No
hay mejor manera de acabar la semana y mes, que con la palpitante sensación
de haber vivido un momento que desde ya se presiente inolvidable. Y
cuando es la medida de una semana a... Parece ser el final de unos
cien metros lisos hechos 1500.
Una
nueva edición de uno de los pocos sino el único, evento de
Barcelona, que mantiene intacto el espíritu de los 80/90's de
“indie” con pedigrí: Cuando con poco se hacia tanto;
supliendo los pocos recursos por pasión. Y comprobar sobre el
terreno, que pese a tener unos carteles de lujo y sufrir la ausencia
de público estas dos anteriores ediciones en su peregrinación a la
magnífica Capsa del Prat. Su regreso tirando de malabares económicos
sin cubrir gastos, ha supuesto un éxito rotundo de talento
programador, de público apasionado y de músicos emocionados.
Y
es que tiene mucho mérito seguir al pie del cañón, sin más
recursos que la imaginación de un grupo de apasionados. Y conservar
cada año su filosofía ecléctica intacta, y además reforzada.
Reuniendo a un puñado de músicos entre lo prometedor, lo icónico y
lo atrevido; si tenemos en cuenta lo económico “de tot plegat”.
Y la calidad de sus directos, cuando no es el entertainment
el que dirime en el dilema del resultado final, y lo más importante:
La capacidad para sorprendernos y enseñarnos, sin caer en lo
pretencioso.
Porque
tampoco es necesario graduarse en el rock alternativo de los 90, para
dejar escapar la oportunidad de ilustrarse sobre el mismo; pues a
todo no se debería llegar. O como es mi caso: Esperar que tengan la
ocasión para destapar ese baúl de las esencias, y dejarnos llevar
prácticamente a tientas para no generarnos expectativas; que al
final vienen a ser prejuicios.
COLLEEN
GREEN fue la que me dio la bienvenida. Pues he de admitir
que me perdí a Edurne Vega, Mareta Bufona y Marta Knight por
problemas de logística. Pero que ya desde el momento de formar parte
del cartel merecen toda mi atención; nada es porque sí.
A
la joven Californiana tenía muchas ganas de verla. Teniendo en
precedentes las propuestas de anteriores ediciones en el mimo orden
de sintonía (False Advertising por ejemplo). Y un repertorio
inquieto y autodidacta, que la avala en calidad e imaginación.
No
inventa nada, por supuesto. Pues los bits minimalistas que acompañan
su funcional guitarra, tiran de la fórmula Ramones, unos Primitives
a la americana y parte de la escuela Throwings, pasada por un
discurso sencillo, directo y magnético. Pero hay una magia inherente
en cada una de sus canciones: La fórmula magistral para urdir con
bien poco, lo que otros desperdician en recursos y ya quisieran para
si. Canciones que hacen de puente entre el Twee Pop y el Indie Rock
de padre Punk.
Monologuista
con la sola compañía de una bajista, de la que he intentado
averiguar su nombre; fracasando en el intento. Y las bases que hacen
de único vehículo para su guitarra la preciosa voz que tiene. Se
bastó para desgranar el amplio repertorio que tiene, más alguna
nueva. En un set pecado de algo de frialdad y falta de sintonía con
el público, pero que por suerte fue ganando en intensidad según fue
avanzando. Con algunos de los temas más emblemáticos de su último
y más sensual disco “I Want to Grow Up/2015”, y a pellas
con su otro lado más PunkPop del refrescante “Sock It to
Me/2013”: Sonando Grind my Teeth, Wathever I Want, Tv.
You're so Cold, o Only One.
Con
el Espai Social de las Bassas prácticamente lleno desde las 21:00,
y por fin rememorando su principal aliciente: No solo el fin lúdico
de disfrutar de aquello que ya nadie se atreve a programar o reunir.
Sino el el nexo cultural que solo la música es capaz de generar,
cuando se huye de la arrolladora masificación en pos del reverso más
rico, transparente y desetiquetado.
A
fin de cuentas, el clímax que aparece así sin más, cuando público
y artistas tienen ganas de dialogar sin intermediarios.
Y
tuvo que ser el de Nashville, EZZ
BARZELAY (Clen Snide). El que pusiera patas arriba la
sala, con su particular manera de exponer su extenso legado musical,
como quien de repente al salir al escenario y sentarse con su
guitarra fuese poseído por el demonio de Screamin' Jay Hawkins.
Un
concentrado acústico que invocó tanto a su carrera en solitario
como a la de su apadrinada banda. Citó ya incluso y aun no siendo
explícito, al sustrato musical de su ciudad. Donde ya desde pequeño
se nace con el compás aprendido antes que el gateo, el balbuceo y
hasta el papá/mamá. Nashville mama y da de mamar música desde
pequeños y hasta en la escuela es materia imprescindible. Y Ezz
podría e incluso debería, ser declarado patrimonio inmortal de esa
tradición y sobretodo, el mejor portavoz para hacer que las
canciones en su concepto más expresivo y viral lleguen como llegaron
esa noche: Con un folk de expansión polinizadora hacia el bossanova,
el trovador, el pop... O el simple cuenta historias, que es capaz de
representar con tan poco, una obra de marionetas, mimo y mucha alma;
demasiada.
Dejó
ese halo de felicidad que inunda. Que provoca oleajes de interior e
incluso te moja los tobillos mientras sonríes, das un trago a la
cerveza y miras alrededor. No es nada excepcional: Un decorado
simple, unas gradas recogidas, tenderetes y el latido.
El
latido es constante, bombea. Y no se da en todos los sitios por muy
espectacular y mediático que se quiera hacer. Eso lo suele provocar
la gente, cuando el artista sabe trastear el borne adecuado.
Supongo
que también lo hace la gente que allí asiste. Es en realidad como
esa mezcla perfecta de sabores, o la piel que hace que el perfume
huela así; distinto en cada cuerpo.
Por
eso, cuando THE WAVE
PICTURES subieron al escenario para poner el broche a la
velada, lo hicieron con una sonrisa que parecía crear esa aureola
digna de la aparición de la santa. Felices como nunca los había
visto en otras dos ocasiones, y creo que con esa condición
indispensable que hace que uno sepa que la noche va a ser grande;
nada puede fallar ya.
El
trío de Londres, trotadores de clubs, garitos y mil rincones. Son de
esas bandas que se han ganado las habichuelas por mérito propio,
mucho trabajo, y por hacedores incansables de canciones. Lo que se
dice cocina de aprovechamiento donde nada se tira, e incluso con lo
que para otros serían sobras, para ellos son himnos.
Desde
que los descubriera con su Beer In the Breaker del 2011 y ese
contagioso discurso tan de Modern Lovers & Jonathan Richman. La
idea de su música ha ido cambiando hacia terrenos más bluseros,
oscuros e incluso psicodélicos; todo sin perder su idea directa de
como deben sonar las canciones.
Si
hace 6 años era David Tattersall el que llevaba el peso de las
canciones, con su malabarista guitarra. Ahora la banda funciona a
relevos, con un protagonismo mucho más repartido; la experiencia,
ese intercambio jazzístico sobre el escenario... Y supongo la magia
del momento cuando las sonrisas y miradas son cómplices: Prueba
clara de que la cosa está funcionando y las canciones se solapan
desde un repertorio muy distinto entre si. Que se complementan, que
ya se están convirtiendo en pequeños clásicos, y se pueden hasta
permitir el lujo de reinventarlos sobre el escenario.
Jonny
Helm toca los tambores como un diablo, y el bonachón y tímido de
Franic Rozycki se suelta y se pega unos solos de bajo, que bien
parecieran los saltos sobre la cuerda tensa de un acróbata
funamblista. Afinados los tres como ese vino de taninos imperfectos
y acidez desbocada que pasados los años, se ha vuelto complejo y
sedoso.
Nos/me
ofrecieron ese concierto siempre deseado, donde un grupo viene a
tirar por tierra tus sospechas. Primero porque su último álbum de
entrada me dejó un poco descolocado, y sobretodo supongo, porque su
última visita careció de la chispa que a este le sobró.
Y
mira que aquel Great Big Flamingo de hace cuatro años, me pareció
seguramente su mejor y más arriesgado disco. Pero una cosa son las
sensaciones que te produzca un Lp e imaginártelo. Y otra bien
distinta es imaginártelo en demasía y distorsionar tu criterio.
BAMBOO DINER IN THE RAIN/2017 pese a no destacar precisamente
por prácticamente ningún llamativo tema, tiene esas gemas que dan
lugar a seguir picando sobre el escenario. Y al final conseguir que
su repertorio gane enormemente en matices y posibilidades ilimitadas.
Llama
la atención la cantidad de adeptos incondicionales que arrastran ya
a estas alturas, pese a tal y como recordaban hacia el final del
concierto. Hace doce años en su primera visita, apenas si reunieron
a cuatro descarriados.
Hace
dos sábados, hicieron vibrar Les Basses con gran parte de su último
y más laberíntico disco, sin apenas resentirse la ausencia de
algunas de sus mejores y más clásicas bazas. Y con el valor añadido
de centrar su directo en un último trabajo, que obliga a picar
piedra sobre el escenario, y a creérselo para defenderlo.
Tremendas
“Now I want To Hoover my Brain Clean” o “Panama
Heat”. Pero sobretodo llamativo, porque vimos a unos The Wave
Pictures distintos y con una coartada mucho más creíble, para
acabar por convencernos que aquello que sentimos al escuchar sus
discos, se traduce en su directos: Tensión, emoción, improvisación
y felicidad. Alguien da más?
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