Me ha caído
un sol, si señora. La cabeza aplanada como una meseta de bordes
graníticos precipitados, y los ojos fundidos igual que un deslumbre.
Ha
visto a mi niño? Salio temprano a cazar moscas para la Salamandra y
aun no ha vuelto. Y mira que le dije: - Cuando huyas siempre hazlo
hacia arriba, nunca hacia abajo. Alza la cabeza con el mentón como
ariete. Y cuando te rompas la crisma, que sea con conciencia y
ganas. Mejor intentando tocar la luz con los dedos que cerrándolos
de impotencia.
Se enamoró
y perdimos de vista a aquel pequeñajo de pies grandes; creció. Sus
pies dejaron de parecer grandes y el envase se hizo al alma como el
pepino al orujo: Esa botella que se guardaba como elixir curativo en
el mueble bar de mi madre, y que decían que curaban los siete males;
menos el séptimo: El mal de amores mordientes.
Enorme
cucurbitácea que a si misma se hizo presa buceando en brisa. Y que
al paso de los años solo asomaba el hocico pidiendo tan solo un
beso, un beso nada más.
Los ocho
años que relatan esta bitácora marina de timones rotos y capitán
tarumba. Son los del diario de abordo que resume el sinvivir
aleatorio y caprichoso de mareas y vientos. Nos sirve -me sirve- para
recordar qué fue ese día, y porque lo relaté así. Reitero y
machaco que con el pasar de los años y la memoria no es que se
pierda, es que selecciona como el tirador a su presa. Lo que hace un
tiempo urgía, ahora se aplaza por simple antojo de dejar que el tren
pase hipnotizado con el chisporroteo de las catenarias.
Ocho años
que no he celebrado en más que menos ocasiones, y que este 2017
toca.
No porque
haya algo celebrable. Sino porque en ocasiones hay que enfatizar, y
poner el lazo al momento para certificar que existimos; aunque solo
sea como meros espectadores.
En este
acopio de canciones habría mucho de que hablar, trillar y manosear.
Pero mira tu por donde, nos vamos a callar, bajaremos el volumen de
la luz y la jauría, para subirnos la del reproductor.
Se hará el
vacío y escucharemos. Tan solo escucharemos; en silencio.
De la música
y su efecto en el fondo no hay mucho que decir. La verdad es que te
pueden explicar lo dura que va a ser tu vida, o que la tuya no va a
ser ni de lejos tan dura como lo fue la de tus padres. Tu horario de
entrada, el de salida y tus tareas. Las lecciones inútiles de las
cuatro reglas y lo importante que es la actitud. Pero de la música?
De la música no se habla, se escucha.
Sin prisas
ni condiciones. Sin ascos ni el mal vicio de apartar la verdura y
comerte solo la carne.
Esos dos
receptores que se alojan a cada lado de la cabeza tienen... lo que
carece el resto de sentidos; ninguna condición para utilizarlos: Ni
hace falta enfocar y dirigir la mirada para contemplar con estupor la
elegancia de la naturaleza, ni alargar el brazo para acariciar tus
senos o echarse a la boca un helado de carmín. Ellos cazan al vuelo
y transforman en reacciones químicas y físicas lo que por allí
pasa.
No hay
filtros, reglas, miedos ni posturas sino instinto cazador y
depredador. La educación mata la creatividad, y los hábitos
esclavizan el más mínimo atisbo de riesgo.
Date una
oportunidad ¿o acaso te dolió la primera vez?
Wild Pendulum es ese tipo
de disco que te llevarías de paseo en un día cualquiera por Central
Park.
No
importaría demasiado la estación del año, la hora del día o la
compañía. Porque los hermanos Douglas crearon el pasado año una
nebulosa melódica clásica, llevada a su vertiente más Pop. Justo
cuando sabes que eso ahora no toca. Y solo por eso, tienes la
seguridad de que es el camino, sin pestañear.
Direcciones
contrarias a las corrientes, que nos desarrastran poniéndonos el
corazón vuelto. Y que igual que en un acto de rebeldía inocente,
por lo menos, nos legitiman para revolvernos contra lo establecido.
Los cuarenta
pasados tienen eso: Te tiras media vida intentando establecer un
orden y acomodándote. Para darte cuenta al cabo del tiempo, que al
margen de la vida que se nos pierde sola, lo que nunca hemos de
perder es la facultad de revelarnos contra el orden mercantil de
nuestra existencia. Esa que nos cae como una losa desde arriba, sin
saber bien o ignorando quien narices la envía y que de repente la
tenemos atenazándonos como grilletes.
TRASHCAN
SINATRAS nunca estuvieron de moda. Ni siquiera cuando debutaron con
CAKE en 1990, y mucho menos con su espléndido I'VE SEE
EVERYTHING/93. Cuando llegó a las estanterías de nuestras tiendas
en el 96 HAPPY POCKET; el disco del canguro borroso. Medio mundo
estaba ya colgado de las nubes con el BritPop y el Grunge.
Así que el
empeño de volver diez años más tarde, y hacerlo aparcando su pop
más punzante: Aztec Camera, Lloyd Cole & Commotions, Prefab
Sprout...; y los inubicables. Para retornar más cerca de su ídolo
de juventud Frank Sinatra, mirando de reojo a los 50 y al perfume
melódico de los clásicos inundando sus composiciones. Por esa razón
seguramente he tenido aparcado este disco desde el pasado año,
temeroso por haber perdido aquello que más me gustaba de ellos: su
pop inmediato, luminoso y quebradizo.
Por suerte
cuanto más grande me hago, más me convenzo de la tiranía del
tiempo y lo poco que creo ya en él. Algo que me reconforta, cuando
olisqueando en todo lo que conservo como testimonio de un año
aparece de repente de forma reveladora. Transformando el anonimato en
algo realmente grande, lleno de texturas y sonoridades que te llevan
a escenarios inéditos.
Ese efecto
que produce saborear la música y tantos otros placeres desde el
“momento”: Esa unidad de medida donde confluye tu estado
de animo, la visión del paisaje y esa cosa que te brota de dentro.
Dando con la clave mágica para disfrutar de algo, lo que sea, justo
y en ese preciso instante, y que normalmente jamás vuelve a ocurrir
de la misma manera.
Me da la
sensación que entre los pleamares de sus primeros discos, sus
armonías vocales. O los pasos entre sus discos más inocentes y la
madurez de sus posteriores composiciones. Se haya WILD PENDULUM
unificando ambas cosas, y transformándolas en algo que no es una, ni
otra cosa. Tan solo un disco que fluye sin la presión ni el pulso
por forcejear con el paso del tiempo y su batalla perdida para con
¿la fama? Tan solo “Best Days on Earth” conserva
ese bago recuerdo al Pop evidente de los 90's.
El resto es
un puro vals de abrazo partido y manos que agarran con fuerza al
punto de la gangrena. Levitaciones que prenden en vuelo como
torbellinos de psicodelia sixtie en “Ain't That Nothing”,
con inédita luz. Y que se abalanzan sin miedo hacia terrenos
desconocidos hasta hoy.
No es una
evolución o trasformación, pues todo su santo y seña sigue ahí:
Sus melodías vocales, sus envoltorios vaporosos y espaciosos. Esa
especie de Pop con formas amables y cariñosas que confunde la
ñoñería, con el romanticismo más sincero y real.
Y es cuando
“I Want to Capture Your Heart”, “Neighbour's
Place” o “The Family Way” rompen con una
melancolía de pureza sin parangón, a lo noches blancas de
Dostoyewsky. Cuando WILD PENDULUM aparece de sopetón, como una rara
avis en su discografía. “I'm not the Fella” podría
ser sin apelativos, esa canción que escenifica a un clásico del
cine americano de los 50, con Cary Grant acariciando la tormenta
infesta de nuestros días.
La Paz de
los hermanos Wilson colgados de un cocotero apedreándote el corazón
con capas, y más capas. Y no es otro que “What's Inside the
Box” que ensalza aquello que apesta a pachuli y batido de
fresa perfumada. Solo que entre lo hortera y lo delicioso dista un
mundo. Posiblemente porque la cuestión de caer en la zalamería de
nuestra ternura más vomitiva, es tan solo fachada y miedo a
enamorarnos y ser niños otra vez.
Lo dice
“Waves (Sleep Away My Melancholy)”. Esa canción de
amor y cuna con perfume a Mustela, que nos vuelve de golpe en
indefensos seres a la deriva.
Dejarte
querer, necesitarlo, no es malo sino necesario. Las formas son
indistintas tanto si son sucias como puras. La cuestión es amar sin
condiciones ni ultimátum que hagan del cariño una moneda de cambio
interesado. Y éste, seguramente, sea el disco elaborado con más
cariño en muchos años.
Las calles
se arrugan a su paso saltando las losas como en un juego de dominó.
Su belleza y esbeltez no son evidentes ni desmesuradas, y puede ser
su mirada o el brillo de sus pupilas; indefinido. El encanto que
deslumbra y a la vez narcotiza.
Tú sabes
que es amor a primera vista. Y pese a que llevas toda la vida
discutiendo y negando la existencia del mismo, asumes tu derrota y el
desarme. Ella sin embargo sigue avanzando distraída en su caracola
espiral; la melodía. Esa que un día te robó el alma y día sí día
también te asalta de repente y sin avisar.
Es
fantástico ver que en esto del amor por las canciones no hay un
ideal de belleza. Sino otra puerta más que se abre de aire fresco
que corre a ras de suelo envolviendo las estancias. La que ventila
los ambientes cargados de toxinas.
Publicaron
hace tres años su debut, Weird Little Birthday/Weird
Smiling; auto editado se entiende.
Sin más
gloria que pena, apenas llamaron la atención en algunos medios
especializados por esas pequeñas microconexiones con el Lo fi
despeinado de Pavement; si acaso Yo La Tengo y lo típico...
Tuvo que
pasar otro año hasta que el sello de su propia ciudad Moshi Moshi
Records los fichara y volvieran publicar su extenso disco de debut;
esta vez con cuatro nuevos temas. Allí yacía “Montreal Rock
Band Somewhere”: Un clarividente punto de inflexión que
sumaría a su magnífico estreno, el revelador designio que han
tomado sus nuevas composiciones en Write In.
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Llegaron
casi que así: regando las calles de fresca, y enchufando los
naranjos en flor con los cerezos al tapiz primaveral. Y no se si es
porque el pluviómetro se ha disparado este 2017. Pero llegamos a la
primavera explosiva con unos campos frondosos de canciones, y
fértiles como pocos.
Nos llamó
la atención de primeras, sus temas más revoltosos y desarmados.
Aquellos que nos recordaban ligeramente a Steve Malkmus y su brigada
de asfaltado: “Naked Patients”, “Anything I
Do is All Right”” o “Refrigerate Her”.
Pero todos sabíamos tras indagar en su espléndido debut de belleza
tan extraña como la de un Tapir, que lo que los hacía distintos al
resto no era eso precisamente. Sino ese raro talento por detener las
agujas y ver que los acordes de sus canciones más contemplativas,
saltaban de flor en flor cual invertebrado. Y que cada nota formaba
un entramado tal como una encaballada sostiene una enorme cubierta
parasol.
Es una
teoría, pues una cosa es lo que buscamos, y otra bien distinta la
que encontramos.
Yo me quedo
con lo segundo, en todo o en casi todo en la vida. Con la música
especialmente me pasa que ya he dejado de buscar, y sólo me quedo
inmóvil a que me asalten. Me roban el corazón, es cierto. Pero en
esa sensación rara de vaciarte para llenarte, es cuando de verdad
todo tiene algo de sentido.
Cuando
irrumpe por ejemplo “Falling Down” como un carrusel
desvencijado. Es el sentir que el engranaje vuelve a ponerse de
nuevo en marcha: Una vida haciendo versiones y mal tocando con la
fórmula intacta del trío, hasta que han sabido construir como si no
quiere la cosa su pequeño universo. Hasta que los socios han hecho
que las cuerdas se doblen y que irrumpan los pianos con sus nebulosas
sónicas. Para que con dos discos ya hayan conseguido lo que a otros
les ha costado el drama de la separación.
Y si aquel
primer disco que llamó la atención a base de insistir, era como un
tren de largo recorrido: Donde es más importante el destino y el
paisaje del camino, que las estaciones donde tiene parada. El nuevo,
es como un apéndice del anterior más que un nuevo álbum por así
decirlo.
Un sesteo en
la copa del árbol más grande del mundo, como cazado entre los
caracoles del pelo afro de Julius Erving y oteando las caprichosas
formas de la costa; así es como se escucha la nueva delicia de los
Londineses. Esas sensaciones de mullido y contemplación, lo mismo
que si estuvieras en pleno bajón de tensión pero premeditado, y
bajando los escalones de dos en dos.
Y aunque
entienda un empeño más que evidente por quererlos ubicar en un
tiempo pasado concreto. Yo, me conformo con lo virtual de sus
evocaciones: blandosas, cremosas y doradas como la piel tostada al
sol o el alma tiznada de urbe.
Que la luz
no solo vive de sol infrarojo.
Tic tac, es
ese piano que Elton Johnn nos podría tocar armónico y tramoyista.
Como quien decora la entrada con los placeres dados de “The
Reel Start Again (Man as Ostrich)”, y nos preparase para el
despegue... De “ Anytime” back to the USSR, en
vuelo raso de shoegaze rasurado y hasta diría que adecentado;
precioso por así decirlo.
Por un lado
tiene ese deje de Pop Barroco tan y tan británico. Y por otro un
asomarse a u precipicio y señalar el otro extremo del Océano.
Quizás porque tanto Beatles, ELO o Beach Boys mamaron de las mismas
ubres psychovictorianas; basta con acercar el monóculo a “Through
Windows” para derretirse. Y confirmar que la primavera
masiva que invade mi ciudad estos días, no es la misma que fue y que
hizo de la intimidad y rareza, un estigma a defender.
“Uptrend/Style
Raids” si es cierto que rescata esas maneras, deje o hasta
bucle a la hora de coger lindes sin quitamiedos. Emulan a Pavement?
Ellos sacaron petroleo de una actitud; hasta cierto punto nihilista.
Pero allí había mucha sustancia del pasado, solo que con una
personalidad arrolladora. Happyness tienen eso: carisma y mano
izquierda.
Lo fácil,
ahora que las tragaderas musicales prefieren los potitos bledine
azucarados y de composición nutricional equilibrada. Hubiese sido
rempanchingarse y dar garrafón.
Pero lo
cierto es que canciones como “Victor Lazzaro's Heart”
nos obligan a rebobinar y a encontrarnos con la magnificencia tímida
de Georges Harrison y otros tantos, que hicieron de la discreción
una virtud entre tanta desmesura. Esa manera de explorar en la
musicalidad desde el trastero y el flojeo de piernas: “Anna,
Lisa calls” es cierto que va camino de reivindicar los 90's
como una filosofía, sin saber si es por méritos propios. O porque
el cambio de milenio nos sorbió el sentido de la contradicción.
El caso es
que abreviando el empeño reinante de confundir la novedad con el
talento. Que bandas como Happyness vengan a rellenar el vacío de
“variedad”, me parece fantástico. Ya no solo por gusto personal;
que igual a estas alturas ya se vicia. Sino porque es necesario
renovarse y luchar contra la odiosa inercia de lo prefabricado.
WRITE IN
tiene vida propia. Esa que te va ganando poquito a poco y que hace
que nimiedades de la talla de “The C is a B a G”
leviten por naturalidad y sencillez. Y que sea hasta la bocina final;
como los partidos fratricidas de basket. Que no se decida la victoria
final, la rendición y el postramiento cuando “Tunel Vision
on your Part” es la que pone el punto final.
Una de esas
canciones con las que te das cuenta que la melodía es tan idónea,
que podría así, eternizarse de por vida. Esa cosa que solo Lou Reed & Co. , los Hnos Kadane, Luna, y un puñado de privilegiados más
pueden ostentar: LA MELODÍA ETERNA. Y que incluso son capaces de
absorber igual que un agujero negro los recuerdos, con imágenes.
La mía, una
ascensión hacia Gratallops, minimizado entre columnas graníticas
imponentes e indefensión ante lo verdaderamente grande: LA
NATURALEZA.
Una semana
tiene la culpa del reposo y el barbecho al que se han de someter esas
cosas grandes que deslían más tripas que neuronas. Igual que el
buen tinto del que uno se ha de olvidar para que retoce y se
estirace en la copa. Cuando la razón no atiende, mejor esperar.
A veces es
peor, porque yo mismo no acabé de confiar demasiado en “The Far
Field/2017/4AD”: Como si hubiera perdido ya la fe en los salmos
de Samuel, ahora que “la fama” los obliga a firmar más o menos
temas resolutivos o lo que se viene a llamar “hits”. Que también
digo una cosa: Si el temario de hace cuatro años bien hubiese
funcionado en una sala 2 de Apolo o Sidecar, en Razzmatazz ya no.
Seamos consecuentes, hay dos Future Islands para bien o mal: los de
antes de Seasons, y los de ahora. Lo que aguantaran la presión de la
fama ya no lo sé, pero mientras tanto aprovechémoslo.
A su favor
tienen que han necesitado seis años para asomar la cabeza por
circunstancias meramente caprichosas. Por otra, lo que significa
utilizar un discurso literal y al dedillo del TecnoPop más funcional
y ortodoxo. Teniendo en cuenta claro, que en primera línea de fuego
tienen un frontman que vive y muere para la interpretación. Todo lo
desmesurada que se quiera, es cierto. Pero no lo es también la falta
acusada que hay hoy en día de eso?: De verdaderos artistas?
Sí,
aquellos que entienden las canciones y la música de la misma manera
que la interpretación: Una fiera desbocada de tics gorilescos y
animales, que hace que el rock sea un chiste cuando hay sustancia y
poca actitud. Y en este caso, que convierta el tradicionalmente
insulso pop sintentizado en una ceremonia de ofrenda en vida,
salvaje.
Cierto es
que tras verlos por fin sobre un escenario, con la curiosidad de
saber de qué forma exprimen lo limitado de su guión. Uno se quede a
cuadros, y acabe sepultado por el natural magnetismo de Samuel T.
Herring y la necesidad de artistas creíbles, totales y honestos como
lo es él.
Ayuda mucho
a cogerle la verdad que atesora The Far Field, y comprobar que no es
“otro disco más de synthpop del montón”. Es entonces cuando
sinceramente y sin acritud, Hurts, The XX, Twin Shadow o Holy Ghost!,
lo siento, pero me parecen una broma. Temazos superefectivos, no lo
niego, pero golosinas a fin de cuentas que al cabo de media hora no
recuperan el sabor ni metiéndolos en la nevera.
La banda de
Baltimore en cambio, han sabido como nadie agarrarse a las crines de
la ferviente y desmesurada fama como quien practica sexo en un lavabo
de carretera. Es así, y por más fortuito que pueda parecer su éxito
en un mundo donde se quiere todo y ya. Su último trabajo tras varias
escuchas y su defensa pretoriana sobre el escenario, no ofrece dudas:
Es uno de sus trabajos con más equilibrio y tiento a la hora de dar
la importancia que se merece a “la canción” propiamente dicha.
Singles/2014
subrayó su capacidad de elaborar temas tan bailables como sus
desgarradoras odas de antaño. Y en su nueva entrega aun pareciendo
más de lo mismo para detractores del culto a un sonido. Afina en la
capacidad de Samuel para cantar y conseguir que cada canción tenga
su particular universillo.
Más cerca
del Pop de despecho y romanticismo de nuevo cuño. Nos hace olvidar
de alguna manera sus parentescos más obvios con Yazoo, OMD o la
Human League. Y hace que su nuevo repertorio equilibre su trayectoria
con puro Rock, o por lo menos sean consecuentes con cada una de sus
etapas y como tratarlas para que en directo TODOS, acaben siendo ya
clásicos.
Ejemplo
claro está en tres de los temas que en mi caso, me parecieron
sublimes por encima de toda su setlist: Su primer single más o menos
bailable “Vireo's Eyes”, que sin duda fue la
canción grande de la noche. “Spirit” que tan
claramente nos trasladó por un instante al universo de Gary Numan. O
tener la santa grandeza de cerrar un concierto de más de dos horas
con “Little Dreamer”, el tema de cierre de su
primer y más desconocido álbum. La prueba de que Future Islands en
su primer y más literal método de composición y ahora, siguen
siendo fieles a su idea inicial: Pop de alto grado emocional real y
proletario.
Hubiera sido
fácil hacerlo con “Seasons (waiting on you)”,
“Ran” o “Cave”. Dos temas que se
han convertido casi al instante en dos clásicos del ya
presente/pasado. Pocas canciones tan calentitas son capaces de
trasladarte al pasado con tanta fuerza y melancolía sana.
Pero Samuel
T. Harring parece no dejarse llevar por la proeza de agotar entradas
y llenar salas de bastante más formato.
Sus
escuderos a los que tanto se les ha achacado su presencia puramente
de atrezzo, se ganan las habichuelas como el que más. Y el frontman
o jefe de equipo suda y hace sudar el lubricante que la mueve como
una máquina, tan jodidamente bien engrasada. Que desde el minuto
cero de su directo todas ellas podrían ser ya canciones de toda la
vida. Básicamente porque sobre el escenario son arrolladores, por lo
menos ahora que creo que son conscientes del recorrido que tienen sus
temas. Y que en directo logran ese imposible de volar sobre el
escenario entre tanta mediocridad, a veces, contaminada por el exceso
de producción. Es ese el poder, supongo, de la canción y la
credibilidad de un tipo que muere en cada registro vocal. Y la
plasticidad bizarra de quien sobre el escenario es la auténtica
Little Miss Sunshine de la desvergüenza ajena: Aquella que se cree
estrella entre tanto capullo de manual. Pura pasión vamos, de las
que te hostian vivo.
“Doves”
ya ha hecho de sus sensuales movimientos espartanos, el triunfo del
amor a la música y el espectáculo. La sala al unísono votó como
posesos. Mi hijo de 14 años al que arrastré in extremis entre cara
de “y a mi qué”, coreó y movió las caderas como una diva.
Imposible no dejarte llevar por la pasión de este tipo.
Reventó los
pantalones y camiseta a ritmo de Kasachof de “Walking Through
That Door”. Brilló como una bola de neón “Ancient
Water”, estalló en gloria divina la sucesión de “Ran”
y “Balance”. Y la verdad es que nos hizo a todos
mágicos, pues por muy desmedido e infantil que parezca a mi edad: su
repertorio es lo más parecido al polvo de estrellas; puro
sentimiento.
“Cave”;
una de las joyas oscuras mejor escondidas de su último trabajo. Se
dio la mano con “A Song for a Grandfathers”, otra
canción enorme; más si cabe que sus singles más afamados. Porque
Future Islands tienen esa capacidad innata de haber crecido entre
canciones aparentemente inofensivas que llegan sin avisar. Esas
canciones que poblaban el lado menos conocido de Yazzo, y que en
cierta manera tienen conexiones filamentosas con el romanticismo
clásico de... Roy Orbison; por ejemplo. O con otros que cantaron al
amor y desamor con el mismo lenguaje en clave; el sentimiento puede.
La recta
final nos llevó a “Lighthouse”, “Seasons”,
“Tin Man” o “Spirit” mezclando
argumentos. Y cerrando en tres bis con mucho mensaje “Inch of
Dust”, “Vireo's Song” y “Little
Dreamer”.
Y es:
defender a capa y espada sus primeras canciones, las que pasaron de
puntillas convirtiéndolas en triunfadoras. Justo cuando tienen dos
discos con hits infalibles, y a gruppies, histéricos y glotones a
los que se les ha nublado la vista sin posibilidad de masticar antes
de tragar.
Future
Islands es una banda grande, una rara avis que proclama y defiende la
esencia de la música. Ya sea con un AKAI, un bajo y una batería
mecánica. Pero en definitiva, la música sin artificios ni dobles
mensajes pretenciosos. Simple y natural como tu vecina del quinto que
baja a comprar el pan con los rulos y la bata.
De estos
sobre el escenario y con el mismo lenguaje, solo recuerdo a Jarvis
Cocker; que yo sepa.
Sí hijos
míos, la vida cambia. Y aunque esto suene a un consejo paternalista
de vuestro tío el batallitas, que bien pudiera ser; de echo igual lo
es depende de quien me lea. Quien iba a decirme a mi casi veinte años
después, que estaría escribiendo una crónica sobre una de mis
bandas primarias sin quererlo ni deberlo.
Es cierto
que tras la inclusión en la banda sonora de Lost in Traslation: Esa
película icónica (vayan a saber porqué), que resucitó ese
espíritu por amar algo distinto; o simplemente por ser... más
exclusivo y diferente (que eso también nos ha pasado a todos). El
caso es que cinco años después de su disolución y de ir socavando
a la vez que vanagloriándose de su fama de autodestructivos,
asociales y bordes a base de lapidar conciertos. De golpe, Jesus &
Mary Chain con la tierna “Just Like Honey”,
consiguió lo que no pudieron sus cuatro y más memorables primeros
discos; enlazar vía pinícula, a tres generaciones: Las de
antes del Britpop, la de en medio y la del indie tardío converso en
moda.
Ahí a lo
tonto a lo tonto, han pasado 25 años desde que los vi con 22 en
Zeleste presentando su Honey's Dead/1992. Puede que el disco en el
cual empezaron a caer empicado vía desfases alcóholicos y
psicotrópicos, tan mal carácter como malas relaciones y en fin,
todo aquello que se le atribuye a una banda auténtica y de mala
reputación como eran ellos.
Parece que
fue hace cuatro días sí, pero es cierto que cuando uno está en una
cita como esta, rodeado de gente tan variopinta. Te llegas a creer
que no ha pasado tanto tiempo: Ves gente adulta que no parecen tan
distintos a ti, y coño!! tienen 10 años menos alma de cántaro. Los
más jóvenes ni te cuento, igual ni siquiera llegaron a ver la peli
de Sofía Coppola en edad moza. Con lo cual, como no des con un
cincuentón mínimo, nadie se hace a la idea de lo que eran sobre el
escenario Jesus & Mary Chain en el año 1992 del siglo pasado.
Sí, es
verdad, todo ha cambiado una barbaridad. No se si a bien o a mal,
pero a cambiado.
Aquel 27 de
Abril del 92; manda cojones!! El día de mi cumpleaños, y casi
exactamente un cuarto de siglo de distancia entre si. Prácticamente
una edad moza de por medio; está claro, nos hemos hecho viejos y
suerte de poder contarlo disfrutando con la misma energía de la
música y el directo.
Pues eso,
aquellos días no eran muchos los que iban a ver a bandas como los
Jesus. Llenar Zeleste en el 92 no estaba al alcance de muchos, pues
la música alternativa era realmente minoritaria y sin difusión
alguna. O eras heavy, o calorro; no había más. Ah!! o normal, con
tu jersey de pico y tu indumentaria neutra. Sino, pues ibas lo más
raro posible (pantalones rotos, marteens, ojos pintados, pelo
electrificado...) Más o menos como ahora, pero con cuenta y riesgo
de que se rieran de ti en tu barrio de periferia.
Y soltada
esta parrafada situacional, a sabiendas de lo mucho que me extiendo y
lo poco que importan las batallas Pliocenarias. Tenía y debía;
aunque sea solo por entender el efecto deja vu que generan estos
vaivenes generacionales. Situarme en aquí y ahora, y porque no,
viajar si se me permite a mi espacio mocico/viejo; aunque sea por
puro placer egoísta.
Que digo yo
que alguna reacción sintomática debe generar escuchar, así, de
repente: y de una tacada “April Skies”, “Head
On”, “Far Gone Out”y “Between
Planets”. O no era esa la intención de los mendas,? que
para qué jugársela de entrada con experimentos de vanguardia.
Cuatro temas
que prácticamente miden y acotan el momento de más alta popularidad
de la banda escocesa. Tanto de los que veníamos de escuchar el Post
Punk primerizo de finales de los 80, como los que bien entrados los
90 juntaron Brit Pop con el Grunge.
Jesus &
Mary Chain fueron sin apenas ser conscientes de la importancia de la
hazaña: La primera banda rematadamente Británica, capaz de unir
Beach Boys, Ramones y la Velvet Undergoud, a un Pop venenoso. Dándose
la mano con el Rock Americano, y sin perder un ápice de dulzura en
su sangrante propuesta.
Me apenó
horrores verlos derretirse sobre el escenario del FIB a lo bonzo y
bañados en alcohol en el 98. En el 2008 volvieron muy dignamente con
unos músicos de lujo y sacados de ostracismo, y aunque bastante
mermados dieron uno de los mejores conciertos del último Summercase.
Cuando los volvieron ha recuperar para el Primavera Sound en el 2013
la verdad es que no había forma posible de explicarle a nadie veinte
años más tarde, que quien estaba sobre el escenario fue una de las
bandas más fieras de los 80/90's. Y como es normal, supongo que uno
renuncia a vivir del pasado, e igual actualmente y con varias
generaciones por delante, incluidos aquellos que no los siguieron en
su época gloriosa; pues no fueron una banda masiva (quien lo fue en
los 80?).
Somos
injustos por tanto (y lo seremos de por vida), con el paso cruel del
tiempo. Salvo, se entiende, si uno ha pasado igual que el tiempo: de
la mano, en volandas y a su paso. Entonces, es posible que alguien
dispuesto a viajar: Atento y con la misma mirada de un niño ante la
fogata y su abuelo. Sea capaz de captar por un instante, la
heroicidad aventurera de aquellos tiempos ignotos.
Eso, o creer
quizás en lo imposible y volver a ver sobre un escenario a los Hnos
Reid. Esta vez sí, con los pantalones bien atacados y por la labor.
Aunque sea con más humildad y amor, de darnos ese daño que se
merecen sus canciones generacionales. Y vaya si lo hicieron.
A los más
puristas nos puede parecer un mal chiste de producción su último
disco. Pero sobre el escenario y con ánimos de revancha, el discurso
de los Escoceses es infalible y demoledor.
Y si bien es
cierto que los viejos del lugar añoramos el salvajismo militante de
un público, tan comedido como pulcra fue la ejecución de un temario
escogido con pudor. Ver a Jim Reid cantar como nunca, fue lo más
parecido a un crooner (por más que suene a broma), con ganas de
zanjar la imagen pasota que arrastraron en sus tiempos míticos.
De su último
disco fueron contadas las canciones, y enmendada la capada producción
que ha hecho que sus últimas canciones no parezcan tan buenas como
son: “Amputation” que abrió la velada, “War
on Peace”, “All Things Pass”, “Mood
Rider” y “Always Sad” (con coro femenino
y todo). Tuvieron el detalle de regalarnos en una primera ronda de
bises algunas de sus joyas más emblemáticas, en especial una de mis
favoritas “Nine Million Rainy Days”. Y por si fuera
poco “You Trip Me Up”, “The Living End”,
“Taste of Cindy” y el “Never Understand”
una de sus primeras canciones que escuché en ese cassette quemado
hasta el sinfín. No faltó por supuesto “Just Like Honey”
y se encendieron mecheros. A mi de verdad, casi se me escapó la risa
entre lágrimas. Pero el público estaba entregado y seguía el ritmo
de las canciones con las palmas en el aire. ¿Que quedó del pogo
barbárico que sacudió la vieja fábrica de Poblenou? ¿Se lo llevó
la distrofia, la artrosis reumática, o la lumbalgia mal curada? Es
evidente que 25 años son los que son, y nosotros eso, acomodados.
Pero es que
aunque guarrotas ellas, las tocaron tan bien los jodíos. Que
hicieron puede... de la actitud, profesionalidad. Eso que ahora se
pide tanto y que no entiende de la pureza primitiva de 80's y 90's. Y
que hacía que todo sonase en la memoria de otra manera: más real,
directo, visceral y aferrado a unos tiempos en los que todo se vivía
al límite. Uniendo las distintas razas del Punk y el Rock, en una
misma familia de mil orígenes.
Consiguieron
con el despegue y hasta la catorceava canción, engranar un temazo
tras otro; porque siempre los han tenido. Sobretodo cuando William
Reid se deja llevar por la cordura de su hermano y la banda, aunque
anodina, suena tan engrasada como una máquina recién salida del
taller. “Blues For a Gun”, “Teenage Lust”,
“Cherry Came Too” de mi adorado Darklands, que casi
me desmayo. Y luego te dejan caer como un mazazo “The Hardest
Walk”, la canción que mejor conjuga el Rock&roll, la
Velvet y todo lo que llegó después: Noise, Shoegaze y hasta el
Britpop más nuevaolero.
Lástima que
la falta de unas baquetas a la altura de Steve Monti echara por
tierra con una penosa versión del “Reverence”, la
fabulosa interpretación del “Some Candy Talking” y
“Halway to Crazy”.
En fin, todo
lo que cabe esperar de una banda de pasado turbulento, que no se
encerraba en un estudio desde hace casi veinte años. Y que hacía
otros tantos que no se decidía a hacer una gira con pies y cabeza,
para postergar el magnífico legado musical que dio a casi tres
generaciones.
De echo no
son tantas las bandas que se deberían declarar patrimonio inmemorial
de humanidad (musical) contemporánea, o alternativa: Pixies, REM,
The Smiths, Sonic Youth y por supuesto The Jesus & Mary Chain.
Alguna se me olvida, seguro, y podéis añadirla. Pero por favor, no
os olvidéis de los hermanos Reid.