domingo, 1 de julio de 2018

COSAS QUE PERDÍ EN BARBARASTRO Y ENCONTRÉ BAJO UNA COLCHA: SAY SUE ME_WHERE WE WERE TOGETHER & IT’S JUST A SHORT WALK!_2018





Regresar a sitios donde has estado hace mucho mucho tiempo. Tiene de añoranza tanto como de recuerdos que más o menos ilustran como paisajes, pesares, dolores dulces y momentos tan precisos, que hasta pavor dan:
Ver la rivera del rio Vero nevada por las semillas de los Chopos que lo franquean en Primavera. Un texto de Astor Piazzola que escribí, mientras desde la ventana miraba el gélido invierno. Y hasta la capitulación de mi padre con ese dolor de las pérdidas allí grabado, en la ruta tiralíneas de Lleida a Barbarastro.


Todo esto no es que compense ni mucho menos. Tan solo se aparecen igual que fantasmas; con la poca escapatoria de acogerlos como el rastro de los años que pasaron.
Intentas inventariar esa fecha, tu edad, que hacías por entonces. Y así intentar averiguar que sucede para que de repente todo se construya ante ti; justo cuando ya lo habías olvidado. Pero descubres que solo recuerdas aquello que te conmueve.

Saludas a esa señora mayor madre a la que le tiembla el pulso para activar la tarjeta de la habitación del Hostal. Preguntas por su joven hija que ya tiene a sus hijos criados, por su marido que murió. Y sin saber porqué, cada diapositiva, estampa y calle, suena a “Let it Begin”; atrapándote la melancolía desde el estómago hasta el espinazo.



Hay músicas que de igual manera. Sin saber ni preguntarte demasiado porqué. Emergen de la nada actual para recordarte el calostro que te amamantó de la misma manera que descubriste la electricidad al meter el tornillo suelto del sofá en el enchufe.
Ese escalofrío de POP sorbete que sin más, te hace chiquillo de riffs y versos inocentes.
Te volverías a enamorar de la primera que pasa. Confesarías tus más oscuros secretos con un Royal Crown compartido. Y seguro que te volverías a masturbar con tu vecino del segundo, para ver de nuevo que se siente al descubrirse.

Es esa magia musical que sin venir demasiado a cuento, rompe con la monotonía de lo predecible cuando miras debajo del somier.
Y te vuelves a asomar a la ventana apurando el último pitillo de la noche con ese Tilo gigante embriagador, el rumor del rio y el campanario de la Catedral de Santa María de la Asunción. Para que SAY SUE ME haga de cómplice.
Sabes sin temor a equivocarte. Que esta será otra estampa de nuevo eviterna.

El joven cuarteto surcoreano a conseguido con su segundo y más reciente Lp, lo que no ha logrado toda anglosajonia en los últimos 10 años: Volver a santiguarnos de sorpresa como quien vuelve a sentir ese cosquilleo de juventud.
No porque (que en parte sí), te rememoren una colección de tonadillas que se adaptan a tus edades más míticas. También y con sonoridad porque han publicado un disco donde hay casi de todo, en su sitio, y grabado/tocado como los ángeles:
Canciones redondas que arañan en el clímax por pura sensibilidad; y ya. Tan buenas, como para olvidar que la diana Pop aun pareciendo fácil y siempre subestimada. Pocas veces consigue que lo espontáneo suceda y engrane sin más.
WHERE WE WERE TOGETHER además, bebe mucho de un Pop sesentero que escapa del típico tweepop juguetón que tanto gusta a bandas niponas. Y en este caso, al margen del hipotético exotismo de ser hecho por una banda Coreana. Hay un poso impertérrito que retrocede más allá de las continuas revisiones al indie más reciente, y hurga por lo menos, con una exquisitez más propia de la Velvet de Nico, Left Banke o Nancy Sinatra; al menos como lienzo. Pues irrenunciables son sus referentes más obvios (Primitives, Camera Obscura o Woul-be-Goods).


Let it Begin” así lo certifica dejando una impronta de infinita melancolía. Con rasgos más propios del folkpop americano que del destino que va tomando el disco conforme avanza.
But I Like You” arropa con unas guitarras tremendas pese a la juventud de la banda, y van más allá con radiantes riffs; se nota que detrás del masterizado está Mathew Bamhart (The New Year, Metz, Superchunk, Bedhead).
Que les ha extraído una cantidad de sustancia a las canciones, bien hechas de por si, con unas cuerdas,voces y sección rítmica tan bien dispuestas. Que una simple sonata pop como “Old Town” gana un peso arrollador sin más armas que la melodía ideal. “Ours” se viste de gala para codearse con Sarah Cracknell and Co.

Antes de despegar hay otra joya, “Funny and Cute”. Donde la sombra larga de Nico reluce bajo el manto de una guitarra sencilla, natural, precisa… increíble.
I Just Wanna Dance” es esa canción que The Primitives hubieran querido grabar en su regreso para no seguir viviendo de Crash y Stop Killing Me; y que no hay duda que son sus padres putativos. “B Lover” perpetua el pop infinito. Y “After Falling Asleep” nos desmonta igual que Asobi Seksu lo hizo con “Thursday” hace doce años.
De todas formas, canciones como “Here” son las que marcan la diferencia. Escapándose de cualquier comparación simple y llanamente por su excelsa delicadeza y preciosidad.
No es una preciosidad de excesos ni ínfulas. Sino una belleza natural como las chapetas sonrojadas de una niña que juguetea bajo el sol de verano en los olivos. Igual que su instrumental lo es también de vaciamiento. O el remate de “Coming to The End” que sin manías, bebe más de emocore, postrock o shoegaze que de Pop aparente.

Ese ese plus de credenciales que presentan cuatro jóvenes de apenas 20 años. Y que como un estado de gracia. Saben que… si hay alguien que sobre el pop y sus melodías piense, que ya todo está escrito, es que ha perdido la esperanza en la realización.
Las cuatro gemas de su otro Ep de este año en curso, no son esos ases bajo la manga. Es el culto tan de 90’s, de Ep`s, singles y caras B donde estaba casi siempre lo bueno. En este caso cuatro versiones con mucho pedigrí:
La excelsa y preciosa versión de Blondie “Dreaming” se define así de fácil; basta con escucharla. Un baile de fin de curso (tímido, cursi, ruborizante), es “Do you Wanna Dance” tan tremendamente sixtie que resucita al incombustible Bobby Freeman de finales de los 50. O “Beginning to See the Light” de la Velvet, que hace y no soy amante de agravios comparativos, que no eche demasiado de menos a la última esperanza del Pop agitador: The Pains of Being Pure at Heart.
Que digo yo, que igual es cierto eso que dicen que el Pop es como menos profundo, más de mente en blanco, efímero, con caducidad, o un objeto de consumo que se agota con facilidad. Igual tenéis razón.
Mientras. Sigo creyendo que la prueba rocanrolera de la cover ramoniana que cierra este aperitivo: “Rockaway Beach”. Hace, por lo menos. Que acepte esa verdad a medias, y sobrelleve con alegría las recaídas y fidelidad a los ⅔ minutos instantáneos.
Que los disfruten

lunes, 25 de junio de 2018

THE ASTEROID N.º4_COLLIDE_2018 (13 O’Clock Records): DISCOS PANORÁMICOS PREDESTINADOS A MUSICAR EL VERANO





Ya he decidido no volver a dar la mano a clientes, recién conocidos y tratantes. Desde ahora, solo abrazos henchidos y constringentes de esos que serigrafían los latidos en tu pecho.
Desde que certifiqué así, que padecía una epicondilitis (codo de tenista); seguramente por mi trabajo y la recurrida excusa de la edad. Y de que justo el certificar mi dolencia, experimentara un querencia por marcos de puertas, ventanas y cualquier superficie duro para con mi codo; vamos, que no hago más que darme golpes en el punto exacto del epicondilo.
Que quien sabe, pudiera que pudiese ser la edad con su consiguiente pérdida de cálculo espacial y perimetral; no lo discuto. Es más, seguro que hay un estudio sobre eso, el acercamiento hacia los cincuenta y la pérdida inconsciente de ese don que tienen los murciélagos y que nosotros suplimos con la juvenil y grácil agilidad: ¿el torpe nace, se hace o se instruye según cuenta canas? Un misterio, gente.
En cualquier caso. Yo solo sé que desde hace cuatro años aprox, arrastro involuntariamente la planta del pie al caminar, voy al tanto con los tropezones igual que un Ñu bebiendo en una charca infectada de cocodrilos, y no hago más que darme golpes en el dichoso codo.
Y dirán…Y ahora?
Bueno. La solución no la he hallado en un medicamento, codera de porexpan o terapia alternativa. Sino en la música sí.


Desde que cayera en mis manos el noveno disco de esta banda originaria de Philadelphia y establecida en San Feancisco desde el 2011; con el cual conmemoran el 20 aniversario de existencia. Mi deambular por casa, solo obedece a los compases de Collide:


Me levanto a oscuras a miccionar a lomos de “Explore”. Voy de mi diminuto lavadero cargado de colada sin miedo al quicio de la terraza bailando con “Explore”. Y hasta girar en mi micro mampara de baño cual Derviche, con la voz de Emili Polle de crines acuestas de “Weeping Willow” mientras me ducho.
Desde ese preciso instante en el que la luz cenital apunto desde el cielo cual Mr Bean caído. Son los vaivenes acompasados de la banda de Scott Vitt los que rigen mi día a día, y han dejado en un recuerdo peregrino aquel Hail to The Clear Figurines del 2011, con el que los descubrí: Un disco que navegaba entre pleamares y corrientes marinas, de una psicodelia mucho más evidente que el disco que nos ubica; muy cerquita de los Black Angels.



COLLIDE sin embargo, sitúa a la banda mucho más cerca de nosotros. Sobretodo y más que nada, porque su sonido se aleja discretamente de ese toquecito de Americana, que hacía y hace, que su música no sea la de ese tipo de banda que se aferra. Sino que la libertad a la hora de dejarse llevar por los caprichos de la naturaleza, sea la que da quilates a su trayectoria y discurso.
Este bocado corto de ocho canciones, nos pone de cara u orientados hacia una latitud más británica: The Church, House of Love, Lloyd Cole y los Commotions en ocasiones. La intensidad de los primeros Mazzy Star de esa canción que os citaba al principio; “Weeping Willow”. Y que nos remonta y rememora aquel rock americano parte Janis, parte Soulwomens de rasgos más Underground. E incluso a unos 60 mágicos, volátiles y tan románticos como la de los Rolling de Brian Wilson.
Esa miscelánea en definitiva, que hace que el rock anglosajón beba realmente de infinidad de charcas, épocas, híbridos y tics culturales, igual que las especies y las esporas viajan.
Y que en este disco se dan cita como un halo de belleza azucarado y tremendamente melancólico. Por obra y gracia de ocho canciones mágicas, de las que uno, no puede separarse ni un minuto. Seguramente porque que dan de pleno en la diana del bien denominado temazo.
Lo mismo da que empieces desde el principio, o de atrás hacía adelante.
Cry for Osana” por ejemplo, modula su épica orquestada hacia territorios espirituales y mágicos. De los cuales, sus nueve minutos y medio jamás abusan del bucle y sí del vuelo: sin motor, estupefaciente o paranoia que valga. Solo paisaje y cromatismo sonoro. Antes “Remedy” hace una ecuación entre Cass McCombs y los Jayhawks. El resultado, un vals que me lleva en volandas sin tan siquiera acusar la más mínima torpeza; ellas me elevan.
Los slides y tremolos de “Finest of Mines” que inician este tema, que bien podría tratarse de un corte de una banda cualquiera de Shoegaze de los 90; curiosamente, muta. Siendo en realidad de un rock clásico que flirtea sin rubor y que delega la grandeza, en la canción sin más. Podría tratarse de lo que quisieras: Neil Young, Big Star, The Byrds, Slapp Happy... o cualquier otra referencia que amortiguara el tiempo y todo lo que vienes escuchando. Pero sinceramente solo puedo quedarme en este caso con las canciones; “Weeping Willow” es una prueba palpable, paradógicamene como el nombre de otra de mis amadas bandas.

Collide”; la que da título a este maravilloso disco. Tiene esa magia un tanto mainstream que a mi personalmente tanto me recuerda a una época de la que nunca fui en absoluto devoto. ¿soy yo el único que atisba esas odas pomposas de los 90’s tan indies? Aun y así me gusta, y sería lo mismo que decir lo que aborrecí a bandas como Verve, y adoraba sin embargo esos mismo ejercicios en manos de Suede o de Pulp; con más gusto claro.
Y al final pues supongo que no se trata de lo que se haga, sino como. “Sagamore” también tiene ese ramalazo de brazos en alto, corear, y hasta llorar como un eterno enamorado de la moda juvenil. Pero mola aun y así. Sin ni siquiera preguntarme si es la edad o la nostalgia.
Explore” y “Ghost Garden” son tan enormemente sencillas y de sonrojado encanto natural, que bien valdría seguir girando como si nada. El umami perfecto del torrezno que se funde en tu paladar como una droga prohibida. De la miel de tomillo cristalizada, o de la Panela estremeciéndose en el azucarero cuando hundes la cuchara.
Un disco pura delicia, que desde su primera escucha ha sido cabecera y candidato al Plinto del año. Y engrandece a una banda prácticamente desconocida, con una riqueza musical inalcanzable para otras, empeñadas en forzar los engranajes hasta pasarlos de rosca.
Para THE ASTEROID #4 todo es más fácil, orgánico y congénito. Posiblemente por el talento de quien no rinde cuentas a la maquinaria. Todo un homenaje a la llegada desde ya, del Verano eterno. 
Y que además los tendrémos paseando su exquisita discografía por nuestro país, este otoño.
TOUR EUROPEO 2018

 

lunes, 28 de mayo de 2018

TERENCE TRENT D’ARBY_INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO… 30 AÑOS SON OTRA JUVENTUD





Cumplí los 17, y pese a que mi padre tan solo ingresaba 25.000 ptas a la semana fondando envases (lo que se dice cerrar el tonel a fuego): Barricas de grandes dimensiones para Torres principalmente, en una empresa de la Avda Icaria en el Poblenou, ya desaparecida.
Me regalaron una ansiada minicadena Sanyo, con su giradiscos y todo; principal anhelo de adolescencia. Después de que cinco años antes se precipitara desde el Romi del lavabo: Otro radiocassette familiar Sanyo, también, que pesaba media tonelada. Y que acompañaba nuestros baños con música sinfín.

Mi abuela Rosario por parte paterna “La Meona”, era una excelente cantante. Así que mi padre heredó esa virtud/talento por igual y supongo, por eso, antes de que se encendiera el día en casa, sonaban a todas horas: El Cabrero, Porrinas de Badajoz, Juanito Valderrama y el Niño de la Huerta, entre muchos otros; como una banda sonora non stop. Al igual que la radio, o un tocadiscos Dual de maleta con S.T.R.E.T.C.H, los Beatles, Boston o Rod Steward como un contrapunto rebelde juvenil de mis cuatro hermanas.

El canto como expresión era a una, nuestro altavoz emocional melómano. Sin llegar a dedicarnos como nuestro padre al flamenco de manera aficionada, pero sí en la intimidad de cuatro paredes o celebraciones comunes.
Hemos crecido con música, y exteriorizado sin pudor la euforia de cantar lo que nos emociona. Que es la música sino cantarla y celebrarla bailando? Nada. Así que tras la dramática pérdida del tronío de nuestro viejo radiocassette, y la resignación de adquirir otro de bajo coste y peso pluma. No llegaba el día en el que por fin pudiera tener un tocadiscos y poder comprarme aquellos vinilos que impacientemente se enmohecían en los cubos del Disc Center; una tienda de barrio que había repecho arriba de mi calle.



El primer vinilo que me compré con 17 años, además de los ansiados primeros dos discos de mi banda fetiche The B-52’s, fue el INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO.
Datado en el 1987 bajo el auspicio de la multinacional Sony, no fue hasta 1987 cuando alcanzó el número UNO con Wishing Well. Y de ahí para adelante creo que la historia de este talentoso artista de Manhattan es por todos conocida; o no. Porque realmente pasada la treintena de años toda una juventud, de él ya se sabe poco, e incluso de este tremendo disco enterrado por un fracaso comercial posterior.
Pero aquí no vamos a hablar sobre el efímero éxito, el fracaso, la expectativas cumplidas, objetivos u olimpos musicales, no. Lo vamos a hacer de algo que está muy por encima de esa escala de medir popular; la sentimental. O la que relata la vida propia de quien ilustra épocas, con canciones; mucho más bella, donde va a parar.


Sonaba el otro día en el salón de casa: Porque son estos discos los que no se prodigan en escuchas, que así lo requiera la melancolía oportuna y traicionera. Cuando de golpe crees (y sabes), que toca recordar y amasar el corazón, con no solo canciones. Sino con conjuntos como atadillos o manojos, que como nadie ni nada son capaces de definir la grandeza de lo irrepetible.
Un disco con su protagonista. Fagotizado por esa industria a la que dicen que la ilegalidad a crucificado. Y que se merendó a un joven y prometedor artista de tan solo 25 años.
Pero todo flota, que no solo la mierda. Y es lo irrepetible de algunos acetatos lo que acaba sublimando en el tiempo. Por encima de la comercialidad que se le atribuía o la simplicidad de reducir a un artista a sus canciones más populares: Wishing Well (quien cumple su número uno 30 años ahora), Sing Your Name o el If You Let Me Stay de Michael H. Bauer.

Un Soulfunk de raíces gospel, que por herencia materna impregna gran parte de su modo cantar. A la par de un swing digno de Nelson Pickett, James Brown o Little Richard flotando sobre todo el disco, sin caer en la obviedad de un temario tributo, y sí en un debut con verdadera esencia.
Además de aparecer en un año en el que los sonidos de raíz no se creían con gancho comercial. Y la escena andaba algo huérfana de iconos negros auténticos que no cayeran en el Pop fácil; salvando a Prince y su Sing ‘O’ The Times.
Introducing To Heardline Acording emergió para más inri, en una de las añadas con más discos esenciales de la década de los 80. Y sobre todo eso, y para mi en particular. Fue aquel disco que ejerció de puente entre lo que supuestamente crees comercial, tus gustos más alternativos, y la indiscutible grandeza de aquello que no cae en el producto estándar. Por eso igual, cuando Terence intentó seguir su camino, sucumbió a la bulimia del sistema.



Pocos discos de los cientos que pueblan mi atestadas estanterías, que tengan un repertorio tan impecable e imprescindible. Ni una sola canción imprescindible.
La espiritual apertura del telón con “If you All Get to Heaven” que roza lo épico. Hasta el tremendo “Who’s Loving You”; una de mis preferidas. Allí parecía tomar a un William "smokey" Robinson como suyo y a otros tantos del Soul melódico sempiterno.
Sus canciones hicieron tomarme a chirigota, tantos que sonaron por aquellos años y que querían que creyeses que la verdad del éxito consistía en anular el bombeo salvaje de la sangre para caer en el bucle espiral y machacón. “Ill Never Turn My Back on You” con la soltura del pantalón de pata ancha y esa facilidad para desplegar ese híbrido de Funk & Soul inmediato.
El tu tu, tu tuuu podría haber sido otro single más; de echo todos lo son sin excepción. Lo que sería Dance Little Sister”, un bombazo sin más: infeccioso, adictivo, estertorizante.
Seven More Days” gira la esquina de la cara; cuando escuchar un álbum requería de la atención y al igual que con los libros: pasar la página y marcar con el punto el surco grueso de la canción. Una canción radicalmente distinta al resto, con slides, paisajes propios del Blues. Hechizante.
Y emprende con “Let’s Go Forward”, un paseo por Inwood, el Soho o Bowery. Es una canción que igual que “Sign Your Name”, impregnándolo de contemplación y registros angelicales. Dando a este disco una personalidad distinta y poco predecible dentro de su estilo. Incluso esa pincelada jamming de “Rain”, y que desemboca en un acapella como es “As Yet Untitled

INTRODUCING THE HARDLINE ACCORDING TO es un disco atípico que entró como un rayo de luz, en tiempos de abalorios, hombreras y decoraciones brillantes un tanto impostadas. Su brillo sin embargo, estaba impreso en una voz inusual: la de Terence Trent D’Arby. En una ejecución y puesta en escena prensada sobre un maravilloso disco, que sin embargo, quedo eclipsado por algo tan de nuestros días como la estética, la moda y el hit.
Pero que treinta años más tarde, si os envalentonáis en su escucha. Veréis que contiene muchos de los atributos que ahora se ensalzan. El carisma, la belleza; no solo estética, el alma, y la inmortalidad que cede el tiempo a los estereotipos que tanto suelen esclavizarnos y distorsionar al instinto más humano