Igual que esas caras familiares que se te cruzan por
la calle y que no sabes cuando y donde ubicar. La de Joe Syverson se me cruzó
en uno de los primeros y deslumbrantes directos de la -ahora- tan popular KEXP.
En 2008, esta diminuta emisora universitaria fundada
en 1972 bajo el nombre de KCMU. Dio el salto a las plataformas de video tras
ser la pionera en emitir vía streaming ininterrumpidamente en el 2000. En el
2004 emitiría los primeros podcast. Y hasta día de hoy, donde es un referente
en sets en directo de calidad superlativa.
Si no has tocado en KEXP, prácticamente y en sentido
figurado, no existes.
El 23 de Julio del 2008 y tras sus primeras
aventuras en la banda punk SIDECAR y
tocar más tarde el bajo en Throw Me The
Statue. Joe conseguía reunir una banda de lujo para grabar un puñado de
canciones, tan alejadas del Punk cómo Yung Beef de un conservatorio:
Zall Tillman (Fleet Foxes) al bajo, Colin Wolberg
(Siberian) a la guitarra, Chris Early (Band of Horses), y Colin English (Hardly
Art’s Pica Beats) a la batería. Serían los encargados de dar forma a las
canciones de Joe, bajo el título de This is Then, That was Now, como una
referencia auto editada de la que a día de hoy todavía se puede encontrar
alguna copia en CD.
Lo demás sería desaparición sin un mal bandcamp que
echarte a la oreja y sin apenas rastro de la deriva de este maravilloso disco.
Joe Syverson giró la esquina a toda velocidad. Y
entre la muchedumbre, el ruido de fondo, y la inercia de quien se trastabilla y
no hace pie. Pasados quince años, aquí me tenéis arrancando el año con la
decidida intención de remediar semejante injusticia y…
Para que os voy engañar. También ese vacío que te
queda como un resquemor. Igual que cuando te ofrecen ese último pincho de
tortilla, y dices – Ay, no, gracias; pensando en la operación bikini. Y te
pegas todo el día con un hueco en el estómago y un hambre, del cual los rugidos
del intestino hacen eco gutural lo mismo que el cantante de Sepultura.
Pasada revista de este recomendable álbum; que
menos. Ya os pondré al corriente de qué ha sido de este señor, y la magia
intrínseca del rescate, descubrimiento, y perplejidad al ver lo que hace el
caballero bajo un seudónimo desde hace siete años.
Bastaría con pulsar el play de “Let Me Fall”; primer
simulacro de éxito allá por el 2009. Y digo simulacro, porque es curiosísimo
ver cómo ha evolucionado el impacto y repercusión de las canciones desde aquel
año. Cuando la plataforma de Spotify aún estaba en pañales y ahora que
prácticamente son los que modulan de manera dictatorial lo que se escucha y lo
que queda relegado a la inexistencia más absoluta.
Así que el paradigma de la música a día de hoy, es
que si procreaste musicalmente hablando, antes de Youtube 2005 y Spotify
2008. O en esa franja de tiempo posterior, hasta su popularización o la
hegemonía del móvil. Y además no tuviste la suerte de estar arropado por una
multinacional o un sello alternativo puntero. Se puede afirmar sin titubeos,
que estas a la deriva en una especie de galaxia infinita donde solo los
usuarios y melómanos más curtidos en el arte de la investigación curiosa te van
a encontrar.
Todo esto podría ser una clase de desgracia según se
mire. Pero para mí, es una oportunidad para estimular el sentido más primario
del ser humano: LA CURIOSIDAD.
This is Then, That was Now; igual que la
novela de S.E Hilton (The Outsiders). Es por así decirlo, como aquel bien
elemental al que el tan mal entendido “progreso” desechó igual que la chatarra
espacial.
Parte de la magia de la obra, está en su sonido
reverberado extraído de las sesiones de una toma y a pelo. Y “Battle
Wings” indica las primeras pistas sobre el destino de Joe y su forma de
encajar el Alt Country heredado de su padre y sus inicios punk. Y sobre esa
premisa de transformar el tan temido country, en un nexo capaz de bascular
entre el pasado y el presente; igual que pasa en la coral “Let Me Now”.
Es comprensible que en un contexto actual de
moderneo alternativo, cualquier cosa que miente la estereotipada etiqueta “Country”, acabe siendo algo que se asocie
a connotaciones negativas; cagada.
“Down The Rad” es el ejemplo más
plausible, y sin embargo la primera maravilla de este disco de poco másmenos media hora que se escucha del tirón.
“Back to The Old” asalta esa parte
que nos puede conectar a The Smithereens, Diesel Park West y a un sonido menos
americano, para acabar enlazando con las tres genialidades de este disco: “Party
Time”, “Let Me Fall” y “Another Sunny Day”.
Importándonos así un bledo, a todo lo que nos pueda
recordar e incluso esa serie de indicaciones idiotas de los que escribimos,
para llamar la atención.
Trece canciones de apenas 2/3 minutos que concentran
esencia, júbilo e inmediatez; como la verdadera chispa de la música.
Ramalazos de blues en “For Gold”,melancólicas baladas como “On
& On & On” o “Don’t Worry Baby”, la gloriosa “Twenty
Four Seven Scream” como una paisajística road movie, hasta el cierre de
“Long
Gone” en una suerte de réquiem.
El auténtico mérito de este disco perdido, está sin
duda en la ni tan siquiera obligación de ceñirse a guion alguno. Si no en la
magia de juntarse cinco músicos para dar vida a un puñado de estupendas
canciones.
Un hecho que dicho sea de paso, escasea últimamente
en un panorama musical donde todo parece estar fabulosamente empaquetado y
etiquetado.
Otra de las grandes fortunas y premios que tiene
rescatar música olvidada. Es descubrir al bueno de Joe Syverson operando bajo
el seudónimo de JOSEPH GIANT, con dos fabulosos discos y uno futuro para el
presente 2024 sin desperdicio alguno:
El Lp homónimo “I Don’t Feel” grabado en 2011 y
publicado el 2020, con una paleta de Alt Country vigoroso y despreocupado para
mentes lúcidas y oídos muy muy abiertos.
Y un bestial “Break It Together” del 2015,
sacándole punta al Country Rock de vuelo sin motor. Que es un torbellino medicinal
y rupturista inspirado en la pérdida del hogar de él y su familia, grabado
junto a John Faryar, Jonas Haskins y Mike Bayer; compañeros de batallas en su
Seattle natal.
Para este año en curso esperamos como refrescante
agua de Mayo su próximo disco del que hemos podido escuchar un par de
canciones. Y como viene siendo habitual, será autofinanciado y por
crowdfunding, como obliga el caminar descalzo..
No sé si os ha pasado alguna vez a vosotros eso
de…Querer daros a la fuga cuanto más compostura y compromiso exigela situación con un: “iros un poquito todos a la mierda”; o sin él, que también es válido.
Pero no eso de daros a la fuga y salir por patas y
dejar a la novia en el altar con un -“Sí
quier…”. O al jefe de obra el día ese en el que toda la empresa espera el
hito cumbre de tu carrera laboral con toda la plana mayor esperando a: -Dale al botón Pepe!! -Pepe!! -¿Pepe? (que quien dice Pepe, dice Matilde, vamos). Y nunca jamás se
supo de Pepe. Y de Matilde tampoco.
Yo a lo que me refería es a las obligaciones como
tales y mundanas ellas: Ir cada día a trabajar, o como yo ahora que debo ir a
rehabilitación para que el artículo 174.1 o 175 de la LGSS no me dé un pescozón,
o me diga eso de ¿pinchazo o pellizco?; por poner dos ejemplos.
Darse a la fuga en el sentido más literal de la
palabra.
Coger el coche camino del trabajo o de cualquier
otra ineludible cita. Y no parar hasta que se encienda la luz de reserva o nos
achuche el hambre.
Seguramente os preguntaréis ¿qué narices tiene esto
que ver con este cuarteto de Tucson, Arizona?
Bueno, abandonar y darle un puntapié cualquiera de
esos compromisos por nimios que parezcan:
Desde aquello que todo el mundo espera o precisa de
nosotros. Hasta los impuestos por la tiranía de la maquinaria, y los
autoinflingidos para ser aceptados por el paradigma.
Todos ellos, innumerables, normalizados, moralmente
venerados, mitificados, respetables, admirados, ejemplarizantes, penitentes. Y
si se quiere… cronificados para no ser señalados en la rueda de reconocimiento.
Todo mentira.
CLASS son para mí la más viva recreación en forma de
punk sin cortar ni adulterar, de ese malestar. O como poco, la hipérbole del “que hartita me tenéis”. Y en cualquiera
de esos casos o cualquiera que se os tercie añadir, sin prescripción médica ni
consejo de madre que se precie.
Las doce cancioncillas que nos ocupan -eso sí- el
remedio infalible para la fatiga o el desaliento, como una crioterapia
emocional.
Porque por mucho que la cresta de Beckham
desvirtuara la desafiante estética punk. O se manosee el término punky para
cualquier soplapollez. Hay -por suerte- pequeñas esencias como en micro
micología. Que relucen sobre tanto recauchutado y sucedáneo; hete aquí un
ejemplo.
A. Puig, E. Meyer, R. Chavira, J. Colby, más
la ayuda de Matt Rendon como teclista
improvisado e ingeniero de sonido capacitado. Han parido un segundo disco largo,
donde se sintetiza con pasmosa agilidad lo mejor de cada casa:
New York Dolls, The Saints, The Dictators, The Clean,
The Nerves….(podéis completar a vuestro antojo) Todo cosa buena y esencial.
Y diréis… Va, ¿en serio?
Para entendernos:
Llegados a este punto donde todo o casi todo se ha
desnaturalizado hasta el nivel más pusilánime criaturas mías, la única
salvación es esta, “Cowards Disarsters”.
Veréis, que desde los primeros acordes y riffs
vuestras caderas empiezan a contonearse como las muchachas del Rumba Bar. Que
los acordes de aquel “She goes She goes” de The Clean, siguen funcionando con
la misma eficiencia 40 años después. Y que la relación causa/efecto de las
canciones, son la única mierda de quimera importante en la vida.
A partir de ahí, vuelves al principio, a la chispa,
a lo básico e infalible.
Pese a que “Public Void” quizás no sea el
arranque con más gancho. “Behind the Ball” da para despeinarse
y desmelenarse soltando lastre carretera y manta.
IF YOU’VE GOT
NOTHING
es de esos milagrosos artefactos venidos al ahora con la firme intención de
agitar a quemarropa.
Sin ínfulas emperifolladas, ni hipérboles retóricas.
Es, la síntesis plena de la llave inglesa y el destornillador como herramientas
musicales genéricas. El Rock&roll de Johnn Smith, pitillos y camiseta raída
sin el tufo a Prada de ahora. Atiendan sinó a “Between the Lines” o “Two-Way
Track” con esa urgencia juvenil agujereada. O alunizajes de salir a
quemarlo todo (tan necesarios ahora) con “Burning Cash” y “Just
Another Number”, de tachuelas y chupa; jodidos trallazos de puro punk
oigan.
Aunque realmente, la pura genialidad del disco que
nos traemos entre manos. No es ni mucho menos la fútil buena nueva de escuchar
Punk en pleno 2023; no por dios.
No siseñores
y siseñoras. La gracia de la cosa, es
la alusión a esas bandas malditas que fundieron el punk y el rock&roll, con
una efervescencia natural que a día de hoy las hace no solo refrescantes y
vigentes, sino parte importantísima del indierock actual. Y verdadera
influencia de tapado en otras tantas bandas que confunden el postpunk moderno
con la sopa de ajo deconstruida.
Algo tan sencillo como echar a correr “Inspect
the Receipt” y saltar como un resorte. Es amigos míos, la infalibilidad
personificada y el agua de la cocción de la pasta con su almidón, que liga y
ensalza toda salsa por común que parezca; una de mis prefes del disco sin duda.
Pero es que después viene “Oh! Nerve”, y es el
perejil picadito que te hace salivar y agudiza la vista.
¿Qué quieres parmesano
para que el músculo guitarrero no decrezca? “As If It’d Even the Score”
remata este homenaje musical instantáneo a Dwight Twilley Band de Shakin’ in the
Brown Grass. Junto a un puñado de temazos que como un sube y baja endiablado,
congrega el mejor punkrock, pubrock, powerpop y cualquier cosa que te remita a
lo esencial del rock alternativo de los bajos fondos. El bueno, el inmediato.
No
es casualidad que el verde sea mi color preferido con diferencia:
Me
asomo a mi ventana, y los verdes luminosos bajo los rayos del sol primaveral,
invitan a recoger y guardar esas semillitas que la pasada playlist nos
trajo como vientos de abril. Esperando que echen raíces en nuestro interior de
manera espontánea los próximos años.
Variedades
raras y familiares a la vez, que brotan en los márgenes. Y que vienen de un universo
sacudido de pasados amasando estiércol; ahora devorados por las petroquímicas
en Austin/Texas.
Y
donde la banda de Tyler Jordan, solo ha necesitado siete pedazos musicados.
Para que la melancolía acuda salvadora como arma arrojadiza, contra el devenir
de nuestro planeta y sus malhechores.
Allí,
Jake Arnes teje con el tremolo bigsby de su Gibson un manto de armónicos y
volutas, como si de una hibridación de Felt y Drive-by Truckers ocasional se
tratase; con Robert Cherry y Phillip Dune marcando el paso rítmico.
BLUMMER
YEAR es un observatorio doméstico y extremadamente cotidiano. Donde los textos
de Tyler Jordan intentan buscar respuesta a la debacle social de las
polarizaciones, con una militancia melómana maravillosamente cercana:
Siete
canciones tan sólo, para dejar una fuerte impronta. De esas que te hacen llegar
al mes de Abril, ondeando la bandera de los 52 con fuerza y vigor.
Pero
mucho antes de que todo despegase el día que “Vision Boards”
sacudió el tapizado de mi coche, en un caluroso viernes de primavera.
Tuvimos
que esperar pacientemente la publicación de la colección. Y arrancar el paseo,
como se ha de hacer: Con temple, soltura y predisposición al amor.
“Almost
Automatic” no empequeñece la inmediatez de su adelanto; es cierto. Pero
si que lo convierte en algo tibiamente anecdótico. Porque esa cotidiana
historia de amor/encuentro/dilema/lugar; engarzando con la preciosa “Balmoreha”.
Es lo que hace de este puñado de canciones, algo realmente grande por su alto grado
de sinceridad y naturalidad.
Hasta
llegar a “Bummer Year”, claro.
Ahí
Taylor Jordan aparta de un plumazo toda sensiblería y nostalgia, y arremete sin
pudor sobre el Trumpismo tejano, en clave de reprimenda: Todos mis
amigos de secundaria, todos compraron motocicletas. Se apuntaron a un club de
bicicletas, en apoyo a Donald Trump.
No
creo que sean malvados, incluso cuando son horribles.
Porque
son el tipo de personas que te gustaría tener contigo en una pelea de bar.
Puntillitas
que te recorren como un calambre los brazos, buscando asir un mástil y
chasquido de cuerdas.
Esas
canciones que se devoran en un banco, igual que una bolsa de pipas francaris: “First Crossing”, “21”,
“Walker
Lake”… Es fácil hablar de ellas, son siete. Ni hace falta recurrir al
índice de personajes, ni mentar a fulano para que te las recuerde. De la misma
manera que el mismísmo 12; día de la capitulación primaveral. Me han cambiado
los verdes por el dorado, y los vientos de abril por la calima manchega de 41
grados a la sombra.
Lo
que no ha cambiado desde luego, en este mes de fermentación y crianza del
texto.
Es
el resorte musical, y la compañía de baile líquida para tan festejada secuencia
armoniosa de distintos sonidos en ordenada (o no) combinación: Música vamos!!
Música
que retumba abovedada dentro de una copa, a la que dándole vueltas y vueltas
hasta enloquecer. Ahora, en este preciso instante y tras subir a las 20:30 hora
zulú de buscar el pendrive de la furgoneta. Donde conviven música y textos
viajeros con 12% de humedad relativa y 37 grados de una tarde nublada.
Creo.
Que
tengo ya decidido el vino de compañía con el que hacer un trío bajo la esquiva
luna llena caramelo, y salvador aire acondicionado.
Bajaré
un poquito más si es menester, hasta llegar a la sierra cordobesa; para eso de
contrastar calores infernales.
Pero
también para salvarme en el recuerdo de una rareza (como el que suscribe). De
Pedro Ximenez indómito y salvaje con cicatrices de clones antiguos.
Entre
el Guadalquivir y las montañas subbéticas (Montilla), José Miguel Márquez y su
hermano, llevan 25 años auscultando tierra y paisaje. Para recuperar la memoria
perdida de los vinos de antaño.
Matapalos
es un Pedro Ximenez de viñas jóvenes de 15 años, injertadas de clones antiguos
de esta uva; usada tradicionalmente para vinos dulces y fortificados.
Lo
cual y extrañamente comparado con las viñas actuales de Pedro Ximenez.
Conservan al final de la fermentación una parte considerable del azúcar
residual (+- 10g/L) y lo convierten en un híbrido entre: Vino dulce/seco, con
atributos aromáticos tan complejos como francos.
Un
blanco sabroso que de ninguna manera hace de su dulzor algo voluptuoso y
condicionante. Perfumes de retama, flor blanca y fruta de hueso (melocotón,
ciruelas claudias). Alto grado de volátil con restos de resinas y balsámicos
que se recuestan sobre ese toque de dulzor delicado. Y un final con demoledora
acidez para resetearte la expresión de: Ein!?
Y
volver a beber para deshacer el criptograma.
El
hecho de que no haya rastro de los prejuicios que guardas en la memoria sobre
los vinos dulces de Pedro Ximenez, es uno de esos puntos fuertes que hace que
sea un vino donde se muestra a la Pedro Ximenez como la uva que es y sus
posibilidades. No en lo que la hemos convertido (mismo caso que la moscatel).
Admito
que eso desconcierta, porque no sabrías definir si es un vino dulce, o un
blanco generoso de corazón graaaande.
Y
yo…
Yo
creo que es un vino que captura paisaje y sensaciones de puro campo.
Entre
su nariz y su final:
Sol
en boca, matojos de hierba de monte, licor de resina, flores y fruta jugosa
reconstituyente en un día de canícula mortífera.
Me
recuerda, me acerca, me sugiere… Las mismas sensaciones del Grans-Fasian Apotheke
Auslese 98 que me dejó grogui aquel noviembre del 2004.
Amor
puro de uvas licuadas siendo elixir, pero sin querer pretenderlo. Igual que el
glamour de la ordeñadora y el encanto protocolario del pastor(sic*).
Todo
olores y sabores de verdad, de los que ya ni extrañamos por la pérdida de
nuestra esencia primigenia. Y que siempre hay que acoger como tu cerebro
estragado tras días de ayuno.
Mi hijo de 20 dice: - Es un vino para emborracharte; y eso que él no lo ha hecho jamás.
Hay que fomentar la autopedagogía y estimular la ajena. Para volverte niño hueco y permeable, a ser
posible, y por siempre.