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domingo, 29 de septiembre de 2019

THE CLAIM_THE NEW INDUSTRIAL BALLADS_2019: QUIÉN SABE DEL AMOR Y EL RUBOR

 


El inesperado regreso de THE CLAIM es de tal apabullante cotidianidad. Como ese camino a casa después del trabajo, o a la inversa.
El rasgado de sus guitarras podrían ser como la inercia de nuestro cepillo de dientes saltando el sarro y el mal aliento de nuestros excesos. Una mirilla a la vida (la tuya), y sus melodías el colirio con el que aclarar el horizonte o si se da el caso, la mirada atrás; no sea que olvidemos las llaves del corazón.
Y con un montón de canciones Pop de manual infalible. Que son casi como la memoria que nos encamina a diario hacia nuestras tareas. Y sus notas, la banda sonora que ilustra el traqueteo del tren, las caras de sueño o el empujón en metro o bus.

Catorce canciones de intachable factura que conservan intacta la esencia confitada de principios de los 80. Incluso haciéndola tan necesaria ahora, como el relato de nuestras desventuras diarias. En este caso, nada tan ideal como aquel Pop cotidiano de Kinks, Jam, The Smiths o The Prisoners, para dotar de hermosa poesía los paisajes industriales y desnaturalizados de Kent o cualquier otra inhumana ciudad.


La ya de por si inusual historia de esta banda del Medway (Cliff), se ciñe prácticamente a los escasos dos discos que publicaron en la década de los 80, y apenas un Ep. Que se resumen perfectamente en BLACK PATH: RETROSPECTIVE 1985-1992; que publicó Rev-Ola en 2009. Y que reivindica himnos como “Picking Up the Bitter Little Pieces”, “Say So” o “Sunday” que básicamente fueron el boceto/idea en el que se basaron infinidad de bandas del Britpop, el sonido Madchester, la scalidelia o como narices queráis llamarlo.

Desde entonces y bajo un silencio casi sepulcral, han sido santo y seña para unos primerizos Manic Street Preaches, o incluso para los debutantes Blur o futuribles Bbritpoperos. Y sus canciones, una especie de puente entre las corrientes que venían de América, el Dunedin Sound y un pedigrí puramente Británico alimentado por esa música Pub del proletariado que tantos himnos nos proporcionó.
Es más. Las vidas de David Read (bombero), David Arnold (sindicalista), Stuart Ellis (policía), Martin Bishop (proveedor de cocina y baño) son tan aparentemente inofensivas. Como el resorte que movió su vuelta con “Journey”, a raíz del referéndum del Reino Unido.
Y este puñado de catorce gloriosas salvas. Seguramente sea el súmmun de la idealidad para por lo menos, musicar tiempos que se me antojan tan cercanos pese a su distancia temporal.

Pocos discos de la presente campaña 2019, serán los que nos abastezcan esta vez de tantas e inmejorables canciones, como el que me ocupa.



La pastoral instrumental “Johnny Kidds Right Hand Man” descorre las cortinas: Entra el sol relampagueante con la directa a la conciencia “Journey”, en un mano a mano de guitarras bronceadoras. Sientes el calor en la piel que a todo reptil de piel cuarteada y melenas platino da vida, energía, y fe.
THE NEW INDUSTRIA BALLADS es un acto de fe despojada de credos, pecados y penitencias que no sirvan para otra cosa que no sea la reconversión sobre los cimientos del pasado todavía vigente.
Y si no, fíjense en “Smoke and Screens”: Es una maravilla de comedidos arreglos de cuerda, en la justa medida que una gran canción lo precisa. El poder de la canción, que en definitiva es lo que reluce sobre esta colección de canciones donde apenas algún teclado o metal, entra sin apenas alterar la esencia. Los requiebros de cuerdas colectivas que bien podrían ser del bueno de Max Eider en “The Haunted Pub”, con una exquisitez británica de pureza artesana. Y la voz de David Read al punto de madurez y grano grueso, para que sanguina, carboncillo y pastel, nos dibujen estos magníficos paisajes.

Otras tonadillas como “Light Bending” de pureza caminante. De aquellas que decoran un viaje con su camino y sus estampas. El genial empaste que hace el cuarteto de tantas y tan buenas referencias musicales. La armonía que flota en todo el trayecto, como cuando se junta a un puñado de amigos con tanto de que hablar y recordar.
Engrana las batallitas con la misma docilidad que la distinta “Hercules” lo hace con predecesora.
Y es el principal atributo de este disco aparentemente largo, pero increíblemente digestivo.



A medio camino cuando otros pierden el aliento. Aparecen preciosidades Pop como “Music Pictures”; una de mis favoritas, sin más argumento que la escucha. Evidenciando el puro carácter de anécdota que tiene su single de adelanto “Just Too Far”. Y no lo es precisamente por flojo, sino porque podrían ser tantos los elegidos…
Toda una declaración de intenciones de “30 years”, resumiendo en un alegado a un más que justificado regreso de prosa musical. Y la bajada de telón con el Folk desnudo de “Under Canvas”, abrazando tanto a Ber Jarsch como a Michael Head. En uno de esos privilegiados discos que se dan tan de tarde en tarde, y que de seguida tiene esa certeza del amor a primera escucha.

lunes, 28 de mayo de 2018

TERENCE TRENT D’ARBY_INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO… 30 AÑOS SON OTRA JUVENTUD





Cumplí los 17, y pese a que mi padre tan solo ingresaba 25.000 ptas a la semana fondando envases (lo que se dice cerrar el tonel a fuego): Barricas de grandes dimensiones para Torres principalmente, en una empresa de la Avda Icaria en el Poblenou, ya desaparecida.
Me regalaron una ansiada minicadena Sanyo, con su giradiscos y todo; principal anhelo de adolescencia. Después de que cinco años antes se precipitara desde el Romi del lavabo: Otro radiocassette familiar Sanyo, también, que pesaba media tonelada. Y que acompañaba nuestros baños con música sinfín.

Mi abuela Rosario por parte paterna “La Meona”, era una excelente cantante. Así que mi padre heredó esa virtud/talento por igual y supongo, por eso, antes de que se encendiera el día en casa, sonaban a todas horas: El Cabrero, Porrinas de Badajoz, Juanito Valderrama y el Niño de la Huerta, entre muchos otros; como una banda sonora non stop. Al igual que la radio, o un tocadiscos Dual de maleta con S.T.R.E.T.C.H, los Beatles, Boston o Rod Steward como un contrapunto rebelde juvenil de mis cuatro hermanas.

El canto como expresión era a una, nuestro altavoz emocional melómano. Sin llegar a dedicarnos como nuestro padre al flamenco de manera aficionada, pero sí en la intimidad de cuatro paredes o celebraciones comunes.
Hemos crecido con música, y exteriorizado sin pudor la euforia de cantar lo que nos emociona. Que es la música sino cantarla y celebrarla bailando? Nada. Así que tras la dramática pérdida del tronío de nuestro viejo radiocassette, y la resignación de adquirir otro de bajo coste y peso pluma. No llegaba el día en el que por fin pudiera tener un tocadiscos y poder comprarme aquellos vinilos que impacientemente se enmohecían en los cubos del Disc Center; una tienda de barrio que había repecho arriba de mi calle.



El primer vinilo que me compré con 17 años, además de los ansiados primeros dos discos de mi banda fetiche The B-52’s, fue el INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO.
Datado en el 1987 bajo el auspicio de la multinacional Sony, no fue hasta 1987 cuando alcanzó el número UNO con Wishing Well. Y de ahí para adelante creo que la historia de este talentoso artista de Manhattan es por todos conocida; o no. Porque realmente pasada la treintena de años toda una juventud, de él ya se sabe poco, e incluso de este tremendo disco enterrado por un fracaso comercial posterior.
Pero aquí no vamos a hablar sobre el efímero éxito, el fracaso, la expectativas cumplidas, objetivos u olimpos musicales, no. Lo vamos a hacer de algo que está muy por encima de esa escala de medir popular; la sentimental. O la que relata la vida propia de quien ilustra épocas, con canciones; mucho más bella, donde va a parar.


Sonaba el otro día en el salón de casa: Porque son estos discos los que no se prodigan en escuchas, que así lo requiera la melancolía oportuna y traicionera. Cuando de golpe crees (y sabes), que toca recordar y amasar el corazón, con no solo canciones. Sino con conjuntos como atadillos o manojos, que como nadie ni nada son capaces de definir la grandeza de lo irrepetible.
Un disco con su protagonista. Fagotizado por esa industria a la que dicen que la ilegalidad a crucificado. Y que se merendó a un joven y prometedor artista de tan solo 25 años.
Pero todo flota, que no solo la mierda. Y es lo irrepetible de algunos acetatos lo que acaba sublimando en el tiempo. Por encima de la comercialidad que se le atribuía o la simplicidad de reducir a un artista a sus canciones más populares: Wishing Well (quien cumple su número uno 30 años ahora), Sing Your Name o el If You Let Me Stay de Michael H. Bauer.

Un Soulfunk de raíces gospel, que por herencia materna impregna gran parte de su modo cantar. A la par de un swing digno de Nelson Pickett, James Brown o Little Richard flotando sobre todo el disco, sin caer en la obviedad de un temario tributo, y sí en un debut con verdadera esencia.
Además de aparecer en un año en el que los sonidos de raíz no se creían con gancho comercial. Y la escena andaba algo huérfana de iconos negros auténticos que no cayeran en el Pop fácil; salvando a Prince y su Sing ‘O’ The Times.
Introducing To Heardline Acording emergió para más inri, en una de las añadas con más discos esenciales de la década de los 80. Y sobre todo eso, y para mi en particular. Fue aquel disco que ejerció de puente entre lo que supuestamente crees comercial, tus gustos más alternativos, y la indiscutible grandeza de aquello que no cae en el producto estándar. Por eso igual, cuando Terence intentó seguir su camino, sucumbió a la bulimia del sistema.



Pocos discos de los cientos que pueblan mi atestadas estanterías, que tengan un repertorio tan impecable e imprescindible. Ni una sola canción imprescindible.
La espiritual apertura del telón con “If you All Get to Heaven” que roza lo épico. Hasta el tremendo “Who’s Loving You”; una de mis preferidas. Allí parecía tomar a un William "smokey" Robinson como suyo y a otros tantos del Soul melódico sempiterno.
Sus canciones hicieron tomarme a chirigota, tantos que sonaron por aquellos años y que querían que creyeses que la verdad del éxito consistía en anular el bombeo salvaje de la sangre para caer en el bucle espiral y machacón. “Ill Never Turn My Back on You” con la soltura del pantalón de pata ancha y esa facilidad para desplegar ese híbrido de Funk & Soul inmediato.
El tu tu, tu tuuu podría haber sido otro single más; de echo todos lo son sin excepción. Lo que sería Dance Little Sister”, un bombazo sin más: infeccioso, adictivo, estertorizante.
Seven More Days” gira la esquina de la cara; cuando escuchar un álbum requería de la atención y al igual que con los libros: pasar la página y marcar con el punto el surco grueso de la canción. Una canción radicalmente distinta al resto, con slides, paisajes propios del Blues. Hechizante.
Y emprende con “Let’s Go Forward”, un paseo por Inwood, el Soho o Bowery. Es una canción que igual que “Sign Your Name”, impregnándolo de contemplación y registros angelicales. Dando a este disco una personalidad distinta y poco predecible dentro de su estilo. Incluso esa pincelada jamming de “Rain”, y que desemboca en un acapella como es “As Yet Untitled

INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO es un disco atípico que entró como un rayo de luz, en tiempos de abalorios, hombreras y decoraciones brillantes un tanto impostadas. Su brillo sin embargo, estaba impreso en una voz inusual: la de Terence Trent D’Arby. En una ejecución y puesta en escena prensada sobre un maravilloso disco, que sin embargo, quedo eclipsado por algo tan de nuestros días como la estética, la moda y el hit.
Pero que treinta años más tarde, si os envalentonáis en su escucha. Veréis que contiene muchos de los atributos que ahora se ensalzan. El carisma, la belleza; no solo estética, el alma, y la inmortalidad que cede el tiempo a los estereotipos que tanto suelen esclavizarnos y distorsionar al instinto más humano



 

sábado, 12 de mayo de 2018

THE CHAMELEONS_VOX_Sala Bikini/Barcelona_04/05/2018: FÓRMULAS MAGISTRALES





Hemos llegado y estamos aquí.
Ese fue el furibundo y único mensaje capaz de hilvanar así, al vuelo. Cuando la noche del Viernes 4, alcanzaba su punto más álgido al sonar “Looking Inwardly”.
Probablemente nadie entienda la idea de tener la certeza, cuando algo sucede ahí abajo, en las tripas. Ni tan siquiera así, en plano general, que una canción del denostado WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY sea esa canción más esperada por alguien, o para el caso: La que ilustre una época, un recuerdo, o una idea a grandes rasgos sobre una de tus bandas de juventud y la noche del reencuentro. Para mi sí.
Más aún cuando le sigue “Perfume Garden”. En ese momento hubiese firmado por poner fin al suspense del desenlace.
En general no es el disco más representativo, para una banda poco o nada reconocida, en tanto a la influencia general del PostPunk mirando de reojo, y con la perspectiva que nos dan los más de treinta años que tienen sus canciones. Pero fue mi primer disco. El más espacial y menos rocoso de la banda de Manchester, pero solo por eso, mi favorito; sin entrar en debate si es el mejor. La memorabilia tiene eso amigo, en la mayoría de ocasiones no atiende a razones. Porque la música y su memoria SIEMPRE va unida a una huella única y egoístamente personal.
Tampoco hubieron apenas góticos o por lo menos con sus galas ya; igual la edad. Aunque yo jamás oí a Chameleons, Echo & the Bunnymen, Comsat Angels o a los Sad Lovers and Giants en ningún garito gótico de la noche Barcelonesa; por lo menos si era más importante la estética que el militarismo. Nunca lo fueron, también es verdad.

Y eso. Además de honrarles. Les da un plus de importancia creo, vital. Si intentamos conectar algunas de esas bandas casi siempre incluidas en movimientos de culto, y sin embargo alejadas de una intención realmente musical.
Principalmente porque creo que son las que mejor capacitadas están, para envejecer y ejercer de conexión entre el pasado y el presente. Si hay bandas recientes que beban de algo del PostPunk ochentero, dudo que sea de Joy Division, sino de The Chameleons: Seguramente la banda menos referida en cuanto a influencia por la prensa, en bandas como Interpol, Editors, White Lies, The Horrors, o Protomartyr. Probablemente porque la mayoría pasó del BritPop a la actualidad, sin tener ni puta idea de lo que se cocía en años anteriores que no fueran Joy Division, The Cure, The Smiths y poco más.

Pero dejando de un lado rencillas y duelos en el callejón más sórdido, propias de un arrugao canoso de 48 tacos.
Lo importante del viernes pasado además de volver a ver a amigos/as de nuestra quinta, correrías y fábulas nocturnas propias de un biopic mítico. Y también esa curiosidad de comprobar si había que pasar lista, si conoces la evolución (o involución según el caso) de algunos de los colegas a los que apuesto, no reconocerías. O incluso averiguar a que quinta o época perteneces tú; que 30 años son muchos. ¿serás de la primera y más viejuna del 86/87? ¿los descubrirías con eso del Britpop y el afán de reafirmarte como raro, pintoresco o marginal? ¿O fuiste ya de los tardíos con muchísima más información, datos y variedad?

En cualquier caso, lo importante es que habíamos muchos; más de los que yo pensaba. Teniendo en cuenta la secuela que me dejó el pésimo sonido de la primera vez que los vi en esa misma sala cuando se reunieron los miembros originales. Dieciocho años que han pasado aproximadamente, y con la edad del pavo ya superada, yo iba con miedo. Sin saber a ciencia cierta lo que me iba a encontrar.
Los vi con esta formación bajo un sol del carallo en un Primavera Sound hace seis años, pero eso no cuenta. Y no sabría decir con certeza el efecto: Hacer tocar una banda oscura a las seis de la tarde debería estar penado.


THE CHAMELEONS VOX, como ahora se hacen llamar por eso de no contar Mark Burgess con la autoría 100% del repertorio, y ser el único miembro en activo. Suenan infinitamente mejor y más fieles al repertorio que la formación original de la gira del 2000; por más que les duela a los puristas. O por lo menos son más profesionales a la hora de modularse a una sala, y que todo suene en su sitio.
Chris Owen (Midge Ure, Ultravox), Neil Dwerryhouse (the Man with the Stereo Hands), y Yves Atlana (Black Swan Lane) a los tambores, suenan no solo como un tiro, sino con la intensidad y empaque justo que necesitan estas canciones.
Justo ahora que la imperativa actualidad relega las referencias, a meras citas. Es bien comprobar por activa, que el pasado es circunstancial, caprichoso y porque no admitirlo: Revelador para quienes creemos que mirar atrás lo justo. Pues va ser que no.

Si bien es cierto que “Don’t Fall” despegó irregular y con la voz de Mark Burgess engarrotada. A medida que el temario avanzaba; igual que los motores clásicos. Los responsables de volver a engrasar la maquinaria de los mancunianos al rebufo de su incombustible líder, han cogido por fin el tono de un repertorio inigualable en atemporalidad, y básico para entender la esencia del PostPunk.
Fue después el turno de “A Person Isn’t Safe Anywhere”: Densa e invernal si la comparamos con el sonido crudo de aquel primer disco del 83. Sonó la preciosidad de “Monkeylad” y Mark perdió de vista martilleando el bajo, cualquier sospecha de exceso de responsabilidad.
De esas canciones que 35 años más tarde, siguen sonando inmensas por convierte en parodia algunos de los himnos de actualidad. A manos de un vocalista que en momentos de lucidez hacen un uno solo: interpretación, música y voces por pura alma.
Es lo que diferencia a The Chameleons, o a New Model Army, de otras bandas de la época que sublimaban las intenciones y el éxito, sobre la autenticidad y el carisma bruto.
Looking Inwardly” y “Perfume Garden” rompieron con la maldición de ese disco intermedio en ocasiones repudiado. Y que creo que vital, por como vertebra una inflexión de estilo mucho más contemporáneo en la actualidad, y totalmente complementario en su reducida discografía.
THE CHAMELEONS solo publicaron tres discos en aquellos años. Pero vistos ahora con perspectiva y sin entrar en la grandiosidad imperecedera de sus canciones. Parieron tres obras totalmente distintas entre si, y parece ser que ahora es cuando de verdad son conscientes de esa suerte. La de despejar algunas incógnitas a seguidores a los que la edad les ha otorgado su misma visión, mucho más equitativa sin la presión de ser veinteañero.
En el fondo, esa es la maravilla de verte arrastrado a revisar la discografía de una de tus bandas de cabecera. Por más abandonada u olvidada que la tengas.
Less Than Human” como un réquiem o salmo para ya devotos. Era esa canción en el momento oportuno y estratégicamente seleccionada. Para que el acorde más mágico de su carrera nos arrebatara de un plumazo la más mínima duda: “Swamp Thing” debería ser un himno de la época incluido en cualquier revisión que se precie. Y pese a todo, todavía sigue siendo una reliquia semidesconocida para el gran público.
Paradiso” fue una de las rarezas de la noche; bella. La tremenda “Mad Jack” conectora tanto con los Echo como The Cult. Santos y seña de una época ya irrepetible, aun perfectamente revivida por una tropa de cuarentones y cincuentones cual niños chapoteando sobre un charco. Caras de felicidad y piel de bellú que desempolvaba airguitars. Justo cuando “Soul in Isolation” abrió un paréntesis de puro sentimiento , diría que hasta épico.
Second Skin”, la tremenda“Singing Rule Britannia” (se nota que soy fan de mi primer disco de ellos), cerrando con “View for Hill” a modo de tobogán.
Foto: Xavi Bartolomé

Todavía quedarían cuatro temas más, y por supuesto, los más emotivos de la noche. Que invirtieron la perplejidad estática del impávido público, en un temerario pogo que para que engañarnos; hizo a todos un poco más jóvenes e infinítamente felices:
In Shreds” y la bendita ocurrencia de por fin explotar el filón del WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY. La puta locura de “The Fan and the Bellows” como os imagináis, fue ritual. “Nostalgia” como su propio nombre define e ilustra, apoteósica. Y de regalo a punto de recoger bártulos “Up the Down Ecuador”; la noche y el entregado público se lo merecía.
Ese tipo de vueltas que viene a abofetearte para decirte alto y fuerte: Ves? Eres tu el que te haces viejo, no la música. La bendita música celestial (aquella que te vuelve melancólico), fluctúa, late y bombea sólo si tú te empeñas en dar la medida justa a cada momento; pasado, presente y futuro. Y además, que sepáis que cuando todo parece haber sucumbido al vórtice de la moda, llega la antimoda para hacer del brillo excesivo, un satinado lleno de escondites o fundidos según la luz, edad o momento.
Que además todo esto ocurra empujado por Albert Y Sturm Promnotions; amigo además de épocas. Pues que queréis que os diga, es orgullo propio de quien como la banda, deposita en la tenacidad y el empeño, toda su irreductible valía.
FELICIDADES

domingo, 13 de diciembre de 2015

THE GODFATHERS en el ROCKSOUND de Barcelona O: EL ATAQUE A LA TRIPA HERNIADA_07/12/2105





Treinta años ya al recotín, de trocotó y tracatá. Tres decenios que nos han visto pasar de emocionables impúberes, a jóvenes trascendentales y ahora. De vuelta de nuevo en un efecto involucionante digno de una madurez hambrienta de conmemoraciones. Los hermanos Coyne & Co. (The Godfathers) me han dado esa otra oportunidad, siete meses después de su primer ágape primaveral.
Tiempos de rascar con saña en la herrumbre de nuestra memoria juvenil residual. Y de agarrarse de las crines y al galope, a cualquier oportunidad de revivir tiempos gloriosos; mal que pese a quienes se empeñan en enterrarlos en lo más hondo.




Allí por el ochenta y picos, mucho antes de que la afección “indie” se acuñase para dar cobijo a ovejas descarriadas. Y cuando entre el término más pretoriano del Rock y la a menudo pedante New Wave. Quedaban minúsculos e indefinibles espacios donde se agolpaba el verdor floreciente del extraradio: Limbos perdidos a mil, donde rock urbano, punk y barruntes del futuro, dieron caldos de cultivo inverosímiles.
Esos mismos que te hacían amar por igual The Smiths, Echo & the Bunnymen o a los Joy Division. Sin perder tus orígenes primarios de The Clash, The Cult, Killing Joke o estos mismos Godfathers; nexo comunicatívo entre el GarajePunk primario, y el destello plateado del postpunk más bailable. Seguramente también bastante más desprejuiciado, y mucho menos remilgado y caprichoso que el cabareteo de hoy en día. Donde el trazo grueso de una tiza delimita lo moderno, de lo pasado de moda.

Los Godfathers pertenecen a ese tiempo, pero además, ahora que se han recuperado ciertos sonidos más subterráneos. No estaría de más darnos una cura de humildad y descender al pozo, para entender porque aquí y ahora. Ya no por ser un simple ejercicio de nostalgia calzarse aquellas viejas botas Chelsea Marteen's, y la vieja camisa remendada. Sino porque avanzar sin dejar de echar la mirada atrás por si rezagados y desmemoriados, no solo es necesario; también vital.
Así pues regresar a ese RockSound que allende nos dio tantas noches de gloria. Y hacerlo con los tuyos, y otros que vinieron antes. Era poco más o menos, como invocar a una especie extinguida de las catacumbas, mortuorios y criptas soterradas. Allí como llamados por el grito de tu madre a la hora de merendar, nos juntamos casi todos. Por algo The Godfathers tuvieron la virtud de hermanar distintas generaciones, de distintos pelajes y conseguir que todos bailaran sin miedo a parecer lo que no se quiere ser.

REPORTERA DICHARACHERA MIRIAM

Un enjuto Peter Coyne con cara de estar peleado con medio mundo y dispuesto a regañarte por tanto tiempo -para variar-. Subió al entarimado del RockSound; no llega a escenario el palmo y medio que lo eleva del público. Acompañado por su hermano al bajo, y una banda que no deja ni un resquicio del antaño elástico y pétreo sonido de la banda original.
Sudaban las paredes, hacía una calor atípica y el día parecía estar escogido a dedo (prefestivo para quienes salimos menos que el cometa Halley). Sonó de entrada “Cause I Said So” -un tema que permanece pasados los años más vigente y fresco que nunca- y todo saltó por los aires; apuesta a caballo ganador.

Los años no han pasado en balde por la voz de Peter; más rocosa, abrasiva y mucho más punk que en su viril juventud. Pero cabalga a lomos de esas guitarras de Steve Critall y Mauro Venegas, que se estiran hacia el cielo y un bajo -el de Chris- del copón. Todo se ajusta, se engrasa y se ordena. Lo hacen sin miedo.
Actitud a borbotones, no la han perdido. Agarra el micro retorciéndole el pescuezo y te escupe a la cara: “This Dawn Nation”, “This is Your Live” y la nueva “Till my hearts Stops Beating” intercalada estratégicamente. Pocas bandas con la facultad de bombear como la de estos veteranos, en espacios reducidos. Atrincherados en un palmo de terreno y acorralados por el respetable, zafándose con “Just Because you are not Paranoid”, “Unreal World” tan tremenda como la recordábamos: eléctrica. O “Walking Talking with Johnny Cash Blues” rozando el hill blues, con “Believe in Yourself” fundiendo pasado y presente.
The Strangest Boy”, “When I coming Down” y el remate final del que que le da título a “Birth, School, Work, Death” pusieron en punto de ebullición la sala. Nos vinieron a la memoria otras tantas bandas que le rinden pleitesía a esa salvaje miscelania entre el HardRock y los sonidos oscuros. Y pudimos darnos un baño de innumerables referencias, en una sesión final de Luis Le Nuit: Pocos como él para tirar de repertorios escondidos, dando fe del legado que nos dejaron, bandas que ahora parecen pertenecer al pleistoceno musical.

REPORTERO DICHARACHERO XAVI C.

Se sudó y de lo lindo en una noche sin tregua. Se derramó mucho alcohol, y aunque solo fuera por el mero hecho de envasar al vacío un pequeño instante de los gloriosos 90. The Godfathers consiguieron con apenas cuatro acordes temerarios, movilizar a la vieja guardia: anónimos Yodas, que nos hicieron padawanes cuando 80's y 90's se solapaban.
Historias cabalísticas que pertenecen a un tiempo poco documentado. Donde era más grande el hambre por devorar nuevas y viejas músicas, que catalogar al personal por castas, tribu o estética.

Volver a cruzarse con aquellos que hicieron de la corta vida de clubs microbianos (A Saco Hospitalet, Nivel, Beat, Sala Garatje, Texaco, Toque BCN, Compliche, Depo, Sidecar, Locualo... y otros que no recuerdo); o su espíritu. Un periodo mucho más extenso en lo emocional, que en lo meramente físico y real.
Hace que la visita de bandas como Godfathers y el trabajo soterrado de estas pequeñas salas. Sean un saludable caldo de cultivo, para esa “otra” escena alternativa que sobrevive a modas, tendencias y mareas crueles.

En el fondo, todos deberíamos saber que la cuestión exitosa de las canciones, bandas o estilos. Solo se debe a la química de la música y al inabarcable catálogo de sonidos exóticos por descubrir.
Solo ellos saben que están por encima de modas, décadas, generaciones. Y esos elementos tan circunstanciales como somos los seres humanos, en el tiempo.

SALUDOS PENDENCIEROS!!

miércoles, 14 de octubre de 2015

TEARDROP EXPLODES_KILIMANJARO/1980: 35 AÑOS INCORRUPTIBLES DE MÁGICO OSTRACISMO.



Kilimanjaro es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne: A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina, entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente. Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este tiempo y al de otros pasados/futuros.


Cuando la aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en “Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección del fin de los tiempos.


Exagero con razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate, Wilder, y la disolución dos años más tarde.

Una historia veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos. Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el Kilimanjaro en la música de nuestros días.



Poner de vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar – cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te ves ahora.
No se trata de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso, Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de Liverpol.

Son seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia territorios más refinados y vanguardistas.

Llegados a este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada. 
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana, concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada por otros.

En sus doce cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave... etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres años con un catálogo tan hiperactivo como impío.


Aquel disco en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm Drownin”:
Las trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante durante todo el disco.

Julian Cope más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de rebelión a golpe de marcha militar.
Años más tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la época, en una perfecta línea de flotación panorámica.

Treason” mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con uno de los periodos más creativos de la escena alternativa Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
Suffocate” es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con claridad la situación de la Inglaterra de entonces.

Se publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de coleccionista extinguida y jamás reeditada.

Después vendría “Reward”; su single de éxito por antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde hallar resquicios de escape.
Un ritmo de Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el grande (Gong, Strontium 90, The Affair)

Kilimanjaro no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso quizás ese halo remembrante al What does anything Mean? Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer & Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue el detonante de semejante cónclave.
La cara A del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición original- después vendría cambios legales de portada, reediciones deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.

Volteando el engendro aparece “Went Crazy”; puro funky. Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
Brave Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de la esencia de la banda:
Trepidante. Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me puede lo sé, y me catapulta.

Sleeping Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral, es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada de su paso por Crucial Three.
También la grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor, martilleante e implacable.
Una “Thief of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes esteparios y yermos africanos.
Por eso, después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar la grandeza de su desenlace.

Debe ser que todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena campeón.
Calentón al margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo. El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo; así, en plan egoísta y Golum.

Poppies in the Field”; como decía al principio de la exposición. Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no quedaría bien?
De entre todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.

Me gusta especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk, pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la electrónica... y así hasta no acabar.
No me refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical, quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de verdad duren un instante.
En cualquier caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el conocimiento por encima del éxito.

Kilimanjaro eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas. Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este, son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado tarde para descubrirlos.

jueves, 27 de septiembre de 2012

THE DREAM SYNDICATE 21/09/2012 BAM ACCIÓN MUSICAL Festes de Barcelona




Había un sitio ubicado siempre al margen de los trotones turistas que abarrotan la Rambla de las Flors en Barcelona: La plaza Reial siempre fue por antonomasia aquella plaza típica de cualquier ciudad mediterránea , fortificada por sus soportales; pero que al contrario de sus coetáneas , nunca se logró engalanar , y hacer de ella una plaza señorial donde floreciesen las terrazas más sofisticadas.
La Plaça Reial ha sido por siempre el testimonio más fiel del Raval más arrabalero , undeground y conflictivo de la Barcelona más bella y natural. Por eso seguramente , cada vez que llegan las fechas de las fiestas de Barcelona , en las que se homenajea a la MERÇÉ y al espíritu de barrio de esta ciudad Mediterránea , uno puede toparse con una agradable sorpresa.



Este año no ha sido una excepción , y pese al estrangulamiento que padecen la mayoría de festejos; todavía se vislumbran amagos de imaginación en algunos programas: Barcelona Acció Musical lleva una buena ristra de años gozando de la libertad necesaria para ofrecer un programa festivo diferente.
Es cierto que el presupuesto queda muy lejos de aquellos BAM en los que podías echarte a la boca “delicatessens” de la talla de: Goran Bregovic , Enrique Morente , Divine Comedy , Magnetic Fields , Montfolfier Brothers , Lou Reed , Dominique A , Black Box Recorder , Belle and Sebastian , Chucho , Psicodellic Furs , y una lista interminable de artistas. De manera totalmente gratuita , e incluso cuando eran totalmente desconocidos. Pero si se escarba y se lee la letra chica de sus tres días , aún se pueden descubrir caramelos para endulzar el recuerdo de este nostálgico final del Verano.


Así fue como uno , sin poder aún digerir el trance del regreso a la rutina laboral y escolar se encuentra de frente; y sin excusa alguna para eludir la gratificante ocasión de ampliar las contadas ocasiones que tengo , para juntarme con algunos de mis mejores amigos de andanzas juveniles. Antes de partir a trabajar hacia Italia , pues eso , una doble satisfacción!!
Tanto placer , que uno no sabe bien si confeccionar una entrada para conmemorar ese encuentro , o la presencia sobre las tablas de Mr Wynn y sus DREAM SYNDICATE. Ambos echos son igualmente históricos , y prefiero imaginar en mi propia nebulosa; ahora que han pasado unos días , en la soledad de hotel , y después de leer la crónica de mi amigo Johnny. Que tales eventos tienen poco sentido , sin la retroalimentación de sentimientos como: El recuerdo , la amistad y el reencuentro.
Debe ser por ese motivo por el que me apetece escribir más de sensaciones , que de la enumeración magistral y visceral que hicieron gala los viejos Angelinos sobre el escenario.

El embarque al vuelo que nos auspiciaron Dream Syndicate fue deliciosamente celebrado en el marco de la ilegalidad: Sin cinturones , normativa cautelar , ni salidas de emergencia. Solo abandonaron la nave los temerosos de lo desconocido y de la herrumbre , quizás buscando el esplendor de las camisas planchadas y almidonadas. No los culpo , pues Dream Syndicate siempre se han situado en ese limbo musical al margen de escenas , corrientes y géneros musicales. Más concretamente en el de aquellos que dejan que sea la música y los acordes , los que les marcan los caminos ignotos de la música.
Es por ello que pasadas las décadas son muchos los que ignoran de su existencia , una lástima. Puesto que junto a ellos , siguen vagando como almas en pena muchas otras bandas (Modern Lovers , Jazz Butcher , Blue Nile , Lotus Eaters , The Five ,  The Feelies etc.).
Garatje Club y el décimo aniversario de su desaparición fue el justo oficiante de ceremonias , 20 años después de su nacimiento. Parecía que cada arcada , terraza , o círculo emanaba aquellos vapores de ese rock que se esculpe a golpe certero de cincel en los sótanos de la gran urbe. Locales industriales acondicionados con la misma ligereza y pasión que se le pone a cualquier quimera surgida del estertor compulso e instintivo del corazón: Solían tener la mala fama de cualquier tugurio de mala muerte , pero eran capaces de generar la misma energía que movió a nuestros ancestros , a hacer de la palabra CLUB algo más que un mero estándar de moda.
Debía ser aquel conjuro en territorio de CLUBS el que hizo sonar la guitarra de Steve & Jason Victor (¿porque no Karl Pracoda?) como verdaderos látigos: Que pese al dolor y escozor que infligían al personal , dibujaban hermosas parábolas en la densa noche Barcelonesa. Hipnóticos movimientos que convirtieron , lo que algunos creían como una representación rancia y nostálgica de Rock denostado , en una ceremonia de carácter ascendente y contagioso. Desde el arranque de “See that my Grave is kept clean” , hasta el cierre con “John Coltrane stereo blues”.
En el fondo poco importaba si la efeméride era el 30 Aniversario de uno de sus discos magnos: “Days of wine and roses” , puesto que el echo de escuchar tal icono se antojaba diminuto comparado con la idea de recuperar a una banda tras casi 25 años de silencio , propiamente dicho. Nos hemos acostumbrado a ver a Steve Wynn no parar un instante en sus treinta y pico años de músico , pero nada comparable con la oportunidad de revivir una de las épocas , en las que escoger el lado más oscuro de la música constituía por selección natural convertirte en un bicho realmente raro y marginal.


Por suerte para todos nosotros , la música en todas sus vertientes nos sigue ofreciendo clases magistrales. Y atreverse a adentrarse en los recovecos más desconocidos de la música ya no depende de haber vivido con más o menos rigor cada una de las fases como toboganes que ha vivido la música: Como expresión cultural y creativa o como reflejo social de una época; tan solo depende de las ganas y riesgos que uno quiera asumir. En este caso explicar con rigor quirúrgico los avatares del concierto se me antoja demasiado docente , cuando lo que en realidad estamos deseando es aventurarnos a lo desconocido.
No tengan miedo , a lo mejor ya es hora de escuchar historia y leer música ¿verdad?