Ya
he decidido no volver a dar la mano a clientes, recién conocidos y
tratantes. Desde ahora, solo abrazos henchidos y constringentes de
esos que serigrafían los latidos en tu pecho.
Desde
que certifiqué así, que padecía una epicondilitis (codo de
tenista); seguramente por mi trabajo y la recurrida excusa de la
edad. Y de que justo el certificar mi dolencia, experimentara un
querencia por marcos de puertas, ventanas y cualquier superficie duro
para con mi codo; vamos, que no hago más que darme golpes en el
punto exacto del epicondilo.
Que
quien sabe, pudiera que pudiese ser la edad con su consiguiente
pérdida de cálculo espacial y perimetral; no lo discuto. Es más,
seguro que hay un estudio sobre eso, el acercamiento hacia los
cincuenta y la pérdida inconsciente de ese don que tienen los
murciélagos y que nosotros suplimos con la juvenil y grácil
agilidad: ¿el torpe nace, se hace o se instruye según
cuenta canas? Un misterio, gente.
En
cualquier caso. Yo solo sé que desde hace cuatro años aprox,
arrastro involuntariamente la planta del pie al caminar, voy al tanto
con los tropezones igual que un Ñu bebiendo en una charca
infectada de cocodrilos, y no hago más que darme golpes en el
dichoso codo.
Y
dirán…Y ahora?
Bueno.
La solución no la he hallado en un medicamento, codera de porexpan o
terapia alternativa. Sino en la música sí.
Desde
que cayera en mis manos el noveno disco de esta banda originaria de
Philadelphia y establecida en San Feancisco desde el 2011; con el
cual conmemoran el 20 aniversario de existencia. Mi deambular por
casa, solo obedece a los compases de Collide:
Me
levanto a oscuras a miccionar a lomos de “Explore”.
Voy de mi diminuto lavadero cargado de colada sin miedo al quicio de
la terraza bailando con “Explore”. Y hasta girar en
mi micro mampara de baño cual Derviche, con la voz de Emili Polle de
crines acuestas de “Weeping Willow” mientras me
ducho.
Desde
ese preciso instante en el que la luz cenital apunto desde el cielo
cual Mr Bean caído. Son los vaivenes acompasados de la banda de
Scott Vitt los que rigen mi día a día, y han dejado en un recuerdo
peregrino aquel Hail to The Clear
Figurines del 2011, con el que los descubrí: Un disco que
navegaba entre pleamares y corrientes marinas, de una psicodelia
mucho más evidente que el disco que nos ubica; muy cerquita de los
Black Angels.
COLLIDE
sin embargo, sitúa a la banda mucho más cerca de nosotros.
Sobretodo y más que nada, porque su sonido se aleja discretamente de
ese toquecito de Americana, que hacía y hace, que su música no sea
la de ese tipo de banda que se aferra. Sino que la libertad a la hora
de dejarse llevar por los caprichos de la naturaleza, sea la que da
quilates a su trayectoria y discurso.
Este
bocado corto de ocho canciones, nos pone de cara u orientados hacia
una latitud más británica: The Church, House of Love, Lloyd Cole y
los Commotions en ocasiones. La intensidad de los primeros Mazzy Star
de esa canción que os citaba al principio; “Weeping Willow”.
Y que nos remonta y rememora aquel rock americano parte Janis, parte
Soulwomens de rasgos más Underground. E incluso a unos 60 mágicos,
volátiles y tan románticos como la de los Rolling de Brian Wilson.
Esa
miscelánea en definitiva, que hace que el rock anglosajón beba
realmente de infinidad de charcas, épocas, híbridos y tics
culturales, igual que las especies y las esporas viajan.
Y
que en este disco se dan cita como un halo de belleza azucarado y
tremendamente melancólico. Por obra y gracia de ocho canciones
mágicas, de las que uno, no puede separarse ni un minuto.
Seguramente porque que dan de pleno en la diana del bien denominado
temazo.
Lo
mismo da que empieces desde el principio, o de atrás hacía
adelante.
“Cry
for Osana” por ejemplo, modula su épica orquestada hacia
territorios espirituales y mágicos. De los cuales, sus nueve minutos
y medio jamás abusan del bucle y sí del vuelo: sin motor,
estupefaciente o paranoia que valga. Solo paisaje y cromatismo
sonoro. Antes “Remedy” hace una ecuación entre Cass
McCombs y los Jayhawks. El resultado, un vals que me lleva en
volandas sin tan siquiera acusar la más mínima torpeza; ellas me
elevan.
Los
slides y tremolos de “Finest of Mines” que inician este
tema, que bien podría tratarse de un corte de una banda cualquiera
de Shoegaze de los 90; curiosamente, muta. Siendo en realidad de un
rock clásico que flirtea sin rubor y que delega la grandeza, en la
canción sin más. Podría tratarse de lo que quisieras: Neil Young,
Big Star, The Byrds, Slapp Happy... o cualquier otra referencia que
amortiguara el tiempo y todo lo que vienes escuchando. Pero
sinceramente solo puedo quedarme en este caso con las canciones;
“Weeping Willow” es una prueba palpable, paradógicamene
como el nombre de otra de mis amadas bandas.
“Collide”;
la que da título a este maravilloso disco. Tiene esa magia un tanto
mainstream que a mi personalmente tanto me recuerda a una época de
la que nunca fui en absoluto devoto. ¿soy yo el único que atisba
esas odas pomposas de los 90’s tan indies? Aun y así me gusta, y
sería lo mismo que decir lo que aborrecí a bandas como Verve, y
adoraba sin embargo esos mismo ejercicios en manos de Suede o de
Pulp; con más gusto claro.
Y
al final pues supongo que no se trata de lo que se haga, sino como.
“Sagamore” también tiene ese ramalazo de brazos en alto,
corear, y hasta llorar como un eterno enamorado de la moda juvenil.
Pero mola aun y así. Sin ni siquiera preguntarme si es la edad o la
nostalgia.
“Explore”
y “Ghost Garden” son tan enormemente sencillas y de
sonrojado encanto natural, que bien valdría seguir girando como si
nada. El umami perfecto del torrezno que se funde en tu paladar como
una droga prohibida. De la miel de tomillo cristalizada, o de la
Panela estremeciéndose en el azucarero cuando hundes la cuchara.
Un
disco pura delicia, que desde su primera escucha ha sido cabecera y
candidato al Plinto del año. Y engrandece a una banda prácticamente
desconocida, con una riqueza musical inalcanzable para otras,
empeñadas en forzar los engranajes hasta pasarlos de rosca.
Para
THE ASTEROID #4 todo es más fácil, orgánico y congénito.
Posiblemente por el talento de quien no rinde cuentas a la
maquinaria. Todo un homenaje a la llegada desde ya, del Verano
eterno.
Y que además los tendrémos paseando su exquisita discografía por nuestro país, este otoño.