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miércoles, 14 de mayo de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number tres)

 

04: BEEN STELLAR_SCREAM FROM NEW YORK Vs. MOULIN À VENT 2020 Domaine Des Moriers 2020 (Beaujolais) 100% Gamay


Se me ha colado un moscardón a reacción en la cocina mientras aderezaba unos espaguetis a la cubana, y en una aérea acrobacia: Me ha enganchado por la solapa, y se me ha llevado como aquel carnero que Rodríguez de la Fuente selló a trauma en nuestro subconsciente ochentero.
Allí, las cosas sucedían con una estupefacción digna de los trucos de magia. Como si no hubiera nada que pudiera igualar nuestra sorpresa y el redoble de salto mortal, con cualquier invención tecnológica de la época que se preciase.
 
Solo que en este caso concreto, a mí, el moscardón no me despeñó por el hueco. Y como quien dispuesto a darte ese imaginado paseo aéreo en drone orgánico, tú vas, y te dejas.
Y ahora es cuando escucho: – ¡Va por favor, eso es imposible! Te lo estás inventando.
Pues oigan, era gordo y fornido el bicho.

 

Diría que me ha llevado de paseo por pastos y trigales de verdor primaveral radiante. Si no fuera porque tras un concurrido concierto del mister Dave Wareham en la noche de Domingo de ramos. Nuestro final de fiesta nos dejó la triste y traumática estampa de una Barcelona vacía, sitiada de guiris ávidos de espectáculos porno, ofertas regetoneras y semejantes mierdas de saldo y brilli brilli. Y la culminación de la mítica sala Karma desértica sonando Jesus & Mary Chain, Love and Rockets y Shoegaze pata negra mientras en los antros colindantes se daban codazos para pasar la noche entre ritmos urbanos latinos y empalagosos aromas a axe temptation.
Me costó conciliar el sueño y esquivar la pesadilla de toda añoranza underground, lo admito con pesadumbre.
Pero hoy me he levantado cual pollito de la mona estrella por un día. Listo para arrancar por fin esta reseña maridaje, con la innegociable intención de plasmar el seductor efecto que me produce escuchar a este joven quinteto debutante de Nueva York.

 


 

El título de su álbum homónimo podría ser perfectamente, el de cualquier desdichado residente de una gran ciudad escogida al azar.
Y Nueva York, claro, no es ninguna excepción en lo que al grito sordo desesperado por la angustia del festín de negocio frívolo y  dinero fácil en el que están convirtiendo este baboso mundo; por muy a panfleto con tufo a cerrao que pueda sonar esto.

 

Pero para que la pechuga de pollo no se os haga bola en el gaznate. Y aunque la crónica de la noche de autos  pudiera narrarse al dedillo contando a pares, los maravillosos locales ya inexistentes, mientras recorríamos la distancia que separa el Poble Sec y la Plaça Reial; con la Rambla del Raval de por medio. Y aún resonando en nuestras cabezas el Ceremony de New Order cerrando la velada con Dave Wreham.
Aliviémonos con estas diez canciones donde Adorable y Radiohead se asocian para revivir tiempos de molación, que no de inmolación.  

Y es que ostia!! Por poco que me guste quitar méritos propios con comparaciones fastidiosas y torticeras. Parece que el zagal Sam Slocum mamó de buena teta. Y ahí precisamente fue donde me dio caza palo y soga en mano con el corte que da nombre a semejante álbum, “Scream from New York”.

Una canción a la que sería inútil otorgarle la influyente autoría según suenan los familiares primeros compases, ya que tanto los de Coventry cómo los de Oxford publicaron en el 90 “Homeboy” y “Creep”; y a buen seguro, alguien mucho antes sentó alguna base sobre el asunto del sonido noventero como tal.

 

Ahora bien, lo que yo venía a relatarles, no es ni mucho menos la morriña de gozar con la chispa de unos chavales que me devuelven la lozanía imitando cual Josema Yuste & Millán Salcedo. Como para aliviar la retirada de mareas y descuelgue de carrilleras que produce mi recién cincuentena y ½; que no.
Si no de la paradoja de escuchar guitarras que suenan a guitarras, voces que modulan y siguen la melodía, y sonoridades que no disimulan la metralla que nos deja la vida, a golpe de filtro de instagram o belleza máxima.
Y que todo el demoledor conjunto nos produzca una agitadora sensación de novedad revolucionaria.
¿A ver si de tanto demoler nos vamos a estar volviendo unos siesos?

Y yo mientras, volando voy volando vengo agarrado a las crines de mi moscardón salvador. Poco me ha hecho falta para repanchingarme  en los primeros noventa, como si de allí no hubiera salido jamás, a golpe de sofoco y miserias con “Start Again”.

Canciones que duelen y atenazan pero que además contienen enormes letras. Como la preciosa “Pumpkin”, que bien podría ser una especie de “Jane” de The Smiths en clave contemporánea. O la emocionante “Sweet” capaz de aventarte hacia territorios que he sido incapaz de sentir en los últimos diez años; confieso sin pudor.
 

Conjuros que invocan como una tormenta, a los incomprendidos Six By Seven. Porque los de Chris Olley y Paul Douglas, Chris Davis o Sam Hempton eran tormenta y petricor ¿no lo sabíais?

Pues deberíais.
Dejarte arreciar como la corriente continua de la marinada, el pelo en la cara, el escalofrío del sudor espalda abajo y “Takedown” simulando una noche negra/luminosa con tu peña frente a la playa.
¿Te acuerdas de esas historias inverosímiles que  contabais mientras reíais llorando? ¿Fue Jose, Julia, Carlos o fue Alejandra?
No lo sé. Solo recuerdo que me pediste subiera el volumen cerrando los ojos. Y los ecos de “I Have the Answer nos succionaron arena adentro.

 

Desde entonces, cada vez que oigo el rumor del mar y la espuma desintegrarse en la arena. Barrunto como si de un mausoleo se tratase, aquellos días veinteañeros maquinando y creando cosas que sucedían, duraban y se esfumaban por generación espontánea y pura pasión biodegradable.
Energía de fusión colectiva y par y mil de miles de kilotones, que sería prácticamente imposible recrear ahora y desde luego, aliviar apagones disfuncionales y alarmas de soledad por aburrimiento como el de hace unos días.

Dicen en verdad y lo creo por mis muertos más frescos, que seguramente sería la energía más limpia y feliciana para propulsarnos hacia el infinito. Pero dudo a estas alturas, que si incapaces somos de comunicarnos sin un trozo de plástico, vidrio y chips chiquirritines, no lo vamos a hacer por mediante la imaginación y la comunión colectiva, na. Que no, que no.

 


 

 

Pero digo yo, que hay un reverso que es capaz de convertir la nostalgia. No en un recurso para escapar del presente, si no en un aliando con el que buscar alargando el brazo, el calor humano. Cogerte de la mano y alzarla al aire con un brindis por la vigencia y la audacia en el juego de cintura para el regate a la pasarela Dil Mondo Lirondo; a ser posible con una Gamay (solo a ser posible).

 

De esta cosa de la uva reina de Beaujolais y el Valle del Loira a quien Felipe III de Borgoña (el bueno dicen), le cogió ojeriza por la trempera de la susodicha. Y mira tú que aunque antaño poco valorada y el estigma que le pude coger, por mi primera experiencia con los vinos jóvenes y afrutados del Beaujolais Nouveau (vinos jóvenes con maceración carbónica principalmente). De un tiempo aquí y tras flipar en colorines con vinos bien trabajados y de buen terruño.
Me he convertido en un puto drogadicto de la bendita Gamay.
 
Hete aquí que cual chucho trufero, no pierdo la oportunidad de pimplarme por pura referencia amigable. Cualquier cosa que intuya particular y obligatoria; no tan económica como los Beaujolais mozos ni de inaccesibles precios. Pero donde va a parar la diferencia mon dieu!!
Y aunque llegados a este punto reconozco ya a estas alturas, la poca credibilidad que merezco por la peregrina sinergia asociativa de un disco y un vino.
Para que me voy a esconder (clamando a boceo limpio un “porque sí”); y ya.

 

Bien podríamos desplegar como una pancarta mural en el edificio más alto y gordo de la ciudad, la preciosa etiqueta de este vino de los hacedores: Arnaud Combier y François de Nicolay (Chandon de Briailles).
Dos tipos que han unido fuerzas entre Languedoc y Mâcon, de norte a sur. Para centrarse en exprimir los potenciales de la Gamay y Baujolais, en base a viñas viejas de baja producción y suelos lo más puros posibles de composición granítica o arenosa. Separando por parcelas, singularidades y aspectos que refuerzan la Gamay, como una uva de extraordinario potencial sin absolutamente nada que envidiarle a la prestigiosa Borgoña.


 

Y aquí su primera parcela y vino más icónico y serio, de profundos suelos graníticos. Y una acidez tan afilada, que notarás como corre la hoja piel abajo igual que Freddy Krueger en una puesta a punto en el Queen Nails de la vuelta de la esquina.

Tu suerte, es que la complejidad y seriedad que compensa semejante sangría. Eleva a esta Gamay a un trato de Ud. con reverencia incluida. Pero ves, de protocolo no necesita, pues su vibrante acidez confunde la exquisita fruta entre la mineralidad del granito y un perfume floral a violentas que lleva en volandas.
Invita, apetece, contagia, agita y quita la sed a la par que un escalofrío recorre tu cuerpo. Igual que  cuando esa chica que tanto te gustaba te rozaba con la mano.

 

Disco y vino tiene la misma innegable virtud de agitar el espíritu y volverte criatura por un instante, pero con una brizna de distinción:
Sacudiendo jugosa fruta roja como maracas, flagelándote a ritmo ascendente con un manojo de espliego, entre efluvios a violetas y atrincherándote mineral para librar la batalla diaria.
Pero cuidao, también puedes beber y bailar; que lo cortés no quita lo valiente.
 

domingo, 16 de febrero de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number seis)

 

06: CAMERON WINTER_HEAVY METAL Vs. LA LOMA 2021 de Miguel Merino, Briones(La Rioja Alta)

 

 

Hay discos que llegan a punto, justo a tiempo.

Cuando parece que todo va a descarrilar, y empiezas a arquearte y recargolarte, lo mismo que cuando estabas en el vientre de tu madre; solo que de viejo. Aparecen a veces, canciones sigilosas y silenciosas que se te cuelan por la pernera con ese tacto cálido que te afloja las caderas.
Su medicina (la de esas canciones), basada a veces en los fracasos, la fragilidad o la inseguridad. Escarba como nadie con uñas rotas, padrastros y llagas, en eso que todos llevamos bien adentro y que nos horroriza sacarlo a que les dé el aire, se ventilen, y nos exponga.
Quien nos las canta en este caso, es un enviado de esos luceros que pululan de tanto en tanto por la red para blocar incógnitas y descifrar ideas (Stradanakis aka Roger Estrada); sería esta vez el correo del Zar.
Y yo, el asalta diligencias oportunista que se conchaba con la banda de Dick Turpin
¿o iba solo?

 


 

Este espigado chaval líder y cantante de los contorsionistas y poliédricos  GEESE. No ha esperado a consagrarse, desfondarse y hacer parada y fonda para publicar su primer trabajo en solitario; como se supone que haría cualquier hijo de vecino.

Y en el impasse entre el último disco de la banda de Junio del 23 con 3D COUNTRY, y el 15 de Diciembre del pasado 2024; fecha en la que apareció esta joya. Se nos cuela en pijama y descalzo sin importarle los preparativos y la gala de eso que to quisqui llama: LO MEJOR DEL AÑO (corre que se acaba y el 1 de Enero, se enflorece y ya, pa tirar). Con una de esas cosas de las que te puedes encariñar tanto si los fastos navideños te deprimen, como si la escapatoria a la felicidad obligada es para ti: la melancolía, la reflexión y si quieres, la recreación del dolor precisamente para aliviar eso mismo.

 

En Heavy Metal tenemos a un barítono Cameron Winter sentado sobre la cornisa de un edificio alto de su natal Nueva York. Observando igual que un héroe con las típicas dudas existenciales que le provoca su desagradecida clientela: Sin saber si dejarlos a su suerte, o  reconvertirse a supervillano aniquilador; y no es para menos.
Para nuestra suerte, y mientras se decide.

 

Las diez canciones que nutren esta especie de oda surrealista que como en los sueños. Conectan lo real, con lo caótico e inverosímil, desencadenando esa misma sensación perturbadora que los sueños te provocan, cuando tienes la certeza de que hablan sobre ti, pero que eres incapaz de descifrar.  

The Rolling Stone” siembra esas primeras semillas para emprender la travesía poética redentora de Heavy Metal, exigiendo que abandones el equipaje y te dejes llevar - Como Brian Jones, nacímos para nadar.
Después llega mi particular manera de disfrutar de esta mágica obra. Donde los típicos patrones de gusto y preferencias se diluyen y van cañería abajo. Y sucede, que la forma narrativa con que nos canta/cuenta Cameron Winter. Tan solo necesita la música justa, que igual que los sonidos mundanos y con esencia minimalista, de guitarras sutiles, con saxos, oboes, percusiones aparentemente desasociadas, pianos que pululan, y notas que aparecen como motas de polvo en suspensión.

 

 

El discurso de este tipo se refuerza con “Nauisacaä (love will be Revealed)” con un soul más convencional y familiarizado con Van Morrison o un primerizo Rufus Wintwright. Como sucederá en la mágica “Cancer of the Skull” o “Can´t Keep Anything” y los santísimos coros que aparecen de tanto en tanto para hacer más llevadera la travesía.

Cameron se ha implementado tanto en su propio yo y en su viaje interior de fuerte inspiración para con Ton Waits y Leonard Cohen; dicho esto por él. Que cualquier intento de contexto personal del oyente, puede resultar un esfuerzo inútil y en vano.
Pero que curiosamente  y voilà!!.
Funciona de manera mágicamente inexplicable y conforme se incide en sus escuchas. Igual que un recurso propio a un viaje interior y contemplativo donde la música, poesía e instrumentación poco intrusiva ejerce como una especie de influjo lunar.

 

Digamos así para entendernos. Que Cameron Winter ha dado a luz uno de esos discos nacidos no convencionales. Pero que conecta perfectamente por una -hipotética- necesidad de cortar de cuajo el cordón umbilical que nos arrastra a la inercia social actual. Con códigos que nos hacen cómplices sin saberlo muy bien.

Y es que la música y la lírica tiene esas cosas que tampoco hay que explicar al dedillo y convertir todo lo artístico en una confesión al cura del  barrio; de verdad, no hace falta, son canciones y ya.

 

 

Podrás sentarte junto a él al filo de la cornisa contemplando el vértigo del caos reinante.

Pero también podrías encaramarte a una loma; la de Miguel Merino. Para arreciarte con los paisajes únicos de la anómala parcela plantada en 1946, que da este vino tinto puntiagudo y rara avis. Con una copa, y abrazado a la botella de este riojano de Tempranillo y una pizca de garnacha.

 

LA LOMA 2021 tiene el privilegio de ser uno de los 100 puntos del pirado de Tim Atkin; y que me perdonen si no comparto esa ida de olla de otorgarle atributo de perfecto a cualquier cosa en el mundo.
Pero eso sí, admito que este tinto de La Rioja Alta que poco o nada tiene que ver con los convencionales y prestigiosos Tondonia, Castillo Ygay, La Rioja Alta 890, Artadi etc etc. Me robó el corazón en esa suerte del destino que mi amigo Carlos GC tuvo a bien compartir con el grupo en el que me enrolé hace ya más de diez años.
Y para poneros en precedentes, podríamos decir que Miguel Merino pertenece a la nueva corriente de elaboradores riojanos que huyen despavoridos para mi suerte, de: Esa forma de elaborar convencional, en la que el prestigio del vino se impone sin piedad ninguna sobre la viña, el terruño y la particularidad del suelo, con tal de no decepcionar a su cliente potencial que busca voluptuosidad, cuerpo y músculo para guardarlo eternamente.

 


Y ojo, te puede gustar La Loma (o debería), pese a que disfrutes como también hago yo, de un Gran Reserva Tondonia, un Mas La Plana de Torres, o un Pagos Viejos.

Pero claro, es que la vida es muy corta como para que te atrincheres en ese tipo de cosas (las que sea), que no hacen más que ponerte condicionantes a la hora de disfrutarlas, o incluso por tu mismo bien y que no se te robine el sistema cognitivo, criatura mía. Y ciertamente, las cosas deberían también ser, fieles a su origen o por lo menos mostrártelo sin querer agradar o contentar a todos/as; ser honestos y consecuentes con la identidad de su origen.
Así pues. Lo que encontramos en La Loma, es un vino de una finca curiosa y única por situación y composición geológica a la par de los 80 años de sus viñas. Que la familia Merino por fin adquirió en 2021, pese a que la explotaba arrendada desde el 2015. Y donde una veta arcillo-ferrosa rarísima en la zona, atraviesa la escasa una hectárea y media de este viñedo. Junto a su composición calcárea salpicada de gravas para que drene bien y obligando por su pobreza, a que la misma profundice hasta el infinito y más allá en busca del mineral que le otorga su particular carácter y delicada tanicidad.
Pero bueno, ¿y que pasa después de este tochazo que os estoy soltando?

 

Pues que Miguel Merino y su mujer no hacen una vinificación intrusiva al uso, y se aprovechan de esas extraordinarias particularidades para el vino nos cuente con más detalle, lo que pasa cuando hablamos de vinos de paisaje, paraje o como narices queráis llamarlo.
Selección exhaustiva grano a grano e incluso repetida si la añada ha sido más complicada coma la 2022 en curso; con el curro que eso comporta. Maceración prefermentativa en ínox durante tres días a temperatura controlada. Suaves y ligeros remontados para no extraer en exceso y buscar su sutileza. Y tras la fermentación su paso por bocoys de roble franceses  de 500 litros, donde de forma espontánea y con sus levaduras indígenas el vino realizará la fermentación maloláctica final.
Dando un año y poco en barrica usada, el tiempo de crianza del susodicho vino.

 

Y a ver, lo que os importa de verdad ¿Qué nos dice el vio?
El vino es una mezcla curiosa de carácter, harmonía y sutilidad.
La parte del carácter se la da su personalidad mineral ferrosa y calcárea donde pueden despuntar notas de naranja sanguina, salinidad, y especiados. La sutilidad por la cual se combinan los frutillos negros (moras, arándanos) de la tempranillo, con esa parte láctica a yogur de fresas ácidas y florales de la garnacha. Y la espectacular armonía que tiene en su paso por boca donde todo lo anterior se convierte en una sinfonía de placer absoluto. De taninos precisos y delicados, y un final largo, envolvente y refrescante.
Uno de esos vinos donde al primer ataque puedes leer ese mimo con el que se ha hecho, y que obedece al bajo rendimiento de sus viñas viejas. Y donde no se pretende perpetuar en una guarda eterna, sino en una lectura del presente más inmediato en la que la heroicidad primordial es la sabiduría de estos viñedos.

 

Así pues, que queréis que os diga. Que si bien la inaccesibilidad por precio y escasez de este preciado pepino pueda suponeros una quimera. Hacedme caso y considerad que la vida es demasiado corta y frenética para privarse de detener el tiempo con estas dos preciosidades. Que desde luego, os costarán mucho menos que un móvil de última generación o un año en una plataforma digital de esas que te condenan como una hipoteca.
Abrazos gordos, y solo espero que no me demore tanto en el próximo maridaje vínicomusical.