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domingo, 16 de febrero de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number siete)

 

07: CAMERON WINTER_HEAVY METAL Vs. LA LOMA 2021 de Miguel Merino, Briones(La Rioja Alta)

 

 

Hay discos que llegan a punto, justo a tiempo.

Cuando parece que todo va a descarrilar, y empiezas a arquearte y recargolarte, lo mismo que cuando estabas en el vientre de tu madre; solo que de viejo. Aparecen a veces, canciones sigilosas y silenciosas que se te cuelan por la pernera con ese tacto cálido que te afloja las caderas.
Su medicina (la de esas canciones), basada a veces en los fracasos, la fragilidad o la inseguridad. Escarba como nadie con uñas rotas, padrastros y llagas, en eso que todos llevamos bien adentro y que nos horroriza sacarlo a que les dé el aire, se ventilen, y nos exponga.
Quien nos las canta en este caso, es un enviado de esos luceros que pululan de tanto en tanto por la red para blocar incógnitas y descifrar ideas (Stradanakis aka Roger Estrada); sería esta vez el correo del Zar.
Y yo, el asalta diligencias oportunista que se conchaba con la banda de Dick Turpin
¿o iba solo?

 


 

Este espigado chaval líder y cantante de los contorsionistas y poliédricos  GEESE. No ha esperado a consagrarse, desfondarse y hacer parada y fonda para publicar su primer trabajo en solitario; como se supone que haría cualquier hijo de vecino.

Y en el impasse entre el último disco de la banda de Junio del 23 con 3D COUNTRY, y el 15 de Diciembre del pasado 2024; fecha en la que apareció esta joya. Se nos cuela en pijama y descalzo sin importarle los preparativos y la gala de eso que to quisqui llama: LO MEJOR DEL AÑO (corre que se acaba y el 1 de Enero, se enflorece y ya, pa tirar). Con una de esas cosas de las que te puedes encariñar tanto si los fastos navideños te deprimen, como si la escapatoria a la felicidad obligada es para ti: la melancolía, la reflexión y si quieres, la recreación del dolor precisamente para aliviar eso mismo.

 

En Heavy Metal tenemos a un barítono Cameron Winter sentado sobre la cornisa de un edificio alto de su natal Nueva York. Observando igual que un héroe con las típicas dudas existenciales que le provoca su desagradecida clientela: Sin saber si dejarlos a su suerte, o  reconvertirse a supervillano aniquilador; y no es para menos.
Para nuestra suerte, y mientras se decide.

 

Las diez canciones que nutren esta especie de oda surrealista que como en los sueños. Conectan lo real, con lo caótico e inverosímil, desencadenando esa misma sensación perturbadora que los sueños te provocan, cuando tienes la certeza de que hablan sobre ti, pero que eres incapaz de descifrar.  

The Rolling Stone” siembra esas primeras semillas para emprender la travesía poética redentora de Heavy Metal, exigiendo que abandones el equipaje y te dejes llevar - Como Brian Jones, nacímos para nadar.
Después llega mi particular manera de disfrutar de esta mágica obra. Donde los típicos patrones de gusto y preferencias se diluyen y van cañería abajo. Y sucede, que la forma narrativa con que nos canta/cuenta Cameron Winter. Tan solo necesita la música justa, que igual que los sonidos mundanos y con esencia minimalista, de guitarras sutiles, con saxos, oboes, percusiones aparentemente desasociadas, pianos que pululan, y notas que aparecen como motas de polvo en suspensión.

 

 

El discurso de este tipo se refuerza con “Nauisacaä (love will be Revealed)” con un soul más convencional y familiarizado con Van Morrison o un primerizo Rufus Wintwright. Como sucederá en la mágica “Cancer of the Skull” o “Can´t Keep Anything” y los santísimos coros que aparecen de tanto en tanto para hacer más llevadera la travesía.

Cameron se ha implementado tanto en su propio yo y en su viaje interior de fuerte inspiración para con Ton Waits y Leonard Cohen; dicho esto por él. Que cualquier intento de contexto personal del oyente, puede resultar un esfuerzo inútil y en vano.
Pero que curiosamente  y voilà!!.
Funciona de manera mágicamente inexplicable y conforme se incide en sus escuchas. Igual que un recurso propio a un viaje interior y contemplativo donde la música, poesía e instrumentación poco intrusiva ejerce como una especie de influjo lunar.

 

Digamos así para entendernos. Que Cameron Winter ha dado a luz uno de esos discos nacidos no convencionales. Pero que conecta perfectamente por una -hipotética- necesidad de cortar de cuajo el cordón umbilical que nos arrastra a la inercia social actual. Con códigos que nos hacen cómplices sin saberlo muy bien.

Y es que la música y la lírica tiene esas cosas que tampoco hay que explicar al dedillo y convertir todo lo artístico en una confesión al cura del  barrio; de verdad, no hace falta, son canciones y ya.

 

 

Podrás sentarte junto a él al filo de la cornisa contemplando el vértigo del caos reinante.

Pero también podrías encaramarte a una loma; la de Miguel Merino. Para arreciarte con los paisajes únicos de la anómala parcela plantada en 1946, que da este vino tinto puntiagudo y rara avis. Con una copa, y abrazado a la botella de este riojano de Tempranillo y una pizca de garnacha.

 

LA LOMA 2021 tiene el privilegio de ser uno de los 100 puntos del pirado de Tim Atkin; y que me perdonen si no comparto esa ida de olla de otorgarle atributo de perfecto a cualquier cosa en el mundo.
Pero eso sí, admito que este tinto de La Rioja Alta que poco o nada tiene que ver con los convencionales y prestigiosos Tondonia, Castillo Ygay, La Rioja Alta 890, Artadi etc etc. Me robó el corazón en esa suerte del destino que mi amigo Carlos GC tuvo a bien compartir con el grupo en el que me enrolé hace ya más de diez años.
Y para poneros en precedentes, podríamos decir que Miguel Merino pertenece a la nueva corriente de elaboradores riojanos que huyen despavoridos para mi suerte, de: Esa forma de elaborar convencional, en la que el prestigio del vino se impone sin piedad ninguna sobre la viña, el terruño y la particularidad del suelo, con tal de no decepcionar a su cliente potencial que busca voluptuosidad, cuerpo y músculo para guardarlo eternamente.

 


Y ojo, te puede gustar La Loma (o debería), pese a que disfrutes como también hago yo, de un Gran Reserva Tondonia, un Mas La Plana de Torres, o un Pagos Viejos.

Pero claro, es que la vida es muy corta como para que te atrincheres en ese tipo de cosas (las que sea), que no hacen más que ponerte condicionantes a la hora de disfrutarlas, o incluso por tu mismo bien y que no se te robine el sistema cognitivo, criatura mía. Y ciertamente, las cosas deberían también ser, fieles a su origen o por lo menos mostrártelo sin querer agradar o contentar a todos/as; ser honestos y consecuentes con la identidad de su origen.
Así pues. Lo que encontramos en La Loma, es un vino de una finca curiosa y única por situación y composición geológica a la par de los 80 años de sus viñas. Que la familia Merino por fin adquirió en 2021, pese a que la explotaba arrendada desde el 2015. Y donde una veta arcillo-ferrosa rarísima en la zona, atraviesa la escasa una hectárea y media de este viñedo. Junto a su composición calcárea salpicada de gravas para que drene bien y obligando por su pobreza, a que la misma profundice hasta el infinito y más allá en busca del mineral que le otorga su particular carácter y delicada tanicidad.
Pero bueno, ¿y que pasa después de este tochazo que os estoy soltando?

 

Pues que Miguel Merino y su mujer no hacen una vinificación intrusiva al uso, y se aprovechan de esas extraordinarias particularidades para el vino nos cuente con más detalle, lo que pasa cuando hablamos de vinos de paisaje, paraje o como narices queráis llamarlo.
Selección exhaustiva grano a grano e incluso repetida si la añada ha sido más complicada coma la 2022 en curso; con el curro que eso comporta. Maceración prefermentativa en ínox durante tres días a temperatura controlada. Suaves y ligeros remontados para no extraer en exceso y buscar su sutileza. Y tras la fermentación su paso por bocoys de roble franceses  de 500 litros, donde de forma espontánea y con sus levaduras indígenas el vino realizará la fermentación maloláctica final.
Dando un año y poco en barrica usada, el tiempo de crianza del susodicho vino.

 

Y a ver, lo que os importa de verdad ¿Qué nos dice el vio?
El vino es una mezcla curiosa de carácter, harmonía y sutilidad.
La parte del carácter se la da su personalidad mineral ferrosa y calcárea donde pueden despuntar notas de naranja sanguina, salinidad, y especiados. La sutilidad por la cual se combinan los frutillos negros (moras, arándanos) de la tempranillo, con esa parte láctica a yogur de fresas ácidas y florales de la garnacha. Y la espectacular armonía que tiene en su paso por boca donde todo lo anterior se convierte en una sinfonía de placer absoluto. De taninos precisos y delicados, y un final largo, envolvente y refrescante.
Uno de esos vinos donde al primer ataque puedes leer ese mimo con el que se ha hecho, y que obedece al bajo rendimiento de sus viñas viejas. Y donde no se pretende perpetuar en una guarda eterna, sino en una lectura del presente más inmediato en la que la heroicidad primordial es la sabiduría de estos viñedos.

 

Así pues, que queréis que os diga. Que si bien la inaccesibilidad por precio y escasez de este preciado pepino pueda suponeros una quimera. Hacedme caso y considerad que la vida es demasiado corta y frenética para privarse de detener el tiempo con estas dos preciosidades. Que desde luego, os costarán mucho menos que un móvil de última generación o un año en una plataforma digital de esas que te condenan como una hipoteca.
Abrazos gordos, y solo espero que no me demore tanto en el próximo maridaje vínicomusical.
 

martes, 14 de enero de 2025

DIEZ DISCOS Y VINOS GUACHIMOLIS DEL 2024 (number nueve)

 

09: MARY TIMONY_UNTAME THE TIGER vs DOCTORA JEKILL 2017 CURII UVAS Y VINOS (Alicante)

 

Puede que para la mayoría de personas -en las que se incluye un servidor- esta mujer sea una perfecta desconocida.

Pero miren por dónde, que la prospección melómana y de golismero, que el aquí presente tiene como afición; y hasta cierto punto enfermiza (lo admito). Me ha llevado a zambullirme tras el atónito descubrimiento de su última entrega, de las muchas que atesora esta nativa de Washington.
Hasta el punto de hallarme entre el alucine, el encantamiento y el contorsionismo emocional.

 

Las credenciales que avalan una trayectoria de 24 años son las de: Pianista, guitarrista, violinista y bajista, a la par de sus inicios en solitario, parte vocal de The Spells con Carrie Brownstein de Sleater-Kinney(1990), en Autoclave (90/91) como guitarrista, con Helium (92/98) a las voces, en el supergrupo Wild Flag(2011), y la más actual y conocida con dos Lp’s de Ex Hex.
Todas ellas vestidas con distintas pieles: cruda y malavarista, de composiciones sofisticadas y rítmicas cambiantes, experimental y abrasiva, de combinaciones bicéfalas entre el riot girrl y guiños al math rock. Mínima y polirítmica en su faceta en solitario y de celebrable rock clásico en su último proyecto.

 

Pero en cualquier caso. Hay una marca de agua distintiva e inconfundible que unifica cualquiera de sus proyectos, colaboraciones, e incluso manera de tocar la guitarra. Para hacer de sus canciones, una especie de calcetín del revés donde las melodías, destinos y estructuras vertebrales de las canciones no van siguiendo las consignas establecidas.

Llevar los pespuntes de la puntera para afuera y el cosido bonito y confortable para adentro. Es como ponerse en manos del destino cambiante y natural de las melodías, para obligarte a perseguir los satisfactorios caprichos del mundo cabeza abajo.
Y en UNTAME THE TIGER, todo esto sucede de manera muy parecida. Solo que esta vez, y después de casi 20 años sin grabar en solitario, de una forma totalmente vuelta del revés y maravillosamente confeccionada casi hilo a hilo para pespuntear los desaires de la vida con dulzura de hiel.

 


Si bien fue la poco representativa canción que abre el disco: “No Thirds”, la que me enganchó de inicio. El encantamiento me sobrevino al comprobar que los derroteros del disco me recordaban enormemente a mi adorado SATAND UP (cosas mías, faltaría); donde Ian Anderson teñía de folk anglosajón el ideario psicodélico de Jethro Tull.

Y no es que sea por semejanza estricta, sino por la forma de cantar, de ceder el protagonismo a la acústica, y dejar que lo eléctrico solo ejerza de sintonía de fondo.

 

Aquí, Mary Timony, es donde brilla con luz propia alimentándose de las disonancias melódicas, pero con un objetivo más espacioso y rico en detalles. Con canciones de prestancia más optimista, pero que realmente son la cura o la tirita de unos años donde la separación de su pareja y la pérdida de su padre anciano primero, y de su madre justo al final de armar el disco.  Convierte a éste, en un álbum de textos melancólicos exorcizantes de tristeza y con guitarras rabiosas de domar la soledad.

Con la ayuda del baterista de Fairport Convention Dave Mattacks en “Don’t Disappear”y David Christian (Karen O, Hospitality) ayudándola, Dennis Kane al bajo como co-productor, y con un conductor (productor) de la nave tan solvente como Dave Fridmann (Flaming Lips, Mercury Rev, MGMT).
Mary Timony nos entrega así, un disco que transmite serenidad y templanza teniendo en cuenta su duelo. De detallista estética folk, con destellos de psicodelia confortable y luminosa. Y con unas deliciosas guitarras en suspense, que parecen querer explotar pero que son como pequeñas cargas de profundidad que te dan caza y te atrapan con un control de los tempos implacable.

 

 

Esta maravilla de obra es de obligado disfrute con una botella de Dra. JEKILL al lado.

Un vino elaborado por Violeta Guitérrez de la Vega (hija del maestro Felipe Gutiérrez de la Vega), mano a mano con Alberto Redrano (Premio Nacional al mejor sumillier 2009). Con unas Giró viejas de 70 años en terrenos pobres que han ido recuperando a lo ancho y largo de la Marina Alta y concretamente en el municipio de Xaló.
Se habla de su consanguinidad con la Garnacha Tintorera, e incluso con un hipotético parentesco con la Fogoneu Mallorquina. Pero lo maravilloso y flipante de los vinos de la familia Gutiérrez hechos con esta variedad, es simplemente su singularidad. Que va de los rústico y agreste, y de su mano rota para embellecerlos sin alterar su estoica personalidad.

 


Vinos de tierra cálida y agricultura heroica en un territorio castigado por el calor y  las inclemencias climáticas de nuestro actual paradigma. Que como en el caso de este Doctora Jekill, esquivan la concentración y sobre madurez a cambio de una deliciosa entrada en boca que remata de complejidad y taninos rugositos, para hacer de los inconvenientes virtudes.

Aquí vamos a encontrar un vino con personalidad y mala leche, pero de un beber intrigante y amable. Si intentas relacionarlo con algo que te remita a la típica garnacha de frutitas rojas frescas típicas de suelos arcillosos, cagada la hemos.

 


Con efluvios a pimientos asados, moras maduras, o mermelada de tomate. Con la evolución de esta botella de 7 años ya, aparecen recuerdos a hierbas de monte, ligera mineralidad y fino cuero, todo el conjunto se unifica, se destensa, y se diluye en conjunto que te vuela la cabeza a base de reminiscencias a veces inubicables en tu memoria olfativa. Pero todas buenas.

Aunque lo rotundo y genial viene en su paso por boca. Untuoso, amplio, ligeramente compotado y con un final entre lo picante y rugoso.
Elegantes notas de cedro, espliego, fruta roja madura, ajo negro, y una profundidad que aturde llenando el paladar. Muy largo, y muy presente en el recuerdo.
Un vinazo de solo 300 botellas y precio la mar de asequible, que evoluciona maravillosamente en botella. De beber agradecido y generoso.
Si te las pierdes -cantante y vinatera- pa que vivir ya.
 

martes, 23 de enero de 2024

REIVINDITANTOS: FINAL SPINS_THIS IS THEN, THAT WAS NOW /2009, HOMBRES DESCALZOS

 

Igual que esas caras familiares que se te cruzan por la calle y que no sabes cuando y donde ubicar. La de Joe Syverson se me cruzó en uno de los primeros y deslumbrantes directos de la -ahora- tan popular KEXP.

En 2008, esta diminuta emisora universitaria fundada en 1972 bajo el nombre de KCMU. Dio el salto a las plataformas de video tras ser la pionera en emitir vía streaming ininterrumpidamente en el 2000. En el 2004 emitiría los primeros podcast. Y hasta día de hoy, donde es un referente en sets en directo de calidad superlativa.
Si no has tocado en KEXP, prácticamente y en sentido figurado, no existes.

 

El 23 de Julio del 2008 y tras sus primeras aventuras en la banda punk SIDECAR y tocar más tarde el bajo en Throw Me The Statue. Joe conseguía reunir una banda de lujo para grabar un puñado de canciones, tan alejadas del Punk cómo Yung Beef de un conservatorio:
Zall Tillman (Fleet Foxes) al bajo, Colin Wolberg (Siberian) a la guitarra, Chris Early (Band of Horses), y Colin English (Hardly Art’s Pica Beats) a la batería. Serían los encargados de dar forma a las canciones de Joe, bajo el título de This is Then, That was Now, como una referencia auto editada de la que a día de hoy todavía se puede encontrar alguna copia en CD.
Lo demás sería desaparición sin un mal bandcamp que echarte a la oreja y sin apenas rastro de la deriva de este maravilloso disco.

 

Joe Syverson giró la esquina a toda velocidad. Y entre la muchedumbre, el ruido de fondo, y la inercia de quien se trastabilla y no hace pie. Pasados quince años, aquí me tenéis arrancando el año con la decidida intención de remediar semejante injusticia y…
Para que os voy engañar. También ese vacío que te queda como un resquemor. Igual que cuando te ofrecen ese último pincho de tortilla, y dices – Ay, no, gracias; pensando en la operación bikini. Y te pegas todo el día con un hueco en el estómago y un hambre, del cual los rugidos del intestino hacen eco gutural lo mismo que el cantante de Sepultura.
Pasada revista de este recomendable álbum; que menos. Ya os pondré al corriente de qué ha sido de este señor, y la magia intrínseca del rescate, descubrimiento, y perplejidad al ver lo que hace el caballero bajo un seudónimo desde hace siete años.

 


 

 

Bastaría con pulsar el play de “Let Me Fall”; primer simulacro de éxito allá por el 2009. Y digo simulacro, porque es curiosísimo ver cómo ha evolucionado el impacto y repercusión de las canciones desde aquel año. Cuando la plataforma de Spotify aún estaba en pañales y ahora que prácticamente son los que modulan de manera dictatorial lo que se escucha y lo que queda relegado a la inexistencia más absoluta.

 

Así que el paradigma de la música a día de hoy, es que si procreaste musicalmente hablando, antes de Youtube 2005 y Spotify 2008. O en esa franja de tiempo posterior, hasta su popularización o la hegemonía del móvil. Y además no tuviste la suerte de estar arropado por una multinacional o un sello alternativo puntero. Se puede afirmar sin titubeos, que estas a la deriva en una especie de galaxia infinita donde solo los usuarios y melómanos más curtidos en el arte de la investigación curiosa te van a encontrar.
Todo esto podría ser una clase de desgracia según se mire. Pero para mí, es una oportunidad para estimular el sentido más primario del ser humano: LA CURIOSIDAD.

 

 

This is Then, That was Now; igual que la novela de S.E Hilton (The Outsiders). Es por así decirlo, como aquel bien elemental al que el tan mal entendido “progreso” desechó igual que la chatarra espacial.

Parte de la magia de la obra, está en su sonido reverberado extraído de las sesiones de una toma y a pelo. Y “Battle Wings” indica las primeras pistas sobre el destino de Joe y su forma de encajar el Alt Country heredado de su padre y sus inicios punk. Y sobre esa premisa de transformar el tan temido country, en un nexo capaz de bascular entre el pasado y el presente; igual que pasa en la coral “Let Me Now”.
Es comprensible que en un contexto actual de moderneo alternativo, cualquier cosa que miente la estereotipada etiqueta “Country”, acabe siendo algo que se asocie a connotaciones negativas; cagada.
Down The Rad” es el ejemplo más plausible, y sin embargo la primera maravilla de este disco de poco más  menos media hora que se escucha del tirón.
 


 

 

Back to The Old” asalta esa parte que nos puede conectar a The Smithereens, Diesel Park West y a un sonido menos americano, para acabar enlazando con las tres genialidades de este disco: “Party Time”, “Let Me Fall” y “Another Sunny Day”.
Importándonos así un bledo, a todo lo que nos pueda recordar e incluso esa serie de indicaciones idiotas de los que escribimos, para llamar la atención.

 

Trece canciones de apenas 2/3 minutos que concentran esencia, júbilo e inmediatez; como la verdadera chispa de la música.
Ramalazos de blues en “For Gold”,  melancólicas baladas como “On & On & On” o “Don’t Worry Baby”, la gloriosa “Twenty Four Seven Scream” como una paisajística road movie, hasta el cierre de “Long Gone” en una suerte de réquiem.
 


 

 

El auténtico mérito de este disco perdido, está sin duda en la ni tan siquiera obligación de ceñirse a guion alguno. Si no en la magia de juntarse cinco músicos para dar vida a un puñado de estupendas canciones.
Un hecho que dicho sea de paso, escasea últimamente en un panorama musical donde todo parece estar fabulosamente empaquetado y etiquetado.

 


 

 

Otra de las grandes fortunas y premios que tiene rescatar música olvidada. Es descubrir al bueno de Joe Syverson operando bajo el seudónimo de JOSEPH GIANT, con dos fabulosos discos y uno futuro para el presente 2024 sin desperdicio alguno:

 

El Lp homónimo “I Don’t Feel” grabado en 2011 y publicado el 2020, con una paleta de Alt Country vigoroso y despreocupado para mentes lúcidas y oídos muy muy abiertos.
Y un bestial “Break It Together” del 2015, sacándole punta al Country Rock de vuelo sin motor. Que es un torbellino medicinal y rupturista inspirado en la pérdida del hogar de él y su familia, grabado junto a John Faryar, Jonas Haskins y Mike Bayer; compañeros de batallas en su Seattle natal.

 

 
Para este año en curso esperamos como refrescante agua de Mayo su próximo disco del que hemos podido escuchar un par de canciones. Y como viene siendo habitual, será autofinanciado y por crowdfunding, como obliga el caminar descalzo..
Lo podrán encontrar aquí: https://www.facebook.com/josephgiant/