A veces, me permito la licencia de aminorar el paso… hasta detenerme:
Miro,
observo, contemplo. Y hasta disfruto de apartar con un puntapié esos quehaceres
pensados, saludables. Y muchas veces, convertidos en rémoras consentidas y
caprichosas.
Y
pasa.
Que
hay noches de tránsitos lunares donde el quiero y necesito. Implosionan generando
esa especie de acericos donde clavar las miserias, igual que los alfileres en
un queco vudú; solo que, sin desear mal alguno ni a nadie claro.
Y
es entonces, que esas melodías atadas las unas con las otras en forma de álbum,
destinadas a languidecer por algo parecido a la desidia romántica. Me gritan
con un llanto sordo como el de las criaturas; bombeando tinta y memoria
musical.
En
el fondo, y de verdad. No sé si lo hago por ellas, o por mí. Pero, sí tengo la
certeza, de qué discos han cimbreado este 2023 la comodidad perezosa y tonta
que me ataca desde hace ya un tiempo.
El
que más y con diferencia. Después de acontecer una velada en directo y
comprobar con resignación, que mi organismo melódico/vital no necesitaba poses
sino acciones.
El
regreso ofrenda de Dan Auerbach y sus Arcs, en responso a mi querido
Richard Swift. Borró de un plumazo, conduciendo solo y de camino a casa. La
sensación de fallida, al ver a Black Angels y buscar la barra con el rabillo
del ojo a la media hora del set. ¡¡bendición!!
Canciones
escritas por Richard Swift años atrás, antes de su partida. Y huérfanas desde
2018, sin los ánimos ni la predisposición logística de grabarlas.
Así
pues. Lo primero que nos encontramos al arrancar Electophonic Chronic, es
la imponente presencia de Richard girando entorno a una manera de entender la
música; la suya.
La
primera vez que una canción de Ricardo Sigilfredo Olivarez Swift-Ochoa (aka
Richard Swift) llamó mi atención, fue en 2006 con “Whitman”.
Con
ella abría su último Ep “Walt Wolfman”. Y fue una canción a la que
permanecí enganchado de manera enfermiza. E incluso embobado, en una idea que
escarbaba más en las sonoridades y el envoltorio armónico, que en la canción
propiamente dicha.
Para
entendernos: Imagínate la música sin la atadura de un estribillo e
instrumentación convencional. Y más como un espacio amplio donde la música
actúa como un elemento lleno de capas (percusiones, voces cacofónicas, e
instrumentos tradicionales que entran y salen al ritmo de la base rítmica). Y
al final, casi por la inercia del ritmo, caes en la cuenta de que esa maldita
música, es capaz de generar ambientaciones tan poderosas como la propia imagen.
Ahí
puedes oler, masticar, y balancearte sincopadamente el jazz, el dub, el soul,
el rithm’blues, y cualquier ritmo donde sus pulsaciones marcan la inercia.
De
tanto en tanto, baja a la tierra, se pone al piano y te acuna y resetea. Y
quizás esa era la magia de Richard Swift: Manejar los elementos usando los
atajos propios de quien solo busca la esencia, y prescinde de cualquier cosa
que maquille el ritmo, el flow, y la armonía base.
Sabido
esto, se entiende perfectamente que desapareciera como solista en 2006; lo cual
me dio una rabia enorme, y he tardado 15 años en entender. Y se dedicara a
enriquecer a The Shims al piano y las voces, salpimentara Black Keys con su
bajo rítmico, y de ahí su idea de The Arcs como laboratorio experimental.
Por
camino produjo a Sharon Van Etten, Nathaniel Rateliff, Foxygen, Pure Bathing
Culture, Kevin Morby, Tennis, Damien Jurado, Guster, Laetitia Sadier, y alguno
más que me dejo.
Y
en cada uno de ellos, una vez escuchadas sus canciones. Puedes notar su
presencia de una manera tan poderosa y magnética. Como lo hace ahora, poseyendo
a Dan Auerbach igual que un ente a su lacayo, previo pacto diabólico; entiendo.
Al
escuchar la vuelta a los estudios de Dan, con sus Arcs. Acabas entendiendo un
poco por qué disfrutaba más Richard, siendo parte de un sonido que el actor
principal de la escena.
Y
con la aparición de “Keep On Dreamin” antes de que acabara el
pasado año; como adelanto de lo que sería esa deseada vuelta. La sospecha de
que la misma, sería un magnífico tributo al color de la desbordante imaginación
espacial de Richard, un presente confirmado.
Doce
canciones que arremeten de entrada, con forma de pulsaciones de cálido funk
caribeño, con este adelanto. Y complementadas con las imprescindibles visuales
que Robert Schober ha ideado para cada tema del álbum.
Son,
por así decirlo: La mejor forma de juntar el recuerdo perenne de Richard, y una
justa reconciliación con mi últimamente olvidado Dan Auerbach; al que no
prestaba la más mínima atención en su última deriva yoista.
“Eyez”
admito que me cogió de la mano y me zarandeó; cuando quieres eso que alguien te
da: ¿blandura y melodía? Afirmo sin rubor alguno.
“Heaven
in the Place” lo remarca, y aquí hay algo que me gusta horrores:
La
manera nueva de cantar con el corazón de Dan. Logra que confirme la broma que
fue el homenaje de raíz que se marcaron Black Keys hace dos años en esa parodia
de versiones.
Y
es que es una evidencia lo que cuenta el corazón para creerse de verdad lo que
uno hace. Si es que lo que uno hace. Lo hace para quien escucha con ese
audífono que todos llevamos ahí, insertado en las tripas.
El
disco por sí mismo, pudiera parecer una especie de soul híbrido. Y a veces, por
qué no, un agravio a ese terruño soulero, que aquí pudiera parecer una
vedette de saldo con maquillaje barato para remover de la tumba a más de un
clásico.
A
mí, sinceramente:
Un
ejercicio necesario y saludable para la malsana inercia de los proyectos
personales de Dan. Y un laboratorio donde cada miembro, invierte los papeles y
se lo pasan verdaderamente bien.
Por
eso. Cada canción es un salto al vacío despelotado con una psicodelia aérea
maravillosa. Que invoca a Richard y se hace presente; vaya si se hace presente.
Notándose en un conjunto muy agradecido.
Dan
Auerbach, el teclista Leon Michels, Nick Movson bajo en ristre, y el batería
Homer Steinweiss que sustituye al fallecido Richard; pese a que se conservan
numerosas pistas grabadas por el ideólogo del asunto.
Son
los culpables de la…
Burrada
de “Behind the Eyes” con una voz donde daría mi mano derecha si
es Dan quien canta, o se nos ha colao un mini Van Morrison. Y una
versión de tapadillo del “A Man Will Do Wrong” de Clarence Reid y
Paul Kelly que aquí sí me creo. Alcanza el cenit más soulrockero y verídico del
disco junto a “River”.
Y entre alguna que otra lisérgica instrumental para asimilar entre olisqueo y sorbo de vino.
Suceden
las secuencias que me catapultan a descorchar y celebrar. La oportunidad de
abrirse en canal para, y por el amor con la bella “Love doesn’t live here
Anymore”; con falsete incluido.
Dándome
la oportunidad enaltecer la apaleada Verdejo castellana. Con un Verdicchio
primo italiano de Poggio San Marcello en Ancona, mientras los ecos de “Only One for Me” retumban
fuerte de fondo.
La
historia de un panadero reconvertido en viñador en 1972 Ferruccio Sartarelli.
Que invirtió toda su energía en levantar una bodega volcada al 100% en el
Verdicchio de calidad.
Y
donde hija, marido y nieto/a elaboran cinco blancos. Y un Tralivio de viñas
viejas en concreto, que me hizo perder el sentido en mi primer año en Bologna.
Así
que el pasado verano, no podía volver a casa sin la tentación de probar su
buque insignia Balciana.
Sin
dar demasiado rodeos, Balciana es una jodida bomba de elixir con su15’5%, que
mete miedo; para que negarlo. Y uno de los mejores blancos que he tenido el
gusto de beber; así, sin meditarlo demasiado.
Junto
a él podrían hacerle compañía el Grans Fassians del 97, el Mas D’en Compte del
2007, el Chateau St. Martin 2005 Michael
Keller, o aquel Tondonia Rsva blanco del 82 que abrió Jordi Ferrer en casa de
Xavi.
Pero
al final, no hay ranking que valga si las sensaciones confluyen, se
complementan, y esto del maridaje o conjunto emocional reúnen por ejemplo….
Ese
vino rico, el picoteo que lo acompaña, la percusión de la cacharrería mientras
cocinas, el sol que se cuela por la ventana del comedor y sin remediarlo… La
música a la que invita todo esto joder. ¿bailas?
¿Mientras
cocino, bebo, pico, troceo y remuevo? SIEMPRE.
Hay un color dorado licoroso que delata contundencia.
¿el
aroma? Notas que recuerdan al Tokaji o una Riesling Auslese, ósea: Como si esa
vendimia tardía y maduración al límite dejara un rastro ligero de podredumbre
noble (Botritis) Que no.
Hay
eso sí: Membrillo, ralladura de limón, almendras, y algo que pertenece a mi
recuerdo y seguramente nadie entienda: Los panales de miel que venían en los
botes de miel que comprábamos en Castellar de N’Hug.
Una
sensación a cera de abeja que sospecho, viene del contacto de las pieles en la
maceración; aunque es solo una cosa mía.
Boca
potente y larga, claro, son casi 16 grados. Pero que no afectan a la sapidez de
este vino que alberga una acidez calcárea sobrenatural. Por lo tanto, cuando se
mezcla con comida… BoooM!! La cosa cobra una dimensión de complejidades
juguetonas divertidísima.
Me
acuerdo de esas primeras ciruelas claudias a las que apuras el hueso y esa
acidez chispeante te recorre el paladar. El Pomelo rojo navegando entre el glicol
y surfeando sobre esa acidez amarga final que invita a seguir bebiendo. Y un
fondo largo de rodador como el de Fabian Cancellara o Viacheslav Ekimov,
sellando un recuerdo palatar inolvidable.
Almendras
amargas, orejones, mineralidad, cítricos y esa parte de amielada que no va
asociada a la miel, sino a los aromas que desprende el panal y la parte floral
de su cosecha.
Y
poca escapatoria más la que ofrece el
conjunto del careo entre este Verdicchio di Jesi y un buen disco.
¿bandera
blanca?
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