Han
pasado ya la semana y largo, seeeeeeee.
Tantos, que a las
puertas del homenaje a los difuntos con el olor a castañas y los
generosos ya en la pituitaria. Todavía cavilo si colgarlo, o
colgarme.
Y
si
es verdad que el desdén reinante en mis días de aquí pa’llá
hacen que esto parezca de todo menos un blog bitacoriano ágil, audaz
y puntual como un clavo. Es
sencillamente… por pereza sí, lo confieso.
No
una pereza de esas de dejadez y pasotismo, no. La mía es una pereza
o mejor dicho, un piano pianissimo más parecido al del yayo del bar
de Can Valls de Sant Martí Sapresa. Que nos servía los cafés a su
ritmo: Sin la prisa que llevamos siempre a cuestas los de ciudad.
Toda
una lección de bioritmo cotidiano magistral, que ahora, 15 años
después, la elogio y valoro de manera cuasi dogmática.
Por
eso, y pese a que ya han pasado más días de los que la rigurosidad
internética exigen.
Tampoco voy a dejar que el fantabuloso recuerdo de uno de mis mejores
directos en años, se desvanezca en la nebulosa de mi… “espera
que ahora voy, y nunca vengo”,
de mi adorable hijo de 16 años.
No,
si algo hay claro de este blog al margen de recomendaciones
espaciaaaaaadas, top lists del año, compilaciones musiqueras y
alguna que otra cosilla más mía que de interés público. Es el
diario más o menos vivencial de este periodo de mi vida (mu chulo),
y a sabiendas de que con los años la vagancia se me acentúe, no sea
que no tenga donde mirar para contárselo a mis criaturas.
Y
así fue, y
no exagero lo más mínimo. De tantos conciertos memorables e
inolvidables a mis espaldas: Siniestro Total’85, Ramones’90,
Morrissey’99, Jesus & Mary Chain’90, Pavement por tres veces,
James 2001 y montón más que me sería imposible enumerar. El que
nos regalaron el dúo de Perpignan con Marie
y Lionel a la cabeza junto al séquito que lo convierten en ocho
(bailarín vacilón incluido ¿el
del video de Dimanche? Pues sí).
Será
el mejor de este 2018 seguro.
Y
sin dudarlo ni un
segundo,
uno de los diez mejores de mi vida.
Que
igual me excedo y entra en escena sin reflexionarlo sensatamente, eso
de la sugestión del momento. Y las muchas ganas que tiene uno de que
de una maldita vez, todo suceda como antaño: Con actitud, como si no
hubiese un mañana y… Sobretodo, y pese a que sobre el papel, THE
LIMIÑANAS pueda
parecer más una banda
de atmósferas y estética sonora. Sonaron
sobre las tablas con el
rigor contundente y pasional que se le presupone a quien venera a
bandas como The Cramps, Velvet Underground, Lords
of New Church, The
Brian Jonestown Masacre, Joy Division & derivados, Jesus &
Mary Chain... Y
en definitiva, todo ese rollo alternativo que bebe de la vertiente
arrastrada del rock americano y puramente oscura o enfermiza, que de
la estéticamente tradicional y bonica. No
se si me explico.
Resumiendo
y abreviando: demenciales, hipnóticos y glamurosos. Pero glamurosos
con vicio, sabéis? Que igual debe ser una enfermedad no
diagnosticada, pero a ver, ¿creéis que Nick Cave mola solo por sus
canciones? Y una mierda!!
A
eso me refiero.
El
repertorio que desplegaron, ya con las intenciones claras tras
telonear a ALLAH-LAS y casi reventarles el concierto a
los pipiolos, o tomar
contacto en las fiestas de Sant Boi junto a FLAMIN’ GROOVIES. Era
el mismo capaz de generar la energía suficiente que eleva aparatos
del demonio, y a ti mismo dos palmos del suelo. El que se basta de la
sinergia instrumental
de siete músicos en el escenario sobre un público, que bien
pudieran ser bielas en baile. O el que agitan a la platea como átomos
en fricción. Es el Rock amigos!! Sí, así, en genérico.
Porque
a THE LIMIÑANAS les queda muy chico y ajustado el tirar de
etiquetas. Y pasando por el reputado filtro sesentero francés marca
Serge Gainsburg, todas y cada una de las etiquetas, géneros o bandas
a las que te puedan recordar. Se quedan en un mero Loop de aires
Krautroqueros de lo más kisch y sucio, con una personalidad tan de
ellos. Que al instante, dejas de pensar en esas mierdas y las aceptas
como benditos atributos bien llevados.
Seguramente
porque desde el minuto cero y las casi dos horas de concierto, tiran
sobretodo de artillería rockera; esa que nunca falla.
Que
sí, que aparecen de aquí y de allá los fantasmas del sacrosanto
olimpo.
Pero
es ese tul de Pop psicotrópico a veces tan de Stereolab bien
empapado de Garage
azabache, el que acaba haciendo que no sea nada exactamente y sí lo
mejor de cada uno. El argumento perfecto que debería hacernos
olvidar con nostalgia las bondades de Black Rebel Motorcycle Club, o
en lo que deberían haber
sido ser los Black
Angels.
No
le des más vueltas y vive ahora y ya lo que toca, que nada dura para
siempre!!
La
pseudosurfera y road negroide movie “Overture”;
instrumental con la que han abierto todos sus sets. Y que nos
encomienda de inmediato a aquellos rare grooves anónimos de las
series Blow Up 1 y 2, o de los artefactos de Keb Darge en el
Legendary Wild Rockers. O
la “Melamore”
de su anterior
disco, convertida en una andanada de rock caústico casi
apocalíptica. Dan buena cuenta de que su formato/aspiraciones sobre
el escenario, va más allá de mero ejercicio psicodélico tan manido
ahora, como falto de texturas.
Aunque
siga
pensando que canciones como “Down
Underground”,
“I’m Dead”
o “Stella Star”
de épocas pretéritas, con Iván Telefunken a
las distorsiones y órganos, ejerciendo
bien en el centro de la escena de chamán poseído, no tenga
precio ni competencia. La
riqueza musical que han ido adquiriendo a lo largo de sus casi
diez años de carrera, junto a toda la tropa que se les ha ido
uniendo (Pascal Comelade, Peter Hook, Bertrand Belin, Anton Newcombe,
Emmanuelle Seigner) o
el susodicho. Hacen que la experiencia musical de un simple dúo, se
convierta en un cajón de sastre sin limitaciones sonoras ni
condiciones creativas.
En
parte me recuerda al invento de Ian Button (Death in Vegas), y ese
concepto sonoro sin limites llamado Papernut Cambridge. E
inmediatamente entiendes esa especie de conexión atada a la batería
mantra de Marie. Por donde todo fluye como un estado de pura hipnosis
y en directo amigos, en directos crece como un suflé
bien proporcionado.
“The
Gift”,
“Dimanche”,
“Istambul
Sleepy” son
así, consecuencia y una parte ínfima de la
punta de lanza de un
repertorio extrañamente todavía por descubrir. Y
la aparente sencillez con la que muestran su manera de confluir y
hacer suyas versiones como la demencial “Gloria”
de THEN, o la “Mother
Sky” de CAN.
Entre otras regeneradoras de los Bunnymen, Beach Bitches o Lords of
New Church.
Mientras,
hay fenómenos que llenan salas y en tres discos rinden más
pleitesía a las apariencias y al porte que a la efectividad. THE
LIMIÑANAS son apenas unos desconocidos para aventureros sin miedo a
mancharse. Y que
entienden el directo como parte vital de expresión artística y
contagiosa de esta enfermedad nuestra.
Posiblemente
sea esa desde siempre, la diferencia entre el riesgo y la comodidad.
Lo alternativo o lo
aburrido.
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