Fue este
pasado domingo en un coqueto auditorio del atrincherado barrio
Gracia, en el marco del MiniFestival Ronda, organizado por la
incombustible Heliogàbal: (Fajardo, Melange, Matagalls). Y como
colofón, nuestro Personal Jesus patrón de las causas
encontradas; Cass McCombs.
A este paso,
y vista la condición de semi adoración que le debemos por estos
lares a fuerza de retranque, pa que sufrir; que todo quede en
familia. Que me está mal decirlo, pero en vista del efecto Vicente
de la muchachada (pero a donde coño va la gente?!), hay cosas que
mejor disfrutarlas en deliciosa minoría. Una pena según se mire.
Pero mejor cuando las causas por perdidas que parezcan, se comparten
con tan extraordinario placer y sabor de boca.
Empaquetamos
arriba en las golfas un jugoso 2016 plagado de conciertos. De esos
que sacan lustre a las adversidades, al montón de festivales
ansiosos de abarcar más que apretar, y a un panorama cultural
infectado de impuestos con pernada incluida.
Contra eso:
imaginación, supervivencia e inventiva. Y de eso, el colectivo
Heliogábal tiene armarios repletos de manuales sin letra; ya sabéis
que nos hemos hecho eco infinidad de veces por estas lindes.
Que fueran
Depósito Legal los primeros en acercárnoslo y ahora la gente del
Helio, los honra. Y que sea el de Concord el que nos ponga en camino
este 2017 pues... no sé. Pero viendo tal como se me presenta el año
que recién acabo de caminar en cuanto a obligaciones y trabajo se
refiere. Que queréis que os diga, sin creer en la fortuna, me parece
un regalo del destino si tengo en cuenta que por estas fechas hace
tres años me perdía su primer visita por mi convalecencia.
Desde
entonces, son tres veces con esta las que he tenido la suerte de
verlo en directo. Y tres maneras distintas de descubrir a un artista,
que con cada paso nos abduce a un mismo mundo con distintas vistas.
Explicar la
magia de su particular universo, sin la oportunidad de escucharlo en
las distancias cortas es posible, pero ni de lejos asumible. Y a la
prueba de su discreta repercusión me remito. Es cierto que no hay
disco que no coseche buenas críticas, pero aquí, en nuestras
tierras y por más asequible que sea su oferta, los mismos cuatro
gatos de siempre.
La del
pasado Domingo fue una cita celebrable, con lleno y aforo discreto en
el C.A.T de Gracia. Pero sigo pensando que siempre somos los cuatro
que van a la busca y captura de pequeños formatos; los mismos 50, 80
o ciento y pocas personas. Mientras tanto, allí afuera hay mucho
ruido, pero siempre más o menos el mismo y al mismo tono narcótico.
La propuesta
de una tarde de domingo borrascosa con la que enfriar un sábado de
gélidos aires, fue como el temple a fuego y frío que las tijeras de
un sastre fino precisan. La puesta en escena de un palpitante MANGY
LOVE sobre la mesa de disección, como quien se dispone a recrear
algo tan arbitrario y variable como las indómitas ráfagas de
Portbou: Vientos de virulencia imprevisible que se cuelan entre
grietas montañosas y buscan dementes, la salida.
Sus discos
vagan por la armonía deliciosa, se acomodan en tu estado juguetón y
se esconden igual que la gallinita ciega tras la cómoda inamovible
de la abuela Facunda. Esa donde perdiste el juego de cartas que nunca
apareció. Fiel a esa posibilidad de que las cosas ocurran porque sí,
y no porque así lo deseas. La discografía inquieta de este señor
de ancestros de los Highlands, no discurre repanchingada en el
butacón del tío Frasco, que se empeñaba en descabezar cigarros con
la firme idea de perpetuar los Celtas Cortos sin boquilla.
Caladas
ondas a pulmón que elevan la presión arterial hasta sentir el
latido de tu corazón en los oídos, “Bum Bum Bum”,
cristalizaron de golpe la noche. Público entrado en años y de
pulcro respeto, que solo quebró la noche con sus aplausos.
Cass McCombs
venía como de costumbre, acompañado con lo justo: Bajo, batería,
Él y un teclista que desplegó el tapiz por donde discurrieron como
gatos de angora, cada nota, brillo y perfume. Con la dulzura de
caramelo tostado que envuelve su último disco; a salvo de esas
precisas descargas de oscuro pasado que flota en sus ambientes.
“Opposite House” rizaba las caricias de su guitarra, y
como quien camina desnudo sobre la pradera montándose a pelo y a la
carrera sobre un corcel salvaje; “Big Wheel”: Esa
oscuridad de la que hablo. Sí, Cass juega a lo más dulce y también
a lo más malo. Camina por las noches de luz deslumbrante, te ciega y
después te guía; excitación sin más. Con una facilidad y
naturalidad que acojona, pero te sientes seguro.
El Centre
Artesà Tradicionarius sonó y abrazó con la misma fidelidad que
Cass da a sus canciones. Melodías que se retuercen trepadoras y se
alargan hasta la eternidad por simple inercia. Desde la psicodelia al
elegante rock, solemne y dócil, tropical y sofisticado, afable y
seductor... Cuando menos te lo esperas, pasa de las suaves formas del
Soul, a una crudeza salvaje pero llena de agradables contrastes.
“Robin
Egg Blue” reformula el dietario de Go Betweens y nos acuna con
“Medusa's Outhouse”; descomponiéndonos con esos inéditos
falsetes. Las enormes manos del estilizado y multidisciplinar Dan
Horne, los tambores del viejo conocido Jesse Lee, y un enorme Lee
Pardini que entre el Piano Yamaha, el Rhodes y un Roland, nos
elevaron a un estado de puro bautismo mántrico; tremendos los
cuatro.
Apresurado
sería decir así, de sopetón, y con el año recién nacido, que
este puede ser uno de los conciertos más hermosos del 2017. Pero es
que la pena es que uno tenga que postrarse ante este hombre, cada vez
que nos abre otra nueva estancia. Por más que lo escuchemos en sus
obras y no cejemos en dudar si es la devoción, la equidad, o
intentar recapacitar para no dejarnos llevar por el desenfreno sin
criterio alguno.
Cinco temas
cogidos con la delicadeza de la prudencia, y llegar “Brighter”
para desmontar tu teorema: Un de esas debilidades en forma de canción
en su día cantada por la desaparecida Karen Black;
quien se nos apareció también en la transformada oda/jazz del
precioso “Dreams Come True Girl” del Catacombs/2009.
Y admitir que ahí, ya no atiendo a razones. Hubo también
tiempo para resucitar pasados prácticamente desterrados como “That's
That” y tener la sensación del tiempo perdido, estando como
están enterrados sus cuatro primeros discos desde el 2003, hasta el
día que más o menos se dio a conocer con Humor Risk/2011,
aun estamos a tiempo.
Mangy
Love fue omnipresente y ciertamente, el disco que por fin ha
atraído a público más variado y redondeado su extensa discografía.
Empezando por la sensual “In A Chinese Alley”, y acabando con
“Cry”: Uno de los temas que mejor proyecta ese sutil toque
de Soul acolchado que reina en su último disco, y que alcanzó
dentro de sus reinterpretaciones un grado mágico increíble.
En el
terreno del directo, Cass McCombs vuela rasante y crece
magníficamente a lomos de ese talento innato de recomponer su
temario. Lo mismo da si retrocede y toca canciones premeditadamente
crudas y ásperas, o somete su sonido a una sofisticación más
renovadora que pretenciosa. Es creativo sin más, y desde luego sabe
lo que quiere dar en cada momento. Solo ver la transición de “Cry”
hacia el clásico “Witchi Tai To” de Harpers Bizarre, es
suficiente. Remató esa “Run Sister Run” de ritmos
caribeños con la fabulosa “County Line” del aterciopelado
Wit's End a ritmo Dub; porque yo lo valgo. Vacilón, versátil
y transformista como quien sabe que sus canciones, en realidad, nunca
acaban de ser definitivas.
Con los
créditos de final de noche y en penumbras, “I'm a Shoe”.
Un autor, hacedor de diminutos microcosmos en constante procreación