Que los
planos se tuerzan justo cuando queremos trazar líneas nítidas y
rectas en este laberinto veraniego, es un hecho contrastado. Más si
cabe cuando con los brazos al cielo el lerenda (en este caso
quien firma), ve como en cuestión de cinco días cancelan dos de
esos conciertos salvadores a los que uno se aferra a las puertas del
infierno.
No son los
protagonistas, los motivos circunstanciales ni aquel abuelo que te
tangó la última botella de 3 lustros en un acto de humanidad lleno
de pedantería; que eso también pasó, pero es de otra fanega.
Que caigan
llamas del guardarropía de Sidecar y el repeinado líder de Orwells
ponga pies en polvorosa a la cuarta de canción, puede ser un
accidente; sí eso, un accidente. Que se nos venda como la
reencarnación de Daniel el travieso con la melena cardada, y se
presente con el look de Brett Anderson y se nos raje, eso... Yo a eso
lo llamo vendernos praliné tres colores por nocilla. Sí sí, mmedá
lo mismo que me digan inconsciente y rencoroso.
O se es
punky, o un domador de pulgas del circo cric. Ahora eso sí, los que
triunfaron fueron los organizadores y la sala Sidecar, de los que aun
estoy esperando una disculpa formal pública o por email.
Y que te
agarres como ángel salvador al bolo de Ron Gallo tres días después,
para que venga y diga que el zagal cancela por imposibilidad de
cuadrar fechas a un día de tocar el el FIB. Eso... yo a eso lo llamo
ser cenizo diplomado.
Menos mal
que mi socio Xavi, y quien aquí caza el mal de ojo al vuelo , nos
emperramos en dar el sentido real a las soluciones por encima de los
problemas. Y de lo que pudo ser un viernes desconsolado se hizo
tornasol:
Son la
gente, los líquidos por los que nos deslizamos, o el optimismo por
encima de la penumbra; que es relativa. La gente sobre los motivos:
Jackie, Georgia, Xavi, la amiga o la vedette. Pues no acostumbro a
maldecir el nivel de desgracia que debería hacer que me
compadeciese. Y prefiero pensar que hasta la vida es un accidente en
si misma, y nosotros la guerrilla que busca la contraofensiva; si es
con el estómago lleno mejor.
Porque
tampoco vamos a negar la complicidad del CELLER CAL MARINO con sus
platillos, vinos y jereces. Y la compañía y la oratoria que ayudó.
O la hierva camino de Singapur rematando de cabeza en fuegos
artificiales, con THE MEETUP y LOS BENGALAS untando de brillantina y
vainilla la noche.
De vuelta a
casa en virajes ortopédicos y luces que se traducían como
mensajería morse, atronaban SLAVES. Ese tipo de latigazos que
rubrican y ensalzan una noche como tal; singular.
Esos mismos
aguijonazos que suenan igual que las trompetas del apocalipsis, pero
más al estilo de Radio Prague. Confirmando de forma apoteósica el
objetivo, sea cual sea: El final de la jornada, el nuevo día o el
regate con grácil soltura de la enésima trampa del dios Xólotl.
Por eso,
cuando arrancó por primera vez “Living Out” al
rebufo del 2016, algo prendió la mecha. Algunos dirán que como
tantas veces a pasado, hay una generación en descomposición sin
marcha atrás que siempre se aferra al pasado: Fueron los 60, los 70
u ochentas, no se si los 90 van camino de convertirse en un mito para
infectados. Pero igual es el tiempo necesario para concluir con
certeza lo grande que fue algo. Hablamos de añadas, que igual son
décadas.
Los
muchachos de Leeds, SLOWCOACHES así pues, podrían ser ese eslabón
perdido capaz de aunar la rabia inocente de RAMONES y el vigor
prematuro de ASH: Punk con el miedo que da por pura actitud y esencia
por encima de la canción.
Un conjunto
de dentelladas con el revés de Serena Williams y el natural
atrevimiento de Kilian Jornet; magia y mala hostia.
NOTHING
GIVES le dio la extremaunción al 2016, como si las rebajas de
navidad nos obligaran a soltar lastre. Sólo que a veces, los que
como yo, saldan su deuda con las manillas del reloj a golpe de timón,
sucede. Y necesitamos el pescozón de los doce demoledores cortes que
dan cuerpo a este vigorizante disco.
Un debut de
largo el de este trío, que no da tregua de principio a fin. Con el
mérito incluido de defender como gato panza arriba lo que muchos ya
reniegan como Punk, Popunk o el fuzz que ahora prefieren etiquetar.
Sin saber del todo, si es que ya nadie esta preparado para el sentido
etimológico de la música o prefiere echar a correr cuando oye
hablar de las esencias más puras y virginales.
El caso es
que entrando a desbrozar. Nothing Gives tiene la ventaja sobre otros
elixires que brotan bajo la espesura. Que carece totalmente de
pretensión o de impostura con ánimos de caer en gracia. Suenan tal
y como lo haría cualquier banda lejos de la City, amamantados entre
Pubs, bancos de parque y depresión laboral. Música como arma
arrojadiza tal y como se escupe la creatividad por simple
supervivencia.
Quizás esa
sea la razón más evidente de la complexión de sus canciones: La
rabia, pero sin renunciar en absoluto a un sonido que hace especial
hincapié en el armazón y una sección rítmica martilleante. Esa
descarga que te destensa y afloja cada uno de los pernos que nos atan
a las obligaciones y esa maestría de driblar aguafiestas, compañeros
de trabajo impertinentes y obligaciones penitentes. Y que concluye a
la salida con refregón con sangre y todo de “Ex Head”,
impetuoso y hardcoriano. O “We're so Heavy”, como
bien dice su nombre le debe al inicio la oscuridad más propia del
black metal pero acaba inclinándose hacia al sonido americano.
No es un
simple disco confeccionado a golpe de guitarrazo y saturaciones;
sería lo fácil y predecible. Nothing Gives tiene la intención
clara de jugar con tics muy variados pero sin el más mínimo
titubeo. De la dureza a la melodía, y de la velocidad a una esencia
muy rockera, pero tan fresca como un chapoteo en aguas alpinas. Se la
juegan a una carta, y se nota cuando suenan temazos del calibre de
“Raw Dealings” o “Drag”; un
torbellino oigan.
Esa manera
de atacar las canciones por la vía directa incluye el kit de
supervivencia y un botiquín para lamernos las heridas. Gusta el
escozor y la obligación de subir el volumen, porque este disco lo
precisa. No valen tentaciones al desconsuelo ni lloriqueos.
Sus
canciones brotan con ímpetu bestial, y atornillan donde ya nadie
quiere apretar: Gimnásticas de pectorales y bíceps poderosos sin
aparentar más de lo que empuja la juventud de suburbio.
“Thinkers”
es ramoniana pata negra al más puro estilo Dee Dee. “Norms &
Values” se precipita igual que Mark E. Smith bañado en
espuma malteada, y salpica como su guitarra final; bestia, muy
bestia. Es una gozada para liberar tensiones, gritar y berrear,
golpear como baquetas el cambio de marchas y darle gas. Emociona ver
como la huida hacia sonidos placenteros solo tiene de cobardía y
comodidad lo que no de atrevimiento a la hora de enriquecer himnos
míticos. Basta con echarse a cuestas “54” con ese
golpe Made in Ramone puro e inmortal.
Tirarse
cuesta abajo con las cajas de plástico del pollero y hacerse mistos
los pantalones que tu madre te compró en “el barato” anteayer
cuando retumba “Levity”. Y sucumbir al desenlace
Punk fuera de toda norma, más que nada porque odio que no se llame
por su nombre a las cosas que en verdad no tienen nombre, pues son
parte de la semilla originaria. Hace falta envolver para regalo unos
tejanos raídos y una camiseta carcomida? No. Pues con la música
pasa igual.
Necesitamos
sangre, perder el pudor de parecer humanos defectuosos y
maravillosamente reales. Porque todo lo demás son inventos nos hacen
parecer productos prefabricados, en lo fiero, y en lo dulce.