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miércoles, 30 de septiembre de 2020

EVASIÓN Y VICTORIA, O EL VIAJE A LA TIERRA PROMETIDA: ALT EMPORDÀ

 


Que la fuga del mundanal ruido de la incertidumbre te lleve de un tirón de brazo. Al júbilo silencioso y emocionante, de un paraíso digamos que… ¿desconocido?; si es así como con la mirada puesta en la playa, pudiésemos ilustrar el olvido de lo que se sacude a nuestras espaldas.

Sería con más que menos fidelidad, el resumen de mi semana en el Alt Empordà a un mes vista: Entre el Paraje Natural de L’Albera y Els Penya-Segasts de la Muga.
Uniendo con un hilo invisible: Cada pueblo, bodega, vino, y particular suelo que el nacimiento de la cordillera pirenaica otorgó a este singular paraje. A merced de la Tramuntana y el Mestral del Canigó, y una de las D.O’s más prometedoras, cohesionadas y diversas del territorio Catalán.
 


Por ende y no en vano, es de las pocas denominaciones de origen catalanas que centra la mayor parte de su producción en la venta local.

Difícil de encontrar los nuevos y más excitantes proyectos en las tiendas de Barcelona, on line. Y sin embargo, con una manera de entender su diversidad y diálogo entre el pasado, presente y futuro, tan envidiable como lo es la unión entre productores independientes, familiares, jóvenes venidos de fuera, y extraordinario diálogo con el sur del país vecino.
Un lujo perfecto, para sacudirnos estereotipos, falsas creencias. Y dejarnos llevar por nuestra naturaleza instintiva.



Aquí no voy ni a daros una turra de mi viaje, ni disertar con todo lujo de detalles lo que allí se puede encontrar. Y ni mucho menos pretender dar lecciones de absolutamente nada.
Fui como un ignorante, y volví como un niño con las experiencias en blanco y apenas tres páginas. Del diario que ni siquiera pretendo acabar; siempre un continuará.
Sintetizado en unos cuantos vinos ligados a un paisaje, a unas gentes, y a la historia que siguen escribiendo. Tal cual.
Y con el deseo de animaros a ir, no solo aquí, sino a todos los territorios interiores a los que hacemos oídos sordos, embadurnados en bronceador, atufando a sangría y cerveza de lata.



T’ESTIMI (sin D.O hasta el momento)
Blanco de Lladoner Roig y Blanc (o como se le conocé a la Garnatxa en el Empordà).
Un vino de dos exdeportistas profesionales, que dando un giro a sus vidas, están dedicados estos últimos años a elaborar vinos de alma incontestable.
Vanesa Martin (ahora enóloga), y Jordi Simón llevan escasos años produciendo este extraordinario blanco con carácter de Blanc de Noirs y crianza en barricas usadas de Xarel.lo, provenientes del Penedés y con leyenda a sus espaldas.


Un blanco curioso cuanto menos, porque a mí personalmente, me rompió de entrada los esquemas que tenía en blancos Apurdaneses; bastante menesteroso yo, he de admitir.
 


De nariz generosa en matices y evocaciones de gran Borgoña pese a su juventud, y que ya le augura una prometedora evolución futura. Su entrada en boca consta de diferentes fases; a cual más rica:
Ligera untuosidad con notas salinas y algo de mineralidad oxidativa. Y un final con una acidez rompedora con ligeras notas de piel de cítricos. Que limpia, y deja un largo postgusto que inunda y pide más. Es cambiante conforme se abre en copa y sube la temperatura.
Tiene carácter, pero a la vez, volumen y amabilidad; la justa para que no peque de pesado ni de excesivamente estructurado.
Y eso es un lujo, creo yo. Primero porque es joven todavía, y después porque pese a esa juventud y nervio, es complejo pero de una complejidad que cautiva por la cantidad de matices y lo fácilmente bebible que es a la vez.
 

 

Habla del paisaje y expresa fantásticamente su terroir. Es espectacularmente equilibrado, sin perder ese ápice de locura asilvestrada. Elegante y desenfadado. Diferente, y como bien dice su nombre: Adorablemente cautivador, y con un prolijo trabajo magnífico, al embotellar historia, identidad, y singularidad.


Esta botella la compre prácticamente sobre la marcha. Según aparcaba a las afueras de Capmany, y salía del coche oteando el cartel luminoso de EL PARRAL a las seis y pico de la tarde.
O lo que es el edificio de la vieja Cooperativa de Capmany.
No fuera a quedarme sin vino un domingo de vacaciones. Previsor que es uno.


Allí, ya pude ver la artillería variada de elaboradores que Miquel Llosa tenía a bien disponerme: Más del triple de lo que imaginaba y todo un lujo en el municipio.
Como posadero: dio de beber al desamparado, al sediento… Y como si fuera un peregrino. Me ilustró desde dentro hacia fuera, de la cantidad de contorsionismos – igual que su orografía – tiene L’Empordà, desde sus escarpada costa hasta su interior.



Fui a la diminuta y escondida Colera, siguiendo la pista de otros (amigos íntimos) que estuvieran semanas antes. Como si el tiempo largo sin vernos, ejerciera de rastro a seguir en busca del fantasmagórico abrazo desaparecido.

Los pude oler, percibir su presencia, y hasta visualizar sus estampas en las calas más coquetas de la Costa Brava. Y allí, en Tots Som Pop (todos somos pulpo). Encantado por las viñas colgadas de los desniveles y encaramadas al mar, de Edu Hugas & Co. Aka Celler Hugas de Batlle. No pude más que visualizar un prometedor Rosado (por más que el gran público los subestime). Perfecto para acompañar unas Ortiguillas o un estupendo Arroz en pie de terraza.


CAMÍ D’EN POCA SANG 2019

Un Rosado de espectacular e intenso color proveniente de las Garnatxas Negras más antiguas de la Bodega, en la parcela de La Coma Fredosa y Coma de Vaixell. Que toma nombre del camino de acceso desde Colera, a escasos 3 kms, y de maduración excepcional puesto que hacen de mirador al mar, y ven despuntar el alba cada día.

Influencia clarísima mediterránea: Salinidad, Intensidad y ese punto de asilvestramiento que ejerce la Tramuntana; donde allí es especialmente intensa (200 días al año).

 



De intensa entrada olfativa a frutillos rojos silvestres y hierbas de montaraces, se presiente más extracción de lo normal en un rosado, dando: Una entrada con impronta de tinto, a la par de una juventud punk y desenfadada.

No hay rastro del empalague típico de un rosado. Goloso pero sin excesos, y estupendo equilibrio entre la untuosidad, excelente acidez, y matices de salinidad y mineral.

Que los Arañones, el Pomelo y la Grosella interactúen tan bien en boca, a la par de su complejidad y largo postgusto. Lo hacen ideal y versátil ante cualquier alimento por potente que pueda parecer. Hasta se le puede intuir una evolución interesante con algún año más.

Pero sobretodo, es un vino muy veraniego sin prescindir de la chicha que se le puede exigir a un vino con personalidad, carácter aunque también juguetón. Que ilustra a la perfección, la ubicación de sus viñas y magnífico paisaje que las ve crecer.

Un Rosado de 10, accesible, diferente y superempurdanès.




De las extremas facciones costeras de Colera y Port de la Selva, o las impresionantes vistas de la Serra de Rodes; casi en línea recta. Nos fuimos en busca del lado más extremo de los Acantilados de la Muga.

Allí, a un paso del Embalse de Boadella, está Sant Llorenç de la Muga: Una diminuta villa de origen medieval que bien vale su encuentro por el magnífico viaje entre Alcornoques, y su escasa media hora desde Capmany. Y evidentemente, por la belleza y tranquilidad de sus callejuelas y alrededores; claro está.

Desvelar lo que allí podéis encontrar sería por así decirlo... Como deglutiros el mínimo interés por la aventura que cada uno/a pueda tener.

Y así, prácticamente de casualidad, pues no planifico apenas la dirección que toman mis pasos. Acabamos en EL HOSTAL DE L’AIGUA, donde la funcionalidad y mínima intervención es un valor en alza; para quien la apreciamos, claro está.

Por la misma casualidad y practicidad que hace que me suba en marcha por intuición. Fue allí donde descubrí los vinos que 30Kms más abajo hace el bueno de Jordi Esteve alias RIM (diminutivo de Raïm o Uva en Catalán).


Para entender sus vinos, es imprescindible conocer a su elaborador y lo que le movió en 2013, a perderse en minúsculo pueblo por donde entró la Filoxera hace 140 años.

Sus siete años de trabajo titánicos recuperando la viña centenaria abandonada a su suerte, en pleno yacimiento pirenáico repleto de terrenos pizarrosos y pasos fronterizos clandestinos. Ha invetariado viejas bodegas desaparecidas, ha impulsado ferias fronterizas con la Sierra de La Albera como estandarte, y lo que nos rondará morena.

Yo, de momento. Todavía ando descifrando la vitalidad embotellada, de aquel cupatge imposible entre Garnatxa (Lladoner) y Muscat.

Un Rosado, o tinto mestizo. Que exprime toda la licorosa fruta de la mineral y concentrada Garnatxa, junto esa parte más floral del Muscat, de ambas partes de la frontera. De ahí su nombre:


CONTRA-BAN


Ese homenaje de líquido elixir a las zonas de nadie. Que si en disposición de hablar estuvieran, bien podrían llenar de anónimas historias la estantería de nuestra biblioteca:

Desde los exilios de la guerra civil, al contrabando. Que hace de esas zonas, territorios que poco o nada tengan que ver con el empeño humano por poner límites a lo ilimitado. Como la manera en la que Jordi Esteve ha descontextualizado su pasional juventud, con los viejos viticultores de Rabós. Para elaborar vinos que quiebran esas mismas facciones de los defensores y detractores de lo Natural, Ecológico, Biodinámico, Tradicional o ¿correcto? A la hora de juzgar un vino.

 



Así como los vinos más tradicionales necesitan exhalar el volátil concentrado, para mostrar su virtudes. Los vinos con mínima intervención, también muestran ese rastro de fermentación, bodega, o Sidra; como dice mi mujer. Antes de eclosionar la plenitud de sus atributos.

A ti te encanta ese volátil a resina y epoxi de los vinos concentrados? Pues a mi me pasa lo propio con ese rastro que deja la fruta, sin colorete, maquillaje y rímel que los disfrace.

CONTRA-BAN es como una tisana de paisaje y territorio. Una golosina de fruta, fruta y más fruta que inunda de gosellas e Higos secos la boca, y la liga magistralmente con el lejano perfume de Magnolias, Hinojos y Retama. Con un fondo apenas inaudible del pedernal, la pizarra y el grafito; también. Convirtiéndolo en un vino mestizo de cien razas y hechuras, u otro rosado que en realidad tampoco lo es. Viviendo salvaje en las zonas más oscuras de la costa sudorosa y playera, y domado lo justo para darte un lametón, una caricia y si se tercia y hay predisposición, contarte una fábula.

Vinos felinos si señor!!



Siguiendo esa fina frontera, saltando como las cabras aquí y allá. Tampoco voy a andarme con remilgos y prescindir de esos sitios que me dan la vida cuando las circunstancias te la sustraen, o lo intentan; que ya quisieran.

La vida es un instante, un chasquido de dedos; yo que no se hacerlos sonar. No es ni siquiera un recuerdo, pues los recuerdos solo se deberían grabar por sensaciones momentáneas ya que la memoria la vamos a perder en cuatro días. Y esto no es un blog sino un diario de navegante, pues cualquier día la perderé y también.

Así que a falta de tocadiscos, soundsystem en la casa rural y el tiempo justo al volante para mi ducha estival musical. No iba a ir yo al VINILO? Más todavía si Nico Maytea te dice: - Ves, corre!!

No así exactamente, pero en síntesis SÍ.


La gente va buscando los típicos restaurantes de L’Escala con aire de peli de Alfredo Landa o Juanjo Menendez; a sus pies siempre, aclaro. Pero VINILO no es eso. Que podría ser un bar musical y una terraza de tomar Aperoles y eso… Y tampoco… o sí

Vinilo es lo que tu quieras, pero sobretodo: Un sitio para confiar tu mejor coche, la novia o tus hijos; lo que más quieres. A Alfredo y su pareja (ni Landa, ni es Sueca).

Que bien sería como cerrar los ojos y dejarte llevar a tientas a la Borgoña reína de Pinot Noirs. A su pequeño huerto familiar de colorido arco iris. A Pals y su extraordinario arroz. O a una barca en medio del Mar en busca de cualquier alimento marino con el que poner la bengala a una comida.

Para mi, suficiente un Arroz semi meloso de cangrejo y erizo. Con un Borgoña fonambulista de Chapuis de Coteaux du Bourguignons:

Pinot Noir y Gamay de zonas frías que hacen de visor de lontananza, donde casi se pueden tocar con la mano los verdes de Pommard, a apenas 200kms de la frontera Suiza.



Que maravilla!! Fluido y de fondo profundo, de zancada larga y saltarín de cross entre matas de fresas, grosellas y arándanos. Nariz para que tu cuñado te haga ahogadillas como antaño en la playa, pero en vez de llorar de berrinche, sucumbir en plena aromaterapia. - Esa si que es aromaterapia y no la de las cosméticas!!

No hay a día de hoy ningún lumbreras al que se le ocurra capturar y sintetizar el aroma de una copa de vino vacía con su perfume residual? Debería, y yo, me pediría una suscripción anual. Inútiles!!

En boca a la par de adictivo y pellizcante ¿se dice así? Su combinación exótica de Pimientas Negras y voluptuosas Violetas, lo hace un extraordinario todoterreno. Según mi hijo de 13 años que por primera vez pidió probar un vino, en palabras textuales fue así: - “Este vino me ha impactado” Así, tal cual. Casi lloro de emoción

Que pena que esta asquerosa pandémia no permita abrazarnos. Con lo bien que éstos exorcizan las penas e ilustran las alegrías joder!!



Los siete días pasaron volando, como si el amago de Otoño del 28 de Agosto nos fuera a cortar la cocción. O los vientos pirenaicos nos enviaran de nuevo a nuestras malditas urbes plagadas de psicóticos congénitos.

En esa semana he/hemos intentado conciliar cada una de las facetas de está magnífica zona: Lo moderno y más exquisito, las terrazas de pueblo, el consejo del pagés orgulloso, el restaurante de menú supervivencia y alegría intrínseca como el divertido Can Batlle de Garriguella. Los desayunos/cenas el la Plaça de la Torre, bálsamo de tranquilidad con sus frescas noches y esa tranquilidad que se refleja en las expresiones de sus comensales. La tradición cuidada hasta el mimo de Ca La Marìa. O la única visita a Bodega el Olivardots teniendo en cuenta el trasiego de la vendimia.

Para quedarse a vivir, o pedirle faena Salvador Batlle en el Cósmic de Agullana, vamos!! Trabajaría sin remuneración. Por el simple lujo de tocar el cielo estrellado de puntillas.




El broche intentando detener el tiempo entre piscina, sol y contemplación, lo pusimos en manos de Ca La María y el Celler La Vinyeta; a 15 minutos de Can Llobet. En pleno centro de Mollet de Perelada, un antigua bodega ejerce de pequeño templo de la tradición familiar desde hace más de 50 años.

Solo por probar sus Sardinas escabechadas con el vinagre de solera que ellos mismos elaboran, ya vale la pena acercarse.

Una comida final familiar, en familia. Que pusimos en manos de un MIG MIG que un poco intenta concentrar en una botella todo eso: El pasado, el presente y el futuro, pero siempre desde una perspectiva heterogénea y con conciencia de territorio.


 

Un tinto con mitad y mitad de Garnatxa Roja de viñas viejas, típicamente Ampurdanés, y una uva de origen Francés como el Marselan. Que aunque no está incluida por la D.O, ya se están elaborando bastantes vinos en la zona de Penedés con una adaptación prodigiosa y magníficos resultados.

En copa tenemos un vino versátil y de contrastes juguetones; otra vuelta de tuerca más de este joven proyecto entre Josep Serra y Marta Pedra (Vins de Pedra/Conca de Barberà).



De olfativa licorosa y profunda, rica en disfrute y complejidades. Su ataque en boca es fresco y consigue lo que se propone: Preservar esas notas de fruta roja ligeramente compotada sin renunciar a la sabiduría de sus viejas viñas con detalles minerales, de bosque húmedo y tostados de cacao y cómoda de la iaia. Y redondear con paso firme pero fino, con muy buen volumen y unos taninos ligeritos y salivantes.

Con la comida se comporta de forma estupenda, ya sea con las sardinas escabechadas, el pollo con gambas, los quesos del final, o el confit de pato. Algo que ya sabemos del Marselan, como variedad de potencial gastronómico envidiable.


La Vinyeta, es una bodega con escasos 14 años, que se estableció en Mollet de Perelada como un proyecto tan pasional como loco. Teniendo en cuenta que los viejos del lugar no confiaban en aquellas tierras según ellos: poco fértiles.

Pero tras estos casi 20 años, Josep y Marta han postulado como una de las agrobodegas más inquietas y renovadoras.

No solo elaboran vinos con una R.C.P imbatible y franqueza sin rodeos. Sino que además, han recuperado fauna, olivos, una granja con sus propios productos y la apicultura, con la sostenibilidad como bandera y un agroturismo autodidacta e imaginativo; basta con ver sus recientes premios al enoturismo y trabajo en Celler, otorgados hace un par de años. Mención aparte tienen los vinos que Marta elabora en la Conca, con un Trepat espectacular. O sus vinos especiales de parcela (microvins), los de Sol i Serena, su Mistela experimental, o su vino de aguja con levaduras de cerveza.



Un pequeño milagro, que junto con los innumerables que se dan por este curioso paisaje a merced de la Tramuntana.

Hace que el Empordà sea posiblemente la zona más inquieta y prometedora, por varios factores importantes: Su juventud, su escaso encorsetamiento fruto de su diálogo fronterizo y mestizo, la variedad y riqueza de sus suelos, y sobretodo, por su estupendo diálogo y concordia que hay entre los jóvenes y viejos viticultores.

Hay más, desde luego. Pero tendrás que ir tú a descubrirlo.

Yo lo hice con las rugosas texturas del SUN RACKET de Kristin Hersch y sus THROWING MUSES.

 



Un disco que recoge la evolución mucho más arisca y abrasiva de la banda de Boston y su autora. Un camino que al igual que el Empordà: Se retuerce entre las secundarias costeras, a pie de mar o subiendo a las cimas para asombrarte por las caprichosas formas de su litoral. Y que indudablemente modula el carácter de su gente, como parte más; que somos. Del paisaje y singular ritmo que nos marca la naturaleza, si estamos dispuestos a ponernos en sus manos.

Alabada sea la diosa naturaleza y nosotros, minúsculas circunstancias en el tiempo y en el universo.



sábado, 29 de agosto de 2020

MAITEA TABERNA VASCA: HEROÍSMOS VERDADEROS Y EROTISMOS NUTRITIVOS




Debería – y he contado hasta tres – hablar sobre las virtudes gastronómicas, malabares y demás coletillas que ahora tanto inundan las instantáneas mediáticas de nuestro celular; pero no.
Mi relación últimamente con el placer dispensado por algo tan elemental como el comer y el beber. Que ahora, de alguna manera se ha convertido en una especie de experiencia casi tan reveladora como la aparición de una virgen. Para este menda, es más como el sexo y todo eso a lo que nos empujaría esa pareja recién conocida en una noche loca:
Elemental, primario y si se quiere: perverso. Cuando lejos de los Tripavisores miopes, estamos los que buscamos la verdad de la vida lejos de los testamentos dogmáticos, y un poco esa pose sensacionalista del espejismo deslumbrante.

Que igual el rastro del vino distorsiona y condiciona mi forma de ver las cosas últimamente. Pero siempre y cuando uno/a utilice sus placeres egoístas, para regenerar y estimular sus sentidos digo yo… Que leches importa si la verdad pertenece a alguien o importa un carajo la unanimidad?
Que sean los feligreses y la papilas las que hablen o sean el botón rojo de la deflagración orgásmica quien nos coja de improviso.

Yo hace un montón de tiempo que no planeo.
En el hospital pensé que las voces y pasos en el pasillo eran fruto de la morfina. Pero con el paso de los meses, he llegado a la conclusión que no son voces sino latidos: Te llaman, bien sea por instinto o impulso.
Nico Montaner me llamó; creo. O quizás fue siguiendo las migajas de pan que Lluis Pablo Herr Commander, Juancho Asenjo o mi amigo Jordi Ferrer fueron dejando; como personas a las que creo más que a cualquier predicador. Y no es criterio, sino ventanales de aire fresco y perspectivas distintas lo que me aportan.

Así que Nico, su hermano, y todo aquel que se siente parte del legado familiar Donostiarra de su madre Maite Anechina; con malavar etimológico incluido (Cariño = Maitea en Euskera) . Para mi, son como una pequeña familia que te hace partícipe de esa química invisible entre el vino, la comida y el punkrock puramente hedonista.
Por suerte en Barna hay unos cuantos, los mejores. Solo hay que buscarlos.

Personas que como Nico y su equipo. Hacen que la comida y el arte de nutrirse no solo te sacie la tripa, sino te insufle un montón de felicidad.
Platos honestos y funambulistas que hacen equilibrios entre la alta cousine y la esencialidad con terruño. De una manera tan simple y funcional como el Rock&roll, sin prescindir del virtuosismo pero utilizando elementos reconocibles, familiares y comprometidos con nuestro pasado; igual que una Fender o una Rickenbacker. Infalibles y eternas.
Lo que allí te puedes encontrar a parte de una carta de vinos imaginativa, reconstituyente y diversa. Es una comida sustentada en parte en la tradición culinaria de familia, el respeto por el producto de temporada y proximidad, y esa impronta que habla directamente y sin ambages de aquello que vas a dar cuenta.
Por lo tanto, el resultado como podéis imaginar, es de un divertimento asegurado sin mentar los postres, que son el colofón perfecto. Ineludibles todos ellos.



La Txistorra de Arbizu con papas y huevos fritos a grito de The Sonics, la tortilla de bacalao que en realidad The Neatbeats proclamaban. El Ajoarriero, los garbanzos con tripa de bacalao Motörhead, las tiras de pollo con esa salsa de miel los hermanos Reid susurraban en el “Just like Honey” con mostaza, que quitan el sentido, los calamares con rebozuelos y butifarra de perol de Cal Rovira a lo Octopussy Seamonsters Weddingpresentero, el nidito de foie a la brasa recostado en huevos que mi hijo mayor podría recitarle en clave amorosa como RVG en “ the Eggshell world”, o las carrilleras a la Riojana de reverencia grupal “Thunderstruck” ACEDECERO; por poner algunos de mis preferidos.

Una alineación de pinchos desde el más básico y elemental, hasta los bocados de sus platos en versión de bolsillo, mejor que cualquier selección del más reputado de los Dj’s.

El Txuletón James Brown no podía faltar, está claro, igual que los pescados clásicos. Pero yo la verdad es que me lo paso más bien con los platillos y novedades de temporada como la Corvina lacada con teriyaki y los maravillosos Jereces a copas inigualables en toda Barcelona.


No en vano, no es casualidad que el historiador jerezano Álvaro Girón aparezca por allí cada vez que visita Barcelona. Es entonces cuando Nico dispensa esa colección de Jereces viejísimos, de coleccionista e inmortales que atesora en su bodega. Igual que los Brandys de los 60 desaparecidos, que recupera como un mecenas humanitario para las almas descarriadas como nosotros, para el menester que se precie: Acompañar un café cortito y bajar la comida para recobrar la agilidad y la lucidez, o por simple labor humanitaria.


Dejarte aconsejar y llevarte en brazos a descubrir verdaderos tesoros de pequeños productores, es otro bien escaso en esta ciudad grade que es Barcelona. Y descubrir los vignerones más punkis y gamberros de Francia, Italia o nuestro territorio, lejos de las encorsetadoras D.O’s. Nunca falla, os lo aseguro.
Hay que tener la mente abierta, los sentidos preparados y ganas de aventura para desentumecerlos y ganar años perdidos ya en la juventud desinhibida. Perder el miedo a descubrir. Que lo que nos mola ya lo tenemos ahí, eso no se pierde, pero a veces se enmohece. Y ejercitar ese equilibrio entre la sabia joven, y las tradiciones más ancestrales.

Resumiendo:
Un sitio singular en si mismo al que me desplazo cuando quiero darme un homenaje, egoísta si se quiere, y donde llevaría a mi amigo del alma también.
Donde no hay solemnidad ni paripé cuando son los manjares que te tutean, y los mejores vinos posibles para acompañarlos; desde el más preciado, al más gamberro. Y donde una carta para todos los bolsillos da el juego imprescindible para montártelo a tu manera.
Un parque de atracciones para jugar, disfrutar, y amarse.
Que el amor, que queréis que os diga, está muy falto hoy en día.


lunes, 17 de octubre de 2016

DE UN VIAJE A CÁDIZ Y SU JEREZ



Cuando la lluvia arrecia y son los pleamares los que dejan a su paso -todavía- del rastro de lo que quedó atrás. Tardes, que ya son noches de lluvia. Son las que empujan como el oleaje, la constancia de escribir lo que no queremos olvidar.
Debe ser que el paso inminente del otoño, el racionamiento del sol y las horas de luz, hacen que uno se deje el cuscurro de pan para entre horas. Y sea ahora, cuando todavía resuenan los ecos de Alaska con sus difuntos Pegamoides/Dinarama y demás; que uno amortizó en las fiestas patronales. Momento idóneo para hablar -por fin- de vino, en estos lares que tan al abandono se dan.


Mis últimas vacaciones ya casi suspendidas de la añoranza, han sido por fuerza provechosas: Nos hemos traído en la saca del 2016 un buen puñado de testimonios de la esencia salvaje de Cádiz.
No solo ese espíritu de supervivencia a la inventiva, que se dan en cada esquina de sus poblados. Que en definitiva, es la clave para que una tierra como la Gaditana, perdida de la mano de dios, mantenga intacto y casi primitivo su carácter primordial. Sino lo que la diferencia prácticamente de cualquier parte de Andalucía: La ingente variedad de materias primeras que dan de comer y beber a propios y extraños.

El botín en líquido elemento a sido extenso como nunca llegara a imaginar. Pues cuando uno está allí. Lo primero que descubre, es que como casi siempre, la belleza y los tesoros no están en la superficie. Sino en esas callejuelas escondidas del gentío y el retumbe, donde ni siquiera los propios nativos son suficientemente conscientes. Es la grandeza -con un poco de pena- de percibir más de lo que uno deseara, la escasa conciencia que tenemos en nuestro país del verdadero valor las cosas.
No siempre, pero la mayoría de las veces, nos quedamos con lo superficial, inmediato y saciante. Y nos olvidamos de la excepcionalidad de las cosas, de los matices, e incluso de la maravillosa tentación de esculpirnos desde dentro a golpe de escoplo. Que uno/a jamás se quede en la comodidad de la simpleza, atracado de por vida en los tres metros cuadrados del conformismo.

Para esos otros que nos gusta -que disfrutamos, excitamos y hasta eyaculamos por sorpresa- Están las fisuras por las que adentrarse con emoción para descubrir estupefactos cuan cambiantes, permeables e indefinidos que somos hasta el día de nuestra muerte. Vivos; como digo yo.
El curso ya empezado. Se huelen los lapiceros, las batas almidonadas y hasta las partículas de tiza suspendidas en el sol menguante de la mañana. Se hacen esos nudos en el estómago que a uno le suben hasta la garganta, creándole ese mismo efecto placentero del amor impúber. Y es cierto!! Somos como niños curiosos que se descuelgan cuerda abajo hasta las profundidades.
Las Catas a las que sometemos nuestra pericia sensorial, son como minúsculos sortilegios en clave por las que descifrarnos. A veces nos vienen recuerdos de infancia, inclasificables por estar sujetas a la parte trasera de nuestra memoria. Otras son emanaciones que como las feromonas, nos excitan sin más.

Arrancar de pleno: trabajo y catas al unísono. La mejor fórmula para lamerse las heridas del mecanismo oxidado; después de los cuatro primeros días de trabajo.
Una primera cata con la que íbamos a adentrarnos en los VINOS DE LA TIERRA DE CÁDIZ. Esa D.O todavía por descubrir a la sombra del triángulo mágico de Jerez: Sanlucar, Puerto Santa María, Jerez. Y que en estos últimos años esta reinventando la Tintilla de Rota, como aquel mosto olvidado que se utilizaba para hacer vinos dulces. Junto a variedades tan curiosas como el Petit Verdot, Syrah, Tempranillo, y Cabernet Sauvignon. E incluso proyectos incapaces de ubicarse en ningún consejo, como el de la joven Bodega Forlong; e incluso el ilusionante de Sancha Pérez.

Pero por aquello de que principalmente, nos lanzamos a catar, a buscar rarezas, a descubrirnos, y... sobretodo, a DISFRUTAR.
La razón principal de nuestro viaje, que no era otra que los vinos del marco de Jerez. Y todo sea dicho, nos/me tienen loco por su desconcertante idiosincrasia casi casi ancestral y espiritual. Al final, por imposición tentadora y de disfrute al reencontrarnos después de largos meses. Era la que tocaba sí, o sí.
Fueron cuatro vinos en esta ocasión, de entre una cuarentena de botellas que han viajado en el maletero de mi coche. Y en la que había que darle el obligado protagonismo a un blanco de la bodega Forlong. Un blanco de Palomino (la uva que se utiliza para finos, manzanillas, amontillados, olorosos y palos cortado). Pero que esa joven pareja vinifica desde hace unos años junto a una parte de Pedro Ximenez, de manera ecológica. Creando un vino blanco increíblemente curioso, que rompe de pleno con los vinos del marco de Jerez e incluso con los de la tierra de Cádiz. Y que emergió sorprendente junto a un Fino en rama de Cruz Vieja de 5 a 7 años, un Amontillado del padre de Armando Guerra sin embotellar, y el elegante Amontillado Antique Fernando de Castilla de soleras viejas y excepcionales.



FORLONG BLANCO 80/20 2014


 

Blanco de aspecto ligeramente turbio por naturalidad que es tratado. Compuesto por un 20 de Pedro Ximenez y el resto de Palomino de vendimia tempranera, fermentado en ánforas de barro sin tratar y por separado.
Por su situación entre Puerto San Fernando y Sanlucar, y su cercanía a ese paisaje infinito como es el del Atlántico, tiene un alto contenido en sal; la que impregnan las partículas que arrastra el poniente. Esa salinidad marina y mineral está impresa como es lógico de fondo, en su entrada en boca.
La primera impresión olfativa es muy curiosa, con reminiscencias achampanadas de bollería y manzanas. De lejos los cítricos a raspadura de limón, la ligereza del azahar matinal que te sitúa en su lugar de nacimiento; junto al mar. Es de esos vinos que hablan por si solos de la zona que los parió y amantó, y que además es efervescente en arrogancia, frescura y jovialidad. Tiene sin embargo un ataque en boca glicérico y ligeramente balsámico, rompiendo al final como las rocas en el rompeolas, con la playa, y el mar. Turbador como las ventiscas que enfrentan Levante y Poniente en la costa gaditana. Un postgusto final largo ligeramente amargante y cítrico, que embelesa y se funde con toques florales, a peras, y a mineral tizoso.

Este vino que elaboran Rocío Áspera y Alejandro Narváez, siendo como es de sus últimas elaboraciones; junto a los Petits Forlong, y el tinto de Tintilla. Es sobretodo honesto, de esos pocos que se desmarcan no solo por su calidad y personalidad, sino porque saben hablar de su tierra vía sensorial. Podrías cerrar los ojos, y verte bajo un Ficus gigante admirando el perfil lineal del horizonte Atlántico. O plegándote al capricho del aire cual palmera bailarina.
Crea sobretodo otro ámbito con el que descubrir otra forma distinta de hacer vinos en zonas cálidas. El desarrollo de uvas diseñadas para otros asuntos, abriendo caminos nuevos; aventuras.


Ese primer tentempié puso sobre la mesa una Mojama Barbateña de Gadira, y un queso curado Andazul de Cabra Payoya de San José del Valle.
Dos pequeños portables de entre la infinidad de productos que sólo allí se pueden degustar en condiciones. Pero que bien iban a hacer en acompañar al cortante fino viejo de Cruz Vieja, que es donde mejor se desenvuelve y aprecian: comiendo.



FINO EN RAMA CRUZ VIEJA
 





Este Fino Jerezano, sin olvidar la diferencia con la Manzanilla de Sanlucar y sus controvertidas; diferencias? De la bodega de Faustino González y el pago de Montealegre. Con una vejez superior de 5 a 7 años, cuando el mínimo exigido para ser fino o Manzanilla son de 3 a 5.
De nariz exuberante, este fino en rama directo de bota y sin clarificaciones ni estabilizaciones. Un fino directo, fresco y transparente en cuanto a su generosidad salvaje; para mi los mejores a la hora de mostrar sus virtudes. Es al fin y al cabo, la esencia de todo el repertorio posterior de vinificaciones en el marco de Jerez.

Éste, es un fino rotundo que por evocaciones y perfumes dulces de maderas y procesos antiguos. Tiene ese concentrado de barnices, estancia antigua, de sal cristalizada que se mezcla con el caramelo, de frutos secos (avellana, nuez) tan característica en su camino hacia el Amontillado, y que lo hace transmisor e idóneo a la hora de entender el proceso de envejecimiento de los vinos de Jerez.
En boca sin embargo, desconcierta algo al tener un ataque directo y duro, muy mineral y seco. Es una bestia parda que nos da una visión menos amable de los finos y en consonancia con las mismas sensaciones al probar La Guita. Un vino que a mi personalmente me gustó por el contraste, y porque entiendo que en la labor de intentar descifrar estos vinos tan únicos, hay que estar a las duras y las maduras. Hay que enfrentarse a la pureza de un fino y una Manzanilla, si se quiere entender un Palo Cortado. De que manera se pulen, se transforman y mutan hacia aromas y acidezas salivantes según se trabajan.
Su 15% de graduación asoma con fiereza los cítricos de las raspaduras, que se amalgaman con un paso ligeramente glicérico que estalla en el retrogusto. Quizás se le echa en falta el equilibrio y una acidez más golosa por su precio de 23 euros si se compara con el Solear de la saca del 2016; mucho más estructurado. Pero el dilema de qué vinos llevar a la cata siempre acaba cediendo a la incógnita.




AMONTILLADO VIEJO DE ER GUERRITA

Con el queso y la mojama untada en aceite de San Juan volando ya, cual querubines; que había hambre. Le tocó el turno al Amontillado que el padre de Armando Guerra (Er Guerrita), elabora y sirve directo de bota en su taberna de Sanlucar.
Aquí si que entra en acción eso que yo llamo la esencia y el terruño de Cádiz. Esas cosas que no se encuentran en las tiendas, en las bodegas, ni siquiera en las calles más concurridas de cualquier callejón de Cádiz y sus inmediaciones. Son esas que se encuentran escondidas, y como decía Daniel Martínez; de bodegas Tradición:
Las percibes un medio día cualquiera, cuando sale a tu paso ese perfume a Amontillado bautismal que la señora madre vierte consagrando el guiso. Y da a la vianda toda su alma; el hambre y el saciar como perfecto maridaje.

En la Calle Rubiños de Sanlucar, alejado del tumulto del mercado y la zona vieja de bodegas, se encuentra una taberna típica con los característicos bancos de piedra a la entrada. Allí donde los abuelos disertan copa en mano sobre los asuntos más mundanos e intrascendentes del día a día. Donde se arreglan países y se discute sobre fútbol, toros o campo; por echarle imaginación. Allí mismo lleva Armando Guerra -valga la redundancia- armándola desde 1978.
Una Sacristía como él bien dice. Donde entre atún de almadraba en escabeche, croquetas caseras, jamoncito der güeno, guisado de toro, butifarra de Banaoján y demás artilugios alimenticios. Circulan de tanto en tanto, la mayor cantidad de “locos” del vino en sus catas patafísicas (Juancho Asenjo, Jordi Melendo, Victor de la Serna, Quin Vila, Jose Ferrer y un motón más). Gente que entiende el vino y las sensaciones como una conexión inalámbrica emocional más allá de la pasarela. Y sobretodo, donde se manda al carajo el disfraz y prevalece la persona; porque es lo que tiene el vino, una barra, y la amistad.

Este Amontillado, como uno pueda imaginar, no se embotella; como mucho te lo puedes llevar a granel. Los probé todos (manzanilla, amontillado, oloroso y Palo Cortado). No hubo necesidad de adentrarse a su sacristía a echar mano de una de las tantas botellas únicas que atesora; salvo para llevarnos al final parte de esta cata, y algo más.
Lo mejor el recuerdo. Que con la acidez punzante de este Amontillado sin envoltorios, persiste como las nueces, avellanas y el clavo, que se agarran al retrogusto como animal indómito.
Seguramente sean los Amontillados los vinos que más vengo disfrutando estos últimos meses. Me encanta la salinidad, longitud y perfume hacia el Palo Cortado que desprenden. Esa vitalidad intacta que funde con la salinidad acaramelada y su magnífica acidez fundente de grasas alimenticias. Son pura gastronomía en general, pero en concreto el Amontillado el que más juego da de todos.
El que sirve Armando en su sacrosanto rincón, mantiene todo el nervio todavía sin domar de estos vinos. Eso que te enseña de verdad a reconocerlos desde sus primeros pasos, hasta la categoría del último: Una pequeña botella de elixir...


FERNANDO DE CASTILLA AMONTILLADO ANTIQUE

De entrada esquivo, hermético y queriente de paciencia.
Para entonces y con el peso alcohólico de estos vinos (de 15 a 19 grados) nos vino bien la espera. Alguno llegó a pensar que la botella había salido rana. Pero es que unos buenos vinos de Jerez deben exigir ante todo alguna norma para entenderlos.
Personalmente pienso que donde mejor muestran sus virtudes es como eje vertebrador de la comida. Tanto si es como aperitivo, para maridar igual con pescado, salazones, como con carnes melosas como la de toro, o un arroz, y sobretodo con jamón. Básicamente por su acidez y la reacción química espectacular que produce al entrar en contacto con la comida grasa (atún, salmón, jamón, queso, o un arroz de rabo de toro como el que nos pusieron en el Trafalgar deVejer...). A mi por ejemplo las Manzanillas y Finos me encantan con Sushi y comida Japonesa. Los Amontillados y Olorosos con Jamón, queso, con rabo de toro estofado, o con cualquier carne de caza; con los arroces están tremendos. El Palo Cortado es más caprichoso pero esta igual de bueno solo, con unas avellanas y nueces mientras se abre el apetito, o incluso con queso curado.

En el caso de este Fernando de Castilla. Para cuando habíamos atado casi todos los cabos del nuevo curso de catas, y los ilusionantes proyectos que tenemos de aquí en adelante. Este pequeño tesoro se iba abriendo progresivamente, como si se tratase de un Brandy Reserva. En primeras instancias, ni perfume, ni volátiles uhmm... que miedo.
Sin embargo y para toda sorpresa, porque yo y mi ignorancia pensaban que el tema del vino cerrado y la oxigenación, no eran tan evidentes en los vinos de Jerez. Se acomodó en la copa y atemperó; seguramente más cómodo alejado del recio frío. Y fueron pareciendo como las licorosas gotas de resina que lloran las coníferas, esas notas amieladas a almendras garrapiñadas, a bizcocho emborrachado y a vainilla. Con una vejez excelsa, este amontillado es bastante más voluptuoso que sus congéneres de soleras más jóvenes y salvajes. Tiene un paso bastante más sedoso que el anterior y da más protagonismo a la robustez de su adherente retrogusto.
No marca tanto la acidez salina y cítrica, dando más empaque a la longitud. Para disfrutarlo más como una copa a solas, sin las interferencias de la comida. Pero sin dudarlo, fue el más elegante de largo.

Un vino profundo y generoso en aromas, reminiscencias y notas para reflexionar. Slow Wines que alargan el tiempo o lo detienen de manera infinita. De echo, todavía no está registrado el fondo kilométrico que un buen jerez viejo es capaz de soportar.
Esas oxidaciones caprichosas y secretas que... -me atrevo a afirmar- Ni ellos conocen con total certeza. Por eso, cuando se habla de Jerez de calidad, de soleras centenarias, y de procesos alquimistas, el tiempo no existe. Tan solo los débiles y frágiles humanos en nuestro miedo por el paso del mismo, intentamos acotar, delimitar y definir. Pero sabemos que lo mágico no obedece a nuestras sintaxis; está, o no está.
SALUD!!