Treinta años
ya al recotín, de trocotó y tracatá. Tres decenios que nos han
visto pasar de emocionables impúberes, a jóvenes trascendentales y
ahora. De vuelta de nuevo en un efecto involucionante digno de una
madurez hambrienta de conmemoraciones. Los hermanos Coyne & Co.
(The Godfathers) me han dado esa otra oportunidad, siete meses
después de su primer ágape primaveral.
Tiempos de
rascar con saña en la herrumbre de nuestra memoria juvenil
residual. Y de agarrarse de las crines y al galope, a cualquier
oportunidad de revivir tiempos gloriosos; mal que pese a quienes se
empeñan en enterrarlos en lo más hondo.
Allí por el
ochenta y picos, mucho antes de que la afección “indie”
se acuñase para dar cobijo a ovejas descarriadas. Y cuando entre el
término más pretoriano del Rock y la a menudo pedante New Wave.
Quedaban minúsculos e indefinibles espacios donde se agolpaba el
verdor floreciente del extraradio: Limbos perdidos a mil, donde rock
urbano, punk y barruntes del futuro, dieron caldos de cultivo
inverosímiles.
Esos mismos
que te hacían amar por igual The Smiths, Echo & the
Bunnymen o a los Joy Division. Sin perder tus orígenes
primarios de The Clash, The Cult, Killing Joke o
estos mismos Godfathers; nexo comunicatívo entre el
GarajePunk primario, y el destello plateado del postpunk más
bailable. Seguramente también bastante más desprejuiciado, y mucho
menos remilgado y caprichoso que el cabareteo de hoy en día. Donde
el trazo grueso de una tiza delimita lo moderno, de lo pasado de
moda.
Los
Godfathers pertenecen a ese tiempo, pero además, ahora que se han
recuperado ciertos sonidos más subterráneos. No estaría de más
darnos una cura de humildad y descender al pozo, para entender porque
aquí y ahora. Ya no por ser un simple ejercicio de nostalgia
calzarse aquellas viejas botas Chelsea Marteen's, y la vieja camisa
remendada. Sino porque avanzar sin dejar de echar la mirada atrás
por si rezagados y desmemoriados, no solo es necesario; también
vital.
Así pues
regresar a ese RockSound que allende nos dio tantas noches de gloria.
Y hacerlo con los tuyos, y otros que vinieron antes. Era poco más o
menos, como invocar a una especie extinguida de las catacumbas,
mortuorios y criptas soterradas. Allí como llamados por el grito de
tu madre a la hora de merendar, nos juntamos casi todos. Por algo The
Godfathers tuvieron la virtud de hermanar distintas generaciones, de
distintos pelajes y conseguir que todos bailaran sin miedo a parecer
lo que no se quiere ser.
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REPORTERA DICHARACHERA MIRIAM |
Un enjuto
Peter Coyne con cara de estar peleado con medio mundo y dispuesto a
regañarte por tanto tiempo -para variar-. Subió al entarimado del
RockSound; no llega a escenario el palmo y medio que lo eleva del
público. Acompañado por su hermano al bajo, y una banda que no deja
ni un resquicio del antaño elástico y pétreo sonido de la banda
original.
Sudaban las
paredes, hacía una calor atípica y el día parecía estar escogido
a dedo (prefestivo para quienes salimos menos que el cometa Halley).
Sonó de entrada “Cause I Said So” -un tema que permanece
pasados los años más vigente y fresco que nunca- y todo saltó por
los aires; apuesta a caballo ganador.
Los años no
han pasado en balde por la voz de Peter; más rocosa, abrasiva y
mucho más punk que en su viril juventud. Pero cabalga a lomos de
esas guitarras de Steve Critall y Mauro Venegas, que se estiran hacia
el cielo y un bajo -el de Chris- del copón. Todo se ajusta, se
engrasa y se ordena. Lo hacen sin miedo.
Actitud a
borbotones, no la han perdido. Agarra el micro retorciéndole el
pescuezo y te escupe a la cara: “This Dawn Nation”, “This
is Your Live” y la nueva “Till my hearts Stops Beating”
intercalada estratégicamente. Pocas bandas con la facultad de
bombear como la de estos veteranos, en espacios reducidos.
Atrincherados en un palmo de terreno y acorralados por el respetable,
zafándose con “Just Because you are not Paranoid”,
“Unreal World” tan tremenda como la recordábamos: eléctrica. O
“Walking Talking with Johnny Cash Blues” rozando el hill
blues, con “Believe in Yourself” fundiendo pasado y
presente.
“The
Strangest Boy”, “When I coming Down” y el remate
final del que que le da título a “Birth, School, Work, Death”
pusieron en punto de ebullición la sala. Nos vinieron a la memoria
otras tantas bandas que le rinden pleitesía a esa salvaje miscelania
entre el HardRock y los sonidos oscuros. Y pudimos darnos un baño de
innumerables referencias, en una sesión final de Luis Le Nuit: Pocos
como él para tirar de repertorios escondidos, dando fe del legado
que nos dejaron, bandas que ahora parecen pertenecer al pleistoceno
musical.
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REPORTERO DICHARACHERO XAVI C. |
Se sudó y
de lo lindo en una noche sin tregua. Se derramó mucho alcohol, y
aunque solo fuera por el mero hecho de envasar al vacío un pequeño
instante de los gloriosos 90. The Godfathers consiguieron con apenas
cuatro acordes temerarios, movilizar a la vieja guardia: anónimos
Yodas, que nos hicieron padawanes cuando 80's y 90's se solapaban.
Historias
cabalísticas que pertenecen a un tiempo poco documentado. Donde era
más grande el hambre por devorar nuevas y viejas músicas, que
catalogar al personal por castas, tribu o estética.
Volver a
cruzarse con aquellos que hicieron de la corta vida de clubs
microbianos (A Saco Hospitalet, Nivel, Beat, Sala Garatje, Texaco,
Toque BCN, Compliche, Depo, Sidecar, Locualo... y otros que no
recuerdo); o su espíritu. Un periodo mucho más extenso en lo
emocional, que en lo meramente físico y real.
Hace que la
visita de bandas como Godfathers y el trabajo soterrado de estas
pequeñas salas. Sean un saludable caldo de cultivo, para esa “otra”
escena alternativa que sobrevive a modas, tendencias y mareas
crueles.
En el fondo,
todos deberíamos saber que la cuestión exitosa de las canciones,
bandas o estilos. Solo se debe a la química de la música y al
inabarcable catálogo de sonidos exóticos por descubrir.
Solo ellos
saben que están por encima de modas, décadas, generaciones. Y esos
elementos tan circunstanciales como somos los seres humanos, en el
tiempo.
SALUDOS
PENDENCIEROS!!