viernes, 23 de octubre de 2015

EL AZUL ES MI COLOR: BLUES Y SUS XXVI VECES EN CERDANYOLA. THE SUITCASE BROTHERS, JOHN NEMETH y LOS DELTONOS.





Dando un paseo por sus calles y plazas redescubro, es curioso. Tuve que pasar un año de exilio lejos de casa, para saber lo que se siente añorar; el mar, la playa, el brisa marina de fuera adentro. Pasar casi veinte años de tu vida en un sitio y ser casi un desconocido que habita, pero no existe: Un muerto en vida que solo para por casa para dormir de día y encerrarse en su ataúd, tanto, que hasta los vecinos al cruzarse le preguntan el santo y seña.

En mi pueblo de ahora me pasa lo mismo, aquí no hay mar, cierto, pero lo tengo a mano. Tampoco tanta gente, aunque en un año de convalecencia he sido capaz de saludar a más, que los 3 amigos de infancia que tuve en un periodo de 12 años #en el otro pueblo. Y de la misma manera, han tenido que pasar hasta 15 años para sentirme nativo, e incluso un poquito parte de aquí.
Y la verdad es que solo he necesitado 45 años para llegar solito a esta reflexión: No sé si por extraviado, descastado o simplemente porque siempre me he movido en un mundo paralelo en el que, sinceramente, no he sido mucho de intimar salvo lo justo e imprescindible: Cortés, educado y cordial eso sí; la educación como dice mi madre, siempre. Pero no mucho más que el automatismo justo de resultar agradable a tus convecinos, sin llegar a ser dicharachero ni huraño.

Lo que me lleva a una segunda conclusión/duda: Será que estoy ante un nuevo cambio de ciclo? Fue la transfusión de sangre o los mundos paralelos que plegué y desplegué estando en coma?: Uno era el de la práctica (con colores vivos, apetecibles, multifuncionales...). Otro el de la lógica (funcional pero útil, tradicional y mucho más humano)
Un dilema en bucle angustiante y que nunca te llevaba ni a destino, ni a conclusión alguna. O... fue la sangre del tío Calambre la que me ha hecho cogerle cariño a las malas hierbas, que años atrás arrancaba de mi jardín.

Desde entonces -puesto el reloj a cero- todo ha cambiado mucho. No solo conozco a un sinfín de personas, muchas mayores que yo, sino que soy capaz de hablar horas muertas sobre un mismo tema sin apenas aportar un giro o una resolución. Me sé el nombre de las calles, el microcosmos del ambulatorio, las bondades del comercio de proximidad y..... #redoble y platillos: QUE VAN POR LA XVI EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE BLUES DE MI ACTUAL PUEBLO #CERDANYOLA DEL VALLÉS... Y yo sin enterarme, o enterándome de las virtudes de semejante evento, casi como quien paseando se tropezó.
Y entendedme, no es que ignorara su existencia; es de tontos vivir en un ciudad como Cerdanyola y no inhalar el perfume de música callejera que se respira durante estas dos semanas, y el resto del año. Pero uno, por miedo, pudor o pereza siempre lo vivió desde el burladero; salvando aquella ocasión en la que se “IndiePendizaron” y trajeron a Hefner y Mojave 3 (también lo digo, un lujo). Años de vacas gordas y orondas supongo, cuando la absorbida Caixa de Sabadell era el máximo patrocinador del festival. En esos 21 años por estos humildes lares pasaron bestias de pelaje tales como: Dr. John, Tete Montoliu, US3, Savoy Brown, Ronnie Earl & The Broadcasters, Los Enemigos, Lucky Peterson y un sinfín más.
Con la deserción en la galaxia financiera y trilera de esas malqueridas cajas de ahorros, que por lo menos, arrimaban el hombro en eventos culturales, fiestas y celebraciones de pequeños municipios. Ahora, la situación del prestigioso Festival de Blues de Cerdanyola vuelve a surgir de sus cenizas como el Ave Fenix; con el contador a cero -igual que un servidor-, y la imaginación colectiva como principal ayuda.

El Miércoles de esta pasada semana no había mucho que hacer, salvo maldecir La Gran Caída de Roma que me propiné a las puertas de la misma #semana. Ver el esplendor cromático y toda la escala de violáceos verduzcos en mi cardenalicia nalga, y dejarme de monsergas para acudir al remedio que todo lo cura: La Música.
Volvían por sus fueros aquellos que tres años atrás descubrí por pura casualidad, un domingo tarde que bajaba a por pan. Y allí ellos, a la fresca del Blues Veraniego de la Tía Felipa llenando la calurosa tarde de Blues primigenio; THE SUITCASE BROTHERS.
No era una grabación ni el Delorean de Doc, que nos había teletransportado a Texas, Tucson o al mismísimo Missisipi. Era pasear con el pan bajo el brazo y acabar punteando sobre los surcos la barra de cuarto.

Desde aquel día y tras ver a Victor Puertas sacar más jugo a su harmónica, que a un chancho en San Martín. No iban a pasar más de tres años para poder verlos con tranquilidad, y en un meridiano miércoles de los que ilustran las anodinas semanas otoñales.
Se pueden escuchar discos, ver vídeos por youtube o cualquier expresión cibernética con la que intentar acomodar nuestros oídos a su música. Pero nunca jamás por los jamases será lo mismo que ir a echar un rato de miércoles al Motor Music Records de Cerdayola; una nueva escuela de música que echa a andar. Y volver hacia casa canturreando con una sonrisa de oreja a oreja, fruto del buen rollo que provocan sus directos.

Sus representaciones en vivo tienen ese don especial de los buhoneros de elixires milagrosos que paseaban en sus carrozas por los pueblos; por estética, locuacidad y sobretodo por su sonido de raíces hondas. Desde su inicio, todo el temario que se esparce por su hora y media aproximada de vivo directo, tiene una justa lógica y estructura; la de un viaje desde lo más profundo, hasta el Blues más contemporáneo.
Por ese camino es por el que discurre el repertorio, repartido por sus cuatro discos hasta la presente; siempre bien ilustrado por su guitarra y voz más cuarteada, Santos Puertas (guitarras y voz). Se puede sentir el aire en la cara entrando por el ventanal escacharrado del viejo expreso Danford Falcon 4_4_0. Masticar el polvo e incluso oler ese intenso fragor de carbón saturando tus fosas nasales.
Composiciones propias y revisiones de viejos temas, que arrojan luz sobre algunas de las piezas más olvidadas del género, poniéndoles nombre y apellidos. Con el respeto primitivo de su Blues acústico y ese tono al que se remontan cuando interpretan: La guitarra de Santos en cualquiera de sus formas, y el virtuosismo de su hermano. Que extrae sonoridades inverosímiles a un instrumento tan aparentemente básico como lo es la armónica, sin amplificación ni electrificación que valga. No en vano, son uno de los dúos nacionales que más respeto profesan en la escena de raíz Americana. La que les ha valido numerosos premios, y el sinfín de colaboraciones de lujo en sus discos.
El del pasado año todavía humeante “A LONG WAY FROM HOME”, que fue el eje central de esa velada a la que asistí el Miércoles de hace siete días, y con el que me acercan inevitablemente a un Blues que por cierto, no domino en absoluto.
Esa es una de sus grandes virtudes, conseguir que el blues purista y hermético Americano más enraizado, se convierta en lo que fue verdaderamente: Un género nacido en los círculos rurales y más íntimos de la América nómada y melancólica.

Aquí han conseguido sumar a su tono primitivo rugiente, la de dos monstruos en vida: Jerry Portnoy y Paul Oscher, además de Dave Biller y Eric Przygocki. Uno de sus discos más ambiciosos y ¿maduros se dice?, hasta la fecha: volviendo sobre sus pasos a versiones legendarias, que sirven de perfectos paréntesis entre su nuevas composiciones.
Un espectáculo ante un puñado -el suficiente- de público con un tono familiar envidiable, rodeados de esa gente que los vio empezar hace ya casi diez años.

Hubieron montaditos, picoteos, bocatas y cervezas así, entre amigos; como mejor suena esta pareja. Arrancaron con “You'd Better Mind”, un tema de los 60 de Sonny Terry y Brownie McGhee que representa en esencia, parte de sus raíces. El legendario “One Dime Blues” de Blind Lemon Jefferson del 1927; que ahí es poco.
Sonó el “Honest I Do” también incluida en su último álbum con el que me hice al acabar la noche, y me dio un vuelco el corazón. Ese tema en boca de Jimmy Reed -al que llegué curiosamente por David Gedge de los Wedding- puede que sea de los primeros bluses a los que caí rendido, antes de enfermar sin remedio con el resto del repertorio de este bluesman universal.
Sonaron muchos más, fue una noche en progresión y entre tema y tema, interesantes anécdotas del anonimato más ancestral. La fragilidad y ternura por su sencillez del “Freight Train”, que una jovencísima Elisabeth Cotten compuso con tan solo 13 años. Una autora de principios del siglo pasado totalmente autodidacta, zurda y que tocaba la guitarra al revés sin cambiar el orden de las cuerdas. Se permitieron la “frivolidad” de llevar a su terreno el “Can't Help Falling in Love” sin apenas desentonar y mecernos, para luego subirnos en marcha a la locomotora de la Central Pacific; solo que en un contexto bastante más doméstico, en “Midnight Train to Canfranc”: 
 
Un Victor Puertas desmelenado dando rienda suelta a su repertorio más salvaje, mientras nos agarrábamos los presentes a los asideros del tren. Por un momento creí ver Ian Anderson en versión armonizada. Sonaron sendos temazos de su tercer y el más secular de sus trabajos; todas composiciones propias, viajes río abajo y remontando el Missisipi. Desde Nueva Orleans hasta Menphis, efluvios de mardi gras, Rock&roll sureño y Blues Made in Aquí, cuando Artur Regada todavía conspiraba con su contrabajo. Otro disco para enmarcar.
Hubo bises para amigos, compañeros de batallas y viejos heridos de guerra que se echaban a andar buscando la bendición. Salimos un poco flotando, con un buen humor de los que la sonrisa se eleva hasta a las orejas. Lo cual todo sea dicho, en un entre semana de lo más normal, nos dio el último respingo de luz. Justo cuando la oscuridad tenebrosa se nos va a tragar de aquí a unos días.


La cosa no quedó en eso; que yo pensaba que sí. Pero sin demasiado tiempo para atar cabos, con la quilla casi amarrada, fue JOHN NEMETH el que vino en nuestra ayuda el Sábado; que en realidad sería el vigía Xavi Corral el que me pondría en buena dirección: Sabias indicaciones para ponernos rumbo al Parc del Turonet y ayustar la braza mayor, para celebrar esos pequeños accidentes que se nos cruzan en el camino.
Un menú para resarcir ediciones fallidas, presupuestos escamoteados y reunir no solo a los amantes del Blues de Cerdanyola; que son muchos, sino a cualquiera que se de a escuchar buena música: Indigos, Carvin Jones Band, Miles Sanko, John Nemeth y Deltonos. Así, por la patilla rockera.
Como allí donde indicase Xavi C., voy a ciegas y sin pensármelo. Poca excusa iba a poner estando el sarao a 10 minutos de casa.
JOHN NEMETH nos dejó el tiempo justo para tomar un tentempíe y acercarnos con la tripa llena a la plaza de la C (de Companys). Darnos de bruces con un suculento puestecillo de vinilos -el de Josep Mª Cámara- y salivar oliendo ese cartonaje antiguo fragante que tanta chicha se apretaba en sus cajones: joyas en perfecto estado y embalaje a su precio, no el que marcan algunas tiendas oportunistas de ahora. Cayeron tres en la saca, como de otra manera no podía ser.
Tomarnos una cervecita al relente, y alucinar con esta bestia parda de Idaho sobre el escenario, y el tremendo trío que lo secunda. Un solo adjetivo para un formato básico sin órgano ni metales: ELECTRIFICANTE. Se bastaron y se sobraron para llenar de calor, contoneos de caderas, aullidos y mucha mucha felicidad, a los discípulos que allí nos congregamos.

Una especie de posesión infernal parece adueñarse de este menudo cuarentón. A sus espaldas seis discos de estudio versátiles y contorsionistas que a ratos levantan pesos pesados del Soul sangriento como el de James Brown o al más enternecedor Salomon Burke. Tiene momentos en los que le guiña el ojo al León de Belfast, pero lo suyo, en realidad es bastante más eléctrico e instintivo; mucho más bestia. Por eso agarrarse solamente a “Blue Broadway” o “Sooner or Later” -su tema más popular del pasado curso- que sonaron en los primeros compases, uno puede quedarse un poco como lamer el envoltorio.

Rythm & Blues que transige sin muchos problemas con otras bestias del Sur Salvaje, sin apenas perder su esencia. A veces se trata simplemente de eludir trompetas y trombones para electrificar, dando una sensación de Blues Garajero o de Funky de tacto grueso y contorneado. Sus discos suenan mucho más estilizados como el “Name of the Day/2010” y “Love Me Today/2009”, pero inteligentemente y acorde con lo que se celebraba en la población del Valles, lo que prevaleció por encima de todo fue el R&B y el Blues mestizo: “Just Like You”, “Country Boy” y piezas del que fuera su disco de debut y el más terroso, “The Jack of Harps/2002”.
Con “Mother in Laws Blues” salía humo de la electrificada armónica de Nemeth, primero con una sobria chaqueta de cuero y después a pelo sobre su gato canalla. Sobre su último “Menphis Grease/2014” giró gran parte de su repertorio; es un disco que conjuga a la perfección cada una de sus épocas con su tono de groove adictivo. “Three Times a Fool” y "Keep your Elbows on the Wheels", un r&b que conecta bajo tierra al funk, al blues y al Soul de forma casi imperceptible pero bien reconocible. Su voz puede, es un portento. 

La armónica entra a latigazos con una energía tan rockera e incendiaria, que puede confundirte; pero es Blues en esencia. Aunque “Bad Luck is my Name” o “Keep the Love a Comin'” expriman las dotes de su bajo y guitarra, que son bárbaros. Es el poder iridiscente que emana en forma de voz al límite del gospel, negra como una Mamba. Y la extensión hacia su armónica, la que lo convierte en una bestia ilimitada sobre el escenario

Sus numerosas nominaciones y premios a los awards son un mero detalle, insignificante si se compara con su talento. O con todos mis respetos, un portento natural que deja en simples aprendices de brujo a bandas como Alabama Shakes, Nick Waterhouse o JD McPherson; insisto, desde el respeto. Y tan solo a niveles de Sharon Jones o Gregory Porter; me inclino.
Lo de este hombre es pura radiación. Bajo su sombrero ese tipo tan normal y pasional conjuga Rock&roll/Blues/Soul sin acabar de prevalecer ninguno. Solo pura energía sinérgica de la que no te puedes bajar hasta el fin del show, y se hizo corta si señor. Su voz da para tanto; de dulce, abrasivo y elegante, que podríamos ver salir el sol con él. No hay más que echarle un vistazo a su última versión del “Crying” de Roy Orbison, que canta en su último y altamente recomendable “Menphis Grease”; una dulzura que mide su amplio registro y cualidades: Versatilidad, energía inagotable, y mucho swing con el que adaptarse cual hiperactivado Rhanpholeon, a lo que se tercie; siempre desde el rigor.

Al filo de las doce subieron al escenario los Cántabros DELTONOS. Curtidos en mil batallas por lo legal y judicial, venían a presentar su nuevo y aún caliente Salud!!; la que gozan después de 25 años de carretera y manta.
Una propuesta ideal para cerrar la noche y meter al personal en calor, que la fresca ya arreciaba. Blues rockero, callejero y subterráneo de letras que a todos nos hacen el más común de los denominadores, y que nos trasladan a épocas de tasca y garito. De echo, de las pocas que en la actualidad pueden traducir en la lengua universal de la música; junto a Josele Santiago, las realidad más cruda de nuestros días. De esas que unen generaciones y te enseñan a amar paisajes de extraradio, descampados y suburbios; más maquillados, pero igual de supervivientes.

Yo me recogí más contento que antes de que acabaran con tres buenos vinilos bajo el brazo: el Out of Blue de la ELO, una joya atemporal del ExGong Tim Blake; el New Jerusalem. Y los restos del naufragio de la Alemania Comunista de los 70, en forma de doble vinilo de unos visionarios KEINE MACHT FÜR NIEMAND; primeros atrevidos en ejecutar PunkRock y garaje cuando nadie asomaba la nariz. Todo a unos precios reales, no lo que se pide por ahí aprovechando el ataque vintage que tienen algunos.
Mientras me iba alejando apurando un pitillo hacia casa: los ecos rockeros y sacrosantos a las espaldas inundaban la noche. Se diluían entre la humedad y el silencio de las calles conforme dejaba atrás el Turonet; a una distancia prudencial de casa, la justa para tener la sensación de que allí no ocurría nada. Era una sensación rara, de melancolía, esas que recuerdan a las fiestas del pueblo de tu infancia... Y yo, no puedo remediarlo. Esa descomposición del jolgorio y la música en vivo, deshaciéndose progresivamente con el silencio y la circulación, me pone triste, nostálgico y me encanta; no lo puedo evitar. Llamadme bicho raro, pero son todas esas pequeñeces que se ilustran en momentos muy exactos, que no tienen definición ni adjetivo.
Al girar la calle me topé con un Talbot Horizon igual que mi primer coche, y casi me hecho a llorar.
SALUTE!!

miércoles, 14 de octubre de 2015

TEARDROP EXPLODES_KILIMANJARO/1980: 35 AÑOS INCORRUPTIBLES DE MÁGICO OSTRACISMO.



Kilimanjaro es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne: A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina, entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente. Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este tiempo y al de otros pasados/futuros.


Cuando la aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en “Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección del fin de los tiempos.


Exagero con razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate, Wilder, y la disolución dos años más tarde.

Una historia veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos. Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el Kilimanjaro en la música de nuestros días.



Poner de vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar – cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te ves ahora.
No se trata de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso, Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de Liverpol.

Son seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia territorios más refinados y vanguardistas.

Llegados a este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada. 
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana, concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada por otros.

En sus doce cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave... etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres años con un catálogo tan hiperactivo como impío.


Aquel disco en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm Drownin”:
Las trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante durante todo el disco.

Julian Cope más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de rebelión a golpe de marcha militar.
Años más tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la época, en una perfecta línea de flotación panorámica.

Treason” mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con uno de los periodos más creativos de la escena alternativa Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
Suffocate” es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con claridad la situación de la Inglaterra de entonces.

Se publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de coleccionista extinguida y jamás reeditada.

Después vendría “Reward”; su single de éxito por antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde hallar resquicios de escape.
Un ritmo de Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el grande (Gong, Strontium 90, The Affair)

Kilimanjaro no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso quizás ese halo remembrante al What does anything Mean? Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer & Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue el detonante de semejante cónclave.
La cara A del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición original- después vendría cambios legales de portada, reediciones deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.

Volteando el engendro aparece “Went Crazy”; puro funky. Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
Brave Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de la esencia de la banda:
Trepidante. Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me puede lo sé, y me catapulta.

Sleeping Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral, es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada de su paso por Crucial Three.
También la grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor, martilleante e implacable.
Una “Thief of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes esteparios y yermos africanos.
Por eso, después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar la grandeza de su desenlace.

Debe ser que todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena campeón.
Calentón al margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo. El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo; así, en plan egoísta y Golum.

Poppies in the Field”; como decía al principio de la exposición. Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no quedaría bien?
De entre todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.

Me gusta especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk, pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la electrónica... y así hasta no acabar.
No me refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical, quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de verdad duren un instante.
En cualquier caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el conocimiento por encima del éxito.

Kilimanjaro eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas. Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este, son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado tarde para descubrirlos.

sábado, 3 de octubre de 2015

A GUITARRAZO LIMPIO CON EL BAM/Barcelona Acció Musical_2015




El pasado Martes 22 de Septiembre por la noche, se dio a la fuga nuestro móvil. Un unicelular familiar, el cual pasaba de mano en mano según necesidades y logística familiar; el único que teníamos por extraño que resulte. Dicen que se perdió, pero estoy seguro que fue un puro acto de despecho por falta de cariño; esa falta de apego que se le tiene a las cosas, cuando precisan más atenciones que uno mismo.
Algo así como aquellas separaciones de pareja después de largos años de convivencia, que acaban en una lista interminable de achaques, larga como la lista de la compra: Era perezoso, glotón y comía a deshoras. Todo el día berreando y precisando atenciones como un niño malcriado!! Que si actualízame, ponme a cargar que mira que me apago, hoy no me quiero levantar, vibrando y mugiendo como un condenado con un telele cada vez que le entraba un mensaje. En fin, que pasado los días no lo echo en absoluto de menos. Estoy ilocalizable cierto, si alguien (sea quien sea) me está intentando dejar un mensaje: ojos que no ven, corazón que no siente; no sufro porque no siento.

No voy a negar que no hubieran momentos de crisis, de vacío y de reproche. Y echar mano al bolsillo en busca de una mirada vidriosa con tacto y contornos redondeados, para encontrar borrisoles y restos de tabaco. Intentar localizar mis amigos extraviados en plena noche del Martes de la Merçé, en la Plaça dels Angels para rubricar fastos con THE WAND, y sentirme desnudo y perdido como un pedo en un jacuzzi.
Por suerte una cerveza y un par de pitillos más tarde. La derecha de la cabina de sonido y esas ondas desconocidas e invisibles que nos atraen como los buitres a la carroña, nos encontró: Somos animales de costumbres y como tales, la parte derecha o izquierda según caprichos, de la cabina de sonido. Nos une sin temor a perdernos entre la multitud de un concierto por fiestas patronales.



Ese más o menos ha sido mi modus operandi para este último BAM/2015. El primero y primordial, encontrar por fin y después de largos años de sequía, un cartel digno de la historia del BAM: un festival paralelo a las fiestas patronales de la ciudad condal, que me adiestró en esto de la música, con ilustres, de forma gratuita y en entornos idílicos muy minoritarios; por desgracia, para bien o mal, con los años todo a cambiado y masificado. Ver a: Divine Comedy ante 100 personas escasas, a Chucho por primera vez, a Belle & Sebastian en una plaza minúscula igual que a Magnetic Fields, Dominique A, La Buena Vida, Montgolfier Brothers, Black Box Recorder, Lou Reed, Goran Bregovic, a Echobelly, o a los Psychedelic Furs muy de joven.
Y no solo por las bandas, el marco de unas fiestas populares de gusto refinado, ese ambiente canalla de la ciudad y lo que conlleva tal asunto. También porque con los años y mi reclusión en el extraradio, mola volver a ver a muchos de los amigos de siempre de los que solo sé a través de una pantalla.

Basta con darle un repaso a la oferta para salivar, y dejar de un lado los pormenores que nos suelen incomodar de unas fiestas (lateros, gentío y gente que pasaba por allí, restricciones y pateadas); para que luego digan que querer no es poder: Dengue Fever, Wand, Metz, Loop, Los Punsetes, I am Dive, Ryley Walker, Vetiver, Tony Allen, Julie Byrne, Michael Rother (ex Neu!), Senior i el Cor Brutal, The Suicide of Western Culture, Brandt Brauer Frick, Juan Wauters, Jupiter Lion... solo un 40% de lo que pasó estos cinco días por diferentes espacios de la ciudad. Y que como es evidente, quien aquí relata por aquello de no pecar en eso de -Quien mucho abarca poco aprieta. Se conformó con tres; cierto, poca ambición.
Pero suficientes para aprovechar la coyuntura, y hablar sobre dos de los discos que más estoy rentabilizando en este primer mes de Otoño. Ya sabéis que mi equipo de corresponsales y colaboradores se largó de casa con los trípodes, cámaras y olivettis por lo tanto... esto es lo que hay y lo que dan de si las dietas conyugales.

LOOP

Empecemos por METZ, la primera noche, el dilema (que si Viernes que si Sábado). Al final Viernes/Loop/Metz; buen trinomio ¿no? Que si lo sumas a una compañía de lujo, ya puedes irte a la cama como un bendito.
Llegué con los veteranos y compañeros de fatigas, cajones y gueto , de los también parias Spacemen 3, bien empezados; ya sabéis, no soy muy de llegar a la hora. Una banda, o lo que es lo mismo, un líder con ganas de volver a tocar con compañeros o sin ellos.
El señor Robert Hampson se ha emperrado en volver a publicar un disco después de 25 años: hala!!, aquí paz y después gloria. Su adelanto “Procession”, parece haber dejado atrás lo que su propio nombre definía junto a los coetáneos Spacemen 3: Loops infinitos que cosían el Noise más vaporoso, con el Rock progresivo y la Psicodelia (hay que decir, que por aquellas fechas pocos los entendieron por estas lindes).

LOOP parece, si nuestros ojos consiguen ver su nuevo disco, estar más por la labor del Rock más directo. Vamos que puestos a reivindicarse parecen haber cogido la opción práctica, y suenan la mar de actuales y engrasados. Algo de agradecer, pese a que me temo que los años gloriosos del Shoegaze han vuelto a evaporarse en un plis plas como en los 90. Y el público no está para espesuras tan ambiguas como las de la banda de Croydon. Dieron un concierto correcto, si tenemos en cuenta que el repertorio tampoco da para grandes sobresaltos. Pero eso sí, demostraron estar en plena forma y con ganas de decir – Eh!! aquí estamos, en la misma esquina; lo cual me congratula.

Sobre la una menos cuarto saltaron a la palestra METZ; uno de los motivos principales por el que movilicé hasta el escenario frente al MACBA. Y no era otra que ver in situ al trío de Toronto defender sobre un escenario la contundencia de su segundo álbum.
Un disco en el que su impactante adelanto “Acetate” ya nos enseñó hace un mes, una interesante evolución de su ruidoso hardcore, con una maldad todavía más malintencionada.
En serio, escribir sobre este ligero extracto del Bam, era más una excusa para dedicarle unas líneas a estos dos discos #Metz/Wand - necesarios como invertir la medicina por un buen masaje- Que una exposición detallada de las actuaciones en si.
Si me apuráis las podría incluso reducir a la vuelta a casa volante en mano, e inmerso por pura hipnosis a altas horas de la madrugada. Su disco sonando a un volumen nada prudente, e imaginarse entrando en una vorágine espiral que roza el más puro trance: Sus gruesas líneas de bajo distorsionado, esa batería que marca y dinamita el compás de las canciones y esas guitarras casi industriales. Que junto a la voz psicótica y desgarrada de un líder al borde del abismo -hacen de la escasa media hora de duración- lo más parecido a un descenso a tumba abierta.

El directo tan breve como su disco. Y es que si durara diez minutos más, cualquiera podría denunciarlos por terrorismo, tráfico armamentístico o agresión sin más. Todo depende de la sensibilidad de cada uno o de lo necesitados de guitarras que estén; en mi caso no es necesidad, sino prescripción colegiada.
Sobre las tablas, está claro que aunque su nuevo trabajo aporta más matices y tiene todo él, una idea más clara y definida. Alex, Chris y Hayden, siguen siendo las tres mismas bestias pardas desbocadas y salvajes de su debut hace tres años. Las líneas melódicas ahora parecen llegar a un destino más o menos claro, y con eso quiero decir que hay momentos que parecen resucitar algunos pasajes gloriosos de los 90, con su caminar de metal pesado y casi industrial: Ese mismo desenfreno que nos parece revivir, los momentos más cáusticos de Pixies en “Acetate” o “I,O,U”. O incluso a Ministry o a los Therapy? del “Teethgrinder”.
Cuando pisan el acelerador y la distorsión toma tintes de puro salvajismo; una vez superado ese bofetón. Todo es entrar en una dinámica parecida a la modulación que se suele utilizar en la electrónica; solo que con los ingredientes base del Rock. Podrías quedarte hipnotizado escuchando “Nervous System” o “Eyes Peeled”, como quien se emboba con el ronroneo de la vieja nevera, y a la vez desangrarte por pura disfunción. No sé, dan tanto gusto como dolor y aunque todo parezca un puro quebranto, aun y así, producen el mismo desahogo de sacudirse cualquier agobio diario. Sobre el escenario no se muestran compasivos, son una banda de HardcorePunk en esencia. Brutales, suicidas, de paso firme y compulsivo. No se amilanaron en espacios abiertos como los de la Plaça dels Angels; que por un momento dio muestras de arder como el infierno.
Habría que ver quien es el valiente para encerrarse en una sala de dimensiones reducidas, con semejantes perturbados. Yo solo de imaginarlo, me sueño un Sateré-Mawé hecho hombre.



Lo curioso del asunto, es que habida cuenta del jugoso cartel que se repartió por la ciudad Condal. Uno que tiene buena boca y es de rebañar platos. Ha tenido que dejar en manos del destino la selección a escoger, y es que en serio, a veces es mejor dejarse llevar por los acontecimientos que esclavizarse con plannings, objetivos o fines con los que navegar por raíles. Al fin y al cabo, disfrutar de la compañía de la gente que quieres y dejarte arrastrar a destinos inciertos, estimula la imaginación; que mejor estrella sino, que ver sobre el escenario a tu hijo celebrando su 8 cumpleaños ¿no?.
Algo parecido a lo que le suceden a las entradas de este cuchitril bloguérico. Años atrás me obsesionaba con cumplir un estricto orden de publicaciones; por cantidad, puntualidad e incluso por pura actualidad. Si no era así, tenía la sensación de condenarme al más puro de los ostracismos. Ahora, después de seis años al pie del cañón y convencido de que la actualidad o la novedad me repele por esas sensación de estar obligado a llevar el ritmo que te marca la industria. Sé que quien por aquí pasa -si es que alguien pasa a dejar su rastro- no creo que lo haga por estar al día que marcan las obligaciones. Creo que algún atrevido/a me lee; dios lo proteja. No se si me entienden; eso lo dudo. Y si sirvo de acomodador para que algún desaprensivo se deje llevar por el mal camino de la contemplación y el infantilismo bien llevado; alabados sean los paganos que no buscan la gloria.
Así que visto desde la lontananza al cabo de las semanas, tampoco creáis que me fustigo por dejar escapar a Ryley Walker y I am Dive; dos proyectos para relamerse y chuparse los dedos. En cambio si me pareció suficiente motivo, el celebrar mi primer día de trabajo postvacacional con uno de los hallazgos de este Bam/2015: WAND.

El cuarteto Angelino es como un gran diamante en bruto, listo para ser tallado según se escuchan y se pulen sobre los escenarios: Capaces de dar rienda suelta a su enorme talento cuando la inspiración los lleva a ser incisivos e implacables. Pero también dados a perderse con facilidad, tanto en la espesura polifónica de sus ancestros como en los antojos de sus líder y cantante Cory Hanson. Podría decir sin ánimo de parecer un crítico forense, que el directo que ofreció esta joven banda fácilmente asociable a Ty Segalls, White Fence o Mikal Cronin and Co. Pretende dar más de lo que razonablemente se expone en su último trabajo:
Un álbum más o menos identificable con los sonidos 60's/70's, que tanto gustan en la bulliciosa costa oeste americana. Que me parece estupendo oigan, tanto que creo merecida la revitalización de esos sonidos tan mágicamente libertinos e inspiradores; los nuggets hicieron tanto daño como bien. Solo que, dio la sensación por momentos y justo cuando todo estaba en lo más alto. Que estaban empeñados en romper el karma del respetable con odas furibundas a la psicodelia experimental; sin rumbo en la mayoría de las ocasiones. O que van por libre, sin importarles demasiado a donde les llevará su eclecticismo interpretativo.

Sin embargo eso no quita que me descubra ante el talento, la infinidad de registros que tiene sobre el escenario esta banda, y la sensación de que a no más tardar si quieren, pueden parir un disco de esos que te dejan boquiabierto. Recursos no les faltan, posibilidades, las que quieran estos cuatro colegas venidos de mil palos dispares y distintintos sobre el papel.
Un líder con demasiada jerarquía y una voz para tocar y cantar lo que se le ponga: Pop glamuroso a lo Suede, arrebatos hardrockeros a lo Black Sabath, o tirarse al monte del olimpo de Syd Barret. Eh!! y todo lo hace bien, tanto si se pone a construir con piezas de plástico la Catedral de Montmatre, como si coge un berrinche y la manda al carajo. Solo digo que después de verlos, a uno se le queda tal sensación de lo grande que podría haber sido todo, justo cuando al acabar el resumen, se queda en una sensión de sauna, baño turco y ducha helada.
Canciones como “Unexploted Map”, “Self Hypnosis in 3 days”, o “Reapert Invert”, que apuntalan uno de los arranques discográficos más gloriosos. Y que sobre el escenario, cuando el respetable está rendido y volcado, lo acaban deshaciendo en cábalas inconclusas. La verdad es que para que os voy a engañar, dan ganas de correrlos a gorrazos. Porque cuando se ponen, y pese a que tengan un batería metalero, un bajista heavy, un guitarra secundario con más recursos que una navaja suiza, y un vocalista tocado con el don de la elegancia: aunque reniegue de su don, tirando por el lado más salvaje de la vida... Pese a todo eso y ser ellos cuatro un bestiario de mil pelajes difíciles a veces de ensamblar. Cuando hacen puerto en “Melted Roped” y esa lisergia tan de fluido rosa, uno no puede más que rendirse y alucinar.
Es cierto hay momentos en los que pierden el norte y se diluyen en lo chabacano. Pero después te fintan con un “Floating Head”, y te quedas a cuadros – Será todo ello un plan bien urdido?, soy rebelde porque el mundo me hizo así?, acaso lo importante es crear y dejarse de monsergas y teorías de la relatividad? Seguramente sí, encontrar veinteañeros que se embarcan en la música y realzan décadas doradas más bien minoritarias, tiene poco que reprochar y mucho que disfrutar. Aunque solo sea para que nos refresquen la memoria a viejos, y capten nuevos adeptos por el gusto de ser más chulos y originales. ¿Que más da si es por moda, por actitud o por joder? Lo importante es que es, y con la que está cayendo, ya es mucho si escucho y lucho.
SAL_SALUDOS PENITENTES!!