Mostrando entradas con la etiqueta shoegaze. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta shoegaze. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de noviembre de 2020

THE ASTEROID No4_NORTHERN SONGS: DESPLEGAD VELAS QUE NOS VAMOS AL PARAISO

 


Se me perdió en el forro roto de mi viejo abrigo, uno de mis discos más esperados y necesitado. Y es en caliente y con apenas dos escuchas atentas y el posterior bucle. Cuando la necesidad de huir, mejor captura las reacciones que te produce la música:

Los evocadores recuerdos, la melancolía, y la sensación de sentir la amplitud del horizonte, como único antídoto.

 

The Asteroid No4 lo consiguen, o se acercan bastante a lo que para mí es: Un disco emocionalmente idóneo; sin acabar de averiguar si es mi carencia, o el corazón el que decide.  

 


 

 

Si el encarcelamiento fue el que te sustrajo ese don de abrazar, constreñir con la fuerza de un neonato a su mamá y sentir la calidez del contacto humano.
Que no sea esa desdicha la que te prive de buscar intencionadamente el apego al pasado.
Como una quimera fraternal en la que tus viejos amigos se vuelven a encontrar en aquel Pub del casco viejo. Tus difuntos resucitan para avalarte y explicarte aquella duda que te quedó por preguntar. O esa novia que conociste en aquel chiringuito de playa, con la luna reflejada y difuminada en el vaivén de las olas.
De la que no volviste a saber y te gustaría reencontrar 20 años después. Que viene a susurrarte al oído, cómo eran esos vértigos escalofriantes que te recorrían la columna. Y que ya ni recuerdas
¿verdad?

 


La sensación es así: querer y no tener, para desear.

La explosión de querer, no es otra que la del tiempo que se te escapa. Y la añoranza.

Sí señor!! Eso mismo.

Cuando de repente te nace de dentro, esa necesidad de escuchar melodías que dibujan tiempos mejores, tiempos pasados. Discos como los de estos Filadelfianos afincados en San Francisco con 10 Lp’s a sus espaldas y con casi un cuarto de siglo andorrenado. Son prácticamente la fórmula perfecta para levar anclas y echarse a la mar.

 

 

NORTHERN SOULS es otra prueba más de la regularidad de estas bandas como especímenes históricos híbridos. Difícilmente ubicables en las tendencias que auparon los estilos: de modas, sus camadas numerosas, y trascendencia en posteriores décadas.
Ahí estaban: Jazz Butcher, The Clean, The Church, Lloyd Cole y otras tantas que evitaron deliberadamente unirse a las modas imperantes. Y siempre quedaron ahí: en una especie de limbo estilístico que solo los más inconformistas valoraban.
No por calidad y recorrido. Sino porque como ya deberíamos saber: La industria musical, el mercantilismo y la rentabilidad. Nunca han sido muy amigos de los antihéroes de complicada promoción ¿para qué están sino las modas si no es para rentabilizar movidas?

 

 


Si Scott Vitt, Eric Harms, Adam Weaver y Matty Rhodes nacieron en 1998 como un evidente homenaje a los Spacemen 3. Su trayectoria, evolución e inquietudes los ha llevado por los caminos diversos del Krautrock pinkfloyesco, el folkrock, Shoegaze, e incluso el Countryrock; eso sí, siempre perfumado con la esencia psicodélica que a veces todo lo difumina.

Dos años y pico después del notable COLLIDE (13 O’Clock Records). La incorporación del multinstrumentista y Californiano Nick Castro, ha dotado de una inagotable frescura los diez cortes que forman este magnífico nuevo disco.

 


Una revisión en clave de Shoegaze espacial y Pop  hiperluminoso, que recoge la mayoría su vaivenes estilísticos. Pero con un marcado carácter guitarrero lleno de texturas y capas, y un ritmo imparable que no decae ni una sola vez.

Un disco, en definitiva, que se escucha como un tiro. Y que paradójicamente y por mucho que nos evoque. Suena necesario y extinto en estos últimos tiempos por más raro que parezca.

Lo de Asteroid N4 es algo parecido a lo que le pasa a la banda de John Andrew Fredrick, THE BLACK WATCH: Llevan 32 años cocinando discos de altos vuelos a base de un talento infalible para las armonías. Y sin embargo y pese a publicar de manera prolífica, no los conoce ni el Tato. ¡¡Que injusta es la vida joder!!



 

Esta vez no tienes excusa que te salve para fenecer ante semejante colección de temazos.

“All Mixed Up” surfea sobre un hammond que le da esa impronta sesentera de yeyismo bailongo y familiar; nada británico aprovecho a remarcar. Pero lo mejor viene después con “Hand Grenade”, donde se quedan en pelotas picadas y no esconden su querencia hacia los Spacemen 3 o si es el caso de tu juventud, por unos Spiritualized/The Warlocks en “No One Weeps”, vestidos de Blues oscuro y reptante.

Estratégicamente engarzada entre éstas, hay una de esas joyas magistrales que enaltece la sabiduría de los de Ian McCulloch y Steve Kilbey.

“Paint in Green” vuelve a intentarlo donde Toy fallaron con su disco de debut, o Ride perdieron el hilo. Y llevan la nebulosa del Dreampop preciosista acicalado con Shoegaze y atmósferas oscurillas. Al terreno donde la canción por si sola se viste de inmortalidad, como tantas que constantemente ofrendamos pasen los años que pasen.

En “I Don’t Care” lo vuelven a hacer subrayando el tino de estos tipos con las armonías, y hasta lo mejoran con falsetes o coros desde donde se divisa con claridad la inmensidad del Mar.


Northern Songs suena a viaje desde el primer momento. Es diáfano y de espacios abiertos. “Juniper” bebe de los mejores House of Love, recuperando ese tono susurrante con guitarras afiladas y atmósferas plenas.

Donde los primeros acordes de “Northern Song” ponen rumbo a las antípodas (The Bats, The Church…); una delicia de canción que inequívocamente reivindica aquella psicodelia edulcorada y soleada los 60’s. Convirtiendo la segunda parte del disco en una diablura de disfrute:

“Stardust” pellizca a lo Teenage Fanclub. Y aunque la parte final se adentre en los terrenos densos y excelsos de reverberaciones con “Swiss Mountain Myth” y “The After Glow”. No penaliza en absoluto el global de la obra, si os va el rollo de Ride, Slowdive, Chapterhouse, Sapacemen 3, o The Rain Parade.
Sin dejar por supuesto, de mirar con el rabillo del ojo a los orígenes a The Byrds, The Youngbloods, Moby Grape, o incluso los Love.

 

Creo…que aquí me voy a quedar ¿me acompañan?
 

lunes, 29 de junio de 2020

HELICON_THIS CAN ONLY LEAD TO CHAOS_2020: ESCOCIA NUNCA FALLA


No se si he contado por aquí en alguna otra ocasión o texto (teniendo en cuenta lo que puede que me repita sin ser consciente); como los abuelistas. Lo miedica que era de chaval (desde el uso de razón? Hasta los, creo… 16 años aprox.)

En realidad puede que dejara de serlo de manera más o menos ridícula, mucho antes. Pero dejémoslo en los 16, con las patas llenas de pelo ya. Con empaque.
Miedo a que me asomaran los pies por la cama de noche, a dejar caer el brazo por el filo de la misma. A la penumbra donde construir formas con la ropa mal colocada en la silla, la cortina o las sombras más fruto de la imaginación y del canguelo, que a lo que realmente había que tenerle miedo por aquel tiempo.
He llegado a sentir miedo a notar el latido del corazón en mi tórax, y después en mi cerebro. Cuando me tumbo del lado izquierdo en la cama. A morir dormido o sinó, a morir despierto por un ataque de corazón y rabiando de dolor sin importarme si hay una ciencia exacta que mida el dolor, dependiendo de la patología, accidente o trauma.

Básicamente miedo (o aprensión), a lo desconocido o incierto. Y lo que es peor: A la capacidad de imaginar que tengo, y la velocidad de aceleración de 0 a 100 que puedo desarrollar sin válvulas, turbo, ni propulsor que valga.
Por eso.
Pienso yo.
Que de ahí mi querencia por lo ojcuro, mal rollero y desasosegante.
Seguramente por eso empecé a engancharme con el Trans Europe Express, los Kraftwerk y de un salto!! Ya los Christian Death, Bauhaus, Killing Joke y que se yo… Vamos que me mola lo oscuro así en general sin buscarle justificación, razonamiento, o si me apuras. Estilo Musical.
No soy de manual, eso sí. Ya iba a los garitos siniestros con camisetas blancas afectadas por el ultravioleta, de The Smiths, y me la sudaba bastante. No soy gótico confesional ni quiero, de tribus urbanas o estereotipos definitorios paso olímpicamente.
Por eso.
Si os pasa como a mi: Que os gusta los oscuro sin ser de ninguna cofradía y por puro vicio. Pero tampoco os agarráis a cualquier mierda cual heroinómano perdío en el Vaticano.
Que tenemos un gusto joder!!
No os extrañe que os enganchéis como mi hijo de 12, que con 1 iba subido a la pierna de su madre igual que un marsupial al grito de: MAAAAAAAAAAAAMA!!
A HELICON.



Su nombre sonará a obviedad; no lo niego.
Pero el segundo trabajo de estos Escoceses de Glasgow – aunque suene a topicazo - es otra cosa.
Aprovechando además, para recomendar también su debut homónimo del 2017.

Un viaje a vista de pájaro con la Psicodélia de guiños étnicos y cadencia Stoner Rock como salvoconducto. Pero que a mi principalmente me remite al Post Rock (con el sifnificado generalista que yo le doy al término). Y donde encajan perfectamente Mogwai y su más que evidente escuela, que impregna el álbum que aquí os traigo.
No en vano, los produjo Tony Doogan en el Castle of Doom Studio de Mogwai. Y teniendo en cuenta el hecho casual de que, los pasajes instrumentales, también son su principal carta de presentación. Ya es fácil que ambos vayan de la mano, aunque a mi, de Mogwai me gustan cosas muy puntuales aun considerándolos maestros dentro de un género que han hecho suyo. Y la razón por la que me gustan Helicon es bien diversa, pese a que el círculo musical al que pertenecen a menudo adolece de ser repetititivo, algo casino, y en lo personal. Me cuesta encontrar algo que realmente me sorprenda como para reseñarlo aquí.


El tema con el que arranca el disco en cuestión tiene la culpa: “Sound of Confession”
Y cuando hablo de lo oscuro, el miedo, el desasosiego y todo ese rollo del principio. Me refiero a esto, y si me apuras, a lo que me generaba también el Excavation de THE HAXAN CLOAK/2013.
Que esto no dan tanto canguelo, entendedme, pero la carnaza que me lanzaron me cogió por ahí.
Sound of Confession” es una instrumental maravillosa, diría que incluso por encima de lo que han facturado últimamente la banda de Stuart Braithwaite:
Halos que inconfundiblemente nos remiten al norte de las islas, con un inicio que recuerda sospechosamente a New Model Army. Pero que al final pertenece más al hábitat de Spacemen 3, Loop o The Black Angels. Y acto seguido “Pure Filth”, que de repente es como si las puertas se abrieran de sopetón por un golpe de aire.
Un temazo, vocal es ta vez, que definitivamente demuestra que Helicon es una banda que vas allá del puro género. Y con muchas más posibilidades para hacer, lo que han hecho:
Un disco fluido, orgánico y a la vez, tan contundente como para convencer al público más variado y al purista, también.



The Sun Also Rises”, con ese mismo aire oriental que explotaron en Seraph, es infinitamente más definitivo e interesante.
Más elaborado o - si se quiere - con mucho más sentido y personalidad.
La potencia de “Glasgow Uni Accent” acierta virando a esa parte polvorienta y americana tan de Jesus & M_CH. Y sin embargo “In The End” nos devuelve al lado contrario, más ambiental y popero, elegante sin más referencias que las que cada uno os podáis generar.
Desde luego, THIS CAN ONLY LEAD TO CHAOS, es un discazo que recoge infinidad de pasajes que últimamente se han intentado emular. Pero que a mi sin embargo, solo me han servido para certificar que difícilmente se podrán recrear ciertos sonidos del pasado de manera realmente fidedigna, o emocionante.
Aquí, se consigue bastante.
RIDE, SWERVEDRIVER, THE CURE, SPACEMEN 3, CATHERINE WHEEL, JANE´S ADDICTION...


Pero no penséis que éste es un disco al que atender por el fetichismo sonoro al que he echado mano de manera enfermiza; para nada.
El disco de estos Escoceses, no es el típico disco de género con minutajes excesivos e interminables, no. Su segundo disco se deja escuchar con fluidez, sin apenas condicionantes emocionales, de estado de ánimo, o prejuicio que valga. Si te gusta rozar con la punta de los dedos el shoegaze pétreo; como es el caso de “Bardo Thodol”: De atmósferas densas a la vez que tremendamente liberadoras, y algún apunte al Nothing Shoking de Janes Addiction tirando de imaginación, te encantarán.
La majestuosa “With Graceful Menace” a modo de mágica suite. Como cogiendo impulso y saltar de nuevo al vacío con la imponente “What you Love Will Kill you”. Y acabar cerrando con la exquisita “Cosmic John”.
Dos canciones que definen divinamente el contrapunto que media entre la épica, el rock y las atmósferas. Y que aquí conviven sin estridencias aunque con contundencia. Con sensibilidad y sin ñoñería. Y con un rigor que tan solo se sostiene sobre un puñado de excelentes canciones, y la magia de la inspiración.
De East Kilbride: Johnn-Paul Hughes, Gary Hughes, Mark McLure, Grahan Gordon, y Seb Jonsen. Y son HELICON.

domingo, 5 de abril de 2020

COMET POND_AND TO THINK_2019: VIAJANDO EN SUEÑOS




Ha sonado el despertador tres veces y al final, son los camiones de limpieza con su zumbido los que me han despertado.
Me preparo un café con leche de sésamo bien cargado mientras me desperezo. Y mientras las tostadas invaden la estancia a desayuno, me acerco a la ventana para ver que las calles siguen vacías.

Los camiones ya se han marchado, el silencio. Las aceras pulcras e inmaculadas, los perros ya ni ladran, el jolgorio de los niños. Se acuerdan del jolgorio de los niños? Se reirán, pero es lo que más echo de menos.
Ellos definían el inicio del día, antes incluso de que despuntara el sol. Después las abuelas, los camiones de reparto y hasta el camión del butano. Que pese a que ya hace un sinfín que ya no cantan su ronda, los podía imaginar.
Ahora solo hay silencio. Y la Primavera afligida, ha hecho un receso para alargar el invierno; como si el decorado del escenario quisiera ajustarse como un traje a medida de Gorina, a esas caras lacias de los escasos transeúntes.

Desde luego el mundo se ha parado. Por lo menos el figurante que convertía las ciudades en mercadillos.
Y ahora, el SILENCIO: alargando las sílabas igual que silva el viento que todo se lleva.
Solo el silencio y la soledad.
Es como si los móviles, táblets, televisores y radios se hubieran tragado todo el tumulto escandaloso, histérico y ensordecedor de las calles. Y todo estuviera allí ahora, y no cesa: Las redes sociales echan humo, las baterías no dan a basto y las estadísticas bailan sin cesar como las luces de un ecualizador rítmico en plena fiesta.



Es un contraste curioso: Ver el vacío apocalíptico de las calles y sin embargo, escuchar el griterío digital de la tecnología pidiendo una caída en masa de repetidores, centrales y antenas.
He llegado a sospechar que son los campos magnéticos los que nos hacen insoportables, y no la reclusión. Da risa eh? Lo que dan de si las horas muertas, no?

Sí, pero no.
Está la noche:
La esbelta y estilizada noche dueña y señora de su hechizo. Sin mal borracho o vehículo que rompa su influjo.
Yo, no sé si será por los meses que pasé de convalecencia, por mi timidez congénita, o por lo mucho que odio el escándalo.
Pero deseo con vehemencia la llegada de la noche cerrada; a eso de las doce en adelante.
Ahí me excito y me encanto con el absoluto silencio nocturno, mientras fumo como un carretero y bebo lo que pillo. Y es cuando automáticamente se me activa el mecanismo por el cual puedo interiorizar la música celestial.
No la que suena a plena luz del día para acallar la histeria y marcar los pasos de baile de la desconexión o tareas domésticas. Sino la que induce a la concentración, y posteriormente a la fotosíntesis espiritual. No es fabuloso?

Porque sepan ustedes que cada melodía obedece a una necesidad, o debiera. Acaso se imaginan a las 12 de la noche contemplando el silencio de la noche, mientras resuena en su cabeza bachata? Yo no.
Si acaso a Héctor Lavoe cantando “Triste y Vacía”. Pero a mí, personalmente, COMET POND y su “And To Think” del pasado año todavía sangrante. Colman mi idea más o menos concisa del recogimiento, y mi escasa capacidad para zambullirme en la delicadeza de los acordes, sus teclados de bellú y guitarras entrelazadas.

El joven cuarteto de Massachusetts me confirmó la sospecha al iniciar este 2020. Que jamás hay que embalar los años pasados, ni atrancar puertas a cal y canto.
Que por más que se hagan los caminos, siempre estaremos incompletos. Y que no hay prisa por llegar sino templanza para sonreír ante lo inesperado.

AND TO THINK; su segundo y más completo trabajo. Corrige la brevedad de su pasado debut, con casi el doble de canciones; ni una sola sobra.
And To Think da para airear cualquier signo de ansiedad o duda existencial: Dreampop con guiños al Shoegazing, al slowcore e incluso al Folk árido y la lánguidez perezosa que ahora tanto tememos. Y aunque todo indique que “New Forgotten” podría enmarcarse en cualquier compilación de Sarah Records. O “And To Think” pudiese extraerse de un descarte de los Californianos Allah-las. La trotona “Tuff”, con Jori Dudzikowski; la parte fémina de la banda. Tiene esa curiosa virtud de convertir el frágil pop, en una especie de caramelo envenenado.

Desde ahí en adelante. El disco se despliega suntuoso y tremendamente encantador:
Boston Slug” captura ese deje entre lo tremendamente melancólico, y un diálogo entre banjo y pedales que la hace majestuosa. “Owen” plasma categóricamente, la diferencia entre lo insulso y el cómo, de tejer melodías de aparente sencillez y rutilante hermosura final: Aquello que se ha intentado miles de veces y por la planitud de muchos, se ha desvirtuado.
Aquí hacía infinidad de tiempo, que la parcela del Slowcore estaba desierta. Y que una banda con tan escaso bagaje consiga enriquecer el legado de Mazzy Star, Bedhead o mejorar el par de Bill Ryder-Jones o Happyness, con piezas como “Listen” o la preciosa “Everyday”. Debería dar por lo menos para abrazarlos sin demasiados reparos.

Todo el disco está envuelto entre ecos de sábanas de terciopelo. Sin atender demasiado al exceso de flacidez de sus sonidos, me seda desde brazos a piernas canciones como por ejemplo: “Funny” de recurrente mueca Malkmus, deliciosa hasta relamerse. Consigo que se me aflojen las extremidades de licoroso vino blanco en mi paladar, ayudado por la exquisitez de este Sait Veran de la Borgoña, con la misma sapidez socarrona de “Distract Me”.
Cántame asiendo el cono ese que ha barrado el paso a la calle como un megáfono. Por donde la gente se cruza pidiendo abrazos en sus ojos, y cualquier mirada induce a la conversación: - Te acuerdas de aquel día que saltábamos, y nos fuimos con las toallas para ver despuntar el alba? Sonó “Blue Ghosts”? Pudiera
Jugueteando con la espuma de las olas a punto de alcanzarte, me dijiste que me querías. Pero ya ni me acuerdo como sonaba. Y solo son canciones como estas las que me lo recuerdan “Dreaming (again)”


Ni hecho a propósito puede ser tan idóneo el final de este precioso disco.
De esos pocos, en los que casi puedo meterme entre sus acordes difusos y abovedados, pero a la vez precisos cunado reverberan en el pecho y de rítmica cardíaca. Slow” y “You Now”; los dos temas que cierran esta quincena de joyas. Son majestuosos y en gran medida, dignísimos deudores de los primeros Ride y aquel shoegazing que quebró cualquier rigidez de género. Haciéndolos ahora mismo: símbolos sempiternos de la música moderna.


 

lunes, 25 de junio de 2018

THE ASTEROID N.º4_COLLIDE_2018 (13 O’Clock Records): DISCOS PANORÁMICOS PREDESTINADOS A MUSICAR EL VERANO





Ya he decidido no volver a dar la mano a clientes, recién conocidos y tratantes. Desde ahora, solo abrazos henchidos y constringentes de esos que serigrafían los latidos en tu pecho.
Desde que certifiqué así, que padecía una epicondilitis (codo de tenista); seguramente por mi trabajo y la recurrida excusa de la edad. Y de que justo el certificar mi dolencia, experimentara un querencia por marcos de puertas, ventanas y cualquier superficie duro para con mi codo; vamos, que no hago más que darme golpes en el punto exacto del epicondilo.
Que quien sabe, pudiera que pudiese ser la edad con su consiguiente pérdida de cálculo espacial y perimetral; no lo discuto. Es más, seguro que hay un estudio sobre eso, el acercamiento hacia los cincuenta y la pérdida inconsciente de ese don que tienen los murciélagos y que nosotros suplimos con la juvenil y grácil agilidad: ¿el torpe nace, se hace o se instruye según cuenta canas? Un misterio, gente.
En cualquier caso. Yo solo sé que desde hace cuatro años aprox, arrastro involuntariamente la planta del pie al caminar, voy al tanto con los tropezones igual que un Ñu bebiendo en una charca infectada de cocodrilos, y no hago más que darme golpes en el dichoso codo.
Y dirán…Y ahora?
Bueno. La solución no la he hallado en un medicamento, codera de porexpan o terapia alternativa. Sino en la música sí.


Desde que cayera en mis manos el noveno disco de esta banda originaria de Philadelphia y establecida en San Feancisco desde el 2011; con el cual conmemoran el 20 aniversario de existencia. Mi deambular por casa, solo obedece a los compases de Collide:


Me levanto a oscuras a miccionar a lomos de “Explore”. Voy de mi diminuto lavadero cargado de colada sin miedo al quicio de la terraza bailando con “Explore”. Y hasta girar en mi micro mampara de baño cual Derviche, con la voz de Emili Polle de crines acuestas de “Weeping Willow” mientras me ducho.
Desde ese preciso instante en el que la luz cenital apunto desde el cielo cual Mr Bean caído. Son los vaivenes acompasados de la banda de Scott Vitt los que rigen mi día a día, y han dejado en un recuerdo peregrino aquel Hail to The Clear Figurines del 2011, con el que los descubrí: Un disco que navegaba entre pleamares y corrientes marinas, de una psicodelia mucho más evidente que el disco que nos ubica; muy cerquita de los Black Angels.



COLLIDE sin embargo, sitúa a la banda mucho más cerca de nosotros. Sobretodo y más que nada, porque su sonido se aleja discretamente de ese toquecito de Americana, que hacía y hace, que su música no sea la de ese tipo de banda que se aferra. Sino que la libertad a la hora de dejarse llevar por los caprichos de la naturaleza, sea la que da quilates a su trayectoria y discurso.
Este bocado corto de ocho canciones, nos pone de cara u orientados hacia una latitud más británica: The Church, House of Love, Lloyd Cole y los Commotions en ocasiones. La intensidad de los primeros Mazzy Star de esa canción que os citaba al principio; “Weeping Willow”. Y que nos remonta y rememora aquel rock americano parte Janis, parte Soulwomens de rasgos más Underground. E incluso a unos 60 mágicos, volátiles y tan románticos como la de los Rolling de Brian Wilson.
Esa miscelánea en definitiva, que hace que el rock anglosajón beba realmente de infinidad de charcas, épocas, híbridos y tics culturales, igual que las especies y las esporas viajan.
Y que en este disco se dan cita como un halo de belleza azucarado y tremendamente melancólico. Por obra y gracia de ocho canciones mágicas, de las que uno, no puede separarse ni un minuto. Seguramente porque que dan de pleno en la diana del bien denominado temazo.
Lo mismo da que empieces desde el principio, o de atrás hacía adelante.
Cry for Osana” por ejemplo, modula su épica orquestada hacia territorios espirituales y mágicos. De los cuales, sus nueve minutos y medio jamás abusan del bucle y sí del vuelo: sin motor, estupefaciente o paranoia que valga. Solo paisaje y cromatismo sonoro. Antes “Remedy” hace una ecuación entre Cass McCombs y los Jayhawks. El resultado, un vals que me lleva en volandas sin tan siquiera acusar la más mínima torpeza; ellas me elevan.
Los slides y tremolos de “Finest of Mines” que inician este tema, que bien podría tratarse de un corte de una banda cualquiera de Shoegaze de los 90; curiosamente, muta. Siendo en realidad de un rock clásico que flirtea sin rubor y que delega la grandeza, en la canción sin más. Podría tratarse de lo que quisieras: Neil Young, Big Star, The Byrds, Slapp Happy... o cualquier otra referencia que amortiguara el tiempo y todo lo que vienes escuchando. Pero sinceramente solo puedo quedarme en este caso con las canciones; “Weeping Willow” es una prueba palpable, paradógicamene como el nombre de otra de mis amadas bandas.

Collide”; la que da título a este maravilloso disco. Tiene esa magia un tanto mainstream que a mi personalmente tanto me recuerda a una época de la que nunca fui en absoluto devoto. ¿soy yo el único que atisba esas odas pomposas de los 90’s tan indies? Aun y así me gusta, y sería lo mismo que decir lo que aborrecí a bandas como Verve, y adoraba sin embargo esos mismo ejercicios en manos de Suede o de Pulp; con más gusto claro.
Y al final pues supongo que no se trata de lo que se haga, sino como. “Sagamore” también tiene ese ramalazo de brazos en alto, corear, y hasta llorar como un eterno enamorado de la moda juvenil. Pero mola aun y así. Sin ni siquiera preguntarme si es la edad o la nostalgia.
Explore” y “Ghost Garden” son tan enormemente sencillas y de sonrojado encanto natural, que bien valdría seguir girando como si nada. El umami perfecto del torrezno que se funde en tu paladar como una droga prohibida. De la miel de tomillo cristalizada, o de la Panela estremeciéndose en el azucarero cuando hundes la cuchara.
Un disco pura delicia, que desde su primera escucha ha sido cabecera y candidato al Plinto del año. Y engrandece a una banda prácticamente desconocida, con una riqueza musical inalcanzable para otras, empeñadas en forzar los engranajes hasta pasarlos de rosca.
Para THE ASTEROID #4 todo es más fácil, orgánico y congénito. Posiblemente por el talento de quien no rinde cuentas a la maquinaria. Todo un homenaje a la llegada desde ya, del Verano eterno. 
Y que además los tendrémos paseando su exquisita discografía por nuestro país, este otoño.
TOUR EUROPEO 2018