Aun sin
saberlo a ciencia cierta y con tres días de adelanto, como aquel que
retando en duelo al destino: Chulea, vacila, y se la juega a una
carta... total, ¿que más me puede pasar?
Primero
porque los pocos ratos en soledad de que dispongo no los sé invertir
en algo que no sea escribir; sobre cualquier cosa, que más da, si un
viaje en automóvil con los pensamientos como único copiloto no dan
mucho más que para analizar el paisaje, observar fijamente a otros
conductores, escuchar música, o dejar que las locuras solitarias
tomen las riendas de la incompostura. Por el camino entre locura y
lucidez intento ordenar mis pensamientos (joder, que cinco horas
de viaje dan para mucho!!). Lo que pasa es que generalmente al
cabo de las horas se evaporan esas introducciones y exposiciones
perfectas para una próxima entrada, disperso que es uno.
En
cualquiera de los casos ponerme a escribir sobre un concierto al que
ni tan siquiera se con certeza si voy a acudir, además de ser una
soberana estupidez, para que negarlo, también tiene algo de
inventiva porque... al margen de los detalles del evento de los que
uno cree que tan solo florecerán todavía en caliente o al cabo de
un día, me parece tan inútil o más soltar aquello de: Y ahí
estábamos absortos todos nosotros, el público jadeante, la velada
perfecta y... como moló el concierto. Tocaron tal y pascual, mi
favorita, se le escacharró el ampli y nos dedicó unas
hermosas palabras de agradecimiento para cerrar con dos bises
que incluso tuvo que improvisar por el fervor de la gente:
- Que sepáis que tan solo vengo de gira a España porque se come de cojones, bueno también por mi sufrido público
- Y una mieeeeerda!!
Bueno oye,
si a estas alturas del funeral tenemos el gusto de disfrutar de un
sexagenario Robyn Hitchcock en plena forma, que narices!!; que sea
por nuestra gastronomía. Que no todo van ha ser primas de riesgo e
incompetencia lo que nos de la fama allende las fronteras.
Y otra cosa
quiero decir yo antes de nada: No hay placer más churrigueresco
que acudir a uno de esos conciertos de los que todo el mundo habla,
pero que en realidad a pocos importan. De echo para que negarlo,
Robyn Hitchcock como muchos otros artistas de esa escena imaginativa;
lleva tantos lustros ejerciendo de intelectual imperceptible, que
poco importa sufrirlo en solitario o en la justa compañía de hombre
solos, parejas de novela, o abandonados.
Pensaba
acudir para mi sorpresa con mi pareja al concierto, pero a última
hora me ha hecho el salto de cama. Así que sin tener mayor
importancia, ya que son muchos los conciertos a los que acudo solo
por lo personal de mis últimas elecciones. Aquí me hallo recién
llegado de tierras Alicantinas a donde mis razones laborales me han
enviado; tres días después de inaugurar esta entrada por actos a la
que pondré fin cualquier día antes del solsticio de Verano.
Sala Dos de
Apolo contigua a su hermana mayor, y donde en los últimos tiempos he
tenido el placer de descubrir aparte de su singular distribución y
su acogedor tamaño, algunos buenos conciertos: New Model Army,
Megafaun, Chuck Prophet y lo que el destino disponga; el precio
intimidatorio de las cervezas (5 euros o lo que se pagaba hace unos
meses por un Cuba libre), lo dejamos al margen, para no enturbiar el
recuerdo.
Como suele
ser habitual en este tipo de conciertos domésticos, la cantidad de
público selecto que se dio cita cabía en dos palmas de mano
abiertas. Y la suerte de encontrar aparcamiento a escasos metros de
la sala me proporcionó la provechosa media hora para: Comerme una
Pizza enrollada en las inmediaciones, concretamente en el 48 de Vilá
i Vilá; una diminuta pizzería descubierta recientemente donde se
puede saborear la mejor Mozzarella de Barcelona, una estupenda Modelo
de barril y una buena conversación.
Como tengo
la suerte de hablar con las paredes y hasta con aquellos que no
respiran, también me dio tiempo de entablar cuatro apuntes con una
pareja que repartía flyers a la entrada, sobre??.. Sobre la
extrañeza de la música actual y el placer de acogernos a conciertos
de viejos y aun por descubrir, músicos del pasado inexistente.
Repartían flyers de la visita el próximo Otoño de Mr.
LLOYD COLE en el Music Hall de Barcelona, lo cual me congratula por
lo aventurero de estos jóvenes promotores (APE Music). Cita
ineludible donde las halla.
Ya dentro
del recinto y con Peter Buck (guitarra de los desaparecidos REM),
acompañado por VENUS 3 sobre el escenario. Pudimos disfrutar del
Rock Americano de tintes cabernosos, con el divertimento como
perspectiva que practican estos cuatro veteranos.
No es que
Peter Buck tenga unas dotes brillantes en lo que a la voz se refiere
(mezcla de Alien Sex Fiend, estrella ebria, y voz cazallera según el
tema); pero la verdad es que es encomiable la pasión que aun
conservan estos músicos curtidos en mil batallas: Bill Rieflin,
Steve McCaughey, Kurt Bloch; miembros de acompañamiento en las
últimas giras de REM. Se lo pasan a su edad teta sobre el escenario,
y eso es lo realmente meritorio del asunto, puesto que zambullirse en
sus desvaríos garajeros, fronterizos, mestizos y Rockeros de baja
alcurnia, tras años girando en escenarios gigantescos... Tiene en
cierta manera, una curiosa reflexión sobre el mundo del Rock
Establihment y el destino de los músicos de vocación.
Un set
improvisado, barriobajero y relativamente corto; con Robyn Hitchcock
apostado a la derecha del acceso a bastidores, entre las sombras de
los focos. Que nos mostró la fantástica virtud de este grupo de
amigos antes que socios, en el que convierten sus salidas de gira en
desenfadados festines sobre el tablao. Cuando estas cosas se
departen en comunión perfecta, la verdad es que todo lo demás poco
importa: La inperfección de los acordes, la solemnidad del
estrellato, lo inalcanzable de tus mitos, y cualquier cosa que a uno
le pase por la cabeza cuando nos autoimponemos una barrera
imaginaria entre el espectador y el artista. En este tipo de
conciertos todo eso desaparece, y al final solo queda la sensación
de una reunión entre viejos compañeros de viaje; músicos y
seguidores.
Tal fue el
desaguisado, que la aparición de Robyn Hitchcock sobre el escenario
al cabo de unos quince minutos, se dotó de todavía más solemnidad
y elegancia; (un dandy con cara de diablillo) al que los años
parecen haber conservado en alcanfor. Lo suyo no es un saber llevar
bien la vejez, como se suele decir de manera displicente, si no que
ha ganado asombrosamente a lo largo de los años como los buenos
vinos.
Desde que a
finales de los 70 puso a cero el cuenta kilómetros con SOFT BOYS,
hasta su posterior carrera en solitario del que guardo como oro en
paño aquel primer Groovy Decoy/1982 con el que lo descubrí. A dado
para que este Londinense establecido en el ámbito undrground
Americano hiciera de brújula en listas Univesitarias, aquel
hervidero de jóvenes bandas en la incipiente escena alternativa de
aquellos años. También para aislarse de la tumultuosa escena
Británica de la que tan solo tomaba prestadas, sus miserias y un
ácido sentido del humor de puro costumbrismo.
Se ha
permitido el capricho de revisar una infinidad de facetas de sus
ídolos: Bob Dylan, Roxy Music, Lou Red, The Byrds, Syd Barret, y
otros muchos más; todo ello sin dejar de construirse un universo tan
personal y pragmático, que ahora con sus sesenta años recién
cumplidos parece imposible concebir la música actual sin su
presencia, y a pesar de que su existencia ha sido casi siempre
sibilina.
En esta
presente gira que lo ha llevado por cuatro o cinco ciudades de
nuestro país, se intuía la puesta de largo de su sintético LOVE
FROM LONDON. Sin embargo la compañía de VENUS 3 en perfecto
concubinaje hacía presagiar otra suerte de destino; en un repertorio
tan extenso el suyo, que reconozco en parte ese atractivo como el
apetitoso cebo que me llevó hasta allí. Lo cierto es que con una
banda eléctrica arropándole y su bagaje musical tan distinto,
dejaba entrever por una rendija una noche tremendamente tentadora.
Ataviado con
una de sus personales camisas entre lo excéntrico y lo elegante,
armado con una armónica y las cálidas cuerdas de su guitarra
compartió ese Español fronterizo que lo caracteriza; se despachó
con una especie de aperitivo de desnudez tan exquisito, que de
repente nos hizo olvidar el ruidoso y devenzijado set de Venus 3: La
armónica saco humo y se despachó tres temas de las que supongo
sonaron alguna de las incluidas en su personal homenaje a Bob Dylan,
Robyn Sings/1996. Seguro sonó la reconocible “Visons of Johanna”,
y “It's all over now, baby blue” creo, pues sinceramente no
controlo esa parte de su repertorio, además “Sometimes a Blonde”
de cosecha propia.
ROBYN SINGS/1999 (Bob Dylan live covers)
Se enchufó
a los amplificadores con la banda de acompañamiento ya sobre el
escenario, con una “Goodnight Oslo” en la que un magnífico y
atemperado Steve McCaughey acariciaba el bajo haciendo a su vez del
coro femenino que lo arropa en los últimos discos.
El excelente
sonido de una banda tan bien engrasada hacía presagiar un noche
repleta de caramelos venenosos, y así fue. El repertorio podría
haber sido escogido al azar y aun seguiría siendo una apuesta
singular y segura: La sincronía en los arpegios de guitarra de Peter
Buck y Robyn Hitchcock bañados en un Rioja del que dieron buena
cuenta a lo largo de la noche, la versatilidad con las baquetas en
las manos de Bill Rieflin, y la magnífica personal voz con la que
Robyn Hitchcock aúlla a la Luna, en la actualidad. Todo ese conjunto
hizo de la noche un memorable viaje tripulado, a un lugar de la
música donde la Psicodelia tan solo aduce a un estado de profunda
imaginación, al margen de estilos, fechas, y posturas.
Sus
canciones pueden sonar a ratos, hermosamente Pop como la reluciente
“Sally was a Legend”; una de mis preferidas de la noche.
Melancólicas y apaciguadoras como lo es la preciosa “NY Doll”,
furiosas y primitivas como la vieja “City of Shime” o “Somewhere
Apart”; donde se pueden palpar de mejor manera, su innegable
influencia sobre otra serie de bandas. O cargadas de mestizaje
fronterizo en clásicos de nuevo cuño como lo es esa “Ole
Tarántula”, incluida en uno de los discos fruto de la asociación
con Peter Buck & Co. hace siete años.
De su más
reciente trabajo tan solo sonó “Be Still” con lo que se confirmó
que su visita no revestía afán alguno por reivindicar su nuevo
material. En realidad tampoco lo necesita, si bien es cierto que sus
nuevos discos nos presentan a un autor sin freno a la hora de seguir
redecorando su universo propio. Lo que es evidente sin ningún tipo
de discusión al respecto, es que Robyn Hitchcock no ha parado de
reformular una tabla de elementos que hacen del arte como síntoma
expresivo, una manera de mezclar creatividad con vida. Lo mismo da que en
ese camino se recreen elementos del pasado, se subraye el ROCK como
el ingrediente primario desde donde salen todas las músicas modernas, o
asuma con total naturalidad la abstracción de una modernez
empeñada en dar nombre a todo aquello que no lo necesita, cuando su
perpetuo anonimato así lo defiende.
En la
desembocadura final de tal tobogán de placenteras sensaciones, de
aquellas en las que es inevitable cruzar miradas entre los asistentes
para confirmar tus sensaciones. Donde nunca llegarás a entender el
porqué del nimio interés que despiertan estas importantes facetas
de la música contemporánea, en gente que se llena la boca de
apuntes, referencias, y respetos dejándolas olvidadas sin más. Se
aduce a las faltas de presupuesto y a los precios, pero todos sabemos
que no es así: Que a menudo nos empachamos en la trascendencia de la
vanguardia olvidando lo esencial, la grandeza de las raíces.
Pero en fin,
corramos un tupido velo y que esto no parezca una pataleta de caduco
carcamal.
Retomando el
hilo y poniendo fin a esta demasiado larga crónica, la noche acabó
tal y como debía ser: Con la brevedad de algo que entusiasma en la
delicadeza semiacústica de un “Up to our necks” de su Goodnight
Oslo/2009, la mítica “King of Love” de aquellos primeros Soft
Boys. Y claro como no podía ser menos con dos de sus habituales
versiones, rememorando aquello con lo que predica ¿que sería de
nosotros sin la simbología de nuestros antepasados? “Heroin” y
“I'm waiting for the Man” de los eternos Velvet Undergound, junto
a una olvidada “She said, she said” de The Beatles.
A las
puertas del Apolo 2, aun sin querer marcharme de la escena del
crimen, todavía me dio tiempo de compartir tabaco de liar y
emociones con un compañero venido del Sur. Allí a las puertas del
infierno coincidimos en la grandeza de Robyn Hitchcock, de aquellas
conversaciones entre canción y canción, de lo nítido que sonaba el
bajo de Steve McCaughey, la simpatía de jovenzuelo irreverente de
Kurt Bloch, y de las diabluras que era capaz de hacer Peter Buck con
una Rickembacker en sus manos.
En
definitiva, que Robyn Hitchcock es un tipo que se hace querer por esa
juventud latente y perenne que desprende sobre el escenario. Parece
estar todavía presente en mi retina; con esos tics de niño inquieto
aparentemente nerviosos de quien vive la música al instante,
girándose e intentado comunicar con la mirada con los compañeros de
viaje.
Parece
mentira que sobre el escenario esté una persona de 60 años que ha
permanecido la mayoría de su vida olvidado en el tiempo, y todavía
sea capaz de transmitir esa emoción por tocar y observar los
aspectos más imaginativos de nuestra existencia; más aun cuando
reconoce que disfruta empapándose de la multiculturalidad del
universo y... sobretodo de sus sabores.
Es por eso
que aquello que nos alimenta el alma, también nos enriquece el
organismo; tanto si son las notas musicales, su presencia y el
instante del momento, como si aquella tortilla de patatas, el Queso
Manchego, el vino y que se yo, nos mantiene conectados por vía
sanguínea o sensorial. Alabado sea!!
ROBYN HITCHCOCK & VENUS 3/ OLE TARÁNTULA!!
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