04: BEEN STELLAR_SCREAM FROM NEW YORK Vs. MOULIN À
VENT 2020 Domaine Des Moriers 2020 (Beaujolais) 100% Gamay
Se me ha colado un moscardón a reacción en la cocina
mientras aderezaba unos espaguetis a la cubana, y en una aérea acrobacia: Me ha
enganchado por la solapa, y se me ha llevado como aquel carnero que Rodríguez
de la Fuente selló a trauma en nuestro subconsciente ochentero.
Allí, las cosas sucedían con una estupefacción digna
de los trucos de magia. Como si no hubiera nada que pudiera igualar nuestra
sorpresa y el redoble de salto mortal, con cualquier invención tecnológica de
la época que se preciase.
Solo que en este caso concreto, a mí, el moscardón
no me despeñó por el hueco. Y como quien dispuesto a darte ese imaginado paseo
aéreo en drone orgánico, tú vas, y te
dejas.
Y ahora es cuando escucho: – ¡Va por favor, eso es imposible!
Te lo estás inventando.
Pues oigan, era gordo y fornido el bicho.
Diría que me ha llevado de paseo por pastos y
trigales de verdor primaveral radiante. Si no fuera porque tras un concurrido
concierto del mister Dave Wareham en
la noche de Domingo de ramos. Nuestro final de fiesta nos dejó la triste y
traumática estampa de una Barcelona vacía, sitiada de guiris ávidos de
espectáculos porno, ofertas regetoneras y semejantes mierdas de saldo y brilli
brilli. Y la culminación de la mítica sala Karma desértica sonando Jesus &
Mary Chain, Love and Rockets y Shoegaze pata negra mientras en los antros
colindantes se daban codazos para pasar la noche entre ritmos urbanos latinos y
empalagosos aromas a axe temptation.
Me costó conciliar el sueño y esquivar la pesadilla
de toda añoranza underground, lo admito con pesadumbre.
Pero hoy me he levantado cual pollito de la mona
estrella por un día. Listo para arrancar por fin esta reseña maridaje, con la
innegociable intención de plasmar el seductor efecto que me produce escuchar a
este joven quinteto debutante de Nueva York.
El título de su álbum homónimo podría ser perfectamente,
el de cualquier desdichado residente de una gran ciudad escogida al azar.
Y Nueva York, claro, no es ninguna excepción en lo
que al grito sordo desesperado por la angustia del festín de negocio frívolo y dinero fácil en el que están convirtiendo este
baboso mundo; por muy a panfleto con tufo a cerrao
que pueda sonar esto.
Pero para que la pechuga de pollo no se os haga bola
en el gaznate. Y aunque la crónica de la noche de autos pudiera narrarse al dedillo contando a pares,
los maravillosos locales ya inexistentes, mientras recorríamos la distancia que
separa el Poble Sec y la Plaça Reial; con la Rambla del Raval de por medio. Y
aún resonando en nuestras cabezas el
Ceremony de New Order cerrando la velada con Dave Wreham.
Aliviémonos con estas diez canciones donde Adorable y Radiohead se asocian para revivir tiempos de molación, que no de inmolación.
Y es que ostia!! Por poco que me guste quitar
méritos propios con comparaciones fastidiosas y torticeras. Parece que el zagal
Sam Slocum mamó de buena teta. Y ahí precisamente
fue donde me dio caza palo y soga en mano con el corte que da nombre a
semejante álbum, “Scream from New York”.
Una canción a la que sería inútil otorgarle la
influyente autoría según suenan los familiares primeros compases, ya que tanto
los de Coventry cómo los de Oxford publicaron en el 90 “Homeboy” y “Creep”; y a
buen seguro, alguien mucho antes sentó alguna base sobre el asunto del sonido
noventero como tal.
Ahora bien, lo que yo venía a relatarles, no es ni
mucho menos la morriña de gozar con la chispa de unos chavales que me devuelven
la lozanía imitando cual Josema Yuste & Millán Salcedo. Como para aliviar
la retirada de mareas y descuelgue de carrilleras que produce mi recién
cincuentena y ½; que no.
Si no de la paradoja de escuchar guitarras que
suenan a guitarras, voces que modulan y siguen la melodía, y sonoridades que no
disimulan la metralla que nos deja la vida, a golpe de filtro de instagram o
belleza máxima.
Y que todo el demoledor conjunto nos produzca una
agitadora sensación de novedad revolucionaria.
¿A ver si de tanto demoler nos vamos a estar
volviendo unos siesos?
Y yo mientras, volando voy volando vengo agarrado a
las crines de mi moscardón salvador. Poco me ha hecho falta para repanchingarmeen los primeros noventa, como si de allí no
hubiera salido jamás, a golpe de sofoco y miserias con “Start Again”.
Canciones que duelen y atenazan pero que además
contienen enormes letras. Como la preciosa “Pumpkin”, que bien podría
ser una especie de “Jane” de The
Smiths en clave contemporánea. O la emocionante “Sweet” capaz de aventarte
hacia territorios que he sido incapaz de sentir en los últimos diez años;
confieso sin pudor.
Conjuros que invocan como una tormenta, a los
incomprendidos Six By Seven. Porque los de Chris Olley y Paul Douglas, Chris
Davis o Sam Hempton eran tormenta y petricor ¿no lo sabíais?
Pues deberíais.
Dejarte arreciar como la corriente continua de la
marinada, el pelo en la cara, el escalofrío del sudor espalda abajo y “Takedown”
simulando una noche negra/luminosa con tu peña frente a la playa.
¿Te acuerdas de esas historias inverosímiles que contabais mientras reíais llorando? ¿Fue Jose,
Julia, Carlos o fue Alejandra?
No lo sé. Solo recuerdo que me pediste subiera el
volumen cerrando los ojos. Y los ecos de “I Have the Answer” nos succionaron arena adentro.
Desde entonces, cada vez que oigo el rumor del mar y
la espuma desintegrarse en la arena. Barrunto como si de un mausoleo se
tratase, aquellos días veinteañeros maquinando y creando cosas que sucedían,
duraban y se esfumaban por generación espontánea y pura pasión biodegradable.
Energía de fusión colectiva y par y mil de miles de
kilotones, que sería prácticamente imposible recrear ahora y desde luego,
aliviar apagones disfuncionales y alarmas de soledad por aburrimiento como el
de hace unos días.
Dicen en verdad y lo creo por mis muertos más
frescos, que seguramente sería la energía más limpia y feliciana para propulsarnos hacia el infinito. Pero dudo a estas
alturas, que si incapaces somos de comunicarnos sin un trozo de plástico,
vidrio y chips chiquirritines, no lo vamos a hacer por mediante la imaginación
y la comunión colectiva, na. Que no,
que no.
Pero digo yo, que hay un reverso que es capaz de
convertir la nostalgia. No en un recurso para escapar del presente, si no en un
aliando con el que buscar alargando el brazo, el calor humano. Cogerte de la
mano y alzarla al aire con un brindis por la vigencia y la audacia en el juego
de cintura para el regate a la pasarela Dil
Mondo Lirondo; a ser posible con una Gamay
(solo a ser posible).
De esta cosa de la uva reina de Beaujolais y el
Valle del Loira a quien Felipe III de Borgoña (el bueno dicen), le cogió
ojeriza por la trempera de la
susodicha. Y mira tú que aunque antaño poco valorada y el estigma que le pude
coger, por mi primera experiencia con los vinos jóvenes y afrutados del Beaujolais Nouveau (vinos jóvenes con
maceración carbónica principalmente). De un tiempo aquí y tras flipar en
colorines con vinos bien trabajados y de buen terruño.
Me he convertido en un puto drogadicto de la bendita
Gamay.
Hete aquí que cual chucho trufero, no pierdo la
oportunidad de pimplarme por pura referencia amigable. Cualquier cosa que
intuya particular y obligatoria; no tan económica como los Beaujolais mozos ni
de inaccesibles precios. Pero donde va a parar la diferencia mon dieu!!
Y aunque llegados a este punto reconozco ya a estas
alturas, la poca credibilidad que merezco por la peregrina sinergia asociativa
de un disco y un vino.
Para que me voy a esconder (clamando a boceo limpio
un “porque sí”); y ya.
Bien podríamos desplegar como una pancarta mural en
el edificio más alto y gordo de la ciudad, la preciosa etiqueta de este vino de
los hacedores: Arnaud Combier y François de Nicolay (Chandon de Briailles).
Dos tipos que han unido fuerzas entre Languedoc y
Mâcon, de norte a sur. Para centrarse en exprimir los potenciales de la Gamay y
Baujolais, en base a viñas viejas de baja producción y suelos lo más puros posibles
de composición granítica o arenosa. Separando por parcelas, singularidades y
aspectos que refuerzan la Gamay, como
una uva de extraordinario potencial sin absolutamente nada que envidiarle a la
prestigiosa Borgoña.
Y aquí su primera parcela y vino más icónico y
serio, de profundos suelos graníticos. Y una acidez tan afilada, que notarás
como corre la hoja piel abajo igual que Freddy Krueger en una puesta a punto en
el Queen Nails de la vuelta de la esquina.
Tu suerte, es que la complejidad y seriedad que
compensa semejante sangría. Eleva a esta Gamay a un trato de Ud. con reverencia incluida. Pero ves,
de protocolo no necesita, pues su vibrante acidez confunde la exquisita fruta
entre la mineralidad del granito y un perfume floral a violentas que lleva en
volandas.
Invita, apetece, contagia, agita y quita la sed a la
par que un escalofrío recorre tu cuerpo. Igual que cuando esa chica que tanto te gustaba te
rozaba con la mano.
Disco y vino tiene la misma innegable virtud de
agitar el espíritu y volverte criatura por un instante, pero con una brizna de
distinción:
Sacudiendo jugosa fruta roja como maracas,
flagelándote a ritmo ascendente con un manojo de espliego, entre efluvios a
violetas y atrincherándote mineral para librar la batalla diaria.
Pero cuidao,
también puedes beber y bailar; que lo cortés no quita lo valiente.
Se
me perdió en el forro roto de mi viejo abrigo, uno de mis discos más esperados
y necesitado. Y es en caliente y con apenas dos escuchas atentas y el posterior
bucle. Cuando la necesidad de huir, mejor captura las reacciones que te produce
la música:
Los
evocadores recuerdos, la melancolía, y la sensación de sentir la amplitud del
horizonte, como único antídoto.
The Asteroid
No4 lo consiguen, o se acercan bastante a lo que para mí es: Un disco emocionalmente
idóneo; sin acabar de averiguar si es mi carencia, o el corazón el que decide.
Si
el encarcelamiento fue el que te sustrajo ese don de abrazar, constreñir con la
fuerza de un neonato a su mamá y sentir la calidez del contacto humano.
Que
no sea esa desdicha la que te prive de buscar intencionadamente el apego al
pasado.
Como
una quimera fraternal en la que tus viejos amigos se vuelven a encontrar en
aquel Pub del casco viejo. Tus difuntos resucitan para avalarte y explicarte
aquella duda que te quedó por preguntar. O esa novia que conociste en aquel
chiringuito de playa, con la luna reflejada y difuminada en el vaivén de las
olas.
De
la que no volviste a saber y te gustaría reencontrar 20 años después. Que viene
a susurrarte al oído, cómo eran esos vértigos escalofriantes que te recorrían
la columna. Y que ya ni recuerdas
¿verdad?
La
sensación es así: querer y no tener, para desear.
La
explosión de querer, no es otra que la del tiempo que se te escapa. Y la
añoranza.
Sí
señor!! Eso mismo.
Cuando
de repente te nace de dentro, esa necesidad de escuchar melodías que dibujan
tiempos mejores, tiempos pasados. Discos como los de estos Filadelfianos
afincados en San Francisco con 10 Lp’s a sus espaldas y con casi un cuarto de
siglo andorrenado. Son prácticamente la fórmula perfecta para levar anclas y echarse
a la mar.
NORTHERN
SOULS es otra prueba más de la regularidad de estas bandas como especímenes
históricos híbridos. Difícilmente ubicables en las tendencias que auparon los
estilos: de modas, sus camadas numerosas, y trascendencia en posteriores
décadas.
Ahí
estaban: Jazz Butcher, The Clean, The Church, Lloyd Cole y otras tantas que
evitaron deliberadamente unirse a las modas imperantes. Y siempre quedaron ahí:
en una especie de limbo estilístico que solo los más inconformistas valoraban.
No
por calidad y recorrido. Sino porque como ya deberíamos saber: La industria
musical, el mercantilismo y la rentabilidad. Nunca han sido muy amigos de los
antihéroes de complicada promoción ¿para qué están sino las modas si no es para
rentabilizar movidas?
Si
Scott Vitt, Eric Harms,Adam Weaver y Matty Rhodes nacieron
en 1998 como un evidente homenaje a los Spacemen 3. Su trayectoria, evolución e
inquietudes los ha llevado por los caminos diversos del Krautrock pinkfloyesco,
el folkrock, Shoegaze, e incluso el Countryrock; eso sí, siempre perfumado con
la esencia psicodélica que a veces todo lo difumina.
Dos
años y pico después del notable COLLIDE (13 O’Clock Records). La incorporación
del multinstrumentista y Californiano Nick Castro, ha dotado de una inagotable
frescura los diez cortes que forman este magnífico nuevo disco.
Una
revisión en clave de Shoegaze espacial y Pop hiperluminoso, que recoge la mayoría su
vaivenes estilísticos. Pero con un marcado carácter guitarrero lleno de
texturas y capas, y un ritmo imparable que no decae ni una sola vez.
Un
disco, en definitiva, que se escucha como un tiro. Y que paradójicamente y por
mucho que nos evoque. Suena necesario y extinto en estos últimos tiempos por
más raro que parezca.
Lo
de Asteroid N4 es algo parecido a lo que le pasa a la banda de John Andrew
Fredrick, THE BLACK WATCH: Llevan 32 años cocinando discos de altos vuelos a
base de un talento infalible para las armonías. Y sin embargo y pese a publicar
de manera prolífica, no los conoce ni el Tato. ¡¡Que injusta es la vida joder!!
Esta
vez no tienes excusa que te salve para fenecer ante semejante colección de
temazos.
“All
Mixed Up” surfea sobre un hammond que le da esa
impronta sesentera de yeyismo bailongo y familiar; nada británico aprovecho a
remarcar. Pero lo mejor viene después con “Hand Grenade”, donde
se quedan en pelotas picadas y no esconden su querencia hacia los Spacemen 3 o
si es el caso de tu juventud, por unos Spiritualized/The Warlocks en “No
One Weeps”, vestidos de Blues oscuro y reptante.
Estratégicamente
engarzada entre éstas, hay una de esas joyas magistrales que enaltece la
sabiduría de los de Ian McCulloch y Steve Kilbey.
“Paint
in Green” vuelve a intentarlo donde Toy fallaron con
su disco de debut, o Ride perdieron el hilo. Y llevan la nebulosa del Dreampop
preciosista acicalado con Shoegaze y atmósferas oscurillas. Al terreno donde la
canción por si sola se viste de inmortalidad, como tantas que constantemente
ofrendamos pasen los años que pasen.
En
“I Don’t Care” lo vuelven a hacer subrayando el tino de estos
tipos con las armonías, y hasta lo mejoran con falsetes o coros desde donde se
divisa con claridad la inmensidad del Mar.
Northern
Songs suena a viaje desde el primer momento. Es diáfano y de espacios abiertos.
“Juniper” bebe de los mejores House of Love, recuperando ese tono
susurrante con guitarras afiladas y atmósferas plenas.
Donde
los primeros acordes de “Northern Song” ponen rumbo a las
antípodas (The Bats, The Church…); una delicia de canción que inequívocamente
reivindica aquella psicodelia edulcorada y soleada los 60’s. Convirtiendo la
segunda parte del disco en una diablura de disfrute:
“Stardust”
pellizca a lo Teenage Fanclub. Y aunque la parte final se adentre en los
terrenos densos y excelsos de reverberaciones con “Swiss Mountain Myth”
y “The After Glow”. No penaliza en absoluto el global de la obra,
si os va el rollo de Ride, Slowdive, Chapterhouse, Sapacemen 3, o The Rain
Parade.
Sin
dejar por supuesto, de mirar con el rabillo del ojo a los orígenes a The Byrds,
The Youngbloods, Moby Grape, o incluso los Love.