Debía estar
escrito en los pergaminos de Melquiades, que New Raemon y McEnroe
acabarían cruzando sus caminos. Viendo el resultado de la unión y
la fuerza con la que pusieron en escena hace dos semanas, Lluvia y
Trueno/2016.
Un trabajo
llevado a cabo con la distancia que separa Cabrils de Noviales
(Soria), donde se recluyó Ricardo Lezón con sus 28 habitantes y los
ciervos, los omnipresentes Ciervos.
Un disco
cooperativista del que tuve noticias a raíz de una entrevista en
Radio 3. Esa emisora otrora agitadora de aquellos que queríamos
escuchar música verdadera, y sus contiguas microhistorias.
Lo que se
dice cultura musical, y que ahora tanto cuesta de escarbar en la
especie radio fórmula en la que se ha ido convirtiendo.
Por suerte,
de tanto en tarde hay todavía inquietudes que abrillantar. Pocas,
eso sí, pero las hay #no esta todo perdido.
Lo curioso
es que ni he seguido a McEnroe, ni a New Raemon intensamente. Y
precisamente en las minucias es donde acaba uno encontrando el
interés en esos pequeños destellos de diferenciada personalidad.
Lluvia y
Trueno nace de una amistad y paralelismo en la distancia, pero tiene
tanto o más corazón y mensaje, que algunos discos que han parido
artistas con extensa vida conyugal. Los textos y músicas de ambos se
enredan igual que el propio adn de un solo ente. Y claro, cuando esa
comunicación fluye, suelen nacer cosas preciosas; como ese niño que
adquiere los mejores atributos del padre y la madre por feos que
sean; que no es el caso. Son más majos ellos...
Sobre el
escenario además, todo se magnifica o crece dicho. Porque pese a
los pocos ensayos, el nerviosismo patente fruto de la emoción de ese
naciente amor, y el no presuponer la masiva respuesta del público...
Al final resultó una sala 2 de Zeleste -para mi siempre será eso,
Zeleste- Dando un lleno casi total a la sala mediana de Razzmatazz;
que celebra aniversario.
Después de
escuchar todo el álbum al completo, más alguna sorpresa, para
rellenar la hora y media aproximada (Campos Magnéticos,
Rugieron las flores, o La Palma y lo Bello y lo
Bestia). La sensación es de que ese puñado de canciones al
50%, son solo la semilla o el boceto de algo que da para mucho más.
Canciones
que congregaron hasta 8 músicos sobre el escenario: Los dos
anfitriones como es normal, y la banda que suele acompañar a The New
Raemon; con mención especial al percusionista y vibráfonista Marc
Clos, que pintó de color cada una de las canciones. Y que levantaron
el vuelo como el Albatros dispuesto a surcar:
Inmensas en
sonoridad, emocionales en sincronía metronómica sobre el escenario,
y tan orgánicas como lo puede ser una relación translúcida en el
momento de compartir y llevar a cabo el amor #en lo que se cree.
Esa “Lluvia
y Truenos” con la que arrancó a lomos de esa nebulosa
saltarina y tintineante de Marc, nos sumió de golpe en una especie
de bruma especial. Un Viernes que merecía mecerse al son de tan
escueta premisa: Los amantes a oscuras y entre árboles que hace de
sus tan solo dos minutos y escasos, un medio beso de terciopelo.
Pudiera haberse prolongado hasta la eternidad, da igual, aunque sus
versos se repitieran al infinito. Remontaron “Montañas”
con apariencia de himno a la debilidad, a la discreción de la que
hace tanta gala el tímido Ricardo Lezón. Y a la exultante felicidad
de Ramón, que no se cansaba de agradecer la presencia de tanta
fidelidad. Los “Barcos” dieron con nuestros
corazones a la zozobra: una de las canciones más íntimas y
delicadas, y que apuntilló la grandeza de esta colaboración.
La
importancia poética de Ricardo es primordial. Porque de alguna
forma, ha empujado a Ramón a componer de otra manera bien distinta;
más sincera, desnuda y verdadera.
Hay química,
y ésta, está a raudales. Las canciones crecen y es normal que lo
hicieran el Sevillano Raúl Pérez tan solo los ha puesto en el buen
camino. Hubo momentos incluso que en su vaivén, en la ambivalencia
del caminar de las canciones, y esa manera de captar las imágenes
que te generan su evocadora interpretación, me vinieron a la mente
Migala:
Una de esas
primeras bandas que elevaron a cotas inverosímiles, la
interpretación en directo con detallistas texturas. Y que ahora,
quince años después, ya no sorprende el índice de calidad que
tiene el Pop nacional. Ya nos tocaba apuntar alto Santo Tomás!!
Sobresalieron
“Malasombra”, “Cuadratura del Círculo”,
igual porque son esa cara misteriosa y oscura que más me gusta de
Ramón, o cuando se le une a las voces Ricardo tembloroso. Firmeza y
fragilidad que se enredan como una sola, dando con “Gracia”.
Esa canción que irremediablemente nos transporta a nuestra juventud.
O por lo menos a esos instantes de corazón en un puñado, tripas
anudadas y erizados confortables que nos da el amor, casi siempre
recordado en pasado y no en presente. “Fantasias Heróicas”
que nos hicieron estrellas por un momento sexagesimal ínfimo, pero
casi eterno.
Las
fantasías tienen eso de verdadero que cada uno queramos darle,
cuando el placer de volar que tienen las canciones nos elevan. O por
lo menos el saber plasmar en un texto, cantarlo y revestirlo con
sonidos, aquello que hace de la emoción del autor un flechazo de
reciprocidad con el oyente. O cómo pudimos ver también aquella
noche de Viernes, a “Los Ciervos”. Porque los vimos
y hasta el olor a musgo y mañana nos invadió la pituitaria.
Igual que
Ricardo salimos en su búsqueda con la total certeza de que
deseábamos los imposible. Puede que hasta lo prohibido. Pero seguros
en nuestro deseo de fundirnos con ellos.
Bueno. Pues
esa noche de Viernes, fue casi lo mismo.
¿O fue lo
mismo?