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miércoles, 14 de octubre de 2015

TEARDROP EXPLODES_KILIMANJARO/1980: 35 AÑOS INCORRUPTIBLES DE MÁGICO OSTRACISMO.



Kilimanjaro es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne: A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina, entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente. Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este tiempo y al de otros pasados/futuros.


Cuando la aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en “Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección del fin de los tiempos.


Exagero con razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate, Wilder, y la disolución dos años más tarde.

Una historia veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos. Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el Kilimanjaro en la música de nuestros días.



Poner de vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar – cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te ves ahora.
No se trata de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso, Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de Liverpol.

Son seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia territorios más refinados y vanguardistas.

Llegados a este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada. 
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana, concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada por otros.

En sus doce cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave... etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres años con un catálogo tan hiperactivo como impío.


Aquel disco en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm Drownin”:
Las trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante durante todo el disco.

Julian Cope más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de rebelión a golpe de marcha militar.
Años más tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la época, en una perfecta línea de flotación panorámica.

Treason” mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con uno de los periodos más creativos de la escena alternativa Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
Suffocate” es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con claridad la situación de la Inglaterra de entonces.

Se publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de coleccionista extinguida y jamás reeditada.

Después vendría “Reward”; su single de éxito por antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde hallar resquicios de escape.
Un ritmo de Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el grande (Gong, Strontium 90, The Affair)

Kilimanjaro no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso quizás ese halo remembrante al What does anything Mean? Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer & Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue el detonante de semejante cónclave.
La cara A del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición original- después vendría cambios legales de portada, reediciones deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.

Volteando el engendro aparece “Went Crazy”; puro funky. Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
Brave Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de la esencia de la banda:
Trepidante. Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me puede lo sé, y me catapulta.

Sleeping Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral, es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada de su paso por Crucial Three.
También la grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor, martilleante e implacable.
Una “Thief of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes esteparios y yermos africanos.
Por eso, después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar la grandeza de su desenlace.

Debe ser que todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena campeón.
Calentón al margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo. El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo; así, en plan egoísta y Golum.

Poppies in the Field”; como decía al principio de la exposición. Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no quedaría bien?
De entre todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.

Me gusta especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk, pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la electrónica... y así hasta no acabar.
No me refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical, quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de verdad duren un instante.
En cualquier caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el conocimiento por encima del éxito.

Kilimanjaro eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas. Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este, son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado tarde para descubrirlos.

sábado, 17 de mayo de 2014

AMBULANCE LTD_ 2004: DE JUSTOS Y PECADORES




Como aquel dicho de “escribir un libro,tener un hijo, plantar un árbol”, lo cual yo no cambio por el lema “un buen vino, una buena película y una gran disco”; salvo en el caso de respetar y no alterar el guión de la corriente de la vida. Prefiero un buen tiento de savia y caer en los placeres de la misma #Vida, que dejar en manos de los proverbios de Alá los designios de mi existencia. Asumiendo con displicencia el acto, como una de mis numerosas artimañas para sojuzgar esta indolente y cruel vida, que nos zancadillea sin miramientos.
Cuando hace ya casi cinco meses que salí del hospital, dispuesto a tomar una buena bocanada de aire y redecorar esa misma vida; tal y como sugiere esa famosa secta Escandinava que todos conocemos. ¿O me van ha decir que esos retratos de sonrisas extenuantes no se asemejan a los de una secta? Pues eso, pusimos patas arriba el pisito; es así como se llama a 70mts cuadrados ¿no?:
Me exiliaron de esa mal llamada “habitación del ordenador” donde se amontonan (vinilos, libros, cassettes, polvo, y bajo el polvo recuerdos). Cambiemos muebles, monitor, color de las paredes, terrazo por madera, también el comedor (muebles incluidos), ese tan amado y maltratado viejo sofá... Y vuelta a acomodar esos recuerdos dormidos bajo el polvo: Posters, recortes de revistas, flyers, viejos carteles de sesiones... y mi amada música. 
 
Por suerte, ese tipo de giros que uno quiere dar a su humilde morada, y que vas aplazando constantemente por ese terror a remover todo lo que has acumulado durante catorce años, tiene su parte positiva. Simplemente es cuestión de cerrar los ojos y acometer los cambios como necesarios, y aprovechar para reordenar cacharros, cachivaches, y enseres obsoletos. Justo ahí, es cuando haces uno de los ejercicios más sanos posibles de todo cuarentón melómano: Volver a repasar uno a uno tus vinilos; aprovechando que 8 años después tu giradiscos vuelve a tener el espacio que le habían robado tus tiernos angelitos. Recolocar cada uno de tus cedeses; de cuando no existían ni pendrives ni leches de discos duros. E incluso sacarles brillo y certificar en el color a óxido de la esponjilla de tus cassettes, las miles de veces que los pusiste; cerca de los 90 que aun conservo.
Son los seiscientos vinilos y setecientos y pico cedés que al colocarlos con dedicación en cada uno de sus estantes, vuelven a remembrar mi memoria musical. Envases de canciones y artistas que en muchos casos no ocuparon ningún ranking musical. Algunos incluso desprovistos de cualquier tipo de dato o información en esta telaraña de la información que es internet. Y que han pasado a formar ese vacío existencial, donde la vileza del tiempo cercena cualquier testimonio de su humilde grandeza.


No es el caso de esta banda de Harlen a la cual el bien entrado cambio de milenio tuvo la cortesía de recordar. AMBULANCE LTD tuvieron la suerte de trascender con la ligereza de cinco emocionados jóvenes, que pretendían ocupar su sitio en una época de ruletas rusas. Aunque su existencia fuera tan fugaz e intrascendente como grande fuera su legado #Un disco, un Ep, y un puñado de demos que jamás se publicaron.
Uno de esos olvidos que se agazaparon durante años, entre el encorsetado de esas baldas atestadas de recuerdos, y que la memoria algo maltrecha por la edad, arrincona con el contradictorio sentimiento #Rabia con sigo mismo por olvidar, felicidad por la causa/efecto. Aunque al final prevalezca el echo de volver a recuperar a esas bandas del limbo patriarcal.
Es posible que para aquellos que han nacido y crecido a un Mp3 pegados, este hecho les resulte una pura consecuencia de la vejez; y no los culpo. Quizás tengan razón, puede que con la edad necesitemos estar asociados a algo tangible, físico, material... y cuanto más grande y voluptuoso sea, más grande sea nuestra sensación de identidad. Pero lo que es claramente axiomático en este caso, es la sensación de felicidad y placer absoluto por restablecer la importancia de aquello que perdiste: El equilibrio entre lo trascendente e intrascendente, el verdadero significado de relevancia, e incluso esa duda que reina sobre lo que verdaderamente es digno de ser catalogado como “obra maestra”, y la incontestable importancia de las “obras menores

La carrera de AMBULANCE LTD puede estar seguramente entre las segundas. Y no por eso deja de ser un disco majestuoso y balsámico a mi entender; un puñado de canciones que merecen ser escuchadas por todos pese a no inventar nada nuevo.
Su diminuta historia duró tan solo cuatro o cinco años. En ese tiempo tan solo publicaron un álbum póstumo, y dos fabulosos 7” con dos temas nuevos, una versión de Pink Floyd y varias demos. Su sello TVT Records quebró, y ahí se quedó su legado y un puñado de bocetos que jamás pudieron publicarse debido al contencioso con la multinacional Universal; quien absorbió a Tvt, y no estaba dispuesta a contratarlos. Una de tantas carreras quebradas en lo insuficiente, paradigmático, y universal de la palabra Rock; como un término que alguien acabó por desacreditar. Ahora todo parece cualquier cosa menos Rock, puede ser Shoegaze, Noise, Psicodelia, PostRock, experimental... pero nunca Rock; ya saben, esa manía de la exactitud o de lo indeterminado por pura intuición.
Son ese tipo de cosas en las que a veces creatividad e industria parecen estar peleadas. Un paradigma por descifrar en el que parecen haber una serie de pernadas que pagar por estar en la cresta de la ola, o cavando tu propia zanja. Y donde por lo general tiene más que ver con estar asociado a alguna tendencia, que a la calidad de la banda/artista/estilo/ o género concreto.
Como podréis imaginar, estos chicos de los suburbios neoyorkinos no estaban por la labor de seguir las corrientes existentes. Y pese a que facturaron un puñado de canciones envidiables, tuvieron la mala suerte de situarse en un terreno tan amplio e inconcreto como incomprensible por la crítica.

Pero lo que tengo muy claro, después de tanto teorizar sobre el qué de los actos y la injusticia del binomio música/fama. Es que volver a exhumar trayectorias y trabajos tan sucintos como fabulosos, acaba siendo tan embriagador como el perfume que desprenden los Cinamomos de mi barriada: Una fragancia extenuante, que inunda las noches primaverales con el frescor de la brisa noctámbula. Estas dos joyas tienen mucho de eso; balsámicas, serenas, y delicadas. De apariencia sencilla y sutil, pero repletas de preciosos detalles.
Desde la instrumental que abre su obra “Yoga Means Union” con aires de PostRock solemne, hasta la más inocente de sus singles “Heavy Lifting” o “Stay where you are”; probablemente los menos representativos de su jugosa oferta. Ambiciones comerciales que no hicieron justicia a ese arte de no estar en ningún sitio ni del lado de los ganadores. Ambulance Ltd atesoraba quizás una virtud incluso desconocida para ellos mismos: El saber catalizar con una madurez impropia de debutantes, una baraja de influencias bien digeridas. Y es ahí cuando emerge esa extraordinaria manera de deglutir a tótems como Velvet Underground, los Beatles más Harrinsonianos, a Jeff Lynne, The Zombies... y barnizarlo con una contemporaneidad más dulce y accesible.
Para dejarse atrapar por su tímido encanto tan solo basta con echarle un ojo a tres de sus gemas: “Arbuckle” de su definitivo Ep , que fue la que me marcó el camino; un arrullo donde Jazz, Soul se funden como aperitivo. “Primitive (The way a treat you)” con ese Rithamblues psicodélico tan Velvetiano como Lunático o “Michigan”, donde Luna y Wilco se amalgaman. Descubriendo a una joven banda que pese a no disimular sus influencias, hace gala de un buen gusto exquisito para crear un universo propio, tan desacomplejado como espectral.
La desembocadura del disco nos deja algunos de los más bellos pasajes. La hipnótica “Stay Tuned”, la quebradiza “Young Urban” o el despegue de “Swim”. Todas ellas con un denominador común. Un sonido tremendamente adictivo, envolvente y curativo. Un sonido tan bien ejecutado él, que acaba entrando tan bien como un sedoso trago maduro disfrazado de arrebatadora juventud. Tan bien lo hicieron estos chicos, que hasta las dos versiones que se permitieron grabar suenan como los propios ángeles: El “Organ” de The Velvet Underground bastante más pulcra y juvenil, o el “Fearless” de Pink Floyd a quien le dan unos toques acústicos que van desde los Shins, hasta The Days of the News.
Hasta para los más valientes y avezados hay mucho grano que trillar en las 26 demos que andan perdidas por la red sin sello que las publique. Aquí se pueden deslumbrar a golpe de batea con algunos prometedores bocetos, que dan una idea de lo que podría haber sido de este cuarteto, si la suerte les hubiese acompañado con la estéril producción de John Cale: “Inferno”, “Focus”, “Dancing through a Eulogy”, “Ladyfingers”, y alguna versión de T Rex.
Es cierto que AMBULANCE LTD no nos descubrieron nada que ya no estuviera ahí. Pero en muchas ocasiones no se trata de inventar nada nuevo, pues está casi todo inventado. Y la música es una pescadilla que se muerde la cola y que gira en un círculo vicioso, donde la mala memoria, las modas, y las mareas que bajan y suben, descubren tan solo una ínfima parte de los tesoros perdidos.
Y... resulta tan emocionante que el solo echo de imaginarlo, me hace sollozar.

miércoles, 26 de marzo de 2014

NOISERV_ ALMOST VISIBLE ORCHESTRA(2013) *DETENIENDO EL TIEMPO




Me gustaría saber si en verdad es sano detener el tiempo. Si en ese amago de espera paciente a que todo vuelva a ser como uno desearía, el arte de darle a la pausa con la mente consigue nuestros propósitos: Sabernos magnánimos y concluyentes, dueños de nuestros designios, y pacientes. Verdaderamente pacientes para concentrar todas nuestras fuerzas en la espiritualidad curativa que propagan los Budistas.
Y es que acostumbrado uno como está a la velocidad del minutero, me cuesta horrores dar por buena esa filosofía. No desespero, pero noto que el tiempo va a toda velocidad y sin embargo no pasa nada.

En el 2011 caí sin a penas poder evitarlo en un universo de juguete, donde los crujidos nocturnos del mobiliario y de los cimientos, orquestaban una sinfonía secreta que cada noche me acunaba. Con el paso del tiempo pensé que sería un suceso aislado. Pero al cabo de dos años volvió a suceder.

El Lisboeta David Santos (aka Noiserv) volvió a invocar las naturalezas que creía muertas, con una melodía que sonó reincidente en el silencio más absoluto de la noche. Y cerré los ojos del alma por si los de la cara no fuesen suficientes para precipitarme en el vacío, sin miedo a caerme por una fuerza que me absorbía hacia el epicentro: De los pliegues de las sábanas, los pespuntes del colchón, y el entramado de fibras, acolchados... aún más adentro por debajo del somier y así hasta lo más hondo.
En un sueño profundo y continuado como las pedaladas de Guido Bontempi en la llanura Padana, suena “Bontempi”; el más expresivo y sinuoso de los finales posibles. Y nuestros sueños remontan el vuelo engranando uno a uno, cada corte de su pasado NOISERV. Así es como caí hace dos años en un continuo y sucesivo no parar de escuchar, uno tras otro, los cortes de su precioso primer gran trabajo.
Un disco que en realidad data del 2008, pero que volvió a ser publicado junto a su Ep “A day on the day of the days”. Y donde se pueden encontrar once magníficas formas para viajar al principio de nuestros días. Once fabulosos acertijos con olor a desván, que nos transportan a la vieja casona de los abuelos, donde nuestros recuerdos de niñez cobran forma de juguetes:
El viejo caballo de madera que en su continuo balancear nos llevaba a las praderas de Walnut Grove. La pianola polvorienta hecha de retales de madera, o el pequeño joyero musical donde la abuela guardaba sus baratijas, y en el que permanecíamos absortos viendo a la bailarina girar.


Noiserv tiene el extraño poder de fabular y juguetear con sus cachivaches abandonados, hasta tejer un universo tan frágil como envolvente. Con un caminar delicado y distraído se van uniendo las piezas, saltando de tintineo en tintineo como una Mariposa de flor en flor. Todo él es tan orgánico y natural que bien pudieran ser los sonidos más mundanos y cotidianos de nuestro día a día: La balsámica “Guarantee” que juega entre lo dramático y lo solemne. La sinuosa “307d (Mercedes Benz)”, o “Bullets on Parade” con ese crepitar viajero que nos invita a contemplar. O esa invitación a la fiesta nocturna del desván, que es “Welcome Party”; donde los juguetes se van despertando perezosos arropados por la calidez de la voz de David en “Consolation Prize”.



Este pasado año volví a aplazar la frenética escucha de cajitas musicales, y en ese aplazamiento se quedó olvidado en un rincón “Almost Visible Orchestra/2013”. Otro capítulo más de la artesanía musical de NOISERV, y que como en una especie de redentora vuelta a los orígenes, la desnudez de su guitarra y la calidez de su voz volvió a pedir su parte de protagonismo.
Puede que estemos ante una de las injusticias más grandes del pasado año. Y por más que me pese no haber incluido este fabuloso brocado de sonidos, entre lo mejor de la pasada campaña. Escucharlo tras la vorágine vivida en mi interior a las puertas de la Navidad; es cuanto menos reconfortante y medicinal por partes iguales. Una sensación espléndida de paisajear con la mirada o como el volver a salir a caminar por el campo, y bajar al río para comprobar que todo sigue en su lugar: El curso, el lecho, sus habitantes y esa exuberante fragancia.
Todo el disco es como un trascurrir natural. Con una paz tan profunda que entrecorta la respiración.

La apariencia de las melodías de David tienen tal naturalidad y desnudez. Que se hace difícil imaginar que dentro de esas pequeñas muñecas Rusas, hay multitud de detalles, de capas, y de sonidos asociados a nuestros hábitos más mundanos: Casiotones de juguete e infinidad de colores, percusiones instintivas, crujidos, tics furtivos, xilofones abandonados, guitarras que mascullan... Y un universo que se columpia entre lo digital y lo analógico. Una paleta de notas musicales que no solo espera sonar como los mismísimos ángeles, si no que es capaz de generar paisajes e ilustrar estados de ánimo.
En ese viaje hacia los terrenos de las sensaciones holeográmicas, yo soy incapaz de evitar imaginarme aquel 30 de Octubre de 1999, en la capital Lisboeta. Un fin de semana que acudimos a ver a Morrissey, y de paso a disfrutar de dos de los mejores días de mi vida.
Las calles empinadas hacia el Castillo de San Jorge, sus viejos tranvías, los cafés junto a la estación de tren, o la inabarcable desembocadura del Río Tajo vista iluminada desde los ventanucos del avión. Y una hermandad de locos seguidores que se enamoraron de esa belleza destartalada de la capital Portugesa.
Por sus calles y en la sencillez de sus gentes se respiran aromas bohemios, mestizajes, e inspiradores paisajes. Y al cerrar los ojos y llegar al ocaso de “Don't say hi if you don't have time for a nice goodbye”, se puede masticar el recuerdo como un sentir dulce/amargo que evoca a Perry Blake en sus primeros escarceos.



Su último trabajo se podría describir, uniendo los largos títulos de sus canciones en una pirueta de abstracción. Sin embargo y aunque sus nuevas composiciones delimiten ligeramente ese primer sonido; donde todo parecía trascurrir como una banda sonora, tal y como lo hiciera en el 2011 con la BSO de "José & Pilar": Un documento visual y musical incalculable, donde la abrumadora sencillez de José Saramago nos transmite ese cariño tan tremendamente humano entre él y su compañera.
ALMOST VISIBLE ORCHESTRA/2013 nos muestra a un David Santos más cercano y menos etéreo. Sin ser ésto un inconveniente, pues su música tiene la virtud de poderse observar y vivir desde infinitos ángulos y prismas. Hay momentos en los que sobrevuela una ligera sensación de Folk orgánico ( “This is maybe the place were...”, “It's easy to be a Marathoner”, o “It's useless to think about something...”), con cierta apariencia de dramatismo y solemnidad. Y otras en las que vuelve a cobrar presencia esa inconfundible forma de fabular que nos remite a los universos de Jean-Pierre Jeunet: “I'm not afraid of what...”, “Life is like a fried egg, once perfect...”, o la delicada “I was trying to sleep when everyone...
Una minuciosa orquestación la que en las manos de David cobra una vida subliminal. Y que él entreteje, con una sensibilidad y maestría verdaderamente asombrosa, en este precioso disco.



Solo espero que alguna especie de buenaventura nos pueda seguir estimulando los sentidos, con este tipo de propuestas tan artesanales. Y si hay en algún lugar alguien, a quien se le ocurra la lúcida idea de escarbar en ese oculto mundo; por donde pasamos a diario sin apenas reparar en él. Estoy prácticamente convencido, de que hallará otro motivo más para dar gracias por todas las pequeñas cosas. Que hacen de la vida, un lugar lleno pequeños nanouniversos particulares a la vez que excitantes.
Algunos lo llaman locura y fantasía infantil (en tono despectivo), a mi me gusta llamarlo “el motor de nuestra existencia”.

lunes, 10 de marzo de 2014

ABRIENDO CAJAS DE COHETES: FELT EN “ESTOC DE POC”_ 1985





Hace unos días, me venía a la cabeza el recuerdo de una de las últimas entrevistas que realicemos para el Fanzine POP-EYE; atizado por el descubrimiento perdido en el tiempo de una buena amiga, Dj Fenix. Un puñado de hojas grapadas que un grupo de amigos y yo confeccionábamos a tiempo perdido, además de monetario.
Sin embargo lo recuerdo emocionado en el fragor de la escena musical de hace 16 años, como una experiencia hidratante y nutritiva. Seguramente no estaría ahora dedicando mis tribulaciones en un blog personal, sin antes haber pasado por esa etapa de la vida donde todo es descubrir, compartir, y apuntarte a las iniciativas más suicidas, pero a la vez más bellas de tu juventud. Esa inquietud por labrar aquella cultura académica que se fue por el desagüe, con otra más subterránea y autodidacta; más emocionante. La palabra sería esa, emocionante.
Supongo que empujado por una época en la que todo brotaba por donde quisiera que fueras. Eran tan nimias las herramientas de las que disponíamos, estábamos tan solos, y tan sumergida era esa otra cultura, llamémosla “underground”. Que acabemos desarrollando una capacidad para la colectividad, para hacer mucho con poco y para asociarnos, verdaderamente autodidacta. Los que veníamos de finales de los ochenta con unos cimientos mal alicatados, y los que llegaron después con la explosión del “Brit Pop” para dar cobijo a raros, antisociales y porqué no, algún exclusivista de los que siempre han existido en todas épocas.
La modernez absoluta puesta en manos de chicos de barriadas periféricas: Municipios y barrios de mucha emigración, horripilantes edificios de protección oficial, y pocos medios para salir de aquel hoyo en busca del meollo.


Pero ésta y otras guerras contadas infinidad de veces por los Abuelos Pachín, solo son equiparables y asimilables en lo que ahora nos toca vivir; con un sano viaje al pasado. Para retroceder al principio de todo, aunque de principios hay tantos como décadas y generaciones. Basta con situarse por ejemplo en ese año 1985, donde eclosionó año arriba, año abajo el mio propio.
Que una amiga con afán inagotable por rescatar historias te lo proponga. Y que sean los FELT en cuestión, los que te vuelvan a situar en una cafetería de la Barcelonesa Vía Laietana. Entrevistando a David Carabén, grabadora en mano, y a propósito de su debut del 2000 “Lipstick Traces”. 
Allí recuerdo que nos hablaba de Beach Boys y The Felt como dos de las bandas que más le habían influenciado sobre el concepto de tejer melodías, sin transgredir ni erosionar la esencia de la música; hazlo fácil y con poco.

Es así como de manera inevitable The FELT recobran el sentido de su existencia casi de tapado. En una escena musical donde el concubinato comercial nos llevaba hacia el acabose o  hacia el frenesí, según se mire: Aparecían los grandes sellos, la pista de baile, la electrónica, las drogas sintéticas, y los escaparates. Sin embargo la magia de FELT reside en todo lo contrario: Una larga carrera de fidelidad absoluta a sus preceptos, a su imagen... a su filosofía creativa en definitiva.
Pasados los años tan solo se oye hablar de ellos en boca de algún artista que los elogia por su trascendencia vital, o por lo menos en la de sus trayectorias. Pero son pocos los que los han reivindicado quizás por un empatía tan solo de culto, y una cobardía contra todo pronóstico que sumió su existencia en un olvido casi absoluto.

No nacieron ni en Manchester, ni en Liverpool, ni en Londres; cuna de algunas de las bandas más relevantes de los 80 en el Reino Unido, lo hicieron en Birmingham. Y fue en 1980 cuando Lawrence Hayward (Lawrence) y Maurice Deembank: Voz y guitarras respectivamente, junto a Nick Gilbert a la batería; Quienes iniciaron su andadura ese mismo año; aunque la historia de Felt fue sometida a diversos cambios de acompañamiento.
Lo que es evidente e inconfundible desde bien iniciada su carrera, es que la dupla entre Lawrence y Maurice fueron los que orquestaron el sonido inconfundible de la banda: Por un lado la voz narrativa con el tono característico de Lawrence, y la armonía musical que eran capaces de construir ambos. Dos tipos que encajaban como dos piezas acuñadas bajo la misma matriz, y que elevaban el concepto del Pop a algo mucho más profundo y subliminal. Basta con arrancar “Crumwling the Aseptic beauty/1982” y soltar la instrumental que abre el disco, “Evergreen Dazed”. Para certificar que ellos y Cocteau Twins vivían en un inframundo al margen del PostPunk; de echo e inevitablemente acabarían cruzando sus caminos en “Ignite the Seven Cannons” (producido por Robin Guthrie).

Sus dos primeros trabajos de un conjunto de cuatro, que publicarían en el pequeño y delicatessen sello Cherry Red Records. Y en ese breve periodo, donde los dos artistas trabajarían codo a codo elaborando los consistentes cimientos de la banda. Su sonido vagaría por paisajes yermos y primitivos, aunque de los más bellos de toda su carrera: Pasajes que los remitían al barroquismo luminoso de Vini Reilly, a Television, o incluso a las atmósferas ornamentales y espirituales de The Doors; aunque su verdadero sonido acabaría abrazando un Pop tan extraño, como versátil en esa forma delicada y ornamental de acariciar la guitarra de Maurice Deembank.
De los pocos que han hecho de su estilo inconfundible, una identidad tan indestructible como inimitable. Y que solo estaba al alcance de coetáneos como Johnny Marr, Will Sergeant, o el mismo Vini Reilly.

No es mi intención repasar meticulosamente la trayectoria de FELT, ni diseccionar la hermosura de cada uno de sus discos: Ni la de su primera etapa hasta el abandono de Maurice; donde la austeridad de medios con la que trabajaban, enaltecía el echo de que sus discos sonaran con esa bella claroscuridad. Ni la aparición de Lawrence como un verdadero genio caprichoso en solitario, del que manaron unas actitudes únicas e inverosímiles al mando de Felt.
Serían injusto entrar a valorar ambas etapas: La de Cherry Red hasta 1985, y la de Creation que vio el final de sus días. Puesto que en esa evolución desde la inspiradora influencia de Lou Reed hasta su devoción Dylaniana, o ese desenterrar a mitos como Vic Godard; nos regalaría a otros Felt a los que explorar con insistencia, sin dejar de sorprendernos por su inherente complejidad. El trotar de unas guitarras tan y tan Pop sobre los fantásticos toboganes que desplegaba Martin Duffy con su organo, y el abrir las ventanas para dejar entrar toda la luz. Un hecho que se ilustra a la perfección en “Ignite the seven cannons/1985”. El disco donde se unen Lawrence, Maurice, y Duffy. Quienes rubricaron con una triada perfecta el Pop rocoso y musculoso, lleno de recovecos donde buscar y descubrir la infinidad de matices a las que se podía echar mano; al pasado, al futuro, al presente...



Coincidiendo con este echo inusitado decidí volver a desempolvar sus últimos trabajos, los más abandonados a los designios del imparable avance del tiempo. Un echo que prevalece sobre cualquier intento de detenerlo, y que solo nos da la oportunidad en contados momentos de repescarlo y da gracias: Arrancar el gira discos y volver reposar la aguja sobre los surcos, como si el brazo ejecutor intentase arañarnos el corazón con el crepitar del vinilo y sus giros en loop infinito. Suena “Riding on the Equador”, y el mundo podría acabarse a nuestras espaldas sin apenas inmutarnos. Un disco reflexivo “Poem of the River/1987”, que vino a poner voz al instrumental “Let the Snakes Crinkle their Heads to Death/1986” y a dar un reverso de introspección al primer disco que Lawrence grabaría sin M. Deembank. El popular “Forever Breathes the Lonely World/1986”; dicen algunos que el mejor de su carrera.


En cualquier caso, yo me quedo con la magia incombustible que derrama toda su discografía con el paso de los años. Con esa perspectiva más amplia que nos da la edad, y que nos hace capaces de vislumbrar en el ocaso del olvido, toda la maestría de un genio caprichoso, maniático, y hasta cierto punto narcisista como fue Lawrence.
FELT IN CREATION

Un tipo que fue capaz de construir un universo hermético y tan evocador a la vez. Una inspiración voraz que engulló sin saber bien porqué a otros dos monstruos como Deembank y Duffy, de los que vale mucho la pena analizar en su forma de construir armonías. Y en la belleza de sus tres últimas joyas: “The Pictorial Jackson Review/1988” como uno de sus mayores logros musicales. El devaneo instrumental Jazzístico de “Train Above the City/1988”, o el punto final súbito con “Me and Monkey on the Moon/1989”. Ahí se encuentran de forma más evidente las huellas del Folk Americano, del Pop diamantino que esculpe ciento y miles de formas, y de la particular forma que tuvo esta poco valorada banda de recoger todo un legado musical inabarcable. Que ahora vuelvo a saborear como la miel joven que nunca acaba de cristalizarse y si lo hace, que sea para arrojar nuevos tonos lumínicos sobre su escondido pasado. Y que tiene como confidente uno de los pocos documentos gráficos que se recogieron de la banda.


El último concierto que dio la banda con sus tres músicos más determinantes sobre el mismo escenario. Y donde cuenta la leyenda que fue en este concierto sobre tierras Barcelonesas, donde Maurice Deembank tocó por última vez junto a Lawrence. Dicen los contadores que conoció a una chica, se enamoró perdidamente, y desapareció de la misma forma que lo descubrimos; súbitamente y sin dejar rastro.
En este pequeño concierto se puede saborear uno de sus momentos más álgidos y luminosos. Seis canciones que ilustran con gran acierto los bordados de guitarras que eran capaces de tejer ambos geniecillos. La orfebrería de su Pop trapecista con la que que conjugaban sin apenas esforzarse el terreno mejor abonado del Pop/Rock Americano, el barroquismo de Folk Británico, y un sonido inconfundible donde todo acababa difuminándose. Además tenemos el lujo de ver en su totalidad, uno de los pocos oasis televisivos donde se podía acampar por aquellos inhóspitos mediados de los 80. Y donde mejor queda plasmada la filosofía del hazlo tu mismo, de la imaginación, la creatividad. Y donde la cultura en la televisión pública era de todos, y no de las marcas comerciales.
Donde los que tuvimos la suerte de vivir en primera persona esa etapa maravillosa la seguimos añorando, enjugando nuestro pañuelo con las lágrimas del recuerdo . Y no nos avergonzamos de ello; al contrario. La añoranza aunque algunos no lo crean, es un signo inequívoco y saludable de nuestra razón de ser; sin remordimientos pero con memoria.

Programa íntegro de ESTOC DE POP
Concierto íntegro de Felt
 
Fuente Biográfica de Felt: http://feltadeclaration.tumblr.com/ 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

SUEÑOS EN LA ÚLTIMA NOCHE DE VERANO: THE TELESCOPES & ONE UNIQUE SIGNAL )LIVE IN BE GOOD!! 18/09/2013(



Como un mal sueño despierto entre sudores, alaridos, y estertores, pero no, no es una pesadilla con tufo a primera semana de trabajo. Para nada, más bien son todavía los ecos de concierto que como un sopetón apareció en los primeros días de trabajo, con el cuerpo dolorido, agarrotado y tullido por tanta inactividad. Pero con unas ganas en forma de antídoto contra la apatía y con la mirada puesta en un regreso inesperado donde desenterrar a uno de mis vinilos más idolatrados.

Para ponernos en situación deberíamos regresar al año en el THE TELESCOPES irrumpieron de forma súbita el año de su debut, 1989. Años en los que la oscuridad, dicen; reinó sobre las tierras medias, bajas y altas. Donde los ecos del Postpunk parecían perderse en el pasado y nos disponíamos a entrar de cabeza en la añorada década de los noventa bajo el liderazgo absoluto de bandas como Pixies y Jane's Addiction llegadas del otro lado del charco, y con las guitarras afiladas como santo y seña. Años de cambio de paso en definitiva para los cuales parecían estar mejor preparadas las bandas Americanas, en aquello que supuso otra forma de ver el Rock alternativo en general.
Años de revueltas, sacudidas y sublevaciones donde la banda de Staffordshire debutó con TASTE curiosamente con el sello Americano “What Goes On Records” que quebró al poco tiempo y que dejó a la banda con una tirada ínfima de tal engendro discográfico. A España llegó de la mano de Capote, una distribuidora de Barcelona igualmente pequeña y que apenas repercutió en la promoción de la banda.

Un disco cáustico y abrasivo del que apenas si se habló en una pequeña reseña de la publicación Popular 1, donde una tal Alicia era la única que en esta revista de corte Rockero hacía referencia a ese otro tipo de bandas: Oscuras, experimentales, “alternativas” para entendernos. Por eso no deja de hacerme gracia y sorprenderme como al cabo de los veintipico años, ese disco acabase por convertirse en un objeto de culto e incluso a estar más vigente que en la propia fecha de su lanzamiento.
Son extraños sucesos como los de Pixies, My Bloody Valentine o el Psichocandy de J&MCh, que aun entendiéndolos no dejan de extrañarme. Discos que en vida apenas si atrajeron a cuatro ovejas descarriadas del PostPunk y que con los años se han convertido iconos del “indie” más ortodoxo y “auténtico”; el verdadero guía y portador de la exquisitez musical (modo sarcasmo On).
Taste fue un disco tan furioso y demoledor que acabó por convertirse como aquel Psicochandy, en dos obras cúspides del Noise. Con el paso de los años tan solo A Place To Bury Strangers han sabido emular con solvencia esos paisajes emborronados de guitarras hirientes, pedales psicóticos; pero con luz y melodías ocultas llegando a cautivar a un público mayoritario. Aunque sigo pensado que Taste es de largo, uno de los pocos discos donde Punk, Noise, Space Rock y Vanguardia se funden con ese acierto violentamente primario, que solo de da de tanto en tanto.



Así que mi primera sorpresa después de conocer esa misma tarde su visita, y decidir ipso facto no perderme la oportunidad de rememorar uno de mis vinilos más simbólicos. Fue comprobar la cantidad de gente que se dio cita, teniendo en cuenta que la mayor parte de la ciudad estaba más por el debut del Barça en Champions. Y yo que pasé años enteros sin poder compartir las virtudes de ese debut hasta el olvido.
La mayor parte del público, viejos veteranos de aquella movida “indie” ahora renegada, los más granado de la crítica musical, y algún despistado. Una gran luna llena coronando un territorio inhóspito que convirtió la Sala Be Good en un escenario de lo más singular. Y los primeros acordes de ONE UNIQUE SIGNAL que empezaron a sonar pasadas las diez de la noche.

La joven banda de Londres que empezó a desgranar su primer largo “Aether/Genepool Records_2013” lo hizo con una profesionalidad y seriedad fuera de dudas. Sus credenciales fueron en un primer momento un Noise Rock fuertemente impregnado de Krautrock experimental, pasajes que a mi personalmente me recordaron a los primeros Beef, a Sonic Youth, e incluso a Mogwai. Y que fueron derivando progresivamente hacia un Noise más espacial y menos mecánico; trallazos impávidos que fueron emergiendo lentamente, y que hacia el final del set tenían a la poca y valiente audiencia totalmente de su parte. Con menos trascendencia que unos mediáticos TELESCOPES, pero con una identidad prometedora, teniendo en cuenta que lo suyo es algo que la mayoría cree ya explotado hasta la saciedad. 
 
Pues bien, aunque muchos de los allí citados desconfiaran de la solvencia de unos desconocidos One Unique Signal. Fueron los que al final demostraron que el Noise y todas sus derivaciones, que van desde el caos hasta el progresivo más espacial y psicodélico; pueden y deben explorar texturas prescindiendo del estruendo y de la insoportabilidad, donde es imposible distinguir un bajo de una batería, y tres guitarras que van cada una a su bola. Ellos lo demostraron y con creces, trabajando armonías donde todo se sostenía sobre tres guitarras perfectamente arpegiadas, y donde las voces secundaban muy esporádicamente como cánticos dadaístas. Y rematando con una grata sensación de consistencia y de credibilidad, sobretodo con humildad y seriedad.
El joven y líder de la banda Byron Jackson jugueteaba con los pedales creando las texturas de un noise de libro. Y Nick Keech y James Messenger lo secundaban construyendo una base que iba variando de intensidad como la levadura de un pastel que crece y decrece en función de las necesidades.
Todo lo contrario que The Telescopes, o mejor dicho que Stephen Lawrie, porque del resto de la banda no se volvió a saber más después del giro conceptual del líder hacia los farragosos territorios de la Psicodelia Experimental en 1992. Stephen Lawrie se quedó solo, y solo se presenta en esta gira Europea; bueno, con el apoyo de One Unique Signal que ejercen de secundarios y espectadores, puesto que el señor Stephen parece ir por libre.
Tras un breve receso donde el flujo de público aumentó considerablemente, y los madrugadores salimos a echar un pitillo. Apareció sobre las once pasadas Stephen Lawrie armado con un bolso tipo “portaportatil”, como quien se dispone a ir a la oficina: De semblante serio, y ya sin su peinado característico de teenager revoltoso subió al escenario. Las proyecciones eran las mismas que acompañaron a todo el recorrido de O.Unique.S en su riguroso teloneo: Ondulantes, inquietantes, loops sin fin, secuencias de rostros angustiados, sombras chinescas... Solo necesitó cuatro acordes para certificar que desgraciadamente el sonido había subido hasta límites inaceptables, los acordes se entremezclaban con los grabes, y costaba distinguir los instrumentos a tenor de que “la potencia sin control, no sirve de mucho” como rezaba en aquel anuncio de neumáticos. O que el Noise en su traducción literaria no tiene porqué ser solo ruido sin sentido; existen los matices y por supuesto las buenas y las malas ejecuciones.
Lo que si comprobemos es que la furia que salió de la boca de Stephen en forma de alarido, nos confirmaba mejores augurios de lo imaginado, y nefastos en fatal desenlace.


Como si de una ceremonia donde parecía invocarse algún tipo de espíritu perdido en lo más profundo del purgatorio. El set inicial comenzó entre acordes interminables, gritos desgarradores y tensión, mucha tensión; parecían buscar un clímax inconcreto entre lo angustioso y lo sacramental. Y claro, el respetable asumió como quien vende se alma el diablo, que era solo eso: El preludio de una definitiva explosión de guitarras hirientes y cáusticas.
Lamentablemente entre tanto ceremonial, catarsis y trance. el espíritu apareció; vaya si apareció, con la mala pata de que solo era eso, el espíritu. Porque... y advierto con esta rotunda afirmación, que quizás tan solo sea el gusto personal y parcial de un servidor. O que mi percepción del espectáculo, fuese fruto de la pasión con la que me llevaron mis pasos hacia aquel lugar. The Telescopes aquella noche solo fueron la sombra o los restos putrefactos, de un pasado momento de gloriosa inspiración animal.
Y he aquí el posible meollo de tal enfoque particularísimo. Que digo yo y ya me lo he dicho a mi mismo miles de veces: - Que-no-se-pue-de-ir-a-los-con-ci-er-tos con-las-ex-pec-ta-tiiiivas por-las-nuuves!!. Que no!! Coño!! Si ya me pasó en aquel concierto de James/Radiohead del 93, y estuve años sin poder volver a escucharlos.

Y créanme que estoy al tanto de que somos los únicos bichos que tropiezan con la misma piedra, e incluso de aceptar que es tanta la devoción que le proceso a Taste, que cualquier trabajo posterior de ellos siempre me ha parecido una búsqueda del mojo inútil o un empeño personal de su líder.
Me acabé comprando su tres siguientes 7”: “Celeste”, “Everso”, y “Flying” pero nunca llegaron a alcanzar la estela de la espontaneidad de Taste, o de aquel oscuro Ep encabezado por “To Kill a slow girl Wlking” de Cheree Records. Tanto, que acepto la posibilidad de haber acudido al concierto con una cierta ilusión tan adolescente, asumiendo la posibilidad de que mi objetividad no sea tal; basta recordar las miradas trémulas de la platea, y apuesto que aquella noche fueron varios los conciertos distintos que cada uno vivió a su manera.
La mía personal fue humo, un humo que surge con tal fuerza que hasta intimida pero que se desvanece a la más mínima corriente de aire. Hasta me pasó por la cabeza desechar la idea de escribir sobre el concierto. Y no crean que fue en realidad una decepción mayúscula de aquellas que te vas a la cama con un vacío en el estomago, no por dios!! Fue una mirada panorámica en la lejanía, de quien observa los echos sin tan siquiera inquietarse, esperando un desenlace previsible:

Dominaron durante más de media hora interminable temas que pudieron ser uno solo. A ratos parecía querer despegar, y de repente volvía a caer en un lamento de distorsiones, capas, y agonías vocales; un enorme agujero negro del que parecían no poder o querer salir. Como es normal la gente empezó a impacientarse, algunos se batían en retirada hacia posiciones atrasadas, otros esbozaban una sonrisa entre lo histérico y lo resignado, y sí, había otros que concentraban su mirada como en un intento por entrar ahí donde no había cristo que entrara; el universo personal de Stephen Lawrie, de echo creo que ni los músicos eran capaces de seguirle el paso e improvisaban.
De repente sonó salvadora “I fall, she screams” y “Violence”, y se le iluminó la mirada a más de uno; creo que alguno lloró de esperanza. Pero es que sonó tan terriblemente mal, que convirtió las guitarras clohorídricas que emulaban violines derretidos y los mazazos de la batería, en el paso lento de un elefante hacia el cementerio. Cuando el público parecía haber recobrado la sonrisa, vuelta al agujero negro.
Hubo hasta un amago/simulacro de abandono que hasta agradecí y que parecía la gota que colmaría el vaso acabando con la paciencia de más de uno. Error, solo fue a evacuar y regresó como si de un golpe hubiera perdido la memoria, porqué volvió para recordarnos lo poco que le gusta cantar y lo que le encantan los pedales. Otros veinte minutos insufribles, tediosos, con un temario más cercano a Esplendor Geométrico que a una banda de Noise; además no fue solo eso: El echo de que yo personalmente deteste esta faceta experimental en la que está empeñado últimamente. Y que tan poco se parezca a mi vago recuerdo de lo que fueron THE TELESCOPES.

Pero es que una de dos, ya sea por valentía o por arrogancia, no creo que a ninguna “no-banda” que regresa desde el Flegetonte, se le ocurra machacar tras unos cuantos años de silencio y otro montón de ostracismo, con algo por lo que no son recordados.
Y releguen a una simple anécdota su repertorio más significativo y relevante de su carrera. Porque si bien es cierto que las canciones se pueden alargar hasta la eternidad lo que al autor le plazca; en una posible búsqueda del clímax perfecto donde los espectadores sucumban a un loop infinito y álgido. Pero si eso no ocurre, el efecto es el contrario: El público pierde la atención y acaba por convertirse en una verdadera tortura.
Pese que cerraron a regañadientes y con cierta desidia con “Suicide” y una descafeinada “Silent Water”. Se quedaron en en el tintero grandes canciones como: “Suffercation”, “The Perfect neddle”, “To kill a slow girl Walking”, “Everso”, “Please before you”, o “The Sleepwalk”. Al margen de lo insufrible de su discurso monotemático, donde parecía incapaz de recordar aquello que hizo de Telescopes: Una banda de un Noise visceral abrumador y no apto para “indies” de pasarela. Y que además tuvieron el descaro primigenio de reivindicar aquello con lo que todos nos llenábamos la boca de elogios, pero con total sinceridad pocos fueron los que la acogieron sin titubeos.


Lo que es innegable a todas luces es que Stephen Lawrie vive en un universo paralelo donde el embrión y la significancia de los primeros Telescopes solo figura como una mera herramienta de reclamo. Y su actual regreso cava la tumba más honda en vez de ensalzar sus virtudes.
Puede que sea una evolución natural, puede incluso que gane nuevos adeptos, que los antiguos nunca existieran o se olviden de su abrupto recorrido. Pero dudo que THE TELESCOPES lleguen a ser aquello que se gestó por pura indisciplina activista. Es más, me atrevería a apostar que ni tan siquiera él se hizo una idea del engendro atemporal que llegaron a parir aquel 1989.

Por suerte muchachos, con el tiempo son los discos los que perduran y conservan la chispa inspiradora del momento. Los autores los defienden con mayor o menor suerte, y a veces ni eso. Pero es evidente que este fiasco no va a cambiar en absoluto mi concepto por aquella banda, que prendió fuego al impresionismo sonoro más hermosamente inconsciente.
THE TELESCOPES - TASTE by bboyz1970 on Grooveshark