Las calles
se arrugan a su paso saltando las losas como en un juego de dominó.
Su belleza y esbeltez no son evidentes ni desmesuradas, y puede ser
su mirada o el brillo de sus pupilas; indefinido. El encanto que
deslumbra y a la vez narcotiza.
Tú sabes
que es amor a primera vista. Y pese a que llevas toda la vida
discutiendo y negando la existencia del mismo, asumes tu derrota y el
desarme. Ella sin embargo sigue avanzando distraída en su caracola
espiral; la melodía. Esa que un día te robó el alma y día sí día
también te asalta de repente y sin avisar.
Es
fantástico ver que en esto del amor por las canciones no hay un
ideal de belleza. Sino otra puerta más que se abre de aire fresco
que corre a ras de suelo envolviendo las estancias. La que ventila
los ambientes cargados de toxinas.
Publicaron
hace tres años su debut, Weird Little Birthday/Weird
Smiling; auto editado se entiende.
Sin más
gloria que pena, apenas llamaron la atención en algunos medios
especializados por esas pequeñas microconexiones con el Lo fi
despeinado de Pavement; si acaso Yo La Tengo y lo típico...
Tuvo que
pasar otro año hasta que el sello de su propia ciudad Moshi Moshi
Records los fichara y volvieran publicar su extenso disco de debut;
esta vez con cuatro nuevos temas. Allí yacía “Montreal Rock
Band Somewhere”: Un clarividente punto de inflexión que
sumaría a su magnífico estreno, el revelador designio que han
tomado sus nuevas composiciones en Write In.
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Llegaron
casi que así: regando las calles de fresca, y enchufando los
naranjos en flor con los cerezos al tapiz primaveral. Y no se si es
porque el pluviómetro se ha disparado este 2017. Pero llegamos a la
primavera explosiva con unos campos frondosos de canciones, y
fértiles como pocos.
Nos llamó
la atención de primeras, sus temas más revoltosos y desarmados.
Aquellos que nos recordaban ligeramente a Steve Malkmus y su brigada
de asfaltado: “Naked Patients”, “Anything I
Do is All Right”” o “Refrigerate Her”.
Pero todos sabíamos tras indagar en su espléndido debut de belleza
tan extraña como la de un Tapir, que lo que los hacía distintos al
resto no era eso precisamente. Sino ese raro talento por detener las
agujas y ver que los acordes de sus canciones más contemplativas,
saltaban de flor en flor cual invertebrado. Y que cada nota formaba
un entramado tal como una encaballada sostiene una enorme cubierta
parasol.
Es una
teoría, pues una cosa es lo que buscamos, y otra bien distinta la
que encontramos.
Yo me quedo
con lo segundo, en todo o en casi todo en la vida. Con la música
especialmente me pasa que ya he dejado de buscar, y sólo me quedo
inmóvil a que me asalten. Me roban el corazón, es cierto. Pero en
esa sensación rara de vaciarte para llenarte, es cuando de verdad
todo tiene algo de sentido.
Cuando
irrumpe por ejemplo “Falling Down” como un carrusel
desvencijado. Es el sentir que el engranaje vuelve a ponerse de
nuevo en marcha: Una vida haciendo versiones y mal tocando con la
fórmula intacta del trío, hasta que han sabido construir como si no
quiere la cosa su pequeño universo. Hasta que los socios han hecho
que las cuerdas se doblen y que irrumpan los pianos con sus nebulosas
sónicas. Para que con dos discos ya hayan conseguido lo que a otros
les ha costado el drama de la separación.
Y si aquel
primer disco que llamó la atención a base de insistir, era como un
tren de largo recorrido: Donde es más importante el destino y el
paisaje del camino, que las estaciones donde tiene parada. El nuevo,
es como un apéndice del anterior más que un nuevo álbum por así
decirlo.
Un sesteo en
la copa del árbol más grande del mundo, como cazado entre los
caracoles del pelo afro de Julius Erving y oteando las caprichosas
formas de la costa; así es como se escucha la nueva delicia de los
Londineses. Esas sensaciones de mullido y contemplación, lo mismo
que si estuvieras en pleno bajón de tensión pero premeditado, y
bajando los escalones de dos en dos.
Y aunque
entienda un empeño más que evidente por quererlos ubicar en un
tiempo pasado concreto. Yo, me conformo con lo virtual de sus
evocaciones: blandosas, cremosas y doradas como la piel tostada al
sol o el alma tiznada de urbe.
Que la luz
no solo vive de sol infrarojo.
Tic tac, es
ese piano que Elton Johnn nos podría tocar armónico y tramoyista.
Como quien decora la entrada con los placeres dados de “The
Reel Start Again (Man as Ostrich)”, y nos preparase para el
despegue... De “ Anytime” back to the USSR, en
vuelo raso de shoegaze rasurado y hasta diría que adecentado;
precioso por así decirlo.
Por un lado
tiene ese deje de Pop Barroco tan y tan británico. Y por otro un
asomarse a u precipicio y señalar el otro extremo del Océano.
Quizás porque tanto Beatles, ELO o Beach Boys mamaron de las mismas
ubres psychovictorianas; basta con acercar el monóculo a “Through
Windows” para derretirse. Y confirmar que la primavera
masiva que invade mi ciudad estos días, no es la misma que fue y que
hizo de la intimidad y rareza, un estigma a defender.
“Uptrend/Style
Raids” si es cierto que rescata esas maneras, deje o hasta
bucle a la hora de coger lindes sin quitamiedos. Emulan a Pavement?
Ellos sacaron petroleo de una actitud; hasta cierto punto nihilista.
Pero allí había mucha sustancia del pasado, solo que con una
personalidad arrolladora. Happyness tienen eso: carisma y mano
izquierda.
Lo fácil,
ahora que las tragaderas musicales prefieren los potitos bledine
azucarados y de composición nutricional equilibrada. Hubiese sido
rempanchingarse y dar garrafón.
Pero lo
cierto es que canciones como “Victor Lazzaro's Heart”
nos obligan a rebobinar y a encontrarnos con la magnificencia tímida
de Georges Harrison y otros tantos, que hicieron de la discreción
una virtud entre tanta desmesura. Esa manera de explorar en la
musicalidad desde el trastero y el flojeo de piernas: “Anna,
Lisa calls” es cierto que va camino de reivindicar los 90's
como una filosofía, sin saber si es por méritos propios. O porque
el cambio de milenio nos sorbió el sentido de la contradicción.
El caso es
que abreviando el empeño reinante de confundir la novedad con el
talento. Que bandas como Happyness vengan a rellenar el vacío de
“variedad”, me parece fantástico. Ya no solo por gusto personal;
que igual a estas alturas ya se vicia. Sino porque es necesario
renovarse y luchar contra la odiosa inercia de lo prefabricado.
WRITE IN
tiene vida propia. Esa que te va ganando poquito a poco y que hace
que nimiedades de la talla de “The C is a B a G”
leviten por naturalidad y sencillez. Y que sea hasta la bocina final;
como los partidos fratricidas de basket. Que no se decida la victoria
final, la rendición y el postramiento cuando “Tunel Vision
on your Part” es la que pone el punto final.
Una de esas
canciones con las que te das cuenta que la melodía es tan idónea,
que podría así, eternizarse de por vida. Esa cosa que solo Lou Reed & Co. , los Hnos Kadane, Luna, y un puñado de privilegiados más
pueden ostentar: LA MELODÍA ETERNA. Y que incluso son capaces de
absorber igual que un agujero negro los recuerdos, con imágenes.
La mía, una
ascensión hacia Gratallops, minimizado entre columnas graníticas
imponentes e indefensión ante lo verdaderamente grande: LA
NATURALEZA.