Bodega: Atalaya
(Atalaya/Albacete)
D.O.P: Almansa
Productor: Gil Family
Estates
Añada: 2011
Alc/Vol: 16%
Uvas: Garnacha Tintorera
85%, Monastrell 15%
Viñedos a 700/1000 metros
de altitud
Suelos arenosos con caliza
predominante
Maceración y fermentación
en Inox. durante 20 días. Fermentación melolactica y crianza en
barricas de roble francés durante 12 meses.
Hoy he
vuelto a subirme a mi atalaya. En busca de un mirador donde avistar
conatos de incendio con los que arder. Ese visor imaginario al que
trepo, cuando a tientas y de noche, deambulo perdido por el bosque.
Alta y destartalada como un sindiós. Con forma de fortaleza,
erguida entremedio de zarzas. Y custodiada por avisperos y telarañas.
He trepado
por su escalinata oxidada y llena de líquenes hasta allí arriba,
para volverme a estirar en esa vieja hamaca raída de poliéster
calado: Recostando mi espalda en la escalera de gato, tomando aire a
medio camino, y sin necesidad de mirar hacia abajo por si los
vértigos de la duda.
Hay que
subir bien alto para ponerse a salvo de las fieras. Esas que con
forma de interrogante te hacen vacilar, e incluso aturdirte con la
velocidad de los días, los gritos y las amenazas; hasta acorralarte.
Allí en lo alto, no solo está uno a salvo de las corrientes
fuertes que todo lo arrasan. Sino que se ven además, las cosas con
más perspectiva, se perfilan los horizontes e incluso detener el
tiempo para testear la maquinaria que nos mueve. Mirar a contraluz
las lágrimas que se deslizan por el cáliz, que se adhieren
resistiendo la gravedad, construyendo formas caprichosas que emulan
las primeras lluvias del otoño. Y disfrutar con parsimonia, del
alivio que supone contemplar el transcurso de las cosas desde la
altura.
ATALAYA a
sido el primer trofeo de este fin de estío. Un concentrado tan hondo
y profundo como los agujeros de gusano cósmicos, que nos tragan y
fagocitan. Un tinto de Almansa venido al pelo, cuando nos llega el
agua el cuello y buscamos lo imposible al borde del fin vacacional.
Ese elixir concentrado de viñas centenarias, que convierte la
robustez de los torreznos Manchegos en savia, su oscuridad en luz, y
su grano grueso en munición para resistir encaramados en la Atalaya.
ATALAYA es
un tinto elaborado por el grupo Gil Family Estates. Un
importador formado por ocho bodegas, que desde hace unos años y con
el auge de la distribución en nuestro país de origen, ha crecido
exponencialmente. Mi primer encuentro con esta familia fue con
VOLVER. Un Tempranillo Manchego de esos que tira por tierra cualquier
idea preconcebida sobre una de las uvas reinas en nuestro país; por
lo menos la mía en los tiempos que lo probé y en mi escaso bagaje.
Después vinieron otros (Atteca, Atteca Armas, algún vino de Juan
Gil... Vinos tintos, que están unidos en su mayor parte por la edad
de sus viñas y lo que esto conlleva: Mineralidad, complejidad,
reducción, y la peculiaridad propia de cada vino según zona y uva.
Aunque en las fichas no se dan muchos detalles de la edad de las
viñas en cuestión; lo cual no estaría de más.
La
climatología de esta zona y de otras como las de Atteca en
Calatayud, Juan Gil y el Nido en Jumilla o Volver, de la zona de
Toledo, son de muy bajo rendimiento. Con lo cual, y unido a sus pocas
lluvias, contrastes térmicos típicos del clima Continental: grandes
insolaciones y tipos de tierra; en este caso calizos. Nos dan unos
vinos de elevadas graduaciones y gran concentración. En fin, no sé,
puede que para según quien esta potencia sea un inconveniente; no
son vinos para el verano eso ya lo digo.
Pero lo que
para algunos puede suponer un justificado canguelo, para mi, es un
puro disfrute amigos. Que queréis que os diga, me tira la piedra, y
sobretodo la mutación (finamente evolución) que tienen estos
bichos. Debe ser quizás, la misma devoción que les tengo a los
tintos Italianos: robustos, ariscos y a veces salvajes, pero que
cambian con el tiempo y el aire cosa fina. Como yo digo, vinos
tridimensionales #muchos en uno.
Puede que
este tinto -al que accedí una noche de picoteo en el Celler Cal Marino del Poble Sec- sea de los que mejor impresión me hayan
causado. Quizás el momento, quien sabe... Las experiencias casi
siempre van sujetas a momentos únicos e irrepetibles; como nosotros.
Que cambiamos y nos modulamos sin tan siquiera saberlo como los
camaleones; según el entorno y si las serotinas o dopaminas están
bulliciosas. No temáis, no son drogas, son totalmente naturales.
Aquella
noche debían estarlo, o si no, igual era yo que rodeado de botellas,
toneles y viandas de trinchera perdí el juicio. Fue aprox. hace casi
dos años; por eso lo de la añada, 2011. Ahora seguramente en las
tiendas encontréis las del 2013 y puede que esté un poco más
verde. Así lo recuerdo yo de aquella noche. No se si por fallo de
temperatura; algo que me jode bastante de algunos sitios: Tener los
tintos a temperatura ambiente, cuando a lo mejor estamos en
Primavera/Otoño/Verano a 22/25 grados, si no a treinta y pico. O
porque con dos años menos de botella, los taninos estaban mucho más
presentes. Misterios de las dopaminas, o no...
El caso es
que de allí me llevé dos botellas, eso lo recuerdo a la perfección:
Un Pedro Ximenez de Spínola y La Atalaya. La segunda para guardarla
durante un tiempo, la primera no duró ni una semana.
De este
trago hondo de principio de curso. De semana panza arriba esperando
la sentencia al trabajo – Tres hurras por los vagos!!
La cuestión
es que cayó como aquel café que le llovió Juan Luis: En su
momento, delicioso, cálido justo el día que apareció el Otoño,
(después solo fue un amago), pero yo lo gocé, vaaaaamos!!
Uno de esos
Domingos que yo siempre visualizo soleados y silenciosos; aunque
Morrissey se empeñe en que sean grises. Pelando a mis hijos como un rito fraternal de Domingo desértico. Acondicionarlos justo cuando todo huele a lapicero y a goma de
borrar, en cuerpo; y en alma sobre mi Atalaya. Todos a la mesa, un plato de lentejas de un día para otro, y la
grandeza de ese modesto líquido, oscuro, sedoso.
La Atalaya
condensa su profunda longitud en un carmesí intenso. Al abrirlo
explotan mezclados con esos 16 grados de volátil, las especias:
pimientas negras, clavo, cardamomo, el aceite de bergamota del Earl
Grey. Cuando el oxígeno se lleva esas primeras resinas y epoxi, van
apareciendo progresiva y lentamente los frutos negros: moras,
arándanos, algo de regaliz. Se vuelve más frutal y láctico,
quedando al final un ligero atisbo al cuero que los taninos otorgan;
puede que una sutil oxidación al final.
Es un vino
que evoluciona amablemente y se hace más dócil, acaramelado. Igual
que esos Priorats o viejos Montsants de Cariñenas y garnachas
centenarias. Comprime estóicamente todas sus esencias por largo
tiempo, y explota transformándose como una crisálida cuando se
acomoda en la copa. Su boca al principio es química como el
alquitrán caliente recién prensado. Su tanino es inciso entre ese
efluvio de monte bajo, de madera descompuesta, de hojarasca y de
setas. Cuando respira o lo gorgojeas en la punta de tu boca resaltan
los mentolados, el cacao negro con el especiado que predomina; una de
sus características más indomables.
Acaba siendo
un vino bastante más afable, los taninos y la acidez integradas
fantásticamente. Eso sí, no pierde esa personalidad mineral, su
longitud, y ese carácter de antaño donde el tiempo para el
minutero, y la paciencia se convierte en una virtud extinta.
Sobre la
ATALAYA todo se ve de forma distinta: La extensión de campos
amurallada por árboles, coníferas, y el silencio que solo se
atreven a quebrar pinzanes y caderneras. Los latidos bajan las
revoluciones al mínimo. Solo los hondos suspiros, y ese llenarte
como las pieles de las botas de aire hasta el éxtasis.
Desde arriba
se ven las cosas mejor, desde la Atalaya.