El
inesperado regreso de THE CLAIM es de tal apabullante cotidianidad.
Como ese camino a casa después del trabajo, o a la inversa.
El
rasgado de sus guitarras podrían ser como la inercia de nuestro
cepillo de dientes saltando el sarro y el mal aliento de nuestros
excesos. Una mirilla a la vida (la tuya), y sus melodías el colirio
con el que aclarar el horizonte o si se da el caso, la mirada atrás;
no sea que olvidemos las llaves del corazón.
Y
con un montón de canciones Pop de manual infalible. Que son casi
como la memoria que nos encamina a diario hacia nuestras tareas. Y
sus notas, la banda sonora que ilustra el traqueteo del tren, las
caras de sueño o el empujón en metro o bus.
Catorce
canciones de intachable factura que conservan intacta la esencia
confitada de principios de los 80. Incluso haciéndola tan necesaria
ahora, como el relato de nuestras desventuras diarias. En este caso,
nada tan ideal como aquel Pop cotidiano de Kinks, Jam, The Smiths o
The Prisoners, para dotar de hermosa poesía los paisajes
industriales y desnaturalizados de Kent o cualquier otra inhumana
ciudad.
La
ya de por si inusual historia de esta banda del Medway (Cliff), se
ciñe prácticamente a los escasos dos discos que publicaron en la
década de los 80, y apenas un Ep. Que se resumen perfectamente en
BLACK PATH: RETROSPECTIVE 1985-1992; que publicó Rev-Ola en 2009. Y
que reivindica himnos como “Picking Up the Bitter Little
Pieces”, “Say So” o “Sunday”
que básicamente fueron el boceto/idea en el que se basaron infinidad
de bandas del Britpop, el sonido Madchester, la scalidelia o como
narices queráis llamarlo.
Desde
entonces y bajo un silencio casi sepulcral, han sido santo y seña
para unos primerizos Manic Street Preaches, o incluso para los
debutantes Blur o futuribles Bbritpoperos. Y sus canciones, una
especie de puente entre las corrientes que venían de América, el
Dunedin Sound y un pedigrí puramente Británico alimentado por esa
música Pub del proletariado que tantos himnos nos proporcionó.
Es
más. Las vidas de David Read (bombero), David Arnold (sindicalista),
Stuart Ellis (policía), Martin Bishop (proveedor de cocina y baño)
son tan aparentemente inofensivas. Como el resorte que movió su
vuelta con “Journey”, a raíz del referéndum del
Reino Unido.
Y
este puñado de catorce gloriosas salvas. Seguramente sea el súmmun
de la idealidad para por lo menos, musicar tiempos que se me antojan
tan cercanos pese a su distancia temporal.
Pocos
discos de la presente campaña 2019, serán los que nos abastezcan
esta vez de tantas e inmejorables canciones, como el que me ocupa.
La
pastoral instrumental “Johnny Kidds Right Hand Man”
descorre las cortinas: Entra el sol relampagueante con la directa a
la conciencia “Journey”, en un mano a mano de
guitarras bronceadoras. Sientes el calor en la piel que a todo reptil
de piel cuarteada y melenas platino da vida, energía, y fe.
THE
NEW INDUSTRIA BALLADS es un acto de fe despojada de credos,
pecados y penitencias que no sirvan para otra cosa que no sea la
reconversión sobre los cimientos del pasado todavía vigente.
Y
si no, fíjense en “Smoke and Screens”: Es una
maravilla de comedidos arreglos de cuerda, en la justa medida que una
gran canción lo precisa. El poder de la canción, que en definitiva
es lo que reluce sobre esta colección de canciones donde apenas
algún teclado o metal, entra sin apenas alterar la esencia. Los
requiebros de cuerdas colectivas que bien podrían ser del bueno de
Max Eider en “The Haunted Pub”, con una exquisitez
británica de pureza artesana. Y la voz de David Read al punto de
madurez y grano grueso, para que sanguina, carboncillo y pastel, nos
dibujen estos magníficos paisajes.
Otras
tonadillas como “Light Bending” de pureza
caminante. De aquellas que decoran un viaje con su camino y sus
estampas. El genial empaste que hace el cuarteto de tantas y tan
buenas referencias musicales. La armonía que flota en todo el
trayecto, como cuando se junta a un puñado de amigos con tanto de
que hablar y recordar.
Engrana
las batallitas con la misma docilidad que la distinta “Hercules”
lo hace con predecesora.
Y
es el principal atributo de este disco aparentemente largo, pero
increíblemente digestivo.
A
medio camino cuando otros pierden el aliento. Aparecen preciosidades
Pop como “Music Pictures”; una de mis favoritas,
sin más argumento que la escucha. Evidenciando el puro carácter de
anécdota que tiene su single de adelanto “Just Too Far”.
Y no lo es precisamente por flojo, sino porque podrían ser tantos
los elegidos…
Toda
una declaración de intenciones de “30 years”,
resumiendo en un alegado a un más que justificado regreso de prosa
musical. Y la bajada de telón con el Folk desnudo de “Under
Canvas”, abrazando tanto a Ber Jarsch como a Michael Head.
En uno de esos privilegiados discos que se dan tan de tarde en tarde,
y que de seguida tiene esa certeza del amor a primera escucha.
Cumplí
los 17, y pese a que mi padre tan solo ingresaba 25.000 ptas a la
semana fondando envases (lo que se dice cerrar el tonel a fuego):
Barricas de grandes dimensiones para Torres principalmente, en una
empresa de la Avda Icaria en el Poblenou, ya desaparecida.
Me
regalaron una ansiada minicadena Sanyo, con su giradiscos y todo;
principal anhelo de adolescencia. Después de que cinco años antes
se precipitara desde el Romi del lavabo: Otro radiocassette
familiar Sanyo, también, que pesaba media tonelada. Y que
acompañaba nuestros baños con música sinfín.
Mi
abuela Rosario por parte paterna “La Meona”, era una
excelente cantante. Así que mi padre heredó esa virtud/talento por
igual y supongo, por eso, antes de que se encendiera el día en casa,
sonaban a todas horas: El Cabrero, Porrinas de Badajoz, Juanito
Valderrama y el Niño de la Huerta, entre muchos otros; como una
banda sonora non stop. Al igual que la radio, o un tocadiscos
Dual de maleta con S.T.R.E.T.C.H, los Beatles, Boston o Rod Steward
como un contrapunto rebelde juvenil de mis cuatro hermanas.
El
canto como expresión era a una, nuestro altavoz emocional melómano.
Sin llegar a dedicarnos como nuestro padre al flamenco de manera
aficionada, pero sí en la intimidad de cuatro paredes o
celebraciones comunes.
Hemos
crecido con música, y exteriorizado sin pudor la euforia de cantar
lo que nos emociona. Que es la música sino cantarla y celebrarla
bailando? Nada. Así que tras la dramática pérdida del tronío de
nuestro viejo radiocassette, y la resignación de adquirir otro de
bajo coste y peso pluma. No llegaba el día en el que por fin pudiera
tener un tocadiscos y poder comprarme aquellos vinilos que
impacientemente se enmohecían en los cubos del Disc Center; una
tienda de barrio que había repecho arriba de mi calle.
El
primer vinilo que me compré con 17 años, además de los ansiados
primeros dos discos de mi banda fetiche The B-52’s, fue el
INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO.
Datado
en el 1987 bajo el auspicio de la multinacional Sony, no fue hasta
1987 cuando alcanzó el número UNO con Wishing Well. Y de ahí para
adelante creo que la historia de este talentoso artista de Manhattan
es por todos conocida; o no. Porque realmente pasada la treintena de
años toda una juventud,
de él ya se sabe poco, e incluso de este tremendo disco enterrado
por un fracaso comercial posterior.
Pero
aquí no vamos a hablar sobre el efímero éxito, el fracaso, la
expectativas cumplidas, objetivos u olimpos musicales, no. Lo vamos a
hacer de algo que está muy por encima de esa escala de medir
popular; la sentimental. O la que relata la vida propia de quien
ilustra épocas, con canciones; mucho más bella, donde va a parar.
Sonaba
el otro día en el salón de casa: Porque son estos discos los que no
se prodigan en escuchas, que así lo requiera la melancolía oportuna
y traicionera. Cuando de golpe crees (y sabes), que toca recordar y
amasar el corazón, con no solo canciones. Sino con conjuntos como
atadillos o manojos, que como nadie ni nada son capaces de definir la
grandeza de lo irrepetible.
Un
disco con su protagonista. Fagotizado por esa industria a la que
dicen que la ilegalidad a crucificado. Y que se merendó a un joven y
prometedor artista de tan solo 25 años.
Pero
todo flota, que no solo la mierda. Y
es lo irrepetible de algunos acetatos lo que acaba sublimando en el
tiempo. Por encima de la comercialidad que se le atribuía o la
simplicidad de reducir a un artista a sus canciones más populares:
Wishing Well (quien cumple su número uno 30 años ahora), Sing
Your Name o el If You Let Me Stay de Michael H. Bauer.
Un
Soulfunk de raíces
gospel, que por herencia
materna impregna gran parte de su modo cantar. A la par de un swing
digno de Nelson Pickett, James Brown o Little Richard flotando sobre
todo el disco, sin caer en la obviedad de un temario tributo, y sí
en un debut con verdadera esencia.
Además
de aparecer en un año en el que los sonidos de raíz no se creían
con gancho comercial. Y la escena andaba algo huérfana de iconos
negros auténticos que no cayeran en el Pop fácil; salvando
a Prince y su Sing ‘O’ The Times.
Introducing
To Heardline Acording emergió para más inri, en una de las añadas
con más discos esenciales de la década de los 80. Y sobre todo eso,
y para mi en particular. Fue aquel disco que ejerció de puente entre
lo que supuestamente crees
comercial, tus gustos más alternativos, y la indiscutible grandeza
de aquello que no cae en el producto estándar. Por eso igual, cuando
Terence intentó seguir su camino, sucumbió a la
bulimia del sistema.
Pocos
discos de los cientos que pueblan mi atestadas estanterías, que
tengan un repertorio tan impecable e imprescindible. Ni una sola
canción imprescindible.
La
espiritual apertura del telón con “If
you All Get to Heaven”
que roza lo épico. Hasta el tremendo “Who’s
Loving You”; una
de mis preferidas. Allí parecía tomar a un William "smokey" Robinson como suyo
y a otros tantos del Soul melódico sempiterno.
Sus
canciones hicieron tomarme a chirigota, tantos que sonaron por
aquellos años y que querían
que creyeses que la verdad del éxito consistía en anular el
bombeo salvaje de la sangre para caer en el bucle espiral y machacón.
“Ill Never Turn My
Back on You” con
la soltura del pantalón de pata ancha y esa facilidad para desplegar
ese híbrido de Funk & Soul inmediato.
El
tu tu, tu tuuu
podría haber sido otro single más; de echo todos lo son sin
excepción. Lo que sería
“Dance
Little Sister”,
un bombazo sin más: infeccioso, adictivo, estertorizante.
“Seven
More Days” gira
la esquina de la cara; cuando escuchar un álbum requería de la
atención y al igual que con los libros: pasar la página y marcar
con el punto el surco grueso de la canción. Una
canción radicalmente distinta al resto, con slides, paisajes propios
del Blues. Hechizante.
Y
emprende con “Let’s
Go Forward”, un
paseo por Inwood,
el Soho o Bowery. Es una
canción que igual que “Sign
Your Name”,
impregnándolo
de contemplación y registros angelicales. Dando
a este disco una
personalidad distinta y poco predecible dentro de su estilo. Incluso
esa pincelada jamming de “Rain”,
y que desemboca en un acapella como es “As
Yet Untitled”
INTRODUCING
THE HARDLINE ACCORDING TO es
un disco atípico que entró como un rayo de luz, en tiempos de
abalorios, hombreras y decoraciones brillantes un tanto impostadas.
Su brillo sin embargo, estaba impreso en una voz inusual: la de
Terence Trent D’Arby. En una ejecución y puesta en escena prensadasobre
un maravilloso disco, que sin embargo, quedo eclipsado por algo tan
de nuestros días
como la estética, la moda y el hit.
Pero
que treinta años más tarde, si os envalentonáis en su escucha.
Veréis que contiene muchos de los atributos que ahora se ensalzan.
El carisma, la belleza; no solo estética, el alma, y la inmortalidad
que cede el tiempo a los estereotipos que tanto suelen
esclavizarnos y
distorsionar al instinto más humano.
Ese
fue el furibundo y único mensaje capaz de hilvanar así, al vuelo.
Cuando la noche del Viernes 4, alcanzaba su punto más álgido al
sonar “Looking Inwardly”.
Probablemente
nadie entienda la idea de tener la certeza, cuando algo sucede ahí
abajo, en las tripas. Ni tan siquiera así, en plano general, que una
canción del denostado WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY sea esa
canción más esperada por alguien, o para el caso: La que ilustre
una época, un recuerdo, o una idea a grandes rasgos sobre una de tus
bandas de juventud y la noche del reencuentro. Para mi sí.
Más
aún cuando le sigue “Perfume Garden”. En ese
momento hubiese firmado por poner fin al suspense del desenlace.
En
general no es el disco más representativo, para una banda poco o
nada reconocida, en tanto a la influencia general del PostPunk
mirando de reojo, y con la perspectiva que nos dan los más de
treinta años que tienen sus canciones. Pero fue mi primer disco. El
más espacial y menos rocoso de la banda de Manchester, pero solo por
eso, mi favorito; sin entrar en debate si es el mejor. La memorabilia
tiene eso amigo, en la mayoría de ocasiones no atiende a razones.
Porque la música y su memoria SIEMPRE va unida a una huella única y
egoístamente personal.
Tampoco
hubieron apenas góticos o por lo menos con sus galas ya; igual la
edad. Aunque yo jamás oí a Chameleons, Echo & the Bunnymen,
Comsat Angels o a los Sad Lovers and Giants en ningún garito gótico
de la noche Barcelonesa; por lo menos si era más importante la
estética que el militarismo. Nunca lo fueron, también es verdad.
Y
eso. Además de honrarles. Les da un plus de importancia creo,
vital. Si intentamos conectar algunas de esas bandas casi siempre
incluidas en movimientos de culto, y sin embargo alejadas de una
intención realmente musical.
Principalmente
porque creo que son las que mejor capacitadas están, para envejecer
y ejercer de conexión entre el pasado y el presente. Si hay bandas
recientes que beban de algo del PostPunk ochentero, dudo que sea de
Joy Division, sino de The Chameleons: Seguramente la banda menos
referida en cuanto a influencia por la prensa, en bandas como
Interpol, Editors, White Lies, The Horrors, o Protomartyr.
Probablemente porque la mayoría pasó del BritPop a la actualidad,
sin tener ni puta idea de lo que se cocía en años anteriores que no
fueran Joy Division, The Cure, The Smiths y poco más.
Pero
dejando de un lado rencillas y duelos en el callejón más sórdido,
propias de un arrugao canoso de 48 tacos.
Lo
importante del viernes pasado además de volver a ver a amigos/as de
nuestra quinta, correrías y fábulas nocturnas propias de un biopic
mítico. Y también esa curiosidad de comprobar si había que pasar
lista, si conoces la evolución (o involución según el caso) de
algunos de los colegas a los que apuesto, no reconocerías. O incluso
averiguar a que quinta o época perteneces tú; que 30 años son
muchos. ¿serás de la primera y más viejuna del 86/87? ¿los
descubrirías con eso del Britpop y el afán de reafirmarte como
raro, pintoresco o marginal? ¿O fuiste ya de los tardíos con
muchísima más información, datos y variedad?
En
cualquier caso, lo importante es que habíamos muchos; más de los
que yo pensaba. Teniendo en cuenta la secuela que me dejó el pésimo
sonido de la primera vez que los vi en esa misma sala cuando se
reunieron los miembros originales. Dieciocho años que han pasado
aproximadamente, y con la edad del pavo ya superada, yo iba con
miedo. Sin saber a ciencia cierta lo que me iba a encontrar.
Los
vi con esta formación bajo un sol del carallo en un Primavera
Sound hace seis años, pero eso no cuenta. Y no sabría decir con
certeza el efecto: Hacer tocar una banda oscura a las seis de la
tarde debería estar penado.
THE
CHAMELEONS VOX, como ahora se hacen llamar por eso de no contar Mark
Burgess con la autoría 100% del repertorio, y ser el único miembro
en activo. Suenan infinitamente mejor y más fieles al repertorio que
la formación original de la gira del 2000; por más que les duela a
los puristas. O por lo menos son más profesionales a la hora de
modularse a una sala, y que todo suene en su sitio.
Chris
Owen
(Midge
Ure, Ultravox),
Neil
Dwerryhouse (the Man with the Stereo Hands), y Yves Atlana (Black
Swan Lane) a los tambores,
suenan no solo como un tiro, sino con la intensidad y empaque justo
que necesitan estas canciones.
Justo
ahora que la imperativa actualidad relega las referencias, a meras
citas. Es bien comprobar por activa, que el pasado es circunstancial,
caprichoso y porque no admitirlo: Revelador para quienes creemos que
mirar atrás lo justo. Pues va ser que no.
Si
bien es cierto que “Don’t
Fall”
despegó irregular y con la voz de Mark Burgess engarrotada. A
medida que el temario avanzaba; igual que los motores clásicos. Los
responsables de volver a engrasar la maquinaria de los mancunianos al
rebufo de su incombustible líder, han cogido por fin el tono de un
repertorio inigualable en atemporalidad, y básico para entender la
esencia del PostPunk.
Fue
después el turno de “A
Person Isn’t Safe Anywhere”:
Densa e invernal si
la comparamos con el sonido crudo de aquel primer disco del 83. Sonó
la preciosidad de “Monkeylad”
y Mark perdió de vista martilleando el bajo, cualquier sospecha de
exceso de responsabilidad.
De
esas canciones que 35 años más tarde, siguen sonando inmensas por
convierte en parodia algunos de los himnos de actualidad. A manos de
un vocalista que en momentos de lucidez hacen un uno solo:
interpretación, música y voces por pura alma.
Es
lo que diferencia a The Chameleons, o a New Model Army, de otras
bandas de la época que sublimaban las intenciones y el éxito, sobre
la autenticidad y el carisma bruto.
“Looking
Inwardly” y “Perfume Garden” rompieron
con la maldición de ese disco intermedio en ocasiones repudiado. Y
que creo que vital, por como vertebra una inflexión de estilo mucho
más contemporáneo en la actualidad, y totalmente complementario en
su reducida discografía.
THE
CHAMELEONS solo publicaron tres discos en aquellos años. Pero vistos
ahora con perspectiva y sin entrar en la grandiosidad imperecedera de
sus canciones. Parieron tres obras totalmente distintas entre si, y
parece ser que ahora es cuando de verdad son conscientes de esa
suerte. La de despejar algunas incógnitas a seguidores a los que la
edad les ha otorgado su misma visión, mucho más equitativa sin la
presión de ser veinteañero.
En
el fondo, esa es la maravilla de verte arrastrado a revisar la
discografía de una de tus bandas de cabecera. Por más abandonada u
olvidada que la tengas.
“Less
Than Human” como un réquiem o salmo para ya devotos. Era
esa canción en el momento oportuno y estratégicamente seleccionada.
Para que el acorde más mágico de su carrera nos arrebatara de un
plumazo la más mínima duda: “Swamp Thing” debería
ser un himno de la época incluido en cualquier revisión que se
precie. Y pese a todo, todavía sigue siendo una reliquia
semidesconocida para el gran público.
“Paradiso”
fue una de las rarezas de la noche; bella. La tremenda “Mad
Jack” conectora tanto con los Echo como The Cult. Santos y
seña de una época ya irrepetible, aun perfectamente revivida por
una tropa de cuarentones y cincuentones cual niños chapoteando sobre
un charco. Caras de felicidad y piel de bellú que desempolvaba
airguitars. Justo cuando “Soul in Isolation”
abrió un paréntesis de puro sentimiento , diría que hasta épico.
“Second
Skin”, la tremenda“Singing Rule Britannia”
(se nota que soy fan de mi primer disco de ellos), cerrando con “View
for Hill” a modo de tobogán.
Foto: Xavi Bartolomé
Todavía
quedarían cuatro temas más, y por supuesto, los más emotivos de la
noche. Que invirtieron la perplejidad estática del impávido
público, en un temerario pogo que para que engañarnos; hizo a todos
un poco más jóvenes e infinítamente felices:
“In
Shreds” y la bendita ocurrencia de por fin explotar el
filón del WHAT DOES ANYTHING MEAN? BASICALLY. La puta locura de “The
Fan and the Bellows” como os imagináis, fue ritual.
“Nostalgia” como su propio nombre define e ilustra,
apoteósica. Y de regalo a punto de recoger bártulos “Up the
Down Ecuador”; la noche y el entregado público se lo
merecía.
Ese
tipo de vueltas que viene a abofetearte para decirte alto y fuerte:
Ves? Eres tu el que te haces viejo, no la música. La bendita música
celestial (aquella que te vuelve melancólico), fluctúa, late y
bombea sólo si tú te empeñas en dar la medida justa a cada
momento; pasado, presente y futuro. Y además, que sepáis que cuando
todo parece haber sucumbido al vórtice de la moda, llega la antimoda
para hacer del brillo excesivo, un satinado lleno de escondites o
fundidos según la luz, edad o momento.
Que
además todo esto ocurra empujado por Albert Y Sturm Promnotions;
amigo además de épocas. Pues que queréis que os diga, es orgullo
propio de quien como la banda, deposita en la tenacidad y el empeño,
toda su irreductible valía.
Treinta años
ya al recotín, de trocotó y tracatá. Tres decenios que nos han
visto pasar de emocionables impúberes, a jóvenes trascendentales y
ahora. De vuelta de nuevo en un efecto involucionante digno de una
madurez hambrienta de conmemoraciones. Los hermanos Coyne & Co.
(The Godfathers) me han dado esa otra oportunidad, siete meses
después de su primer ágape primaveral.
Tiempos de
rascar con saña en la herrumbre de nuestra memoria juvenil
residual. Y de agarrarse de las crines y al galope, a cualquier
oportunidad de revivir tiempos gloriosos; mal que pese a quienes se
empeñan en enterrarlos en lo más hondo.
Allí por el
ochenta y picos, mucho antes de que la afección “indie”
se acuñase para dar cobijo a ovejas descarriadas. Y cuando entre el
término más pretoriano del Rock y la a menudo pedante New Wave.
Quedaban minúsculos e indefinibles espacios donde se agolpaba el
verdor floreciente del extraradio: Limbos perdidos a mil, donde rock
urbano, punk y barruntes del futuro, dieron caldos de cultivo
inverosímiles.
Esos mismos
que te hacían amar por igual The Smiths, Echo & the
Bunnymen o a los Joy Division. Sin perder tus orígenes
primarios de The Clash, The Cult, Killing Joke o
estos mismos Godfathers; nexo comunicatívo entre el
GarajePunk primario, y el destello plateado del postpunk más
bailable. Seguramente también bastante más desprejuiciado, y mucho
menos remilgado y caprichoso que el cabareteo de hoy en día. Donde
el trazo grueso de una tiza delimita lo moderno, de lo pasado de
moda.
Los
Godfathers pertenecen a ese tiempo, pero además, ahora que se han
recuperado ciertos sonidos más subterráneos. No estaría de más
darnos una cura de humildad y descender al pozo, para entender porque
aquí y ahora. Ya no por ser un simple ejercicio de nostalgia
calzarse aquellas viejas botas Chelsea Marteen's, y la vieja camisa
remendada. Sino porque avanzar sin dejar de echar la mirada atrás
por si rezagados y desmemoriados, no solo es necesario; también
vital.
Así pues
regresar a ese RockSound que allende nos dio tantas noches de gloria.
Y hacerlo con los tuyos, y otros que vinieron antes. Era poco más o
menos, como invocar a una especie extinguida de las catacumbas,
mortuorios y criptas soterradas. Allí como llamados por el grito de
tu madre a la hora de merendar, nos juntamos casi todos. Por algo The
Godfathers tuvieron la virtud de hermanar distintas generaciones, de
distintos pelajes y conseguir que todos bailaran sin miedo a parecer
lo que no se quiere ser.
REPORTERA DICHARACHERA MIRIAM
Un enjuto
Peter Coyne con cara de estar peleado con medio mundo y dispuesto a
regañarte por tanto tiempo -para variar-. Subió al entarimado del
RockSound; no llega a escenario el palmo y medio que lo eleva del
público. Acompañado por su hermano al bajo, y una banda que no deja
ni un resquicio del antaño elástico y pétreo sonido de la banda
original.
Sudaban las
paredes, hacía una calor atípica y el día parecía estar escogido
a dedo (prefestivo para quienes salimos menos que el cometa Halley).
Sonó de entrada “Cause I Said So” -un tema que permanece
pasados los años más vigente y fresco que nunca- y todo saltó por
los aires; apuesta a caballo ganador.
Los años no
han pasado en balde por la voz de Peter; más rocosa, abrasiva y
mucho más punk que en su viril juventud. Pero cabalga a lomos de
esas guitarras de Steve Critall y Mauro Venegas, que se estiran hacia
el cielo y un bajo -el de Chris- del copón. Todo se ajusta, se
engrasa y se ordena. Lo hacen sin miedo.
Actitud a
borbotones, no la han perdido. Agarra el micro retorciéndole el
pescuezo y te escupe a la cara: “This Dawn Nation”, “This
is Your Live” y la nueva “Till my hearts Stops Beating”
intercalada estratégicamente. Pocas bandas con la facultad de
bombear como la de estos veteranos, en espacios reducidos.
Atrincherados en un palmo de terreno y acorralados por el respetable,
zafándose con “Just Because you are not Paranoid”,
“Unreal World” tan tremenda como la recordábamos: eléctrica. O
“Walking Talking with Johnny Cash Blues” rozando el hill
blues, con “Believe in Yourself” fundiendo pasado y
presente.
“The
Strangest Boy”, “When I coming Down” y el remate
final del que que le da título a “Birth, School, Work, Death”
pusieron en punto de ebullición la sala. Nos vinieron a la memoria
otras tantas bandas que le rinden pleitesía a esa salvaje miscelania
entre el HardRock y los sonidos oscuros. Y pudimos darnos un baño de
innumerables referencias, en una sesión final de Luis Le Nuit: Pocos
como él para tirar de repertorios escondidos, dando fe del legado
que nos dejaron, bandas que ahora parecen pertenecer al pleistoceno
musical.
REPORTERO DICHARACHERO XAVI C.
Se sudó y
de lo lindo en una noche sin tregua. Se derramó mucho alcohol, y
aunque solo fuera por el mero hecho de envasar al vacío un pequeño
instante de los gloriosos 90. The Godfathers consiguieron con apenas
cuatro acordes temerarios, movilizar a la vieja guardia: anónimos
Yodas, que nos hicieron padawanes cuando 80's y 90's se solapaban.
Historias
cabalísticas que pertenecen a un tiempo poco documentado. Donde era
más grande el hambre por devorar nuevas y viejas músicas, que
catalogar al personal por castas, tribu o estética.
Volver a
cruzarse con aquellos que hicieron de la corta vida de clubs
microbianos (A Saco Hospitalet, Nivel, Beat, Sala Garatje, Texaco,
Toque BCN, Compliche, Depo, Sidecar, Locualo... y otros que no
recuerdo); o su espíritu. Un periodo mucho más extenso en lo
emocional, que en lo meramente físico y real.
Hace que la
visita de bandas como Godfathers y el trabajo soterrado de estas
pequeñas salas. Sean un saludable caldo de cultivo, para esa “otra”
escena alternativa que sobrevive a modas, tendencias y mareas
crueles.
En el fondo,
todos deberíamos saber que la cuestión exitosa de las canciones,
bandas o estilos. Solo se debe a la química de la música y al
inabarcable catálogo de sonidos exóticos por descubrir.
Solo ellos
saben que están por encima de modas, décadas, generaciones. Y esos
elementos tan circunstanciales como somos los seres humanos, en el
tiempo.
Kilimanjaro
es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar
caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber
qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne:
A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina,
entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando
los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato
terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente.
Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este
tiempo y al de otros pasados/futuros.
Cuando la
aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en
“Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección
del fin de los tiempos.
Exagero con
razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de
Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian
Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary
Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el
artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la
época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono
perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos
de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él
era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate,
Wilder, y la disolución dos años más tarde.
Una historia
veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien
fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado
athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos.
Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan
desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus
primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador
en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas
más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las
mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk
rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es
ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir
y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el
Kilimanjaro en la música de nuestros días.
Poner de
vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo
menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar
– cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo
de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de
veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con
amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo
día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea
de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te
ves ahora.
No se trata
de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han
marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando
no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga
refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es
cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la
música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle
en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso,
Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de
Liverpol.
Son
seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o
cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me
suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y
dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla
etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la
eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia
territorios más refinados y vanguardistas.
Llegados a
este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor
y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos
por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde
Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron
una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada.
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana,
concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una
perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta
trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada
por otros.
En sus doce
cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias
como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave...
etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no
sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk
taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un
concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la
música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no
había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de
dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres
años con un catálogo tan hiperactivo como impío.
Aquel disco
en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana
africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche
Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm
Drownin”:
Las
trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray
Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que
estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción
tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados
moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante
durante todo el disco.
Julian Cope
más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en
todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de
rebelión a golpe de marcha militar.
Años más
tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso
Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de
narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials
y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la
decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la
época, en una perfecta línea de flotación panorámica.
“Treason”
mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente
feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más
angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con
uno de los periodos más creativos de la escena alternativa
Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación
artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
“Suffocate”
es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su
propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema
igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con
claridad la situación de la Inglaterra de entonces.
Se
publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta
vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la
casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de
coleccionista extinguida y jamás reeditada.
Después
vendría “Reward”; su single de éxito por
antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar
los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del
oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora
personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde
hallar resquicios de escape.
Un ritmo de
Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul
psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo
siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el
grande (Gong, Strontium 90, The Affair)
Kilimanjaro
no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la
cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage
de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de
control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica
casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso
quizás ese halo remembrante al What does anything Mean?Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer &
Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey
primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue
el detonante de semejante cónclave.
La cara A
del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición
original- después vendría cambios legales de portada, reediciones
deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que
no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.
Volteando el
engendro aparece “Went Crazy”; puro funky.
Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan
Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera
la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de
Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
“Brave
Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por
antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis
preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de
la esencia de la banda:
Trepidante.
Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No
sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan
poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan
poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz
magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he
tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me
puede lo sé, y me catapulta.
“Sleeping
Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con
analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a
fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral,
es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente
con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope
parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada
de su paso por Crucial Three.
También la
grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my
Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete
de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor,
martilleante e implacable.
Una “Thief
of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo
hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más
trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David
Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes
esteparios y yermos africanos.
Por eso,
después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y
posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una
aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en
la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido
tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto
que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar
la grandeza de su desenlace.
Debe ser que
todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas
historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su
esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de
bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después
quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena
campeón.
Calentón al
margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles
de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo
donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más
grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo.
El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo;
así, en plan egoísta y Golum.
“Poppies
in the Field”; como decía al principio de la exposición.
Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar
en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su
publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen
motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por
decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no
quedaría bien?
De entre
todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar
sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e
inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a
escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede
percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del
monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente
balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años
más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría
publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida
buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están
sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.
Me gusta
especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar
esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera
casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk,
pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la
electrónica... y así hasta no acabar.
No me
refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y
razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje
casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró
perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no
acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical,
quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y
curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop
Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás
poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión
autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la
industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el
canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres
románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de
verdad duren un instante.
En cualquier
caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido
ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales
y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos
casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el
conocimiento por encima del éxito.
Kilimanjaro
eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas.
Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y
que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el
disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad
los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se
aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia
donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero
no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante
de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el
pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este,
son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros
que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado
tarde para descubrirlos.
Había un
sitio ubicado siempre al margen de los trotones turistas que
abarrotan la Rambla de las Flors en Barcelona: La plaza Reial siempre
fue por antonomasia aquella plaza típica de cualquier ciudad
mediterránea , fortificada por sus soportales; pero que al contrario
de sus coetáneas , nunca se logró engalanar , y hacer de ella una
plaza señorial donde floreciesen las terrazas más sofisticadas.
La Plaça
Reial ha sido por siempre el testimonio más fiel del Raval más
arrabalero , undeground y conflictivo de la Barcelona más bella y
natural. Por eso seguramente , cada vez que llegan las fechas de las
fiestas de Barcelona , en las que se homenajea a la MERÇÉ y al
espíritu de barrio de esta ciudad Mediterránea , uno puede toparse
con una agradable sorpresa.
Este año no
ha sido una excepción , y pese al estrangulamiento que padecen la
mayoría de festejos; todavía se vislumbran amagos de imaginación
en algunos programas: Barcelona Acció Musical lleva una buena ristra
de años gozando de la libertad necesaria para ofrecer un programa
festivo diferente.
Es cierto
que el presupuesto queda muy lejos de aquellos BAM en los que podías
echarte a la boca “delicatessens” de la talla de: Goran Bregovic
, Enrique Morente , Divine Comedy , Magnetic Fields , Montfolfier
Brothers , Lou Reed , Dominique A , Black Box Recorder , Belle and
Sebastian , Chucho , Psicodellic Furs , y una lista interminable de
artistas. De manera totalmente gratuita , e incluso cuando eran
totalmente desconocidos. Pero si se escarba y se lee la letra chica
de sus tres días , aún se pueden descubrir caramelos para endulzar
el recuerdo de este nostálgico final del Verano.
Así fue
como uno , sin poder aún digerir el trance del regreso a la rutina
laboral y escolar se encuentra de frente; y sin excusa alguna para
eludir la gratificante ocasión de ampliar las contadas ocasiones
que tengo , para juntarme con algunos de mis mejores amigos de
andanzas juveniles. Antes de partir a trabajar hacia Italia , pues
eso , una doble satisfacción!!
Tanto placer
, que uno no sabe bien si confeccionar una entrada para conmemorar
ese encuentro , o la presencia sobre las tablas de Mr Wynn y sus
DREAM SYNDICATE. Ambos echos son igualmente históricos , y
prefiero imaginar en mi propia nebulosa; ahora que han pasado unos
días , en la soledad de hotel , y después de leer la crónica de mi
amigo Johnny. Que tales eventos tienen poco sentido , sin la
retroalimentación de sentimientos como: El recuerdo , la amistad y
el reencuentro.
Debe ser por
ese motivo por el que me apetece escribir más de sensaciones , que
de la enumeración magistral y visceral que hicieron gala los viejos
Angelinos sobre el escenario.
El embarque
al vuelo que nos auspiciaron Dream Syndicate fue deliciosamente
celebrado en el marco de la ilegalidad: Sin cinturones , normativa
cautelar , ni salidas de emergencia. Solo abandonaron la nave los
temerosos de lo desconocido y de la herrumbre , quizás buscando el
esplendor de las camisas planchadas y almidonadas. No los culpo ,
pues Dream Syndicate siempre se han situado en ese limbo musical al
margen de escenas , corrientes y géneros musicales. Más
concretamente en el de aquellos que dejan que sea la música y los
acordes , los que les marcan los caminos ignotos de la música.
Es por ello
que pasadas las décadas son muchos los que ignoran de su
existencia , una lástima. Puesto que junto a ellos , siguen vagando
como almas en pena muchas otras bandas (Modern Lovers , Jazz Butcher
, Blue Nile , Lotus Eaters , The Five , The Feelies etc.).
Garatje Club
y el décimo aniversario de su desaparición fue el justo oficiante
de ceremonias , 20 años después de su nacimiento. Parecía que
cada arcada , terraza , o círculo emanaba aquellos vapores de ese
rock que se esculpe a golpe certero de cincel en los sótanos de la
gran urbe. Locales industriales acondicionados con la misma ligereza
y pasión que se le pone a cualquier quimera surgida del estertor
compulso e instintivo del corazón: Solían tener la mala fama de
cualquier tugurio de mala muerte , pero eran capaces de generar la
misma energía que movió a nuestros ancestros , a hacer de la
palabra CLUB algo más que un mero estándar de moda.
Debía ser
aquel conjuro en territorio de CLUBS el que hizo sonar la guitarra
de Steve & Jason Victor (¿porque no Karl Pracoda?) como
verdaderos látigos: Que pese al dolor y escozor que infligían al
personal , dibujaban hermosas parábolas en la densa noche
Barcelonesa. Hipnóticos movimientos que convirtieron , lo que
algunos creían como una representación rancia y nostálgica de Rock
denostado , en una ceremonia de carácter ascendente y contagioso.
Desde el arranque de “See that my Grave is kept clean” , hasta el
cierre con “John Coltrane stereo blues”.
En el fondo
poco importaba si la efeméride era el 30 Aniversario de uno de sus
discos magnos: “Days of wine and roses” , puesto que el echo de
escuchar tal icono se antojaba diminuto comparado con la idea de
recuperar a una banda tras casi 25 años de silencio , propiamente
dicho. Nos hemos acostumbrado a ver a Steve Wynn no parar un instante
en sus treinta y pico años de músico , pero nada comparable con la
oportunidad de revivir una de las épocas , en las que escoger el
lado más oscuro de la música constituía por selección natural
convertirte en un bicho realmente raro y marginal.
Por suerte
para todos nosotros , la música en todas sus vertientes nos sigue
ofreciendo clases magistrales. Y atreverse a adentrarse en los
recovecos más desconocidos de la música ya no depende de haber
vivido con más o menos rigor cada una de las fases como toboganes
que ha vivido la música: Como expresión cultural y creativa o como
reflejo social de una época; tan solo depende de las ganas y riesgos
que uno quiera asumir. En este caso explicar con rigor quirúrgico
los avatares del concierto se me antoja demasiado docente , cuando lo
que en realidad estamos deseando es aventurarnos a lo desconocido.
No tengan
miedo , a lo mejor ya es hora de escuchar historia y leer música
¿verdad?