Del interés
por las cosas de la flora y su renovación al: -me da un poco lo
mismo- si son los cerezos, o son los almendros, los que apuntan que la
primavera ya esta aquí.
Ese ceder el paso al tiempo para que vaya
tirando... y ya lo alcanzaré. Hasta un dejarse cazar a traición y
darse por presa con cierto consentimiento. En una semana en el que el
digno trabajo, te veja hasta violarte.
El Viernes
noche de la pasada semana tocaba revancha a las diez tocadas sí, o
porque sí. Esos actos de afirmarse a uno mismo: que la modernez y el
avance imparable de los tiempos, ni sabe del pasado, ni quiere dejar
pruebas de razas extintas.
Y claro,
cuando todos corren a apuntarse tantos. No hay mejor manera de
autodeterminarse, que bajar al sótano e invocar al abuelo emparedado
tras la caldera.
Esas
reliquias de ánimas que imperturbables, se aparecen cada cierto
tiempo para recordarnos, que nos debemos a cuatro citas mal contadas:
El Rock&roll, los movimientos contraculturales de finales de los
60, y al Punk como arma arrojadiza...
Todo lo demás, es puro
mercantilismo para que creamos que año el cero, sucede cada cuatro;
todo mentira.
Tendría que venir el menudo guitarra de los
alambristas New York Dolls #Sylvain Sylvain -ya sin las plataformas y
con las gafas del cerca- para darnos un patada en los cojones, y
ponernos firmes.
Eso sí, no
obviaré que la tarde/noche de aquel caluroso Viernes llegaría a
alcanzar tintes de un thriller de los Hnos. Cohen: entre lo cómico y
surrealista. Todo, por esa brillante y recurrente idea reservar las
entradas vía red social, la más que hipotética certeza de que no
se llenaría la pequeña sala Monasterio del Port Olimpic y claro, la
poca credibilidad que nos da -supongo- facebook a los que todavía
vivimos en la era del vinilo, los garitos y el boca/oreja. Llámanos
melómanos chapados a la antigua, pero las entradas se venden
anticipadas, o tonto el último.
La cosa es
que nos tuvieron casi una hora haciendo cola, para ver que tenían
los cuatro nombres de las reservas escritas a boli, y allí fuera
había una cola de “cal' deu”. Y la suerte es que la
veteranía y el morro, son galones que solo se ganan criándose uno
en un barrio. Entramos, que es lo importante. La pena, que se quedó
bastante gente fuera y la mala gestión del aforo.
Historia a
parte merece, el hambre que arreciábamos los allí presentes. Con
los estómagos encogidos como mojinos, y las tripas bramando como una
Gibson Les Poul Goldtop pasada de pedal y palanca.
Pero qué
hay, que no cure la supervivencia y el cooperativismo; ná, de ná:
Que ahora me arremango, que me como una especie de simulacro de Kebab
para hacer eso que llaman “asiento para sembrar”. Y que no sea
que por falta de comida, la bebida nos juegue una mala pasada.
Las risas
también ayudaron. Esa carcajada de hiena tontorrona que a uno se le
escapa, cuando la psicodelía interfiere en las conversaciones y en
es la perspectiva la que se deja llevar el pos de lo absurdo; pa que
forcejear... Y presentarse a escasos metros #porque todo ocurría
ahí. Para ver en escena a THE BLACK HALOS:
Una banda de PunkRock muy
Americana de las que a mi personalmente me horrorizan, ya que me
recuerdan a la BSO de Crazy Taxy y a Offspring. Y cierto. A partes de
mi pasado que no quiero recordar.
Pero como
digo, a veces, todo consiste y gira alrededor de la idea de
teletransportarte y viajar como El Niñato en las tiras de M.
Gallardo. Esa concepción del espacio/tiempo, donde uno se acomoda
para vivir desde dentro lo que ocurre, porque todo lo demás son
leyendas y artificios. Ese público del que ya ni se sabe, ni se
escribe porque es esa versión sucia del pasado, estaba allí. Los
mismos que rebuscaban pequeños antros en las medianías de
Barcelona, el raval o la periferia. Y por suerte, todo lo que escapa
a esos asquerosos patrones estéticos fundamentalistas sobre la
modernez.
THE BLACK
HALOS y su desproporcionado líder, eran como la confirmación
fantasmagórica de los echos. Una parodia en si misma como la de
nuestra propia existencia: comedia pura y dura para animar el
cotarro. Que creo que era básicamente la misión de la banda de
Vacouber, por la poca relación que guardaban con el exguitarrista de
THE NEW YORK DOLLS.
Tampoco
importaba mucho la verdad, yo disfruté como un enano. Pies y manos
se movían al unísono tanto o más como los del propio Billy
Hopeless. Y el respetable que abarrotó la pequeña sala del puerto
se agitaba como solo sabe hacerlo una noche de buenas vibraciones.
Un set
intenso y veloz que nos llevó al galope por los cánticos de los
himnos más representativos del cuarteto canadiense: “No
Tomorrow Girl”, “Ain't Nothing to do”, “Jane
Doe” o “Bombs not Food”, siendo los más coreados
los de su primer álbum.
Pero era
evidente que la mayoría de la vieja guardia de Barcelona, estaba
allí para ver a Sylvain Sylvain. Un tipo que se ha sabido ganar como
nadie, desde las tripas de rock más arcano del agitador Nueva York
de los 70, el respeto. Con una actitud desprejuiciada, libre y
pasional, para quienes fueron los primeros pioneros del Glam Rock.
Una banda, New York Dolls, en ocasiones poco comprendida y valorada.
Cuando hicieron de la finura de los Rolling Stones, la vanguardia de
la Velvet, y el punk más salvaje; un estilo único e inimitable. Que
reivindicaba la voz de los suburbios no exento de glamour, pero sin
la mojigatería del glam más estético. Ellos eran los verdaderos
activistas de esa parte paria de la sociedad neoyorkina: putos,
travestis, maricones y drogadisctos.
Ya lo dijo
antes de comenzar el concierto: - Yo soy de New York y de español
se pocas palabras, solo: Hijoputa, malnacido, pendejo y maricón. Y
yo soy un maricón; con orgullo.
Estaba a
punto de arrancar una noche para no olvidar, de hecho hubo quien
esperaba ver la sesión desde el burladero. Pero fruto de un comienzo
demoledor, se quedó pegado a las primeras filas, viendo deshacerse
al señor Sylvain con la electricidad de “The Cops are Coming”.
66 años y una trayectoria en la retaguardia, que no le quitan lo
bailao.
Los TRASH
BOYS que le daban soporte no eran otros que: Sami Yaffa (Hanoi
Rocks), Stevei Klasson (Johnny Thunders) y Chris Musto (Johnny
Thunders). Tres auténticos maestros con tanta clase como las
canciones que sonaron, y con mucha tela que cortar. De hecho
seguramente, los tipos más capacitados para recuperar el temario de
las muñecas de New York. Con esa elástica electricidad que hizo
suya Sylvain, cuando lo que parecía simple Garaje se transformaba en
muchas otras cosas: suciedad multicolor con chulería y elegancia.
“Teenage
News” y ese pedazo de rock&roll ramoniano que nos puso en
órbita dese el minuto cero. Con “Emily” la velocidad de
crucero en aumento, pasaje entregado, y la tripulación sonando igual
que si nos hubieran abducido al GBGB.
A partir de
ahí la cosa alcanzó niveles míticos. No solo por el repertorio que
se nos venía encima. Sino porque Sylvain y banda, se lo pasan sobre
el escenario mejor que cuatro adolescentes con siete vidas vividas.
Van sobrados, te tiran abajo cualquier tipo de estereotipo, te
renuevan por dentro mejor que el bífidus ese, y te enseñan
sobretodo... cuanto le debemos a nuestro pasado.
“Pills”
(esa remozada versión de Bo Diddley) para ver lo bien que siguen sonando los temas de New York Dolls 45
años después; la edad que casi tengo yo, paradojas de la vida. La
versión de “Femme Fatale” bestial, de las cosas que he
escuchado en directo más emocionantes en años. Diferente a la
original, arrastrada, sucia, pero a la vez tan extrañamente bella...
“Great Big Kiss”, un pequeño homenaje a su ciudad natal
con la hermosa “Leaving in New York”; canciones dignas de
reivindicar.
Y como no,
las míticas “Jet Boy”, “Trash” y “Personality
Crisis”. Newyorkdollsizados todos y todas, rendidos a un buen
rollo expansivo que se adueño de la noche. Muchas, muuuuuchas risas
a costa de la felicidad que emana este tipo tan cercano y natural.
Y un final
de esos de estar tan y tan a gusto. Que acabado el concierto y con
esa especie de embrujo dominando todo lo que sucesivamente sonaría,
allí nos quedamos.
Nos dieron
las cuatro, bailamos con Sylvain en medio de la pista igual que aquel
chaval de 20 años. Y lo cierto es que de este tipo de encuentros en
la tercera fase, se desprenden químicas tan únicas y particulares,
que hasta de la conversación más banal, surgen reflexiones
ciertamente poéticas.
Sin
demasiado alcohol; no crean que son siempre las sustancias las que
nos inspiran. Sylvain no dejó mucho margen para escaparnos a la
barra; ojipláticos que estábamos. Pudimos ver a casi todo lo más
pintoresco, anómalo y auténtico de la noche barcelonesa; como solo
un exDolls sabe reunirlos.
Y fue un
final de velada con pocas ganas de regresar sin dejar antes
constancia de lo bien que estábamos. Sin saber si es la edad la que
te hace rebobinar una y otra vez esos pasajes No/olvidables: Ese
apunte revelador, ese momento trascendente y reflexivo, una frase,
una risa, un dato, un algo... Como queriendo dar fe, que la compañía
aludida y lo vivido, son únicos.