Cumplí
los 17, y pese a que mi padre tan solo ingresaba 25.000 ptas a la
semana fondando envases (lo que se dice cerrar el tonel a fuego):
Barricas de grandes dimensiones para Torres principalmente, en una
empresa de la Avda Icaria en el Poblenou, ya desaparecida.
Me
regalaron una ansiada minicadena Sanyo, con su giradiscos y todo;
principal anhelo de adolescencia. Después de que cinco años antes
se precipitara desde el Romi del lavabo: Otro radiocassette
familiar Sanyo, también, que pesaba media tonelada. Y que
acompañaba nuestros baños con música sinfín.
Mi
abuela Rosario por parte paterna “La Meona”, era una
excelente cantante. Así que mi padre heredó esa virtud/talento por
igual y supongo, por eso, antes de que se encendiera el día en casa,
sonaban a todas horas: El Cabrero, Porrinas de Badajoz, Juanito
Valderrama y el Niño de la Huerta, entre muchos otros; como una
banda sonora non stop. Al igual que la radio, o un tocadiscos
Dual de maleta con S.T.R.E.T.C.H, los Beatles, Boston o Rod Steward
como un contrapunto rebelde juvenil de mis cuatro hermanas.
El
canto como expresión era a una, nuestro altavoz emocional melómano.
Sin llegar a dedicarnos como nuestro padre al flamenco de manera
aficionada, pero sí en la intimidad de cuatro paredes o
celebraciones comunes.
Hemos
crecido con música, y exteriorizado sin pudor la euforia de cantar
lo que nos emociona. Que es la música sino cantarla y celebrarla
bailando? Nada. Así que tras la dramática pérdida del tronío de
nuestro viejo radiocassette, y la resignación de adquirir otro de
bajo coste y peso pluma. No llegaba el día en el que por fin pudiera
tener un tocadiscos y poder comprarme aquellos vinilos que
impacientemente se enmohecían en los cubos del Disc Center; una
tienda de barrio que había repecho arriba de mi calle.
El
primer vinilo que me compré con 17 años, además de los ansiados
primeros dos discos de mi banda fetiche The B-52’s, fue el
INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO.
Datado
en el 1987 bajo el auspicio de la multinacional Sony, no fue hasta
1987 cuando alcanzó el número UNO con Wishing Well. Y de ahí para
adelante creo que la historia de este talentoso artista de Manhattan
es por todos conocida; o no. Porque realmente pasada la treintena de
años toda una juventud,
de él ya se sabe poco, e incluso de este tremendo disco enterrado
por un fracaso comercial posterior.
Pero
aquí no vamos a hablar sobre el efímero éxito, el fracaso, la
expectativas cumplidas, objetivos u olimpos musicales, no. Lo vamos a
hacer de algo que está muy por encima de esa escala de medir
popular; la sentimental. O la que relata la vida propia de quien
ilustra épocas, con canciones; mucho más bella, donde va a parar.
Sonaba
el otro día en el salón de casa: Porque son estos discos los que no
se prodigan en escuchas, que así lo requiera la melancolía oportuna
y traicionera. Cuando de golpe crees (y sabes), que toca recordar y
amasar el corazón, con no solo canciones. Sino con conjuntos como
atadillos o manojos, que como nadie ni nada son capaces de definir la
grandeza de lo irrepetible.
Un
disco con su protagonista. Fagotizado por esa industria a la que
dicen que la ilegalidad a crucificado. Y que se merendó a un joven y
prometedor artista de tan solo 25 años.
Pero
todo flota, que no solo la mierda. Y
es lo irrepetible de algunos acetatos lo que acaba sublimando en el
tiempo. Por encima de la comercialidad que se le atribuía o la
simplicidad de reducir a un artista a sus canciones más populares:
Wishing Well (quien cumple su número uno 30 años ahora), Sing
Your Name o el If You Let Me Stay de Michael H. Bauer.
Un
Soulfunk de raíces
gospel, que por herencia
materna impregna gran parte de su modo cantar. A la par de un swing
digno de Nelson Pickett, James Brown o Little Richard flotando sobre
todo el disco, sin caer en la obviedad de un temario tributo, y sí
en un debut con verdadera esencia.
Además
de aparecer en un año en el que los sonidos de raíz no se creían
con gancho comercial. Y la escena andaba algo huérfana de iconos
negros auténticos que no cayeran en el Pop fácil; salvando
a Prince y su Sing ‘O’ The Times.
Introducing
To Heardline Acording emergió para más inri, en una de las añadas
con más discos esenciales de la década de los 80. Y sobre todo eso,
y para mi en particular. Fue aquel disco que ejerció de puente entre
lo que supuestamente crees
comercial, tus gustos más alternativos, y la indiscutible grandeza
de aquello que no cae en el producto estándar. Por eso igual, cuando
Terence intentó seguir su camino, sucumbió a la
bulimia del sistema.
Pocos
discos de los cientos que pueblan mi atestadas estanterías, que
tengan un repertorio tan impecable e imprescindible. Ni una sola
canción imprescindible.
La
espiritual apertura del telón con “If
you All Get to Heaven”
que roza lo épico. Hasta el tremendo “Who’s
Loving You”; una
de mis preferidas. Allí parecía tomar a un William "smokey" Robinson como suyo
y a otros tantos del Soul melódico sempiterno.
Sus
canciones hicieron tomarme a chirigota, tantos que sonaron por
aquellos años y que querían
que creyeses que la verdad del éxito consistía en anular el
bombeo salvaje de la sangre para caer en el bucle espiral y machacón.
“Ill Never Turn My
Back on You” con
la soltura del pantalón de pata ancha y esa facilidad para desplegar
ese híbrido de Funk & Soul inmediato.
El
tu tu, tu tuuu
podría haber sido otro single más; de echo todos lo son sin
excepción. Lo que sería
“Dance
Little Sister”,
un bombazo sin más: infeccioso, adictivo, estertorizante.
“Seven
More Days” gira
la esquina de la cara; cuando escuchar un álbum requería de la
atención y al igual que con los libros: pasar la página y marcar
con el punto el surco grueso de la canción. Una
canción radicalmente distinta al resto, con slides, paisajes propios
del Blues. Hechizante.
Y
emprende con “Let’s
Go Forward”, un
paseo por Inwood,
el Soho o Bowery. Es una
canción que igual que “Sign
Your Name”,
impregnándolo
de contemplación y registros angelicales. Dando
a este disco una
personalidad distinta y poco predecible dentro de su estilo. Incluso
esa pincelada jamming de “Rain”,
y que desemboca en un acapella como es “As
Yet Untitled”
INTRODUCING
THE HARDLINE ACCORDING TO es
un disco atípico que entró como un rayo de luz, en tiempos de
abalorios, hombreras y decoraciones brillantes un tanto impostadas.
Su brillo sin embargo, estaba impreso en una voz inusual: la de
Terence Trent D’Arby. En una ejecución y puesta en escena prensada
sobre
un maravilloso disco, que sin embargo, quedo eclipsado por algo tan
de nuestros días
como la estética, la moda y el hit.
Pero
que treinta años más tarde, si os envalentonáis en su escucha.
Veréis que contiene muchos de los atributos que ahora se ensalzan.
El carisma, la belleza; no solo estética, el alma, y la inmortalidad
que cede el tiempo a los estereotipos que tanto suelen
esclavizarnos y
distorsionar al instinto más humano.