica la de Mark
Henein con una batería diabólica, y los órganos y reverbs de Dylan Gemble, que parecen sacados de una
misa de psicodelia vudú.
En conjunto y resumiendo: Rock de alto voltaje para
todo aquel que ame a Jesus & Mary Chain, Flaming Stars, y Loop a partes
iguales, de refilón, o por separado. Y con el aval de la producción del zurdo
Grahan Walsh (Metz, VietCong, Alvvays, Preoccupations)
Si la tensión es el atributo más significativo de
este disco, a la par de la oscuridad. Vamos a ir por un vino, donde la tensión
y pulso también es una de sus credenciales de presentación.
Entiéndase en el mundillo de los locos del vino como
tensión: Esa peculiaridad que hace, sobre todo en los vinos blancos, que un
vino ayudado por su mineralidad, acidez y salinidad, tenga un rasgo de viveza
tensa y firme en su gusto final. La oscuridad la vamos a declinar hacia la
música porque esta joya de vino de Cádiz, tiene luz y claridad como pocos.
Y la mano rota de Ramiro Ibáñez (Sanlúcar de Barrameda), un inconformista que ha
elegido hacer la revolución desde atrás, o sea: Volviendo a los orígenes casi
siempre enterrados en un desván, pero que bien enfocados y meditados son casi
siempre el meollo del asunto.
Vinificaciones con fermentaciones espontáneas,
crianzas biológicas sin extraordinarias oxidaciones con velo flor, y sobretodo
definiendo pagos para vininificar por separado. Que es lo que en su origen
debió de ser Jerez sin la oligarquía del mercado de exportaciones británicas,
que acabó asfixiando un poco la identidad de la zona y devaluando en muchos
casos esa extraordinaria personalidad única en el mundo.
En el caso particular de UBE El Carrascal (Las Vegas), tenemos un vino blanco de razas primigenias
de Palomino y Listán de más de 100 años en el estrecho pago del Carrascal; el
más próximo y alto al mar. En suelos de tosca cerrada y una leve crianza
biólogica bajo velo flor y sin encabezar (fortificar)
Por lo tanto, no tenemos una manzanilla al uso, sino
un vino blanco de mosto flor con perfume limpio y radial, que expresa como
nadie su situación alta a merced de las brisas atlánticas. Con muy buen volumen
en su nariz a membrillos, hierbas, laurel, y a playa. Su entrada en boca es una
gozada, amplia y sápida al final pero con una expresividad de su varietal
mineral, magistral.
Un vino blanco que demuestra una magnífica evolución
y elegancia tras cinco años. De estupendo gramaje en boca que aprieta y
acaricia a la vez. Y una longitud sostenida y levemente tensionada desde el
principio a fin, que en pocos blancos he experimentado. Determinada sobre todo,
por la privilegiada zona y donde se elabora:
Un antiguo taller de barcos junto a la desembocadura
del Guadalquivir.
No
es casualidad que el verde sea mi color preferido con diferencia:
Me
asomo a mi ventana, y los verdes luminosos bajo los rayos del sol primaveral,
invitan a recoger y guardar esas semillitas que la pasada playlist nos
trajo como vientos de abril. Esperando que echen raíces en nuestro interior de
manera espontánea los próximos años.
Variedades
raras y familiares a la vez, que brotan en los márgenes. Y que vienen de un universo
sacudido de pasados amasando estiércol; ahora devorados por las petroquímicas
en Austin/Texas.
Y
donde la banda de Tyler Jordan, solo ha necesitado siete pedazos musicados.
Para que la melancolía acuda salvadora como arma arrojadiza, contra el devenir
de nuestro planeta y sus malhechores.
Allí,
Jake Arnes teje con el tremolo bigsby de su Gibson un manto de armónicos y
volutas, como si de una hibridación de Felt y Drive-by Truckers ocasional se
tratase; con Robert Cherry y Phillip Dune marcando el paso rítmico.
BLUMMER
YEAR es un observatorio doméstico y extremadamente cotidiano. Donde los textos
de Tyler Jordan intentan buscar respuesta a la debacle social de las
polarizaciones, con una militancia melómana maravillosamente cercana:
Siete
canciones tan sólo, para dejar una fuerte impronta. De esas que te hacen llegar
al mes de Abril, ondeando la bandera de los 52 con fuerza y vigor.
Pero
mucho antes de que todo despegase el día que “Vision Boards”
sacudió el tapizado de mi coche, en un caluroso viernes de primavera.
Tuvimos
que esperar pacientemente la publicación de la colección. Y arrancar el paseo,
como se ha de hacer: Con temple, soltura y predisposición al amor.
“Almost
Automatic” no empequeñece la inmediatez de su adelanto; es cierto. Pero
si que lo convierte en algo tibiamente anecdótico. Porque esa cotidiana
historia de amor/encuentro/dilema/lugar; engarzando con la preciosa “Balmoreha”.
Es lo que hace de este puñado de canciones, algo realmente grande por su alto grado
de sinceridad y naturalidad.
Hasta
llegar a “Bummer Year”, claro.
Ahí
Taylor Jordan aparta de un plumazo toda sensiblería y nostalgia, y arremete sin
pudor sobre el Trumpismo tejano, en clave de reprimenda: Todos mis
amigos de secundaria, todos compraron motocicletas. Se apuntaron a un club de
bicicletas, en apoyo a Donald Trump.
No
creo que sean malvados, incluso cuando son horribles.
Porque
son el tipo de personas que te gustaría tener contigo en una pelea de bar.
Puntillitas
que te recorren como un calambre los brazos, buscando asir un mástil y
chasquido de cuerdas.
Esas
canciones que se devoran en un banco, igual que una bolsa de pipas francaris: “First Crossing”, “21”,
“Walker
Lake”… Es fácil hablar de ellas, son siete. Ni hace falta recurrir al
índice de personajes, ni mentar a fulano para que te las recuerde. De la misma
manera que el mismísmo 12; día de la capitulación primaveral. Me han cambiado
los verdes por el dorado, y los vientos de abril por la calima manchega de 41
grados a la sombra.
Lo
que no ha cambiado desde luego, en este mes de fermentación y crianza del
texto.
Es
el resorte musical, y la compañía de baile líquida para tan festejada secuencia
armoniosa de distintos sonidos en ordenada (o no) combinación: Música vamos!!
Música
que retumba abovedada dentro de una copa, a la que dándole vueltas y vueltas
hasta enloquecer. Ahora, en este preciso instante y tras subir a las 20:30 hora
zulú de buscar el pendrive de la furgoneta. Donde conviven música y textos
viajeros con 12% de humedad relativa y 37 grados de una tarde nublada.
Creo.
Que
tengo ya decidido el vino de compañía con el que hacer un trío bajo la esquiva
luna llena caramelo, y salvador aire acondicionado.
Bajaré
un poquito más si es menester, hasta llegar a la sierra cordobesa; para eso de
contrastar calores infernales.
Pero
también para salvarme en el recuerdo de una rareza (como el que suscribe). De
Pedro Ximenez indómito y salvaje con cicatrices de clones antiguos.
Entre
el Guadalquivir y las montañas subbéticas (Montilla), José Miguel Márquez y su
hermano, llevan 25 años auscultando tierra y paisaje. Para recuperar la memoria
perdida de los vinos de antaño.
Matapalos
es un Pedro Ximenez de viñas jóvenes de 15 años, injertadas de clones antiguos
de esta uva; usada tradicionalmente para vinos dulces y fortificados.
Lo
cual y extrañamente comparado con las viñas actuales de Pedro Ximenez.
Conservan al final de la fermentación una parte considerable del azúcar
residual (+- 10g/L) y lo convierten en un híbrido entre: Vino dulce/seco, con
atributos aromáticos tan complejos como francos.
Un
blanco sabroso que de ninguna manera hace de su dulzor algo voluptuoso y
condicionante. Perfumes de retama, flor blanca y fruta de hueso (melocotón,
ciruelas claudias). Alto grado de volátil con restos de resinas y balsámicos
que se recuestan sobre ese toque de dulzor delicado. Y un final con demoledora
acidez para resetearte la expresión de: Ein!?
Y
volver a beber para deshacer el criptograma.
El
hecho de que no haya rastro de los prejuicios que guardas en la memoria sobre
los vinos dulces de Pedro Ximenez, es uno de esos puntos fuertes que hace que
sea un vino donde se muestra a la Pedro Ximenez como la uva que es y sus
posibilidades. No en lo que la hemos convertido (mismo caso que la moscatel).
Admito
que eso desconcierta, porque no sabrías definir si es un vino dulce, o un
blanco generoso de corazón graaaande.
Y
yo…
Yo
creo que es un vino que captura paisaje y sensaciones de puro campo.
Entre
su nariz y su final:
Sol
en boca, matojos de hierba de monte, licor de resina, flores y fruta jugosa
reconstituyente en un día de canícula mortífera.
Me
recuerda, me acerca, me sugiere… Las mismas sensaciones del Grans-Fasian Apotheke
Auslese 98 que me dejó grogui aquel noviembre del 2004.
Amor
puro de uvas licuadas siendo elixir, pero sin querer pretenderlo. Igual que el
glamour de la ordeñadora y el encanto protocolario del pastor(sic*).
Todo
olores y sabores de verdad, de los que ya ni extrañamos por la pérdida de
nuestra esencia primigenia. Y que siempre hay que acoger como tu cerebro
estragado tras días de ayuno.
Mi hijo de 20 dice: - Es un vino para emborracharte; y eso que él no lo ha hecho jamás.
Hay que fomentar la autopedagogía y estimular la ajena. Para volverte niño hueco y permeable, a ser
posible, y por siempre.
Debería
– y he contado hasta tres – hablar sobre las virtudes
gastronómicas, malabares y demás coletillas que ahora tanto inundan
las instantáneas mediáticas de nuestro celular; pero no.
Mi
relación últimamente con el placer dispensado por algo tan
elemental como el comer y el beber. Que ahora, de alguna manera se ha
convertido en una especie de experiencia casi tan reveladora como la
aparición de una virgen. Para este menda, es más como el sexo y
todo eso a lo que nos empujaría esa pareja recién conocida en una
noche loca:
Elemental,
primario y si se quiere: perverso. Cuando lejos de los Tripavisores
miopes, estamos los que buscamos la verdad de la vida lejos de los
testamentos dogmáticos, y un poco esa pose sensacionalista del
espejismo deslumbrante.
Que
igual el rastro del vino distorsiona y condiciona mi forma de ver las
cosas últimamente. Pero siempre y cuando uno/a utilice sus placeres
egoístas, para regenerar y estimular sus sentidos digo yo… Que
leches importa si la verdad pertenece a alguien o importa un carajo
la unanimidad?
Que
sean los feligreses y la papilas las que hablen o sean el botón rojo
de la deflagración orgásmica quien nos coja de improviso.
Yo
hace un montón de tiempo que no planeo.
En
el hospital pensé que las voces y pasos en el pasillo eran fruto de
la morfina. Pero con el paso de los meses, he llegado a la conclusión
que no son voces sino latidos: Te llaman, bien sea por instinto o
impulso.
Nico
Montaner me llamó; creo. O quizás fue siguiendo las migajas de pan
que Lluis Pablo Herr Commander, Juancho Asenjo o mi amigo Jordi Ferrer fueron dejando; como
personas a las que creo más que a cualquier predicador. Y no es
criterio, sino ventanales de aire fresco y perspectivas distintas lo
que me aportan.
Así
que Nico, su hermano, y todo aquel que se siente parte del legado
familiar Donostiarra de su madre Maite Anechina; con malavar
etimológico incluido (Cariño = Maitea en Euskera) . Para mi, son
como una pequeña familia que te hace partícipe de esa química
invisible entre el vino, la comida y el punkrock puramente hedonista.
Por
suerte en Barna hay unos cuantos, los mejores. Solo hay que
buscarlos.
Personas
que como Nico y su equipo. Hacen que la comida y el arte de nutrirse
no solo te sacie la tripa, sino te insufle un montón de felicidad.
Platos
honestos y funambulistas que hacen equilibrios entre la alta cousine
y la esencialidad con terruño. De una manera tan simple y funcional
como el Rock&roll, sin prescindir del virtuosismo pero utilizando
elementos reconocibles, familiares y comprometidos con nuestro
pasado; igual que una Fender o una Rickenbacker. Infalibles y
eternas.
Lo
que allí te puedes encontrar a parte de una carta de vinos
imaginativa, reconstituyente y diversa. Es una comida sustentada en
parte en la tradición culinaria de familia, el respeto por el
producto de temporada y proximidad, y esa impronta que habla
directamente y sin ambages de aquello que vas a dar cuenta.
Por
lo tanto, el resultado como podéis imaginar, es de un divertimento
asegurado sin mentar los postres, que son el colofón perfecto.
Ineludibles todos ellos.
La
Txistorra de Arbizu con papas y huevos fritos a grito de The
Sonics, la tortilla de bacalao que en realidad The Neatbeats
proclamaban. El Ajoarriero, los garbanzos con tripa de bacalao
Motörhead, las tiras de pollo con esa salsa de miel los
hermanos Reid susurraban en el “Just like Honey” con
mostaza, que quitan el sentido, los calamares con rebozuelos y
butifarra de perol de Cal Rovira a lo Octopussy Seamonsters
Weddingpresentero, el nidito de foie a la brasa recostado en
huevos que mi hijo mayor podría recitarle en clave amorosa como RVG
en “ the Eggshell world”, o las carrilleras
a la Riojana de reverencia grupal “Thunderstruck” ACEDECERO;
por poner algunos de mis preferidos.
Una
alineación de pinchos desde el más básico y elemental, hasta los
bocados de sus platos en versión de bolsillo, mejor que cualquier
selección del más reputado de los Dj’s.
El
Txuletón James Brown no podía faltar, está claro, igual que
los pescados clásicos. Pero yo la verdad es que me lo paso más bien
con los platillos y novedades de temporada como la Corvina lacada con
teriyaki y los maravillosos Jereces a copas inigualables en toda
Barcelona.
No
en vano, no es casualidad que el historiador jerezano Álvaro Girón
aparezca por allí cada vez que visita Barcelona. Es entonces cuando
Nico dispensa esa colección de Jereces viejísimos, de coleccionista
e inmortales que atesora en su bodega. Igual que los Brandys de los 60 desaparecidos, que recupera como un mecenas humanitario para las almas
descarriadas como nosotros, para el menester que se precie: Acompañar
un café cortito y bajar la comida para recobrar la agilidad y la
lucidez, o por simple labor humanitaria.
Dejarte
aconsejar y llevarte en brazos a descubrir verdaderos tesoros de
pequeños productores, es otro bien escaso en esta ciudad grade que
es Barcelona. Y descubrir los vignerones más punkis y
gamberros de Francia, Italia o nuestro territorio, lejos de las
encorsetadoras D.O’s. Nunca falla, os lo aseguro.
Hay
que tener la mente abierta, los sentidos preparados y ganas de
aventura para desentumecerlos y ganar años perdidos ya en la
juventud desinhibida. Perder el miedo a descubrir. Que lo que nos
mola ya lo tenemos ahí, eso no se pierde, pero a veces se enmohece.
Y ejercitar ese equilibrio entre la sabia joven, y las tradiciones
más ancestrales.
Resumiendo:
Un
sitio singular en si mismo al que me desplazo cuando quiero darme un
homenaje, egoísta si se quiere, y donde llevaría a mi amigo del
alma también.
Donde
no hay solemnidad ni paripé cuando son los manjares que te tutean, y
los mejores vinos posibles para acompañarlos; desde el más
preciado, al más gamberro. Y donde una carta para todos los
bolsillos da el juego imprescindible para montártelo a tu manera.
Un
parque de atracciones para jugar, disfrutar, y amarse.
Que
el amor, que queréis que os diga, está muy falto hoy en día.