Sospecho que el revisar este verano la imperecedera
MALCOLM IN THE MIDDLE con la prole. Está fraguando un precedente de
amotinamiento a mí alrededor.
Lo noto, lo oigo, lo huelo.
Al contrario de la juvenil sintonía del Boss of Me de los The Might be Giants.
En el asedio que presiento, resuena más bien “17-18
Lovesong” o su desquiciada “Ten Canisters”, en plena abdicación;
vete tú a saber si tiene algo que ver mí condición de cojo eventual.
Una canción, que igual que los pinchazos que
electrifican mi gemelo y el isquiotibial. Para mi suerte, sus efectos han
desencadenado esa extraña nostalgia del baile, la contorsión y el reflujo final
de la juventud durmiente.
Mientras Kai
Slater, Case Asher (retoñico de Brian Case/FACS) y Isaac Lowenstein corretean por las
inmediaciones, con la precocidad (16/18 años) que les otorga esa especie de
libertad de hacer del “error” una descarada y sana rebeldía. El reprochable
juicio y reprimendaal que somete cada
una de las reseñas que salpican la red, en referencia a sus dos Ep’s. Recuerdan
más a los alaridos que Lois Wilerson propinaba a Malcolm, Reese y Dewey, que al
paternal consejo de Hal, su padre.
No en vano, su anterior y paralelo paso de parte de
este mocico trío de Chicago por
Horsegirl. Ya les otorgaba la ventaja, no solo de su juventud sino de un
talento efervescente sin igual.
Así pues, he decidido aliarme al desbarajuste ahora
que los medios días son míos y solo míos desde que voy a rehabilitación. Ya
veis: Hay quien le falta con uno entero, y a mí casi que me sobra con medio.
En vistas de que carreras, lo que se dice carreras,
no puedo dar tras estos tres.
Lo he intentado todo (metálico, las llaves de mi
coche, algo de comida de esa que no tienen allí y hasta el preciado Aove que
tengo bajo la alacena)
Pero al final.
Solo ha funcionado el vino y perjurar que les
dedicaría unas líneas entre la poesía embriagadora del preciado licor. Ahora
que la sordera de mi vecino Emilio hace de pacto caballeresco mientras
compartimos en el banco de la plaza, nuestras fracturas comunes y cómplices.
Por donde iba…
Ah!! Sí!! “New Age”
Y los tan solo dos minutos y el tres en raya de
bajo, batería y guitarra que necesitan para llamarnos primo -señal de que ya soy por lo menos de confianza-. Han
conseguido que me desamordacen. – Gracias
Isaac (en inglés con acento de Illinois), mientras resuello y saco de mi
bolsillo el sacacorchos.
Tuve que aclarar que no era un arma blanca de mis
antepasados mientras con la otra les mostraba la botella de Clos du Tue-Boeuf Pouielux.
- -
Yo Souvignon
Blanc, tú, peazo de músico. Yes yes, friend.
Y sí,
así empezó nuestra amistad por inverosímil que puedaparecer.
“Fifty
Seven” me recordó a aquellos irlandeses anónimos…
¡Desert Hearts, esos!
Me
emocionó y se los dije bebiendo al unísono ese eléctrico blanco de viñas de 70
años a tiro de piedra del Loire. Mientras dábamos candela a los álgidos siete
minutos de “Typecast”.
Y es
lo que digo yo: No hace falta inventar a base de deconstruir estilos para luego
vomitarlos inventándose otro gentilicio aparente más moderno y eso.
Basta
con reinventar desde el presente sin dejar de mirar al pasado pero avanzando
sin piedad.
Lo
mismito que pasa con los vinos, cuando creemos a pies juntillas. Que todo
aquello que nos dieron de beber infectado de barrica nueva con olor a vainilla
de bote y levaduras que igual que el colorete. Disimulan la belleza de las
imperfecciones, para que como un filtro de instagram todos parezcamos
sospechosamente bellos.
Acaben
siendo la verdad absoluta y el credo, que al final, solo acentúan nuestras
frustraciones.
Clos du Tue-Boeuf Pouielux tiene como
denominador común con estos tres chavales. La pureza, la tensión punzante y el
testimonio mineral de aquello que pisan, mostrándolo sin pudor alguno, pese a
haber reposado en barricas usadas de la Borgoña:
Perfumes
de flor blanca seca, fruta blanca (manzana verde), pieles y eucalipto silvestre,
sobre un tenue e imperceptible carbónico.
Su
paso en boca con tensión, balanceado con
precisión su ligerísimo punto graso, con unamineralidad (sílex) que lo dota de una extraordinaria estructura. Y una
vigorosa acidez final que recuerda a la sensación de los peta zetas.
Un
Souvignon Blanc para desmentir las aberraciones que se han hecho con esta uva y
sus largas crianzas: Puro, vibrante, divertido, de cuerpo fibroso, aérea complejidad, y una acidez para alborotarse el pelo.
Y con
un detalle que me gustaría resaltar y que ojalá fuera un ejemplo a tomar en el
sector:
La contra
etiqueta detalla el sulfuroso máximo admitido por los vinos convencionales en
la UE (200mg/l), por los certificados eco (150mg/l), y por Thierry Puzelat y su
hermano Jean-Marie (13mg/l).
Aún a
sabiendas que la mayoría de elaboradores de calidad y otros muchos que no
elaboran bajo ningún certificado eco. Pero que trabajan muy por debajo de los
150 de sulfuroso y sin productos de síntesis, como la mayoría de la DO Penedés.
No estaría de más indicarlo en las contra etiquetas; por honestidad.
Evidentemente,
a estos tres chavales no les di este chapazo
sobre el qué y el porqué el vino es así o asá; no hace falta, aunque ayuda a
entender por qué molan las cosas.
Bastó
con abrir la botella y ver el brillo en sus ojos mientras su expresión se
constreñía igual que la Humphrey Bogart, haciendo morritos y resoplando.
La
catarsis fue tal, que el retumbe antológico de “Shutter Shutter” me hizo
lanzar las muletas por la ventana.
Me
pareció oír golpes en la puerta, lo admito. Pero por un momento, agarrado como
pude a mí único medio motriz en casa -la silla con ruedines del ordenador-.
Dejé de sentir el dolor de mis adherencias en fibras, ligamentos, encapsulado y
todo ese enjambre que hace de una pierna: Un elemento plástico compulsivo para
el arte de algo tan antiguo, primordial y primitivo como LA DANZA.
Para
cuando oí las sirenas entremezcladas con el enjambre de guitarras y percusiones
de “Tell
Me When” invocando a Sonic Youth y a Gang of Four por igual.
La
pérdida del juicio me salvó en el último instante.
(LA PRÓXIMA
REVOLUCIÓN SERÁ TRANSMITIDA POR STREAMING, DE PAGO POR EVENTO, Y EN DIFERIDO).
Desde la era escrita de Asimov y J.K Dick, hasta la
audiovisual de Spielberg y Nolan. La ciencia ficción, o bien se ha adelantado
sirviéndonos de inspiración, o nos ha pillado a oscuras y con los pantalones en
los tobillos.
Sea como fuere, la arrogancia y la necedad del ser
humano ha superado con creces cualquier posibilidad de reacción. Y no dudamos
ni un instante en dar detalles de nuestra agónica extinción con la petulancia
del marisabidillo; no sea que alguien
menoscabe nuestra sabiduría nescafé.
Una pena, la verdad.
¿Hay alguna posibilidad de romper filas y volvernos
la piel como un calcetín para mirarnos adentro?
Pues no lo tengo demasiado claro, oigan.
Lo que si tengo más o menos nítido y cristalino. Es
que los aullidos de Gerard Langley (ahora mismo); como los de otros que
vinieron y se fueron sin hacer demasiado ruido. Me sirven con bastante rigor y
precisión, para creer a pies juntillas en ese falso mito de que la buena música
y la protesta no son solubles; que no confundan con la sabiduría instantánea,
ni con las neuronas solubles.
Esto amig@s, es rock de rebeldía disoluta.
Dudo que a estas alturas sea de recibo reincidir en
la rémora de “banda más minusvalorada de
la escena británica”; yendo por delante mi devoción histórica enfermiza por
las músicas parias. Y la ventaja o inconveniente que pueda tener escribir sobre
algo que no le interesa ni al tato.
Sabiendo como deberíamos saber, que esa, es en parte la magia de la música así,
en general:
Por más tiempo que dediques a escarbar con uñas y
dientes, siempre habrá una anomalía musical docta en influencias variopintas,
que surja para propinarte una cleca
con la mano abierta a grito de: - Ves
criaturica de dios, ¿que no hay spotify, publicación de prestigio, ni festival
masivo, o influencer que abarque todo lo que la música nos puede abastecer? (por
suerte, oigan).
Y ya ven, en estas lindes nos vemos.
Desde que en 1978, Gerard Langley fundara con su
hermano y el danzante Domochowsky ARTS OBJECT, y tres años más tarde la
comunidad THE BLUE AEROPLANES. Son cerca de una veintena de álbumes los que han
publicado ininterrumpidamente: Entre discos de estudio, recopilación de innumerables
caras b, versiones, revisiones y reinterpretaciones.
Digamos, que los de Bristol, son de las pocas bandas
que han aglutinado y digerido mejor sus 45 años de trayectoria sin ni un solo
paso en falso.
Tanto es así.
Que hasta los hipotéticos pasos en falso o
evoluciones musicales, como fueron en su día: Swagger 1990, Beatsongs 1991,
Life Model 1994, o el más reciente Welcome Stranger del 2017. Revisados ahora,
y comparados con la media actual o de bandas con su longevidad. Resultan tan
atemporales y poco afectados por las tendencias musicales como su cortante
Tolerance del 85.
CULTURE GUN no solo no es una excepción. Sino que
apostaría que es el disco más crudo, hermoso, y valiente posible. Considerando
que se empezó a fraguar en 2018, que se interrumpió por el diagnóstico del
cáncer de su frontman, y que la
pandemia lo sumió en un letargo forzoso.
Parte de su hermosura radica en la estructura dura y
afilada de las canciones en su versión más “rockera”.
“Hips Like Cigarettes” por ejemplo:
Es un puñetazo en la mesa y el mejor retrato de la
sociedad actual: Eléctrica, indolente, y con esa mala baba que pone cachondo.
A partir de ahí todo te puede parecer una nebulosa
de art pop, con melodías que no se ponen freno ni son deudoras de las
plantillas estilísticas de ahora:
“Waking in the Ghost Removal Van”
contiene una de esas maravillosas guitarras que bien podría ser del Tolerance;
como siempre.
Gerard no se muerde la lengua haciendo del veneno
poesía; como siempre.
Arremete con “Building an Ark for the Anthropocene”
y las alentadoras segundas voces de Bec Jevons, sacudiendo con fuerza; como
siempre.
Y ascienden con “Apostle Spoons” al más
puro estilo “Cardboard Box” conmoviendo; como nunca.
Ni siquiera hay la más mínima intención de ocultar
ese estado de furia, que se ha ido macerando y reescribiendo en estos cinco
años de obstáculos y nuevas realidades.
Pasa, a veces, que el desaliento se convierte en
melancolías con esencia de adormidera. Pero siempre he pensado, que las
adversidades es mejor convertirlas en buenas razones donde convertir esos
nuevos escenarios en poderosos estímulos.
Y “Someone (in the Arms of No One)”
desde luego, es una prueba más que evidente la constante en el colectivo de
Bristol:
Con las voces de Mike Youé y Bec Jevonen pleno estilismo regenerador y procreador;
como uno los pasajes más bestias y lindos. Y la icombustible resiliencia de
Gerard Langley para seguir siendo uno de los mejores letristas de las islas.
“Half Crown” emerge como una de las
joyas más emotivas del álbum junto a “20/20”: Ese momento mágico en el
caes en la cuenta de que apenas si hay una sola banda que mantenga en vilo el
aliento de cuatro décadas, sin perder un ápice de personalidad y calidad
liricomusical.
THE BLUE
AEROPLANES,
acostumbrados a ese extraño e injusto estatus de “banda de culto”, ha vuelto por
la puerta grande, no lo dudéis ni un segundo; como siempre.
Destinados a sacudir desde abajo los cimientos para
abrir las heridas y purgar la pus de la apatía. Con la lírica y el
contorsionismo de su afilada música.
Ya sea con la nueva versión de Rodney Allen,
convirtiéndose en un nuevo felino la vieja escuela new wave de los 70 en “(An
Unlikely Hit Of) Adoration”. Acompañado Bec Jevon y ese prestidigitador
saxofón final, que enaltece aún más la extraña belleza de este estimulante
regreso.
La eléctrica “Bulletproof Coffee & Snake-Oil Shot”
jaleando el opio del pueblo: Fake news, los falsos ideólogos, el establishment
podrido… La realidad
O la extenuante belleza final entre oboes,
acústicas, vientos mágicos, de “Lapdogs in the Wind”.
Citándonos en el futuro con una incómoda y a la vez
emocionante rara poesía. Narrada desde una especie de abismo que eriza el
bello.
The Blue Aeroplanes aparecieron fantasmagóricos el
28 de Abril del presente año; un día después de mi aniversario.
Cinco meses más tarde, como el designio de un sueño
vacuo o profético. Me los encuentro sin saber cómo:
Los quehaceres, la estrategia del entorno para
embelesarnos con los desastres del entretenimiento, el babeo que nos provocan
los demonios invisibles. O quizás, el éxito más indiscutible del caos y la
penuria de la desinformación.
EL MIEDO
PD. No creo en el destino, pero sí en la poesía
sanadora y salvadora.