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viernes, 17 de mayo de 2019

MADRUGADA_ RAZZMATAZZ 2 (8/05/2019): AMANECE QUE NO ES POCO

 


Sentados el uno junto al otro… En el coche, fumando y con la mirada un poco al infinito, hablaron.
Hablaron de las madrugadas sin frenos ni cinturones de seguridad.
De los repechos de la vida, e incluso del vértigo del pasado cuando los quieres envasar deteniendo así, el pixelado de la edad. De esos cientos de sentimientos que como estelas de vapor de agua condensada te sobrevuelan en nítidos cielos azulados, como aviones sin aeropuerto. Y que igual que en un simulacro de evacuación, te acaban atropellando por el pánico sin posibilidad alguna de asimilar.

Cosas que ocurren casi por casualidad. Y que en un regateo frente a las desgracias, inconvenientes y achaques, te abandonan frente al área chica, perplejo ante Siver Hoyen (frontman). E indefensos al capricho del oleaje de aquello que amaste. Te lo encuentras como en una estación en tránsito, y solo te queda hacer buena tu condición de esparrin.
Sin tanta ínfula y ceremonia: El efecto de la inesperada visita, de una de esas bandas que te cobijaron hace 18 años y su impresionante efecto.



La veterana banda Noruega a resucitado veinte años más tarde, y con ella: Un espíritu que se diluyó injustamente como las acuarelas en los márgenes de las modas, dejando por lo que se pudo ver en la sala barcelonesa. Un magnífico rastro de incondicionales huérfanos de aquellos sonidos que nunca tuvieron estilo o raza donde ubicarlos.
O esas oportunidades de aleatoria buenaventura que suelen ponerte de nuevo en el buen camino, justo cuando mirando a tu alrededor crees con desconsuelo que nada volverá a ser ya como antaño.

Pero hay una especie de suerte para los que peinamos canas; y no es que no creamos en el presente ni en el futuro. Sino que el pasado fue tan intenso e identitario, que hay una fuerte necesidad por repasar y releer la narrativa de tu vida. Y así asegurarte de que cada cosa que salió a tu paso, dejó una huella imborrable que solo con los años eres capaz de interpretar.
Algo así como la madre que espera en vela la vuelta de su hijo de madrugada, para dormir tranquila; como si fuésemos ya unos vejestorios que solo así se reconcilian con el legado.

Y a luego? A luego está la síntesis que se define con una mirada, la instantánea e inamovible imagen de tu estampa, y el deshielo que ya presientes como inolvidable.

SIVER HOYEN tiene esa capacidad depredadora y encantadora de absorber el murmullo distraído del público con su abovedada voz. Y MADRUGADA, la exquisitez de hilar blues oscuro y arrabalero, épica rockera, e incluso un Pop que a menudo flirtea con lo gótico y el folk americano más árido. Con una precisión y fidelidad sonora muy por encima de media actual.
Una ventolera de otra época, deslocalizada. Que bien podría venir tanto de los páramos de Tucson como de Storkmakners (Noruega); su lugar de origen. De la que nadie diría que han pasado casi diez años de silencio desde su disolución en 2007, tras la muerte de su guitarra Robert Buras.

Aquella cálida noche bastó con encaramarse a las polvorientas jácenas de la sala 2 de Razzmatazz. Para contemplar los primeros acordes cristalinos de “Vocal” y a ellos dos, allí, deglutiendo semejante hermosura.
Unos primeros compases con “Belladonna” y “Higher” - acto seguido - de los que solo cabía esperar una hipotensión emocional ante el repentino envite rockero. Sobretodo, para quienes hicimos escala en el sosegado y más popular THE NIGHTY DISEASE/2001.
Afortunadamente la noche merecedora de uno de los retornos más necesarios. Iba a descubrir la extraña invisibilidad en el fasto alternativo populista, de una de las bandas más interesantes y sin embargo, menos conocidas por el gran público; de hecho, la reputada Pitchfork solo reseña uno de sus cinco Lp’s.
Y aunque ya deberíamos saber los justos, que el crédito no siempre lo da el prestigio o la éxito masivo.
Siempre será una suerte de desgracia, que un repertorio como el de los Noruegos siga a día de hoy siendo, uno de los secretos mejor guardados. Teniendo en cuenta lo mucho que se desvive la gran marea por Nick Cave, The National, Mark Lanegan o hasta Interpol.

fotografía: Ruta 66


Con Siver Hoyen sobradísimo de voz, matices y magnetismo, junto a los fundadores Frode Jacobsen al bajo y Jon Lauvland Pettersen a las baquetas. Y maravillosamente acompañados por los estupendamente engrasados Cato Thomassen a la guitarra solista, y Christer Knutsen a la guitarra, teclados, armónica y voces.
MADRUGADA está ofreciendo una gira, llamémosla: de celebración de su debut, y merecida reivindicación.
Dos horas y media que dan una idea aproximada del potencial de su repertorio, inacabable. Y que se permiten el lujo de separar el disco celebrado, con otro montón de faroles por canciones. Sin decaer ni un solo instante, e incluso paseándose al filo del precipicio con espléndidas intensidades rockeras o poéticas y taciturnas baladas.



El simbolismo mecedor de “Shine”; una de las canciones más tremendas del vadeo entre 90’s y el milenio actual. Hizo temer la imposibilidad de alcanzar un grado de melancolía tan emotivo. Pero “This Old House” se encargaría de incluso tender puentes entre la oscuridad y el radinate sol a lo Jayhawks, como con “Electric”, o “What’s on your Mind”; mudándose de The Sadies.
Y explotar con ritual ascendente el extraño magnetismo de “Strange Colour Blue”, como si fuera el hit de cualquiera de las más míticas bandas de nuestro pasado, igual que un rejuvenecido Neil Young.
Ese halo fronterizo y a la vez electrificante subidón, que saben modular con precisión quirúrgica cuando se hacen gigantes sobre el escenario, atizados por Siver: Sonando “Salt”, “Norwegian Hammerworks Corp.”, o arrancarte el corazón al final, con "Quite Emotional" y “The Kids are On High Street”; elegantes sin igual. Dan una idea de la enorme sombra de esta banda tras 18 sin visitar nuestro país, y su capacidad para llenar salas más grandes de fieles. Si no fuera porque el éxito y la relevancia, no suelen ir de la mano cuando las modas modulan la información.

Pero supongo que esa precisamente, es la magia del arte y sus fenómenos: Nunca tendremos la certeza de llegar a todo y ni falta que hace. Si se lo que se quiere es vivir una aventura sin necesidad de un desenlace.
EL CAMINO ES LA PROPIA AVENTURA.
Y en ese trayecto. Encontrarte por el camino con “Majesty”; que barbaridad levitar y casi llorar. Ir a ponerle unas velas a tus juveniles aventuras con la redentora “Valley of Deception”. Y penar los pecados de tu duda al paso de “Honey Dude”; igual que si fuera una ofrenda bajo el balcón, todo serenata!!
Hasta sacarla a bailar como Vincent Vega a Mia Wallace mientras te ponen en la sinfonola “What’s on your Mind?
Que piensas? Te corroe el recuerdo?
Bueno es


miércoles, 10 de abril de 2019

DOMINIQUE A_ LA FRAGILITÉ TOUR_ Sala Apolo_03/04/2019

 


Esta mañana he madrugado, y he bajando andando por La Cruz, hasta la playa de Merón.
Ha refrescado, pero a las seis me desvelé y desde abajo; camino abajo. Algo me ha llamado como una voz de ensueño desvelado, desde el pasado, y sugiriendo que siempre o casi siempre hay una cuenta pendiente que solventar con el ayer o incluso con el subconsciente. Cuando la llamada ininteligible e incluso inaudible, te solicita.

Acudí en busca de Dominique aun no habiendo escuchado ninguno de sus dos mensajes en forma de disco; como a quien no le apetece sucumbir en la introspección básica y despoblada, cuando es el corazón el que manda y pide bombeos y arañazos en forma de percusiones y guitarras.
Pero hazle caso siempre siempre a la llamada interna de tu corazón; no se a ciencia cierta si no falla o es la adecuada, pero es seguro la fuente de nuestra naturaleza.

Yo me vi allí en la playa: solo, plantado ante una platea de sillas y sepulcral silencio como un séquito de tortugas Carey con la pasión de antaño intacta. Quizás esperando lo que la medicina quiere pero no de verdad tus células, neuronas y grasa intelectual.
Había como un oleaje, y ese sonido de la arena cuando se humedece y se roza entre si hundiéndose bajo tus pies descalzos.
Un vacío de estrago con Dominique A solo, con la guitarra y un escenario apantallado que solo precisó de una decena de canciones para generar eso:
La sensación de sentirme sumergido en el denso líquido salado de las profundidades marinas, oscuras. Cayendo en una sima oceánica de cota incalculable y sin embargo, tranquilo y en paz.

Siempre me ha sofocado el agua y el no hacer pie ni poder calcular la inmensidad bajo mis extremidades, de medidas y escalas 50x50 de mi dormitorio de soltero; no se si culpa de ese monitor hijo de puta de 4º de EGB, o de mi cobardía.
Pero es curioso como ahora, que hace escasos cuatro años que por lo menos se avanzar sobre el agua e incluso zambullirme y disfrutar de ese universo acolchado y líquido casi autista. Me ha ocurrido, que escuchando “Le Soleil” y un repertorio inspirado en la expresión corporal y visual. Me he sentido allí, mar adentro, a oscuras y sumergido con la seguridad que te da comparar la música con un líquido elemento, y la caída libre hacia las profundidades. Pero con la confianza que te da la buena compañía y vaciarte e incluso abstraerte de todo el ruido de estos días convulsos; ya como cotidiano. Y volver a los orígenes.

Cuando eras capaz de desconectar escuchando la sinuosidad y paciencia de las notas, la voz, las luces… y con tiempo de observar a cada compás, cada uno de los detalles de la escena o del público.
Un efecto que solo se da en ciertos conciertos y con determinados artistas. Y que poco o nada tiene que ver con lo que la mayoría imagina cuando cree que va a presenciar una actuación en vivo.
Una fuerza en definitiva, que nace de la expresión poética de la voz y un solo instrumento. Y que posiblemente sea la única esencia verdadera de la música y de un artista que como su madre lo trajo al mundo, se declara ante su público.
Tout sera conme avant”, “Music-hall”, “Hôtel Congress” o la simbólica “Le Grand Silence des Campagnes” en una confesión orgullosa y dolorosa sobre la actualidad social y política de su país y su autocensura en pos de la periferia ignorada y muda por las metrópolis. Hasta llegar a “Inmortels”; una de las pocas mediáticas junto a “Vers le Bleu”.

Dos horas largas de concierto que para mi suerte y sorpresa, limpió sin dejar rastro cualquier atisbo de ese otro Dominique Ané de repente rockero, voluptuoso y hasta cierto punto más “masivo”.
Su actual gira con los contrastados Toute Lattitude: de lienzos de crujidos electrónicos y oscuridad. Y el delicado y primario La Fragilité, donde persevera en su compromiso por las canciones desprovistas de maquillajes y exigentes en la austera sensibilidad de sus inicios de hace 25 años. Ha dado para reinventar nuevamente al autor francés, con una sobria puesta en escena radicalmente opuesta a la de su última gira de 2012, con el ambicioso Vers les Lueurs.
De un merito incalculable, pues la idea no hace más que explorar desde un ángulo más minimalista y expresivo, su faceta más característica y primaria. Y sin embargo de nuevo, vuelve a enseñarnos como la sola canción es suficiente para abrir infinitos aspectos de lírica, sonido, texturas y tratamientos escénicos con los que potenciar su carácter poético innato.
Nada nuevo sobre el horizonte, ya que sus 25 años de carrera y la fidelidad del público cuando más esquiva es su propuesta. Da para certificar, que afortunadamente todavía existe otro universo paralelo y secreto. Muy alejado de las tendencias masivas y mucho más exigente y creativamente transgresor que el que anega listas, portadas y festivales; por suerte digo.

La idea de utilizar fondos sonoros y luces con los que modular el ritmo y la tensión de un directo. Donde su sola voz (a veces reververada), y dos guitarras (acústica y eléctrica). Y conseguir el clímax mágico, basado en un repertorio tan curioso como acertado a la hora de gestionar los sentidos del espectador. Está al alcance de muy pocos artistas; y son muchos los conciertos que llevo a mis 48 años.
La sala Apolo volvió a ser esa superficie donde muy pocos artistas son capaces de silenciar el murmullo de los espectadores, con aticismo. Podría aseverar incluso, que ante mis cientos de conciertos colgados ya de mi recordatorio. Solo Tindersticks en la aquí ilustrada gira de Falling Down a Mountain/2010, John Grant a su piano de cola cantándonos “Where the Dreams Go To Die” en 2013, y esta vez Dominique A a pelo. Me han generado esa introspección digna del arte sacro; si empleamos esta metáfora para la “música moderna”.
La exquisitez del sonido y su reververación cuando arrancó con “La Poésie”, una especie de congojo melancólico y extenuante. La furia austera de “Antonia” con la rendición del público en masa.
La visuales e inspiradoras “J’avais oublié que tu m’aimais autant”, “La Splendeur”, o “Gisor” de pop impresionista. O la poesía de “Au revoir Mon Amour” descompuesta por la oscuridad inquietante de “Corps de Ferme à L’Abandon”. Convirtió el set en un constante tobogán de sensaciones y emociones tan curiosa como exfoliante; igual que un objetivo que reacciona a la exposición lumínica.
Y fue definitivamente, una de esas experiencias que estimulan algo más que esa típica devoción a un artista al que admiras. Y que sabes pasada ya una semana, que te ha abierto otras ventanas de las que no tenías noticia.
Realmente, lo mejor que te puede pasar conforme creces y maduras con el ritmo de quien pasea por el campo, sin ningún objetivo ni premisa. Solo esperando que la belleza te asalte en el encuadre más insignificante.

Suena “Éleor”, y para tu suerte/desgracia descubres ¿donde narices estaba tu alma el día que se te pasó por alto?. Y lo mismo con aquella versión de Éttiene Daho en “Surface”. E incluso en la crudez esquelética de “L’Horizon”o “A Pour le Peau” de éxtasis desgarrador que te sorprende al girar la esquina renaciendo la actitud reivindicativa.
Hasta que tras dos salidas consecutivas y ya con algún icauto marchándose. Suena a oscuras, en acapella y de plástica desnuda, “Le Courage des Oiseaux”; colofón y estallido de aplausos y vítores. Tras una treintena de canciones que te ilustra veinticinco de carrera y se expone ese “grandes éxitos” que todo artista tiene, pero que ni de lejos son los “éxitos· a uso ni losque tu te imaginabas.
¿Puede ser todo ello de alguna manera más maravilloso?
Creo que no.

viernes, 22 de febrero de 2019

24º EDICIÓN DEL MINIFESTIVAL DE MÚSICA INDEPENDENT de Barcelona: LA SANGRE QUE NOS CORRE 09/02/2019

 



La venticuatroava edición del Mini?festival de música independiente, nos trajo (de nuevo); y pese adelantarse respecto a otras ediciones. Ese soplo cálido idóneo que todo bicho necesita, tras el inacabable y tedioso enero que parece nunca dar fin: Alisios de humedad tropical, brisas mediterráneas y predicciones de candelaria que anuncian el declive invernal.
Que bien!!
Otro nuevo “petit comité” indie, donde reunirnos en torno a un candente brasero alimentado de exquisitez musical. Pero sobretodo y más, por el calor humano del más familiar de los eventos puramente alternativos, que se viene sucediendo sin tregua otra vez, en el barrio Barcelonés que vio nacer a mi queridísimo Fermín (Finito de Nou Barris). A donde acudo (también), en peregrinación musicosantísimo; como quien sube descalzo a la ermita para redimir una promesa.
Un acto entre lo heroico (más aún que Superlopez), y la cinética alimentada por la emoción y el empeño como la mejor de las energías renovables edición tras edición.




Este año además (entre vivas y aplausos), con las entradas agotadas y una sala necesitada de otro mundo; no se si mejor o peor que el mediático. Pero infinitamente más libertario y alimenticio.
Cambiar los clichés mola. Que te los cambien estimulándote la capacidad para vaciarte de modas y tendencias, tiene lo bueno de quienes vinimos de otra época más esquelética y sencilla; el pop y el lo-fi es así: Chasquidos, palmas y ritmo; el que bombea el corazón, y el que casi ni necesita de instrumentos para expresarse.
Que tras 24 ediciones de eventos de esta índole y complicidad colectiva siga reuniendo público diverso. Y tras el descalabro del cartelazo de hace dos ediciones, resucite con esta oferta exigente.
Es como poco emocionante, para mi que perdí la fe en la pasión hace unos años.

Hablaba aquella noche con Carlos (50% de la emboscada) legando la pasión a su manera con la familia en la barra. De los clics que se activan, y que muchas veces por asimilación generacional tenemos disecados en nuestro recuerdo más interiorizado.
Aquellos que ni siquiera necesitamos escuchar habitualmente, ya que por sinergia sanguínea son parte de nuestro adn de rítmico bombeo; Kirstin Hersch por ejemplo:
La que para mi y a lo largo de mis años. Se ha convertido en una especie de escala con la que medir el Pop de guitarras noventero venido del otro lado del charco. Desde que adquiriera el “Real Ramona” en el 93, con veintitrés años.
Y una compañera de viaje hacia la vida, cuando la vi por primera vez en acústico y solitario hace 18 años o más tarde en el 2007. Observando su particular o humana forma de asimilar la madurez, y proyectarla en algo tan puro y poético, pero tan distinto a su banda.

En el fondo tampoco es tan raro, pero si muy interesante si te vas observando crecer y hacerlo con la música que un poco te enseñó a discernir entre las modas britpoperas y el experimentar con algo que: Un poco quebró con el estereotipo que aquí se tenía sobre la música alternativa Americana.
En el fondo y realmente, seguramente por eso ni Throwing Muses tuvo apenas impacto en nuestro país. Como a día de hoy, a Kirstin Hersch solo se la conoce de oídas o como referente.
Un pecado imperdonable y deuda que difícilmente sea ya reparada, ahora que muchos se afanan en subrayar lo que molan Throwing Muses; cuando nadie compraba sus discos ni tenían cabida en los fastos tan British vs Grunge que aquí tanto chanaban.
Siempre se nos han dado un poco mal las cosas que no son ni una, ni otra.


Pero hete aquí que ni la hemeroteca, los achaques de edad o sobreinformación que instruye a doctorados salidos por generación espontánea día sí, día también. Va a eclipsar la verdadera magia de la música y su incaducable vida:
Que nunca es tarde para hacer un “de profundis”, incluso una revisión de las instantáneas de nuestro viaje.


Cuando llegamos sobre las nueve y pico, ya habían comenzado FREE CAKE FOR EVERY CREATURE.
Un cuarteto con Katie P. Bennett a los mandos desde la periferia de Nueva York, que ejecuta un Pop cooperativista en un contexto de sala de estar: Melodías susurradas, quebradizas y arrulladoras que vertebran aquello que nos parece Lo fi. El emocore que en su día nos cantaban los Hnos Kadane en Bedhead. O la belleza delicada de Anna-Lynne Williams en Trespassers William.
Podría ser una de tantas bandas de Sarah Records. Pero su ubicación en la Costa Este, les da otra óptica maravillosa sobre lo que aparentemente parece indiepop y en el fondo se escapa de nuestra manía por ordenar en estanterías.
Un set que como las frecuencias que solo se oyen en la naturaleza. Hipnotiza, si eres capaz de desconectarte del escándalo. Y cura el déficit de atención congénito.
Llegaría poco después la sorpresa más aterciopelada y chic de la noche; cuando ya por fin estábamos aposentados, cerveza en mano, saludos… candor.
NIGHT FLOWERS son una de esas bandas que podrían pasar por una de tantas propuestas facilonas, sin demasiadas exigencias que hacen equilibrio entre el IndiePop “para todos los públicos”, y el mainstream con pedigrí. Pero que si echas cuentas, ves que a día de hoy hay muy pocas bandas que se la jueguen, entrando sin remangarse en el lodazal de los sonidos puramente ochenteros.
Lloyd Cole & the Conmotions, Deacon Blue, The Heart Throbs, O ese magnífico “Everybody Else is Doing it, So why can’t be?” de Cramberris en 1993, olvidado al cabo de los años cuando alcanzaron una popularidad masiva. Dan un poco la medida de discografías consensuadas en cuanto la felicidad y nostalgia que generan, y lo poco apreciadas que son en el podium de la excelencia más purista.
Sin embargo en la noche del sábado 9, pocos fueron los que se resistieron a bailar y canturrear junto a la excelente voz de Sophia Petit y la encantadora puesta en escena. Que recordaba a esa aparición de The Smiths en el Wistle Test: Americanas, glamour, actitud y elegancia, sin subestimar la ñoñería que todos llevamos dentro y no nos atrevemos a mostrar sin pudor.


Desglosaron todo su disco de debut con un sonido igual demasiado pulcro y escaso de guitarras. Pero con una actitud envidiable cuando se trata de una banda que acaba de empezar y quiere gustar.
Un disco que se crece exponencialmente en su segunda mitad con gemas como “Cruel Wind”, “Head On” o “Fireworks”. Y que enamora sobretodo por su honestidad, y el buen rollo con el que se subieron al escenario. O la emoción con la que explican su primera experiencia en nuestro país, mientras compartía un cigarrillo con el batería tras el concierto; que por cierto, tenía un abuelo aragonés.



Ahora bien: No hay mayor placer sensorial a mis 48 años, que admirar la capacidad de síntesis y a la vez de generadora de emociones. Que tiene Kristin Hersch con su guitarra y su voz sobre un escenario.

Algo que sospecho, se acerca mucho a una especie de comunión con el pasado, el presente. Y esa magia inexplicable que ejerce la música cuando se presenta al desnudo y con la realidad como argumento de peso.
De eso desde hace ya veinticuatro años, sabe mucho la bostoniana. Y pese a conocerla al dedillo y por fin haber entrado de pleno en ese universo táctil e intuitivo, donde desaparece cualquier rastro de producción y arreglo de estudio. Todavía es capaz de hipnotizarme con su mirada de gata y contoneos felinos, tejiendo con sus manos cada nota. Al filo del quiebro vocal.

Un set que se nos hizo corto bajo un silencio y respeto sepulcral. Y que tal y como demandaba la puesta en escena, no incidió apenas en su último y más eléctrico disco: “Possible Dust Clouds”.
Si fueron “Gazebo Tree” o aquel primer destacado a dúo con Michael Stipe “Your Ghost”, incluso su mimetizada “City of Dead” de Throwing Muses que nos volcó el corazón como antaño.
Sno Cat”, “Krait”, “Flooding” o “Deep Wilson” relucieron de forma mágica, detuvieron el tiempo. E incluso nos arrastraron hacia un estado de paz interior que pocos artistas son capaces de lograr, viniendo como viene, desde esa electricidad tan salvaje como aterciopelada del alternativo americano. Cuando los secretos coexistían parapetados a expensas de exploradores, curiosos y aventureros.

miércoles, 31 de octubre de 2018

FUEGO REAL: THE LIMIÑANAS EN LA [2] DE APOLO_BARCELONA_18/10/2018




Han pasado ya la semana y largo, seeeeeeee. Tantos, que a las puertas del homenaje a los difuntos con el olor a castañas y los generosos ya en la pituitaria. Todavía cavilo si colgarlo, o colgarme.
Y si es verdad que el desdén reinante en mis días de aquí pa’llá hacen que esto parezca de todo menos un blog bitacoriano ágil, audaz y puntual como un clavo. Es sencillamente… por pereza sí, lo confieso.

No una pereza de esas de dejadez y pasotismo, no. La mía es una pereza o mejor dicho, un piano pianissimo más parecido al del yayo del bar de Can Valls de Sant Martí Sapresa. Que nos servía los cafés a su ritmo: Sin la prisa que llevamos siempre a cuestas los de ciudad.
Toda una lección de bioritmo cotidiano magistral, que ahora, 15 años después, la elogio y valoro de manera cuasi dogmática.

Por eso, y pese a que ya han pasado más días de los que la rigurosidad internética exigen. Tampoco voy a dejar que el fantabuloso recuerdo de uno de mis mejores directos en años, se desvanezca en la nebulosa de mi… “espera que ahora voy, y nunca vengo”, de mi adorable hijo de 16 años.
No, si algo hay claro de este blog al margen de recomendaciones espaciaaaaaadas, top lists del año, compilaciones musiqueras y alguna que otra cosilla más mía que de interés público. Es el diario más o menos vivencial de este periodo de mi vida (mu chulo), y a sabiendas de que con los años la vagancia se me acentúe, no sea que no tenga donde mirar para contárselo a mis criaturas.


Y así fue, y no exagero lo más mínimo. De tantos conciertos memorables e inolvidables a mis espaldas: Siniestro Total’85, Ramones’90, Morrissey’99, Jesus & Mary Chain’90, Pavement por tres veces, James 2001 y montón más que me sería imposible enumerar. El que nos regalaron el dúo de Perpignan con Marie y Lionel a la cabeza junto al séquito que lo convierten en ocho (bailarín vacilón incluido ¿el del video de Dimanche? Pues sí). Será el mejor de este 2018 seguro. Y sin dudarlo ni un segundo, uno de los diez mejores de mi vida.
Que igual me excedo y entra en escena sin reflexionarlo sensatamente, eso de la sugestión del momento. Y las muchas ganas que tiene uno de que de una maldita vez, todo suceda como antaño: Con actitud, como si no hubiese un mañana y… Sobretodo, y pese a que sobre el papel, THE LIMIÑANAS pueda parecer más una banda de atmósferas y estética sonora. Sonaron sobre las tablas con el rigor contundente y pasional que se le presupone a quien venera a bandas como The Cramps, Velvet Underground, Lords of New Church, The Brian Jonestown Masacre, Joy Division & derivados, Jesus & Mary Chain... Y en definitiva, todo ese rollo alternativo que bebe de la vertiente arrastrada del rock americano y puramente oscura o enfermiza, que de la estéticamente tradicional y bonica. No se si me explico.
Resumiendo y abreviando: demenciales, hipnóticos y glamurosos. Pero glamurosos con vicio, sabéis? Que igual debe ser una enfermedad no diagnosticada, pero a ver, ¿creéis que Nick Cave mola solo por sus canciones? Y una mierda!!
A eso me refiero.


El repertorio que desplegaron, ya con las intenciones claras tras telonear a ALLAH-LAS y casi reventarles el concierto a los pipiolos, o tomar contacto en las fiestas de Sant Boi junto a FLAMIN’ GROOVIES. Era el mismo capaz de generar la energía suficiente que eleva aparatos del demonio, y a ti mismo dos palmos del suelo. El que se basta de la sinergia instrumental de siete músicos en el escenario sobre un público, que bien pudieran ser bielas en baile. O el que agitan a la platea como átomos en fricción. Es el Rock amigos!! Sí, así, en genérico.
Porque a THE LIMIÑANAS les queda muy chico y ajustado el tirar de etiquetas. Y pasando por el reputado filtro sesentero francés marca Serge Gainsburg, todas y cada una de las etiquetas, géneros o bandas a las que te puedan recordar. Se quedan en un mero Loop de aires Krautroqueros de lo más kisch y sucio, con una personalidad tan de ellos. Que al instante, dejas de pensar en esas mierdas y las aceptas como benditos atributos bien llevados.

Seguramente porque desde el minuto cero y las casi dos horas de concierto, tiran sobretodo de artillería rockera; esa que nunca falla.
Que sí, que aparecen de aquí y de allá los fantasmas del sacrosanto olimpo.
Pero es ese tul de Pop psicotrópico a veces tan de Stereolab bien empapado de Garage azabache, el que acaba haciendo que no sea nada exactamente y sí lo mejor de cada uno. El argumento perfecto que debería hacernos olvidar con nostalgia las bondades de Black Rebel Motorcycle Club, o en lo que deberían haber sido ser los Black Angels.
No le des más vueltas y vive ahora y ya lo que toca, que nada dura para siempre!!

La pseudosurfera y road negroide movie “Overture”; instrumental con la que han abierto todos sus sets. Y que nos encomienda de inmediato a aquellos rare grooves anónimos de las series Blow Up 1 y 2, o de los artefactos de Keb Darge en el Legendary Wild Rockers. O la “Melamore” de su anterior disco, convertida en una andanada de rock caústico casi apocalíptica. Dan buena cuenta de que su formato/aspiraciones sobre el escenario, va más allá de mero ejercicio psicodélico tan manido ahora, como falto de texturas.
Aunque siga pensando que canciones como “Down Underground”, “I’m Dead” o “Stella Star” de épocas pretéritas, con Iván Telefunken a las distorsiones y órganos, ejerciendo bien en el centro de la escena de chamán poseído, no tenga precio ni competencia. La riqueza musical que han ido adquiriendo a lo largo de sus casi diez años de carrera, junto a toda la tropa que se les ha ido uniendo (Pascal Comelade, Peter Hook, Bertrand Belin, Anton Newcombe, Emmanuelle Seigner) o el susodicho. Hacen que la experiencia musical de un simple dúo, se convierta en un cajón de sastre sin limitaciones sonoras ni condiciones creativas.
En parte me recuerda al invento de Ian Button (Death in Vegas), y ese concepto sonoro sin limites llamado Papernut Cambridge. E inmediatamente entiendes esa especie de conexión atada a la batería mantra de Marie. Por donde todo fluye como un estado de pura hipnosis y en directo amigos, en directos crece como un suflé bien proporcionado.
The Gift”, “Dimanche”, “Istambul Sleepy” son así, consecuencia y una parte ínfima de la punta de lanza de un repertorio extrañamente todavía por descubrir. Y la aparente sencillez con la que muestran su manera de confluir y hacer suyas versiones como la demencial “Gloria” de THEN, o la “Mother Sky” de CAN. Entre otras regeneradoras de los Bunnymen, Beach Bitches o Lords of New Church.
Mientras, hay fenómenos que llenan salas y en tres discos rinden más pleitesía a las apariencias y al porte que a la efectividad. THE LIMIÑANAS son apenas unos desconocidos para aventureros sin miedo a mancharse. Y que entienden el directo como parte vital de expresión artística y contagiosa de esta enfermedad nuestra.
Posiblemente sea esa desde siempre, la diferencia entre el riesgo y la comodidad. Lo alternativo o lo aburrido.

sábado, 12 de mayo de 2018

THE CHAMELEONS_VOX_Sala Bikini/Barcelona_04/05/2018: FÓRMULAS MAGISTRALES





Hemos llegado y estamos aquí.
Ese fue el furibundo y único mensaje capaz de hilvanar así, al vuelo. Cuando la noche del Viernes 4, alcanzaba su punto más álgido al sonar “Looking Inwardly”.
Probablemente nadie entienda la idea de tener la certeza, cuando algo sucede ahí abajo, en las tripas. Ni tan siquiera así, en plano general, que una canción del denostado WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY sea esa canción más esperada por alguien, o para el caso: La que ilustre una época, un recuerdo, o una idea a grandes rasgos sobre una de tus bandas de juventud y la noche del reencuentro. Para mi sí.
Más aún cuando le sigue “Perfume Garden”. En ese momento hubiese firmado por poner fin al suspense del desenlace.
En general no es el disco más representativo, para una banda poco o nada reconocida, en tanto a la influencia general del PostPunk mirando de reojo, y con la perspectiva que nos dan los más de treinta años que tienen sus canciones. Pero fue mi primer disco. El más espacial y menos rocoso de la banda de Manchester, pero solo por eso, mi favorito; sin entrar en debate si es el mejor. La memorabilia tiene eso amigo, en la mayoría de ocasiones no atiende a razones. Porque la música y su memoria SIEMPRE va unida a una huella única y egoístamente personal.
Tampoco hubieron apenas góticos o por lo menos con sus galas ya; igual la edad. Aunque yo jamás oí a Chameleons, Echo & the Bunnymen, Comsat Angels o a los Sad Lovers and Giants en ningún garito gótico de la noche Barcelonesa; por lo menos si era más importante la estética que el militarismo. Nunca lo fueron, también es verdad.

Y eso. Además de honrarles. Les da un plus de importancia creo, vital. Si intentamos conectar algunas de esas bandas casi siempre incluidas en movimientos de culto, y sin embargo alejadas de una intención realmente musical.
Principalmente porque creo que son las que mejor capacitadas están, para envejecer y ejercer de conexión entre el pasado y el presente. Si hay bandas recientes que beban de algo del PostPunk ochentero, dudo que sea de Joy Division, sino de The Chameleons: Seguramente la banda menos referida en cuanto a influencia por la prensa, en bandas como Interpol, Editors, White Lies, The Horrors, o Protomartyr. Probablemente porque la mayoría pasó del BritPop a la actualidad, sin tener ni puta idea de lo que se cocía en años anteriores que no fueran Joy Division, The Cure, The Smiths y poco más.

Pero dejando de un lado rencillas y duelos en el callejón más sórdido, propias de un arrugao canoso de 48 tacos.
Lo importante del viernes pasado además de volver a ver a amigos/as de nuestra quinta, correrías y fábulas nocturnas propias de un biopic mítico. Y también esa curiosidad de comprobar si había que pasar lista, si conoces la evolución (o involución según el caso) de algunos de los colegas a los que apuesto, no reconocerías. O incluso averiguar a que quinta o época perteneces tú; que 30 años son muchos. ¿serás de la primera y más viejuna del 86/87? ¿los descubrirías con eso del Britpop y el afán de reafirmarte como raro, pintoresco o marginal? ¿O fuiste ya de los tardíos con muchísima más información, datos y variedad?

En cualquier caso, lo importante es que habíamos muchos; más de los que yo pensaba. Teniendo en cuenta la secuela que me dejó el pésimo sonido de la primera vez que los vi en esa misma sala cuando se reunieron los miembros originales. Dieciocho años que han pasado aproximadamente, y con la edad del pavo ya superada, yo iba con miedo. Sin saber a ciencia cierta lo que me iba a encontrar.
Los vi con esta formación bajo un sol del carallo en un Primavera Sound hace seis años, pero eso no cuenta. Y no sabría decir con certeza el efecto: Hacer tocar una banda oscura a las seis de la tarde debería estar penado.


THE CHAMELEONS VOX, como ahora se hacen llamar por eso de no contar Mark Burgess con la autoría 100% del repertorio, y ser el único miembro en activo. Suenan infinitamente mejor y más fieles al repertorio que la formación original de la gira del 2000; por más que les duela a los puristas. O por lo menos son más profesionales a la hora de modularse a una sala, y que todo suene en su sitio.
Chris Owen (Midge Ure, Ultravox), Neil Dwerryhouse (the Man with the Stereo Hands), y Yves Atlana (Black Swan Lane) a los tambores, suenan no solo como un tiro, sino con la intensidad y empaque justo que necesitan estas canciones.
Justo ahora que la imperativa actualidad relega las referencias, a meras citas. Es bien comprobar por activa, que el pasado es circunstancial, caprichoso y porque no admitirlo: Revelador para quienes creemos que mirar atrás lo justo. Pues va ser que no.

Si bien es cierto que “Don’t Fall” despegó irregular y con la voz de Mark Burgess engarrotada. A medida que el temario avanzaba; igual que los motores clásicos. Los responsables de volver a engrasar la maquinaria de los mancunianos al rebufo de su incombustible líder, han cogido por fin el tono de un repertorio inigualable en atemporalidad, y básico para entender la esencia del PostPunk.
Fue después el turno de “A Person Isn’t Safe Anywhere”: Densa e invernal si la comparamos con el sonido crudo de aquel primer disco del 83. Sonó la preciosidad de “Monkeylad” y Mark perdió de vista martilleando el bajo, cualquier sospecha de exceso de responsabilidad.
De esas canciones que 35 años más tarde, siguen sonando inmensas por convierte en parodia algunos de los himnos de actualidad. A manos de un vocalista que en momentos de lucidez hacen un uno solo: interpretación, música y voces por pura alma.
Es lo que diferencia a The Chameleons, o a New Model Army, de otras bandas de la época que sublimaban las intenciones y el éxito, sobre la autenticidad y el carisma bruto.
Looking Inwardly” y “Perfume Garden” rompieron con la maldición de ese disco intermedio en ocasiones repudiado. Y que creo que vital, por como vertebra una inflexión de estilo mucho más contemporáneo en la actualidad, y totalmente complementario en su reducida discografía.
THE CHAMELEONS solo publicaron tres discos en aquellos años. Pero vistos ahora con perspectiva y sin entrar en la grandiosidad imperecedera de sus canciones. Parieron tres obras totalmente distintas entre si, y parece ser que ahora es cuando de verdad son conscientes de esa suerte. La de despejar algunas incógnitas a seguidores a los que la edad les ha otorgado su misma visión, mucho más equitativa sin la presión de ser veinteañero.
En el fondo, esa es la maravilla de verte arrastrado a revisar la discografía de una de tus bandas de cabecera. Por más abandonada u olvidada que la tengas.
Less Than Human” como un réquiem o salmo para ya devotos. Era esa canción en el momento oportuno y estratégicamente seleccionada. Para que el acorde más mágico de su carrera nos arrebatara de un plumazo la más mínima duda: “Swamp Thing” debería ser un himno de la época incluido en cualquier revisión que se precie. Y pese a todo, todavía sigue siendo una reliquia semidesconocida para el gran público.
Paradiso” fue una de las rarezas de la noche; bella. La tremenda “Mad Jack” conectora tanto con los Echo como The Cult. Santos y seña de una época ya irrepetible, aun perfectamente revivida por una tropa de cuarentones y cincuentones cual niños chapoteando sobre un charco. Caras de felicidad y piel de bellú que desempolvaba airguitars. Justo cuando “Soul in Isolation” abrió un paréntesis de puro sentimiento , diría que hasta épico.
Second Skin”, la tremenda“Singing Rule Britannia” (se nota que soy fan de mi primer disco de ellos), cerrando con “View for Hill” a modo de tobogán.
Foto: Xavi Bartolomé

Todavía quedarían cuatro temas más, y por supuesto, los más emotivos de la noche. Que invirtieron la perplejidad estática del impávido público, en un temerario pogo que para que engañarnos; hizo a todos un poco más jóvenes e infinítamente felices:
In Shreds” y la bendita ocurrencia de por fin explotar el filón del WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY. La puta locura de “The Fan and the Bellows” como os imagináis, fue ritual. “Nostalgia” como su propio nombre define e ilustra, apoteósica. Y de regalo a punto de recoger bártulos “Up the Down Ecuador”; la noche y el entregado público se lo merecía.
Ese tipo de vueltas que viene a abofetearte para decirte alto y fuerte: Ves? Eres tu el que te haces viejo, no la música. La bendita música celestial (aquella que te vuelve melancólico), fluctúa, late y bombea sólo si tú te empeñas en dar la medida justa a cada momento; pasado, presente y futuro. Y además, que sepáis que cuando todo parece haber sucumbido al vórtice de la moda, llega la antimoda para hacer del brillo excesivo, un satinado lleno de escondites o fundidos según la luz, edad o momento.
Que además todo esto ocurra empujado por Albert Y Sturm Promnotions; amigo además de épocas. Pues que queréis que os diga, es orgullo propio de quien como la banda, deposita en la tenacidad y el empeño, toda su irreductible valía.
FELICIDADES

lunes, 16 de abril de 2018

JONATHAN WILSON_EL PLACER DE LO INESPERADO_09/04/18_ Sala Razzmatazz 3



Lunes mansos de primaveras impredecibles y traicioneras. Nubarrones intimidantes que a cualquiera arrinconarían tras la batamanta o harían la coartada de perezosos, más creíble y absolutoria. Y de peregrinos que a falta de santos a los que venerar, presagiarse o encomendarse si se tercia, nos damos por bendecidos con una buena Voll Damn, un concierto con chicha y su consiguiente debate a las puertas.

Jonathan, ese chico que asomó tímidamente la cabeza hace 11 años con su psicodélica visión del ISLA BONITA de Madonna, nos tenía preparada una sorpresa. Tan sorpresa y ocurrencia, como aprovechar su estancia en Barcelona con Roger Waters; quien actuó este pasado fin de semana. Y aprovechando sus largos ensayos, se presentase en la sala Razzmatazz (las 3, la pequeñaja). Y nos ofreciera, otra perspectiva bien distinta de su temario. Más lejos de sus influencias Dylanianas y de fluido rosa. Para llevárselas al terreno de lo barroco y de la música de cámara.

Una visión, sin embargo, invasora, poseedora, y tan íntima. Que hasta el más esquivo y refunfuñoso de los presentes por no acompañarse por la banda, se postró en reverencia proverbial.
 



Una sesión que empezó solo acompañado con su guitarra y deshuesando con acordes firmes y contorsionistas su “Valley of the Silver Moon”: Una canción de su disco de debut; quien sería tan protagonista como omnipresente.

Algunos presagiaron lo peor; igual sin la preparación para creer. Que un concierto acústico, distinto y algo suicida. Tiene la misma aventura que no exigir que el guión suceda según tus gustos. Sino que sean las canciones y el artista, las que nos lleven como gallinita ciega, a otros territorios a menudo más dilucidadores y excitantes.

Hubo una aparición también. La del guitarrista clásico residente en Barcelona, JAVIER MAS: Aquel que de sopetón apareció del ostracismo a la realidad, tras su sorpresiva participación el la gira de Leonard Coen del 2009 al 2014. Pese a llevar toda una vida componiendo y tocando folklore aragonés, o como músico de sesión junto a Raimundo Amador, Agapito Marazuela, Maria del Mar Bonet o Carlos Cano entre otros muchos.

Un señor de 66 años con un exquisito bagaje musical a sus espaldas, y una no menos riqueza musical en sus manos con la guitarra de doce cuerdas, la badurria, el archilaúd y el laúd; que es con lo que apareció esta misma noche.




Con los dos sobre el escenario el repertorio levantó el vuelo en lo expresivo y sensorial, en una especie de sinfonía psicodélica que recordaba a Vini Reilly o a músicas venidas de oriente. Pero sin lugar a dudas, como una sesión casi casual, donde las canciones del músico de Carolina del Norte se descubren de verdad como lienzos donde cabe cualquier experimento.

En realidad creo que ese es el verdadero valor de la música de Jonathan Wilson: Que su mentalidad y manera de expresarse, no están sujetas a limitaciones. Y por eso sus disco pueden irse de un lado a otro a su antojo: Al del Folk, a la psicodelia, al funk, al progresivo o al que le venga en gana. Pero siempre sonando a él, y no a un intento fatuo por imitar a sus influencias.



Rare Bird” a cuatro manos y cuerdas ilimitadas sonó majestuosa. “Over the Midnight” mejoró y arrasó con el más mínimo recuerdo a War on Drugs: Si a ellos les sobran minutos, a este tipo le faltan. Para rematar con un mano a mano con “Moses Pain”quebrando el más mínimo atisbo de sopor.

Algunos prefirieron debatir sobre los índices bursátiles, la cruz de carabaca y la heroicidad de plasmar una instantánea en su smartphone a costa de robarle el alma a los chamanes del escenario: allá ellos.

Otros nos ahogábamos en cerveza de rubios cabellos y los acordes que la peinaban. Nos tumbamos y dejámonos hacer sobre la botonera del control de sonido. Era un masaje, lo juro. Cerramos los ojos, pues todo lo que hay que ver se ve con el corazón y son los poros los que como pústulas sienten la magnitud que el oído es incapaz. Y viajamos flotando, vaya si volamos.

Hubo algún chiquillo al que hubo que hacer callar. Pero en líneas generales mucho respeto y silencio. Los violines, violas y violonchelos de la sección que se hizo presente lo exigieron; cuatro para ser más exacto, creo, desde mi posición retrasada.



Desert Raven” de su incunable primera época, “Sunset Bulevard” al piano y con su vocoder, “Me”, “There’s a Light” que fue la única que rompería por un momento el clímax íntimo, pero como gran temazo que es, merecía su aparición a lomos de los violines. Y “Gentle Spirit” que volvió a poner las cosas en sus sitio con Javier Mas y el equipo al completo sobre el escenario, junto a “All the Way Down” y “Can We Really Party Today” para poner fin a la noche.

Dejándonos con esa clara sensación que se da tan pocas veces en la vida. Y que sabes a ciencia cierta que no se volverá a repetir jamás, ni de la misma manera.

Esas cosas que hacen de la música en vivo y a flor de piel, algo especial: La certeza de que la música, el momento, el sitio, y lo voluble que es la interpretación de nuestros sentidos junto a nuestra memoria, convierta en únicos e indescriptibles los asuntos de la emoción y el amor.