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viernes, 14 de septiembre de 2018

ALABANDO ÁLAVA, Y LA SINTONÍA GALÁCTICA DE STEPHEN MALKMUS & THE JICKS EN: SPARKLE HARD_2018





Nos prometieron el oro y el moro, y sin embargo:

Solo silencio noctámbulo apenas roto por las hojas que se lleva el aire, la graba, los ojos de ese gato moteado adoptado; casi de la familia. Y los ladridos de ese perro sheriff de Narvaiza que retaba en duelo al forastero, lo mismo que a las cabras de su dueño.

La mirada penetrante y condescendiente del semental macho cabrío. Patxi con sus hortalizas a ritmo de rock y su berenjena sustraída/extraviada, el tractor y sus supuestos 109 habitantes censados y milagrosamente invisibles.



El pueblo de Narvaiza (Narvaja), destino de nuestros sueños estrellados en azul cobalto de este verano. Han sido cuanto menos por más de las advertencias del despoblamiento de Álava, (la provincia menos conocida de Euskadi), reveladora y apaciguadora sobretodo, cuando el silencio y el paisaje horizontal o vertical cabe en tu encuadre personal.

Otras veces pasa que hay que hacer mosaicos mentales para recomponer y poder admirar. Pero allí no. Todo cabe en tus inmediaciones, en tu dominio minúsculo y en tu radio; el que puedes y de echo necesitas controlar. Y alcanza más magnitud emocional, sobretodo, cuando no hay ni un plan urdido o tan siquiera una esperanza de que todo ocurra tal y como programaras.




Ya han pasado dos semanas por lo menos desde que regresáramos. Y es ahora cuando el aparato digestivo de tu recuerdo, expulsa la constatación en forma de texto/narración, con su banda sonora; faltaría más. Apunto como estoy de volver al curro.

Casual, inconexo y un poco arbitrario pues seguramente la experiencias viajeras se podrían resumir tan solo como el cruce de un umbral: Esa imaginaria estancia a la que te adentras por primera vez o incluso a la que vuelves después de diez años:

Urbasa y Andia a la izquierda, Aralar a la derecha, y Aizkorri-Arantz de frente presidido por el embalse de Ullibarri-Gamboa. El espacio inmenso y nuestra diminutez igual que una circunstancia en el tiempo. Con ese recuerdo impreciso que al pasar los años con sus lluvias, al volver, siempre es distinto como lo recordabas y todavía más impactante.

Un efecto que casi siempre (y será por la edad); truco al que echar mano. Tu expectación, la mayoría de veces se ve superada en ese efecto déjà vu del constante tránsito de la madurez/juventud que bombea tu imaginación más grandilocuente, por la deslumbrante llegada al paisaje perdido de tu escasa memoria.







Con la música a veces, o muchas, pasa igual: Es superior el efecto que produce la materialización a golpe de nota musical en esos años dulces de tu añorada juventud. Que el verdadero renombre que alcanza en el presente más absoluto e inmóvil; justo ahí.

La música sublima sobre épocas, géneros, tendencias y modas. Más aun cuando el tránsito temporal a rebasado las novedades, como su autor: Stephen Malkmus (exPavement). Y aparece de golpe empujando mi mantra vivido en su más reciente exposición del último directo en KEXP (la gloriosa emisora de Seattle), como una aparición mariana en una tienda de discos de Bilbao. Las miniaturas gastronómicas de euskadi entonces, se texturizan con momentos tan eléctricos como el REdisfrute de este elemento diluyente.

Vino, comida y música son la ambrosía. La felicidad hecha ente inmaterial con la compañía; claro está. El sitio. Y los interlocutores de tu salva.

Y un disco que argumenta. O por lo menos, sirve de excusa para dar forma al recuerdo que te va a quedar de tu paso por Toloño, la calle de la cuchillería, los enormes plataneros de Fray Francisco de Vitoria, el banco de Wynton Marsalis, los bosques de Velate, los campos de girasoles, el ajetreo del Gaucho en la Travesía Espoz, esa botella de Viña Ardanza que ruge desde tu juventud noviazga, la abuela que sale a tu paso para ayudarte, la maravilla sensorial del Guggenheim y su contenido, el paso por San Felices hacia Eskuernaga o las vistas de la Sierra Cantabria desde el castillo de San Vicente de Sonsierra.

  
Todo eso se podría resumir en una canción: “Solid Silk”. Que como una fina brisa acaricia la guitarra como el junco se flexiona, y unos arreglos de cuerda balsámicos que buscan registros antes desconocidos.
Una reinterpretación del san benito de su antigua banda, a la que solo el tiempo es capaz de diseccionar todas sus capas freáticas en forma de melodías inconexas e inaudibles. Y que brotan solo si la agudeza es tal para no quedarse con el ruido, la distorsión y su abstracta y bendita asimetría.

Vale la pena volver a revisar toda la discografía de aquel mágico combo con Malkmus a la cabeza. Y cerciorarse de que, una vez amansada nuestra efervescencia guitarrera noventera. Hay todo un universo inescrutable, con una riqueza muy superior a la que históricamente se les atribuye.



Dirías en un principio, que la perezosa “Cast Off” retoma la anterior discografía de Malkmus en solitario. Cuando perdimos toda esperanza de que esa espinosa banda con forma de chumbera volviera a resucitar el raído y desgarbado espíritu inconformista noventero. Pero tienes que esperar al aullido de las guitarras para arquear las cejas. Cambiar el modo postgrunge y pensar que tu evolución no es tal sin la polinización creativa. “Future Suite” prácticamente comienza donde terminó “...And Carrot Rope” allá por el final de siglo. Cuando en plena resistencia a madurar con treinta años, todos nos sentimos traicionados por su disolución y viraje hacia hacia cadencias más meditabundas.

Recuerdo su último concierto de despedida en la sala dos de Zeleste con un puñado de feligreses. Y palpar la verdadera traición de su inmaduro público, que ahora se daría de hostias por volverlos a ver.



Casi veinte años después, y aunque al sonar “Shiggy” todos pensásemos (incluído yo). Que ese amago 100% Pavement fuese por fin ese elixir definitivo hacia la eterna juventud.

Rebusquemos desesperados como la madre que pierde a la criatura en la feria, pero ni rastro.

En cambio fue ver sobre un escenario a Stephen Malkmus con sus engrasados Jicks. Y aparecérsenos Nuestra Señora de Fátima con los tres niños y la santísima trinidad.

Si esa estertórica canción ya transmite vibraciones exfoliantes. En directo es una gozada ver a Malkmus hilvanar esas aparentes melodías inconexas como puro exorcismo. Eso, y observar como la banda tras unos cuantos discos, parece escupir lo que la endiablada mente de Stephen maquina con una sonrisa de oreja a oreja. Parece fácil, pero creo que es parte de la magia que atesoraban Pavement como banda y sus adoradas imperfecciones. Y este nuevo disco. Sabe plasmar a la perfección en toda su extensión y como conjunto de canciones, una química parecida.

Stephen Malkmus al igual que J Mascis, es un puto genio haciendo lo que otros convertirían en mediocridad.

Es fácil y no han inventado nada que no se hiciera en mil ocasiones (solos y distorsiones). Pero sin el enfoque melódico y tierno de ambos, sería la historia que se vuelve a repetir. Y todos sabemos que no ¿verdad?



Solo así, da sentido la química de “Difficultes/Let Them Eat Wowels”: Dos canciones en forma de una, que podría ser esa chaqueta reversible de colores vivos que bien hace de anorak, de chaleco y de elegante impermeable.

Una psicodelia sacando punta al Vocoder, como Toloño a algo tan tradicional como el Xangurro. Donde el de Santa Mónica se siente tan cómodo como un gorrino en un lodazal. La miniatura de “Future Suite” es el contrapunto en su diminutez y el vacile de sus guitarras no hace más que certificar la síntesis como fórmula magistral.

Su camino hasta llegar aquí, no nos equivoquemos, no ha sido fallido. Sino incompleto sin la esencia que todo artista que emprende carrera en solitario se empeña en aparcar. Y la prueba está en “Middle America”. Una pieza soberbia que no sabría decirte ahora mismo si la prefiero en acústico, en directo o tal y como se ha publicado en el disco. Es mágica de cualquiera de las maneras y conjunta con maestría su época en Pavement: Canciones que por aquella época ya se adentraron en paisajes más tiernos y acústicos.

Todo lo que ha sucedido en los siete discos con The Jicks plagado de joyas y con una sustancia todavía por escudriñar. E incluso su participación en Silver Jews dan sentido al sonido de este disco.



SPARKLE HARD es un entretenido paseo de toboganes, desniveles, caídas al vacío y momentáneos remansos cargaditos de alucinógenos. Un disco como decía mi compi de Mad Robot M. Grau: “un disco que no está de moda”. Pues no sigue las directrices del punteado coloreable/recortable típico de los precocinados de ahora.

Su gracia es más la aventura de lo imprevisible o de las conexiones invisibles en sus armonías; si mamaste Pavement, pues ayuda. Aunque a algunos se les haya olvidado ya, que era salirse (o por lo menos dejarse arrastrar) por algo distinto al típico estribillo/estrofa/estribillo/solo de guitarra/teclado, y vuelta a empezar. Fíjate que canciones como “Rattler”, a mi me encomiendan al rock progresivo de los 70 (Jethro Tull, Frank Zappa y otras lindeces con menos relación)

¿que hacen falta drogas para zambullirse y no ahogarse? Quizás.

Pero que se lo pregunten quienes como yo, al ver tocar la perturbadora “Bike Lane” han visualizado la puta canción del verano sin apelación alguna.

No esos “que si mi cintura necesita tu ayuda, el sácala a bailar, o si así se vive mejor” que podrían arder en el infierno hasta el fin de sus días. Sino ese fuzz de bajo/guitarra abejorro que taladra los sentidos como lo hicieran los Sonic en el “Youth Against the Fascism”; tan adecuado ahora. El swim sorpresa de ese piano que rompe por completo la armonía. O esa joya de letra engarzada en mímesis/parábola, entre el asesinato a manos de la policía de Freddie Gray y los controvertidos carriles bici en las ciudades.

Textos que afianzan al Californiano dentro de esa paranoia que es inspirarse en la realidad más, o menos metafórica. Y que son otro atractivo más; aunque a mi de siempre me ha parecido un letrista más profundo de lo que se le suponía por su música casi siempre felizmente destartalada.

Los dilemas existenciales de “Kite”, envasados en casi siete minutos de genialidad, que deambula medio mimetizado entre el krautrock, la psicodelia, el funk incluso, y muchos muchos ramalazos que encuentran su origen en un pasado bastante más lejano que el de su banda embrionaria.



Se erige como un guitarrista ya sabio, y un hacedor de atmósferas en donde retozar, digno de análisis profundo. Estas canciones sin duda lo necesitan y lo agradecen.

Brethen” refuerza la idea de que no es posible mucho sin poco. Y si la asimilación de este disco como una obra de infinitas escuchas y detalles aparentemente difusos parece una empresa perezosa. Lo extraño es que con canciones como esta, que son todo un prodigio de arreglos casi transparentes de apenas dos minutos. Se puede entender a la perfección entre ese binomio de excesos, sencillez y practicidad a la hora de cocinar canciones.

Teniendo como clarividente prueba de ese viaje laaargo laaargo de Stephen hasta llegar a esta exposición maestra. La maravillosa cauntry ballad slide de “Refute”; totalmente entroncado a mi favoritísima “Range Life”. Y con Kim Gordon(Sonic Youth) a las dobles voces en pleno idilio/guinda musical ¿se lo imaginan?. Pues es una de las canciones y lírica más preciosas de este 2018.



Háganse un favor y escúchenlo sin prisas

lunes, 25 de junio de 2018

THE ASTEROID N.º4_COLLIDE_2018 (13 O’Clock Records): DISCOS PANORÁMICOS PREDESTINADOS A MUSICAR EL VERANO





Ya he decidido no volver a dar la mano a clientes, recién conocidos y tratantes. Desde ahora, solo abrazos henchidos y constringentes de esos que serigrafían los latidos en tu pecho.
Desde que certifiqué así, que padecía una epicondilitis (codo de tenista); seguramente por mi trabajo y la recurrida excusa de la edad. Y de que justo el certificar mi dolencia, experimentara un querencia por marcos de puertas, ventanas y cualquier superficie duro para con mi codo; vamos, que no hago más que darme golpes en el punto exacto del epicondilo.
Que quien sabe, pudiera que pudiese ser la edad con su consiguiente pérdida de cálculo espacial y perimetral; no lo discuto. Es más, seguro que hay un estudio sobre eso, el acercamiento hacia los cincuenta y la pérdida inconsciente de ese don que tienen los murciélagos y que nosotros suplimos con la juvenil y grácil agilidad: ¿el torpe nace, se hace o se instruye según cuenta canas? Un misterio, gente.
En cualquier caso. Yo solo sé que desde hace cuatro años aprox, arrastro involuntariamente la planta del pie al caminar, voy al tanto con los tropezones igual que un Ñu bebiendo en una charca infectada de cocodrilos, y no hago más que darme golpes en el dichoso codo.
Y dirán…Y ahora?
Bueno. La solución no la he hallado en un medicamento, codera de porexpan o terapia alternativa. Sino en la música sí.


Desde que cayera en mis manos el noveno disco de esta banda originaria de Philadelphia y establecida en San Feancisco desde el 2011; con el cual conmemoran el 20 aniversario de existencia. Mi deambular por casa, solo obedece a los compases de Collide:


Me levanto a oscuras a miccionar a lomos de “Explore”. Voy de mi diminuto lavadero cargado de colada sin miedo al quicio de la terraza bailando con “Explore”. Y hasta girar en mi micro mampara de baño cual Derviche, con la voz de Emili Polle de crines acuestas de “Weeping Willow” mientras me ducho.
Desde ese preciso instante en el que la luz cenital apunto desde el cielo cual Mr Bean caído. Son los vaivenes acompasados de la banda de Scott Vitt los que rigen mi día a día, y han dejado en un recuerdo peregrino aquel Hail to The Clear Figurines del 2011, con el que los descubrí: Un disco que navegaba entre pleamares y corrientes marinas, de una psicodelia mucho más evidente que el disco que nos ubica; muy cerquita de los Black Angels.



COLLIDE sin embargo, sitúa a la banda mucho más cerca de nosotros. Sobretodo y más que nada, porque su sonido se aleja discretamente de ese toquecito de Americana, que hacía y hace, que su música no sea la de ese tipo de banda que se aferra. Sino que la libertad a la hora de dejarse llevar por los caprichos de la naturaleza, sea la que da quilates a su trayectoria y discurso.
Este bocado corto de ocho canciones, nos pone de cara u orientados hacia una latitud más británica: The Church, House of Love, Lloyd Cole y los Commotions en ocasiones. La intensidad de los primeros Mazzy Star de esa canción que os citaba al principio; “Weeping Willow”. Y que nos remonta y rememora aquel rock americano parte Janis, parte Soulwomens de rasgos más Underground. E incluso a unos 60 mágicos, volátiles y tan románticos como la de los Rolling de Brian Wilson.
Esa miscelánea en definitiva, que hace que el rock anglosajón beba realmente de infinidad de charcas, épocas, híbridos y tics culturales, igual que las especies y las esporas viajan.
Y que en este disco se dan cita como un halo de belleza azucarado y tremendamente melancólico. Por obra y gracia de ocho canciones mágicas, de las que uno, no puede separarse ni un minuto. Seguramente porque que dan de pleno en la diana del bien denominado temazo.
Lo mismo da que empieces desde el principio, o de atrás hacía adelante.
Cry for Osana” por ejemplo, modula su épica orquestada hacia territorios espirituales y mágicos. De los cuales, sus nueve minutos y medio jamás abusan del bucle y sí del vuelo: sin motor, estupefaciente o paranoia que valga. Solo paisaje y cromatismo sonoro. Antes “Remedy” hace una ecuación entre Cass McCombs y los Jayhawks. El resultado, un vals que me lleva en volandas sin tan siquiera acusar la más mínima torpeza; ellas me elevan.
Los slides y tremolos de “Finest of Mines” que inician este tema, que bien podría tratarse de un corte de una banda cualquiera de Shoegaze de los 90; curiosamente, muta. Siendo en realidad de un rock clásico que flirtea sin rubor y que delega la grandeza, en la canción sin más. Podría tratarse de lo que quisieras: Neil Young, Big Star, The Byrds, Slapp Happy... o cualquier otra referencia que amortiguara el tiempo y todo lo que vienes escuchando. Pero sinceramente solo puedo quedarme en este caso con las canciones; “Weeping Willow” es una prueba palpable, paradógicamene como el nombre de otra de mis amadas bandas.

Collide”; la que da título a este maravilloso disco. Tiene esa magia un tanto mainstream que a mi personalmente tanto me recuerda a una época de la que nunca fui en absoluto devoto. ¿soy yo el único que atisba esas odas pomposas de los 90’s tan indies? Aun y así me gusta, y sería lo mismo que decir lo que aborrecí a bandas como Verve, y adoraba sin embargo esos mismo ejercicios en manos de Suede o de Pulp; con más gusto claro.
Y al final pues supongo que no se trata de lo que se haga, sino como. “Sagamore” también tiene ese ramalazo de brazos en alto, corear, y hasta llorar como un eterno enamorado de la moda juvenil. Pero mola aun y así. Sin ni siquiera preguntarme si es la edad o la nostalgia.
Explore” y “Ghost Garden” son tan enormemente sencillas y de sonrojado encanto natural, que bien valdría seguir girando como si nada. El umami perfecto del torrezno que se funde en tu paladar como una droga prohibida. De la miel de tomillo cristalizada, o de la Panela estremeciéndose en el azucarero cuando hundes la cuchara.
Un disco pura delicia, que desde su primera escucha ha sido cabecera y candidato al Plinto del año. Y engrandece a una banda prácticamente desconocida, con una riqueza musical inalcanzable para otras, empeñadas en forzar los engranajes hasta pasarlos de rosca.
Para THE ASTEROID #4 todo es más fácil, orgánico y congénito. Posiblemente por el talento de quien no rinde cuentas a la maquinaria. Todo un homenaje a la llegada desde ya, del Verano eterno. 
Y que además los tendrémos paseando su exquisita discografía por nuestro país, este otoño.
TOUR EUROPEO 2018

 

sábado, 10 de diciembre de 2016

RYLEY WALKER_SIDECAR CLUB_20/11/2016_ O EL CÓMO DE LA MUTACIÓN CONNATURAL





Uno de esos otoñales domingos que amanecen silenciosos y que a toda costa queremos estirar. Igual que aquellos chicles boomer que enredábamos entre nuestros dedos como los rizos de nuestras novias, y que guardabas en la nevera esperando que recobrasen su primer sabor a fresa ácida.
Creo en los domingos acolchados como la felpa. En ese batiburrillo a churros y diario perfumado en tinta fresca con cercos de café con leche. En ese querer detener el minutero y maniatarlo justo en las 12, para postergar el vermuth. Y definitivamente en solo querer hacer cosas desde el sofá y con nuestro mando a modo espada láser jedai.

Ver un concierto en tal día se antoja heróico, pero tiene su qué de revertir el engranaje de las rutinas como los palos en los radios de la bici. Sobretodo cuando se lleva toda la semana entre el “me quiere no me quiere”, y al final de forma salomónica te dejas llevar por el instinto animal.
Eran PIXIES y esa nueva reflotación en busca del cetro medio escacharrado: Masajear con condescendencia nuestra nostalgia por los noventa. O guiarnos por ese olfato canino hacia los moribundos cánticos de Ryley Walker con 40 a 15 de por medio.
Y no es que sea el dinero finalmente el que decante la balanza. Pero hay algo ahora, que me mueve a perderme por las sumideros de la música en vez de tirar por camino fácil de los destellantes bulevares.


Admito que a menudo amedrenta enredarse en laberintos y raíces que revientan la tierra y van por libre. Pero cuando escuché en Marzo del pasado año por primera vez PRIMROSE GREEN, no pude evitar caer rendido en ese afelpado manto jazzero que decora sus composiciones. El mismo que mi madre pone en su juego invernal de cama, y que te acaricia las mejillas mientras sesteas.
Ese misma sensación de confort hace del viejo y cañí Club Sidecar, una especie de salón de casa al que solo le falta el brasero y las historias de muertos y aparecidos que te contaban en el pueblo. Sentí esa fuerte sensación de compartir mi mismas sensaciones con alguien. Y al final fue con mi hermana la misma con la que comparto aficiones, y hasta vacaciones; se lo debía.
Todo es cuestión como quien se aventura en una necropsia, a abrir la mente por el tórax. Y este caso al joven veiteañero Ryley Walker, saldando la deuda pendiente del BAM de hace dos años. Allí me rilé; lo admito. Pero el siguiente envite de canciones en formato más conciso y acústico que contiene GOLDEN SINGS THAT HAVE BEEN SUNG/2016, merecía eso y algo más.


El Canadian de rigor que barniza de ámbar la espera. Una amena charla para ver que esta vez, de colas nada. Y 50 o 60 almas en pena que decidieron mandar al carajo la batamanta, el tronar del Sant Jordi Club, o igual la digestión pesada del pollo A l'ast con all i Oli del Domingo. Para ver a un sobrado de talento, socarronería y humildad Ryley Walker, despacharse con su tan aplicada banda de acompañamiento.

Media hora antes con la sala semi vacía, pudimos ver a una delicada y solitaria ITASCA aka Kaila Cohen, desgranar su cancionero de deshuesado Countryfolk. Un set in crescendo de media hora y pico, que presentaba su último álbum “Open to Chance”.
Tímida y tan delicada como sus canciones, le faltaron seguramente sus recientes compañeros de andanzas para dotar de una perspectiva más mimbrada, lo que al fin y al cabo pareció: otro de tantos conciertos acústicos fríos y algo carentes de sustancia. Sus discos, eso sí, son otra cosa; mucho más disfrutables y evocadores. Esas quietudes barnizadas de paisajes campestres y cotidianos que prácticamente detienen el tiempo como lo hacían por ejemplo, los Hnos Kadane hace tres lustros.

Pero sería el joven Ryley el que alrededor de las diez de la noche, sin espero, pecar de vehemente. El que probablemente me acabara dando la mejor quizás, hora y media en vivo del presente año. Exagero?
No sé si por la propia sorpresa del improvisado plan del domingo. Por la compañía y lo familiar del encuentro. O seguramente eso sí, porque por formas, repertorio e inventiva al ejecutarlas: una cosa es escuchar sus discos y otra bien distinta que le sigas en su aventura del directo.
De ahí nace algo que reduce la impresión en el acetato, a una mera circunstancia en el tiempo: La música tal cual se grabó y que sientes al escucharla que ahí no se acaba.

Las composiciones entendidas como un ente vivo que no dejan de transformarse. Que incluso se reproducen y mutan en otras nuevas canciones; como las de su último álbum: Las ocho nacidas del periodo de tiempo en el que iba tocando en vivo su anterior disco.
En el set que nos presentó en Sidecar Club, sin embargo, todo se argumentó de muy distinta forma. Sonó prácticamente ese disco del 2015 y alguna que se coló por las rendijas. La electrificación que en su totalidad ejerció de eje; sin aparecer la omnipresente acústica hasta el último bis, fue la que transformó de entrada cada una de las canciones: Arranque fuerte y potente en clave rockera, con un tema que no sabría ubicar en ninguno de sus últimos discos (nueva o mutada). Un volumen realmente alto que apuntaba a la estridencia y progresivamente se fue modulando.
Y aunque uno pueda creer al escuchar sus discos, que estamos ante un músico solemne y medio ermitaño, nada más lejos. Ryley Walker es un tipo simpático que se resta importancia de tal manera, que parece hacerte sentir que andas cogido de su mano. Más que protagonista real como solista que es, podría definirse como un perfecto maestro de ceremonias que da pie a una triangular comunicación liberadora, entre solista/banda/público.

Con un Gin Tonic a sus pies de los que iba tomando tragos en clave de “fiesta!!”, diluía de un plumazo cualquier sensación de parábola psicodélica sesuda a la que te puedan invitar sus pasajes de hasta 15 minutos.
Esa frescura secreta de sus canciones, que evita el bucle tendencioso y soporífero. Y que en realidad recrea, como quien procrea o se expande igual que una madreselva o liana en la espesura amazónica. Sonidos que nos teletransportaban al Rock progresivo, al jazz caleidoscópico o incluso al lejano Punyab totalmente tonificado por su inquieta eléctrica.
Alucinamos en colores con la paleta que ostenta de los mismos, su batería; si así lo pudiésemos describir: Descalzo y usando sus botas como posavasos, contorsonista y McGiver de los tambores y derrochador en texturas. El onduloso contrabajo de Hanton Hatwich desdoblándose en viola y hasta en percusión. Y el resto de la banda que parece actuar en la retaguardia como el contrapunto detallista en el crisol de pespuntes, bordados y brocados en los que acaba convirtiéndose su interpretación.

La hora y pico larga sin las prisas que otorgan a día de hoy los sets económicos en salas pequeñas. Con ese apaga y vámonos que el tiempo apremia de algunos sets. O esa sensación reinante de que todo sucede escrupulosamente sobre un guión. No ocurrió allí ni mucho menos.
Todo lo contrario, porque al cabo de los minutos, la sensación era como la de un manto. No era el estado de flotación, la atención que te absorbe, o simplemente que todo discurre... No como lo previsto sino por la magia del momento.

La voz onda como la de un acantilado de Ryley que gana porcentualmente en vivo. La franqueza y naturalidad con la que teje ese punto de partida en la ejecuciones y como invita a sumarse. Y el no importarte lo que toquen sino como lo toquen.
Primrose Green”, “Sullen Wind”, “Funny Thing She Said”, “Love Can be Cruel” y otras tantas que acabaron convirtiendo la noche en una sinfonía.
La de un tipo que inició sus andanzas musicales con una banda Punk, y que a sus 27 años (teniendo en cuenta su carácter hiperactivo) ya nos ha dado tres joyas de discos. Interesante y fascinante a partes iguales por su forma de pasar del folk a la psicodelia salpimentando con jazz, guitarra clásica y hasta blues, sin apenas resentirse su toque personal. Capacitado para tocarlo como o de la manera que le de la gana y no dar la sensación de que pierde la esencia de la canción. Y pese a su juventud, que recalco por lo despreocupado de su carácter, dar la sensación de que que es un veterano músico capaz de subirte como un mantra a la espiral más hipnótica. Y de repente acariciarte con una versión eléctrica del Fair Play de Van Morrison, sin ocultar esas referencias tan simbólicas como lo son las del Lobo de Belfast, Ben Jarsch o Nick Drake; a las que yo añadiría otras tantas bastante más alejadas de esa heterodoxia.
En cualquier caso, uno de los directos más disfrutados de este año junto a los de Wedding Present y Kevin Morby. Que también los valieron claro. Pero es que lo de Ryley Walker estimo, que es otra cosa bien distinta por más que nos cueste y amedrente entrar en sus discos.

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lunes, 18 de agosto de 2014

#TARDES A PIE DE NEVERA (Cinc5): HALLELUJAH HILLS, su “HAVE YOU EVER DONE SOMETHING EVIL_2014 Y OTRAS HIERBAS”





Creo haber llegado ya a mi destino con el único propósito de hablar de música y encontrarme con mi origen fraternal. El lugar donde se maquinó mi existencia y donde los recuerdos fugaces en forma de flashes se amancillan con las Perseidas. Y claro, si uno no ha perdido el hilo de tan curioso viaje: recostado sobre sofá, con las piernas bien extendidas y un baso grande rebosante de té verde frío en las manos. Sabrá que todo es fruto de la imaginación, que como bandera enarbolamos cuando el tiempo se desgasta sin mal revolver con el que matarlo.
Aquí a las puerta de Villagordo me hallo preguntando puerta por puerta por los ancestros de los meones y los canalejas. Esas etiquetas tan graciosas, veraces y crueles que estudian etimológicamente el mote como afección descriptiva familiar en los pueblos de mi geografía. No siendo mi curiosidad otra la de volver a rememorar instantes desperdigados sin conexión aparente, tan solo por la gracia de reconstruir aquello que la memoria disemina. ¿Será verdad aquello que dicen de la memoria y la edad? Que cada uno hace el mundo a su capricho anudando lo poco que retiene, y recordando lo que verdaderamente le interesa.
Siendo un sí o no la respuesta, siento una necesidad imperiosa por machucar una y otra vez esos flashes memorabílicos; a ver si así se me quedan por siempre.


Del pueblo de mis padres donde pasé tantos y tantos veranos desmigajando el tiempo, aquí que pasa con una velocidad tan insólita como perezosa. Que las criaturas se tornan madrugadoras o noctámbulas huyendo del calor infernal que brota del asfalto en las canículas. Sabrán que me estoy refiriendo a un pueblo recóndito cualquiera, de los muchos que se esconden tras las lomas olivareras de Jaén. Y es curioso que el de mis padres siempre me haya parecido un lugar extrañamente aislado, pese a los escasos 22 escasos kilómetros que lo separan de la capital. Como si el río Guadalquivir y las lomas que lo circunvalan, se hubieran cerrado a cal y canto hace años, como una especie de fosa medieval.
Cuando yo lo visitaba cada año tan solo salía cada hora una viajera hacia la cardenalicia capital. El acento de sus nativos y las costumbres era tan cerrados, que parecíamos a miles de millas de distancia; y sin embargo flotaba una distensión y felicidad en sus parajes sin igual. La misma que la infantil inocencia que por entonces me poseía. De mis primeros veranos con ocho años escasos guardo como fogonazos curiosamente dos o tres recuerdos que nunca me han abandonado; de un puñado menos trascendentes: El ver a dos críos matar a golpes dos pequeños gatitos, el contemplar en un agujero en el campo a una gigantesca Tarantela, y verme observando por el agujero de una vieja portachuela de un corral a un enorme carnero: Se vino contra mí, contemplé aterrorizado como golpeaba la puerta, y días más tarde como lo sacrificaban, lo despellejaban y fileteaban.
No sé si traumáticos, pero esos tres momentos los recuerdo como si fuera ayer, y sin embargo han pasado 36 largos años. 
 

Como tampoco sé con exactitud si las parábolas, elipses y rodeos que me llevan a escupir esas trazas inexactas de mi pasado, guardan alguna relación con una banda de la que debería haber escrito hace dos años. Quien sabe, igual estoy bajo el influjo de Rustin “Ruhst” Cole y la absorvente, oscura y pantanal historia de True Detective.
El caso es que estas líneas debían el pasado año haber sido para “No One Knows What Happens Next/2012/Discrete Pageantry Rcords.”; el disco que me abdujo con la ayuda de la viral “Get me in a Room” a su pasional universo. Pero es que mi introducción a esta banda de Massachusetts ha sido lenta, tardía y muy muy pausada, como aquellos viajes insomnes hacia las praderas de los opiáceos: Esas dos primeras, festivas y eufóricas canciones (Get me a Room y Nightingale Lighting), que luego acaban desembocando como un salto de agua en un remanso que se absorbe y metaboliza lenta, lentamente. Y que acaban dando lugar a una banda, en la máxima expresión de la palabra, que se tambalea temblorosa pero firme sobre la cuerda pendular del Rock, el Folk como himno agitador, o en definitiva la canción como arma de doble filo.
Esa ambigua imagen de colectivo donde sobresale su ariete Ryan Walsh (The Stairs), nos puede dar infinidad de lecturas, sin que ninguna de ellas sea del todo exacta: Ese tono de Folk Irlandés donde cuerdas y metales exorcizan una especie de revuelta de hermandad secreta. Ese envoltorio típicamente Americano lleno de rugosidades, asperezas y filos cortantes también puede ser un texto de Brailei donde descifrar mensajes excitantes. Pero al final de todo, alejándose hasta capturar el encuadre, la perspectiva o el ángulo, el sonido de Hallelujah The Hills se puede resumir como un ente vivo, multidisciplinar y tremendamente regenerador. Cuando los escucho siento que nunca se escucha de la misma forma; agitan y amansan. Si ese disco parecía por momentos redentor, conciliador cuando sonaban “Hello, my Destroyer”, “Dead People's Music”, “The Game Changes Me” o ese precioso “Care to Collapse” con la compañía de Marissa Nadler. En otras ocasiones más catártico o psicodélico en “People breathe into other People”. O volvían a rematar con esas fanfarrias de felicidad infinita y libertaria como en el principio, cuando cierran de un portazo con “Call Off your Horses”. Lo que a uno le queda al final es un organismo vivo que sube, baja, regatea, salta y se retuerce hasta engancharte por los mismos machos.



Dos años más tarde sin excusa que valga ni arrepentimiento alguno, al amurallar este raro mes de Agosto con otro TOCHO más de los míos. Lo único que puedo argumentar en mi defensa, es que son pocas las palabras que dedicarle a una banda que me exfolia como pocas. Me regenera y hace que las comparaciones odiosas sean tan solo eso: Excusas con las que explicar algo que se escucha y no se explica. Que se digiere sin las prisas de asimilar algo por pura bulimia, donde los ganchos comerciales son las únicas armas para pedir turno ante la vorágine de la gula popular.
Quizás por eso su último trabajo “Have you Ever done Something Ever?/2014”, es mi especie de Sancta Sanctorum donde rebuscar por esos pedregales que te exigen destreza al caminar con tus desnudos pies. Un disco que suena puramente instintivo, que rezuma rabia, energía y felicidad por partes iguales. Y en el que los Bostonianos tocan como si la operación de amigdalitis a su cantante Ryan Walsh, fuese ese único pretexto para cantar en grupo esos himnos incendiarios como si no hubiese mañana.
Entrar por la puerta del trabalenguas “We are What we Say we Are” sin acojonarse, lo asumo como posible. Aunque solo sea porque nos han adormecido tanto oídos y paladares, que si no hay una tonadilla bailonga y discotequera nos vamos pata abajo. Quizás hemos perdido esa capacidad de extraer belleza, poesía y melodía del salvajismo, con lo duchos y paladines que fuimos en los 90. Ese paso marcial de gran Oso, esas cuerdas indelebles que entumecían los dedos de los grupos, y esos tambores que sin tregua obligaban a darlo todo. Ese mismo disfraz de Grunge onírico con el que nos dan mano estos corredores de fondo; despreocupados como están ellos por las apariencias.
Do you Romantic Courage” o “I Sand Corrected” a pulmón abierto de par en par, coros a doquier y mucha mucha euforia invitan. Puede que los más accesibles del disco, aunque dudo que sean golosinas para adolescentes. Yo me quedo con la majestuosa “Pick up an Old Phone”, puro crescendo; y ahora viene cuando los comparan a Arcade Fire, y yo es que me troncho. Como si no hubiera banda sobre la faz de la tierra capaz de producir ese efecto primitivo de camaradería sobre los oyentes: Ese echar el brazo sobre la espalda de nuestro compañero y entonar el “Down all the Days” de THE POGES, junto a ese legado de Folk Rock Anglosajón tan perenne en los ancestros Bostonianos de Hallelujah the Hills.


La rotundidad con la que su quinto y último trabajo actúa en el subconsciente, desde sus primeros pasos en 2007. Le debe mucho a sus colaboraciones con Titus Andrónicus y a esa casta de bandas donde Rock/Punk/Folk forman una única cosa. Sus arreglos con trompetas, violines, violochelos y teclados analógicos juegan al despiste un poco, pero en realidad el núcleo inspirador del conjunto evoca #Me evoca, mucho más a: Twilight Singers, Sparklehorse, Sebadoh. Aunque sus herramientas nos los acerquen en momentos puntuales a los Calexico. Una especie de Rock Road Movie que trapichea con partes urbanas y otras de raíz, siempre desde un punto de vista demasiado básico y primitivo para ser una pose forzada.
La acidez con la que sus letras dibujan la cotidianidad rudimentaria de la America actual: “Conoce a mi esposa, somos como uña y carne, que hemos estado haciendo durante días, ahora estamos de rodillas. Vamos a reducir la velocidad de este ritmo violento y poner la tv. Para ver una cara famosa” en “Domestic Zone”; su tema más largo y ascendente. “MCLIV (Continuity error)” sentenciando sobre parafraseos que conectan directamente con la realidad más cruda. La contagiosa “Phenomenology” que me atrapó en un primer instante con esos redobles, gritados hasta el furor:
 “toma esta toma esta tierra, las palabras que uso en esta demanda. Romper la puerta y mostrarles porqué están equivocados. Mira estos días extraños, los flamantes pecados se la están arreglando para quedarse. Oremos que no es demasiado suave”. Guitarras sangrantes que conectan el Lo fi más primigenio con el Rock multitudinario a base de puro activismo lírico y musical, y un disco que se digiere a bofetadas. Y que por su radical diferencia respecto a los anteriores, ya merece el empeño por ahondar en él.

HALLELUJAH THE HILLS son: Ryan Walsh (voces, guitarras, samples), Nicholas Ward (bajo y voces), Brian Rutledge (trompeta, trombón y voces), Joseph Marret (guitarras, banjo, percusiones) y Ryan Connelly (batería). Llevan a sus espaldas cinco Lp's desde el 2007 y este es el tercero con el suyo propio con Discrete Pageantry tras publicar dos con Misra, contando "Portrait Of The Artist as a Young Trash Cam/2013"; donde se reunen rarezas, singles y material no editado. Desde entonces son más dueños de sus creaciones y en sus composiciones se nota ese cambio: Más fibrado, Rockero y comprometido en cuanto a los textos; tan primordiales como su música. Aunque no han perdido esa identidad amateur y librepensadora de sus primeros discos, donde predominaba un sonido más acústico, de baja fidelidad y caótico, pero eminentemente libre.
Pese a haber publicado dos magníficos discos realmente recomendables, en nuestro país son prácticamente unos desconocidos. Que luego no digas que no te lo avisemos.
FELIZ AGUOSTO!!

lunes, 4 de noviembre de 2013

CASS McCOMBS///Big Wheel & Others_2013/// *VIAJANDO SIN DESTINO...




Esta semana me he dejado acompañar en el trayecto casa/trabajo/casa por el nuevo “larga duración” del prolífico CASS Mc. COMBS “Big Wheel and others”. Como que mis trayectos por suerte son cortos; de 15 minutillos arriba o abajo según “según los muertos vivientes que encuentre a mi paso”. Me ha dado para que su longevo temario de veintidós canciones, se convierta en prácticamente mi banda sonora de esta semana. Lo cierto es que le iba ha dedicar una de mis parrafadas místicas en el grupo del Facebook, pero sinceramente creo que el asunto se merece más.
Cass Mc Combs ya nos deleitó el pasado 2011 con dos fabulosos discos. En aquella ocasión se publicaban escrupulosamente separados, como lo hacían aquellas discotecas de antaño: Dos salas, dos ambientes.
El primero lo conformaban ocho cortes que deambulaban entre la dulzura aduladora de sus melodías aterciopeladas y el espesor de una bruma, en ocasiones lóbrega, en otras rebosante de languidez. El segundo sin embargo, se erigía como un canto al optimismo permanente, rebosante de buenas e inmediatas vibraciones.
A estas alturas no sabría por cual de ellos inclinarme, pero lo cierto es que fue de lo que escuché con más cariño aquel 2011, ya tan lejano. Puesto que el ingente de buenas melodías era tal, 16 en total, que ha dado para tenerme ocupado este tiempo, y hacer más llevadera esta espera de dos años.


Su reciente regreso sin embargo nos ha vuelto a noquear con un “uppercut” directo al concierto de la lógica o de lo supuestamente previsible; sobretodo si nos atenemos a sus dos trabajos publicados anteriormente. Lo que pasa es que esa mecánica imprevisible es precisamente lo que a mi en particular me atrae de la obra: Un formato de doble Lp del que todos sabemos lo delicados y discutibles que suelen ser, si nos remitimos a todos los que han visto la luz a lo largo y ancho de la historia de la música. Con la diferencia de que a Cass se le puede tolerar eso, y mucho más. Teniendo en cuenta que por un motivo u otro, acaba por convertir en metal precioso casi todo lo que toca. Y no estamos hablando de producciones épicas, rimbonbantes, o técnicamente transgresoras ni mucho menos, lo suyo es de una sencillez automática sustentada en la emoción de quien construye por pura inercia.

Claro los discos así salen como salen; aparte de como churros, brillantes también. Brillantes en su rutina destrozada a golpe de ímpetu inspirador. Directos tanto si susurra, grita en voz alta, o juguetea con aquello que podría, es, o será según le viene en gana en ese preciso instante; y eso desde luego es algo de lo que puede darse por satisfecho, observando con atención como transpiran sus discos.
Hay artistas que les ha llevado toda la vida, y que todavía andan buscando esa genialidad perdida, sin embargo este Californiano con cara de inconsciente revoltoso lo lleva cincelado en su genética, válgame el señor!!.



Cuando arranca “BIG WHEEL AND OTHERS/2013(Domino) lo hace de una manera tan entrañable y espiritual, que difícilmente sabremos que nos deparará semejante viaje. Si echar en la maleta ropa de abrigo, las bermudas de guatiné y la camisa Hawaiana de macramé, o la rebequita que nos puso en el ajuar Mamá.
Porque familia, esta obra podría catalogarse como un gran viaje con sus mañanas, sus noches, y sus paradas en fondas y pensiones. Un largo viaje que bien podría ser en su país natal y comenzar en la ciudad de Concord (California), una ciudad clave en el mestizaje de la Costa Oeste de EEUU, y donde se desarrolló gran parte de la adolescencia de Cass. Desde allí nos acercaría hasta Haight-Ashbury (San Francisco); donde la voz del pequeño que nos indica los parafraseos más dolientes sobre las drogas, nos abre la obra en toda su ambición y crudeza: Asciende desde las profundidades del pasado como una gran ballena jorobada que lleva grabada a heridas y cicatrices, toda una bitácora de otros viajes mucho más lisérgicos y alucinantes del que nos ocupa.
Estalla “Big Wheel”!! Y las trotonas percusiones parecen querer anunciarnos el comienzo de la travesía. Son los rugidos del motor de la vieja y destartalada Chevy que nos llevará durante casi hora y media por territorios tan variopintos como insospechados, donde sus personajes acabarán por ilustrar con sus hitos y misterios los acertijos de las catacumbas.


BIG WHEEL AND OTHERS es un disco extraño, y no tanto por su extensión como por la cantidad de situaciones contradictorias que nos puede transmitir su paciente escucha. Se dan momentos donde Cass McCombs contempla, destripa y susurra con una serenidad maldita: “The Burning of the Temple, 2012”, “Name written in Water”, o “Honesty is no excuse”: Esta última, como una de las joyas escondidas del disco; donde me enamora por ese maravilloso contraste de sus rocosas percusiones, y la guitarra cortante que la rubrica.
Otras más oscuras, impenetrables y no faltas de una especie de lamento amargo desde lo hondo de las metrópolis. Ahí el paisaje cambia las llanuras desoladas por el asfalto de los suburbios, y se oye maldecir a “Joe Murder” por el caro precio de un pacto con “Satan is my Toy”; un Saxofón que despelleja notas por entre las grietas que dejaron atrás Jim Morrison “Everything has to be Just-so”, y los primeros Roxy Music. Canciones que como éstas, desconciertan y a la misma vez hechizan durante el recorrido variable por el que serpentea en toda su amplitud. Sin embargo es éste el principal atractivo de tan ecuánime compromiso; algo que Cass McCombs lleva de manera tan solemne, como su propia índole natural.

La suya es una Road Movie en toda regla con paradas en Bares de Carretera, en paisajes rurales donde brota el Folk de entre los riscos, pedragales, y campos recién segados donde florece la poesía de serena reflexión: “Angel Blood” o “Sooner Cheat death Than fool Love” son dos claros ejemplos donde los Slides hacen de las notas, verdaderos funambulistas que templan la cuerda floja. Otras de calles húmedas por el rocío de la mañana, de sumideros humeantes, y farolillos titileantes, donde se puede escuchar a Eddy Vedder reflejarse en los acordes de “Home on the Rage”. 

Declaraciones de amor mayestáticas como la doble interpretación de “Brighter!”: Primero por el protagonista y firmante; hacia el final, por la recientemente desaparecida KAREN BLACK: Una canción sencillamente eterna en voz de la veterana actriz y cantautora. De cadencias que podrían prolongarse por largas noches, amaneceres de enamorados anudados fuertemente hasta el ocaso, ¿o esperando quizás a la muerte que saluda descubriéndose la chistera?




Cass McCombs nos la ha vuelto a jugar. Y aunque su apuesta es aun más personal todavía, sabe manejar como nadie las luces y las sombras, las amarguras y las nostalgias, e incluso el riesgo de emular sabiendo que sus referentes se funden en una contemporaneidad y lucidez sin parangón.
Un autor que nos muestra en su prosa un universo marginal y mundano de una riqueza ilimitada. Y que además arrastra con gran dignidad las malditas comparaciones con Bill Callahan, Mark Kozelek, o Will Oldham. Un trabajo a la postre, para recorrer como por etapas o del tirón; siempre que el tiempo y la travesía nos lo permita. Y que atesora infinidad de postales y lugares distintos, con tan solo acomodarnos y disponernos a viajar.
 11-07 Portland, OR - Mississippi Studios * [BUY TICKETS]
11-08 Seattle, WA - The Crocodile * [BUY TICKETS]
11-09 Vancouver, BC - Fortune Sound Club * [BUY TICKETS]
11-12 Pioneertown, CA - Pappy & Harriet's ~ [BUY TICKETS]
11-14 Los Angeles, CA - The Echo ~ [BUY TICKETS]
11-15 San Francisco, CA - Great American Music Hall ~ [BUY TICKETS]
11-16 Felton, CA - Don Quixote's International Music Hall ~ [BUY TICKETS]
11-22 Austin, TX - The Belmont [BUY TICKETS]
12-02 Cambridge, MA - The Sinclair ^ [BUY TICKETS]
12-03 Montreal, QUE - Il Motore ^ [BUY TICKETS]
12-04 Toronto, ONT - Great Hall on Queen Street ^[BUY TICKETS]
12-06 Chicago, IL - Empty Bottle ^ [BUY TICKETS]
12-07 Louisville, KY - Zanzabar ^ [BUY TICKETS]
12-08 Nashville, TN - High Watt ^[BUY TICKETS]
12-09 Atlanta, GA - The Earl ^[BUY TICKETS]
12-12 New York, NY - Bowery Ballroom ^ [BUY TICKETS]
12-13 Philadelphia, PA - Boot & Saddle ^ [BUY TICKETS]
12-14 Baltimore, MD - Ottobar ^ [BUY TICKETS]
01-10 Manchester, UK @ Deaf Institute [BUY TICKETS]
01-11 Dublin, IE @ The Workmans Club [BUY TICKETS]
01-13 London, UK @ Queen Elizabeth Hall [BUY TICKETS]
01-19 Santiago, ES @ Salon Teatro de Santiago
01-20 Madrid, ES @ El Sol
01-21 Cadiz, ES @ Edificio Constitucion 1812
01-23 Barcelona, ES @ La Sala Apolo
01-24 Bordeaux, FR @ Bordeaux Rocks
01-31 Brisbane, AU @ RNA, Fortitude Valley (Laneway Brisbane) [BUY TICKETS]
02-01 Melbourne, AU @ Footscray Community Arts Center (Laneway Melbourne) [BUY TICKETS]
02-02 Sydney, AU @ Sydney College of the Arts (Laneway Sydney) [BUY TICKETS]
02-07 Adelaide, AU @ Harts Mill (Laneway Adelaide) [BUY TICKETS]
02-08 Perth, AUS @ Esplanade Park and West End (Laneway Perth) [BUY TICKETS]

domingo, 23 de junio de 2013

ROBYN HITCHCOCK & VENUS 3 19/06/2013 *Sala Apolo 2* LAS PUERTAS DEL DIABLO ESTÁN EN EL CORAZÓN.





Aun sin saberlo a ciencia cierta y con tres días de adelanto, como aquel que retando en duelo al destino: Chulea, vacila, y se la juega a una carta... total, ¿que más me puede pasar?
Primero porque los pocos ratos en soledad de que dispongo no los sé invertir en algo que no sea escribir; sobre cualquier cosa, que más da, si un viaje en automóvil con los pensamientos como único copiloto no dan mucho más que para analizar el paisaje, observar fijamente a otros conductores, escuchar música, o dejar que las locuras solitarias tomen las riendas de la incompostura. Por el camino entre locura y lucidez intento ordenar mis pensamientos (joder, que cinco horas de viaje dan para mucho!!). Lo que pasa es que generalmente al cabo de las horas se evaporan esas introducciones y exposiciones perfectas para una próxima entrada, disperso que es uno.
En cualquiera de los casos ponerme a escribir sobre un concierto al que ni tan siquiera se con certeza si voy a acudir, además de ser una soberana estupidez, para que negarlo, también tiene algo de inventiva porque... al margen de los detalles del evento de los que uno cree que tan solo florecerán todavía en caliente o al cabo de un día, me parece tan inútil o más soltar aquello de: Y ahí estábamos absortos todos nosotros, el público jadeante, la velada perfecta y... como moló el concierto. Tocaron tal y pascual, mi favorita, se le escacharró el ampli y nos dedicó unas hermosas palabras de agradecimiento para cerrar con dos bises que incluso tuvo que improvisar por el fervor de la gente:

  • Que sepáis que tan solo vengo de gira a España porque se come de cojones, bueno también por mi sufrido público
  • Y una mieeeeerda!!


Bueno oye, si a estas alturas del funeral tenemos el gusto de disfrutar de un sexagenario Robyn Hitchcock en plena forma, que narices!!; que sea por nuestra gastronomía. Que no todo van ha ser primas de riesgo e incompetencia lo que nos de la fama allende las fronteras.
Y otra cosa quiero decir yo antes de nada: No hay placer más churrigueresco que acudir a uno de esos conciertos de los que todo el mundo habla, pero que en realidad a pocos importan. De echo para que negarlo, Robyn Hitchcock como muchos otros artistas de esa escena imaginativa; lleva tantos lustros ejerciendo de intelectual imperceptible, que poco importa sufrirlo en solitario o en la justa compañía de hombre solos, parejas de novela, o abandonados.
Pensaba acudir para mi sorpresa con mi pareja al concierto, pero a última hora me ha hecho el salto de cama. Así que sin tener mayor importancia, ya que son muchos los conciertos a los que acudo solo por lo personal de mis últimas elecciones. Aquí me hallo recién llegado de tierras Alicantinas a donde mis razones laborales me han enviado; tres días después de inaugurar esta entrada por actos a la que pondré fin cualquier día antes del solsticio de Verano.





Sala Dos de Apolo contigua a su hermana mayor, y donde en los últimos tiempos he tenido el placer de descubrir aparte de su singular distribución y su acogedor tamaño, algunos buenos conciertos: New Model Army, Megafaun, Chuck Prophet y lo que el destino disponga; el precio intimidatorio de las cervezas (5 euros o lo que se pagaba hace unos meses por un Cuba libre), lo dejamos al margen, para no enturbiar el recuerdo.
Como suele ser habitual en este tipo de conciertos domésticos, la cantidad de público selecto que se dio cita cabía en dos palmas de mano abiertas. Y la suerte de encontrar aparcamiento a escasos metros de la sala me proporcionó la provechosa media hora para: Comerme una Pizza enrollada en las inmediaciones, concretamente en el 48 de Vilá i Vilá; una diminuta pizzería descubierta recientemente donde se puede saborear la mejor Mozzarella de Barcelona, una estupenda Modelo de barril y una buena conversación.
Como tengo la suerte de hablar con las paredes y hasta con aquellos que no respiran, también me dio tiempo de entablar cuatro apuntes con una pareja que repartía flyers a la entrada, sobre??.. Sobre la extrañeza de la música actual y el placer de acogernos a conciertos de viejos y aun por descubrir, músicos del pasado inexistente. Repartían flyers de la visita el próximo Otoño de Mr. LLOYD COLE en el Music Hall de Barcelona, lo cual me congratula por lo aventurero de estos jóvenes promotores (APE Music). Cita ineludible donde las halla.

Ya dentro del recinto y con Peter Buck (guitarra de los desaparecidos REM), acompañado por VENUS 3 sobre el escenario. Pudimos disfrutar del Rock Americano de tintes cabernosos, con el divertimento como perspectiva que practican estos cuatro veteranos.
No es que Peter Buck tenga unas dotes brillantes en lo que a la voz se refiere (mezcla de Alien Sex Fiend, estrella ebria, y voz cazallera según el tema); pero la verdad es que es encomiable la pasión que aun conservan estos músicos curtidos en mil batallas: Bill Rieflin, Steve McCaughey, Kurt Bloch; miembros de acompañamiento en las últimas giras de REM. Se lo pasan a su edad teta sobre el escenario, y eso es lo realmente meritorio del asunto, puesto que zambullirse en sus desvaríos garajeros, fronterizos, mestizos y Rockeros de baja alcurnia, tras años girando en escenarios gigantescos... Tiene en cierta manera, una curiosa reflexión sobre el mundo del Rock Establihment y el destino de los músicos de vocación.


Un set improvisado, barriobajero y relativamente corto; con Robyn Hitchcock apostado a la derecha del acceso a bastidores, entre las sombras de los focos. Que nos mostró la fantástica virtud de este grupo de amigos antes que socios, en el que convierten sus salidas de gira en desenfadados festines sobre el tablao. Cuando estas cosas se departen en comunión perfecta, la verdad es que todo lo demás poco importa: La inperfección de los acordes, la solemnidad del estrellato, lo inalcanzable de tus mitos, y cualquier cosa que a uno le pase por la cabeza cuando nos autoimponemos una barrera imaginaria entre el espectador y el artista. En este tipo de conciertos todo eso desaparece, y al final solo queda la sensación de una reunión entre viejos compañeros de viaje; músicos y seguidores.



Tal fue el desaguisado, que la aparición de Robyn Hitchcock sobre el escenario al cabo de unos quince minutos, se dotó de todavía más solemnidad y elegancia; (un dandy con cara de diablillo) al que los años parecen haber conservado en alcanfor. Lo suyo no es un saber llevar bien la vejez, como se suele decir de manera displicente, si no que ha ganado asombrosamente a lo largo de los años como los buenos vinos.
Desde que a finales de los 70 puso a cero el cuenta kilómetros con SOFT BOYS, hasta su posterior carrera en solitario del que guardo como oro en paño aquel primer Groovy Decoy/1982 con el que lo descubrí. A dado para que este Londinense establecido en el ámbito undrground Americano hiciera de brújula en listas Univesitarias, aquel hervidero de jóvenes bandas en la incipiente escena alternativa de aquellos años. También para aislarse de la tumultuosa escena Británica de la que tan solo tomaba prestadas, sus miserias y un ácido sentido del humor de puro costumbrismo.
Se ha permitido el capricho de revisar una infinidad de facetas de sus ídolos: Bob Dylan, Roxy Music, Lou Red, The Byrds, Syd Barret, y otros muchos más; todo ello sin dejar de construirse un universo tan personal y pragmático, que ahora con sus sesenta años recién cumplidos parece imposible concebir la música actual sin su presencia, y a pesar de que su existencia ha sido casi siempre sibilina.

En esta presente gira que lo ha llevado por cuatro o cinco ciudades de nuestro país, se intuía la puesta de largo de su sintético LOVE FROM LONDON. Sin embargo la compañía de VENUS 3 en perfecto concubinaje hacía presagiar otra suerte de destino; en un repertorio tan extenso el suyo, que reconozco en parte ese atractivo como el apetitoso cebo que me llevó hasta allí. Lo cierto es que con una banda eléctrica arropándole y su bagaje musical tan distinto, dejaba entrever por una rendija una noche tremendamente tentadora.
Ataviado con una de sus personales camisas entre lo excéntrico y lo elegante, armado con una armónica y las cálidas cuerdas de su guitarra compartió ese Español fronterizo que lo caracteriza; se despachó con una especie de aperitivo de desnudez tan exquisito, que de repente nos hizo olvidar el ruidoso y devenzijado set de Venus 3: La armónica saco humo y se despachó tres temas de las que supongo sonaron alguna de las incluidas en su personal homenaje a Bob Dylan, Robyn Sings/1996. Seguro sonó la reconocible “Visons of Johanna”, y “It's all over now, baby blue” creo, pues sinceramente no controlo esa parte de su repertorio, además “Sometimes a Blonde” de cosecha propia.

ROBYN SINGS/1999 (Bob Dylan live covers)

Se enchufó a los amplificadores con la banda de acompañamiento ya sobre el escenario, con una “Goodnight Oslo” en la que un magnífico y atemperado Steve McCaughey acariciaba el bajo haciendo a su vez del coro femenino que lo arropa en los últimos discos.
El excelente sonido de una banda tan bien engrasada hacía presagiar un noche repleta de caramelos venenosos, y así fue. El repertorio podría haber sido escogido al azar y aun seguiría siendo una apuesta singular y segura: La sincronía en los arpegios de guitarra de Peter Buck y Robyn Hitchcock bañados en un Rioja del que dieron buena cuenta a lo largo de la noche, la versatilidad con las baquetas en las manos de Bill Rieflin, y la magnífica personal voz con la que Robyn Hitchcock aúlla a la Luna, en la actualidad. Todo ese conjunto hizo de la noche un memorable viaje tripulado, a un lugar de la música donde la Psicodelia tan solo aduce a un estado de profunda imaginación, al margen de estilos, fechas, y posturas.
 
Sus canciones pueden sonar a ratos, hermosamente Pop como la reluciente “Sally was a Legend”; una de mis preferidas de la noche. Melancólicas y apaciguadoras como lo es la preciosa “NY Doll”, furiosas y primitivas como la vieja “City of Shime” o “Somewhere Apart”; donde se pueden palpar de mejor manera, su innegable influencia sobre otra serie de bandas. O cargadas de mestizaje fronterizo en clásicos de nuevo cuño como lo es esa “Ole Tarántula”, incluida en uno de los discos fruto de la asociación con Peter Buck & Co. hace siete años.

De su más reciente trabajo tan solo sonó “Be Still” con lo que se confirmó que su visita no revestía afán alguno por reivindicar su nuevo material. En realidad tampoco lo necesita, si bien es cierto que sus nuevos discos nos presentan a un autor sin freno a la hora de seguir redecorando su universo propio. Lo que es evidente sin ningún tipo de discusión al respecto, es que Robyn Hitchcock no ha parado de reformular una tabla de elementos que hacen del arte como síntoma expresivo, una manera de mezclar creatividad con vida. Lo mismo da que en ese camino se recreen elementos del pasado, se subraye el ROCK como el ingrediente primario desde donde salen todas las músicas modernas, o asuma con total naturalidad la abstracción de una modernez empeñada en dar nombre a todo aquello que no lo necesita, cuando su perpetuo anonimato así lo defiende.
En la desembocadura final de tal tobogán de placenteras sensaciones, de aquellas en las que es inevitable cruzar miradas entre los asistentes para confirmar tus sensaciones. Donde nunca llegarás a entender el porqué del nimio interés que despiertan estas importantes facetas de la música contemporánea, en gente que se llena la boca de apuntes, referencias, y respetos dejándolas olvidadas sin más. Se aduce a las faltas de presupuesto y a los precios, pero todos sabemos que no es así: Que a menudo nos empachamos en la trascendencia de la vanguardia olvidando lo esencial, la grandeza de las raíces.
Pero en fin, corramos un tupido velo y que esto no parezca una pataleta de caduco carcamal.


Retomando el hilo y poniendo fin a esta demasiado larga crónica, la noche acabó tal y como debía ser: Con la brevedad de algo que entusiasma en la delicadeza semiacústica de un “Up to our necks” de su Goodnight Oslo/2009, la mítica “King of Love” de aquellos primeros Soft Boys. Y claro como no podía ser menos con dos de sus habituales versiones, rememorando aquello con lo que predica ¿que sería de nosotros sin la simbología de nuestros antepasados? “Heroin” y “I'm waiting for the Man” de los eternos Velvet Undergound, junto a una olvidada “She said, she said” de The Beatles.


A las puertas del Apolo 2, aun sin querer marcharme de la escena del crimen, todavía me dio tiempo de compartir tabaco de liar y emociones con un compañero venido del Sur. Allí a las puertas del infierno coincidimos en la grandeza de Robyn Hitchcock, de aquellas conversaciones entre canción y canción, de lo nítido que sonaba el bajo de Steve McCaughey, la simpatía de jovenzuelo irreverente de Kurt Bloch, y de las diabluras que era capaz de hacer Peter Buck con una Rickembacker en sus manos.
En definitiva, que Robyn Hitchcock es un tipo que se hace querer por esa juventud latente y perenne que desprende sobre el escenario. Parece estar todavía presente en mi retina; con esos tics de niño inquieto aparentemente nerviosos de quien vive la música al instante, girándose e intentado comunicar con la mirada con los compañeros de viaje.
 
Parece mentira que sobre el escenario esté una persona de 60 años que ha permanecido la mayoría de su vida olvidado en el tiempo, y todavía sea capaz de transmitir esa emoción por tocar y observar los aspectos más imaginativos de nuestra existencia; más aun cuando reconoce que disfruta empapándose de la multiculturalidad del universo y... sobretodo de sus sabores.
Es por eso que aquello que nos alimenta el alma, también nos enriquece el organismo; tanto si son las notas musicales, su presencia y el instante del momento, como si aquella tortilla de patatas, el Queso Manchego, el vino y que se yo, nos mantiene conectados por vía sanguínea o sensorial. Alabado sea!!

ROBYN HITCHCOCK & VENUS 3/ OLE TARÁNTULA!!