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martes, 25 de marzo de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number seis)


 

06: KLAUS JOHANN GROBE_LO TU IL LORO Vs. CONCA TRE PILE 2018 BARBERA D’ALBA Di ALDO CONTERNO (Piamonte)

 

¿Quién no ha soñado alguna vez en la vida con la ingravidez, la facultad voladora moviendo las piernas como quien pedalea cual Vicente Belda, o el salto al vacío “estilo libre”?:

Abrir un ojo, oír llover, el despertador pregonero, dar media vuelta y seguir haciendo kilómetros soñando.

 

Aunque para que mentir.
Para los que el soñar es un recurso para escapar de la anodina mediocridad de la rutina, como yo: que lo practica mientras conduce, contempla o se desplaza a pie en esa vigilia del estar despierto, sólo que fuera de tu cuerpo/envase. Sonidos como los de esta pareja de Zurich; Dani Bachmann y Sevi Landolt. Son el mejor sustento líquido gaseoso para practicar eso:
El soñar despierto donde más nos rote.
Ascensores, descampados, lavabos públicos, o largos y desiertos pasillos recién pulidos donde deslizarnos emulando a un breakin’ Jamiroquai,  con un poquito más de flooooow a ser posible. Y en lo que vendría a ser una pasarela al más puro estilo Soul Train, con más finura que músculo.

 


 

Hace algo así como diez años; que se dice rápido. Esta pareja publicó “Im Sinne der Zeit” y automáticamente por arte de birlibirloque y por eso de cantar en alemán, se les colocó la tan socorrida etiqueta krautrockera; y a mí que me disculpen.
Pero desde entonces y mucho más resueltos con sus bártulos de hacer música. Son dos discos más, y un puñado de singles en los que se han acomodado en la pista de baile sin dar más rodeos absurdos sobre los géneros musicales; salvo que todo lo que tocan “suena como de antes”.  Y centrándonos en su único mensaje hasta ahora, que es algo así como: ¡Danzad Malditos!

 

 

Y qué duda cabe que no dudo ni un segundo en su talento sin paragón para hacer bailar al más pusilánime y mustio. Sumado todo ello a su frondosa y rica carta de ritmos delicatesen, variedad para los paladares más jugones y por supuesto, calidad del reguero de temazos que han ido dejando a su paso a día de hoy.

Pero ay!!

Con este LO TU IL LORO plasmado en su habitual sello Trouble in Mind Records, con sede en Chicago, qué queréis que os diga.

Han hecho de mi particular 2024 de mierda por asuntos de salud mental, física y emocional que no vienen al cuento. Lo más semejante a un retiro espiritual en la nada contemplativa más absoluta.

 

Algo así como perder la conexión al mundo que te sujeta y apuntala; y creo que queda más que evidente mi deserción de la escritura y mi desgana por interactuar en esa red de araña social con la que a veces nos asomamos al mundo.

Pero imaginarte en otro plano mucho más ocioso, despreocupado y jacarandoso.
En una, por ejemplo, pecera invertida donde las líneas de bajo emulan las costillas arqueadas que refuerzan esa especie de cúpula planetaria donde perder fácilmente de vista el mundo majadero. Y la dulce voz de Daniel musitando en italiano mientras ralentiza las dislocadas noches de Studio 54  en un plano secuencia a cámara lenta, slowlym, tooodo muuuuuy slowly.

 

Cierto es y no me escondo, que mis numerosas temporadas estivales en tierras italianas y esa peculiar manera de viajar con la imaginación a lugares donde el agustismo es mi único dogma salvador cuando pintan tordas. Ejerce sobre el que aquí relata, un estímulo poco equitativo e imparcial.

Confieso, diría que hasta interesado.
Pero insisto en la magia de este dúo, capaz de evocar cosas que además de exquisitas musicalmente hablando. Lo son también con una fidelidad a todo aquello que se suscribe, adjunta y pegado va de siempre a la música:
Los paisajes sonoros.

 

En esta ocasión: Como un todo musical de cadencias sedosas y confortables, donde el funk, pop, jazz e incluso la música ligera de los 70, con cierto guiño kisch y encuadre sepia a lo nouvelle vague, se vislumbran como una hermosa instantánea desenfocada. Esta pareja de suizos ha entregado uno de esos discos que después de un puñado de años, integra la misma elegancia disco, sólo que en una versión final de fiesta de tono melancólico para derretirse escuchándolo.

Un álbum de aquellos que conjugan en una melodía canción, todo aquello que uno considera como PLACER; así, en mayúsculas.

Después, que cada uno se espabile en concretar lo que supone para cada cual esa cosa de estar a gusto mientras ve avanzar las manillas del reloj sin preocuparse por los plazos.

 

Para mí, ya os digo: Estar sentado con una copa de vino en la terraza de un apartamento sencillo mientras la pericia solo se ocupa de degustar el impresionante paisaje del Piamonte barolés desde Treiso, ya me vale.

Un recuerdo ya lejano del 2015, pero al que le encaja como unos pantakas de pitillo esta banda sonora:
Io Sempre Di Tu”. “Bay Of Love”, “When yo Love”; mi preferida o cualquiera a voleo.

 

 

Y claro, en esto del malabar de la asociación en cuestiones de echarme un rato bueno; los pocos que me permiten mis obligaciones. Y siendo uno de los pocos talentos que la madre naturaleza me ha prestado a cultivar, con ahínco y perseverancia, también lo digo.

No iba yo a desaprovechar la oportunidad de alabar la propiedades sanadoras de un buen vino del Piamonte.

 

Así que me vais a perdonar si aprovechando la coyuntura de mi devoción por uno de los paisajes vínicos más bellos de Italia, recomiendo por enésima vez un vino italiano.
Uno en la versión más accesible de la zona, pero también con más renombre en la difícil tarea de conciliar tradición y modernidad: PODERI ALDO CONTERNO.

 


Sus vinos refuerzan la contundencia y carácter de unos vinos potentes y de gran estructura donde la longevidad es una de sus mejores credenciales. Pero que los hijos Conterno han conseguido dotar de elegancia, refinamiento y armonía sin perder todo lo anterior.

Fue VIGNA FRANCIA de Giacomo Conterno la primera que probé aquel 2015; ahora inaccesible. Y esta CONCA TRE PILLE del 2018, la que me permite comparar dos estilos parecidos por familia, pero diferentes para entender la evolución de los vinos del Piamonte y en particular la de las Barberas: Variedad “menor” entre Dolcettos, Nebbiolos, Barolos que anda la cosa.
Teniendo en cuenta que la VIGNA FRANCIA que elabora su hijo Giacomo, de la que me agencié dos botellas aquel año, se ha convertido en un objeto de deseo solo al abasto de gentrificadores de vino (ya va por los 60 euros de los treinta y algo que valía). Nos conformaremos con esta versión más modesta, que presume de más frescura y tensión que su hermana pequeña.

Un vino elaborado con viñedo de no más de 45 años en Monforte D’Alba y que nos da una versión más fresca y jugosa de la Barbera. Con excelente acidez y una expresión que va de cierta salidad del calcáreo, a los frutos rojos y negros maduritos salpicados de una sutil mineralidad, y un ligero especiado picante que remata con una estructura bastante dócil.

Todo y que esta Barbera no renuncia a cierta rusticidad, si la comparamos con Vigna Francia que es todo suavidad y feminidad.
Digamos que la de Conca Tre Pille está como haciendo de cuña entre la parte herbácea y más mineral de los vinos clásicos del Piamonte y el más frugal de los modernos. Y su principal valía es la complejidad, a la vez que nos allana el terreno con un fácil beber, como preparándonos para lanzarnos al excitante mundo de los Barlolos and Co.

 

Un vinazo a un precio razonable, con credenciales de Barolo, donde lo serio y divertido no tiene por qué estar reñido. Al contrario, debería ser premisa de obligado cumplimiento.
Y, sino que se lo digan al difunto Eugenio.
 

 

domingo, 5 de marzo de 2023

THE ARCS_ELECTROPHONIC CHRONIC_2023: EL HILO FINO

 

A veces, me permito la licencia de aminorar el paso… hasta detenerme:

Miro, observo, contemplo. Y hasta disfruto de apartar con un puntapié esos quehaceres pensados, saludables. Y muchas veces, convertidos en rémoras consentidas y caprichosas.
Y pasa.
Que hay noches de tránsitos lunares donde el quiero y necesito. Implosionan generando esa especie de acericos donde clavar las miserias, igual que los alfileres en un queco vudú; solo que, sin desear mal alguno ni a nadie claro.

 

Y es entonces, que esas melodías atadas las unas con las otras en forma de álbum, destinadas a languidecer por algo parecido a la desidia romántica. Me gritan con un llanto sordo como el de las criaturas; bombeando tinta y memoria musical.
En el fondo, y de verdad. No sé si lo hago por ellas, o por mí. Pero, sí tengo la certeza, de qué discos han cimbreado este 2023 la comodidad perezosa y tonta que me ataca desde hace ya un tiempo.

 


 

El que más y con diferencia. Después de acontecer una velada en directo y comprobar con resignación, que mi organismo melódico/vital no necesitaba poses sino acciones.
El regreso ofrenda de Dan Auerbach y sus Arcs, en responso a mi querido Richard Swift. Borró de un plumazo, conduciendo solo y de camino a casa. La sensación de fallida, al ver a Black Angels y buscar la barra con el rabillo del ojo a la media hora del set. ¡¡bendición!!

 

Canciones escritas por Richard Swift años atrás, antes de su partida. Y huérfanas desde 2018, sin los ánimos ni la predisposición logística de grabarlas.
Así pues. Lo primero que nos encontramos al arrancar Electophonic Chronic, es la imponente presencia de Richard girando entorno a una manera de entender la música; la suya.


 

La primera vez que una canción de Ricardo Sigilfredo Olivarez Swift-Ochoa (aka Richard Swift) llamó mi atención, fue en 2006 con “Whitman”.
Con ella abría su último Ep “Walt Wolfman”. Y fue una canción a la que permanecí enganchado de manera enfermiza. E incluso embobado, en una idea que escarbaba más en las sonoridades y el envoltorio armónico, que en la canción propiamente dicha.
Para entendernos: Imagínate la música sin la atadura de un estribillo e instrumentación convencional. Y más como un espacio amplio donde la música actúa como un elemento lleno de capas (percusiones, voces cacofónicas, e instrumentos tradicionales que entran y salen al ritmo de la base rítmica). Y al final, casi por la inercia del ritmo, caes en la cuenta de que esa maldita música, es capaz de generar ambientaciones tan poderosas como la propia imagen.
Ahí puedes oler, masticar, y balancearte sincopadamente el jazz, el dub, el soul, el rithm’blues, y cualquier ritmo donde sus pulsaciones marcan la inercia.
De tanto en tanto, baja a la tierra, se pone al piano y te acuna y resetea. Y quizás esa era la magia de Richard Swift: Manejar los elementos usando los atajos propios de quien solo busca la esencia, y prescinde de cualquier cosa que maquille el ritmo, el flow, y la armonía base.

 

Sabido esto, se entiende perfectamente que desapareciera como solista en 2006; lo cual me dio una rabia enorme, y he tardado 15 años en entender. Y se dedicara a enriquecer a The Shims al piano y las voces, salpimentara Black Keys con su bajo rítmico, y de ahí su idea de The Arcs como laboratorio experimental.
Por camino produjo a Sharon Van Etten, Nathaniel Rateliff, Foxygen, Pure Bathing Culture, Kevin Morby, Tennis, Damien Jurado, Guster, Laetitia Sadier, y alguno más que me dejo.
Y en cada uno de ellos, una vez escuchadas sus canciones. Puedes notar su presencia de una manera tan poderosa y magnética. Como lo hace ahora, poseyendo a Dan Auerbach igual que un ente a su lacayo, previo pacto diabólico; entiendo.

 


Al escuchar la vuelta a los estudios de Dan, con sus Arcs. Acabas entendiendo un poco por qué disfrutaba más Richard, siendo parte de un sonido que el actor principal de la escena.
Y con la aparición de “Keep On Dreamin” antes de que acabara el pasado año; como adelanto de lo que sería esa deseada vuelta. La sospecha de que la misma, sería un magnífico tributo al color de la desbordante imaginación espacial de Richard, un presente confirmado.

 

 

 

Doce canciones que arremeten de entrada, con forma de pulsaciones de cálido funk caribeño, con este adelanto. Y complementadas con las imprescindibles visuales que Robert Schober ha ideado para cada tema del álbum.
Son, por así decirlo: La mejor forma de juntar el recuerdo perenne de Richard, y una justa reconciliación con mi últimamente olvidado Dan Auerbach; al que no prestaba la más mínima atención en su última deriva yoista.

 


“Eyez” admito que me cogió de la mano y me zarandeó; cuando quieres eso que alguien te da: ¿blandura y melodía? Afirmo sin rubor alguno.
Heaven in the Place” lo remarca, y aquí hay algo que me gusta horrores:
La manera nueva de cantar con el corazón de Dan. Logra que confirme la broma que fue el homenaje de raíz que se marcaron Black Keys hace dos años en esa parodia de versiones.
Y es que es una evidencia lo que cuenta el corazón para creerse de verdad lo que uno hace. Si es que lo que uno hace. Lo hace para quien escucha con ese audífono que todos llevamos ahí, insertado en las tripas.

 

 

El disco por sí mismo, pudiera parecer una especie de soul híbrido. Y a veces, por qué no, un agravio a ese terruño soulero, que aquí pudiera parecer una vedette de saldo con maquillaje barato para remover de la tumba a más de un clásico.
A mí, sinceramente:
Un ejercicio necesario y saludable para la malsana inercia de los proyectos personales de Dan. Y un laboratorio donde cada miembro, invierte los papeles y se lo pasan verdaderamente bien.
Por eso. Cada canción es un salto al vacío despelotado con una psicodelia aérea maravillosa. Que invoca a Richard y se hace presente; vaya si se hace presente. Notándose en un conjunto muy agradecido.

 

Dan Auerbach, el teclista Leon Michels, Nick Movson bajo en ristre, y el batería Homer Steinweiss que sustituye al fallecido Richard; pese a que se conservan numerosas pistas grabadas por el ideólogo del asunto.
Son los culpables de la…
Burrada de “Behind the Eyes” con una voz donde daría mi mano derecha si es Dan quien canta, o se nos ha colao un mini Van Morrison. Y una versión de tapadillo del “A Man Will Do Wrong” de Clarence Reid y Paul Kelly que aquí sí me creo. Alcanza el cenit más soulrockero y verídico del disco junto a “River”.

 

Y entre alguna que otra lisérgica instrumental para asimilar entre olisqueo y sorbo de vino.

Suceden las secuencias que me catapultan a descorchar y celebrar. La oportunidad de abrirse en canal para, y por el amor con la bella “Love doesn’t live here Anymore”; con falsete incluido.
Dándome la oportunidad enaltecer la apaleada Verdejo castellana. Con un Verdicchio primo italiano de Poggio San Marcello en Ancona, mientras los ecos de  Only One for Me” retumban fuerte de fondo.

 


 

La historia de un panadero reconvertido en viñador en 1972 Ferruccio Sartarelli. Que invirtió toda su energía en levantar una bodega volcada al 100% en el Verdicchio de calidad.
Y donde hija, marido y nieto/a elaboran cinco blancos. Y un Tralivio de viñas viejas en concreto, que me hizo perder el sentido en mi primer año en Bologna.
Así que el pasado verano, no podía volver a casa sin la tentación de probar su buque insignia Balciana.

 


Sin dar demasiado rodeos, Balciana es una jodida bomba de elixir con su15’5%, que mete miedo; para que negarlo. Y uno de los mejores blancos que he tenido el gusto de beber; así, sin meditarlo demasiado.
Junto a él podrían hacerle compañía el Grans Fassians del 97, el Mas D’en Compte del 2007, el Chateau St. Martin  2005 Michael Keller, o aquel Tondonia Rsva blanco del 82 que abrió Jordi Ferrer en casa de Xavi.

 

Pero al final, no hay ranking que valga si las sensaciones confluyen, se complementan, y esto del maridaje o conjunto emocional reúnen por ejemplo….
Ese vino rico, el picoteo que lo acompaña, la percusión de la cacharrería mientras cocinas, el sol que se cuela por la ventana del comedor y sin remediarlo… La música a la que invita todo esto joder. ¿bailas?
¿Mientras cocino, bebo, pico, troceo y remuevo? SIEMPRE.

 

Hay un color dorado licoroso que delata contundencia.

¿el aroma? Notas que recuerdan al Tokaji o una Riesling Auslese, ósea: Como si esa vendimia tardía y maduración al límite dejara un rastro ligero de podredumbre noble (Botritis) Que no.
Hay eso sí: Membrillo, ralladura de limón, almendras, y algo que pertenece a mi recuerdo y seguramente nadie entienda: Los panales de miel que venían en los botes de miel que comprábamos en Castellar de N’Hug.
Una sensación a cera de abeja que sospecho, viene del contacto de las pieles en la maceración; aunque es solo una cosa mía.


 

Boca potente y larga, claro, son casi 16 grados. Pero que no afectan a la sapidez de este vino que alberga una acidez calcárea sobrenatural. Por lo tanto, cuando se mezcla con comida… BoooM!! La cosa cobra una dimensión de complejidades juguetonas divertidísima.
Me acuerdo de esas primeras ciruelas claudias a las que apuras el hueso y esa acidez chispeante te recorre el paladar. El Pomelo rojo navegando entre el glicol y surfeando sobre esa acidez amarga final que invita a seguir bebiendo. Y un fondo largo de rodador como el de Fabian Cancellara o Viacheslav Ekimov, sellando un recuerdo palatar inolvidable.
Almendras amargas, orejones, mineralidad, cítricos y esa parte de amielada que no va asociada a la miel, sino a los aromas que desprende el panal y la parte floral de su cosecha.
Y poca escapatoria más  la que ofrece el conjunto del careo entre este Verdicchio di Jesi y un buen disco.
¿bandera blanca?