Hay
vida después del tacatá? Existe el bute, el tío del palo o el del saco? ¿Te lo
encontraste acaso tú, mientras corrías como alma que lleva el diablo en aquel
engendro de ruedines y tela haraposa por los largos pasillos del cortijo donde
trabajaba el Papo? A que no
La
vida ya está demasiado hecha de raíles, como para que no amemos un corto_circuito,
más que te rasquen la espalda a la altura del cogote. Y de ahí, para abajo.
Los
miedos no son tales, pues casi siempre se deben a lo desconocido más que a algo
reconocible. Y en el campo de los vinos; igual que pasa con muchas otras cosas.
Nuestros temores o rechazos, están más estrechamente ligados a la esclavitud
que debemos a las imposiciones de nuestra cultura y costumbres, que a lo
estrictamente razonable o debatible.
Hay
que cuestionarlo todo, incluso a nosotros mismos. Si lo que queremos es
arriesgarnos a desmitificar y a avanzar.
En
cuestiones puramente de gustos, es tanto la comodidad y la pereza, como
prejuicio como único grillete.
Y
si bien es cierto que lo fácil es echarles la culpa a las modas; y yo soy el
primero en detestarlas. Hay ocasiones que hay que saber diferenciar entre los
avispaos que se apuntan a una moda, y los atrevidos a abrir rutas nuevas sin
pretender otorgarse la exclusiva, sino a estimular la creatividad.
Ahora
mismo hay una cantidad de frentes abiertos en el mundo del vino, en la
elaboración y el cultivo.
Y
eso por si mismo, es una oportunidad impagable teniendo en cuenta la evolución
del vino en España desde hace 20 años o así.
Desde
la aparición de la tan odiada y manipulada etiqueta “ecológica”, las
inmovilistas y politizadas D.O’s, y finalmente la aparición por sorpresa de los
al principio mal llamados “vinos naturales”. Que en el fondo deberíamos llamar:
Vinos con mínima intervención, independientes… porque… Lo de biodinámicos creo
que se queda corto, cuando las etiquetas (como casi siempre pasa), lo único que
hacen es acotar sin dejar libertad a lo indefinible, cuando de lo que se trata
en realidad, es de simple LIBERTAD CREATIVA.
Dicho
esto. Tampoco voy a explicar con todo lujo de detalles, lo que aquí me trae:
GILLES TROULLIER. Y si acaso, lo que me condujo desde el Vallés Occidental al barri de Sant Gervasi, persiguiendo los cantos de sirena de Vinus & Brindis. Y su agitadora percepción y transmisión emocional del vino totalmente desprejuiciada, donde bebí, reí, disfruté y probé esta maravilla de Garnacha.
Un
tipo que comenzó a trabajar en Cotes du Rhone en Chapoutier hace unos años,
hasta que decidió buscar sus orígenes y volver al Latour de Rosellón en 2002;
todo así muy road movie ¿os imagináis?
Así,
muy bien, no abráis los ojos.
Buscando
la altura de los promontorios y siempre sin perder el carácter mediterráneo de
esta zona, donde la revolución silenciosa de los viticultores independientes es
ya un secreto a voces. Elabora sus vinos en pequeñas cubas y propias
instalaciones con Syrah principalmente, Garnacha negra y gris, un poco de
Cariñena y Lledoner Pelut (Garnacha peluda de origen catalán).
En
esta ocasión no hablamos de un vino propio sino de una colaboración con Zulu
Wine: Proyecto de comercialización y elaboración desde el paraguas alternativo,
de vinos con poca intervención y MUCHA personalidad. Emprendido por el
malogrado Cristophe Albero (frontman de Lazy Sundays) en 2015, y continuado por
su pareja Jessica junto a Laurent tras su fallecimiento por accidente de
tráfico en 2016.
Así
pues, BATTO, es una garnacha elaborada mano a mano de manera particular en
aquel 2015 por ambos. Y que ahora, con cinco años de botella, está en un punto
de consumo alucinantemente óptimo.
Una
rareza si así la preferís denominar. Donde dos cracks irreverentes y ajenos por
así decirlo, a las leyes más generalistas del mundo del vino francés tan
acotado por normas, tipificaciones y control. Nos dispone a otro universo paralelo
y mucho más “punky”, donde la búsqueda de la autenticidad y la explosión
sensorial de los paisajes y terruños, son mucho más importantes que el pedigrí
de monóculo.
Basta
con ver los etiquetados de Gilles Troullier emulando a John Godman en aquella escena
en los bolos de El Gran Lebowsky pistola en mano. Para hacerse una idea lo que
le motiva a este caballero que, pese a su incontestable atrevimiento, elabora
con una precisión de extremos cirujanos para luego regalarnos un ying/yang de
explosiones frutales, y profundas densidades finas a la vez que subterráneas.
Sus
vinos no dejan indiferente, amigos; lo puedo asegurar.
En
Estagel, que es donde ahora está asentado elaborando sus vinos: Una bodega de
apenas 40 metros cuadrados y estilo garaje de altos techos. Vinifica por
parcelas y de ahí el pequeño formato de sus barricas, utilizando puntualmente
el hormigón y el inoxidable para combinarlo con las fermentaciones y crianzas
con levaduras indígenas y 1gr de sulfuroso si se da el caso; pero casi siempre
con los sulfitos propios de la uva. Utiliza barricas de segunda mano compradas
a François Frerès y en Stockinger, pero lo más pintoresco es su devoción por
los artesanos italianos de Mittelberger: Auténticos magos de la microtonelería
y la tonelería a medida proveída de Los Vosgos Franco germánicos, y secada por
ellos mismos desde 1960.
Así
pues, lo primero que nos encontramos al enfrentarnos a este BATTO chiroptero
de color rosa marchita es: Una glotonería apabullante de frutillos rojos
compotados (grosellas, arañones, fresones de Palamós, frambuesas), sobre un
fondo floral de violetas, rosas secas y jazmín.
Su
entrada en boca es ligera, pero… Ojo!! No es el típico vino con mucha carga de
fruta y poca intervención que se bebe como una tisana, no.
La
finura y delicadeza que acompaña a su beber es engañosa. Pues Gilles a su vez,
también busca en la extracción precisa, toda esa parte de terroir y paisaje que
contrasta fruta y finura, con una magnífica profundidad y la reducción propia
de las barricas de pequeño formato.
Y
en su ecléctico paso por boca se balancea entre el bosque húmedo de bayas,
shitake, o trompetas de la muerte que lo dotan de complejidad. Y un curioso
fondo de hiervas de montaña como: tomillo, espino blanco, eucalipto, que le
proporcionan frescor balsámico. Su final es de una acidez eléctrica, y su largo
postgusto retronasal nos vuelve a recordar esa primera impresión de flores
secas; esta vez mezclada con los recuerdos de la madera húmeda y descompuesta, bayas,
setas, y cierto exotismo tribal.
Un
vino que se comporta como un tobogán de evocadores contrastes. Haciendo que la
temida complejidad, acabe siendo un mecanismo que activa y conecta entre si los
sentidos por puro estímulo nativo. Y se adapte con soltura y armonía a cualquier
plato o comida.
Un
glorioso disfrute de agitadores extremos encontrados, que se bebe fácil, pero
que también invita a la reflexión. Y que fácilmente se puede resumir tal y como
escribía Manolo García en Mayo del 86:
“lejos
de las leyes de los hombres, donde se diluye el horizonte”; extrapolando la
filosofía de los nuevos jóvenes vignerons a una reveladora y esencial
tonadilla.
Se
me perdió en el forro roto de mi viejo abrigo, uno de mis discos más esperados
y necesitado. Y es en caliente y con apenas dos escuchas atentas y el posterior
bucle. Cuando la necesidad de huir, mejor captura las reacciones que te produce
la música:
Los
evocadores recuerdos, la melancolía, y la sensación de sentir la amplitud del
horizonte, como único antídoto.
The Asteroid
No4 lo consiguen, o se acercan bastante a lo que para mí es: Un disco emocionalmente
idóneo; sin acabar de averiguar si es mi carencia, o el corazón el que decide.
Si
el encarcelamiento fue el que te sustrajo ese don de abrazar, constreñir con la
fuerza de un neonato a su mamá y sentir la calidez del contacto humano.
Que
no sea esa desdicha la que te prive de buscar intencionadamente el apego al
pasado.
Como
una quimera fraternal en la que tus viejos amigos se vuelven a encontrar en
aquel Pub del casco viejo. Tus difuntos resucitan para avalarte y explicarte
aquella duda que te quedó por preguntar. O esa novia que conociste en aquel
chiringuito de playa, con la luna reflejada y difuminada en el vaivén de las
olas.
De
la que no volviste a saber y te gustaría reencontrar 20 años después. Que viene
a susurrarte al oído, cómo eran esos vértigos escalofriantes que te recorrían
la columna. Y que ya ni recuerdas
¿verdad?
La
sensación es así: querer y no tener, para desear.
La
explosión de querer, no es otra que la del tiempo que se te escapa. Y la
añoranza.
Sí
señor!! Eso mismo.
Cuando
de repente te nace de dentro, esa necesidad de escuchar melodías que dibujan
tiempos mejores, tiempos pasados. Discos como los de estos Filadelfianos
afincados en San Francisco con 10 Lp’s a sus espaldas y con casi un cuarto de
siglo andorrenado. Son prácticamente la fórmula perfecta para levar anclas y echarse
a la mar.
NORTHERN
SOULS es otra prueba más de la regularidad de estas bandas como especímenes
históricos híbridos. Difícilmente ubicables en las tendencias que auparon los
estilos: de modas, sus camadas numerosas, y trascendencia en posteriores
décadas.
Ahí
estaban: Jazz Butcher, The Clean, The Church, Lloyd Cole y otras tantas que
evitaron deliberadamente unirse a las modas imperantes. Y siempre quedaron ahí:
en una especie de limbo estilístico que solo los más inconformistas valoraban.
No
por calidad y recorrido. Sino porque como ya deberíamos saber: La industria
musical, el mercantilismo y la rentabilidad. Nunca han sido muy amigos de los
antihéroes de complicada promoción ¿para qué están sino las modas si no es para
rentabilizar movidas?
Si
Scott Vitt, Eric Harms,Adam Weaver y Matty Rhodes nacieron
en 1998 como un evidente homenaje a los Spacemen 3. Su trayectoria, evolución e
inquietudes los ha llevado por los caminos diversos del Krautrock pinkfloyesco,
el folkrock, Shoegaze, e incluso el Countryrock; eso sí, siempre perfumado con
la esencia psicodélica que a veces todo lo difumina.
Dos
años y pico después del notable COLLIDE (13 O’Clock Records). La incorporación
del multinstrumentista y Californiano Nick Castro, ha dotado de una inagotable
frescura los diez cortes que forman este magnífico nuevo disco.
Una
revisión en clave de Shoegaze espacial y Pop hiperluminoso, que recoge la mayoría su
vaivenes estilísticos. Pero con un marcado carácter guitarrero lleno de
texturas y capas, y un ritmo imparable que no decae ni una sola vez.
Un
disco, en definitiva, que se escucha como un tiro. Y que paradójicamente y por
mucho que nos evoque. Suena necesario y extinto en estos últimos tiempos por
más raro que parezca.
Lo
de Asteroid N4 es algo parecido a lo que le pasa a la banda de John Andrew
Fredrick, THE BLACK WATCH: Llevan 32 años cocinando discos de altos vuelos a
base de un talento infalible para las armonías. Y sin embargo y pese a publicar
de manera prolífica, no los conoce ni el Tato. ¡¡Que injusta es la vida joder!!
Esta
vez no tienes excusa que te salve para fenecer ante semejante colección de
temazos.
“All
Mixed Up” surfea sobre un hammond que le da esa
impronta sesentera de yeyismo bailongo y familiar; nada británico aprovecho a
remarcar. Pero lo mejor viene después con “Hand Grenade”, donde
se quedan en pelotas picadas y no esconden su querencia hacia los Spacemen 3 o
si es el caso de tu juventud, por unos Spiritualized/The Warlocks en “No
One Weeps”, vestidos de Blues oscuro y reptante.
Estratégicamente
engarzada entre éstas, hay una de esas joyas magistrales que enaltece la
sabiduría de los de Ian McCulloch y Steve Kilbey.
“Paint
in Green” vuelve a intentarlo donde Toy fallaron con
su disco de debut, o Ride perdieron el hilo. Y llevan la nebulosa del Dreampop
preciosista acicalado con Shoegaze y atmósferas oscurillas. Al terreno donde la
canción por si sola se viste de inmortalidad, como tantas que constantemente
ofrendamos pasen los años que pasen.
En
“I Don’t Care” lo vuelven a hacer subrayando el tino de estos
tipos con las armonías, y hasta lo mejoran con falsetes o coros desde donde se
divisa con claridad la inmensidad del Mar.
Northern
Songs suena a viaje desde el primer momento. Es diáfano y de espacios abiertos.
“Juniper” bebe de los mejores House of Love, recuperando ese tono
susurrante con guitarras afiladas y atmósferas plenas.
Donde
los primeros acordes de “Northern Song” ponen rumbo a las
antípodas (The Bats, The Church…); una delicia de canción que inequívocamente
reivindica aquella psicodelia edulcorada y soleada los 60’s. Convirtiendo la
segunda parte del disco en una diablura de disfrute:
“Stardust”
pellizca a lo Teenage Fanclub. Y aunque la parte final se adentre en los
terrenos densos y excelsos de reverberaciones con “Swiss Mountain Myth”
y “The After Glow”. No penaliza en absoluto el global de la obra,
si os va el rollo de Ride, Slowdive, Chapterhouse, Sapacemen 3, o The Rain
Parade.
Sin
dejar por supuesto, de mirar con el rabillo del ojo a los orígenes a The Byrds,
The Youngbloods, Moby Grape, o incluso los Love.