Salimos
de madrugada con la fresca; ahora que imaginamos en sueños la
humedad y el sopor veraniego.
Oigo
un grillo y hasta puedo imaginar el trajín de los entoldados
ribereños por la noche a orillas del Yarra. El chocar de las
cervezas y las carcajadas cacofónicas resonar en la oquedad de la
noche. También las sudorosas noches sinfín con melancolía.
Odio
el frío, es un hecho. En cuanto el tiempo cambia, mis destrofiadas
rodillas gritan como cabronas, se endurecen como cantos rodados, y me
arrodillaría pidiendo sol, si no fuese porque cada menisco parece un
clavo que se me hunde hasta las entrañas.
Tiempos
de felpa intentando remedar la toalla en la playa de tórridos soles
y deshidrataciones gaseosas. De vermutes densos y negros como la
madre contenedora tina de la bodega del barrio que la cobija. Y de
sopores que demandan ayuno, y solo embriagez preciosa.
De
esas que solo piden mirar al sol de frente y cara a cara, para que el
deslumbre y lagrimeo te noquee. Siendo el sofá el que te amortaje
juntando la sobremesa con la noche ¿tan rápido es el impás
verdad? Que para qué poner una película, si solo será la anestesia
definitiva.
No
hay mayor placer en la vida, que no hacer nada… por el simple hecho
del deber y la omisión concienzuda. Dejarse arrastrar por la
corriente igual que las fiestas de Lizarra, río Ega abajo con los
brazos en cruz y de cara a las estrellas de la Virgen del Puy. O las
tempestades que se empeñan en teñir el cielo de plomizos y los
torrentes de sangriento rojo lodazal. Que sean las arbitrariedades
las que modulen tu paso, lo cambien y rompan filas porque sí, y no
porque te lo propongas. Que lindo!!
Cuando
echa a rodar un disco y te atropella en pleno paso de cebra. Cuando
las canciones francotiran sin piedad, modales, ni alfombras rojas por
las que desfilar moviendo las caderas. Es casi mejor alzar los brazos
y cerrar los ojos; que sea lo que dios quiera.
Estos
últimos meses del ya bendito decapitado 2018, parecen querer
rompernos el pronóstico igual que un cambio climático musical. Y me
ha salido al paso un primor de disco, que igual por mi ahogada
añoranza a base de chubascos aquí, en mi exilio barbastrino.
Agradezco su aparente ligereza, igual que un vejestorio su ungüento
para el reuma.
Son
CREPES, un quinteto mozo de Melbourne. Los que con un segundo disco
empeñado en resucitar los viejos clamores de la pista de baile, han
proclamado en mi casa el jolgorio sin más armas que el sentido
práctico de sus composiciones. Uno de esos conjuntos de tonadillas
escapistas y atinadas, que no pretenden más que hacerte disfrutar
sin álgebra ni parábolas sesudas que valgan. El mismo arte de unos
primerizos The Charlatans o Stones Roses, pero con un poso de santo y
seña Australiano que hace que su segunda entrega sepa beber de
tantos manantiales como oficio pongan para difuminarlos.
Sus
atributos? Hacer que el excedente y exceso de bandas como Tame Impala
o Pond, sea para ellos un lastre inútil cuando hay mejores lecciones
en el sentido práctico de Devo, Gary Numan o el sixtyPop Beatlemano
o de los Kinks más melódicos. Para que al final solo parezca un
SynthPop de pedigrí y con una riqueza la mar de interesante.
Y
probablemente es que tenga que ser solo eso: Canciones que brillen,
capaces de hacerte olvidar del sinfín de referencias y a la vez
congratularte de que por fin sea así. Chaveas con un enfoque a la
altura de eso tan feo y sobrevalorado como “el buen gusto”y
sin embargo tan natural.
“As
you Go” arranca con cuatro acordes tan y tan típicos y
malditos… Sí sí, son los Doors. Mismo caminar, tics y sensaciones
de softpop o funky de polipiel. Guiños sin rubor que seguramente
porque la mayoría se empeña disimular tornándolos modernos, la
cagan. Ellos, no, Crepes no suenan modernos en absoluto, pero tampoco
un revival tan simplista como para repetir la enésima cagada de
hacer un clon, pero en versión mala.
Van
a tiro fijo, y posiblemente se queden con lo infalible de “High
Time”, de una orgánica que declina en el arreglo útil
como un pulltap’s. La línea de guitarras magistral de “Dark
Demos” y la sensualidad con la que manejan teclados, coros,
línea de martilleante rítmica. Que sorprende porque no es que hayan
inventado la bicoca, pero es que lo hacen tan bien los jodidos.
Como
aquel “Give Me Back My Man” de los B52, irrisorio antaño, ahora
una pequeña joya del New Wave más bailable y hedonista.
“The
Drag” pellizca como la misma chicha de los tintos jóvenes
con crocante acidez final. Coqueteando con con la elasticidad
reververada, y rozando el larguero del hit ·INDIE” mayúsculo.
Con
la única diferencia que les otorga la deferencia con el pasado.
Cuando entrecomillan con un separador de plástico coloreando
antológico, y se marcan este “I Was a Kid”. Que
para mi, es su mejor y más nutritiva baza. Lo que los diferencia en
definitiva, de otras muchas cosas que hacen que la escena actual se
me antoje anodina, lineal; que me aburra soberanamente, vamos.
Se
pueden hasta permitir la frivolidad de “Bycicle Men”
y caer de pie como el gato de tu vecina. Y es que no solo se guardan
para los postres los pastelillos de almendra, borrachos y
garrapiñados. Como la flipada “Life is Past”, que
te cala los dientes con esos slides enfermidos. Sino que remata con
vinos dulces viejos, criaderas sin fecha actual y hermosuras del
calibre de “On My Down” y “The World Ain’t
Too Far Away”.
Dos
canciones que por si solas, ya obvían la horrible portada y un
nombre que posiblemente pasarías por alto por simplista. Si no fuese
porque estamos ante uno de los álbumes de POP poliédrico más
balsámicos, masajeadores y entretenidos del presente año.
Se
me ocurre, y se os ocurrirán infinidad de adjetivos más, seguro.
Pero yo me quedo con lo oportuno del ungüento. Y el acierto de este
tan distinto segundo disco que ilustra a la perfección el término
“a granel” o excepcional en la música de nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario